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Archive for the ‘EMIGRANTES’ Category

EL AMOR VS. EL ODIO

ODIO Y AMOR

Hoy, releyendo la vida y pensamientos de ese, por mí admirado  y especial ciudadano del mundo, Nelson Rolihlahla Mandela, recordado por todos como “Madiba”, encontré  uno de sus pensamientos más conocidos respecto del odio y el amor, que produce en quien lo lee una reflexión pocas veces comentada, y es que, en su mayor contexto, tanto el odio como el amor son factores o elementos culturales; más allá de la parte instintiva originaria de los sentimientos que ampararon y/o preservaron la continuación de la especie, el apego o sentido de pertenencia grupal y la expectativa de combatir e incluso agredir,  en su legítima defensa. El pensamiento de Madiba a que haré referencia, expresa: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, de su origen o religión. La gente tiene que aprender a odiar;  y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario.”

Aunque Madiba no se refirió expresamente al aspecto ideológico o político, dada la circunstancia actual de incertidumbre sobre el futuro inmediato de nuestro País, me parece oportuno y casi obligatorio, adicionarlo dentro de ese pensamiento sobre la actitud de odiar o amar de los seres humanos. Es que la vida me ha enseñado que nuestra existencia es sinérgica, como lo es la del planeta sobre el cual vivimos, ya que nunca permanece estático en el mismo sitio, sino que permanentemente rota y se traslada en su órbita alrededor del Sol. Asimismo, los países, incluido el nuestro, mantienen un movimiento de altos y bajos, algunos de manera cíclica, que debemos considerar seriamente, al menos quienes hemos decidido de forma definitiva, permanecer en él,  independiente   de su situación en tiempo, período o momento determinado.

Sobre lo antes expuesto, por mi propia experiencia como ciudadano de este País, que he vivido con absoluta conciencia los avatares venezolanos en estos últimos sesenta y cinco años, pienso que aunque no debemos abstraernos o  insensibilizarnos de la actual situación que nos aqueja, sí que es esencial recordar y/o revisar la historia de los últimos cien años de nuestra vida republicana, para concientizarnos de que, en ese período, hemos vivido situaciones muy difíciles, pero que siempre las hemos superado con nuestro empeño, trabajo, confianza en un futuro mejor y amor por Venezuela; especialmente, actuando como hermanos y no como enemigos, precisamente bajo el principio que expresamente como lo enunciara Madiba: El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario.”, que traído a nuestra situación, es como decir que ES MAS FACIL AMAR QUE ODIAR, fundamentalmente cuando se trata de nuestros conciudadanos.

Esta amada tierra, que es indescriptible por su belleza; invaluable por la riqueza de sus recursos naturales de todo género; e insustituible por esa forma existencial tan amena y adaptable a cualquier circunstancia de los venezolanos, no merece que -al menos quienes aquí fuimos niños, adolescentes y adultos felices- con todas las oportunidades de ser y hacer lo que nos pareciere conveniente, porque siempre dependió nuestro futuro de la confianza en nosotros mismos y la seguridad de que si no existía la oportunidad nosotros la crearíamos hasta llegar a la meta deseada, olvidemos todo lo que hemos recibido y le debemos a Venezuela –que es nuestra madre- en ese espacio de tiempo de nuestra vida, y ahora que está enferma la dejemos sola. ¿Es que, acaso cuando la madre está convaleciente los hijos la abandonan a su suerte? No, de ninguna manera; más allá del nivel o gravedad del mal que sufra, nos corresponde por obligación acompañarla, cuidarla, confiar y hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para que sane, como sucedió en anteriores ocasiones, cuando también tuvo graves problemas.

Como quiera que siempre me he considerado un hombre universal, que sería como decir que estimo al mundo como  mi patria grande, no quiero que se interpreten mis palabras, como alguna calificación negativa o coacción sicológica orientada a quienes, dentro del libre albedrío que les dio Dios y el derecho que les concede nuestra Carta  Magna, se van fuera del País en busca de lo que pudieren considerar un futuro mejor para ellos y/o una manera de lograr recursos, de los que aquí carecen, con los cuales ayudar a sus familiares que con dolor dejan aquí. Lo que sucede es que yo conozco bastantes países de otros Continentes y el nuestro,  y he vivido en tres de ellos; donde, como aquí,  he visto personas llegadas de otros países que por sus valores, actitud personal positiva, entusiasmo y duro trabajo, lograron mejorar su vida integralmente. Pero, asimismo, conocí muchos que por no disponer de esos atributos personales, vivían una situación no deseable, con el agravante del mote de “emigrantes”, que por sí mismo les hacía las cosas más difíciles, sin permitirles olvidar su condición de extranjeros que, como comentara alguien que no recuerdo, “…es muy diferente vivir como extranjero turista,  que como extranjero emigrante.”

