¿Cómo debemos vivir? Buena pregunta, que si la hiciésemos a cien personas, seguramente noventa por ciento nos darían diferentes definiciones, dentro de las cuales se reducirían a la parte física de comer, dormir, trabajar, recrearse de vez en cuando, y sentirse cómodos o poco aburrido con su pareja, amigos o familia. Pero, la vida, que para ser tal en el real sentido de la palabra, debería ser algo más que eso, porque está llena de eventos específicamente humanos como los sueños, retos, proyectos, decisiones y emociones; ya que, como seres racionales, vinimos al mundo con metas muy definidas e inherentes a nuestra especie, como por ejemplo ser útiles a nuestros semejantes, crecer espiritualmente todos los días, para de una forma continua ir avanzando progresivamente, hasta lograr la meta más deseada: lograr que ese diario caminar por nuestra existencia, cual es… SER FELICES.
A estos respectos tratados y a tratar, deberíamos vivir viviendo, que es como decir que, más allá de algunas limitantes que son absolutamente aleatorias, cuales vale decir, que en algunos casos van a depender de situaciones que están fuera de nuestro control, como algunos eventos naturales muy especiales como los terremotos, las guerras, e incluso, la misma muerte, cuyo efecto en casi todo los demás casos, dependerá de cual fuere la forma de cada uno, de ver la vida y las cosas. Así, por ejemplo, los resultados de los sueños, retos, proyectos y decisiones personales trascendentes, requieren de otros elementos o factores inmateriales que no pueden determinarse físicamente, como la confianza, la fe, la diligencia y la disciplina; cuales hibernan en lo interno de cada uno de nosotros, esperando ser activados por nuestra voluntad, para el logro del o los objetivos deseados.
Si consideramos que mirar la extraordinaria y variada belleza de las flores en la primavera; el vuelo de las multicolores mariposas en el aire; escuchar el hermoso y diverso trino de los pájaros sobre los árboles y en el cielo; el ruido cadencioso de los arroyos en las montañas y meandros en los ríos; el reconfortante eco del ir y venir de las olas sobre el mar, en los acantilados; la inocente risa de los niños en los parques; la sonora y arrulladora voz de los coros en las iglesias; los casi inaudibles pero constantes y repetitivos consejos de las abuelas; y la mágica voz de esa persona que escogimos para ser especial en nuestra vida, nuestra cónyuge, cuando nos obsequia la más hermosa bendición del alma: TE AMO.
Igualmente, regodearse con la belleza de las auroras en las mañanas, acompañados de un humeante cafecito mañanero; del crepúsculo en la tarde cuando el sol despide el día en el verano, al sabor de ese té especial y tranquilizante que tomamos antes de dormir; la belleza especial e incomparable de la nieve sobre los árboles en los inviernos, cuando degustamos el chocolate caliente que nos reconforta, son experiencias incomparables que vivimos intensamente y que, independiente de la temperatura, como nos lo preparan con tanto amor, nos llenan el alma de constante ternura.
Por todo esto, considerando que sólo he citado algunos placeres que otorga de forma gratuita a nuestros sentidos la naturaleza, porque también debería citar la literatura, el arte, etc., en este paso por esta vida física que, independiente de cuantos años vivamos en tan corto periplo, dejar de considerar y disfrutar de tantas cosas, eventos y situaciones, que como bendiciones Dios dispuso para nosotros sobre esta tierra, ciertamente sería un desperdicio injustificable de nuestro tiempo sobre ella; tanto, que equivaldría a asegurar que no logramos el privilegio, que sólo depende de cada individuo de…VIVIR VIVIENDO.
En verdad, no creo que se trate de un mundo nuevo lo que estamos viviendo hoy, porque al fin y al cabo el mundo siempre será el mundo, independiente de cual fuere el comportamiento de sus habitantes. Lo que sì debemos aceptar es que en esta época, las personas actúan de forma diferente a como lo hacían apenas cincuenta y hasta treinta años atrás.
Para quienes desde muy jóvenes entendimos la bipolaridad de los valores, pero que además las personas los interpretan y aplican, conforme al tiempo y el espacio donde y cuando se vive, no nos extraña que lo que nuestros padres -y aun a nosotros mismos, hubiésemos concebido de algún aspecto de la vida o las cosas- sea bastante diferente a lo que algunos habitantes del mundo actual lo asumen. Yo apenas sobrepaso las siete décadas de vida, pero acepto de buena gana que mis nietos y sus amigos, conciban y actúen en similares situaciones, bien diferente a como yo hubiera actuado. Es que el mundo es sinérgico, como lo es nuestra vida y consecuencialmente, nada debe ni puede estancarse, porque como lo decía Condorcet “El desarrollo empuja a los pueblos”.
A mí me parece, cuando menos risible, al escuchar señores de la tercera edad, criticando el comportamiento de los jóvenes, comparándolo con el suyo y deduciendo que estos jóvenes de hoy “…son una locura”o que“…cuando en mis tiempos”. Pienso que todas las épocas han sido buenos para vivir, en tanto y en cuanto se tenga la disposición personal de disfrutar intensamente cada instante de nuestra vida, sin subestimar o desmejorar a nadie, fuere menor o mayor; ser útiles dentro de lo posible a nuestros semejantes, independiente de su condición social, económica o de poder; amar y agradecer siempre, perdonando cualquier agravio; pero especialmente, siguiendo el consejo de Jesús de Nazaret, de pedir el pan de cada día –que involucra no sólo los alimentos sino nuestras necesidades integrales diarias, con toda la fe en que sin duda alguna Dios nos proveerá lo necesario.
