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En una oportunidad, ante la pregunta de ¿Por qué trabajamos? Elbert Hubbar respondió:  «Trabajamos para ser, no para obtener.» En verdad, lo más importante para un ser  humano es esa sensación de sentir qué es lo que hace, más allá de qué sea lo que hace.

Lograr la condición de padre, esposo o profesional, independiente del género, serviría de poco si no se dispusiera del sentimiento de sentirse como tal,  porque para lograr cualesquiera de esos status sólo se requiere dar los pasos apropiados que le establece la sociedad, pero para ser muy eficiente, útil y disfrutarlo en toda su intensidad, es indispensable sentir la importancia y trascendencia de lo que se hace.

 El elevado número de divorcios y destrucción de las familias, madres solteras, niños de la calle, delincuencia juvenil y corrupción desbordada, es el producto de ejecutar roles individuales en la sociedad, tomándolos como medios  para lograr fines de beneficio inmediato, sin estimar ni por un momento  las consecuencias, más allá del propio interés personal temporal actual.

Una cosa es hacer, obtener o realizar algo,  y otra muy diferente sentir con intensidad que  lo que se hace trasciende el mero beneficio personal, cual es lo que le da la condición de patrocinio familiar, colectivo o social.

 Cuando el ser humano otorga importancia trascendental a sentir lo que hace, desde sus realizaciones más nimias hasta las más importantes, orienta cada uno de sus actos a lograr objetivos más allá de la satisfacción de sus necesidades personales.

 El padre-esposo o madre-esposa  que orientan y guían sus hijos hacia una vida sana y buena, sintiendo la importancia de ser padre, que involucra amor, responsabilidad, respeto, comprensión y ejemplo, sin duda realizarán una mejor labor que aquellos que ejecuten su rol como un deber u obligación sin trascendencia especial.

 En el mismo sentido, el profesional, trabajador o líder en cualquier actividad, será más exitoso y su resultado abarcará un mayor espectro, en la medida en que sienta que su rol es fundamental, no sólo para su bienestar y felicidad sino para el conglomerado social o causa a la cual sirve.

 La importancia de sentir lo que se hace es similar a gustar de lo que se hace, en vez de hacer lo que se gusta. Porque cuando se siente como bueno, importante o trascendente lo que uno hace, pone en ello lo mejor de sí, pero también lo disfruta con mayor intensidad.

 No tengo duda que las parejas consolidadas y felices -que construyen familias igualmente felices- así como los profesionales, trabajadores y líderes de cualquier actividad en la sociedad que logran el éxito integral (físico-espiritual), pudieron alcanzarlo porque pusieron lo mejor de sí en su empeño, precisamente porque sintieron que su rol y realizaciones  era muy importante no sólo para ellos individualmente sino para los demás.

 Usted puede conformar una familia y obtener riquezas, fama,  títulos, honores y poder, pero si mantiene la sensación de que le falta algo que no alcanza a lograr determinar, pero que produce en su alma un vacío vivencial, pudiera deberse a que no sintió la  verdadera importancia de lo que hizo, en todas y cada una de sus etapas.

 Sentir lo que se hace nos permite vivirlo. No importa si se logra o no, lo importante es sentir que lo hacemos, que lo estamos intentando, que somos diligentes, que tenemos fe en nosotros mismos y en el poder que heredamos de Dios: que vivimos una vida plena, bella y llena de oportunidades.

Si en algunas circunstancias, dentro de lo razonable, el fin justifica los medios, no menos cierto es que en oportunidades, pueden ser más importantes los medios a utilizar, que el fin que se busca. Al fin y al cabo, los medios pueden ser muchos, en cambio el fin, generalmente, es uno. Si siento que disfruto los medios que pueden ser muchos, y por tanto me van a producir un alto volumen de satisfacción, pudiera ser que el fin, que es uno solo, careciere de mayor importancia.

Todo los días, con profunda tristeza y hasta cierto punto  con frustración,  tengo que presenciar y soportar esa manga de inútiles, desentendidos, ineficientes y desprevenidos habitantes de esta aldea global, que conforman un porcentaje bastante elevado, quienes realizan sus roles sin sentir su importancia, y como consecuencia, sufro de los mil inconvenientes que ello me produce personalmente, así como al conglomerado social.

 Como soy un convencido de lo temporal de mi vida terrenal, no hago nada que no sienta que me entusiasma, o en lo cual sea muy importante poner lo mejor de mí. Pienso que todas nuestras actividades representan un aspecto bipolar: lo bueno y lo malo que existe en cada cosa. Por eso extraigo de ellas esa parte buena que todas tienen, o que se les puede crear,  y me aferro para obligarme a sentir que vale la pena vivir la experiencia, convirtiéndola en un agradable reto para demostrar que sí se puede.

  Es que cuando siento lo que hago me involucro por entero; lo vivo intensamente; de alguna manera, me lo juego todo, y hasta hoy, normalmente he ganado; al menos en lo que considero importante y trascendente, porque va más allá de mi propio beneficio personal.

  Así que, los invito a priorizar el sentir más que el obtener, porque lograr algo sin sentirlo, es perder la oportunidad de vivir el proceso de lograrlo, lo cual, al menos por mi mentalidad,  hasta cierto punto sibarita, sería realmente… un desperdicio.

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