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Archive for the ‘PADRES’ Category

EL ROL DE PADRE

father-and-sonComo todos los padres, tuve un Padre que, luego que regresó a su hogar original, en  cualquiera de las noches claras cuando observo  el firmamento, se que detrás de una oreja de la luna y  en forma de estrella, me guiña un ojo diciéndome… “Que Dios te bendiga hijo.” En mi caso,  y respecto de mi descendencia, he sido bendecido por Dios, porque a mis setenta y siete años soy  padre de cinco hijos, quienes a su vez tienen trece  hijos e inclusive, ya me dieron un bisnieto. Ser un padre para mi ha sido una bellísima aventura,  porque tanto mis hijos como sus hijos permanentemente me manifiestan amor y yo los amo… mucho;  quizás porque siempre -desde muy niños- he respetado su libre albedrío; tengo buen humor, no soy anecdótico, no aconsejo sino que emito criterio, ni pongo cara de intelectual cuando hablo con ellos,  he logrado generar su confianza, por lo cual extrañamente, soy para algunos de ellos su confidente y a veces… su cómplice.

Aunque todos viven muy bien, no me importa para nada su posición económica, si son poderosos, muy inteligentes o famosos; porque les enseñé y ellos aprendieron, que lo más importante es la felicidad,  que no la genera ninguno de los factores enumerados, sino que es producto de cómo nos sentimos en lo interior. Así como que, respecto de su formación académica, solo les enseñé que prefería a que no estudiaran para ser genios, sino que fueran geniales.  Quizás por eso cada uno ha desarrollado libremente su personalidad, siendo diferentes pero… felices. Creo que el papel de los padres, más allá de suministrar apropiada y diligentemente sus necesidades vitales e independiente de la edad de sus hijos, es tratar en todo momento de comprenderlos y orientarlos, respetando siempre su individualidad y tomando muy en consideración el tiempo y el espacio en que crecen; que al menos en estos tiempos, es bien diferente al nuestro, y que razonablemente como consecuencia, también son diferente algunos de sus valores. Por tanto, no son ellos quienes tienen el deber de entendernos, sino nosotros quienes estamos obligados a comprenderlos a ellos; porque, en primer lugar no les pedimos permiso para traerlos al mundo y en segundo lugar,  porque hemos vivido muchos años y hemos experimentado situaciones que ellos no conocen y que pudiera ser que nunca lleguen a conocer, pero que de alguna forma el conocer algunas de ellas, pudiera en algo beneficiarlos en la actualidad o en el futuro.

Como quiera que la mayoría de mis hijos  viven en otros Países, los visitamos por lo menos dos veces al año y en esa temporada, que no excede más allá de quince días o un mes con cada uno y sus familias, renovamos nuestros lazos de amor y solidaridad familiar, que venturosamente, siempre ha sido muy agradable, porque seguimos compartiendo los mismos valores y principios fundamentales sobre la vida y las cosas. En esas oportunidades, cuando platico con alguno de mis nietos, independiente de su género, lo primero que hago es apagar el celular o hacer a un lado mi lap top –porque odio que estos instrumentos técnicos de hoy en muchos casos hayan sustituido el calor de la voz natural, el estrechar la mano o el abrazo fraterno- y  trato de utilizar el milagroso lenguaje del amor, que es mágico y especial para  compartir,  para situarme mentalmente en su tiempo y un poco  recordando mi curiosidad cuando tuve su edad, cual es la única manera de ubicarme a su nivel. De ellos he aprendido que debo mantener mi niño vivo, para poder  caminar y departir en su mundo, sin sentirme muy viejo, demasiado anticuado, ni demasiado… extraño.

Siento que uno de los deberes insoslayables de los padres, es dar una educación de hogar tal a sus hijos, que sea suficientemente buena desde el punto de vista ético, que se convierta en la base para que los hijos puedan recibir y procesar de la forma más exitosa la formación de sus escuelas. No puede un  hijo que no tuvo la formación correcta en su hogar, asimilar y valorar con responsabilidad, en todo su contexto positivo, la enseñanza de sus escuelas desde su etapa inicial hasta el final de las mismas, para que, como lo dijera alguien alguna vez, “puedan llegar a ser lo que deban ser.”