No obstante el contenido global de los temas ya tratados, la reflexión que me propongo,  es la de hacer notar que es más fácil y beneficioso amar que odiar, como lo sentenciara Madiba; por lo cual, en este tiempo tan duro y a criterio de algunos,  inédito en Venezuela, tenemos que echar mano no sólo del amor y no del odio,  sino también de la solidaridad, sensibilidad, patriotismo, armonía, generosidad, caridad, y si se quiere, del perdón; porque somos y seguiremos siendo millones de compatriotas que convivimos y conviviremos aquí en  nuestro terruño, con diferentes formas de pensar, de ver la vida y las cosas, pero donde no debemos dejar prevalecer el odio a quienes no piensen igual a nosotros o actúen de una manera con la cual  no estemos de acuerdo; porque independiente de la convivencia necesaria, somos Cristianos, lo que es equivalente a decir que, las bases o pilares sobre los cuales  se cimenta nuestra actuación vivencial, lo son el amor y el perdón, condiciones fundamentales, que a mi manera de ver la vida, son esenciales para lograr el valor más importante en la estabilidad de una sociedad organizada: LA ARMONÍA COLECTIVA.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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NO AL MIEDO

 mujer asustada

No podemos permitir vivir en el mundo del miedo, porque si lo hacemos ya no viviremos, sino que sobreviviremos y no fue para eso que vinimos a este mundo. Miedo al desamor, miedo a las enfermedades, miedo a la inseguridad de todo género, miedo a los terroristas, miedo a una nueva guerra nuclear; todo lo cual nos imposibilita de salir a la calle, visitar los amigos, visitar la familia, acostarnos a la hora que nos plazca; temer cuando alguien estornuda, evitar que alguien nos bese, que nos abrace, que nos den la mano.

Tememos al taxista porque nos puede asaltar, a la señora embarazada que solicita ayuda porque creemos que es un señuelo, a un accidentado en la carretera por el mismo motivo; si en la noche vemos un auto que nos sigue aceleramos, doblamos la esquina  y desaparecemos; tememos a las motos que llevan un parrillero, sin considerar que  para ese fin, precisamente, fue que se  le adicionó la parrilla; tememos si en la noche vemos una patrulla, cuando por lo contrario nos corresponde sentirnos seguros, porque debemos suponer que su deber e intención es protegernos;   y… pare usted de contar.

Ahora bien… ¿Es posible que permitamos que la cuasi paranoia nos lleve a este nivel de vida tan precario?

¿Qué pasó con nuestra fe en Dios, nuestra confianza en sí mismos y nuestra autoestima?

¿Qué sucedió con nuestra seguridad en que hay más gente buena que mala en el mundo, por lo cual aun subsiste,  y que el venezolano es buena gente, solidario y generoso?

¿Se nos olvidó que nuestros mayores nos enseñaron que la policía, los bomberos, los socorristas son los principales amigos y que  el mejor hermano es el vecino más cercano?

Bedito sea Dios… ¿Cómo llegamos a esto teniendo el país más bello del mundo; con la mejor gente, con hermosos paisajes, los mejores climas,  hermosas llanuras, indescriptibles esteros, gigantescos mèdanos y espectaculares ríos; con la Flora más bella y la Fauna más variada del planeta?

Que existen problemas políticos, económicos, sociales y de inseguridad, pues ya lo creo; somos una nación de más de 30 millones de habitantes, con personas de diferente ideología, forma de pensar sobre la vida y las cosas, que dicen y actúan como lo sientenm porque somos esencialmente democráticos. Pero miremos hacia atrás, todo lo que hemos superado desde 1909. Hemos vivido dictaduras, democracias con muy buenas intenciones pero que no llenaron completamente las aspiraciones sociales; un experimento socialista que no termina de cuajar y todo lo hemos enfrentado con coraje, haciendo lo mejor que podemos nuestra actividad generadora de progreso, como ese aporte indispensable al desarrollo del país y… aquí estamos;  cada quien en lo suyo, con sus diferencias y desacuerdos, pero tratando de mantenernos en paz y armonía, y la realidad es que, quizás no de forma excelente, pero lo hemos logrado.

