¿Cómo debemos vivir? Buena pregunta, que si la hiciésemos a cien personas, seguramente noventa por ciento nos darían diferentes definiciones, dentro de las cuales se reducirían a la parte física de comer, dormir, trabajar, recrearse de vez en cuando, y sentirse cómodos o poco aburrido con su pareja, amigos o familia. Pero, la vida, que para ser tal en el real sentido de la palabra, debería ser algo más que eso, porque está llena de eventos específicamente humanos como los sueños, retos, proyectos, decisiones y emociones; ya que, como seres racionales, vinimos al mundo con metas muy definidas e inherentes a nuestra especie, como por ejemplo ser útiles a nuestros semejantes, crecer espiritualmente todos los días, para de una forma continua ir avanzando progresivamente, hasta lograr la meta más deseada: lograr que ese diario caminar por nuestra existencia, cual es… SER FELICES.
A estos respectos tratados y a tratar, deberíamos vivir viviendo, que es como decir que, más allá de algunas limitantes que son absolutamente aleatorias, cuales vale decir, que en algunos casos van a depender de situaciones que están fuera de nuestro control, como algunos eventos naturales muy especiales como los terremotos, las guerras, e incluso, la misma muerte, cuyo efecto en casi todo los demás casos, dependerá de cual fuere la forma de cada uno, de ver la vida y las cosas. Así, por ejemplo, los resultados de los sueños, retos, proyectos y decisiones personales trascendentes, requieren de otros elementos o factores inmateriales que no pueden determinarse físicamente, como la confianza, la fe, la diligencia y la disciplina; cuales hibernan en lo interno de cada uno de nosotros, esperando ser activados por nuestra voluntad, para el logro del o los objetivos deseados.
Si consideramos que mirar la extraordinaria y variada belleza de las flores en la primavera; el vuelo de las multicolores mariposas en el aire; escuchar el hermoso y diverso trino de los pájaros sobre los árboles y en el cielo; el ruido cadencioso de los arroyos en las montañas y meandros en los ríos; el reconfortante eco del ir y venir de las olas sobre el mar, en los acantilados; la inocente risa de los niños en los parques; la sonora y arrulladora voz de los coros en las iglesias; los casi inaudibles pero constantes y repetitivos consejos de las abuelas; y la mágica voz de esa persona que escogimos para ser especial en nuestra vida, nuestra cónyuge, cuando nos obsequia la más hermosa bendición del alma: TE AMO.
Igualmente, regodearse con la belleza de las auroras en las mañanas, acompañados de un humeante cafecito mañanero; del crepúsculo en la tarde cuando el sol despide el día en el verano, al sabor de ese té especial y tranquilizante que tomamos antes de dormir; la belleza especial e incomparable de la nieve sobre los árboles en los inviernos, cuando degustamos el chocolate caliente que nos reconforta, son experiencias incomparables que vivimos intensamente y que, independiente de la temperatura, como nos lo preparan con tanto amor, nos llenan el alma de constante ternura.
Por todo esto, considerando que sólo he citado algunos placeres que otorga de forma gratuita a nuestros sentidos la naturaleza, porque también debería citar la literatura, el arte, etc., en este paso por esta vida física que, independiente de cuantos años vivamos en tan corto periplo, dejar de considerar y disfrutar de tantas cosas, eventos y situaciones, que como bendiciones Dios dispuso para nosotros sobre esta tierra, ciertamente sería un desperdicio injustificable de nuestro tiempo sobre ella; tanto, que equivaldría a asegurar que no logramos el privilegio, que sólo depende de cada individuo de…VIVIR VIVIENDO.
En verdad, no creo que se trate de un mundo nuevo lo que estamos viviendo hoy, porque al fin y al cabo el mundo siempre será el mundo, independiente de cual fuere el comportamiento de sus habitantes. Lo que sì debemos aceptar es que en esta época, las personas actúan de forma diferente a como lo hacían apenas cincuenta y hasta treinta años atrás.
Para quienes desde muy jóvenes entendimos la bipolaridad de los valores, pero que además las personas los interpretan y aplican, conforme al tiempo y el espacio donde y cuando se vive, no nos extraña que lo que nuestros padres -y aun a nosotros mismos, hubiésemos concebido de algún aspecto de la vida o las cosas- sea bastante diferente a lo que algunos habitantes del mundo actual lo asumen. Yo apenas sobrepaso las siete décadas de vida, pero acepto de buena gana que mis nietos y sus amigos, conciban y actúen en similares situaciones, bien diferente a como yo hubiera actuado. Es que el mundo es sinérgico, como lo es nuestra vida y consecuencialmente, nada debe ni puede estancarse, porque como lo decía Condorcet “El desarrollo empuja a los pueblos”.
A mí me parece, cuando menos risible, al escuchar señores de la tercera edad, criticando el comportamiento de los jóvenes, comparándolo con el suyo y deduciendo que estos jóvenes de hoy “…son una locura”o que“…cuando en mis tiempos”. Pienso que todas las épocas han sido buenos para vivir, en tanto y en cuanto se tenga la disposición personal de disfrutar intensamente cada instante de nuestra vida, sin subestimar o desmejorar a nadie, fuere menor o mayor; ser útiles dentro de lo posible a nuestros semejantes, independiente de su condición social, económica o de poder; amar y agradecer siempre, perdonando cualquier agravio; pero especialmente, siguiendo el consejo de Jesús de Nazaret, de pedir el pan de cada día –que involucra no sólo los alimentos sino nuestras necesidades integrales diarias, con toda la fe en que sin duda alguna Dios nos proveerá lo necesario.
Por otra parte, soy de los convencidos de que somos energía, positiva o negativa, pero somos energía; por lo cual nos corresponde ser proactivos, diligentes y confiados en nuestra capacidad de vencer cualquier obstáculo que se interponga entre nosotros y nuestra probabilidad más que posibilidad, de ser felices. Sin descuidar el principio de utilidad a mis semejantes que siempre ha guiado mi vida, me acogí a ese principio del Filósofo contemporáneo Ortega y Gasset cuando sentenció: “Yo soy yo y mi circunstancia”,en lo cual me ha acompañado siempre esa maravillosa compañera de viaje largo que es mi esposa Nancy, quien como yo, al pasar de unirnos a confundirnos en una sola persona, en los más de cincuenta años de conocernos y casi cincuenta como cónyuges, hemos hecho de ese principio una especie de cápsula invisible, donde nos protegemos de las personas tóxicas por su incredulidad, falta de humanidad, lealtad, comprensión y caridad; o simplemente indiferentes a problemas de los demás, que por cierto para nosotros no son tales, sino asuntos por resolver, por lo cual siempre estamos prestos a ver en que podemos ayudar a sus resoluciones.