Por otra parte, soy de los convencidos de que somos energía, positiva o negativa, pero somos energía; por lo cual nos corresponde ser proactivos, diligentes y confiados en nuestra capacidad de vencer cualquier obstáculo que se interponga entre nosotros y nuestra probabilidad más que posibilidad, de ser felices. Sin descuidar el principio de utilidad a mis semejantes que siempre ha guiado mi vida, me acogí a ese principio del Filósofo contemporáneo Ortega y Gasset cuando sentenció: “Yo soy yo y mi circunstancia”,en lo cual me ha acompañado siempre esa maravillosa compañera de viaje largo que es mi esposa Nancy, quien como yo, al pasar de unirnos a confundirnos en una sola persona, en los más de cincuenta años de conocernos y casi cincuenta como cónyuges, hemos hecho de ese principio una especie de cápsula invisible, donde nos protegemos de las personas tóxicas por su incredulidad, falta de humanidad, lealtad, comprensión y caridad; o simplemente indiferentes a problemas de los demás, que por cierto para nosotros no son tales, sino asuntos por resolver, por lo cual siempre estamos prestos a ver en que podemos ayudar a sus resoluciones.
Siempre he estado consciente de que así como la tierra rota sobre sí misma y se traslada, de la misma manera los seres humanos y nuestra circunstancia personal, siempre estará condicionada a los cambios conforme al tiempo y el espacio cuando y donde se desarrollen. Por esa forma de ver la vida y las cosas, en los años sesenta, cuando las mujeres decidieron subirse la falda y usar shorts en público sin ninguna gazmoñería; enfrentar al hombre por sus derechos y exigir su lugar en la sociedad, incorporándose sin chaperona a una discoteca así como ingresar a la universidad, a cualquiera de las carreras que se creían como exclusivas de los hombres, para mí no fue sorprendente sino plausible. Quizás por eso, como quiera que mi carrera de abogado la hice a los cuarenta y dos años, las niñas de entre veintidós y veinticinco años que estudiaron conmigo, a quienes yo doblaba en años, sin subestimar su sexo o su edad, siempre traté con consideración y respeto, por tanto fueron y siguen siendo mis buenas amigas, a quienes siempre entendí perfectamente –y de quienes por qué no decirlo- aprendí cosas nuevas que me sirvieron, tanto en el ejercicio de mi nueva profesión así como en mi vida personal.
Finalmente, manifiesto que la intención de escribir estos renglones, no es otra que la de insistir en que el mundo ni el tiempo cambian, sino que los que cambiamos somos nosotros, los seres humanos, como consecuencia de lo anotado antes; del cambio de los valores, que tienen que ver con el tiempo y el espacio en que se suceden los eventos de nuestra cotidiana vida. Por eso la gente de la llamada tercera edad, deberíamos en vez de criticar, alabar el entusiasmo de los jóvenes, su valor de enfrentar los retos diarios; entre otros, estudiando un sinfín de materias en las escuelas y universidades, que quizás nunca lleguen a utilizar, porque la tecnología avanza demasiado rápido, mientras la mentalidad de los profesores, con cara de intelectuales y discursos tontos, sigue siendo de carácter repetitivo, sin considerar ni estudiar ellos diariamente, cómo algunos conocimientos se hacen caducos a muy corto plazo y pudiera que ya no sean para los estudiantes convenientes, pero aún menos… necesarios.
Releyendo a mi admirado poeta
Pablo Neruda, encontré unos versos muy cortos, sobre los cuales vale la
pena reflexionar; este nunca olvidado
poeta escribió: “De la vida no quiero mucho.
Quiero apenas saber que intenté todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé
lo que valía la pena y perdí apenas lo que
nunca fue mío.”, texto que sin necesidad de grandes análisis nos
indica que nuestra vida es elemental, por lo cual no requiere de grandes
esfuerzos o sacrificios, para lograr una existencia grata.
Independiente de la admiración que durante toda mi vida he
profesado por la obra de Pablo Neruda, me identifico plenamente con el
contenido íntegro de este poema, porque
como él, de la vida no he querido mucho más allá de lo necesario para ser feliz
y hacer felices –o contribuir a ello- a
todas las personas que se crucen en mi vida. Como consecuencia, luego de unas
cuantas décadas en las cuales he sido muy feliz, independiente de que he tenido
momentos difíciles y enfermedades graves que superar, mi felicidad corresponde
a mi diligencia en hacer todo lo que esté a mi alcance para alcanzar las metas,
que de cualquier manera pueda contribuir a mi bienestar o el de mis semejantes;
lo cual podría equivaler a lo que señala el poeta como “…intenté todo lo que quise”.
