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Archive for the ‘DIA DE JUBILO’ Category

A LAS PUERTAS DE LA MUERTE

Hoy fue una jornada dura para quien, como yo, vive por días y por tanto no puede permitirse ni unsegundo de tristeza, porque en mi corta vida de veinticuatro horas, no podría recuperarlo nunca.

En la TV, mostraron imágenes captadas por una cámara de amplio espectro, de los mineros chilenos que quedaron enterrados, en una mina de explotación de oro, bajo millones de toneladas de tierra, a setecientos metros de profundidad. Estaban barbudos, semidesnudos, con hambre, sed y… lágrimas en sus ojos.

Afuera madres, esposas, hijas y hermanos, cambiaban su amargo llanto hasta de hacía pocas horas, por dulces lágrimas de bendición y agradecimiento a Dios por el milagro de mantenerlos vivos.

Había seguido el proceso anterior con extraordinario dolor, compasión e impotencia, al verlos tan desvalidos, tan vulnerables, tan impotentes, tan… solos, que al conocer la noticia de su hallazgo, sentí tanta alegría como cualquiera de sus familiares.

Me sentí especialmente reconfortado cuando observé, que aún en las peores condiciones y gravemente afectados física y psicológicamente, mantenían su unidad, coraje, esperanza, y esa especial hermandad que genera el peligro común; siendo que, desde los resquicios de la muerte, tenían ánimo para gritar aquí estamos y a sus seres queridos: los amamos.

Quienes tenemos hijos o hermanos que amamos, vimos en el rostro en cada uno de estos desventurados, uno de los nuestros; de alguna manera, nos sentimos parte de ellos y si perecieran, moriría un poco de … nosotros mismos.

Esa tristeza y dolor experimentados como todo en la vida tiene una parte positiva, porque el dolor es un buen maestro al recordarnos la maravilla de no sentirlo. Quienes tenemos avanzadas edad, una labor cómoda y honesta que realizar en equipo con esa bella compañera de viaje largo; que tenemos toda mi familia viva y con riesgos infinitamente más pequeños que ellos; sentimos que todos nuestros supuestos problemas, no son más que nimiedades, comparados con esa gran tragedia de la cual algunos, pudiera ser que nunca lleguen a recuperarse totalmente.

Por eso, pido misericordia a Dios por ellos y por nosotros; para que los rescaten salvos, sanos y así todos mantengamos nuestra fe inquebrantable en su poder universal, cual es lo único capaz de darnos fortaleza espiritual frente a nuestra inmensa vulnerabilidad, en un mundo dinámico, imprevisible y donde los hombres por adquirir bienes materiales valiosos, sin considerar los riesgos, todos los días exponen la vida de sus hermanos.

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Para y por todas las madres del mundo en su día.

Hoy no es un día cualquiera. No podría serlo. La mañana se siente brillante, cálida, clara, llena de sol de primavera y atemperada por una brisa que viene de no se donde, acaricia nuestra cara, recordándonos que en algún sitio, en un recodo del camino, más allá o más acá, o más allá… del más allá, la madre siempre espera.

Hoy no celebramos qué o por qué vinimos a este mundo, sino cómo y por quién nacimos; porque una planta nace como un evento aleatorio, cuando una de muchas semillas que trajo el viento, que no se perdió en el espacio, germina en cualquier sitio de la tierra, por la sola condición natural y sin ningún cuidado especial. Del mismo modo, un animal irracional nace como producto de un acto natural instintivo por el coito de un macho y una hembra de su especie, sin ninguna motivación que no sea la de reproducirse ni sentimiento trascendente, porque la misma naturaleza dispuso todo para su subsistencia.

Pero los seres humanos nacemos indefensos y como etapa final de un proceso imbuido de los más puros y hermosos sentimientos. Nuestro proyecto de vida se inicia por el amor, se nos concibe en un acto de sublime amor, se nos mantiene nueve meses en el vientre con amor, nacemos dentro del mismo amor, por amor vivimos todos nuestros días, y con amor nos recibe Dios cuando cumplida nuestra misión sobre esta tierra, emprendemos el viaje del… regreso.

Hoy celebramos el amor, el máximo, ese que nace como un pedazo de una mujer maravillosa que se hace madre, cuyo papel no termina ni siquiera con su muerte, porque somos una parte de ella, físicamente muy importante, pero espiritualmente somos su esencia y continuamos con ella, o quizás, ella continúa con nosotros… por siempre.

Las madres son el lago y los hijos el agua que retoza en el vaivén de las olas, reflejados siempre en el espejo de su propia imagen. Es una unión simbiótica sin tiempo ni espacio. Sin dimensiones conocidas. Siempre existente.

