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Archive for the ‘CRECIMIENTO ESPIRITUAL’ Category

POR QUE NO DEBEMOS TEMER

La sensación de TEMOR,  al cual todos los seres humanos estamos expuestos, deriva del latín timortimōris, que significa miedo o espanto; .pero en nuestro idioma, el español, dentro de otras definiciones se le asigna la de “… el sentimiento de inquietud o angustia que impulsa a huir o evitar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso…”, por lo cual es absolutamente indeseable, porque además de esa angustia que nos produce, pudiera llevarnos a cometer los más grandes errores. En principio, pienso que tal indeseable sentimiento puede afectar a cualquier ser pensante, sin discriminación alguna; pero que en el caso de las personas que creemos en Dios y que hacemos nuestra vida sobre la base de los valores y principios que siguen las enseñanzas de Jesús de Nazaret, especialmente el “Amar a nuestro prójimo como a  nosotros mismos”, lo cual involucra el no hacer daño conscientemente a nadie, tenemos un escudo protector para vencerlo, que es precisamente esa creencia de que, si Dios está con nosotros y es el más poderoso, omnipresente y omnipotente, pues…  ¿Quién o qué podría afectarnos?.

En ese mismo sentido, como quiera que nuestro principal y original sentimiento de defensa es el proteger nuestra vida, y nosotros estamos conscientes que ni una hoja se mueve sin la voluntad de Dios, cualquier acontecimiento, bueno o malo que nos afecte, simplemente nuestro Padre Celestial lo conoce,  y como quiera que El nos ama, de ninguna manera permitirá en nuestra contra algo que fuere inconveniente para nuestra vida física, intelectual o espiritual. Por cierto, lo cual es bien diferente a pensar que todo lo que nos suceda tiene que ser, de acuerdo a nuestros parámetros, absolutamente positivo. Esto, porque en nuestra vida existen elementos y eventos totalmente aleatorios, cuales pudieren parecernos temporal o permanentemente negativos, pero que, con el tiempo y las consecuencias de dichas circunstancias,  pudieran resultar positivas en sí mismas, o por lo menos evitarnos males mayores. Como consecuencia de estas apreciaciones, al menos yo, me acostumbré, en tales casos, a no preguntarme… ¿Por qué? Ya que a mi manera de ver la vida y las cosas, la respuesta a esa pregunta que pareciera elemental, en la mayoría de los casos trascendentes para nuestra existencia o las de nuestro entorno más íntimo,  correspondería a Dios, quien todo lo conoce,  sabe por qué, cómo y cuando sucede o sucederá.

Es por lo cual, cuando personalmente o a alguien de mis seres queridos les ha acontecido algo que,  a simple vista pareciera negativo, tengo mucho cuidado de preguntarme ¿Por qué?, ya que, como antes lo anoto, siento que esa es una pregunta que solo puede responderla Dios; a  quien por cierto no tengo medios para preguntarle y esperar una respuesta, al menos con mi raciocinio humano. Como consecuencia de esta aseveración, en tales casos, me he acostumbrado a preguntarme para qué, porque esta pregunta tiene una respuesta que yo mismo me puedo regalar, y como la hago por mi propia voluntad dentro de mi libre albedrío heredado de Dios, simplemente preparo mi respuesta conforme a mi mejor conveniencia lógica, o simplemente, con base a mi concepción del amor y la voluntad de Dios para sus hijos; esto es, como me fuere más aplicable al caso en concreto. No obstante, existen situaciones en las cuales se hace conveniente la pregunta ¿Por qué?, ya que al compararla con hechos similares a los que nos acontezcan, no requerimos que Dios nos responda, porque se evidencia la respuesta en nuestro beneficio.

En una oportunidad hace bastantes años, una vecina amiga muy querida por mí, lloraba amargamente por la muerte accidental de su hijo de 19 años, a quien por cierto yo conocía desde que era un bebé, y ella me preguntó:  ¿Por qué Dios me quitó mi  hijo tan joven? Yo le dije,  absolutamente consciente de que era muy real lo que le decía, que esa pregunta no podía hacerla de esa manera, porque la respuesta sólo correspondía a Dios. Le sugerí que utilizara una pregunta que le ayudara a sentirse privilegiada en vez de infeliz, porque cualquier respuesta que ella diera, le resultaría positiva y consoladora, en vez de dolorosa.  La pregunta que le sugerí fue: ¿Por qué Dios me dio 19 largos años para que disfrutara a mi hijo fallecido, cuando conozco tantas madres cuyos hijos murieron antes de nacer, bebés, de dos o menos años de edad y sus madres no pudieron disfrutarlo tantos años como el mío?… ¿Qué hice yo de especial para ser una madre tan afortunada? Creo que ella me entendió muy bien y meditó sobre mi comentario, porque la noté más calmada y antes de irme le  sugerí lo que siempre hago en estos casos:  Ahora que usted está consciente que fue una madre privilegiada dentro de millones de madres sobre esta tierra de Dios, compleméntese preguntando: ¿Para qué Dios permitiría esta situación? Y no tengo duda que El la iluminará para que sea usted  misma y no El, quien se  regale una respuesta que convenga a su delicada y dolorosa situación que le ayude a traer alivio y paz a su corazón.

