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Archive for the ‘CUIDAR EL AMBIENTE’ Category

EL VALOR DE UNA CARICIA

Caricia (2)La caricia es algo más que el roce cariñoso o el toque amoroso a nuestro cuerpo, que independiente de si somos niños, jóvenes, adultos o ancianos,  despierta sentimientos de complacencia,  satisfacción, plenitud y seguridad; especialmente porque como seres humanos racionales somos simbióticos, esto es que estamos dotados no únicamente de nuestro cuerpo –que es físico y por tanto visible y detectable por nuestros sentidos- sino que además disponemos de una supra corporalidad extraordinaria y absolutamente etérea, no detectable por nuestros cinco sentidos conocidos, que definimos como nuestro espíritu. Este hecho hace que la caricia -esa que nos hace tanto bien-  igualmente sea física, como captable únicamente por algunos de nuestros sentidos, o simplemente por nuestro espíritu. Por lo cual, una palabra, una mirada, una sonrisa o cualquier acto solidario o generoso, puede alcanzar igual o  mayor capacidad de recepción, que  una manifestación corporal.

En orden de lo antes expuesto, hoy releyendo a ese poeta, escritor y juglar, que supo vivir el privilegio de ser feliz, luego de haber perdido su familia y  sin disponer de otra riqueza que no fuere su propia convicción personal de la importancia del hoy, el siempre recordado Facundo Cabral, cuando sentenció: “…el bien es mayoría, pero no se nota por que es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan a la vida.”. Esta sabia admonición  me ha llevado a reflexionar  sobre su contenido, porque es cierto que el bien, casi siempre es silencioso y a veces difícilmente determinable; en cambio, el mal deja secuelas rápidamente determinables porque hieren al medio ambiente, al individuo y/o a la sociedad.

La caricia oportuna de la mano, la palabra o el gesto amigo, suelen ser realmente reconfortantes; tanto que la psicología positiva –luego de una ardua tarea de convicción con pruebas a los galenos- ha convertido en un hecho su importancia decisiva en los procesos de sanación de las enfermedades. Creo que sería muy positivo para la sociedad organizada la toma de conciencia de que la caricia no lo es solo corporal, sino que podemos acariciar también con nuestras palabras, con nuestros gestos como la sonrisa, con  nuestra actitud frente a cualquier difícil o dolorosa situación física o espiritual, que experimente alguno de  nuestros congéneres. Así, por ejemplarizar, en variadas oportunidades vemos personas que, por cualquier circunstancia, amanecen espiritualmente adoloridos, frustrados o desanimados, pero un caluroso buenos días, un apretón de manos, una mano sobre el hombro o una sonrisa, pueden sacarlos de ese túnel espiritual en el cual, casi siempre sin razón aparente, se encuentran encerrados.

 Jesús no estaba equivocado cuando enseñaba: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo…” porque si seguimos esa máxima, obligante para quienes somos cristianos, nunca olvidaremos que todos a quienes encontramos en nuestro camino son nuestros hermanos, y que no es una caridad sino una obligación preocuparnos de ellos y por ellos; por lo cual también es obligante hacer todo lo que esté a nuestro alcance por contribuir a su felicidad, o por lo menos a que se sientan menos solos.

En estos tiempos especialmente, cuando tenemos a mano los medios idóneos y a bajo costo para conocer al instante cualquier situación  en el  mundo; cuando con dolor tenemos que aceptar que millones de personas no tienen que comer y mueren de hambre; que el terrorismo, la corrupción y la ambición de poder desmedidos, cada día hacen más pobre a los que menos tienen y más ricos a los que de todo disponen; cuando en algunos países las medicinas sobran y en otros, por su carencia mueren niños con cáncer y otras múltiples enfermedades, tenemos que aceptar que la generosidad y solidaridad con los demás seres humanos,  ciertamente es obligatoria. Hoy, no sirve de nada lamentarse, sino que, por el contrario, nos corresponde a cada  uno, según nuestra capacidad y actividad, hacer lo que se encuentre a nuestro alcance, por ayudar a quienes lo necesiten. Quienes hemos vivido con pleno uso de razón los últimos sesenta y cinco años, sabemos que nunca hubo tanto dolor ni desconsuelo sobre esta tierra de Dios  que en este último periodo.

