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Archive for enero 2008

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Concibo mi vida del tamaño de mis sueños. El ser un pedacito de Dios y uno con todos mis hermanos humanos me convierte en un… fabricador de sueños, que crearon mi refugio frente a las adversidades que he vivido o los agravios que he recibido.

Desde la atalaya de mis sueños, observo el mundo como yo quiero y no como lo que ven los demás. Siempre ha sido así. Crecí en un medio inapropiado, donde no hay espacio para la ambición, y la esperanza tiene cara de hambre, renuncia y vulgaridad; ausencia de entusiasmo y promoción de la mediocridad. Los sueños fueron mi escape, mi pasaporte de salida y el bálsamo que curó mis heridas… sin dejar huellas.

Pero, los sueños no están en el ambiente ni en otra parte que no sea nuestro intelecto. Nacen, crecen y a veces desaparecen, en la medida en que somos capaces de crear y creer en algo más de lo que vivimos diariamente. Los sueños los fabricamos nosotros, a nuestra medida, con los elementos que tenemos a la mano. Eso es lo extraordinario: nos permite imaginar una realidad…diferente.

Yo sueño conforme a mi necesidad. Así, sueño con un amor, con lo que quiero ser, dar y recibir de los demás, con mi actitud frente al bien, al mal, a las personas, cosas e ideas y mi mente lo fabrica, precisamente como lo deseo. Las fuerzas universales actúan a favor de los sueños para concretar los que nos convienen. Jesús enseñaba: «Mi Padre, sabe mejor que tú las cosas que necesitas…»

Mi trabajo es fabricar mi sueño y ser diligente para su concreción. El de Dios, decidir si me conviene. Por eso, hago mi parte feliz, fabrico el sueño y me imbuyo dentro de él, no lo hago una parte de mí, sino que me convierto en un pedazo de él.

No vivo para soñar, vivo soñando. Pero mis sueños, aunque les doy un toque de locura, no son una locura; son un sueño, que es lo más parecido a la realidad, pero con la ventaja que…la supera. Le doy forma a mis sueños conforme a mis necesidades. Los proyecto, diseño, les doy nombre: les doto de entidad propia: son los sueños de Amaurí Castillo. Eliminan barreras, moderan la realidad adaptándola a mis necesidades mentales y espirituales que guían mi vida física.

Para aportarles mayor posibilidad de materialización, trabajo con disciplina y constancia; estudio, oigo y observo las personas y sus circunstancias con amor, atención, interés y respeto; dispuesto a prestar el concurso de mi ayuda y aprender de ellas, siempre pidiendo a Dios entender, por qué sus sueños, son sólo… sueños.

Realizo y vivo mis sueños porque son míos, no los del vecino o compañero de trabajo. Son mi hechura, se parecen a mí. En ellos me incluyo con todo lo que tengo. Mi mente en contacto con Dios y mi cuerpo fìsico, que es un mero instrumento, los convierto en una máquina que fabrica mis sueños. Incorporo mi mente y espíritu a la fuerza del Universo, que es también uno con Dios y conmigo, para viajar juntos descubriendo los mundos que sabe crear mi mente.

Concretarlos no me compete. Es trabajo de Dios, como el mejor convertidor de mis sueños en realidad… si me conviene. Tengo fe, confianza y no tengo por qué estar recordándoselo.

No me contento con idear un sueño sin diseñarlo, pensarlo, estudiarlo y ponerle detrás todo mi potencial humano, representado en mi mejor diligencia, trabajo, constancia y disciplina, haciendo de todo esto mi mejor forma de… soñar.

Próxima Entrega: VIVIENDO EL SUEÑO.

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Desde que abrimos los ojos al momento de levantarnos, hasta que nuevamente nos dormirnos, todo se reduce a una toma de decisiones.

Así, desde niños tenemos la alternativa de decidir contentarnos con lo que tenemos, conocemos, percibimos y entendemos, o si por el contrario, investigamos el panorama que nos presenta la vida, en busca de algo diferente. Es por lo cual algunos, para encontrar algo más que satisfaga sus deseos, llaman a la mente para que ayude a crear la opción que encaje en su particular manera de imaginar una vida distinta, únicamente forjable mediante los sueños.

De esa toma de decisión dependerá lo que de la vida se espere y logre. Cuando aprendemos a soñar, como esos hombre y mujeres que ante los ojos atónitos e incrédulos de una sociedad regular, timorata y fundamentalista, lograron vencer la normalidad realizando portentos, que en su tiempo la ignorancia colectiva denominó «milagros», tomamos la alternativa de tener una vida diferente, produciendo nuestros propios sueños en vez de aceptar lo que ella nos presenta, utilizando el recurso de ejercer nuestro derecho a soñar.

Como los sueños son una operación mental, no requieren materializarse para vivirlos. En ese mundo inconmensurable de nuestra mente, se disfrutan desde el mismo momento de su concepción y su entidad sólo depende de nosotros.

Paradójicamente, lo importante para un soñador pudiera ser, más que materializar el sueño, vivirlo. Su percepción de posibilidad lo es perfecta: conocemos exactamente del color, sabor, espacialidad y temporalidad como se idealiza. Por ser nuestra propia creación, nos es familiar.