Siempre he estado consciente de que así como la tierra rota sobre sí misma y se traslada, de la misma manera los seres humanos y nuestra circunstancia personal, siempre estará condicionada a los cambios conforme al tiempo y el espacio cuando y donde se desarrollen. Por esa forma de ver la vida y las cosas, en los años sesenta, cuando las mujeres decidieron subirse la falda y usar shorts en público sin ninguna gazmoñería; enfrentar al hombre por sus derechos y exigir su lugar en la sociedad, incorporándose sin chaperona a una discoteca así como ingresar a la universidad, a cualquiera de las carreras que se creían como exclusivas de los hombres, para mí no fue sorprendente sino plausible. Quizás por eso, como quiera que mi carrera de abogado la hice a los cuarenta y dos años, las niñas de entre veintidós y veinticinco años que estudiaron conmigo, a quienes yo doblaba en años, sin subestimar su sexo o su edad, siempre traté con consideración y respeto, por tanto fueron y siguen siendo mis buenas amigas, a quienes siempre entendí perfectamente –y de quienes por qué no decirlo- aprendí cosas nuevas que me sirvieron, tanto en el ejercicio de mi nueva profesión así como en mi vida personal.
Finalmente, manifiesto que la intención de escribir estos renglones, no es otra que la de insistir en que el mundo ni el tiempo cambian, sino que los que cambiamos somos nosotros, los seres humanos, como consecuencia de lo anotado antes; del cambio de los valores, que tienen que ver con el tiempo y el espacio en que se suceden los eventos de nuestra cotidiana vida. Por eso la gente de la llamada tercera edad, deberíamos en vez de criticar, alabar el entusiasmo de los jóvenes, su valor de enfrentar los retos diarios; entre otros, estudiando un sinfín de materias en las escuelas y universidades, que quizás nunca lleguen a utilizar, porque la tecnología avanza demasiado rápido, mientras la mentalidad de los profesores, con cara de intelectuales y discursos tontos, sigue siendo de carácter repetitivo, sin considerar ni estudiar ellos diariamente, cómo algunos conocimientos se hacen caducos a muy corto plazo y pudiera que ya no sean para los estudiantes convenientes, pero aún menos… necesarios.
En algún sitio sin determinar el autor, leí un pensamiento que, dada mi propia experiencia, me pareció una verdad tan grande como un Templo:“La voluntad de Dios nunca te lleva donde la gracia de Dios no te proteja”. Es que durante toda mi existencia, en mi caso personal, siempre que alguna circunstancia negativa o problemática me ha afectado, de alguna manera continuamente y en todos los caos, he encontrado el camino cierto para lograr superarla. Quienes pensamos y creemos que la voluntad de Dios es hacedora y manejadora permanente, no solo de la naturaleza sino también de todos los entes humanos, sabemos que es la fe en tal verdad lo que nos convence en la esperanza de que todo lo que nos acontece, es superable.
Una de las más graves fuentes de producción de estrés, que se ha convertido en el elemento fundamental de muchas de las enfermedades físicas y mentales que sufrimos en el mundo de hoy los seres humanos, lo es precisamente la incertidumbre, que no es otra cosa que el temor a no saber que podrá suceder mañana, que de alguna manera pueda afectarnos. Pues bien, ese terrible estrés que acogota a nuestros congéneres en esta época, no es otra cosa que la desesperanza, que como antes he indicado, se produce precisamente por ignorar o desestimar, ese hecho cierto de que Dios nunca nos dejará llevar donde su gracia no pueda protegernos.
Pienso que conviene retrotraernos a los años que hemos vivido, y de la manera más sincera, recordar las situaciones difíciles que hemos atravesado y en tal sentido, también recordar cómo y de qué manera las superamos; sin duda alguna, tendremos que aceptar que no fue un milagro ni un caso fortuito lo que nos dio la solución, sino esa intuición, trabajo, dedicación y diligencia que pusimos para lograr el cometido, lo cual por cierto, aunque en ese momento no lo determinásemos simplemente se produjo por una decisión acertada, que aunque en ese momento no estuviésemos conscientes, se produjo por una inspiración divina. Son muchas las veces que personas me han comentado algo como esto: “…sabes, hoy doy gracias a Dios porque me haya acontecido tal evento, que en su momento me pareció desgraciado, pero que hoy doy gracias porque me haya sucedido.”
Nuestra existencia sobre esta madre tierra, es similar a un camino con zigzagueos, altos y bajos, el cual recorreremos durante nuestra vida física, pero que en mucho dependerá como lleguemos al final, precisamente de nuestro estado de ánimo y la seguridad de que somos capaces de superar cualquier escollo, precisamente porque tenemos a Dios con nosotros, el cual independiente de la dificultad, nunca nos abandona. Tengo la suerte de conocer mucha gente inteligente, que independiente de su nivel académico, de poder, fama o riqueza, al vivir inmerso en estas verdades, simplemente han logrado la máxima ambición humana: ser felices. Asimismo, todas las personas que conozco con una vida ruinosa, adolorida o solitaria, siempre tienen la misma característica fundamental: no tienen la fe en que Dios tiene sus propios caminos para darnos el mal -que normalmente nos deja una enseñanza- pero también el remedio necesario y oportuno.