Por todo lo antes mencionado, como normalmente y salvo raras excepciones,  nuestro círculo personal es reducido, al menos en nuestra comunidad, círculo familiar o amistoso, debemos recordar qué significa, para qué sirve y cómo puede manifestarse una caricia, que costándonos muy poco, es algo que podemos otorgar todos los días, y que, al menos en mi experiencia, suele no solamente beneficiar a quien la recibe, si no muy especialmente a quien la da, en su ser interno, precisamente porque somos físico-espirituales y eso  no deberíamos olvidarlo… nunca. Termino refiriendo   un verso del Poema “Limosna” de Iván S. Turquenev, que tiene que ver con el tema, ya que se trata del caso de un hombre que encontró un mendigo y por no tener dinero para ayudarlo le pidió disculpas y le dio un apretón de manos:

“Gracias exclamó el indingente

 suspirando dulcemente;

 gracias por vuestra bondad.

 Darle la mano a un mendigo

 y tratarlo cual amigo,

 es limosna y caridad.”

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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EL REGALO MÁS GRANDE DEL MUNDO

la vida III

Para muchas personas esta frase pareciera trillada, pero por mi formación espiritual, conozco su resultado y me siento obligado a divulgarlo; ya que, si sólo sirviera para la reflexión positiva de una sola persona, me sentiría compensado. Desde que tengo uso de razón, considero mi vida como EL REGALO MAS GRANDE DEL MUNDO, porque gracias a ella puedo percibir la hermosura de la naturaleza y las personas; pero además comunicarme con mis semejantes, así  como con especies animales y vegetales, como las mascotas y las plantas, que no tengo duda distinguen y/o aprecian mis caricias, palabras y sentimientos.

Ese milagro maravilloso que es mi vida, en un mundo donde somos  tan vulnerables, pienso que para mantenerse como tal requiere de formación cultural. Vale decir, que así como para sobrevivir físicamente tenemos que cuidar nuestra salud y nuestros pasos, espiritualmente tenemos que cultivarnos y fortalecernos, lo cual únicamente podemos alcanzar meditando sobre cada uno de nuestros actos, manifestación e introspección de nuestros sentimientos.

En tal sentido, si queremos aumentar la posibilidad de supervivencia física nos conviene una buena alimentación, evitar riesgos innecesarios y no hacer daño a ninguna persona o elemento natural, lo cual nos aseguraría un alto porcentaje de éxito a nuestro favor; más como lo físico y espiritual es biunívoco, uno de los grandes riesgos para nuestro cuerpo son las enfermedades, las cuales en su gran mayoría –independiente de lo que piensen algunos científicos- se producen como consecuencia del estrés, cuando albergamos sentimientos destructivos como la intranquilidad, desamor, remordimientos, odios, envidias, deseos de venganza, vacíos vivenciales; o simplemente,  cuando no tenemos nuestra conciencia tranquila, porque en algo no hemos actuado correctamente.

Por mi experiencia he aprendido, que la tranquilidad y a ser posible la  fortaleza espiritual que nos permiten sentirnos en paz, es la mejor medicina preventiva frente a posibles patologías e invalorables en los procesos de sanación, como ya ha sido aceptado por la Sicología Positiva. Asimismo, que el amor,  la generosidad y la felicidad, son las mejores oraciones a nuestro Padre Celestial; porque demuestran la excelencia de su obra, representada por nosotros.

Aprecio la vida, porque gracias a ella puedo decir “te amo” sin importar el origen, sexo, raza o nacionalidad de mis semejantes; porque me permite percibir a Dios en mi ser interno y esto, además de fortalecer mi fe y esperanza, me elimina cualquier temor o desconfianza.

