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Archive for the ‘SOCIABILIDAD’ Category

EL VALOR DE UNA CARICIA

Caricia (2)La caricia es algo más que el roce cariñoso o el toque amoroso a nuestro cuerpo, que independiente de si somos niños, jóvenes, adultos o ancianos,  despierta sentimientos de complacencia,  satisfacción, plenitud y seguridad; especialmente porque como seres humanos racionales somos simbióticos, esto es que estamos dotados no únicamente de nuestro cuerpo –que es físico y por tanto visible y detectable por nuestros sentidos- sino que además disponemos de una supra corporalidad extraordinaria y absolutamente etérea, no detectable por nuestros cinco sentidos conocidos, que definimos como nuestro espíritu. Este hecho hace que la caricia -esa que nos hace tanto bien-  igualmente sea física, como captable únicamente por algunos de nuestros sentidos, o simplemente por nuestro espíritu. Por lo cual, una palabra, una mirada, una sonrisa o cualquier acto solidario o generoso, puede alcanzar igual o  mayor capacidad de recepción, que  una manifestación corporal.

En orden de lo antes expuesto, hoy releyendo a ese poeta, escritor y juglar, que supo vivir el privilegio de ser feliz, luego de haber perdido su familia y  sin disponer de otra riqueza que no fuere su propia convicción personal de la importancia del hoy, el siempre recordado Facundo Cabral, cuando sentenció: “…el bien es mayoría, pero no se nota por que es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan a la vida.”. Esta sabia admonición  me ha llevado a reflexionar  sobre su contenido, porque es cierto que el bien, casi siempre es silencioso y a veces difícilmente determinable; en cambio, el mal deja secuelas rápidamente determinables porque hieren al medio ambiente, al individuo y/o a la sociedad.

La caricia oportuna de la mano, la palabra o el gesto amigo, suelen ser realmente reconfortantes; tanto que la psicología positiva –luego de una ardua tarea de convicción con pruebas a los galenos- ha convertido en un hecho su importancia decisiva en los procesos de sanación de las enfermedades. Creo que sería muy positivo para la sociedad organizada la toma de conciencia de que la caricia no lo es solo corporal, sino que podemos acariciar también con nuestras palabras, con nuestros gestos como la sonrisa, con  nuestra actitud frente a cualquier difícil o dolorosa situación física o espiritual, que experimente alguno de  nuestros congéneres. Así, por ejemplarizar, en variadas oportunidades vemos personas que, por cualquier circunstancia, amanecen espiritualmente adoloridos, frustrados o desanimados, pero un caluroso buenos días, un apretón de manos, una mano sobre el hombro o una sonrisa, pueden sacarlos de ese túnel espiritual en el cual, casi siempre sin razón aparente, se encuentran encerrados.

 Jesús no estaba equivocado cuando enseñaba: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo…” porque si seguimos esa máxima, obligante para quienes somos cristianos, nunca olvidaremos que todos a quienes encontramos en nuestro camino son nuestros hermanos, y que no es una caridad sino una obligación preocuparnos de ellos y por ellos; por lo cual también es obligante hacer todo lo que esté a nuestro alcance por contribuir a su felicidad, o por lo menos a que se sientan menos solos.

En estos tiempos especialmente, cuando tenemos a mano los medios idóneos y a bajo costo para conocer al instante cualquier situación  en el  mundo; cuando con dolor tenemos que aceptar que millones de personas no tienen que comer y mueren de hambre; que el terrorismo, la corrupción y la ambición de poder desmedidos, cada día hacen más pobre a los que menos tienen y más ricos a los que de todo disponen; cuando en algunos países las medicinas sobran y en otros, por su carencia mueren niños con cáncer y otras múltiples enfermedades, tenemos que aceptar que la generosidad y solidaridad con los demás seres humanos,  ciertamente es obligatoria. Hoy, no sirve de nada lamentarse, sino que, por el contrario, nos corresponde a cada  uno, según nuestra capacidad y actividad, hacer lo que se encuentre a nuestro alcance, por ayudar a quienes lo necesiten. Quienes hemos vivido con pleno uso de razón los últimos sesenta y cinco años, sabemos que nunca hubo tanto dolor ni desconsuelo sobre esta tierra de Dios  que en este último periodo.