Definitivamente la vida es menos difícil de lo que algunas personas se la hacen, cuando ignoran o no entienden que nuestra existencia física es elemental, y nuestra tranquilidad mental depende solo de nuestra espiritualidad; por lo cual, no se requieren grandes riquezas ni dones especiales para suplir nuestras necesidades físicas, y el nivel de nuestra tranquilidad espiritual lo será en tanto y en cuanto contemos nuestras bendiciones, y le demos su peso real a nuestras carencias; todo lo cual depende de nosotros mismos, sin requerir para ello de ningún costo, inversión económica o disponer de poderes especiales.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com
“Y el verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.” Para quienes no somos fanáticos ni religiosos ni de nada, leemos las sagradas escrituras y extraemos de allí lo que consideramos positivo y bueno. Para mí, en la expresión transcrita se nos quiso decir que la palabra era muy fuerte; de allí que cuando decretamos algo, nuestra mente lo oye, nuestro espíritu lo asimila y el universo conspira para ayudarnos a hacerlo realidad. Aunque debido a los tiempos que vivimos, especialmente en nuestra querida Venezuela, la aseveración “siempre se puede” pareciera una frase de uso común sin otro sentido que el político, debo comentarles que a través de la historia, de una u otra manera, este apotegma siempre ha estado vigente; no obstante que pocas son las personas que lo han practicado permanentemente; por cierto, quienes son las que han sobresalido y triunfado en toda actividad y ocasión.
De todo esto tengo conciencia, porque por mi origen humilde, sin que nadie me lo enseñara, desde muy niño y quizás por mi formación religiosa que me hacía heredero de Dios, siempre pensé que sí era posible lograr lo que deseaba, en tanto y en cuanto hiciese todo lo necesario y posiblemente humano para lograrlo. Ciertamente, desde los nueve años, en las orillas de los ríos Meta y Orinoco, soñé con lo que sería cuando fuese adulto y no puedo quejarme, porque precisamente por estar siempre seguro de que sí era posible alcanzar lo que queremos, comunicárselo a mi mente y vincularlo a mi espíritu, logré académica, familiar y económicamente concretar todas mis metas; aclarando que lo de concreción económica, sólo significa mi seguridad de que Dios me proveerá lo que necesite… todos los días. Sí que debo aclarar que al lado de sí se puede, debemos acompañarle disciplina, trabajo y diligencia, porque como lo asegurara un conferencista joven japonés, “…la diligencia y disciplina unidas, son más efectivas que la inteligencia…”
Pues bien, yo siempre manejé a mi manera este mismo criterio y, ciertamente, no tengo de que arrepentirme. Creo que Dios nos dotó a todos los seres humanos de los elementos necesarios para poder actuar con diligencia y dinamismo, en todos los casos y ocasiones que fuere necesario. Considero asimismo, que la confianza en sí mismos y la convicción de que todo es superable, siempre logran darnos buenos resultados; por tanto, quien cree que no puede lograr algún evento o acción, sin ninguna duda que ese será su resultado. Como seres humanos somos el milagro más grande del mundo; ningún otro animal sobre la tierra tiene nuestra racionalidad y/o capacidad de adaptación al medio ambiente para poder lograr superar obstáculos, por difíciles que fueren, en tanto y en cuanto estemos seguros de que sí podemos y así nos lo repitamos todas las veces que fuere necesario.
No debo dejar pasar la ocasión para comentar que para lograr el éxito, se requiere no dar entrada en nuestra vida al peor enemigo del hombre: el temor que, como un filósofo griego hace miles de años lo asegurara, en cualquier ocasión es producto de la incertidumbre; vale decir, no saber a ciencia cierta que puede suceder en cualquier evento de nuestra vida; y la mejor forma de combatirlo es reconocer que el único remedio es tomar la incertidumbre como un reto o una aventura, que nosotros podemos vivir o superar; porque el miedo distorsiona la realidad, y eso echaría por tierra cualquier proyecto, precisamente porque nos saca fuera de la realidad. Es que si nos convencemos, nos lo decimos y lo procesamos internamente, todo lo que nos proponemos podremos realización Somos hijos de Dios y no debemos olvidar que los hijos se parecen a sus padres, pero además son sus herederos; por tanto, tenemos un poco del poder de Dios y creo que es el suficiente que requerimos para triunfar.
No podemos olvidar que existen dimensiones en nuestra vida que, aunque no son detectables a simple vista por nuestros sentidos conocidos, realmente sí existen. Especialmente son esas dimensiones en las cuales, por ejemplo, entra nuestro pensamiento Alfa veinticinco veces por segundo. Es en ese pequeño espacio de tiempo donde nuestra mente logra encontrarse con Dios y de allí han resultado las grandes inspiraciones, inventos y descubrimientos. Con el avance de la Física Cuántica, pronto… más pronto de lo que se cree, estas realidades dejarán de ser misteriosas. Pues bien, de todo lo expuesto y por experiencia propia, habiendo recorrido medio mundo y llegado a los setenta y siete años, puedo asegurar que somos nosotros y nadie más quien decide qué y cómo vivimos la vida, y como consecuencia, que somos o no capaces de lograr.
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A mis Setenta y Siete años e independientemente de que –luego de haber estado a punto de morir de la forma más horrible por culpa de los “galenos”– quienes insistieron en usar medicina alopática, tradicional, desagradable, demorada, costosa, difícil de localizar, y con efectos secundarios, quizás peores que la enfermedad supuestamente de cáncer que me aquejaba; venturosamente, gracias a la recia personalidad, el incomparable amor y sentido de protección de mi esposa hacia mi persona, luego de graves advertencias de los médicos tratantes y Directores de las cuatro Clínicas Privadas que sucesivamente me “trataron”, frente a la grave advertencia de que lo hacía “Bajo su responsabilidad personal” y luego de hacerla firmar unos cuantos papeles, logró salvarme la vida al llevarme a mi casa, localizar fuera de nuestra localidad, un médico sensible, responsable y ético, quien en menos de una semana, prescindiendo de tales medicamentos y aplicándome un simple drenaje en el hígado y los pulmones, logró salvarme la vida y demostrarme que sí existen algunos profesionales de la medicina que, aunque no parecieran ser la mayoría ni ejercer en costosas Clínicas y grandes Ciudades, ven su profesión como un apostolado, fundamental para un mejor nivel de vida para las personas, la familia y la comunidad.
A partir de esa horrible experiencia, y luego de seis años de continuar viviendo, con el único malestar de los efectos secundarios de las medicinas alopáticas empleadas, muy personalmente mantengo el criterio de que, en principio, “En su mayoría los médicos –especialmente los de las grandes Ciudades, Clínicas Privadas o que responden a Empresas de Seguros- son insensibles, descuidados y más que salud y bienestar de los pacientes, les interesan sus cargos y sus honorarios; por lo cual los considero mis enemigos, salvo prueba en contrario”.