No todos los soñadores logran sus sueños, pero sí los viven y los disfrutan; porque en su mente los conocen a detalle: son sus padres y se ama demasiado a los hijos. Para un soñador no es fácil lograr todos sus sueños, porque su vida está llena de ellos y… son muchos, pero los disfruta en la misma entidad, independientemente de que se den todos, pocos o ninguno.

Precediendo cada gran logro universal, otras personas, de diferentes formas y en distintas épocas, trillaron ese mismo camino. Todos presintieron que era posible, como vivía en sus sueños.

Volar venciendo leyes naturales, crear energía, curar las enfermedades y… hasta modificar artificialmene la vida animal o vegetal, fueron hechos que primero tuvieron vida en los sueños de esas personas maravillosas que los materializaron, quienes los disfrutaron en sus mentes cuando apenas eran sueños, como al concretarlo en el mundo de la realidad fìsica.

Eso es lo maravilloso de los sueños: con toda libertad pueden fabricarse, vivirse y disfrutarse, desde su alumbramiento hasta su concreciòn final.

Quien vive los sueños no conoce la frustración, porque anticipa los resultados y los vive sobre la base de que lo importante es soñar, en su mundo todo es posible.

La posibilidad, factibilidad y probabilidad, son paralelas en su paso por ese amplio sendero donde la realidad y la irrealidad sólo las diferencia la dimensiòn de la ambiciòn, vagando en un mundo sin tiempo ni espacio, a horcajadas sobre los lomos de la obra más acabada de Dios: la mente, que es infinita.

En la primera entrega determinamos la necesidad de soñar, en esta hemos expuesto qué y cómo experime el que decide soñar.

En la próxima, analizaremos el cómo debemos soñar. Así que, aquí los espero mañana, pudiera ser que ya tengan la intención de decidirse a soñar y ese es el primer paso, en una vìa que pudiera transformarles de observadores pasivos de una vida que no tiene por qué ser fatal, a diseñadores y ejecutores activos, dentro den un mundo con una dimensiòn apasionante: el mundo de los sueños.

Próxima Entrega: CONFORMANDO LOS SUEÑOS.

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A partir de hoy, para satisfacer la solicitud de un estimado creativo de una importante empresa de multimedia en Houston Texas, doy inicio a una serie de entregas sobre un tema apasionante para quienes como yo, los años no han podido robar ese toquecito de locura, que nos ha permitido vivir más allá de nuestra propia realidad: LOS SUEÑOS.

Soñar, es sentir que la vida es más como nosotros quisiéramos que fuera, que como la vemos pasar todos los días, con la firme convicción de que podemos transformarla.

Los sueños representan lo que pensamos que podemos lograr ahora y siempre. Los que sueñan, tienen el valor de enfrentar con una sonrisa de esperanza cada minuto de su existencia.

Soñar, es decirle no a los elementos y circunstancias que intenten disminuir la esencia poderosa y transformadora que recibimos de Dios.

Soñar, es decirle al dolor, la tristeza, la soledad y la falta de amor, que hay algo más poderoso y prometedor que la realidad misma; con suficiente poder para transformarla, porque cuando soñamos, cuando nos convencemos de que somos capaces de entrar en ese mundo nebuloso que precede la inspiración y obligarlo a moverse a nuestro favor, entonces simplemente hemos entrado en una nueva dimensión, sin tiempo ni espacio; adapta las situaciones a nuestro pensamiento; transforma los sonidos y los colores y nos dota de alas para volar sobre nuestra propia mente para convertir la realidad en una fantasía… posible.

Soñar, es un derecho al cual nadie debería renunciar, porque representa no contentarse con las limitaciones que la realidad trata de imponer, a quienes no tienen la capacidad de crear su propia fantasía, su propio mundo.

La creatividad es parte de nuestra herencia divina, pero únicamente puede materializarse mediante los sueños que nos han permitido transformar el mundo, frente al asombro de los que duermen despiertos, precisamente porque perdieron la capacidad de soñar.

Los sueños enfrentan la realidad porque es demasiado común, cómoda, monótona y sin retos. Es resignarse a recibir lo que la vida nos ofrece, sin especular si podríamos obtener algo mejor.

Los sueños son el escape de un espíritu libre e ilimitado que se ahoga en un cuerpo cautivo, rodeado de paredes de tiempo y espacio… que él no reconoce.

Soñar es decirle a Dios que entendemos nuestra supremacía sobre los seres irracionales, que no sueñan porque les falta la esencia divina que nos permite diferenciar la noche del día; lo bueno de lo malo; vivir el perfume de las flores e imaginar su máxima belleza, plasmándola en un lienzo con nuevos colores; oír el canto de los pájaros y convertirlo en celestial sonata; sembrarle magia y transformar con nuestro sentimiento la muerte en vida, cuando hacemos romántica la caída de las hojas, en el otoño; convertir el sexo en algo más que el acto natural procreativo, sublimizándolo, llenándolo de magia, de fantasía y haciéndolo trascender más allá de su propia temporalidad.

