
Releyendo a mi admirado poeta Pablo Neruda, encontré unos versos muy cortos, sobre los cuales vale la pena reflexionar; este nunca olvidado poeta escribió: “De la vida no quiero mucho. Quiero apenas saber que intenté todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé lo que valía la pena y perdí apenas lo que nunca fue mío.”, texto que sin necesidad de grandes análisis nos indica que nuestra vida es elemental, por lo cual no requiere de grandes esfuerzos o sacrificios, para lograr una existencia grata.
Independiente de la admiración que durante toda mi vida he profesado por la obra de Pablo Neruda, me identifico plenamente con el contenido íntegro de este poema, porque como él, de la vida no he querido mucho más allá de lo necesario para ser feliz y hacer felices –o contribuir a ello- a todas las personas que se crucen en mi vida. Como consecuencia, luego de unas cuantas décadas en las cuales he sido muy feliz, independiente de que he tenido momentos difíciles y enfermedades graves que superar, mi felicidad corresponde a mi diligencia en hacer todo lo que esté a mi alcance para alcanzar las metas, que de cualquier manera pueda contribuir a mi bienestar o el de mis semejantes; lo cual podría equivaler a lo que señala el poeta como “…intenté todo lo que quise”.
En este mismo orden de ideas, he logrado obtener todo lo que he deseado por mis propios medios y de forma lícita, sin lamentarme nunca de lo que no pude obtener, quizás por mi creencia de que todo lo que sucede –negativo o positivo- siempre tiene una razón, lo cual podría equipararse a lo que el poeta señaló como “…tuve todo lo que pude …” Igualmente, yo amo lo que considero conveniente y necesario a mis fines, que como antes lo apunté, siempre estuvo orientado a mi felicidad y mi contribución al bienestar de la personas a mi alcance, lo cual de alguna manera, podría equiparase a las palabras de Neruda cuando dijo, “…amé lo que valía la pena…”
Respecto de la última parte de estos versos: “…y perdí apenas lo que nunca fue mío.”, debo comentar que no obstante los altibajos, tropiezos, caídas a las cuales siempre reaccioné levantándome y comenzando de nuevo, siento que no perdí ni dejé en el camino nada que fuera muy valioso para mí, sino que, como lo dijo Neruda, si alguna cosa perdí, realmente fue algo que “…nunca fue mío…”, por lo cual nunca me sentí afectado gravemente en mi fe y confianza en que todo en este mundo tiene alguna solución que es mejor o más positiva que el problema mismo.
Es que yo no tengo ninguna duda que nuestra vida es absolutamente elemental. En primer lugar, porque desde que podemos valernos por nosotros mismos, todo lo fundamental que requerimos para nuestra existencia física, siempre está a nuestro alcance, y personalmente estamos dotados de todos los elementos necesarios para acceder a ellos. En segundo lugar, como quiera que somos seres físico-espirituales, lo trascendental en nuestra vida para sentirnos con plenitud no es material, sino que corresponde a elementos intangibles como el amor, la solidaridad, la sensibilidad y la felicidad, cuales no es posible determinar desde el punto de vista físico, sino que corresponden a nuestra vida interior, lo que sentimos y creemos de nosotros mismos, sólo determinable en nuestro ser interno.
En una oportunidad, en un conversatorio donde me correspondió participar, alguien me manifestó su desacuerdo con mi criterio de que lo trascendental para la vida no era físico, por lo que me vi obligado a efectuarle la siguiente pregunta: ¿Considera usted que es cierto que existe el amor, la verdad y la alegría y que son trascendentales para la vida? A lo que el interpelado me contestó que sí consideraba que existían, así como que eran trascendentales para los seres humanos. Entonces le pregunté nuevamente: ¿Podrías señalarme físicamente alguna de estas cosas para verlas o tocarlas? Al responderme que no podía, simplemente aceptó frente a todos los asistentes, que yo estaba en lo cierto al asegurar que las cosas trascendentales para nuestra vida plena, realmente no eran físicas o materiales.
He vivido en países muy ricos como los Estados Unidos y en países muy pobres como Bolivia para los años Ochenta, y en todos he conocido gente en estado de miseria, de pobreza, de clase media y otros muy ricos; lo cual no me ha dejado duda de que es nuestra forma de pensar y ver la vida y las cosas, lo que incide en nuestra mentalidad para lograr el nivel de vida que somos capaces de imaginar y producirnos individualmente, de manera que esto nos prueba que no es tan difícil sobrevivir físicamente. Pues bien, como lo trascendental para vivir una vida buena, ya hemos demostrado que no es material o físico, sino que vive dentro de nosotros y/o corresponde a nuestra intelectualidad, tenemos que aceptar, que como lo aseguraba el filósofo contemporáneo Ortega y Gasset, somos nosotros y nuestra circunstancia, lo que determina nuestro nivel de vida en general.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com