Como consecuencia de haber sobrevivido, me siento en la obligación de comunicar estas experiencias a mis lectores sugiriendo que, en caso de sentirse síntomas de alguna enfermedad, especialmente de aquellas que los medios de comunicación masiva, respondiendo a sus intereses económicos, imbuyen en la mente de las personas como posibles indicios de un “cáncer”, consultar no dos sino varias opiniones médicas sobre el asunto, especialmente por lo menos una de un médico de una ciudad o población pequeña, quienes normalmente están más vinculados a la comunidad, sus habitantes y por tanto son más sensibles y solidarios.
En verdad hoy, en otros males típicos de mi edad como la inflamación de próstata, médicamente conocida como HPB, aunque consulté algunos galenos, de los cuales el último que me sugerió un buen amigo médico internista como “especialista”, por cierto de una Clínica de mi País muy reputada, éste no tuvo empacho en decirme que si en los próximos quince días no me operaba, me exponía a un inminente cáncer de próstata. Como quiera que todo tropiezo nos enseña y la experiencia ya narrada algo me había enseñado, consulté una profesional de las Ciencias de la Salud, quien no era médico sino farmacéutica, quien al ver mis exámenes de laboratorio que me comentó no reflejaban ninguna gravedad, me sugirió algunas medicinas alopáticas desinflamatorias, de un alto costo pero que en muy corto tiempo, en nuevos exámenes demostraron una disminución de la inflamación en un cincuenta por ciento, lo cual me evitò la supuesta “urgente operación”, a que hice referencia.
Por cierto, y por si pudiera servirle a alguien, siempre bajo la consulta previa médica y los exámenes correspondientes, debo comentarles que, como es conocido de todos, en Venezuela escasean las medicinas y al no poder adquirir aquellas que me habían mejorado tanto, investigué ampliamente sobre el tema de la HPB, logrando encontrar serios estudios que indicaban que la toma regular del te de las hojas del Sauce, conocido en inglés como Willow, planta que por cierto por tener un número elevado de variedades se consigue casi en todo tipo de temperaturas, empecé a tomar el té de hojas de este árbol, específicamente el denominado en español Sauce LLorón y en inglés White Willow, el cual tengo ya más de un año utilizando una toma en la mañana y otra en la noche diariamente, lo cual hago tanto cuando estoy en Venezuela como en USA, siendo que ya no requiero utilizar la medicina alopática tan costosa, que usaba con anterioridad.
Estas dos experiencias vividas, los múltiples comentarios y comunicaciones que mantengo sobre sus problemas de todo género, con mis más de 2.700.000 cibernautas que en más de 90 países visitan este Blog, me han persuadido de que –más allá de que no cabe duda que no todas las personas responden a la misma fisiología- en la generalidad de la salud, lo más importante para mantenerse en buen estado, lo es la prevención cual tiene que ver, esencialmente y en mi criterio personal, con tres elementos fundamentales:
1º.) La alimentación sana;
2º.) El Estado de Animo;
3º.) La Armonía Vivencial.
En el primer caso, comer sano, que es como decir no ingerir raciones mayores a las que requiere nuestro cuerpo; evitando en lo posible demasiadas grasas saturadas, bebidas procesadas tales como refrescos, jugos, bebidas energéticas, etc.; cualquier tipo de proteína derivada de carnes (rojas, blancas o pescados) que no fueren orgánicas, y en todos los casos ingiriéndolas en cantidades moderadas; consumir dentro de lo posible, cereales, granos, semillas secas, frutas y hortalizas genéricas o muy bien lavadas y desinfectadas, cuales aportan las mismas o mejores proteínas que las carnes. Recomiendo igualmente evitar el consumo exagerado de carbohidratos independiente de cuales fueren, los cuales sin ninguna duda son indispensables para nuestra vida diaria, pero siempre en cantidades razonables, so pena de que se conviertan en grasas no necesarias, sino por el contrario transformarse en abono de graves problemas de salud. Asimismo, estoy convencido que fumar y tomar refrescos nunca, asì como que el alcohol no hace daño, si se consume en forma moderada.
En el segundo caso, el Estado de Animo, luego del avance extraordinario en los últimos quince años de Psicología Positiva, ya no es ningún secreto que este factor en las personas, incide de manera decisiva tanto como fuente de enfermedades así como en los procesos de sanación de todo tipo de males; especialmente del tan hoy PUBLICITADO cáncer -quizás porque alguien decía que se ha convertido en un negocio más lucrativo que las drogas heroicas-. Es que ha sido probado que en un alto porcentaje, las personas que sufren o han sufrido cáncer, tuvieron problemas en su estado de ánimo, especialmente por problemas familiares, de pareja; odio, rencor, mal humor, incomprensión, desesperanza; desamor, pesimismo, temor y falta de caridad, entre otros. En cambio, las personas de buen humor, amables, amorosas, amistosas, comunicativas, generosas y que no pierden la esperanza; amantes de la naturaleza y los animales; convencidas de que cada problema no es más que un asunto por resolver y… posible de resolver; quienes interpretan cada tropiezo como la posibilidad de una enseñanza, aprovechable en su vida en adelante; que miran el lado positivo de las cosas y no su parte negativa; que se consideran del tamaño de cualquier circunstancia que sobrevenga; que ven la incertidumbre no como tal, sino como un reto a vencer con inteligencia, diligencia, proactividad y valor, ese tipo de personas difícilmente se quejan de enfermedades o si alguna les aqueja, están seguros que aplicando su amor por la vida, esos recursos maravillosos de que fuimos dotados por Dios en nuestro ser interno como nuestro sistema defensivo natural y Estado de Animo positivamente aplicado, sino los cura por lo menos les hace mucho más llevadero cualquier mal que pudiere sobrevenirles.
En el tercer caso, La Armonía, es la base cardinal de cualquier relación humana, aún de la más difícil; porque permite que nuestra mente y nuestros sentimientos se mantengan en paz, haciendo más fácil entender cualquier actuación de nuestros relacionados, que de alguna manera lograre afectarnos física, afectiva o espiritualmente, y que pudiera perturbarnos en nuestro insustituible estado de ánimo. Si se hiciera una encuesta entre las familias, parejas, amistades y relaciones laborales, podría asegurarse que esas fundamentales relaciones serían más felices, fáciles o llevaderas, cuando reina la armonía, que es el ambiente donde el respeto, el amor, la consideración, la resiliencia y solidaridad se hermanan para hacer la vida buena. De todo lo cual podemos asegurar que sin la armonía, jamás podrían ser felices las familias; mantenerse por lago tiempo las parejas; mantenerse productivas las Empresas y agradables las relaciones laborales, incluidas aquellas que tienen que ver con la jerarquía gerencial y/o accionaria.