Si carecemos o perdemos la capacidad de soñar, que es una habilidad típica y exclusiva del ser humano, nos resignamos a una existencia regida por los elementos naturales y… el destino.

No soñar, es renunciar a nuestra diferencia profunda con esos compañeros de viaje en este mundo, cuyo déficit espiritual les induce únicamente a sobrevivir.

Carecer de sueños, es la renuncia a nuestra propia condición inteligente; engendra fallarnos a nosotros mismos y a nuestro Hacedor.

El soñar nos hace humanos, especulativos, inconformes con una realidad que tiene que ser matizada con colores nuevos, música sublime, aromas y esencias que exciten el alma, para crear lo excelso que ella, por sí sola, en su estado natural no puede ofrecernos.

Soñar es un reto a la normalidad, a la resignación y la pasividad; es avanzar más allá de hoy, fabricando un mañana a nuestra propia medida.

Sin soñadores, el mundo sería lento, atrasado, monótono, aburrido, sin emociones; y seguramente, sin las grandes transformaciones que hacen nuestra vida mejor.

¿Qué le parece si analizamos cómo nacen los sueños, cómo se desarrollan, cómo debemos materializarlos y vivirlos?

Aquí lo espero, para compartir en unas cuantas entregas posteriores un poco de irrealidad de la… realidad.

Próxima Entrega: DECIDIÉNDOSE A SOÑAR.

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hp1885.jpgComo un todo con Dios, este mundo es como una gran torta con igualdad e idénticas posibilidades, donde todos tenemos derecho a participar.

Nacemos con capacidades diferentes, pero las necesarias para participar del banquete. No obstante, observamos como algunos la disfrutan más que otros, según sea el tamaño, sabor o relevancia que le den al comerla. Inclusive, hay quienes no asisten a tomar su parte, sino que recogen las sobras de otros comensales.
¿Cuál es al diferencia entre unos y otros? Y… ¿Dónde, cuándo, cómo y porqué se origina la discrepancia? Es actitud más que aptitud. Desde que nacemos la vida nos presenta opciones que debemos tomar o rechazar.

Al nacer, con la primera dosis de oxígeno iniciamos el banquete. Unos bebés lloran pidiendo su primer pedazo, pero otros no, el médico debe incitarles a tomarlo. Asimismo, unos son menos llorones, ariscos, enfermizos y felices que otros. Los primeros disfrutan del alimento, el ambiente, las personas y juguetes con curiosidad y entusiasmo. Instintivamente, siempre andan en procura de su pedazo de torta.

A lo largo de la vida, progresivamente se desarrolla esa actitud de buscar lo que nos corresponde. El afecto de nuestros congéneres, en su mayoría nobles, generosos y ansiosos de dar y recibir amor, aunado a la belleza y riqueza del paisaje geográfico, lleno de opciones para disfrutarlo, nos anuncian su magnífico contenido. Pero será nuestro estado de ánimo el que defina la actitud de participación, desarrollando la aptitud para lograr el mejor pedazo, porque la Ley de la Abundancia siempre asegura suficiente para todos.

Nosotros decidimos dónde, cuándo y cómo logramos la mejor parte. Nadie puede hacerlo por nosotros. Disponemos de razón e inteligencia suficientes para procurarnos lo conveniente.

El que amanece feliz, da gracias, saluda y bendice el día considerándolo el mejor en cada oportunidad, está sirviendo la mesa.

El que realiza sus actividades con entusiasmo y disfrutando al ser útil, está fabricando la torta.

Aquel que ambiciona, sueña, ama y se complace en la plenitud de vivir, seguro de que la vida le dará lo que espere y produzca con sus acciones, es el primero en llegar al banquete.

El que recibe los acontecimientos como producto de su aptitud para vivir mejor, convirtiendo problemas en asuntos por resolver y recibiendo los inconvenientes como positivos, porque le señalan el camino a seguir en busca de su felicidad, es el que toma el mejor pedazo.

Quien asume esta vida como una experiencia espiritual, que se sirve del cuerpo para lograr sus cometidos terrenales orientados a su felicidad personal, es el que toma su parte tranquilo, sin prisas, temores ni vaticinios negativos y disfruta de su parte de la torta, donde el tamaño, sabor y efecto en su vida, sólo él se lo da.

Un pedazo de la torta de idéntico contenido, se ofrece a todo ser humano. El lograrlo, su tamaño, sabor o efectos corresponde determinarlo a quien la toma. No existe posibilidad de transferir esa responsabilidad, porque es parte de nuestro libre albedrío que sólo nosotros manejamos y nos identifica como hijos de Dios.

La mesa está servida. A usted corresponde decidir cuál es el pedazo de la torta que tomará. Ore por una decisión acertada y no lo deje para después, luego podría ser tarde.

Próxima Entrega: LA VIDA EN UN SUEÑO

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A diario conocemos de padres que abandonan sus hijos; jóvenes casi niños que ejercen prostitución, roban, asesinan o mueren en enfrentamientos violentos; carreteras y puentes que se derrumban sin justificación técnica; una rampante corrupción administrativa y otros males que siembran dolor y destrucción.