En este mismo orden de ideas, he logrado obtener todo lo que
he deseado por mis propios medios y de
forma lícita, sin lamentarme nunca de lo que no pude obtener, quizás por mi
creencia de que todo lo que sucede –negativo o positivo- siempre tiene una
razón, lo cual podría equipararse a lo que el poeta señaló como “…tuve todo lo que pude …” Igualmente, yo amo lo que considero
conveniente y necesario a mis fines, que como antes lo apunté, siempre estuvo
orientado a mi felicidad y mi contribución al bienestar de la personas a mi
alcance, lo cual de alguna manera, podría equiparase a las palabras de Neruda
cuando dijo, “…amé lo que valía la pena…”
Respecto de la última parte de estos versos: “…y
perdí apenas lo que nunca fue mío.”,
debo comentar que no obstante los
altibajos, tropiezos, caídas a las cuales siempre reaccioné levantándome y comenzando de nuevo, siento que no perdí ni dejé en el
camino nada que fuera muy valioso para mí, sino que, como lo dijo Neruda, si
alguna cosa perdí, realmente fue algo que “…nunca fue mío…”, por lo cual nunca
me sentí afectado gravemente en mi fe y confianza en que todo en este mundo
tiene alguna solución que es mejor o más positiva que el problema mismo.
Es que yo no tengo ninguna duda que nuestra vida es
absolutamente elemental. En primer lugar, porque desde que podemos valernos por
nosotros mismos, todo lo fundamental que requerimos para nuestra existencia
física, siempre está a nuestro alcance, y personalmente estamos dotados de
todos los elementos necesarios para acceder a ellos. En segundo lugar, como
quiera que somos seres físico-espirituales, lo trascendental en nuestra vida
para sentirnos con plenitud no es material, sino que corresponde a elementos
intangibles como el amor, la solidaridad, la sensibilidad y la felicidad,
cuales no es posible determinar desde el punto de vista físico, sino que
corresponden a nuestra vida interior, lo que sentimos y creemos de nosotros
mismos, sólo determinable en nuestro ser interno.
En una oportunidad, en un conversatorio donde me correspondió
participar, alguien me manifestó su desacuerdo con mi criterio de que lo
trascendental para la vida no era
físico, por lo que me vi obligado a efectuarle la siguiente pregunta:
¿Considera usted que es cierto que existe el amor, la verdad y la alegría y que
son trascendentales para la vida? A lo
que el interpelado me contestó que sí consideraba que existían, así como que eran trascendentales para los
seres humanos. Entonces le pregunté nuevamente: ¿Podrías señalarme físicamente
alguna de estas cosas para verlas o tocarlas?
Al responderme que no podía, simplemente aceptó frente a todos los
asistentes, que yo estaba en lo cierto al asegurar que las cosas
trascendentales para nuestra vida plena, realmente no eran físicas o
materiales.
He vivido en países muy ricos como los Estados Unidos y en países muy pobres como Bolivia para los años Ochenta, y en todos he conocido gente en estado de miseria, de pobreza, de clase media y otros muy ricos; lo cual no me ha dejado duda de que es nuestra forma de pensar y ver la vida y las cosas, lo que incide en nuestra mentalidad para lograr el nivel de vida que somos capaces de imaginar y producirnos individualmente, de manera que esto nos prueba que no es tan difícil sobrevivir físicamente. Pues bien, como lo trascendental para vivir una vida buena, ya hemos demostrado que no es material o físico, sino que vive dentro de nosotros y/o corresponde a nuestra intelectualidad, tenemos que aceptar, que como lo aseguraba el filósofo contemporáneo Ortega y Gasset, somos nosotros y nuestra circunstancia, lo que determina nuestro nivel de vida en general.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com
Como Todo en nuestra vida, el más alto porcentaje de lo que nos acontece corresponde a nuestra elección personal; así tenemos unos vecinos que son muy alegres; otros taciturnos y con cara de amargados; un médico muy pausado; una dama muy agradable, positiva y se nota segura de sí misma; el trabajador que arregla la electricidad que tararea una canción; el plomero que saluda alegremente o la chica que limpia que nos mira con recelo. Asimismo, todos los días tropezamos con niños juguetones, alegres, circunspectos, llorones o simplemente, indiferentes; en la calle saludamos personas que responden con una sonrisa, con un muy buenos días, otros con cara de acontecidos y otros que responden con un murmullo; una anciana con su bastón en la mano que lentamente cruza la calle, pero en sus ojos se nota la alegría de haber vivido… tanto; en la acera, otra señora también de edad que ve para todos lados recelosa y con cara de susto.
Llegamos al trabajo y allí una recepcionista alegre que nos da los buenos días; en otro escritorio un hombre joven con cara de intelectual, pero que habla como tonto; más adelante otro empleado que sobre su computador se aisla de todo y… de todos; al final, un Gerente que considera a todos los empleados su equipo e inteligentemente los trata con cariño y respeto, haciéndoles sentir que son muy importantes, independiente de cual se la labor que desarrollan, y que sin ellos la Empresa no podría adquirir el éxito que tiene.
Cuando sales o regresas a tu casa, te despide o recibe una esposa amorosa o una madre que te abraza y dice Dios te bendiga, o por el contrario, en ambos casos no sientes amor sino indiferencia y la tendencia seudo paranoica en cuanto a lo que te puede suceder en el día. En verdad, nuestra vida es tan elemental, que nos permite ser nosotros y nadie más quien decide que color le damos a nuestra vida. Podemos tomar cada año de edad como un regalo de Dios, que nos permite disfrutar más tiempo de las miles bendiciones que El puso sobre esta noble tierra para nosotros, o como un peso sobre nuestros hombros, que en la medida que aumenta es más difícil de llevar. Por eso es tan importante aceptar que nuestra vida se reduce a la inter relación diaria con los demás seres humanos; porque, para bien o para mal,HOY ES LO UNICO QUE ES NUESTRO; ayer es un muerto y mañana no ha nacido, lo cual es como decir: por ayer NO PUEDO HACER NADA y por mañana lo único que puedo aportar es HACER LAS COSAS BIEN HOY.
