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Archive for the ‘SUBJETIDAD Y ABSTRACCION’ Category

Por motivo de la confidencia de una de mis lectoras, quien se lamentaba de que no se consideraba  bella, me siento obligado a escribir hoy sobre el tema de la belleza física, al menos desde la óptica de mi personal apreciación, tema sobre el cual, por cierto, mucho y en diferentes oportunidades se ha escrito. 

Sin duda, lo que para unos es bello pudiera ser que para otros no lo sea, porque la belleza es esencialmente abstracta, pero también especialmente subjetiva. Sin embargo, si algo pareciera mantenerse en el concepto mental de la belleza física, pareciera ser la armonía de las formas -que corresponde a patrones estéticos aprendidos- conforme la percibe el sentido de la vista.

Esa operación mental que deriva de nuestra observación de armonía física, dentro de nuestra actividad cognitiva, nos transmite sensaciones de placer cuando en su constante actividad comparativa, nuestro cerebro en nanosegundos, las relaciona con las cosas que estéticamente nos placen, trátese de imágenes de personas, paisajes o cosas, transmitiéndonos la sensación de belleza.

No obstante que este mismo fenómeno mental-cognitivo se produce también  en eventos captados por nuestro sentido auditivo, como las notas musicales, canto de los pájaros, susurro del agua en las fuentes, el viento en su ulular pausado en las noches, en esta oportunidad sólo me referiré a la belleza de las personas y específicamente de la mujer. 

 En principio, debemos observar que la belleza, normalmente, la relacionamos con placer, agrado, admiración, pasión o arrobamiento; inclusive en algunos casos con el éxtasis. Es por lo cual, la sensación de belleza tiene que ver en su mayor expresión, con la concepción ideológica integral del individuo. De allí que, sin temor a equivocarme, no obstante que acepto que la belleza es abstracta,  aseguro que es absolutamente subjetiva.

Existen patrones y etiquetas masivamente divulgadas sobre lo que, en determinada época,  se considera a nivel general como «bello», lo cual no tiene ninguna trascendencia para quien no tenga acceso a los mecanismos o  medios que lo divulgan. Así, el concepto de belleza de la figura de la mujer hace dos mil años, en la época del renacimiento, o en nuestro país para inicios del Siglo pasado, fueron y son bien diferentes, por ejemplo, a la concepción de la década de los sesenta, que ya comienza a variar en lo que va del Siglo XXI.

No obstante, para mí lo único que puedo determinar con certeza que es bello es aquello que personal e individualmente  me parece bello. Por tanto, y refiriéndome exclusivamente a la belleza física del cuerpo de la mujer, el que a otro parezca bello no tiene porqué parecérmelo a mi, ni viceversa.

Ese hecho evidente de la subjetividad de la belleza, trae por consecuencia que, ciertamente, nadie es bello ni feo en concreto, sino de forma abstracta. Porque quien me parezca fea, puede parecer bella a otra persona. De la misma manera, quien  me parezca bella, pudiera ser que a otro no se lo parezca.

Es esa la explicación por la cual todos los días vemos en la calle hombres o mujeres, conforme a los patrones y etiquetas generalizadas con características de bellos, felices del brazo de alguna mujer que conforme a tales patrones se considera fea, pero que a ellos les parece bellísima. Ajusto esta explicación a mi caso,  donde alguien no muy agraciado como yo, puedo tener una bella esposa como Nancy.

Nunca he creído en la conseja de que «La felicidad de las feas la envidian las bellas», precisamente porque no creo ni en feas ni en bellas. Creo en el amor, y el amor como es intangible, únicamente tiene alma que está signada por la ternura, generosidad, solidaridad, comprensión, aceptación, pasión, sentimiento,  y todo eso… es bello.

El amor es tan trascendente que solamente se interesa por el qué se es y no por el cómo se es.

Las personas que erróneamente no se consideren bellas, deberían revisar sus esquemas en cuanto a que lo importante no es ser bella, sino parecer bella para esa persona que interesa, y pueden tener la seguridad que cuando esa persona llegue, sin ninguna duda y sin  importar la ropa que lleve o el lugar donde se encuentre,  le parecerá muy bella.

En estos más de sesenta y siete años de vida, he recorrido mucho camino y observado atentamente a la gente. He visto gran cantidad de parejas denominadas por los insensatos disparejas, vivir muchos años enamoradas y felices. De la misma manera he conocido parejas, según esos mismos criterios,«bellas y armoniosas», vivir en permanente desastre sin lograr el tan ansiado objetivo de la felicidad conyugal.

Si de algo sirve a  quien hoy dirijo este escrito, que es a mis lectoras, les comento que la belleza, como la libertad y Dios, tenemos que sentirla para servirnos de ellos. Si somos capaces de sentirnos bellos, esa sensación podemos trasmitirla, precisamente a la persona que nos interesa. Lo cual por cierto no debería extrañar, porque los hijos se parecen a sus padres y como nuestro padre es Dios, quien por demás es bello, pues lo lógico es que nosotros seamos… muy bellos.

 

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