¿De quien es la responsabilidad y quienes los afectados?

Lo somos todos; por acción u omisión, pero es una responsabilidad y efectos compartidos, que erróneamente estimamos lo son del Gobierno, dirigentes políticos, comunales, administradores o policías.

Pareciera que la visión de que «…a mí no me puede suceder eso» o «…ese no es mi problema» se constituyen en trinchera donde nos refugiamos viendo las cosas pasar, desde nuestra supuesta seguridad personal. En mucho, allí reside la fuente de tan graves daños, a veces mayores que cualquier enfermedad epidémica.

Frente a este panorama, nos corresponde asumir la responsabilidad individual, porque el daño será proporcional a la indiferencia, que nos hará cómplices. La criminología demuestra científicamente, que el más alto índice delincuencial y violencia a la sana convivencia, como la prostitución, robos, homicidios y trafico de drogas, se originan en niños desatendidos que hacen de su hogar la calle, frente a una sociedad conformista, con derechos que no exige y deberes que no hace cumplir.

Esa realidad no es nueva sino que ha crecido. La masificación, la competencia indiscriminada, el consumismo, la promoción a la riqueza fácil y poder desmesurado frente a los valores tradicionales de la honestidad, respeto por las personas, caridad, compasión y espiritualidad, horadan nuestra sensibilidad y solidaridad humanas, disminuyendo nuestra capacidad de protesta frente a Instituciones que, a su vez, ya no tienen capacidad de respuesta ante los problemas sociales.

Pero ese panorama sórdido no es irreversible. En cada uno de nosotros reside la solución para regresar a donde debemos estar: un mundo con recursos suficientes para todos que como una gran familia podríamos utilizar equitativamente.

Se requiere reencontrarnos como sociedad, asumiendo plenamente nuestra corresponsabilidad, porque nadie va a venir de otro planeta a ayudarnos, ni existen soluciones mágicas. No podemos esperar que sean los Gobiernos u Organizaciones sociales colectivas quienes arreglen el problema. Los males nos afectan a todos sin distinciones y por eso todos estamos obligados a su arreglo.

Se trata del padre y la madre ejerciendo su sagrada función, no sólo para mantener la especie, sino guiándolos hacia una vida útil y feliz; los niños y jóvenes estudiando bajo la guía de maestros honestos y calificados; los empresarios manteniendo las estructuras econòmico-financieras, en funciòn de los mejores intereses colectivos; y de los funcionarios públicos, asumiendo su condición de administradores del caudal colectivo y no dilapidadores de lo ajeno.

Necesitamos respetar los derechos y bienes de los demás como condición fundamental de convivencia. Requerimos meditar y pensar en las consecuencias de cada una de nuestra actuaciones, porque no estamos solos sino que integramos el conjunto social.

La solución amerita del cambio de actitud de las amas de casa, que son la estructura e indispensable de hijos y cónyuge, pero también como formadoras de ciudadanos; de los profesionales ejerciendo su ministerio con suficiente ética, anteponiendo a sus pretensiones económicas la salud, libertad o interés de sus patrocinados; los trabajadores, conscientes de que más allá de su salario, el suministro de los bienes y servicios indispensables, depende de su eficiencia; y los dirigentes religiosos, enseñando con sinceridad el mensaje de Dios de amar al prójimo como a sí mismo.

Un solo árbol no hace montaña, pero muchos sí. Somos millones, tenemos inteligencia y decisión suficientes para enderezar el barco. No es tan difícil, depende de un cambio de esquema mental y aumento de la sensibilidad y solidaridad humanas.

¿Qué esperamos para comenzar? Hay millones de niños, ancianos, enfermos y un ambiente a punto del colapso que ameritan esa urgente revisiòn.

Los invito a pensar, a meditar sobre las consecuencias y… actuar.

Próxima Entrega: ¿CUAL ES MI MI PARTE DE LA TORTA?

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 Hoy me referiré a la necesidad de entendimiento en la oportunidad de terminar una relación de pareja, ya que generalmente la predisposición de rechazo automático a los cambios, por temor a desestabilizar nuestra rutina, nos priva de disfrutar experiencias novedosas que harían más emocionante, variada y edificante la relación amorosa.

Me corresponde aclarar que bajo ninguna circunstancia promuevo la disolución del vínculo matrimonial o rompimiento de la pareja,  sino que considero que cuando éste es inevitable y se determina la imposibilidad de su permanencia, se hace necesaria una actuación civilizada y armónica en función del bienestar físico, mental, emocional y espiritual del entorno familiar, para lo cual se requiere el concurso de ambos.

Especialmente cuando la relación de pareja finaliza, la sensación inmediata es de frustración y fracaso, sin considerar ni por un momento que más allá de los inconvenientes que pudiere producirnos la separación, que siempre son pasajeros, es una nueva oportunidad que nos da la vida para iniciar un nuevo proyecto, donde los resultados pueden ser más reconfortantes que en la relación perdida.

