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Archive for the ‘TRABAJADORS SOCIALES’ Category

No voy a escribir sobre algo de lo que con anterioridad no se haya escrito mucho; que esté lejano por llegar o inmediato en el devenir de nuestras vidas; sino sobre situaciones que, para nuestra sorpresa nos afectan a todos en casi todo lo que hacemos, pero que no comprendemos bien, o que, en algunos casos nos cuesta entender.

Se trata de que sentimos que las cosas empiezan a ponerse de cabeza -al menos para nuestra mentalidad, que es producto de la cultura de nuestra época- o que muchos paradigmas y concepciones que por mucho tiempo consideramos apropiadas, empiezan a dejar de surtir los efectos esperados, y que algunas actuaciones antes muy claras, se enturbian sin una explicación inmediata y racional aparentes.

Los valores tradicionales crujen; los principios tenidos como innegociables comienzan a mostrar fisuras. La sociedad en general, y muy especialmente Instituciones fundamentales para nuestro sistema de vida como el matrimonio, la familia, la escuela, la religión, la justicia, la amistad, la política y la asociación empresarial, se ven sacudidas por una oleada de acontecimientos que generan inquietud, observación, análisis, contestación; interrogantes que se quedan sin respuesta clara.

En el concierto mundial, al tiempo que se acepta la realidad del recalentamiento global, el consecuente y preocupante deshielo, sin asumirlo plenamente; el descenso de las religiones tradicionales y el ascenso de otras nuevas, o rezagadas; el crack de la familia tradicional y el ocaso del matrimonio como base de la familia; el descenso y casi desaparición de las ideologías de izquierda y de derecha; el abandono de los pensum de educación tradicionales en las escuelas; el ambiente se carga con aires de cambio en la política, sistema económico y de poder, produciendo desasosiego y desconcierto en los grandes conglomerados humanos, que como en toda época, temen cambios que les enfrenten a lo desconocido.

En los cenáculos del conocimiento académico de las Ciencias Sociales, psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales, economistas y estudiosos de la gerencia pública y social, también se hacen preguntas sin respuestas satisfactorias; las recomendaciones, programas, fórmulas, políticas, técnicas y aplicaciones que tradicionalmente surtieron efecto, ahora se hacen demoradas, inoperantes, difíciles e ineficientes.

En el ambiente general, se advierte el nerviosismo natural que precede a los eventos desconocidos… pero indefectibles. De alguna manera, es la misma sensación que se observa en las especies irracionales más primitivas, aún existentes sobre el Globo, previo a los movimientos telúricos o las grandes catástrofes naturales.

Una manifestación progresiva de insatisfacción de las mayorías, que se sienten desasistidas e inermes frente a los grupos económicos y políticos que manejan el poder, son doblegados en su voluntad mediante sofisticados mecanismos publicitarios de toda índole, precipitándolos en una carrera de consumismo histérico, alejado de toda racionalidad que afecta todas las áreas de su vida cotidiana.

Por otra parte, dirigentes frustrados, nostálgicos, descalificados, insensibles y corruptos, en todas las latitudes del mundo disfrutan, sin ningún recato, haciendo uso personal de los recursos previstos para cubrir las necesidades más ingente de los millones de perturbados ciudadanos, que en el paroxismo de su propia desubicación, no atinan a determinar el por qué de su impotencia para impedirlo.

Pero el ciudadano común, presiente o intuye que el problema no es coyuntural, por lo cual requiere una urgente revisión de los modelos económico-sociales en sus fundamentos y estructura, porque igualmente en países pobres como ricos, industrializados o en vías de desarrollo, con diferentes variables, los factores fijos se mantienen en el mismo orden: pobreza, exclusión, falta de oportunidades, violencia creciente, injusta redistribución de la riqueza; y como consecuencia inmediata, frustración colectiva, insensibilidad a todos los niveles, personalismo, cortoplacismo y… terrorismo.

También las clases dominantes -beneficiarios del stablishment– observan preocupados los acontecimientos y comienzan a prever problemas a corto y mediano plazo, pero como en el caso de los oprimidos, tampoco entienden bien de que se trata, no comprenden que está fallando, donde está el fondo del problema y no atinan en preparar una estrategia frente a algo que no conocen bien. Por eso prefieren hacerse los desentendidos y esperar a ver que pasa, pero sin poder evitarlo un frío penetrante recorre su espina dorsal: es el terror a los cambios que pudieran producirse en el sistema, lesionando, disminuyendo o acabando con sus groseros privilegios.