Por cierto, quiero aclarar que no estoy en contra del desarrollo tecnológico, porque  yo me beneficio de él, ya que  gracias a los nuevos dispositivos, independiente de los miles de millas que físicamente nos separan, es que puedo oír y ver todos los días y cada vez que lo desee,  a estos mis amados hijos y nietos. Pero sí debo advertir que, en muchos casos, hombres y mujeres, padres o no, descuidan la atención personal constante u ocasional a sus seres queridos, no atendiendo a sus llamados o necesidades inmediatas de comunicación, por atender los benditos celulares, ya sea para recibir llamadas o contestarlas, cuales  nunca tendrán la importancia que tiene la atención a un hijo o un cónyuge, o la intimidad de la atención inmediata que nunca podrán ser sustituidas por un elemento mecánico,  por muy adelantado que lo fuere.

Más allá de cualquier convicción religiosa, no dudo que si luego de partir de este mundo, volviera a estar por estos lares, como quiera que estoy seguro que sería yo quien decidiría mi meta igual como lo he hecho en esta oportunidad, sin pensarlo dos veces volvería a ser esposo y padre. En el primer caso, porque no me canso de agradecer a Dios que me haya obsequiado la mejor compañera de viaje largo, que durante  nuestros cuarenta y ocho años de matrimonio ha sido mi amada Nancy, quien me ha permitido vivir intensamente ese camino  de felicidad que disfruto… desde que la conozco; y en el segundo caso, porque como lo he dicho antes, el ser padre y abuelo para mí ha sido simplemente UNA HERMOSA AVENTURA que  disfruto y disfrutaré intensamente, cada día de mi vida.

Finalmente, debo recordar a los padres que desde que nacen hasta que mueren nuestros hijos deberían estar dentro de nuestras prioridades, ya que independiente de su edad, ellos siempre esperan de nosotros esa mano amiga o esa palabra orientadora de quien, como lo he expresado antes, los trajo al mundo sin su permiso, pero con el compromiso de solidaridad, respeto y consideración… por siempre.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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En principio pienso que ser un padre es  un privilegio desde

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 todo punto de vista; se requiere haber vivido al menos hasta la mayoría de edad, cuando tantas personas  que no han podido alcanzar esa edad;  se ha vivido un amor, que nos regaló uno  nuevo; se ha cumplido con la base ética natural de todo ser  humano, que es la continuación de la especie; por nueve meses se ha sentido ese sentimiento de alegría y cierta angustia, que hacen un sentimiento incomparable, hasta que llega esa nueva vida y… ya nunca estaremos solos. Pero ese título especial y honorable de ser padre, requiere de algunas condiciones personales, que no pueden ser endosadas de ninguna manera, porque representan la mayor o menor  posibilidad de que un hijo sea feliz, cual es la máxima  aspiración de un ser humano y, quizás, la razón principal por la cual vinimos a este bello mundo. Tales condiciones se basan en el amor que voluntariamente debemos profesar a ese nuevo ser, a quien  por cierto, no le pedimos permiso para traerlo por acá, por lo cual es nuestra absoluta y única responsabilidad producirle la mejor vida posible. Ese hecho de que Dios nos haya prestado ese cuerpo y alma llamado hijo por años, para los padres debe ser constante, permanente y por siempre; porque no importando la edad y/o cualquier condición, será nuestro hijo hasta el último día de nuestra vida. Al menos para mí, mis hijos de 44 y más años siguen siendo y siempre serán “mis muchachos”. Los padres para serlo realmente, deben merecerlo. En nosotros, los hijos deben encontrar, en las buenas y en las menos buenas situaciones,  siempre un refugio seguro; un hombro donde recostar su cabeza y un corazón abierto al amor, al consejo y a la comprensión. Ser padre no puede ser sólo engendrar, porque ese es el resultado de  un acto físico y casi instintivo. Ser padre es tomar la responsabilidad y dedicación que se requiere para sacar adelante los hijos. Pero eso la celebración del día de hoy, no es para todos aquellos que han engendrado hijos, sino para aquellos que han sabido actuar  como tales. Por tanto, celebro y felicito a todos los padres del mundo que han sabido honrar este calificativo y agradezco a mis hijos,  nietos y bisnieto, haber venido para hacerme más feliz de lo que siempre he sido.  FELIZ DIA DEL PADRE.