Finalizo recordando que –más allá de esa parte aleatoria de nuestro destino que no podemos controlar- Dios nos dota de todas las herramientas necesarias para ser felices, pero que a nosotros toca utilizarlas eficientemente, de tal manera que nuestra vida se convierta realmente, en EL REGALO MÁS GRANDE DEL MUNDO.

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PASARE SOLO UNA VEZ POR ESTE CAMINO (II Entrega)

 

camino viContinuando  sobre la Parte I de este Artículo, respecto de las admoniciones de Dale Carneige:  “…nunca más volveré a pasar por aquí…»,  es por lo cual no dejo pasar oportunidad para “…ser cortés con cualquier ser humano…”, ni tampoco “…lo dejo para mañana.”.   Cuando me levanto comienzo por ser cortés con este mundo… mi mundo;  y  doy gracias a Dios por las innumerables bendiciones que me ha obsequiado.

Al observar la luz del día, que me permite disfrutar de la maravillosa sensación de ver, cuando tantas personas  nunca podrán hacerlo, porque son ciegas; cuando oigo el dulce canto de los pájaros, que me hacen recordar el extraordinario regalo de Dios, que es poder escuchar cualquier sonido, cuando millones de mis hermanos humanos jamás podrán hacerlo, porque son sordos; cuando observo sobre la cama, aún sin despertar y a mi lado a mi compañera de viaje largo, quien por más de 45 años me ha acompañado en las buenas y en las menos buenas, siendo que muchos otros hombres, igual que yo hijos de Dios, desearían despertarse al lado alguien que, por lo menos les acompañara, pero están… muy solos; cuando observo los retratos de mis tres hijas, mis dos hijos, mis once nietos  y mi tierno bisnieto, todos bellos y sanos, mientras millones de hombres y mujeres que hubiesen dado o darían lo que les pidieren por tener descendencia, pero por algún motivo extraño de la naturaleza no pueden lograrlo, entonces más que nunca estoy consciente del tesoro que, por voluntad divina, yo dispongo.

Asimismo, cuando a mis setenta y cuatro años de edad, subo los veinte peldaños de la escalera de mi habitación a mi recibo y luego veinte más hasta mi estudio sin sentir ningún cansancio, mientras millones de mis hermanos humanos, algunos inclusive bastante más jóvenes que yo, no podrían subir ni los primeros cinco peldaños porque están enfermos, así como que otros aunque quisieran y tuviesen la fuerza física o salud para hacerlo no tienen esa posibilidad, porque carecen de piernas. Entonces me hecho de rodillas y le pido a Dios que me de mucha fuerza y más amor, para entender y ayudar a esos millones de seres que carecen de todos los privilegios que El me permite disfrutar plenamente.

Toda esta reflexión me convence que todos esas bendiciones que Dios me dio, me obligan a  tratar de entender tanta tristeza y dolor  sobre esta madre tierra y, como consecuencia, ser más generoso, bondadoso y compresivo ante quienes, seguramente, no comprenden el porqué de su… desgracia.

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NUESTRA VOZ INTERIOR ES NUESTRO MEJOR ALIADO… SIEMPRE


HOMBRE PENSATIVO I

 En alguna parte leí sobre el consejo que un sabio búho daba a una joven encina, que estaba triste porque no producía flores ni frutos  “No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas…Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior.” Con esta apropiada reflexión la encina entendió que ella no había sido creada sino para ser un árbol gigante, frondoso, hermoso y ello era muy importante porque daba la sombra necesaria para el descanso del viajero, que luego podría continuar su camino. Esta sencilla anécdota podría aplicarse de forma didáctica a miles de seres humanos que,   por no conocerse a sí mismos y escuchar su voz interior, que les indica su increíble valor como individualidad,  viven estresados y hasta perturbados, por no tener las cualidades físicas o mentales, condiciones económicas,  actividad social o poder político de otras personas.