Erróneamente tendemos  a desmejorar los recuerdos de ese pasado, olvidando exprofeso los buenos momentos vividos, sin considerar que tener el valor de amar conlleva la integridad para reconocer cuando ya no se ama o no nos aman, quizás por desconocer que se desmejora y muere la relación entre los amantes, pero el sentimiento del amor como una necesidad vital que debe ser satisfecha, sigue vivo en cada uno de ellos. 

El amor engendra amor que es ternura, aceptación y solidaridad, no odio, ni revancha, por lo cual no se debe irrespetar esa época bella cuando dos personas se amaron. Es un compromiso mutuo que no tiene otra compensación que no sea el mismo amor, pero como no existe forma de medir su entidad, si ambos se amaron no queda deuda pendiente.

El odio, la incomprensión, la soberbia  y el deseo de revancha, al sustituir los nobles sentimientos  de amor y solidaridad, aportan a los actores soledad y tristeza, como destino final para quienes no supieron entender que si Dios es amor y todo debemos hacerlo por amor,  ello es la salvación.

Es sano recordar que la ira, el rencor y los ingratos recuerdos, son terreno abonado para patologías físicas, pero también aumentan la soledad y la tristeza afectando gravemente la fortaleza espiritual.  En cambio el amor, el perdón y el olvido, al producir paz espiritual fortalecen la salud y curan las enfermedades.

Por otra parte, nuestro derecho de comenzar una nueva vida es el mismo que en justicia le corresponde a nuestra pareja. No tenemos ninguna justificación a interponernos a su felicidad, sino por el contrario, colaborar con ella.

Cuando queda descendencia, la fluida interacción con el anterior consorte no sólo es una conveniencia, sino que se convierte en una necesidad, máxime cuando esta actitud beneficia una buena relación entre los hijos y el progenitor, con quien ya no convivirán permanentemente.

Si bien es cierto que el amor de pareja no puede ser sustituido por la amistad, sin embargo dos que se amaron sí que pueden ser amigos, especialmente en beneficio de sus vástagos. 

La actitud positiva, que promueva elevados sentimientos de solidaridad humana y rechace aquellos que por ingratos sólo producen desagrado y dañan el maravilloso presente, conforman terreno abonado para  una futura relación amorosa, donde capitalizando experiencias pasadas y adicionando el entusiasmo de volver a comenzar, nos regale la plenitud y permanencia, que como hijos de Dios todos merecemos.

Próxima Entrega: RESPONSABILIDAD SOCIAL INDIVIDUAL

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gs255026.jpgUna de las pocas acciones, que como seres humanos recibe compensación inmediata, lo es el amar. En el mundo de la realidad, si usted siembra, construye, invierte o realiza cualquiera de las múltiples actividades cotidianas debe esperar un lapso, largo o corto, para obtener los beneficios, pero no los recibe de inmediato; inclusive la alimentación requiere de minutos para extraer los elementos beneficiosos para el cuerpo.

Por otra parte, hasta que no obtenemos el resultado de nuestras acciones, no tenemos la seguridad de su beneficio o perjuicio. En el caso del amor es todo lo contrario. En todos los casos, el amor nos beneficia desde el mismo momento en que amamos; el experimentar ese especial sentimiento nos llena de regocijo, alegría, ternura y plenitud.

Nunca he oído decir que alguien se sienta mal, adolorido o triste porque siente amor. Pudiera ser que decaiga el ánimo o se sienta mal por no sentirlo, pero no lo contrario. La historia está llena de situaciones extraordinarias, donde una persona hizo cosas increíbles, elevadas y hasta el sacrificio de su vida, por y en pro de quien amaba.

El sentimiento indefinible e inubicable de amar que experimentamos por otra persona, actúa automáticamente en nuestro beneficio. La razón es sencilla pero trascendente: El mismo sentimiento no tiene obligatoriamente que producirse en quien es amado. La sensación agradable que se percibe lo es únicamente de quien ama.

De hecho, continuamente escuchamos: «…esa persona está enamorada sola.», cuando notamos la emoción, el regocijo y la alegría que inundan a un ser humano en presencia o recuerdo de otra, sin que ese sentimiento de plenitud requiera de reciprocidad. Pero lo que sí es cierto, es que en el momento en que siente amor, el que ama experimenta las más hermosas sensaciones.

El tiempo del amor es ahora, su espacio el alma y el sentimiento no tiene dimensión. Por eso se puede amar como y cuando se desee, sin que la persona amada siquiera lo sienta o se afecte, e independiente de cualquier reciprocidad, porque el beneficio es inmediato.

El amor nunca se pierde. El que es amado puede o no recibir la motivación amorosa, y como consecuencia, dependerá del nivel de recepción el que disfrute o no. La única posibilidad de regocijarse en el amor, es amando. Es esa una de las características fundamentales del amor: no puede experimentarse mediante otra persona, sino por otra persona.

«Que todo lo hagas por amor», es una sentencia bíblica de extraordinario contenido. Ciertamente, hacer las cosas por amor, inyecta entusiasmo, da sentido a la vida, que de lo contrario sería simple y monótona, como la de los seres irracionales; pero también es el medio idóneo para lograr la felicidad integral, como un estado vivencial de realización física y espiritual.