 

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HABLANDO DEL PASADO

                        NIÑO COMIENDO

 Hablar del pasado no siempre es afortunado, pero oteando hacia atrás en el tiempo, siento que se nos fue quedando una forma de vida especialmente de los niños, que cambió bastante nuestro mundo, pero no nuestra vocación para ser felices. Criar los hijos no era tan difícil, porque se alimentaban sencilla pero sanamente y visitaban el médico una vez al año; jugaban descalzos en el patio o la calle y podían comer dulces o helados sin restricciones; no conocían antialérgicos ni pastillas tranquilizantes pero actuaban normalmente; no viajaban a Disneyworld, pero disfrutaban entusiasmados viajes de playa, retreta, películas vespertinas o paseos campestres; para dormir no requerían más de una limonada caliente o té de hoja de lechuga, antes de pedir la bendición. No conocían juguetes eléctricos, robots o nintendo; ellos confeccionaban sus propios juguetes con carretes de hilo y latas de sardina; eran creativos, sencillos, respetuosos y… amorosos. Disfrutaban su niñez pues no asistían a la escuela sino hasta los siete años; esto les daba espacio para descansar, jugar y colaborar con las tareas domésticas, creciendo en el amor y solidaridad familiar. Tampoco se usaban filtros para el agua y el mentol era el remedio para los golpes, pero generalmente eran bien sanos. Aunque generalmente pedían permiso, si no estaban en casa, suponíamos que compartían con los vecinos, los amigos o en la escuela, pero no en nada peligroso. No los amarraban a los asientos del auto, ni se temía por depredadores sexuales, ya que no recuerdo ningún caso o deceso infantil por esos males o descuidos. No necesitaban psicólogo, porque no conocían  “traumas” ni necesitaban “espacio propio” o “especial intimidad”: vivían la familia integralmente. Para su disciplina bastaba la nalgadita a tiempo, tan eficiente para evitar malos hijos y… delincuentes. ¿Qué sucedió y porqué cambiamos? No lo sé con exactitud, quizás de todo un poco; se trata de un nuevo tiempo preñado de cambios, que nos reta y debemos enfrentarlo serenamente. Seguimos siendo los mismos hombres sobre la misma tierra, donde todo tiempo puede ser riesgoso, pero apto para la vida buena. ¿Cuál es la enseñanza? Que sin lamentaciones inútiles, evocaciones tristes o detenernos para que el desarrollo nos atropelle, conviene de vez en cuando mirar atrás, para sinceramente, evaluar el pasado, apreciar el presente y por esas experiencias, planificar el futuro, en función del logro de una felicidad que tanto antes como ahora, siempre es posible lograr.

 

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                                               EXPERIENCIA, SABIDURÍA Y… AMOR

adulto mayor II

Cuando alguien se refiere a un “adulto mayor”, no se trata de un Dinosaurio o Matusalén, sino a un ser humano que recorrió el largo, largo camino  de la mayor parte de su vida, logrando sortear los baches, subidas y bajadas de la existencia, pero también que se impuso a nuestra gran  vulnerabilidad frente a  la fuerza arrolladora de una naturaleza incontenible, que así como lo depositó en esta tierra tiene muchas maneras de destruirlo en pocos segundos. Por tanto,  procede meditar sobre los mínimos beneficios que se ha ganado durante tantos años,  manteniendo la especie y contribuyendo al desarrollo social que hoy nos permite convivir en sociedad. También debe considerarse que es una fuente de sabiduría, porque en la experiencia de sus años vividos,  aprendió y puede demostrarnos el valor de la verdad, lo importante de la actuación recta y que hacer el bien siempre paga. Frente a esta realidad, lo menos que nos corresponde es demostrarle el respeto a sus palabras, porque a esa edad no es fácil sentirse seguro. En esa etapa de la vida,  los familiares debemos recordar su necesidad de socializar con sus contemporáneos y facilitarle su visita con quienes revive su tiempo, porque hablan y actúan de acuerdo a sus valores y eso les permite sentirse que no han envejecido… tanto.

¿Qué son muy anecdóticos y repetitivos? Así es, pero si esas historias que representan su vida no nos lesionan, oigámoslos con respeto, que de ello algo aprenderemos y esa comunicación les hace felices.  Ellos requieren sentir que su mundo no se fue del todo y  por eso conservan sus cosas personales, sin pensar si son o no de moda, porque representan una parte de lo que vivieron o… amaron. En esa edad, la paciencia se encuentra casi agotada; por tanto, deberíamos recordar nuestra niñez cuando por los mismos motivos, en ese siclo repetitivo de la vida, ellos nos comprendieron y  ahora nos toca comprenderlos.