Entonces no hay razón para tener tanto miedo; simplemente, consideremos la situación actual problemática, que por cierto no es solo en Venezuela sino en el mundo; basta observar el Medio Oriente, Korea  y Europa, donde la situación sì que es muy grave y de muy difícil solución. Por lo tanto, tenemos que tranquilizarnos un poco, tomemos las previsiones necesarias y actuemos con cuidado, atención y respeto por los demás. Especialmente debemos ser sensibles y solidarios con nuestros semejantes, sin olvidar que seguimos teniendo familia, amigos, vecinos, servidores públicos honestos porque los corruptos no son el común; consideremos que seguimos siendo una comunidad, una sociedad pacífica, consciente de sus derechos y sus deberes… pero pacífica.

No debemos olvidar que continuamos siendo una gran familia: la familia venezolana, integrada por quienes aquí nacieron y quienes vinieron de otras tierras a incorporarse con nosotros a desarrollar este país. Y como quiera que tengo más de seis décadas viviendo aquí con pleno uso de razón política y económica, no puedo permitir que el miedo me dañe los años de vida que me quedan o me limite a seguir siendo útil, por los riesgos que pueda correr; por eso me siento obligado a gritar a los cuatro vientos a mis queridos hermanos venezolanos: el miedo es malo porque distorsiona la realidad, disminuye la fe, nos hace sentirnos indefensos, desmejorados, disminuidos. Y es por eso que debemos decirle al miedo, en cualquier situación o circunstancia:  NO, NO  y NO.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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Soñar es un derecho inalienable de todo ser humano, especialmente porque no necesita permiso para nacer, desarrollarse y  convertirse en realidad.

Los sueños trascienden la vida del soñador, y eso lo aprendimos de la historia, al verlos materializarse años después de haber desaparecido quienes los imaginaron; por eso, los sueños saben a… esperanza.

Los sueños son tan nuestros, que pudiera ser que nunca, nadie más, independiente de nosotros mismos,  pudiere percibirlos.

Los sueños son la representación excelsa de nuestro natural derecho a desear e idear ese mundo mejor que, con variadas formas de ver la vida y las cosas,  todos merecemos; al menos, proponerlos y dejarlos como algo positivo y representativo de nuestro paso por esta vida.

Yo también tengo un sueño hermoso, ambicioso; quizás difícil, pero… posible.

Por pertenecer a una generación especial, que pudo conocer dos Siglos y dos Milenios, fenómeno para cuya repetición se requiere el transcurso de más de 900 años, siento que vengo alimentando ese sueño desde que tuve diez o doce años, allá por los años de la dictadura de ese lunar en nuestra historia política, que se llamo Marcos Pérez Jiménez.

Ese sueño se fue conformando lentamente, como una necesidad de respuesta frente a la incomprensión y diatriba crecientes entre mis hermanos venezolanos, sin otra razón aparente que atávicas apetencias y bajos instintos; materializados en la sed enfermiza de poder y riqueza, sin consideración de su legalidad o legitimidad; pero asimismo, sin conciencia real del límite de los bienes materiales para satisfacer las necesidades reales de un ser humano normal.

Con la observación dolorosa de ver transformar buenas voluntades ideológicas en acciones pragmáticas completamente diferentes, que dejaban de lado el obligante y sagrado amor por los más altos intereses de la patria, de tal forma alejando el anhelo colectivo de igualdad de oportunidades, respeto por la persona humana, protección al derecho al acceso de todos sin distingo de clase, origen, genero, posición económica o ideología política,  a la protección integral del Estado y  todos los beneficios, que éste está en la obligación de procurar a los administrados.

Mi sueño no tiene que ver con nombres, consignas o colores; tiene que ver con hombres y mujeres que sientan este país en lo más profundo de su alma; tiene que ver con quienes alimenten el sentimiento de la necesidad de  una Venezuela de todos; donde globalmente seamos uno, porque nuestros más inmediatos y elevados intereses, son y tienen que ser… comunes.

Sueño con la familia y los amigos unidos, colaborando cada cual dentro de  su posibilidad, en la construcción de una patria mejor: amable, generosa, amorosa, segura, que nos haga sentir orgullosos de pertenecer a ella; buena para la vida, especialmente para superarse cultural y espiritualmente, para relacionarse, enamorarse, hacer familia, crecer, reproducirse y quedarse en ella, por… siempre.

Mi sueño tiene que ver con ese sentimiento compartido  de venezolanidad, que enciende nuestra alma, que nos hace herederos de una historia heroica, un presente difícil pero solucionable y un futuro del tamaño de nuestro empuje, decisión, valentía y… trabajo.