Por todo lo antes mencionado, como normalmente y salvo raras excepciones,  nuestro círculo personal es reducido, al menos en nuestra comunidad, círculo familiar o amistoso, debemos recordar qué significa, para qué sirve y cómo puede manifestarse una caricia, que costándonos muy poco, es algo que podemos otorgar todos los días, y que, al menos en mi experiencia, suele no solamente beneficiar a quien la recibe, si no muy especialmente a quien la da, en su ser interno, precisamente porque somos físico-espirituales y eso  no deberíamos olvidarlo… nunca. Termino refiriendo   un verso del Poema “Limosna” de Iván S. Turquenev, que tiene que ver con el tema, ya que se trata del caso de un hombre que encontró un mendigo y por no tener dinero para ayudarlo le pidió disculpas y le dio un apretón de manos:

“Gracias exclamó el indingente

 suspirando dulcemente;

 gracias por vuestra bondad.

 Darle la mano a un mendigo

 y tratarlo cual amigo,

 es limosna y caridad.”

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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EL ROL DE PADRE

father-and-sonComo todos los padres, tuve un Padre que, luego que regresó a su hogar original, en  cualquiera de las noches claras cuando observo  el firmamento, se que detrás de una oreja de la luna y  en forma de estrella, me guiña un ojo diciéndome… “Que Dios te bendiga hijo.” En mi caso,  y respecto de mi descendencia, he sido bendecido por Dios, porque a mis setenta y siete años soy  padre de cinco hijos, quienes a su vez tienen trece  hijos e inclusive, ya me dieron un bisnieto. Ser un padre para mi ha sido una bellísima aventura,  porque tanto mis hijos como sus hijos permanentemente me manifiestan amor y yo los amo… mucho;  quizás porque siempre -desde muy niños- he respetado su libre albedrío; tengo buen humor, no soy anecdótico, no aconsejo sino que emito criterio, ni pongo cara de intelectual cuando hablo con ellos,  he logrado generar su confianza, por lo cual extrañamente, soy para algunos de ellos su confidente y a veces… su cómplice.

Aunque todos viven muy bien, no me importa para nada su posición económica, si son poderosos, muy inteligentes o famosos; porque les enseñé y ellos aprendieron, que lo más importante es la felicidad,  que no la genera ninguno de los factores enumerados, sino que es producto de cómo nos sentimos en lo interior. Así como que, respecto de su formación académica, solo les enseñé que prefería a que no estudiaran para ser genios, sino que fueran geniales.  Quizás por eso cada uno ha desarrollado libremente su personalidad, siendo diferentes pero… felices. Creo que el papel de los padres, más allá de suministrar apropiada y diligentemente sus necesidades vitales e independiente de la edad de sus hijos, es tratar en todo momento de comprenderlos y orientarlos, respetando siempre su individualidad y tomando muy en consideración el tiempo y el espacio en que crecen; que al menos en estos tiempos, es bien diferente al nuestro, y que razonablemente como consecuencia, también son diferente algunos de sus valores. Por tanto, no son ellos quienes tienen el deber de entendernos, sino nosotros quienes estamos obligados a comprenderlos a ellos; porque, en primer lugar no les pedimos permiso para traerlos al mundo y en segundo lugar,  porque hemos vivido muchos años y hemos experimentado situaciones que ellos no conocen y que pudiera ser que nunca lleguen a conocer, pero que de alguna forma el conocer algunas de ellas, pudiera en algo beneficiarlos en la actualidad o en el futuro.