Cuando tenemos un adulto mayor con  nosotros, debemos amarlo, respetarlo y aceptarlo como es, porque dio parte de sus mejores años para sacarnos adelante y pudiera ser que mañana ya no lo tengamos con nosotros, porque ha viajado sin regreso y lamentemos no haberle demostrado lo que ahora quisiéramos decirle, y ya sólo podremos orar. Recordemos que es importante crecer feliz y envejecer es como crecer: en ambos casos es muy importante sentirse respetados, y a ser posible…amados.

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SENTIMIENTO PATERNO

SENTIMIENTO PATERNO

Como ningún padre o madre puede prometer a sus  hijos que estará toda su vida para ayudarlos, sí que estamos obligados los progenitores a darles lo mejor de nosotros; cuidar de ellos y amarlos mientras tengamos vida. Creo en Jesús cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay…” por eso sé que desde esa morada donde me toque estar, seguiré… amándolos. Por experiencia propia conozco de la necesidad que, independiente de su edad, siempre tenemos los hijos de los padres. Por tanto, es un compromiso ineludible el estar siempre listos y prontos para ayudarlos, en lo que fuere necesario y conveniente, sin permitir que la exageración del tierno sentimiento paterno contribuya, bajo la premisa de evitarles sinsabores, con hacerlos menos diligentes o eficientes de lo que la vida les exigirá para lograr su realización material y espiritual.

Conocer que se tiene los padres a mano y listos para servir, es diferente a descuidar sus obligaciones con la seguridad de que papá y/o mamá ayudarán a solucionar el problema. A veces, el decir NO con toda la energía a las pretensiones facilistas  de los hijos, es una manera de decir: te amo. De la misma forma, decirles SI cuando tengan dudas sobre acciones que nos consulten y puedan afectar su efectividad positiva hacia su presente o futuro, es tan importante como el no frente a la tendencia a descuidar sus deberes confiando en nuestro apoyo. No es fácil decirle no a los hijos, cuando acceden a nosotros  con esa cara de niños, fija en nuestra mente por siempre; pero cuando convenga hacerlo debemos tener la valentía de amarrarnos ese corazón y llorar por dentro. Tampoco es fácil decirles que sí, cuando llegada la  hora toman sus propias decisiones, cuales en algunos casos no estamos seguros si son las mejores, pero que corresponden al respeto debido a su libre albedrío. Los padres debemos aceptar sin dolor ni nostalgia, que el mundo es energía; que el tiempo pasa, la tierra sigue girando  y produce cambios en la forma de ver la vida y las cosas, por parte de quienes nos continuarán; especialmente nuestros hijos. El amor y el respeto son gemelos, y los padres jamás podemos desestimar este apotegma. Lo único que los hijos recordarán de nosotros, será el amor y el respeto que les dimos. Lo demás, con toda seguridad, se lo tragará el largo… largo túnel del tiempo.

 

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Ayer, en un semáforo pidiendo limosna, observé dos mujeres muy jóvenes y mal vestidas, cada una con un niño desarrapado y mal tratado en sus brazos. Le comenté a mi acompañante que me llamaba la atención que los trataran tan mal, siendo prácticamente unos bebés. Mi interlocutor me respondió: “No son sus hijos, se los alquilan para pedir limosna.” Aquel espectáculo me llenó de rabia y tristeza al reflexionar sobre la importancia de ser un Padre; porque seguramente, esos niños que usaban como elemento para enternecer a los viandantes, carecían de padre.

La cualidad de padre no es como ser un padrote de un rebaño de ganado, cuya labor es preñar las vacas sin que esto acarree para el macho más que un placer pasajero y un beneficio para el dueño del hato.

Ser padre conlleva responsabilidad y el compromiso de responder ante sí mismo y ante la sociedad, por la vida grata y segura de los  hijos; conlleva el cuidado especial del bebé, conjuntamente con su madre,  dándole atención en todo su desarrollo, a su alimentación, salud física, sicológica y educacional hasta su mayoría de edad, o si fuere a la Universidad, hasta que termine su carrera. Adicionalmente, durante ese trayecto de vida, otra de sus obligaciones es infundirle los principios innegociables y rectos valores de la sociedad donde se desarrollen, sobre la base ejemplar de nuestras propias actitudes en la familia y con las demás personas. Es que cuando salen de nuestro hogar, el único equipaje seguro y efectivo que se llevarán los hijos, será aquel sembremos en su conciencia, en lo más profundo de su ser, donde nadie nunca  podrá arrebatárselos.