Finalmente, debo comentar a mis lectores que en lo que aquí escribo, no me refiero a sobrevivir únicamente, para lo cual lo único necesario sería la alimentación; aquí trato sobre vivir, a ser posible intensamente este corto, pero hermoso, camino que nos corresponde transitar sobre esta tierra de Dios durante nuestra existencia física, para lo cual sin ninguna duda, se requiere salud física, emocional y espiritual, cuales se ubican o derivan de nuestro estado de ánimo, sin las cuales no sería posible lograr la plenitud necesaria, para asegurar que SE HA VIVIDO.
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Sobre la pregunta del título, tanto a nivel positivo como negativo, se ha escrito mucho. Yo mismo escribí hace trece años, sobre temas de la vida real y a nivel positivo, un libro de trescientas cincuenta páginas, el cual por cierto está disponible y puede bajarse en forma digital y completamente gratis en este mismo Blog, al final de cada post. Pues bien, luego de más de veinte años como Asesor Familiar y de Parejas, donde platiqué de forma continua con muchos padres que tenían problemas con sus hijos; personas que conformaban uniones conyugales, solteros y divorciados; así como que viajé por más de 14 países, siempre observando cuidadosamente el comportamiento humano, puedo decir con toda certeza que LA FELICIDAD NO LLEGA, SINO QUE DEBE CREARSE. Cuando alguien comenta que“Tal o cual persona encontró la felicidad.”, lo que realmente encierra esta oraciónes que esa persona que es feliz, buscó y encontró dentro de sí mismo, qué o cómo es que se siente feliz.
Desde el mismo momento cuando respiramos por primera vez, nuestra vida se concentra en sobrevivir, pero luego al tener plena conciencia, entendemos que esa primera etapa de nuestra vida debe ser superada por nuestra razón e inteligencia, para lograr algo superior como es: VIVIR, en su sentido integral, lo cual significa VIVIR INTENSA Y PLENAMENTE, circunstancia que no podremos realizar si no se conquista la más cara ambición humana: LA FELICIDAD. Es que la felicidad, como quiera que se refiere a un sentimiento interior, por lo cual no se puede inferir a simple vista si una persona es feliz o no, no llega ni se encuentra a la vera del camino de nuestra vida, sino que, se requiere invariablemente que nosotros mismos la provoquemos, precisamente haciendo de cada paso del sendero de la vida un acto feliz, sin esperar o ambicionar que la felicidad llegará o la encontraremos al final del camino.
Puesto que una de las características de la felicidad es que como la infelicidad no es permanente y sin intervalos en nuestra vida, aunque fuere de segundos, no tenemos otra opción que aceptar que la felicidad no es más que la suma de muchos momentos felices, cuales sin duda es a nosotros y no a nadie fuera de nuestro ser interno, a quien le corresponde determinar su estatus, integridad y duración. Siempre lo he manifestado, escrito y practicado, que soy yo quien le da color a los actos y circunstancias de mi vida, por lo cual soy yo y nadie más, el responsable de mi felicidad. Ejemplarizando: si siguiendo la guía que nos dejara Jesús de Nazaret, si somos capaces de olvidar el ayer; no preocuparnos sino ocuparnos del mañana; perdonar a quienes nos hagan o intenten hacernos daño, amando a nuestros semejantes y especialmente a nuestro entorno íntimo, siento que tengo más probabilidades de ser feliz que quien no asiente su vida sobre estos principios.
En mi caso, considerando que nuestra vida es elemental, y en mucho por mi formación familiar, esos antes citados valores han sido una constante de mi vida desde niño, por lo cual siempre he sido, soy y seré feliz hasta el último de mis días; precisamente porque he creado mi propia felicidad amando a la gente, aceptándolos como son, respetando su individualidad, solidarizándome con sus problemas –que normalmente no son más que asuntos por resolver– y siempre seguro de que, salvo raras excepciones, existe una gran posibilidad de recibir de los demás, sino lo mismo, por lo menos algo parecido a lo que yo les doy. Por eso no entiendo los hijos que se pelean por siempre con sus padres u otros familiares, no obstante el vínculo sagrado de la consanguinidad; ni las parejas que luego de amarse y entregarse en cuerpo y espíritu, no son capaces de perdonarse alguna ofensa o agravio, y destruyen lo que les costó tanto amor, esfuerzo, dedicación y tiempo construir; o los amigos que, al crear ese sentimiento tan especial -que a veces supera la calidez de la familiaridad consanguínea- lo desmejoran o destruyen por imponer su criterio, por situaciones fútiles, superficiales y superables, pero que no son capaces de afrontar con la autoevaluación sincera de su actitud y respeto por la persona humana.
La vida me ha enseñado que algo fundamental para entender a los demás, y que por cierto no es difícil, es ponerse en su situación en determinadas circunstancias que muy bien pudieran ser las nuestras. En tal sentido, como mis congéneres son tan humanos como yo, estoy obligado a pensar cual hubiese sido mi actitud en su caso y como consecuencia tratar de sobrellevar la situación que se presente; si lo hago, seguramente podré entender mejor sus actuaciones y posiciones frente a esa cotidianidad, que nos envuelve como grupos y/o sociedad organizada, cuyo resultado es precisamente, la convivencia en armonía y paz, para abonar a nuestra felicidad personal. Casi a medio Siglo de matrimonio feliz, una bella y numerosa familia en la misma situación; muchos y muy queridos amigos, tanto en persona como cibernéticos, no dudo en recomendar a mis lectores que no esperen que la felicidad les llegue del cielo o la encuentren mediante la riqueza, la belleza, el poder o la fama, sino que deben procurarla mediante actos de amor, comprensión, respeto, solidaridad, sensibilidad y buena comunicación; siempre diciendo la verdad y sin guardar las situaciones de diferencias con nuestro entorno, sino manifestando lo que sentimos a tiempo de que se pueda instrumentar alguna solución, porque cuando se guardan o esconden los sentimientos, éstos buenos o malos, crecen hasta convertirse en obsesiones o situaciones que pueden llegar a ser hasta… patológicas y eso, precisamente, es fuente de infelicidad.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com
Como todos los padres, tuve un Padre que, luego que regresó a su hogar original, en cualquiera de las noches claras cuando observo el firmamento, se que detrás de una oreja de la luna y en forma de estrella, me guiña un ojo diciéndome… “Que Dios te bendiga hijo.” En mi caso, y respecto de mi descendencia, he sido bendecido por Dios, porque a mis setenta y siete años soy padre de cinco hijos, quienes a su vez tienen trece hijos e inclusive, ya me dieron un bisnieto. Ser un padre para mi ha sido una bellísima aventura, porque tanto mis hijos como sus hijos permanentemente me manifiestan amor y yo los amo… mucho; quizás porque siempre -desde muy niños- he respetado su libre albedrío; tengo buen humor, no soy anecdótico, no aconsejo sino que emito criterio, ni pongo cara de intelectual cuando hablo con ellos, he logrado generar su confianza, por lo cual extrañamente, soy para algunos de ellos su confidente y a veces… su cómplice.