En el mismo sentido de todo lo antes expuesto, tengo dos posibilidades: o realizo todo acto o acepto cada hecho de mi existencia para ser feliz, haciendo de la incertidumbre un reto a vencer para lograr mis propósitos, y seguramente lo logro; o por el contrario, me lleno de inseguridad, falta de fe, temor, permito que baje o bajen mi autoestima, por lo cual el pronóstico es que tu vida será oscura y nunca conocerás el bello ambiente de la primavera, siendo muy doloroso ese pequeño pedacito de la vida que es lo único tuyo: EL HOY, quetranscurrirá en el borroso otoño u oscuro… invierno.
Luego de todo lo dicho, procede preguntarnos: si ciertamente somos tan diversos e individuales, pero además de diversos orígenes, género y cultura… ¿Qué define nuestra felicidad? sin vacilar, debemos responder: NUESTRO ESTADO DE ANIMO; vale decir, del color que nosotros damos a lo que nos rodea; lo que sentimos que somos nosotros mismos, y muy especialmente como percibimos a nuestros hermanos humanos, su forma de actuar en esa inter relación permanente que hace nuestro diario batallar por lograr una vida mejor. Como consecuencia, cada uno de nosotros decide cual es la vida que desea tener: buena, mejor, peor o… infeliz.
Desventuradamente para quienes no han meditado a profundidad sobre lo escrito, no existe ningún mecanismo, factor o medicamento conocido que supere la auto decisión. Es por lo cual, entre el que hurga la basura en busca de alimento, el que trabaja ocho o más horas para lograr su sustento familiar, el académico que dedica su vida a enseñar lo que sabe a los demás, el que ostenta el poder, la riqueza o la fama, lo único que diferencia su éxito o fracaso lo es, indefectiblemente, su capacidad para entender que nada ni nadie puede hacer por nosotros, más de lo que seamos capaces de hacer nosotros mismos; quedando entonces nuestro destino en nuestras manos, por lo cual jamás podremos justificarnos en aquello de la “mala suerte” o “falta de oportunidades”. Porque la mala suerte es la justificación a la ineptitud, displicencia, pereza, falta de diligencia y disciplina; y la falta de oportunidad no justifica el fracaso, porque cuando la oportunidad no se presenta por sí sola, entonces nosotros, como seres humanos, estamos dotados de todas las herramientas intelectuales y físicas para crearla… a nuestro antojo.
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Hoy, aquí en Houston TX., donde estoy cumpliendo compromisos familiares por corto tiempo; donde como en todos los Estados Unidos Norteamericanos, aunque los Abogados ganan mucho dinero, pero casi sin excepciones son considerados unos alabarderos, procede leer y releer los conceptos que sobre nosotros como profesionales, se expone en la obra Arte Forense, cuando se indica: “Dad a un hombre todas las dotes del espíritu, dadle todas las del carácter, haced que todo lo haya visto, que todo lo haya aprendido y retenido, que haya trabajado treinta años de vida, que sea en conjunto no literato, un crítico, un moralista, que tenga la experiencia de un viejo y la infalible memoria de un niño; y tal vez con todo esto formaréis un abogado completo”, siento que aquí se hace una radiografía de lo que debería ser un Letrado, en el verdadero sentido de su esencia profesional.
Quienes escogimos la carrera del Derecho o Abogacía, como se le llama en algunas partes, no importa cuán desprestigiada la hayan convertido algunos pocos rábulas, sigue siendo un verdadero honor, porque requiere como lo dice el texto transcrito, una buena dosis de espiritualidad; una gran amplitud de visión; deseo y constancia en aprender todo lo que se pueda sobre nuestros hermanos humanos y las normas legales que rigen a la sociedad en donde nos desarrollamos; que tenga la valentía de criticarse a sí mismo y entender las identidades propias de las demás personas; que ponga la moral por delante de todo y como balanza de su propia alma para presentir que es bueno, mejor o… peor; que, aunque sea muy joven, por lo menos observe las actitudes y aptitudes de sus mayores, para tomar lo bueno y desechar lo mediocre o malo; que no deje morir su niño interno, para mantener sino la memoria por lo menos la ternura que siempre acompaña a las buenas acciones. Creo, que con todo esto, adicionando la diligencia, el empeño, el trabajo, la confianza en sí mismo y la sencillez, podemos llegar a lo que el maestro Don Luís Ossorio conceptuó lo que debemos ser los abogados: “Arquitectos del Alma de la Gente”.