El hecho de que somos  individuales y diversos, es la base para que nadie pueda sentirse de alguna manera desmejorado frente a otro ser humano de diferente condición. La sabiduría de esa fuerza energética extraordinaria e infinita que se llama Dios, al regalarnos esa individualidad y diversidad, nos dotó de un invalorable tesoro. Una de las ventajas derivadas de tales características es que, en una sociedad tan compleja como la actual, tanta importancia tiene el profesional de la salud como el que recoge la basura, que produce  enfermedades. Asimismo, es comparable en cuanto a recreación, un buen músico,  un buen deportista o artista;  y soporta el control de  la economía, igual un contador,  un vendedor, fabricante o la cajera de un supermercado.

Al ser individuales y estar satisfactoriamente conscientes de ello, adicionando el libre albedrío y el estado de ánimo, que también habitan nuestra interioridad, no es razonable ni entendible el malsano y dañino sentimiento de la envidia;  porque todos somos necesarios  por útiles en la comunidad organizada. De hecho, si no existiera el zapatero, el abogado, el médico y el diplomático, andarían descalzos y si  algunas personas no se dedicaran a la  agricultura, la pesca y la ganadería, nuestra salud decaería al punto de que moriríamos de inanición.

Entonces podemos preguntarnos ¿Quién o qué actividad es más importante en la sociedad actual? ¿Es quizás más importante el soldado que el maestro de escuela? No, de ninguna manera, todos somos parte importante de esa maquinaria que hemos denominado sociedad organizada. El o la dirigente política es tan importante como los que eligen; el que confecciona la ropa es tan importante como el que la adquiere; el que edita el periódico como quienes lo leen, etc. Nuestra naturaleza gregaria nos hace hormigas de la misma cueva,  donde cada uno es una parte substancial y necesaria, independiente de su posición o condición personal; y esto no deberíamos olvidarlo en ningún momento de nuestra existencia.

 

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«Nada ni nadie podría evitar que  cumpla con  mi  misión sobre esta tierra de Dios»

¿CUAL SERÁ MI MISIÓN EN ESTA VIDA? Como cualquier ser humano común, con más de siete décadas en mi haber, repetidamente me hecho esta misma pregunta, cual más allá de planteamientos filosóficos de alto vuelo, he digerido más o menos de la siguiente forma:

No vinimos a este mundo a contar horas, días, meses o años; competir por acumular dinero, bienes,  riqueza, poder, figuración o fama, sin importar el daño que hagamos a las demás personas o el  medio ambiente; porque al final, nada es nuestro y por tanto nada podremos llevarnos de este mundo.

Tampoco se nos dio la vida como un castigo o condenación a soportar una pesada carga, sino por el contrario, vinimos a crecer en espíritu, fortaleciéndonos en amor, generosidad y sensibilidad frente a nuestros semejantes.

Se nos dio la vida para disfrutar de todas las maravillosas e invalorables sensaciones que se generan cada segundo en nuestro mundo y que podemos percibir por nuestros sentidos, si no estamos ocupados en procurarnos bienes materiales que son absolutamente temporales, porque nada podrán beneficiarnos luego de esta vida.

Vinimos porque tenemos una misión que cumplir, que no conocemos pero sabemos que nos corresponde y vamos a cumplirla. Es por lo cual vivimos con entusiasmo, fe y confianza en nosotros mismos, nuestra actividad, sus resultados y la gente que nos rodea.

Es por esa sensación interna de tener una misión que se han vivido los más sublimes amores, los actos más heroicos, las obras de arte inmortales,  los mayores inventos. Asimismo, es la motivación para amar, construir una familia, estudiar, trabajar y ser útiles a nuestros hermanos humanos.

Es el acicate para enfrentar los fracasos y tropiezos, como meros retos que nos preparan para seguir adelante y ser mejores, especialmente para proteger a nuestros hermanos más desvalidos.