Si amamos la vida, ésta nos ama. Si amamos a las personas y las cosas, como quiera que el efecto del amor es inmediato, ya no estaremos tristes, ni aburridos, ni desmotivados, sino que percibiremos la vida de ese color rosa y música constante, que sólo los ojos y oídos de los enamorados perciben.

Por eso, los que amamos sentimos a Dios y vivimos ese diálogo permanente y placentero, solo reconocido por nosotros como es la oración y su beneficio inmediato: fe, confianza, esperanza y ausencia de temor, que integran ese poder para hacer el bien, ayudar y ayudarnos a vivir una vida todos los días más plena, que recibimos de Él.

El desamor, que progresivamente invade los conglomerados humanos, donde erróneamente se da más importancia al alimento físico que al espiritual, es la mayor fuente del estrés que produce enfermedades físicas y mentales.

Por todo eso, mi mejor sugerencia para una vida edificante y de contenido, lo es amar sin importar a quien o por qué; pero amar… siempre amar, porque cuando amamos hacemos a un lado el egoísmo y esos otros sentimientos que nos cargan el alma de motivaciones negativas.

Amar no es tiempo perdido, es tiempo invertido en pro de nuestro crecimiento espiritual y disfrute físico.

Próxima Entrega: EL ENTENDIMIENTO NECESARIO

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Cuando se hace pareja se le juega todo a un proyecto cuya plenitud y permanencia dependerá de dos personas y no de una, lo que conlleva un riesgo permanente muy difìcil de controlar por uno solo de ellos.

Cuando finaliza, difícilmente los dos coincidan en acabar la relación. El que ama desea mantenerla, pero el que ya no ama, la deplora y abandona el barco. Si el abandonado se pregunta el porqué del suceso, se perderá en especulaciones que atormenarán su alma y pudieren generarle sentimientos de culpa que le harán la vida miserable.

Pero si se pregunta ¿Para qué sucedió? Encontrará un abanico de respuestas, que conforme a su interés y en virtud de la esperanza, le aportará la tranquilidad espiritual representada en una nueva oportunidad para una vida mejor, con renovadas emociones.

Siempre hay muchas personas buscando amor y deseos de compartir, de comprensión, solidaridad y lealtad. Una o varias de ellas están muy cerca y vienen en dirección contraria, en busca de lo mismo que nosotros y su condición indispensable podemos cubrirla fácilmente: amar con intensidad y vocación de perrmanencia.

Si la persona amada se fue, no estamos solos, porque contamos con Dios que es uno con nosotros. De Él heredamos su poder y la condición especial de amar, dos factores fundamentales para ser y hacer feliz a cualquier otra persona.

Como seres humanos tenemos armas especiales que nos liberan de un futuro permanentemente doloroso: la capacidad de olvidar y el convencimiento de que todo pasará. Ellas constituyen la promesa de que en un recodo, o al final del nuevo camino a recorrer, descubriremos que ese descalabro, que en su oportunidad creímos horrible, sólo fue un paso necesario que posibilitó encontrar la felicidad permanente.

Esa visión positiva de lo sucedido que representa el para qué, eliminará de nuestra alma la errada visión de que al producir el abandono, nuestra pareja hubiese cometido algún pecado o actuado ex profeso para agraviarnos, mereciendo nuestro odio o el deseo de revancha. Porque ciertamente, nadie está obligado a amarnos por siempre. Por el contrario, quienes recibimos amor, aunque fuere por poco tiempo, podemos considerarnos privilegiados.

El libre albedrío y la libertad son caminos que corren paralelos, pero no integran el mismo sendero. Ambos son parte integral de nuestra vida y nadie, independiente de la índole de la relación, puede disminuirlos ni monopolizarlos.

El amor por otra persona y el que recibimos, representan el ejercicio máximo de esas dos características, que son típicas de los seres humanos. El amor, entendido como el sublime sentimiento de dar, nace de la libertad y otorga libertad para amar; lo contrario no podría llamarse amor sino una aberración.

Si alguien nos amó, aunque fuere por muy corto tiempo, nos dió lo mejor de sí, física y espiritualmente y eso lo único que amerita es agradecimiento, por el privilegio de disfrutarlo. De ninguna manera por habernos amado, podría perderse la libertad de hacerlo a voluntad. Ese es un pacto no escrito, pero obvio, que todo consorte suscribe en lo más recóndito del alma: le certifica ser merecedor de un amor espontáneo.

El amor no es una mercancía que pueda comprarse o recibirse por siempre. Lo que se otorga es la promesa de amar, pero existen implícitas las condiciones de voluntariedad, satisfacción y reciprocidad. Los dos saben que si alguna de estas condiciones fallare, la libertad de romper el vínculo es un principio no negociable, bajo ninguna circunstancia.

Cuando la relación termina por desamor, en esencia, deja de ser relevante el motivo. El orden jerárquico existencial privilegia la voluntad. Se trata del derecho a continuar o no con el vínculo y no puede por tanto sentirse agraviado quien ya no es amado, porque ese fue un riesgo calculado al hacer pareja.

Las partes merecen un respeto mínimo y mantener una relación sexual no deseada es lo más parecido a una violación, no sólo del cuerpo sino también del alma.