Por su parte, los millones de personas gravemente afectadas y de muchas formas excluidas e ignoradas de siempre por el sistema actual, quienes hasta ahora se habían conformado con los rezagos que dejaran las clases dominantes, por primera vez tienen acceso a medios informáticos como Internet, donde reciben información global actualizada, escrita, gráfica y verbal por menos de un dólar la hora, sienten que es tiempo de hacer algo y comienzan a presionar desde los sindicatos, las asociaciones de desempleados, partidos políticos, asociaciones comunales, de vecinos, de amas de casa, comunidades estudiantiles y profesionales, por cambios que les otorguen mayor participación y protagonismo.

La superposición y amalgamamiento de esos factores de desestabilización son la causa principal del progresivo estrés global, que de Norte a Sur y de Este a Oeste aqueja a los habitantes de nuestro mundo, que los perturba y llena de angustia en su sentido real: temor e impresión ante un peligro desconocido.

No se trata de endilgarle los problemas a movimientos o estrategias políticas de izquierda o de derecha. No, no es así. Todo eso es parte de una historia que tiende a desaparecer. Los pocos vestigios de esas tendencias políticas que aun sobreviven, irremediablemente están llamados a desaparecer. Las corrientes exitosas del pensamiento político actual tienden hacia posiciones centristas, o por lo menos, no radicales de izquierda ni de derecha.

El pensamiento político tradicional y las tendencias fundamentalistas no se compadecen con los nuevos tiempos; tratan de sobrevivir y luchan por ello, pero al final, desaparecerán. El hombre tiene derecho a una vida más justa y más temprano que tarde logrará alcanzarla. La edad de nuestro mundo se mide por milenios. Todavía hay mucho tiempo por delante. El hombre heredó de Dios la inteligencia con la cual ha superado ya muchas catástrofes y está listo para enfrentar nuevas.

Se trata de que se avecinan nuevos tiempos, que de alguna manera ya están aquí. Es posible que ya estemos presenciando la gravidez de una nueva era, y los partos, aunque auguran nueva vida, siempre han sido dolorosos. Pudiera ser que ya no estemos por aquí para la oportunidad del alumbramiento, pero el nacimiento se dará: habrá un nuevo mundo, más justo y bueno para la vida de todos los hombres. Es un problema de tiempo, pero juega a favor de la humanidad.

En todas las épocas, una parte de los seres humanos apoyó el mantenimiento del status quo; se trataba de quienes disfrutaban de los privilegios. Pero otra parte, abundante, adolorida, oprimida y paciente, presionó y esperó por los acontecimientos que derivarían de su actuación y siempre, independiente de en cuanto tiempo, se dieron y se produjeron los cambios.

Esta vez no será diferente. Más tarde o más temprano las cosas cambiarán. Nuevos modelos económicos y sociales refrescarán la vida de los hombres. Se trata más que de una conveniencia, de una necesidad colectiva, porque de no imponerse un nuevo orden, aún desconocido pero más justo, que permita mayor acceso a la riqueza y los recursos a todos y no a unos pocos; que ponga la vida y el bienestar del ser humano como prioridad fundamental, frente a los anti valores como la riqueza mal habida, el consumismo, la competencia imperfecta, la perversa utilización del sexo como mercancía o medio publicitario, el personalismo y cortoplacismo, simplemente el mundo se hará insufrible y sin incentivos para una vida feliz.

En ese proceso de cambios que se avecina, corresponde revisar conceptos, repensar y reinventar nuestra forma de interpretar la vida; inclusive desde el punto de vista filosófico, tendiente a determinar si la concebimos como un fin en si misma, o como un medio de algo más.

Se va a requerir mucha sinceridad y más desprendimiento personal en pro del beneficio colectivo. En esa nueva sociedad lo más importante deberá ser el ser humano en su conjunto, pero respetando la sagrada individualidad. El personalismo exacerbado dará paso a un tipo de colectivismo, donde el individuo al servir a los intereses del grupo, sirve a su propio interés, de tal manera que de la prosperidad del grupo derive su propia prosperidad, y en el cual pueda convivir holgadamente, el respeto por la individualidad de la persona humana con los intereses del grupo social.