Como quiera que la mayoría de mis hijos  viven en otros Países, los visitamos por lo menos dos veces al año y en esa temporada, que no excede más allá de quince días o un mes con cada uno y sus familias, renovamos nuestros lazos de amor y solidaridad familiar, que venturosamente, siempre ha sido muy agradable, porque seguimos compartiendo los mismos valores y principios fundamentales sobre la vida y las cosas. En esas oportunidades, cuando platico con alguno de mis nietos, independiente de su género, lo primero que hago es apagar el celular o hacer a un lado mi lap top –porque odio que estos instrumentos técnicos de hoy en muchos casos hayan sustituido el calor de la voz natural, el estrechar la mano o el abrazo fraterno- y  trato de utilizar el milagroso lenguaje del amor, que es mágico y especial para  compartir,  para situarme mentalmente en su tiempo y un poco  recordando mi curiosidad cuando tuve su edad, cual es la única manera de ubicarme a su nivel. De ellos he aprendido que debo mantener mi niño vivo, para poder  caminar y departir en su mundo, sin sentirme muy viejo, demasiado anticuado, ni demasiado… extraño.

Siento que uno de los deberes insoslayables de los padres, es dar una educación de hogar tal a sus hijos, que sea suficientemente buena desde el punto de vista ético, que se convierta en la base para que los hijos puedan recibir y procesar de la forma más exitosa la formación de sus escuelas. No puede un  hijo que no tuvo la formación correcta en su hogar, asimilar y valorar con responsabilidad, en todo su contexto positivo, la enseñanza de sus escuelas desde su etapa inicial hasta el final de las mismas, para que, como lo dijera alguien alguna vez, “puedan llegar a ser lo que deban ser.”

Por cierto, quiero aclarar que no estoy en contra del desarrollo tecnológico, porque  yo me beneficio de él, ya que  gracias a los nuevos dispositivos, independiente de los miles de millas que físicamente nos separan, es que puedo oír y ver todos los días y cada vez que lo desee,  a estos mis amados hijos y nietos. Pero sí debo advertir que, en muchos casos, hombres y mujeres, padres o no, descuidan la atención personal constante u ocasional a sus seres queridos, no atendiendo a sus llamados o necesidades inmediatas de comunicación, por atender los benditos celulares, ya sea para recibir llamadas o contestarlas, cuales  nunca tendrán la importancia que tiene la atención a un hijo o un cónyuge, o la intimidad de la atención inmediata que nunca podrán ser sustituidas por un elemento mecánico,  por muy adelantado que lo fuere.

Más allá de cualquier convicción religiosa, no dudo que si luego de partir de este mundo, volviera a estar por estos lares, como quiera que estoy seguro que sería yo quien decidiría mi meta igual como lo he hecho en esta oportunidad, sin pensarlo dos veces volvería a ser esposo y padre. En el primer caso, porque no me canso de agradecer a Dios que me haya obsequiado la mejor compañera de viaje largo, que durante  nuestros cuarenta y ocho años de matrimonio ha sido mi amada Nancy, quien me ha permitido vivir intensamente ese camino  de felicidad que disfruto… desde que la conozco; y en el segundo caso, porque como lo he dicho antes, el ser padre y abuelo para mí ha sido simplemente UNA HERMOSA AVENTURA que  disfruto y disfrutaré intensamente, cada día de mi vida.

Finalmente, debo recordar a los padres que desde que nacen hasta que mueren nuestros hijos deberían estar dentro de nuestras prioridades, ya que independiente de su edad, ellos siempre esperan de nosotros esa mano amiga o esa palabra orientadora de quien, como lo he expresado antes, los trajo al mundo sin su permiso, pero con el compromiso de solidaridad, respeto y consideración… por siempre.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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FE Y PROACTIVIDAD