Es el presentimiento de que no estamos aquí por accidente, sino para cumplir un cometido, lo que nos aleja la tentación de desviar nuestro camino de la realidad de ser armoniosos, moderados, parcos y útiles, siempre en función de quien nos necesite y no caer en la vanidad, que tiene colores y sonidos engañosos y vuela con alas doradas.

Fue ese sentimiento lo que alimentó el carácter, resistencia y constancia de los hombres y mujeres, que con su obra magnífica de diferente índole, dejaron profunda huella en la humanidad: su concepción de que nada ni nadie podría evitarles cumplir con su misión sobre esta tierra de Dios.

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A LAS PUERTAS DE LA MUERTE

Hoy fue una jornada dura para quien, como yo, vive por días y por tanto no puede permitirse ni unsegundo de tristeza, porque en mi corta vida de veinticuatro horas, no podría recuperarlo nunca.

En la TV, mostraron imágenes captadas por una cámara de amplio espectro, de los mineros chilenos que quedaron enterrados, en una mina de explotación de oro, bajo millones de toneladas de tierra, a setecientos metros de profundidad. Estaban barbudos, semidesnudos, con hambre, sed y… lágrimas en sus ojos.

Afuera madres, esposas, hijas y hermanos, cambiaban su amargo llanto hasta de hacía pocas horas, por dulces lágrimas de bendición y agradecimiento a Dios por el milagro de mantenerlos vivos.

Había seguido el proceso anterior con extraordinario dolor, compasión e impotencia, al verlos tan desvalidos, tan vulnerables, tan impotentes, tan… solos, que al conocer la noticia de su hallazgo, sentí tanta alegría como cualquiera de sus familiares.

Me sentí especialmente reconfortado cuando observé, que aún en las peores condiciones y gravemente afectados física y psicológicamente, mantenían su unidad, coraje, esperanza, y esa especial hermandad que genera el peligro común; siendo que, desde los resquicios de la muerte, tenían ánimo para gritar aquí estamos y a sus seres queridos: los amamos.

Quienes tenemos hijos o hermanos que amamos, vimos en el rostro en cada uno de estos desventurados, uno de los nuestros; de alguna manera, nos sentimos parte de ellos y si perecieran, moriría un poco de … nosotros mismos.

Esa tristeza y dolor experimentados como todo en la vida tiene una parte positiva, porque el dolor es un buen maestro al recordarnos la maravilla de no sentirlo. Quienes tenemos avanzadas edad, una labor cómoda y honesta que realizar en equipo con esa bella compañera de viaje largo; que tenemos toda mi familia viva y con riesgos infinitamente más pequeños que ellos; sentimos que todos nuestros supuestos problemas, no son más que nimiedades, comparados con esa gran tragedia de la cual algunos, pudiera ser que nunca lleguen a recuperarse totalmente.

Por eso, pido misericordia a Dios por ellos y por nosotros; para que los rescaten salvos, sanos y así todos mantengamos nuestra fe inquebrantable en su poder universal, cual es lo único capaz de darnos fortaleza espiritual frente a nuestra inmensa vulnerabilidad, en un mundo dinámico, imprevisible y donde los hombres por adquirir bienes materiales valiosos, sin considerar los riesgos, todos los días exponen la vida de sus hermanos.

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Como niño de la frontera, crecí a orillas de los Ríos Meta y Orinoco. Sus majestosas aguas, sus torrentes y remolinos, su coloquio nocturno de olas con sus barrancos y carameros, son parte de mi propia identidad y los llevo sembrados en los más profundo de mi alma; porque en sus orillas–como alguien escribiera, “…mi niñez fue viva y ardiente llamarada…”

Por eso hoy, al mirar las fotografías que me llegan del estado de aridez y sequedad en que se encuentra el cauce del Orinoco, se encoje mi corazón, quiero llorar, gritar de impotencia y de… rabia. De impotencia, porque ahora es muy poco lo que puedo hacer, más allá de advertir que algo de esta tragedia pudimos haberla evitado, si las generaciones anteriores y la mía propia, hubiésemos manejado con racionalidad los recursos naturales; y de rabia, por saber que mis hijos y los hijos de mis hijos, ya no podrán vivir el paisaje de ese romance entre hombre y naturaleza, que yo disfruté por años en las costas de esos, para entonces caudalosos Ríos, donde hombre y naturaleza convivían de forma armónica.