Para quienes tenemos más de cincuenta años, todo empieza a hacerse demasiado nuevo y a veces difícil de digerir. Eso es natural, no tiene nada de extraordinario, ni debe atemorizarnos. Siempre fue así. De alguna manera, el devenir de los cambios en nuestro mundo es cíclico, pero en todos los procesos, unos trataron de detener el desarrollo de los acontecimientos, mientras otros lucharon y se aferraron a el como su única esperanza. Al final, dada la edad del mundo, los últimos vencieron a los primeros y los cambios se dieron.

Por eso tenemos que aquietarnos; tomarnos un tiempo para pensar, para meditar. Requerimos de manera individual, pero muy sincera y desprejuiciada, hacernos una composición de lugar; mirar hacia atrás sin hacer caso de los fantasmas del pasado, que sólo existen en nuestra mente, para felicitarnos por haber vivido una vida, que aún en su peor condición, ha sido buena.

Vivir el hoy sin mayores preocupaciones por lo que vendrá mañana, porque esa es la parte de la vida que, de alguna manera, podemos controlar y nos corresponde por entero. Ciertamente, nadie puede hacernos mejor o peor este eterno presente. Siempre será producto de nuestra concepción de la vida y de las cosas, de nuestras actuaciones, del color del cristal con que miremos los acontecimientos que nos afecten y la trascendencia que les otorguemos.

Para quienes crean en la existencia del futuro, se trata de algo absolutamente incierto y que, en casi su totalidad, escapa de nuestro control. Pero, si algo puede hacerse por el es ocuparse -que no preocuparse- de hacer las cosas bien… hoy. Nada más se puede aportar a favor de un tiempo que ni siquiera sabemos si llegará… para nosotros.

Pienso que un análisis serio y desprejuiciado sobre estas especulaciones, fundamentado en la concepción de que somos espíritus viviendo experiencias físicas y no lo contrario; que heredamos de Dios la razón e inmortalidad del alma, debería disminuir o evitar esa angustia colectiva que produce el creciente estrés, que aqueja al ser humano de hoy, convertido en fuente de enfermedades físicas y mentales.

Al menos en mi caso, no solicité que me trajeran a este mundo, ni tampoco establecí condiciones de tiempo y espacio para vivir mi vida. Simplemente, me siento con vocación para una vida confortable, donde el amor a Dios y mis semejantes guíen mis pasos, lo cual por cierto es el mayor reservorio para la felicidad que todos los días disfruto, en esta vida que me he impuesto, no de años, sino de períodos de veinticuatro horas y que me ha dado un extraordinario resultado.

Hemos recibido mucho y mucho debemos dar. También hemos luchado duro para hacernos una vida, conforme a nuestra diligencia, optimismo, confianza y óptica personal. El resultado ha sido conforme al esfuerzo e inteligencia que le hemos puesto, por eso no podemos quejarnos ni considerar que somos especiales. Somos hijos de Dios, imperfectos pero con ambición de perfectibilidad y hacia ella debemos encaminarnos.

Recibamos los acontecimientos sin grandes aprehensiones y como realmente son, producto de una época extraordinaria por su condición de transición de una era a otra. Quienes nacimos antes del año dos mil y aún nos mantenemos con vida, representamos una generación de personas especiales y sumamente privilegiadas, porque conocimos dos siglos y dos milenios, y esa especialísima situación vivencial, únicamente se da cada mil años.

Les invito a pensar, meditar, reflexionar sobre todos y cada uno de los acontecimientos globales y de cómo afecta nuestra individualidad. Pero con tranquilidad, con sinceridad, sin sobresaltos ni permitir malos presagios; con fe en Dios y en nosotros mismos; con esperanza en un mundo mejor, para nosotros y para las nuevas generaciones, al cual podemos contribuir todos los días, en la medida en que seamos capaces de interpretar los acontecimientos y en vez de angustiarnos, ser felices y dar gracias a Dios por haber vivido una época tan especial, cuando prácticamente hemos sido protagonistas en dos mundos bien diferentes.

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