Sueño con sentarme los domingos alrededor de una mesa en un café de mi ciudad con mis compatriotas, sin importar donde viven, estudian o trabajan y sin consideración de su identificación ideológica; rojos, azules, blancos, verdes o de cualquier otro color, no debe importar, porque son y deben ser mis amigos, mis compatriotas, mis hermanos venezolanos; porque merecemos regocijarnos de lo que cada uno hace por nuestra bella e inigualable Venezuela; este bello país donde, como alguien lo escribiera, “…de su tierra mana miel y leche”, porque existen y sobran recursos de todo género, suficientes para todos.

Sueño con sentir honesta y sinceramente respeto, consideración y admiración, por quienes deciden constituirse en servidores públicos, poniendo su vocación al servicio del país, dejando de lado su ambición de enriquecimiento personal, porque no es sirviendo al Estado como las personas honestas adquieren gran fortuna, sino en el ejercicio de actividades privadas rentables.

Sueño con sentirme seguro de que, por haber cumplido con lo que me exigió la sociedad de mi tiempo, y que yo consideré honesto, nadie bajo ninguna circunstancia, podrá violar o disminuir mis derechos constitucionales y legales; porque exista un Poder Publico único e indivisible, que mediante sus Organos competentes, estará vigilante las veinticuatro hora de todos los días, para asegurar que la Constitución Nacional y las leyes se cumplan, sin distinción de persona o situación, donde y cuando se presente la necesidad de su aplicación.

Sueño con que, cuando tenga que dejar este mundo, consciente de que actué como de mi se esperaba, por lo cual estudie primaria, bachillerato, asistí y obtuve mis títulos hasta cuarto grado de la universidad; pero además trabajé duramente desde muy corta edad y hoy a los setenta años continuo haciéndolo, mis hijos y los hijos de mis hijos, no solamente me imitaran en la construcción de un futuro digno, sino que podrán libremente hacer uso de lo que yo pudiere dejarles, como producto de mi dura labor.

Sueño con un País del cual sentirme orgulloso, más que por sus riquezas, por su gente; que consecuente con la idiosincrasia de sus habitantes, apoye dentro y fuera de nuestras fronteras la libertad de acción y pensamiento, el respeto por las instituciones y la persona de todos los seres humanos; un país que sea diligente receptor del refugiado, del que no tiene patria o la suya le fuere arrebatada; donde nos amemos y respetemos por lo que somos  y no por lo que aparentamos; donde gustosos aceptemos la diversidad de pensamiento como enriquecedora y no como estigmática; donde podamos deliberar cordialmente y zanjar nuestras diferencias normales y naturales de los seres pensantes, sin llegar a la ofensa, la división,  la exclusión, el odio, la retaliación ni la agresión verbal o física; donde consideremos colectiva e individualmente obligatorio y no programático, procurar y contribuir al bienestar de tanto hermano pobre y desventurado, que por sobre cualquier buena intención que se hubiese tenido, las políticas erradas y desvinculadas de la realidad nacional de más de cincuenta y tres años de Gobiernos de diferente índole,  dejaron abandonados a su  suerte.

Sueño con nunca tener que verme compelido a abandonar esta patria que me acogió y protegió con amor de madre; que me permitió en los años cincuenta,  en un pueblecito que casi no aparecía en el mapa, la oportunidad de entender que podía –como así lo  hice- trepar sobre la pobreza, exclusión y condiciones más inhóspitas, para adquirir cultura y educación, a la par de sentimientos de solidaridad con mis hermanos más necesitados; que me permitió crear mi bella familia, y me sembró en el alma el compromiso, que nunca olvido y práctico, de ser útil, dentro de mis posibilidades, a todos mis semejantes.

Este es mi sueño que, como la mayoría de los sueños que he albergado y realizado, sin preocuparme mucho del cuando, se y no tengo duda que se materializará. No es un asunto de tiempo, es de conciencia y de esperanza; dos campos donde el tiempo no tiene mucha relevancia, porque al final, lo importante  es su resultado final.

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Como emigrante, en otro país debe comenzarse de cero y sin protección especial del Estado receptor. En el caso de los profesionales, inicialmente sus títulos no servirán de mucho, por lo cual, como cualquier trabajador iniciarán un camino largo  y doloroso, compitiendo con otros emigrados y los nacionales, quienes conocen mejor las condiciones de trabajo y el medio.

Como es natural, sobrevivirán los mejores; los menos aptos  regresarán golpeados  a comenzar de nuevo. Conozco profesionales,   que emigraron bajo “el sueño americano”, pero luego de uno o dos años regresaron, con el conocimiento  de un nuevo idioma, pero debido a su ausencia, las necesidades de sus clientes habían sido cubiertas por otros colegas, ya que  las relaciones que generan ingresos profesionales, simplemente no pueden esperar.