Los términos FE y PROACTIVIDAD siempre han caminado juntos al lado de toda persona exitosa, independiente de cual fuere el caso o circunstancia personal de que se trate. Hoy la  Psicología Positiva ha probado que hasta en los procesos de sanación de una enfermedad, la fe y la proactividad  ya  son  no solamente convenientes sino indispensables.  Aquellos apotegmas bíblicos de que “… la fe mueve montañas…”  y “…dame tus palabras y yo te daré mis obras…” son una realidad a favor de cualquier aspiración humana. Cuando digo que caminan juntos es porque únicamente la fe  no es suficiente si no se acompaña de la actividad constante y  entusiasta,  que  permite lograr la meta que nos proponemos. Es por eso que cuando hablamos de alguien que es proactivo, incluimos en dicho vocablo la fe, la disciplina, la constancia, el entusiasmo, la creatividad,  y muy especialmente, la confianza en sí mismo, que adicionamos al duro trabajo para encontrar y administrar debidamente los elementos y/o factores que fueren más convenientes o necesarios, en cada caso.

Considerando -como es cierto-  nuestra vida es elemental, porque fuimos diseñados de tal manera que tenemos  una especial capacidad para adaptarnos a cualquier ambiente o situación que se nos presente, no es fácil entender como algunas personas no terminan de asimilar que es en y dentro de sí mismos, donde se encuentran los elementos necesarios para lograr una vida integralmente dispuesta a la felicidad, cuales como antes hemos comentado, es la fe en nosotros  mismos como principales actores de nuestra propia vida, el elemento decisivo para lograr el éxito propuesto. De nada sirve la formación académica o cultural de cualquier género, si  no nos  convencemos de  nuestra capacidad para superar los escollos que se  presenten y por encima de ellos adelantar y lograr nuestras propuestas.

En tal sentido, igualmente de nada sirve un título o certificado de conocimiento particular, si no lo  utilizamos como canal para regir una conducta proactiva.  Es  que el Universo, del cual formamos parte, es sinérgico,  y como consecuencia, somos… energía; por lo cual, en tanto y en cuanto actuemos con el convencimiento de esa energía que nos hace proactivos, sin duda alguna seremos exitosos. De igual manera, si no ponemos en movimiento esa misma energía, alimentada por la fe, la confianza y el optimismo que nos alimenta para enfrentar cualquier evento o circunstancia, jamás alcanzaremos con suficiencia el logro de nuestras ambiciones. No se trata de un asunto de tiempo sino de persistencia, disciplina, confianza  y  diligencia. Debemos estar permanente y  absolutamente convencidos, que no  fuimos hechos para el fracaso, la mediocridad o la infelicidad,  sino que, por el contrario, como alguien lo escribiera, “Vinimos a este mundo, condenados a ser felices.”; que es como decir:  especialmente dispuestos a lograr el triunfo y la felicidad en una vida buena, que nos merecemos.

Asimismo, en lo social que conlleva el amor, la amistad, la familia y el éxito económico,   son más importantes que el género o la belleza física, la genialidad con que utilicemos nuestras características personales originarias, la cultura adquirida y la aplicación adecuada de las buenas experiencias propias y ajenas que nos dan los años vividos,  en el progresivo desarrollo de nuestras relaciones cotidianas. Somos parte de la gran familia humana, por lo cual, no basta con ser un buen médico, abogado, empresario  o artista para lograr el éxito integral,  si no introspeccionamos la necesidad de nuestros congéneres de ser tratados con respeto, consideración, sensibilidad y solidaridad con sus propias causas e identidad individual, lo cual requiere de empatía para ponernos siempre en el lugar de los demás y de tal forma idear cual sería nuestra propia reacción emocional si estuviésemos en  su caso.  Es considerando  y aplicando apropiadamente todos estos factores como podemos llamarnos con propiedad, agentes de progreso de una sociedad, todos los días más  orientada a la tecnología,  y por tanto necesitada de promotores de  fe y  proactividad, en función del bienestar supremo de todos los integrantes de esa misma sociedad a la cual pertenecemos.