Los padres nunca dejamos de serlo. Ciertamente, lo somos durante toda nuestra vida; por tanto, cumplida que fuere esa primera etapa  formativa, continuamos ayudando de todas las formas posibles, a que nuestros hijos logren sus mejores metas para su felicidad y la de sus familias.

Creo que si todos los padres cumpliésemos con esa obligación sagrada de criar debidamente a nuestros hijos, no habría todas las semanas tanta delincuencia juvenil, ni tantos muertos regando el país, entre  dieciséis y veinticinco años, como lo reflejan permanentemente los medios de comunicación social masiva. De hecho, muchos de esos jóvenes que mueren por andar un camino equivocado, posiblemente fueron como esos dos niños que miré en el semáforo pidiendo limosna y que me produjeron estas dolorosas pero necesarias reflexiones.

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AMIGAS IHe vivido diferentes etapas de mi país y en los últimos cincuenta años he visto invertirse algunos valores, otros desmejorarse y nacer nuevos; pero la familia se mantuvo respetuosa  de algunas intimidades que, especialmente para los niños y adolescentes no sólo son malos ejemplos, sino aberrantes, porque ensucian la mente, golpean el alma y lo más hermoso del ser humano… el amor.

Me refiero a los actos  protagonizados el pasado Sábado en un Yate, en la playa “Los Juanes” en Morrocoy, por un hombre y una mujer completamente desnudos simulando posiciones y movimientos sexuales, sin pudor de ninguna índole, frente a la multitud de turistas que disfrutaban de la playa, donde habían familias enteras, niños, jóvenes y adolescentes, señoras  y señores de la tercera edad; lo cual, dados los nuevos equipos digitalizados fue divulgado a los cuatro vientos. Como debe ser, las autoridades se pusieron tras la pista de los dos desvergonzados, quienes deberán enfrentar la Justicia.

Ahora bien, mi pregunta ¿Qué nos está sucediendo?, se refiere al hecho de que las personas que presenciaron tales actos públicos, inmorales y desvergonzados no protestaron o de alguna manera manifestaron su desagrado, sino que por el contrario, todos parecían emocionados, como si no existiera conciencia de lo inmoral y las consecuencias para la mente de los niños que tales eventos pueden conllevar,   y la falta de respeto al público en general, de tales actos delictuales.

Es que quienes tenemos descendencia, especialmente niñas, siempre hemos cuidado de inculcarles el pudor, la decencia, la discreción y el respeto por el sexo, porque  es fundamental en la pareja, que es la base de la familia,  y esta la piedra angular de la sociedad.

El sexo es lo más hermoso, tierno y solidario que materializará el amor de la pareja y que mediante la descendencia mantendrá ese amor de dos que se aman más allá de sus propias vidas. ¿Cómo entonces puede aceptarse tales espectáculos sin la protesta colectiva? ¿Qué pasó con nuestra formación y nuestros valores? ¿Qué pasó con nuestro papel de padres y ductores de nuestros hijos? ¿Será que se nos olvidó que como padres  los trajimos a este mundo sin permiso y el compromiso es diseñarles una vida sana y buena? Pues yo me niego a aceptar esta locura y desde aquí elevo mi más airada protesta y confío que la administración de justicia hará su parte, para evitar que se repitan estas barbaridades.

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Como en una oportunidad comentara Lin Yutang, admiramos y amamos los monumentos viejos; mientras más antiguos, más admiración y amor. ¿Pero sucede lo mismo con  los seres humanos? Pareciera que no.

De hecho, en estos tiempos, nuestros ancianos no son considerados con el respeto debido a su edad, experiencia y sabiduría, que les dejaron los años. No soy Matusalén ni me considero un anciano porque sólo tengo 71 años, pero cuando era niño y aún joven, se respetaba y veneraba a las personas de  larga edad; se les oía con atención y respeto, se les cedía el paso y se les ayudaba de toda forma posible.