Las madres nunca se van, no pueden irse, porque no es posible que una mano o alguna otra parte del cuerpo pueda vivir separada de el. La madre y los hijos somos un espíritu y partes de un mismo cuerpo. Por eso están aquí, allá y… más allá por siempre. Quienes no las tenemos físicamente, sabemos que las tenemos con nosotros porque las vivimos en el espíritu en esa otra dimensión desconocida, pero existente.

Todos tenemos madre. La vivimos, la sentimos, la respiramos; son esa parte del mundo que no se agota, que no se corrompe, que no conoce fin en el amor ni el sacrificio; que ama con el corazón dentro y las tripas afuera, más allá de su propia capacidad, del tiempo, del espacio y de la vida terrenal.

Las madres viven por siempre. Se mimetizan en el tiempo y en las estaciones. Reflejan en la mirada de los niños, en la lozanía de las flores en las mañanas brillantes de primavera, en las mojadas noches de invierno, en la caída de las hojas en las grises tardes del otoño y en el ardiente sol del verano.

Las madres son eternas como eterna es nuestra alma. Son privilegiadas y consentidas de Dios, porque son inolvidables. No importa cual sea nuestra obra, seguramente seremos olvidados en poco tiempo, pero las madres no. Desde que nacemos las amamos y cuando morimos nos las llevamos en el recuerdo. Simplemente, son inolvidables y nos marcan con su seña de amor, por siempre.

Las madres son tan bellas que rompen los esquemas de la moda y la concepción individual de la belleza. Todas son bellas. No importa sin son jóvenes, maduras o ancianas. Su dulzura y ternura, desvían las etiquetas o paradigmas sobre la belleza: todas son tan bellas. Igual la blanca, que la negra, que la asiática, que la india. Todas son tiernas, dulces y… bellas.

Basta mirar una mujer con un niño de la mano o en los brazos, para que toda la ternura del mundo invada nuestra alma. Es el paso del amor que arrulla la vida. Es la esperanza que dice: aún estoy aquí. Es el ayer que se hace hoy para decir hasta… siempre. Es Dios diciéndonos que todavía está con nosotros.

Hoy es día de júbilo, de alegría, de risas y canciones, porque las madres están aquí. Todas están aquí a nuestro lado. No importa si algunos no las vemos, pero están aquí. Siempre lo han estado. Nunca se han ido. No pueden irse. No pueden dejar lo que tanto aman. No pueden separarse de sí mismas. No es posible.

No caben hoy las lágrimas ni los ingratos recuerdos. No sería justo. Sería como aceptar que algunas ya no están porque son pasajeras, que no son eternas y eso no es cierto. Nuestras madres viven con nosotros desde antes de nacer y continúan toda la vida, y… luego de esta vida. Igual la de Jesús que la de Judas. Igual la del pobre que la del rico. La del alegre que la del afligido. La del enfermo que la del sano. La del preso que la del hombre libre. La del niño que la del Anciano. Todas vinieron para quedarse y acompañarnos…por siempre.

Las madres son excepcionales porque son como los árboles y nosotros su fruto. No hay fruto sin árbol, pero si pueden haber árboles sin fruto. De hecho todas las mujeres son madres, aunque nunca lleguen a tener hijos. Nacen madres y se mueren madres.

Amo a las mujeres como la representación de la belleza de Dios sobre la tierra. Tengo un especial respeto por ellas; más que por el automático respeto que me genera mi amor pasional por las que amo, porque en cada una de ellas veo una madre. Mi esposa, mis hijas, mis nietas y mis amigas. Todas, independiente de su edad o condiciones personales, las veo como madres y eso me hace amarlas, respetarlas y considerarlas aún más.

Por todo esto hoy, en este excelso día de las madres, en medio de sonrisas, música, regalos y muestras de ternura, quiero decirle a todas: GRACIAS, gracias por haber nacido mujeres, por haberme escogido en miles de millones de almas para traerme a este mundo; por hacerme su hijo; por haberme permitido sentir mi primer amor y contagiarme de el por siempre; por haber sido la fuente de esa ternura que me hace tan feliz; por haberme permitido conocer algo más que la sensación pasional de poseer, siempre esperando una respuesta. Por haberme enseñado que Dios existe y que somos uno con Él. Por haber imbuido en lo más profundo de mí ser los valores de la verdad que nos hace libres; el amor al prójimo, la aceptación de mis hermanos con su propia individualidad; la sensibilidad humana y la libertad, que me permiten parecerme un poco a ustedes y acercarme a Dios.

Pido en este día a mi Padre Celestial, una especial bendición para todas las mujeres por ser madres; y a las madres por ser súper mujeres. Pido que siempre, en todo momento, los hijos recordemos cuando no podíamos cruzar la calle y ella nos llevaba de la mano, porque pudiera que ahora, en los años de su vejez, en algunos casos, nosotros tengamos que hacer lo mismo por ellas, y eso realmente es.. un privilegio.

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