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LA EDAD Y LA VIDA

Releyendo en alguna parte, encontré una anécdota sobre Galileo Galilei, cuando ya teniendo su barba blanca, unos amigos le  preguntaron ¿Cuántos años tienes? Y él les respondió ocho o diez años. Por tal respuesta le replicaron asombrados: ¿Cómo es eso? Y Galileo les replicó.  “…los años que tengo son los años que me quedan por vivir, porque los ya vividos ya no los tengo, como no tengo las monedas que se han gastado, todos ya se fueron.” Meditando sobre esta respuesta, tengo que llegar a la conclusión que ciertamente, los años que tenemos son los que nos quedan que vivir  y no los que ya hemos vivido, porque los vividos son como el agua que pasó bajo los puentes: pasó y no volverá, así como los años pasados no volverán y nada puede hacerse sobre ellos.

Entonces los años que son míos, como lo dijera Galileo, son los que me faltan por vivir, y por tanto, son esos años que me quedan los que deben ocuparme; vale decir, que voy a hacer con ellos y en ellos, pero como no sé cuantos serán, en realidad tengo que referirme, o mejor dicho,  a los días, horas, minutos y… segundos. Me corresponde pensar que voy a hacer en ellos y con ellos; sin duda alguna para procurar  mi mayor felicidad, la de mi entorno íntimo, y en general como cristiano, en mis semejantes.

De tal manera debo amar intensamente cada minuto y disfrutar con fruición las múltiples bendiciones que Dios puso para mí sobre esta tierra. Como siempre he sido un enamorado de la vida, ahora más que nunca, sobre la base de la citada reflexión me corresponde ser más amoroso con las personas que amo y manifestarle en cada ocasión posible ese amor que tengo por ellas. Asimismo, me corresponde dar lo mejor de mí en todo lo que hago, que es como decir que debo hacer todo con más pasión que nunca, sintiendo el placer de ser  útil y solidario con las personas; recordar a cada momento que el tiempo se agota y no puedo desperdiciarlo, sino… vivirlo. Ahora tengo que pensar que todo pasará, como han pasado mis años vividos; por tanto me corresponde disfrutar haciendo las cosas con amor y viviendo cada momento con emoción especial; debo aceptar que lo único que quedará de mí será el amor y los buenos actos que de mi recuerden las personas y, especialmente, mis seres queridos.

Venturosamente, como soy escritor, ahora más que nunca me corresponde escribir sobre lo bello de la vida, que he vivido y lo maravillosa que puede ser la existencia para cualquier persona que comprendiendo lo limitado de su vida,  entienda que solo amando, manifestando el amor y   haciendo el bien en cada momento, podemos sentirnos realizados física y espiritualmente. Esto conlleva aceptar la diversidad humana, respetar la individualidad, introspeccionar la obligación que tenemos quienes tenemos acceso y utilizamos los diferentes medios de comunicación, como personas felices, de procurar que los demás entienden que es posible serlo, porque depende de nosotros y de nadie más.

En el mismo sentido, nos corresponde pensar que algo que pareciera elemental para nosotros, pudiera ser que para otros pareciera muy complicado; por ejemplo, aquellos que dicen como su aporte a algún problema que sufren: “…estoy preocupado por tal o cual asunto…”, sin considerar que su preocupación, realmente, nada positivo aporta a la solución del problema, sino que, por el contrario, estar preocupado afecta su mente y su capacidad de resolver algo. Por lo cual no sirve de nada estar preocupado, sino que en vez de tal, debemos no preocuparnos sino ocuparnos de cómo solucionarlo; pero sin preocupación, sino actuando con diligencia, confianza, positividad y fe: con la mente despejada,   lo cual no es fácil si nos encontramos preocupados.