¿De quien fue la culpa? No interesa. Pienso que todos nosotros fuimos culpables, quienes en pro de un desarrollo orientado a la comodidad excesiva, la vida fácil y la riqueza exacerbada, devastamos los bosques, agotamos la tierra, quemamos indiscriminadamente combustibles fósiles como el carbón y la gasolina, con lo cual hemos contaminamos el ambiente, dañamos irreversiblemente las capas de ozono y descontrolando el efecto invernadero; produciendo aumento en la temperatura media de la tierra, lo cual, como en el caso del Río Orinoco significa sequía; en otras zonas oleadas de calor y en otras regiones deshielos e inundaciones. Mientras que, como seres humanos vegetamos, nos hacemos insensibles, gordos, enfermizos y abúlicos, en vez de colaborar con la tarea de contribuir a hacer de nuestro planeta un sitio bello para la vida buena.

Pero… ¿Aun podemos hacer algo? Claro que podemos hacer mucho… muchísimo. Es urgente; se trata de nuestra supervivencia y la de quienes nos continuarán. Podemos ahorrar energía eléctrica y agua, utilizar menos los automóviles, evitar la quema de vegetación, evitar votar desechos a los cauces de agua, reforestar, reciclar la basura. Somos 28 millones de habitantes, si todos hacemos algo a favor del ambiente, sin duda podemos mejorarlo. Eso nos hará mejores, pero además se convertirá en el único obsequio valioso y permanente que podremos legar a nuestros herederos.

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Quienes tuvimos la experiencia de presenciar -aunque fuere parcialmente-  dos Milenios y dos Siglos, de alguna manera vivimos dos mundos: ninguno mejor que el otro, pero… diferentes. En este nuevo, se comienza a percibir un profundo cambio de la estructura social, utilizando como ariete el sistema económico, porque hoy más que nunca, la economía es el mecanismo idóneo para profundizar hacia la deseada justicia social global.

En un planeta con capacidad para alimentar a doce mil millones de personas, con una población por debajo de la mitad, el hecho de que más de mil doscientos millones vivan en pobreza crítica, es la mayor demostración de fracaso del modelo económico.

Los cambios a la situación social mundial son urgentes. No se puede continuar con un sistema económico en función del beneficio casi exclusivo de exiguas minorías y en desmedro del derecho natural de las grandes mayorías, a obtener la cuota parte que en justicia les corresponde para cumplir con sus necesidades, en un mundo sobradamente dotado para satisfacerlas.

Debemos asumir la grave crisis económica, política y social por la que atravesamos, pero sin temor; los cambios son incómodos, pero propios de los acomodos del mundo. Nadie tiene una varita mágica para solucionar los problemas, ni es labor de un solo hombre o país. Se trata de una labor que nos corresponde a todos, pero con voluntad, fe y optimismo para producir los cambios necesarios, que provoquen una forma nueva y diferente de ver la razón de vivir, estaríamos comenzando bien.

No es posible cambiar de la noche a la mañana un modelo económico desarrollista e insensible, diseñado en función de la acumulación de riqueza y no de la mayor felicidad del hombre, porque ese escaso 5% de la población mundial que, de forma grotesca disfruta del 70% o más de sus recursos, no va a hacer las cosas fáciles sino que va a pelear con todo por mantener sus groseras prebendas.