Aunque todos viven muy bien, no me importa para nada su posición económica, si son poderosos, muy inteligentes o famosos; porque les enseñé y ellos aprendieron, que lo más importante es la felicidad, que no la genera ninguno de los factores enumerados, sino que es producto de cómo nos sentimos en lo interior. Así como que, respecto de su formación académica, solo les enseñé que prefería a que no estudiaran para ser genios, sino que fueran geniales. Quizás por eso cada uno ha desarrollado libremente su personalidad, siendo diferentes pero… felices. Creo que el papel de los padres, más allá de suministrar apropiada y diligentemente sus necesidades vitales e independiente de la edad de sus hijos, es tratar en todo momento de comprenderlos y orientarlos, respetando siempre su individualidad y tomando muy en consideración el tiempo y el espacio en que crecen; que al menos en estos tiempos, es bien diferente al nuestro, y que razonablemente como consecuencia, también son diferente algunos de sus valores. Por tanto, no son ellos quienes tienen el deber de entendernos, sino nosotros quienes estamos obligados a comprenderlos a ellos; porque, en primer lugar no les pedimos permiso para traerlos al mundo y en segundo lugar, porque hemos vivido muchos años y hemos experimentado situaciones que ellos no conocen y que pudiera ser que nunca lleguen a conocer, pero que de alguna forma el conocer algunas de ellas, pudiera en algo beneficiarlos en la actualidad o en el futuro.
Como quiera que la mayoría de mis hijos viven en otros Países, los visitamos por lo menos dos veces al año y en esa temporada, que no excede más allá de quince días o un mes con cada uno y sus familias, renovamos nuestros lazos de amor y solidaridad familiar, que venturosamente, siempre ha sido muy agradable, porque seguimos compartiendo los mismos valores y principios fundamentales sobre la vida y las cosas. En esas oportunidades, cuando platico con alguno de mis nietos, independiente de su género, lo primero que hago es apagar el celular o hacer a un lado mi lap top –porque odio que estos instrumentos técnicos de hoy en muchos casos hayan sustituido el calor de la voz natural, el estrechar la mano o el abrazo fraterno- y trato de utilizar el milagroso lenguaje del amor, que es mágico y especial para compartir, para situarme mentalmente en su tiempo y un poco recordando mi curiosidad cuando tuve su edad, cual es la única manera de ubicarme a su nivel. De ellos he aprendido que debo mantener mi niño vivo, para poder caminar y departir en su mundo, sin sentirme muy viejo, demasiado anticuado, ni demasiado… extraño.
Siento que uno de los deberes insoslayables de los padres, es dar una educación de hogar tal a sus hijos, que sea suficientemente buena desde el punto de vista ético, que se convierta en la base para que los hijos puedan recibir y procesar de la forma más exitosa la formación de sus escuelas. No puede un hijo que no tuvo la formación correcta en su hogar, asimilar y valorar con responsabilidad, en todo su contexto positivo, la enseñanza de sus escuelas desde su etapa inicial hasta el final de las mismas, para que, como lo dijera alguien alguna vez, “puedan llegar a ser lo que deban ser.”
Por cierto, quiero aclarar que no estoy en contra del desarrollo tecnológico, porque yo me beneficio de él, ya que gracias a los nuevos dispositivos, independiente de los miles de millas que físicamente nos separan, es que puedo oír y ver todos los días y cada vez que lo desee, a estos mis amados hijos y nietos. Pero sí debo advertir que, en muchos casos, hombres y mujeres, padres o no, descuidan la atención personal constante u ocasional a sus seres queridos, no atendiendo a sus llamados o necesidades inmediatas de comunicación, por atender los benditos celulares, ya sea para recibir llamadas o contestarlas, cuales nunca tendrán la importancia que tiene la atención a un hijo o un cónyuge, o la intimidad de la atención inmediata que nunca podrán ser sustituidas por un elemento mecánico, por muy adelantado que lo fuere.
Más allá de cualquier convicción religiosa, no dudo que si luego de partir de este mundo, volviera a estar por estos lares, como quiera que estoy seguro que sería yo quien decidiría mi meta igual como lo he hecho en esta oportunidad, sin pensarlo dos veces volvería a ser esposo y padre. En el primer caso, porque no me canso de agradecer a Dios que me haya obsequiado la mejor compañera de viaje largo, que durante nuestros cuarenta y ocho años de matrimonio ha sido mi amada Nancy, quien me ha permitido vivir intensamente ese camino de felicidad que disfruto… desde que la conozco; y en el segundo caso, porque como lo he dicho antes, el ser padre y abuelo para mí ha sido simplemente UNA HERMOSA AVENTURA que disfruto y disfrutaré intensamente, cada día de mi vida.
Finalmente, debo recordar a los padres que desde que nacen hasta que mueren nuestros hijos deberían estar dentro de nuestras prioridades, ya que independiente de su edad, ellos siempre esperan de nosotros esa mano amiga o esa palabra orientadora de quien, como lo he expresado antes, los trajo al mundo sin su permiso, pero con el compromiso de solidaridad, respeto y consideración… por siempre.