Igualmente, el odio, el rencor,  los malos deseos, las maldiciones, no hacen daño a quien se le profesan, sino que nos ensucia el alma, retarda nuestro crecimiento espiritual y entorpece recuperarnos de cualquier   mala acción que nos haya producido  alguien. En cambio, el amor, el perdón, la bendiciones, la caridad y poner las malas situaciones que no podemos resolver en las manos de Dios, nos ayudan a recuperarnos  física y espiritualmente de cualquier inconveniente que alguien nos produzca. Pero lamentablemente, pocas personas pueden procesar esta realidad que para  nosotros es obvia.

Por todo eso, estamos obligados a insistir hablando y escribiendo sobre estas verdades, que parecieran elementales, pero que   muchas veces  hacen la diferencia entre la gente triunfadora y feliz, y aquellos que se consideran perdedores e infelices por no lograr algunas de sus metas, sueños o ambiciones.

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                   LAS FIERAS SOLO MATAN POR HAMBRE

MUERTOS EN  LA GUERRA

Titulares de Prensa y Televisión precisan que fue volado, por los rebeldes ucranianos, un avión de pasajeros de la línea Aérea Malaysia Airlines, donde murieron doscientas noventa y ocho personas: hombres, mujeres, niños, ancianos y algunos científicos y estudiantes voluntarios, que viajaban a una Convención sobre el VIH; paradójicamente, para salvar vidas humanas.

En Siria, Egipto, Irak e Irán, por citar algunos países musulmanes del Medio Oriente, en el nombre de Alá (Dios), por cuestiones meramente religiosas, Shiitas matan a Sunitas y al contrario; los israelitas matan palestinos, y viceversa, por tomar la parte de un territorio; en varios países africanos, por motivos religiosos y/o terrorismo puro, asesinan indiscriminadamente, ancianos, mujeres y niños, la gran mayoría… inocentes; nuestros vecinos colombianos, se matan por lo que se inició como diferencia ideológica política, pero que hoy se transformó en grupo de secuestradores y narcotraficantes, donde también la mayoría de los muertos son campesinos o personas… inocentes; y aquí, en Venezuela, la prensa anuncia, extraoficialmente, que al día ocho de Junio de este año, ya habían más de Cinco Mil Muertos, para robarles, por ajuste de cuentas o sicariato; en el 95% de los casos, los muertos también eran inocentes que transitaban por donde se suponía deberían estar más seguros: SU PATRIA.

Con el alma arrugada, siento que el hombre se ha convertido en medio de muerte, que matan de forma indiscriminada e inhumana, sin consideración de género, edad o nivel social; y entonces me imagino las selvas de esos países, donde conviven tigres, leones, cocodrilos, serpientes venenosas, pero ninguno de ellos mata a otro de su especie; porque las especies irracionales, como las citadas, matan otras especies inferiores para alimentarse, porque si no lo hacen… perecen. Pero el hombre, que tiene raciocinio, que piensa, medita, evalúa, pero además heredó de Dios la inteligencia… mata al hombre; y no lo hace por hambre o para sobrevivir, sino por codicia, odio, envidia, resentimiento, cual es todo contrario a los principios y valores intrínsecos de nuestra especie.

¿Hasta cuándo vamos a parar? ¿Qué hay que hacer? ¿En qué recodo del camino de nuestro desarrollo se quedó la sensibilidad y solidaridad humanas? ¿Seguiremos actuando como humanos o preferimos convertirnos en bestias? Es un problema grave, internacional, nacional… colectivo; y como ciudadanos del mundo no podemos hacernos de la vista gorda ante tanta barbarie, so pena de convertirnos en conniventes de un silencio… cobarde y culpable.