Quizás, la actitud inteligente del abandonado sería ponerse en el lugar del otro y preguntarse:

¿Cuál sería la posición si fuese en mí quien decayera el sentimiento amoroso?

¿Sería honesto conmigo mismo y con mi pareja continuar con una relación no deseada?

¿Sería justo que la otra parte no me reconociera el derecho a rehacer mi vida, logrando mi realización material y espiritual al lado de otra persona?

¿Sería justo que por haber amado se me obligue a vivir por siempre en una relación agotada, insatisfecha, sin emoción, pasión ni magia y desagradable?

¿Será ese el pago que merece el amor?

Si solo dispongo de una vida que es limitada en el tiempo ¿Debo sacrificarla al lado de quien ya no me motiva, únicamente por su conveniencia?

La reflexión sincera sobre estas preguntas pudiera despejar unas cuantas interrogantes, a quienes hubiesen sufrido el colapso de su relaciòn amorosa.

Próxima Entrega: AMAR NO ES TIEMPO PERDIDO

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Conforme avanzamos en el progreso espiritual, adquirimos certeza de que la fortaleza espiritual es la única protección frente a la adversidad.

Podemos suscribir pólizas de seguros y proteger los bienes, pero no hay seguro para protegerse frente a una situación adversa, como la muerte, el abandono, una enfermedad o accidente que nos inutilice.

Lo único que ayuda a superar cualquier adversidad lo es la solidez del espíritu, cuyo sustento es la fe en la fuerza universal de Dios. Sólo los espiritualmente fuertes pueden enfrentar el infortunio sin derrumbarse. Estos en su dolor no se lamentan preguntándose: ¿Por qué me ha sucedido tal desgracia?

Estas personas no se hacen preguntas cuya respuesta corresponda a Dios. En vez de interrogarse ¿Porqué? Cual es una respuesta que sólo Dios podría responder, se inquieren sobre la posibilidad positiva de todo evento dañoso: ¿Para qué me sucedió?

Esa pregunta sí tiene respuestas que podemos darnos nosotros mismos, sobre la base de que todo lo que sucede tiene una razón; la cual, para nuestro bien, en el momento del suceso no nos está dado conocer, pero con el tiempo entenderemos el motivo. No obstante, si nunca lo comprendiéramos tampoco sería un problema, porque Dios está aquí, no se ha ido, no se va, no nos abandona, y como Él nos cuida, conoce porqué sucedió y eso debe bastarnos.

El para qué es una parte positiva de la situación adversa. Nos posibilita reflexionar sobre el que esa situación pudiera evitarnos en el futuro una realidad más dolorosa.

Hace años asistí al funeral de un adolescente que falleció en un accidente automovilístico, a quien conocí y aprecié desde muy niño. Su madre sollozaba desconsoladamente preguntándose: ¿Por qué ahora que mi hijo tenía diecinueve años Dios me lo quita?

-No te preguntes porqué, le dije. Como cristiana conoces que eso sólo Dios lo sabe. Pregúntate para qué sucedió esta desgracia y ponte en oración, habla con Dios que Él te responderá en tu corazón y te dará la paz que necesitas. No te dirá el porqué de su muerte; eso no te beneficiaría. Recuerda que cuando nació, tampoco le preguntaste porqué te lo dio.

-Recuerda -insistí- ¿Cuántas madres todos los días ven morir sus hijos a los dos, cuatro, diez o más años de edad, y muchas veces de muertes muy lentas y dolorosas?

-Tu disfrutaste de tu hijo sano, estudioso, deportista, quien te hizo feliz por dieciocho largos años. Eres privilegiada frente a esas pobres madres, que vieron morir sus hijos a edades tan tempranas de manera tan horrible.

-Debes echarte de rodillas y darle gracias a Dios, porque te ama tanto que te dio un hermoso hijo por dieciocho años sin siquiera habérselo pedido. Recuerda que ni una hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios: existe una razón para haberse ido; Él no hace nada en contra nuestra.

-Dios nos ama desde antes de nacer y desde el vientre de nuestra madre nos hace un plan para esta vida que sólo Él conoce; cuando lo finalizamos, nos vamos. Dios no actúa para dañarnos. Somos su máxima obra, y eso no deberíamos olvidarlo nunca.

Cuando terminé mi reflexión, ya no lloraba con tanta desesperación. Continuaba triste, percibí que mi mensaje había llegado a su alma.

Cuando volví a verla, me saludó amablemente. Le pregunté cómo andaban las cosas, volviéndole a recordar la fuerza de la oración. No me habló mucho, pero en sus ojos, que son el reflejo del alma, sentí que había procesado el mensaje. Su herida aún estaba abierta, pero en proceso de curación.

Desde entonces, cuando hablo con personas en desgracia, utilizo la fórmula bendita del para qué, sugiriendo en vez de hacerse una pregunta sin explicación lógica o racional, cambiar el esquema a una inquisición que sí tiene respuestas racionales, como lo es: ¿Para qué sucedió el evento doloroso?