Las enseñanzas de mi madre en mis primeros diez años de vida del amor al prójimo y a la justicia divina; el observar en mi adolescencia y primera juventud (porque a los 76 años me siento joven) tanta miseria humana y tanto aprovechamiento y abuso de los que más tienen sobre los que de todo carecen, sembraron en mi alma el que algún día podría, de alguna manera, colaborar con la Justicia, para hacer menos injusta la relación humana. Por eso, en mi juventud, cuando no era fácil para un muchacho pobre y sin contactos ingresar a una Universidad venezolana a estudiar Derecho, tuve que esperar mejores tiempos y ya cuarentón logré mi meta: hacerme un Abogado. Desde entonces entendí perfectamente el aspecto filosófico de la carrera y lo extraordinario de ser un Letrado, en una sociedad organizada y dentro de un Estado de Derecho. Ello me permitió ejercer por algunos años en Estrados y luego de algunos estudios de Cuarto Nivel, dedicar una parte de mi tiempo al Asesoramiento Corporativo y otra, la mayor al Asesoramiento Social y voluntario, como lo dijera el Maestro Ossorio, más como arquitecto del alma de la gente que como litigante, por lo cual, como nunca me he sentido viejo y por tanto la nueva tecnología no me es desconocida, edité mi página web http://www.unavidafeliz.com, donde, sin haber nunca dispuesto de gran fortuna -porque esta carrera no es precisamente para hacerse rico- durante más de quince años he prestado ese asesoramiento gratuito y voluntario a un crecido grupo de personas de todo género y en diferentes países, lo cual nunca hubiera podido lograr si no hubiese estudiado Derecho.
Es por lo antes expuesto que debo comentar que me siento muy honrado de ser abogado y tengo un profundo respeto por mis colegas, quienes en su gran mayoría son honestos, éticos e injustamente desprestigiados. Tengo un hijo y una hija abogados, quienes como yo, estudiaron por vocación y con la intención de servir y no de ser servidos, que es como decir, SER UTILES, cual es la mayor condecoración que un ser humano puede alcanzar, especialmente si es como yo Cristiano, porque es “…amar al prójimo como a sí mismo.”, de quienes por cierto estoy muy orgulloso. Esto lo escribo para entusiasmar a aquellos jóvenes que tienen vocación para ser abogados y/o piensan estudiar Derecho; porque es bueno que sepan que esta no es una profesión para hacer millones de dólares, pero sí para vivir dignamente y con grandes satisfacciones, en una vida que es elemental y cuyo fin máximo es ser… felices, lo cual es imposible si no tienes tu conciencia limpia, que te genera un tesoro muy preciado para vivir intensamente la vida: la tranquilidad espiritual.
Todos los días doy gracias a mi Padre Celestial por haberme inspirado a tomar la acertada decisión de ser un Abogado, quizás porque eso coincide con mi forma de ver la vida y las cosas, y por ello para mí no es importante, el poder, la riqueza ni la fama, porque mi meta está más allá de tales supuestas especiales condiciones, ya que, sólo ambiciono el amor, el respeto y la consideración de las personas que amo, quienes a diferencia de mi persona que no tuve nunca una ayuda, he podido colaborar para lograr sus metas, precisamente por haber podido ejercer con ética y probidad, una profesión digna: la abogacía.
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¿Qué importancia tienen nuestras raíces? En verdad, como todo en la vida, depende de la idiosincrasia de quien lo analice. Nuestras raíces como seres humanos, no se refieren solo a quienes fueron nuestros padres o donde nacimos. Nuestras raíces nacen en nuestra historia personal y van a mantenerse siempre. Tenemos raíces territoriales, familiares, culturales, e inclusive de ensueño. De donde vienen nuestros ancestros es una raíz, que suele a veces marcar nuestra vida, por la forma de ser de nuestros mayores, su idioma, sus costumbres y en general, su cultura que en mucho nos es transferida. El sitio donde nacemos, sin duda alguna es otra raíz fundamental, porque es de allí de donde tomamos nuestra forma integral de ser. Es la forma de actuar, de hablar, de comunicarnos, de mantener algunos valores como prioritarios, lo que heredamos de esta raíz. En muchas ocasiones y por diferentes razones, donde reposan los huesos de nuestros ancestros, suele convertirse en una raíz de tanta fortaleza que oímos decir: ” … yo quiero que mis restos reposen al lado de los de mis padres.”
Las raíces son esos nexos existenciales, que en silencio, habitan lo más profundo de nuestra alma, de los cuales nace el arraigo a los lugares, a los valores y a las cosas que estimamos especialmente trascendentales. Normalmente, las raíces tienen que ver mucho con el pasado y el recuerdo. Por eso es importante la defensa de nuestra historia y nuestra cultura. Es que en nuestra vida, casi siempre, cada acto que realizamos o cada cosa que valoramos, deviene o tiene su propia historia que nos vincula.
Especialmente el sitio donde nacemos y/o crecemos, es una raíz de gran profundidad, porque de allí tomamos los valores que regirán nuestra conducta de vida. A veces, cuando el sitio donde nacemos tiene graves problemas algunos se preguntan ¿Por qué tal o cual persona, teniendo todas las posibilidades de irse no se va del País? Lo hacen porque no piensan en el arraigo, en las raíces de esa persona que persiste en quedarse, precisamente porque son existenciales… no están a la vista.