 

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SOLILOQUIO

FODO DEL CIELO

La bruma fresca, acogedora… amiga, sobre mi cara con su sensación especial de abandono, de flotar sobre la brisa, por encima del mundo…real; de sus pequeñeces, que hacen gigantes quienes no comprenden lo elemental, sencillo y fácil de… vivir. Mi cuerpo astral volando sobre el pasto, montañas, el suave mar; y las mariposas, saltamontes y otros insectos, en arrullo casi inaudible pero sonoro… tierno, dando gracias a Dios por esos segundos que, eran una nueva sensación de vida, en ese espacio eterno de milésimas de segundo que, ocasionalmente, abre nuestra mente y alma, a una dimensión que vive con nosotros y no acabamos de percibir… dónde.
¿Dónde andaba? ¿En las altas colinas de Aspen observando con deleite el amarillento color de las hojas de otoño, que en cascada dan su más hermoso tributo de adiós al valle, entregando con amor su vida, para dar nueva… vida? O… ¿Sobre la cima de una gigantesca palmera perdida en el mar de los Sargazos, donde las aves marinas, con sus alas en acto de oración llegan… de no sé dónde?
No sé si era una visión o un sueño, nacido de la urgencia de mi alma de escapar de esa angustiosa diatriba dolorosa de todos los días, donde las muchas bendiciones de Dios transforman en algo banal, mientras las pocas carencias agigantan en la mente de los incrédulos, negativos, sin fe ni esperanza, que no entienden que el tiempo de Dios es perfecto y que sólo El sabe lo que realmente nos conviene en cada momento.
El canto de las aves, el grito de los niños y un patinador que casi me atropella en mi diaria caminata por el parque me sacaron de mi fantasía. No dormía, ni soñaba; sólo mi mente, por esa rendija imperceptible que cada 25 segundos abre nuestra mente, escapaba a otra dimensión, donde todo es más liviano, simple, menos… complejo; y lo vives, sin tiempo ni espacio.
Al volver a la realidad, todo estaba más claro, más alegre, más fresco, más amigable… más humano. El pasto mojado del camino con su olor de invierno; la mirada relajada y segura de los ancianos… que lo han visto todo; las parejas tomadas de las manos, viviendo su propio sueño; y los niños con sus pelotas sin temor a perderlas, me rotulaban un nuevo mundo: mi mundo, el verdadero, sugerente, esperanzador; el que quiero vivir y… viviré siempre.

 

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He atravesado Venezuela desde La Guaira hasta Cararabo en Apure; he viajado desde Sichipés en la Goajira, hasta Quita Calzón en el Estado Amazonas; los llanos, los Andes, el Centro. En todo el territorio nacional conocí y traté gente sencilla, pero amable; pobre o rica, pero digna; académicos, estudiantes, autodidactos o sin educación formal, pero gentiles. En general, los venezolanos con quienes conviví eran atentos, generosos, amables, amistosos y… bien felices. Bastaba  conocer una persona, para ya considerarla una relación positiva, por no decir… amiga; siempre dispuestos a compartir sin recelos ni temores.

Hoy, en un gran número e independiente de su edad, cultura o posición social, nos hemos hecho irascibles, maliciosos, poco amables, estresados, materialistas, menos felices, y si se quiere… peligrosos.

En las colas de los bancos o del tránsito, todos apurados, nerviosos, mal humorados y hasta furibundos. Las ofensas por cosas nimias, como esperar prudentemente en el semáforo para avanzar, darle paso a un peatón o mantener una velocidad razonable, trátese de un caballero o una dama, nos convierte en acreedores de calificativos irrepetibles.

Cuando una lata de refresco convertida en proyectil sale por la ventana de una lujosa camioneta; un transeúnte en vez de pasar por el rayado para peatones destruye los jardines viales;  delante de mí los conductores de autobús sueltan un pasajero en mitad de la vía, poniendo en riesgo su vida y mi seguridad; un motorizado policial sin ninguna urgencia transita en contravía, exponiendo a conductores y transeúntes, barrunto que algo anda muy mal.

¿Qué nos sucedió?

¿Dónde se quedó nuestra decencia y formación, recibida en el hogar?

¿Dónde el respeto y amor por las personas, especialmente los niños y los ancianos?

No lo sé, pero tampoco lo entiendo. Me niego a aceptar que nos estamos convirtiendo en gente desagradable, desconsiderada, vulgar, malhumorada, grosera, malintencionada, resentida, envidiosa, y consecuencialmente… malos ciudadanos.