Esta última pregunta tiene muchas respuestas positivas, cuales pueden adaptarse a las propias y mejores conveniencias. Por ejemplo, si un ser amado muere instantáneamente en un accidente ¿No sería preferible a la de una larga, penosa y traumática enfermedad?

Los casos referidos a la adversidad del abandono del ser

amado y otros del mismo corte, los analizaremos en la pròxima entrega.

Próxima entrega: EL PORQUE DEL PARA QUE II

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Sin intención de especulaciones conceptuales de alto vuelo filosófico sobre lo que representa la Etica, sí debo comentar que, esencialmente, involucra la responsabilidad de nuestras acciones en el comportamiento integral frente a los demás seres humanos y el medio ambiente, haciéndola extensiva a la previsión para una buena vida de las generaciones futuras.

Conforme a tal criterio, comenzaremos por nuestras actuaciones frente a nosotros mismos, las cuales debemos orientar hacia un comportamiento digno, que conlleva el cuidado de nuestra personalidad integral, con un cuerpo limpio y sano, física y espiritualmente.

La etica personal, frente a los demás seres humanos nos obliga a ser respetuosos, generosos, nobles, considerados y justos; independiente de la edad, raza, sexo o posición social de los demás individuos, conlleva el compromiso ineludible de prestar ayuda física o espiritual a quien lo necesite.

Es más difícil solicitar ayuda espiritual que física. Extrañamente, es más fácil pedir alimentos o medicinas, que ayuda espiritual cuando la frustración perturba nuestro espíritu y se requiere asesoramiento, consejo o siquiera una palabra de solidaridad, porque ello amerita mostrar intimidades y penas. Paradójicamente, y no obstante tenerla voluntad, no todos pueden producir buenos consejos o asesoramiento para tranquilizar o sanar el alma;  en cambio, no se requiere calidad o cualidad especiales para suministrar ayuda económica o física.

En virtud de la estructura económica que soporta todas las súper estructuras sociales, el individuo debe tener presente siempre el comportamiento ético, que es, esencialmente, natural y de especie.

Un miembro de pareja, hijo o padre, no debe olvidar que sus actos reflejarán en su entorno íntimo la misma medida de su comportamiento; si es positivo y beneficioso, esa será la reacción, pero si lo es negativo o perjudicial, lo mismo recibirá de  sus allegados.

Quienes cumplen labores en la sociedad, ya sean orientadores, ministros religiosos, funcionarios pùblicos,  profesionales, artesanos, empleados u obreros, requieren para el ejercicio  eficaz de sus actividades, un comportamiento ético. Si alguno de ellos desatiende esta necesidad, el aparato social se desequilibra.

En el caso de los abogados, por citar alguno, la ética es fundamental. En nuestras manos las personas ponen sus más preciados tesoros: su libertad y su patrimonio. Por nuestro conocimiento de los principios y normas jurídicas, siempre estamos en posibilidad de hacer mucho bien o igual mal. Es únicamente la ética profesional lo que nos limita a dar el paso para convertir un ministerio sagrado, en algo reprobable.

El maestro Ossorio escribió: «Los abogados son arquitectos del alma de la gente.» Sabias y acertadas palabras. Los abogados trabajamos sobre el «deber ser», que es intangible; diferente a los médicos, ingenieros o arquitectos quienes trabajan sobre cosas físicas como los cuerpos, los materiales o los planos. Nosotros logramops con algo inmaterial como es una norma jurídica, general y abstracta, una sentencia favorable y justa que es particular y concreta, produciendo un resultado objetivo.

Si los profesionales, y en general quienes prestan sus servicios a la comunidad, entendieran la importancia del comportamiento ético, no tendríamos tantos rábulas, ni negligencia médica; no se caerían los puentes, hundirían carreteras o derrumbarían edificios a poco tiempo de su construcción. Tampoco leeríamos de policías, militares y servidores públicos involucrados en delitos, ni esposos-padres que abandonan sus hogares con hijos, olvidando su sagrado compromiso de solidaridad y lealtad, por efecto de las más bajas y ancestrales pasiones.

Cuando se descuida la ética, aparece la corrupción oficial que no es solamente un delito común: es un crimen colectivo, de lesa humanidad, porque atenta contra los recursos que la sociedad destina a los niños, viejos, enfermos y menesterosos, quienes en su mayoría, dependen de esos dineros para mantener una vida mejor o… continuar viviendo.

La ética no debemos verla sólo como una voluntad, como algo etéreo, sino como un compromiso de vida que se materializa en todos en los actos de nuestra vida diaria; aplicable a la familia, los vecinos, el Estado, la comunidad, los animales y los recursos como el agua, la agricultura y los demás elementos que conforman el medio amb iente natural  y paisaje geográfico-biológico.

Si mantenemos un comportamiento ético, haremos un mundo mejor para nosotros y para quienes nos seguirán. Actuar con ética es responder a nuestro origen divino. Esa debería ser la regla, no la excepciòn. De alguna manera, fue eso lo que quiso decir Jesús cuando nos impuso su mandamiento: «Ama a tu prójimo tomo a tI mismo.»

Próxima Entrega: EL POR QUÉ DEL PARA QUÉ.

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