Como venezolano con residencia en USA, continuamente tengo que responder sobre mi opinión relacionada a esa ambición de muchos latinoamericanos: vivir en los Estados Unidos.
Estoy convencido de que el cacareado sueño americano, en muchos casos, suele ser un proyecto que puede convertirse en un espejismo que pudiera afectar negativamente buena parte de la vida futura.
Acepto que conocer otras latitudes aumenta el bagaje cultural y nos ubica en nuestra cabal dimensión, con respecto al mundo. Pero que emigrar sin planificación realista, efectiva y sustentable, represente algo extraordinariamente positivo o formativo, lo considero improbable.
Conocí compatriotas abogados atendiendo mesas en restaurantes en Miami y economistas e ingenieros dando clases de español en escuelas primarias en Philadelphia, devengando salarios apenas suficientes para vivir decentemente; pero con menos reconocimiento, progreso intelectual, vida social o capacidad de ahorro que en Venezuela.
Asimismo compartí con migrantes de diversa nacionalidad, quienes agotaron sus mejores años para lograr apenas la educación básica de sus hijos, porque la Universitaria, su costo es tan elevado, que les fue imposible lograrlo.
Es muy dura la transición de ciudadano con arraigo y sentido de pertenencia nacional, a un mero número del Seguro Social en un país donde hasta el idioma es diferente; porque los servicios de salud dependerán de su capacidad de pagar un seguro muy costoso, siendo que de lo contrario, ingresarán al grupo de los cuarenta millones de personas que en USA no tienen acceso asegurado a los servicios de salud.
Conviene, desde una óptica realista y sincera, hacerse la siguiente reflexión: si conociendo el idioma, las condiciones, leyes, beneficios de salud y educación de que disponemos en nuestro país, se nos dificulta lograr solidez económico-familiar… ¿Qué nos asegura que sin disponer de esas condiciones beneficiosas, nos será más fácil lograrlo en otro país? Meditar sobre esto pudiera evitar cometer un grave error.
Para quienes gustan escuchar los cantos de sirena del “sueño americano”, antes de tomar la decisión de emigrar, recomiendo ubicarse descarnada pero sinceramente, en las posibilidades que ofrece nuestro país en cuanto a estudios, formación profesional, asistencia a la salud y relaciones familiares, para quienes estén dispuestos aportarle su mejor diligencia, trabajo y decisión.
Igualmente, sugiero consultar con quienes han vivido esas experiencias migratorias y sus secuelas. Seguramente, luego de escucharles lo pensarán mejor, o por lo menos, si deciden emigrar, lo harán a conciencia de los verdaderos riesgos que asumen y sus posibles consecuencias.