Tenemos que aquietarnos, revisarnos, y si es posible repensarnos. Quizás debamos hacer una reingeniería de nuestra vida, para poder disfrutar –aún con todos sus males- de  uno de los últimos refugios del mundo; con hermosos paisajes, clima envidiable y… mil oportunidades.

No es difícil recuperar el amor, la consecuencia, la paciencia, la generosidad y la alegría. Solo hace falta convicción del compromiso con esta bendita tierra que nos ha dado todo, para ser merecedores de llamarnos con verdadera cualidad y orgullo: venezolanos.

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«LA PAREJA LA CONSTITUYEN DOS Y AMBOS DEBEN APORTAR LO MEJOR DE SI PARA MANTENERLA FELIZ.»

El tema de la temporalidad en el enamoramiento, es algo que ha preocupado al hombre desde que descubrió su capacidad de amar. Tal inseguridad ha signado la vida de muchos enamorados, y en algunos casos de manera obsesiva, restando efecto al disfrute pleno del amor de pareja.

Una conseja generalizada, pero no por eso cierta ni aplicable a todos los casos, deja constancia de que nada es permanente en esta vida. Bajo esa premisa, algunas relaciones amorosas nacen marcadas con el temor de esa sentencia, divulgada por aquellos que no supieron o pudieron mantener su amor activo, fresco y renovado, cuales son condiciones indispensables para su permanencia.

No es lógico que dos que se aman, tanto que dejan su entorno originario y familiar para constituir unión aparte e independiente; que aportan lo mejor de sí mismos en el más emocionante e interesante proyecto de su vida, fatalmente tengan que decaer en sus emociones, sensaciones y sentimientos de atracción, satisfacción y realización mutuas.

La unión se produce por el deseo de estar siempre juntos, por tanto lo racional es que ya en el mundo de una realidad compartida, ambos descubran sus virtudes, que beneficiarán la relación y detecten los defectos que, también juntos tratarán de hacer menos trascendentes, para equilibrar la relación.

En la intimidad, la tendencia es a fortalecerse mediante el aporte mutuo del amor, la ternura, la comprensión, la aceptación, la buena comunicación, el reconocimiento, la sexualidad y la lealtad, para sentir que ya no están solos, sino que conforman una unidad, frente a un mundo que harán vibrante y agradable, en la medida de su capacidad de mantener esos valores de pareja.

Es que como seres humanos gregarios, civilizados y sociables, individualmente somos incompletos; tanto que es indispensable la unión de ambos sexos para mantener la especie, y mediante la práctica del amor mutuo edificar nuestra felicidad.

No tiene ninguna razón valedera que debido a la cercanía e inmediatez que produce la unión, que posibilita el conocimiento y el compartir nuestra cotidianidad, el amor pueda afectarse o disminuir. Por el contrario, la cercanía diaria, hace cotidiano trato diario tierno, consecuente, respetuoso, considerado, solidario; de comunión sexual y de otros sentimientos que aportan a la intimidad familiar.

Otra cosa diferente es que alguno de los integrantes no entienda la esencia del hacer pareja y acceda para obtener algunos beneficios, pero con la intención de continuar, parcialmente, haciendo vida de soltero. En ese caso la relación no tiene posibilidad de mantenerse, porque la pareja la hacen dos, con idéntica entidad de principios, entusiasmo, ambiciones y… compromiso. Si uno de los dos falla se rompe el equilibrio y la relación se trunca; pero no por que fatalmente tenga que ser así, sino porque una institución integrada por dos elementos, que de suyo es frágil, no tiene posibilidad de mantenerse como tal con el concurso de uno solo.

Como integrante de feliz pareja puedo dar testimonio de que sí se puede mantener y disfrutar del amor conyugal por siempre. Al menos en mi caso, luego de 39 años viviéndolo intensamente, no tengo ninguna duda de que así será hasta el fin de mis días.


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