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Como Todo en nuestra vida, el más alto porcentaje de lo que nos acontece corresponde a nuestra elección personal; así tenemos unos vecinos que son muy alegres; otros taciturnos y con cara de amargados; un médico muy pausado; una dama muy agradable, positiva y se nota segura de sí misma; el trabajador que arregla la electricidad que tararea una canción; el plomero que saluda alegremente o la chica que limpia que nos mira con recelo. Asimismo, todos los días tropezamos con niños juguetones, alegres, circunspectos, llorones o simplemente, indiferentes; en la calle saludamos personas que responden con una sonrisa, con un muy buenos días, otros con cara de acontecidos y otros que responden con un murmullo; una anciana con su bastón en la mano que lentamente cruza la calle, pero en sus ojos se nota la alegría de haber vivido… tanto; en la acera, otra señora también de edad que ve para todos lados recelosa y con cara de susto.
Llegamos al trabajo y allí una recepcionista alegre que nos da los buenos días; en otro escritorio un hombre joven con cara de intelectual, pero que habla como tonto; más adelante otro empleado que sobre su computador se aisla de todo y… de todos; al final, un Gerente que considera a todos los empleados su equipo e inteligentemente los trata con cariño y respeto, haciéndoles sentir que son muy importantes, independiente de cual se la labor que desarrollan, y que sin ellos la Empresa no podría adquirir el éxito que tiene.
Cuando sales o regresas a tu casa, te despide o recibe una esposa amorosa o una madre que te abraza y dice Dios te bendiga, o por el contrario, en ambos casos no sientes amor sino indiferencia y la tendencia seudo paranoica en cuanto a lo que te puede suceder en el día. En verdad, nuestra vida es tan elemental, que nos permite ser nosotros y nadie más quien decide que color le damos a nuestra vida. Podemos tomar cada año de edad como un regalo de Dios, que nos permite disfrutar más tiempo de las miles bendiciones que El puso sobre esta noble tierra para nosotros, o como un peso sobre nuestros hombros, que en la medida que aumenta es más difícil de llevar. Por eso es tan importante aceptar que nuestra vida se reduce a la inter relación diaria con los demás seres humanos; porque, para bien o para mal,HOY ES LO UNICO QUE ES NUESTRO; ayer es un muerto y mañana no ha nacido, lo cual es como decir: por ayer NO PUEDO HACER NADA y por mañana lo único que puedo aportar es HACER LAS COSAS BIEN HOY.
En el mismo sentido de todo lo antes expuesto, tengo dos posibilidades: o realizo todo acto o acepto cada hecho de mi existencia para ser feliz, haciendo de la incertidumbre un reto a vencer para lograr mis propósitos, y seguramente lo logro; o por el contrario, me lleno de inseguridad, falta de fe, temor, permito que baje o bajen mi autoestima, por lo cual el pronóstico es que tu vida será oscura y nunca conocerás el bello ambiente de la primavera, siendo muy doloroso ese pequeño pedacito de la vida que es lo único tuyo: EL HOY, quetranscurrirá en el borroso otoño u oscuro… invierno.
Luego de todo lo dicho, procede preguntarnos: si ciertamente somos tan diversos e individuales, pero además de diversos orígenes, género y cultura… ¿Qué define nuestra felicidad? sin vacilar, debemos responder: NUESTRO ESTADO DE ANIMO; vale decir, del color que nosotros damos a lo que nos rodea; lo que sentimos que somos nosotros mismos, y muy especialmente como percibimos a nuestros hermanos humanos, su forma de actuar en esa inter relación permanente que hace nuestro diario batallar por lograr una vida mejor. Como consecuencia, cada uno de nosotros decide cual es la vida que desea tener: buena, mejor, peor o… infeliz.
Desventuradamente para quienes no han meditado a profundidad sobre lo escrito, no existe ningún mecanismo, factor o medicamento conocido que supere la auto decisión. Es por lo cual, entre el que hurga la basura en busca de alimento, el que trabaja ocho o más horas para lograr su sustento familiar, el académico que dedica su vida a enseñar lo que sabe a los demás, el que ostenta el poder, la riqueza o la fama, lo único que diferencia su éxito o fracaso lo es, indefectiblemente, su capacidad para entender que nada ni nadie puede hacer por nosotros, más de lo que seamos capaces de hacer nosotros mismos; quedando entonces nuestro destino en nuestras manos, por lo cual jamás podremos justificarnos en aquello de la “mala suerte” o “falta de oportunidades”. Porque la mala suerte es la justificación a la ineptitud, displicencia, pereza, falta de diligencia y disciplina; y la falta de oportunidad no justifica el fracaso, porque cuando la oportunidad no se presenta por sí sola, entonces nosotros, como seres humanos, estamos dotados de todas las herramientas intelectuales y físicas para crearla… a nuestro antojo.
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Que en nuestra querida Venezuela hoy existe una crisis prácticamente global -que es como decir económica, política y social en general- generadora de uno de los factores más perturbadores para cualquier sociedad organizada, como es la incertidumbre, es algo que no es discutible. Como consecuencia de tal realidad, se hace necesario meditar de la forma más seria –y a ser posible tranquila- sobre cuál debería ser nuestro comportamiento como ciudadanos frente a tal grave situación. En mi humilde concepto, mantengo el principio de que de nada sirve “preocuparnos”, porque esta actitud nada positivo aporta a una solución; sino que, por el contrario, nos altera aún más, haciendo más difícil “ocuparnos”de encontrar una alternativa en pro de localizar caminos, que nos ayuden a campear el temporal que nos azota.
Pienso que cuando el país está boyante y sin problemas no se requiere inteligencia, moderación o armonía para convivir las realidades del momento de la patria. Es en situaciones especiales, y si se quiere inéditas, cuando se requiere la mayor templanza para valorar y/o evaluar nuestro comportamiento personal, que sin ninguna duda influirá de manera decisiva en el proceder colectivo. Creo que, quienes como yo hemos vivido con total sentido común las diferentes etapas que se han sucedió en los últimos sesenta años en Venezuela, sin haber dejado la vida o la razón en el camino, estamos obligados a contribuir a la ponderación cabal de la situación nacional actual. No somos una isla al margen de los acontecimientos que hoy aquejan al mundo civilizado, ni debemos esquivar nuestras responsabilidades como habitantes de una nación, que al menos en mi caso, me dio todas las oportunidades para mediante la fe, la diligencia, el estudio, el trabajo y la confianza en mí mismo, adelantar mi principal proyecto: mi formación personal integral y el desarrollo de una familia con valores de honestidad, amor, sensibilidad social y solidaridad humana, que hoy se reflejan en la solidez de sus respectivos hogares.