Si estamos claros que el camino es largo y difícil pero auspicioso, todo será más fácil y –si lo vemos positivamente- inclusive podríamos disfrutarlo; especialmente, quienes por años hemos soñado con un mundo mejor: más humano, más afectivo y solidario, donde todos como hormigas de la misma cueva, compartamos integralmente nuestro intelecto, conocimientos, recursos y amor, en búsqueda de la realización personal que redundará en la felicidad colectiva.

Es un compromiso global y todos podemos incorporarnos: manos a la obra.

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«ELMUNDO SIEMPRE HA SIDO EL MISMO Y NOSOTROS… TAMBIÈN»

En un mundo con capacidad para alimentar 12 Mil Millones de personas, habitado por menos del 50% de esta cifra, un 30% se mantiene subalimentada. El terrorismo avanza a tal ritmo, que ya no hay un sitio del planeta donde no se manifieste de alguna manera. La crisis financiera mundial, en apenas tres semanas afectó gravemente a USA, Europa, Asia y amenaza con su coletazo golpear las economías emergentes, aumentado sus… pobres. Nuevas enfermedades como el VIH, la gripe aviar y otras que regresan como la fiebre amarilla, la erisipela y el paludismo, aumentan la vulnerabilidad física del hombre frente al medio ambiente.

Por si fuera poco, el recalentamiento global ha derivado en devastadores incendios e inundaciones a nivel mundial; el aumento de los precios del petróleo e irracional gasto de energía de los países industrializados, ha incentivado la opción de nuevas fuentes de energía derivados de productos agrícolas, aumentando precios y escaséz de los alimentos, golpeando a los estratos poblacionales más vulnerables.

Esos factores globales, que son determinantes, sumados a una inseguridad personal creciente; la falta de respuesta efectiva, oportuna de los organismos y dirigencia mundial, golpean con características patológicas la fe, la confianza y la esperanza del hombre común -que es la mayoría- en un futuro mejor, fortaleciendo esa fuente de enfermedades físicas y mentales, que en menor entidad siempre existió,  pero que hoy se ha hecho endémica: el estrés.

Sus resultados son obvios e inmediatos: aumento de enfermedades en general; suicidio de adolescentes y personas muy jóvenes; disfunción eréctil en millones de hombres menores de 40 años; divorcios en el 80% de los nuevos matrimonios; temor a invertir y desarrollar nuevos proyectos; temor a no poder cumplir con los compromisos contraídos; temor a perder el trabajo; temor a perder  la vivienda; temor al matrimonio; temor a salir de noche; temor… temor… temor… a todo.

¿Como hacer frente a este panorama tan poco alentador?

Recordando que no estamos en un mundo nuevo, sino que este, así como quienes lo poblamos, siempre hemos estado aquí, siendo los mismos desde sus inicios y seguramente nunca cambiaremos radicalmente: es la misma tierra y los mismos hombres con sus particularidades, virtudes, defectos, fortalezas y debilidades, fuerza, poder, vulnerabilidad y… resistencia.

Desde siempre han existido los terremotos, maremotos, tsunamis, epidemias, guerras mundiales, sequías e inundaciones; surgen, se desarrollan y caen imperios; se estudian y aplican sistemas sociales y económicos, mejores o peores, cuales algunos pasan y otros quedan; surgen, se mantienen y desaparecen ideologías, credos, mitos y religiones; anualmente desaparecen miles de especies animales, vegetales; disminuyen las fuentes hídricas y se hacen áridos miles de hectáreas de tierra y… pare de contar; pero el hombre siempre ha sobrevivido.

Pero… ¿Por qué ha sobrevivido?

Por la fe en su origen divino y derivado de este, su capacidad para afrontar cualquier evento por muy adverso que fuere; la convicción de que el amor lo puede todo; la confianza en su extraordinaria posibilidad de adaptación al medio, independiente de sus cambios; la esperanza en que si hoy hace bien las cosas, mañana será mejor; la seguridad de que no está solo frente a los elementos, porque Dios siempre ha estado, está y estará con él.