Yo, personalmente, me digo: si durante las últimas cinco décadas, teniendo gran parte de mi familia en Colombia, Europa y USA, así como todas las condiciones, oportunidades y recursos para irme… ¿Por qué sigo aquí? Y la respuesta es obvia: arraigo a la tierra que me vio crecer, formó mi personalidad, mi educación, me dio mi bella esposa y hermosa familia, quienes también aquí crecieron y se formaron, y aunque la mayoría hoy ya no vive en Venezuela, fue esta tierra la que les dio la oportunidad de la formación básica, que igual que a mí, nos permite vivir aquí o en cualquier otro lugar comodamente, porque esa especial y maravillosa forma de ser del venezolano, la llevamos a cualquier sitio donde vamos, y como quiera que se fundamenta en valores humanos universales, siempre será bienvenida en cualquier parte.
Como nunca he creído en fronteras naturales para el hombre, porque el mundo es de todos, por lo que aquellas que existen corresponden a una cultura geopolítica, me siento un hombre universal, por lo cual mi patria originaria es todo el mundo; pero Venezuela es ese pedacito dentro de mí ser interno, anterior a cualquier otro sitio de este amplio mundo, porque aquí siento que están mis raíces más profundas. También aquí están mis amigos que amo, que son parte importante de mi vida cotidiana y que conforman esa familia especial que yo mismo voluntariamente escogí, porque no me llegó de forma genética o consanguínea; por eso aquí estoy, por eso de aquí no me voy; porque Venezuela es mi raíz más profunda; de alguna manera es como mi madre y… hasta el último momento, yo quiero estar con ella.
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Releyendo en alguna parte, encontré una anécdota sobre Galileo Galilei, cuando ya teniendo su barba blanca, unos amigos le preguntaron ¿Cuántos años tienes? Y él les respondió ocho o diez años. Por tal respuesta le replicaron asombrados: ¿Cómo es eso? Y Galileo les replicó. “…los años que tengo son los años que me quedan por vivir, porque los ya vividos ya no los tengo, como no tengo las monedas que se han gastado, todos ya se fueron.” Meditando sobre esta respuesta, tengo que llegar a la conclusión que ciertamente, los años que tenemos son los que nos quedan que vivir y no los que ya hemos vivido, porque los vividos son como el agua que pasó bajo los puentes: pasó y no volverá, así como los años pasados no volverán y nada puede hacerse sobre ellos.
Entonces los años que son míos, como lo dijera Galileo, son los que me faltan por vivir, y por tanto, son esos años que me quedan los que deben ocuparme; vale decir, que voy a hacer con ellos y en ellos, pero como no sé cuantos serán, en realidad tengo que referirme, o mejor dicho, a los días, horas, minutos y… segundos. Me corresponde pensar que voy a hacer en ellos y con ellos; sin duda alguna para procurar mi mayor felicidad, la de mi entorno íntimo, y en general como cristiano, en mis semejantes.
De tal manera debo amar intensamente cada minuto y disfrutar con fruición las múltiples bendiciones que Dios puso para mí sobre esta tierra. Como siempre he sido un enamorado de la vida, ahora más que nunca, sobre la base de la citada reflexión me corresponde ser más amoroso con las personas que amo y manifestarle en cada ocasión posible ese amor que tengo por ellas. Asimismo, me corresponde dar lo mejor de mí en todo lo que hago, que es como decir que debo hacer todo con más pasión que nunca, sintiendo el placer de ser útil y solidario con las personas; recordar a cada momento que el tiempo se agota y no puedo desperdiciarlo, sino… vivirlo. Ahora tengo que pensar que todo pasará, como han pasado mis años vividos; por tanto me corresponde disfrutar haciendo las cosas con amor y viviendo cada momento con emoción especial; debo aceptar que lo único que quedará de mí será el amor y los buenos actos que de mi recuerden las personas y, especialmente, mis seres queridos.
Venturosamente, como soy escritor, ahora más que nunca me corresponde escribir sobre lo bello de la vida, que he vivido y lo maravillosa que puede ser la existencia para cualquier persona que comprendiendo lo limitado de su vida, entienda que solo amando, manifestando el amor y haciendo el bien en cada momento, podemos sentirnos realizados física y espiritualmente. Esto conlleva aceptar la diversidad humana, respetar la individualidad, introspeccionar la obligación que tenemos quienes tenemos acceso y utilizamos los diferentes medios de comunicación, como personas felices, de procurar que los demás entienden que es posible serlo, porque depende de nosotros y de nadie más.
En el mismo sentido, nos corresponde pensar que algo que pareciera elemental para nosotros, pudiera ser que para otros pareciera muy complicado; por ejemplo, aquellos que dicen como su aporte a algún problema que sufren: “…estoy preocupado por tal o cual asunto…”, sin considerar que su preocupación, realmente, nada positivo aporta a la solución del problema, sino que, por el contrario, estar preocupado afecta su mente y su capacidad de resolver algo. Por lo cual no sirve de nada estar preocupado, sino que en vez de tal, debemos no preocuparnos sino ocuparnos de cómo solucionarlo; pero sin preocupación, sino actuando con diligencia, confianza, positividad y fe: con la mente despejada, lo cual no es fácil si nos encontramos preocupados.
Igualmente, el odio, el rencor, los malos deseos, las maldiciones, no hacen daño a quien se le profesan, sino que nos ensucia el alma, retarda nuestro crecimiento espiritual y entorpece recuperarnos de cualquier mala acción que nos haya producido alguien. En cambio, el amor, el perdón, la bendiciones, la caridad y poner las malas situaciones que no podemos resolver en las manos de Dios, nos ayudan a recuperarnos física y espiritualmente de cualquier inconveniente que alguien nos produzca. Pero lamentablemente, pocas personas pueden procesar esta realidad que para nosotros es obvia.