Hoy, es terrible observar la poca atención y casi desprecio que personas, especialmente las muy jóvenes, sienten hacia los ancianos. Como ejemplo, he visto una pobre anciana tratar de cruzar la calle en medio de varios jóvenes y ninguno se preocupó de ayudarla, no obstante que el semáforo estaba en amarillo.

Pareciera que las personas jóvenes olvidaran que la juventud como la belleza son pasajeras, pero que indefectiblemente, si tienen la suerte de sobrevivir, acumularán años que podrán hacerles sentirse “viejos”; ya que, como es cierto, sólo  es “viejo” no quien acumula años sino quien así se siente.

Cuando observo a mis colegas de edad avanzada, la mayoría con esa mirada reposada, actitud tranquila y amable, que da el haber experimentado los muchos eventos y altibajos que se producen cuando se han superado varias décadas, pienso que los jóvenes desperdician el conocer por boca de ellos esas experiencias, que, quizás, en el futuro pudieran evitarles graves inconvenientes.

El  colmo de esta paradoja horrible lo observamos en los pensionados del Seguro Social. Estos ancianos trabajaron durante muchos años y ayudaron a construir este País que las nuevas generaciones casi han destruido. Los he visto con muletas, con andaderas y con sillitas portátiles, haciendo largas colas bajo el sol a las puertas de los bancos, para cobrar lo que no es una dádiva ni un regalo, sino  el retorno de lo que ellos aportaron de sus sueldos durante muchos años.

Soy feliz, aún sufriendo de un cáncer que me tuvo cinco meses entre la vida y la muerte, porque sé que haber alcanzado mi edad, creado una bella familia, sido de utilidad para los demás  y haber logrado muchos amigos,  ha sido una hermosa aventura que ojalá quienes desprecien a los “viejos” pudieran  alcanzar.

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No se trata de un mal sueño o pesadilla, una novela de terror o algo que suceda a miles de kilómetros de distancia; es una realidad horrible aquí, en nuestra propia ciudad… todos los días.  Son  niños y jóvenes  que vemos en nuestras calles; o aquellos que nunca miramos porque viven en ese mundo cercano, pero invisible para nosotros, que subyace oculto en los cordones de miseria que circundan nuestra ciudad.

Cuando leo que más del 70% de los asesinados, homicidas o sicarios, indistintamente, en su mayoría se ubican entre 14 y 18 años, siento que un frío recorre mi espina dorsal y no sé si es angustia, dolor, tristeza, frustración, terror, desolación o… impotencia.

Los padres sabemos, porque lo vivimos, que amamos los hijos “con el corazón dentro y las tripas afuera” como predicara Andrés Eloy Blanco; y de alguna manera, todos los hijos son… nuestros hijos.

Frente a este dantesco panorama corresponde preguntarnos:

¿Qué sucedió con ellos?

 ¿Cuál es el nivel de culpa de los padres en su comportamiento?

Creo que los padres, conforme actuemos frente a nuestros hijos, podremos hacer de ellos hombres de bien, exitosos o… perdedores.

En mucho, el destino de los hijos lo marca la formación hogareña. Sin que fuere la única causa, algunos padres, para evitarles sinsabores y tropiezos, no les dejan conocer la realidad de la vida diaria del hogar y los hacen desentendidos, insensibles, desconsiderados, ingratos, irrespetuosos,  dependientes e… inútiles.

Aprender el valor de las cosas; que todo lo recibido amerita esfuerzo; que los recursos no caen del cielo sino del duro trabajo de los padres; que deben priorizarse las necesidades porque no alcanza para todo, son enseñanzas que evitan la conducta  displicente y desentendida con los padres, evitando que se acostumbren a una vida fácil, cual cuando dejen el hogar no podrán satisfacerse por sí mismos con los medios normales y caerán en el facilismo, y quizás en la delincuencia.

El mejor blindaje que podemos dar a nuestros  hijos para enfrentar un futuro desconocido e imprevisible -donde ya no podrán contar con nuestra ayuda- lo constituye los principios y valores familiares de rectitud, mesura, trabajo, estudio, esfuerzo, ahorro, consideración y respeto por la persona humana, siempre y cuando sean reforzados por nuestro ejemplo.

Seguramente, si esos niños y jóvenes perdidos, hubiesen tenido en su hogar la enseñanza y el ejemplo de esos principios y valores, su destino hubiese sido…  diferente.

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INOCENCIA Y FELICIDAD

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