Surge entonces la interrogante: ¿No habríamos podido conseguir el éxito en nuestro país, colaborando con el desarrollo de ese pedazo de tierra que nos vio nacer?

No es el territorio, idioma o ingresos lo que decide nuestra felicidad. El amor, la familia, la amistad, el reconocimiento y el arraigo, que son intangibles pero fundamentales, no son susceptibles de lograrse con un cambio de  residencia, idioma, nuevo empleo o mayores ingresos.

La capacidad para ser felices vive con nosotros donde nos encontremos, pero en la patria están  las raíces y cultura que conforman nuestra idiosincracia; allí reside  el verdadero sueño, que espera por nuestro trabajo, diligencia, persistencia y dedicación, que se requieren para lograr cualquier empresa.

Respeto la decisión de emigrar de cualquier venezolano, pero luego de más de  tres décadas viajando y viviendo por temporadas fuera de Venezuela en contacto con inmigrantes, cuando regreso mi corazón palpita de emoción;  y al pisar este suelo bendito, siento que nunca, independientemente de cual fuere la situación, lo abandonaré.

Sé que mi país me necesita y aquí voy a estar como los árboles, de pie; siempre dispuesto a enfrentar cualquier eventualidad, porque me siento amarrado a su destino y bajo su cielo quiero exhalar mi último suspiro.

Soy un pedacito de esta tierra, que llevo sembrada en  mi alma; aquí enterrarán mi cuerpo que abonará una tierra buena para la vida de nuevas generaciones, donde podrán abrazarse como  hermanos, sin diferencia de clase, raza, religión o ideología política. Este es mi sueño, que no tengo duda se materializará; lo cual sería imposible si emigro de esta Venezuela que amo entrañablemente.

 

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Como venezolano con residencia en USA, continuamente tengo que responder sobre mi opinión relacionada a esa ambición de muchos  latinoamericanos: vivir en los Estados Unidos.

Estoy convencido  de que el cacareado sueño americano, en muchos casos, suele ser un proyecto que puede convertirse en un espejismo que pudiera afectar negativamente buena parte de la vida futura.

Acepto  que conocer otras latitudes aumenta el bagaje cultural y nos ubica en nuestra cabal dimensión, con respecto al mundo. Pero que emigrar sin planificación realista, efectiva y sustentable,  represente  algo extraordinariamente positivo o formativo, lo considero improbable.

Conocí compatriotas abogados atendiendo mesas en restaurantes en Miami y economistas e ingenieros dando clases de español en escuelas primarias en Philadelphia, devengando salarios apenas suficientes para vivir decentemente; pero con menos reconocimiento, progreso intelectual,  vida social o capacidad de ahorro que en Venezuela.

Asimismo compartí con migrantes de diversa nacionalidad, quienes agotaron  sus mejores años para lograr apenas la educación básica de sus hijos, porque la Universitaria,  su costo es tan elevado, que les fue imposible lograrlo.

Es muy dura la transición de ciudadano con arraigo y sentido de pertenencia nacional, a un mero  número del Seguro Social  en un país donde hasta el idioma es diferente; porque los servicios de salud dependerán de su capacidad de pagar un seguro muy costoso, siendo que de lo contrario,  ingresarán al grupo de los cuarenta millones de personas que en USA  no tienen acceso asegurado a los servicios de salud.

Conviene, desde una óptica realista y sincera, hacerse la siguiente  reflexión: si conociendo el idioma, las condiciones, leyes, beneficios de salud y educación de que disponemos en nuestro país, se nos dificulta lograr solidez económico-familiar… ¿Qué nos asegura que sin disponer de esas condiciones beneficiosas, nos será más fácil lograrlo en otro país? Meditar sobre esto pudiera evitar cometer un grave error.

Para quienes gustan escuchar  los  cantos de sirena del “sueño americano”,  antes de tomar la decisión de emigrar,  recomiendo ubicarse descarnada  pero sinceramente, en las posibilidades que ofrece nuestro  país en cuanto a estudios, formación profesional, asistencia a la salud y relaciones familiares, para quienes estén dispuestos aportarle su mejor diligencia, trabajo y decisión.

Igualmente, sugiero consultar con quienes han vivido esas experiencias migratorias y sus secuelas.  Seguramente, luego de escucharles lo pensarán mejor, o por lo menos, si deciden emigrar,  lo harán a conciencia de los  verdaderos riesgos que  asumen y sus posibles consecuencias.

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