Por todo eso, estamos obligados a insistir hablando y escribiendo sobre estas verdades, que parecieran elementales, pero que muchas veces hacen la diferencia entre la gente triunfadora y feliz, y aquellos que se consideran perdedores e infelices por no lograr algunas de sus metas, sueños o ambiciones.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com
Sobre el aspecto histórico de cuando se originó la celebración del día de la mujer, mucho se ha escrito y especulado sobre declarar un año y/o día especial para su celebración. Algunas fuentes informan de un primer evento de este género en 1795. Según Wilkipedia, “…la primera celebración del Día Internacional de la Mujer tuvo lugar el 19 de Marzo de 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza”; pero no fue sino hasta 1972 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró a 1975 como el Año Internacional de la Mujer, invitando a USA a declararlo en 1977. No obstante que ya en 1789, en la conocida Revolución Francesa, las mujeres marcharon junto con los hombres en Versalles reclamando “libertad, igualdad y fraternidad”,en la seguridad de que esa IGUALDAD que reclamaban, se refería a su género. Desde entonces las mujeres, especialmente las trabajadorasde los Estados Unidos a partir 1909, han estado no solamente luchando sino demostrando en las fábricas, sindicatos, universidades, hospitales y en las Fuerzas Armadas, que pueden ser iguales o mejores que cualquier hombre, en la actividad que tengan que realizar o les sea asignada.
Luego de este extracto histórico, pienso que no es malo, pero si lastimoso, que tenga que existir una fecha especial en el año, para que se reconozca el papel, no solo fundamental sino insustituible, de la mujer en cualquier tipo de sociedad o grupo humano con sentido de permanencia en el tiempo. Es que sin la mujer, no se mantendría la continuidad de la especie, y si se lograre sin ella, no valdría la pena la vida. Al menos para quienes como yo, hemos tenido una tierna madre, una cariñosa hermanita, unas bellas hijas y una espectacular compañera de viaje largo por 47 años, como es mi esposa, no podemos concebir un mundo feliz sin la existencia de la mujer; por lo cual, el día de las mujeres deberían ser TODOS LOS DIAS y de hecho para mí lo son, independientemente de que sean solteras, casadas o tengan determinada preferencia sexual.
No me avergüenzo sino me enorgullezco de haber aprendido de ellas lealtad, bondad, perseverancia, caridad, resistencia, fe, esperanza; así como por ellas haber fortalecido mis principios y valores humanos fundamentales, que me han ayudado a crecer espiritualmente, por lo cual hoy y siempre, donde, cuando y como esté, consideraré un gran honor tenerlas conmigo, como ese faro que ha orientado mis más bellos sueños; mis mayores ambiciones y mejores logros, en ese pequeño gran mundo que con ellas he compartido y que siempre ha sido… muy feliz.
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Algunas veces he escrito que “…los temores distorsionan la realidad…”, y hoy más que nunca estoy absolutamente convencido de esa realidad, pero también que es posible combatirlos y derrotarlos. Cuando miro hacia atrás en mi vida, acepto que aquellos que alguna vez me afectaron, nunca llegaron a actualizarse o por lo menos en la entidad de gravedad o consecuencias negativas, como inicialmente los imaginé. Asimismo, por verdadero y didáctico, debo admitir y divulgar que cuando en alguna medida se materializaron, sus consecuencias no fueron tan negativas o graves para mi formación físico-espiritual; sino que por el contrario, o representaron una enseñanza en pro de una mejor vida o agradecí a Dios porque hubiesen sucedido.
No pareciera discutible, que el temor -cuando fuere razonado y controlable- represente un mecanismo de defensa o de previsión natural; pero también estimo que en su más alto porcentaje, este indeseable sentimiento es sólo creación de nuestra mente que, sin que se haya actualizado porque se trate de presentimientos, nos afecta en el largo camino existencial, perturbando y disminuyendo nuestra capacidad de disfrutar de los sentimientos de seguridad y plenitud de vivir todas las hermosas y reconfortantes bendiciones que tenemos a nuestro alcance, producto de nuestra condición de seres inteligentes, dotados de raciocinio y sentidos que nos alertan frente a situaciones dañosas probables, actuales o futuras.
Si nos convencemos de nuestra capacidad para ser positivos, optimistas, proactivos, valientes, luchadores, vencedores de obstáculos, generosos, útiles y diligentes; adicionadas estas cualidades a nuestra herencia divina, que nos da cualidad especial dentro de todos los seres vivientes, para reaccionar o aprovecharnos de cualquier situación o circunstancia desventajosa, podemos superar cualquier escenario atemorizante, que sin ser una realidad -como son la mayoría de los temores- atente con robarnos o disminuir esa bendición especial de que disponemos de vivir una vida plena, disfrutando con fruición de tantas cosas buenas, hermosas y edificantes; situaciones, sentimientos y circunstancias reconfortantes que nos producen alegría, solaz, plenitud y consecuencialmente, alegría y felicidad.