En el mismo sentido de lo antes expuesto, siento que, como venezolanos, estamos obligados a ser optimistas; porque el país ni se ha hundido ni se hundirá, especialmente porque su mayor capital no son sus múltiples riquezas naturales, sino que su principal recurso para salir adelante en cualquier situación que se presentare, lo somos nosotros, los venezolanos. Si, nosotros los ciudadanos aportando ideas, trabajo, confianza, fe y esperanza de un futuro mejor, será como aumentaremos las posibilidades de superar los escollos que en estos momentos pudieran parecernos casi insalvables. No es con actitudes pesimistas, derrotistas, o como una vez lo dijera Rómulo Betancourt “…con alaridos de Casandras agoreras”, como podremos superar la situación que nos aqueja.
De cualquier manera, la situación actual de Venezuela, por acción u omisión nos involucra a todos; por tanto, somos nosotros, todos los venezolanos, quienes dentro de nuestras reales posibilidades, tenemos que meterle el pecho al país para sacarlo adelante. Yo, que conozco a Venezuela de Oeste a Este, desde Sichipés en la alta Goajira hasta San Fernando de Atabapo en Amazonas y de Norte a Sur desde Puerto Cabello hasta Puerto Páez, pero que además he recorrido buena parte del mundo fuera de nuestras fronteras, puedo decir con plena certeza, que Venezuela es como territorio, una tacita de oro; y como nación, la mejor gente del mundo. Por eso, por todo lo dicho es que aún teniendo mucha de mi familia en Canadá, Estados Unidos y Colombia, mi sentido de pertenencia a esta tierra maravillosa, es superior al temor o a cualquier otro sentimiento que pudiere afectar mi sentido de conservación. Yo que viví con pleno conocimiento esta Venezuela, que en los últimos sesenta y seis años ha cambiado varias veces su denominación y signos nacionales; vivido democracias, dictaduras y revoluciones; épocas de extraordinario auge económico y situaciones de grandes carencias; sin cuestionar o juzgar de ninguna manera los compatriotas que emigran, no tengo la menor duda que mi puesto está aquí, en las buenas o en las malas, pero aquí, aferrado a esta tierra, a los setenta y siete años de pié, como los robles, dispuesto a resistir los ventarrones, los inviernos y los veranos, porque sé y no tengo duda, que todo tiene su tiempo y que lo que algunas veces sentimos como un tropiezo, más adelante puede resultar una buena enseñanza o experiencia, que aporte mayor felicidad a esta tierra que tanto amamos: VIVA VENEZUELA hoy, mañana y siempre.
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Pregunta innecesariamente repetida por muchas personas… muchas veces. En mi humilde concepto, luego de haber vivido más de 76 años, en múltiples y diferentes situaciones de tiempo y espacio; con altibajos, pero siempre muy feliz, no me cabe ninguna duda que Dios está en todas partes, desde la tempestad más fuerte hasta en el vuelo de la mariposa o la gota de rocío sobre la rosa. En verdad, lo cierto es que Dios estará donde creas que esté. Es que todos nosotros somos una parte de esa maravillosa y universal energía que se llama Dios, Elí, Alá o como se te ocurra llamarle. Es esa energía especial y universal por la cual vinimos a este mundo y viviremos hoy, mañana y…siempre por los Siglos de los Siglos; porque somos físico-espirituales, y como consecuencia, al mismo tiempo que existimos físicamente lo hacemos espiritualmente, y es esa característica de espiritualidad la que nos permitirá vivir, con nuestra alma, eternamente, en alguna de esas dimensiones que Jesús invocaba cuando decía: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay…”
He pasado por muchos peligros, unas cuantas enfermedades y accidentes, pero aquí sigo como un roble, porque nunca he dudado de que mi Papá Celestial me cuida; por eso, cuando nadie daba medio por mi vida, yo no temía quedarme porque sentía que El estaba conmigo y, como era cierto, aquí estoy y seguiré hasta el día que, habiendo crecido espiritualmente cuanto requiero, El quiera que regrese a su regazo o al destino temporal o definitivo que tenga para mí. En tal sentido y conforme a lo narrado…¿Cómo podría dudar de su existencia o su presencia si siempre lo he sentido conmigo?
Quiero sugerir a quienes tengan duda sobre donde está Dios, que se miren en el espejo, pronuncien o escuchen la palabra amor, observen un árbol, escuchen la sonrisa de un niño, la voz de Andrea Bocelli, caer la lluvia, correr los ríos y quebradas o el ruido de un trueno y no tendrán duda que en todos y cada uno de esos fenómenos está presente: Dios. Asimismo, cuando alguien te pida que le muestres donde le amas o te diga que grafiques la verdad, adivines porqué surge una lágrima, sentirás que hay algo más de lo que puedes explicar con tus palabras, porque esa es la obra de Dios.
Ejemplarizando con la situación de nuestra amada Venezuela, donde de una u otra manera la situación actual es tan difícil, que se hace propicio sentir temor, sin embargo, independiente de comentarios negativos y asechanzas, quienes sabemos que somos un pedacito de Dios, NO TENEMOS TEMOR. El miedo, como alguien lo definiera alguna vez, es la sensación de no saber que puede suceder; pero quienes creemos en la bondad de Dios, porque sabemos El representa el amor que nunca nos niega, estamos curados frente a ese gran mal.
Para quienes como yo hemos vivido más de la mitad de nuestra posible vida física en esta tierra bendita de Dios que es nuestra increíble Venezuela, sabemos que la patria no desaparecerá, que de una u otra manera, nosotros, todos los venezolanos, como lo que somos, como hermanos, nos repensaremos, reencontraremos y en conjunto arreglaremos los entuertos, en los que, en menor o mayor entidad hemos sido partícipes y que han traído como consecuencia los problemas que hoy nos aquejan. Los venezolanos preocupados por el país, que somos la mayoría, sabemos que nadie va a venir de afuera a arreglar nuestros problemas, sino que seremos nosotros mismos, ocupándonos más que preocupándonos de los mismos como encontraremos una solución que se acomode a esa cara ambición que tenemos de la paz, tranquilidad, progreso, justicia social y hermandad que merecemos vivir.
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