Escuchando la entrañable canción “Gracias a la vida”, me devolví sesenta y cinco años atrás recordando mi niñez; luego mi primera juventud hasta los treinta años; mi segunda juventud hasta los sesenta; y mi tercera o actual juventud a los setenta y seis años, y tengo que decir más que gracias a la vida, gracias a Dios. Durante estas más de siete décadas, he amado y me han amado; he trabajado duro y obtenido las mejores recompensas; he tropezado muchas veces y de esos tropiezos he determinado cosas que han hecho menos difícil pero más grato, ese largo camino en busca de la felicidad. He aprendido que lo más importante para vivir -en el sentido real de la palabra– que es bien diferente a sobrevivir, lo cual es absolutamente elemental- se requiere sentir a nuestros semejantes con su naturaleza y sus ambiciones, poniéndonos con toda sinceridad en su lugar y actuar en consecuencia, como hubiésemos procedido en iguales circunstancias o situaciones que nos toque vivir.
Haber vivido todos estos años disfrutando de las muchas bendiciones que Dios ha puesto sobre la tierra, como son: el ver el brillo del sol en la mañana y un cielo cubierto de estrellas en la noche; las gotas de rocío sobre las rosas en primavera; el caer de amarillentas hojas, diciendo adiós para siempre en el otoño; escuchar con regocijo el silbido del viento sobre las palmeras; el trinar de los pájaros en los caminos; la risa de los niños y la palabra amor en los labios de quienes amo; todo lo cual me ha enseñado que soy un pedacito de la maravillosa creación, que tengo siempre a mi disposición, en tanto y en cuanto sea capaz de entender que es mi estado de ánimo y no ningún evento especial, lo que le da color a mi vida; por lo cual a nadie más que a mí mismo puedo culpar o felicitar, según fuere el resultado de mi vida.
Sin ninguna duda, hoy estoy convencido de que es más importante que la riqueza, la fama, el poder o la belleza, la tranquilidad espiritual y ser consciente de que Dios provee todo lo necesario en cualquier situación en que nos encontremos; que todo se encuentra a nuestro alcance si entendemos que la diligencia, la disciplina y el trabajo son más importantes que la inteligencia o el nivel social en el cual se nos ubique; que el mal es la excepción porque la regla es el bien y la bondad; que brinda mayor felicidad el hecho de amar que el ser amado; y finalmente, que el tiempo no es nuestro aliado ni nuestro enemigo, por lo cual la edad no es definitiva para vivir intensamente los eventos esenciales de nuestra existencia física y/o espiritual.
Por todo lo expuesto me siento obligado a ratificar lo que afirma esa bella canción: Gracias a la vida que me ha dado tanto, porque ciertamente y por la gracia de Dios, tenemos más bendiciones que carencias; la voz de mis hermanos es mi voz; la felicidad o el dolor de mis hermanos también son los míos, porque todos somos parte integral de la gran familia humana, por lo cual debemos convivir en paz y armonía, en esta bella tierra que Dios nos dio por heredad.
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