Así que mis queridos amigos, a combatir el temor con la confianza; el desánimo con la fe; la tristeza y el desasosiego con la oración; la frustración, el odio, el revanchismo y la sed de venganza con el perdón, que es liberador; y el amor, que todo lo puede. Pero sobre todo, combatir el estrés con la esperanza, que es lo único que le queda al hombre hasta después que la ha perdido.


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«No hay noche tan oscura ni día tan fulgurante que no nos permita ver.»

La vida me ha demostrado que en el firmamento de nuestras vidas, siempre hay un lucero que nos puede ayudar a avizorar, encontrar, guiar, o hacer mejor y seguro el camino. Por eso debemos abrir los ojos, estar pendientes, tener fe que allí está y que podremos verlo. No es importante su forma, la fuerza de su luz; ni siquiera su nitidez, porque de alguna manera, que no nos está dado conocer, deviene de esa esencia omnipotente, omnipresente e infinitamente poderosa que es Dios, cuya obra más acabada somos nosotros y su expresión excelsa… el amor.

Siento pena por quienes por falta de fe, confianza en su origen divino y del poder que de ello les deriva, hollan la tierra con sus pies cansados, ensombrecen los bellos días y tranquilas noches con su tristeza, mojando la tierra con sudor y lágrimas innecesarios.

Es para mi tan claro que existen leyes naturales, que me precedieron y que son inmutables; sobre las cuales yo no decido pero que sí interpreto y puedo encajar en mis actuaciones; que me hacen consciente de mis capacidades físicas y espirituales, que me cuesta procesar que personas desperdicien tanta vocación personal y bendiciones sobre este mundo, especialmente diseñadas para nuestro disfrute.

Como ser espiritual, dotado de un cuerpo que es la máxima obra de adaptación e inteligencia sobre la tierra, capaz de capturar con sus sentidos del medio ambiente todos los elementos vivenciales necesarios, haciéndolos excelentes, buenos, mejores o peores, conforme a su única voluntad, percibo incongruente convertirlos en negativos; sin embargo y paradójicamente, vivimos un mundo abundante de ese tipo de individualidades.

¿Qué hace quienes en uso de su libre albedrío convierten sus vidas en receptáculo de negatividad, malas influencias y temor a lo que «pudiera ser», desperdiciando su capacidad de ser felices en el maravilloso «hoy»?

Es la tendencia a mirar siempre hacia abajo, y así imposibilitarse de ver ese lucero en el firmamento de su vida, que alguien especificara como «un milagro a la vuelta de la esquina». Desde muy niño mi madre me decía: «…ese milagro está esperando por ti, sólo se requiere tu diligencia.»

Hoy, más de sesenta años después, estoy convencido que existen más milagros de los que podemos imaginar. De alguna manera, nosotros mismos como seres físico-espirituales e inteligentes, somos el mayor milagro de la naturaleza.

Nuestro sistema neurovegetativo, que nos permite respirar y circular la sangre necesaria en nuestro organismo en los tiempos preciso, sin siquiera pensar en cómo hacerlo e independientemente de que estemos dormidos o despiertos, es apenas una de nuestras milagrosas capacidades.

Pero desarrollar sentimientos exclusivos de nuestra especie como el amor, la amistad, la sublimación del sexo, la solidaridad, la compasión y la caridad, son la mayor demostración que somos seres superiores, traídos a este mundo para reinar sobre él y ser… felices.

Ubique su lucero, porque está aquí y no en otro mundo; tiene que ver con Dios porque de él nace y siempre está esperando por usted. Si de algo le sirve, le cuento que el mío es multifacético, porque comienza con mi Padre Celestial, pasando por mi familia, mis hermanos humanos hasta llegar al más pequeño de los insectos, cuales sin duda, como yo, cumplen una función sobre esta madre tierra, cual es su forma de bendecir el privilegio de haber venido a habitarla.

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