Nosotros mismos decidimos la manera en que queremos vivir. Si lo queremos experimentar intensamente, de manera milagrosa y bella, estamos obligados a imbuirnos y practicar diariamente todas esas virtudes ya mencionadas, que son un escudo infranqueable frente a ese enemigo permanente que es EL TEMOR: que al final, como ya lo hemos comentado, resulta de pensamientos negativos de lo que “Podría suceder” o “No hubiese ocurrido a tiempo”, cuales son especulaciones mentales que estamos en capacidad de controlar con la confianza en sí mismos, la fe y la esperanza, que sí son reales como parte activa de nuestra propio dinamismo físico e intelectual; o si por el contrario, permitimos que una ficción mental que nos atemoriza, pero seguramente nunca llegará o si llegare no será tan grave, entonces por nuestra propia ineficiencia y no la de ninguna otra circunstancia, arruinará nuestro más preciado legado: UNA VIDA FELIZ.
Hoy, leyendo sobre lo que debería sentir una mujer después de los cuarenta años, se me ocurre escribir sobre lo que pudiésemos sentir los hombres luego de los cincuenta; y como tengo ya cincuenta de edad más veinticinco de experiencia, puedo escribir con suficiente cualidad sobre lo que un hombre siente luego de haber vivido cincuenta años. Por mi propia experiencia, cuando tuve menos de treinta quise comerme el mundo, sin considerar que, si lo lograba terminaría intoxicado de tal manera que seguramente moriría. De los treinta a los cincuenta entendí que sólo me correspondía una parte de él, precisamente la que me convenía, y por tanto, luché duramente durante ese período, trabajando al lado de esa maravillosa compañera de viaje largo que me regaló Dios: mi nunca suficientemente reconocida y amada esposa. Como resultado del estudio, el tesón, la positividad, la diligencia, la confianza en mí, en la gente y el trabajo en equipo, logré en ese período encontrar una buena parte de mi meta, quizás la más importante que llenó mi espíritu: mi bella familia integrada por mi esposa, dos hijos y tres hijas, a quienes pude dar una buena vida en general, incluida su educación universitaria y su formación académica complementaria en el Exterior.
Luego de los cincuenta años, habiendo vivido intensamente cada uno de mis pasos por este mundo, he entendido plenamente que no hay edad especial para ser felices, porque toda edad es buena para el solaz, la plenitud y… el amor; especialmente, porque estas tres maravillosas sensaciones únicamente podemos sentirlas, y eso es algo que nadie puede hacer por nosotros, pero tampoco nadie puede evitar que lo experimentemos. En este período aprendí que no somos ni mejores ni peores que nadie, sino simplemente seres humanos con virtudes y defectos, por lo tanto debemos aceptar gustosamente, que quienes habitan con nosotros en la intimidad o fuera de ella, sean simplemente seres humanos con las mismas virtudes y defectos, así como con las miserias humanas que llevamos dentro, cuales la mayor parte de nuestra vida estamos tratando de contener.
Aprendí también que es mucho mayor la cantidad de gente buena que la mala y que éstas últimas, en su mayoría, son producto de la inapropiada formación, incomprensión, mal ejemplo y falta de amor de quienes los formaron, pero que también la sociedad no hizo mucho por comprender sus inquietudes, frustraciones y… soledad, por lo cual dejaron de creer en la bondad de sus hermanos humanos, y al actuar en su contra luchan contra ellos mismos, de alguna manera para castigarse, porque saben que toda acción engendra una reacción proporcional.
Aprendí que las arrugas, el paso lento, el pelo blanco y la nostalgia, que a los jóvenes preocupan, no son precisamente una deshonra, vergüenza o, de alguna manera imposibles de evitar; porque es honroso, venturoso y afortunado llegar a viejos; las arrugas y el paso lento, son como los surcos y el riego que van surgiendo con el andar por el camino de la vida, los cuales, como en la agricultura, son necesarios para la buena cosecha; el pelo blanco y la nostalgia, disponemos de elementos y herramientas que pueden evitarlos, si es que se desea, porque hay quienes disfrutan la nostalgia y se sienten muy bien con sus canas.
Finalmente, en esta etapa de la vida, aprendemos dos cosas fundamentales para concluir nuestro ciclo vital: la primera, que la mayor fortuna es la fe en Dios que nos regala la tranquilidad espiritual, que nos permite vencer el temor, disfrutar de un buen sueño y observar con ternura y arrobamiento, las muchas bendiciones que El puso para nosotros sobre esta bendecida tierra; la segunda, que la única riqueza realmente necesaria, es aquella que nos suministra las cosas básicas para una vida cómoda y nos permite disponer de todo lo que requerimos… cada día, lo cual por cierto no requiere de esfuerzo monumental, sino de hacer las cosas que convienen en el momento apropiado, esto es, lo que algunos por desconocer estas reglas de la vida, prefieren por comodidad calificarlo como: “tener suerte”. Como corolario, cuando tenemos como yo, una juventud prolongada que puede mantenerse tal hasta el día de nuestra partida, damos gracias a nuestros compañeros de viaje por habernos acompañado en esa ruta compartida, que fue del color que nosotros mismos supimos darle; bendecimos a nuestros descendientes quienes dejamos como semilla que germinará por siempre sobre esta madre tierra; nos convencemos que ayer es un muerto, mañana no ha nacido, por lo cual HOY es lo único que interesa; y con toda tranquilidad, felicidad y conciencia, damos gracias a Dios por haber… VIVIDO.