Todo lo que aquí escribo no corresponde a ninguna teoría o plática positiva, sino que ha sido fundamental en mis más de casi ocho décadas de vida, felizmente casado por casi cincuenta años, con hijos, nietos y bisnietos;  e independiente de que vi morir mis padres, mi única hermanita y tres de mis hermanos menores y dos mayores que yo, así como muchos y muy queridos amigos de diferentes edades y género, de mi entorno más cercano. Derivado de todas estas experiencias vividas en mi larga vida, estoy convencido de que, si creemos y tenemos fe en Dios, si seguimos sus mandamientos y amamos a nuestros congéneres y hacemos todo lo que podemos por serles útiles, no tenemos por qué temer, porque Dios está aquí, no en ningún otro sitio, sino a nuestro lado, a toda hora,  siempre pendiente de protegernos,  por lo cual jamás ni de ninguna manera podemos tener temor, ya que, cualquier evento que nos acontezca –independiente de su naturaleza-  está en la esfera de lo que nuestro Padre Celestial considera positivo para nuestra vida física, intelectual y espiritual.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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LA ALIMENTACION, LAS MEDICINAS Y LA SALUD

Releyendo  algunas de las disertaciones de Steve Jobs, me encontré una, al contenido del cual me referiré de seguidas: El decía algo como esto: “… haz de tu comida la medicina o tendrás que hacer de la medicina tu comida…”. Ciertamente,aunque nunca fui fan de Steve Jobs, simplemente porque creo que es el ejemplo de una relativa corta vida y porque aun sin conocer todos los detalles de su vida, creo que  pudo vivir bastantes más años de los que vivió, lo cual hubiera sido lógico, ya que disponía de todo lo que requería para ello.

 Ahora bien, respecto del contenido del pensamiento citado, pienso que tenía absoluta razón, ya que conozco personas que cuidan muy bien de lo que comen, en cuanto a calidad y cantidad de los alimentos,  con extraordinarios y positivos resultados. Así, por ejemplo, si usted cuida de comer muchas frutas, otros vegetales como la calabaza, zuccini, pepino,  granos y tubérculos variados, acompañados de ensaladas, evitando en lo posible ingesta continua de carnes rojas, pero abundando en el pescado, pavo, pollo y cerdo magros, seguramente su salud estará muy bien y por tanto, salvo contaminación con algún virus, microbio o bacterias, difícilmente requerirá tomar constantemente medicinas; precisamente porque como lo dijera Steve Jobs, usted ha hecho de la comida su medicina.

Por el contrario, las personas que ingieren abundantes cantidades de alimentos ricos en grasas saturadas, como enlatados, carnes rojas y la denominada “comida chatarra”, así como azúcar y bebidas azucaradas, incluidos los muy peligrosos “refrescos” y los jugos que se toman en la calle, sin conocer con certeza la calidad del agua con que los elaboran, corren el riesgo de consumir en ellos los muy dañinos conservantes, sabores y coloración artificiales, cuales afectan gravemente la digestión,  así como que tienen otros efectos secundarios negativos sobre gran parte del organismo. Este tipo de personas, independiente de su edad, suelen tender a la obesidad y a contraer, entre otras,  la enfermedad conocida como “diabetes II”, cuales pueden hacerles la vida una verdadera tragedia, porque no sólo física sino espiritualmente les hacen grave daño, ya que afectan además de su salud física su salud mental,  como su estado de ánimo y autoestima. Como consecuencia de tan negativa forma de vida, estos individuos indudablemente son los primeros clientes de los laboratorios, como consumidores permanentes de fármacos, que es lo mismo que decir, como lo sentenciaba Steve Jobs,“hacer de las medicinas su comida…”

Creo importante comentar que venturosamente, en los últimos años se ha difundido la tendencia a la alimentación, sino naturista por lo menos hasta cierto punto semi-vegana, vale decir consumir muchos  productos alimenticios vegetales en vez de hacerlo con carnes rojas y/o aquellas muy grasosas, pero si consumiendo productos proteicos como los huevos, cuales las últimas investigaciones han determinado que de ninguna manera per se hacen daño al organismo, independiente de que comas uno o más. En este mismo sentido, también es de nuevo cuño la tendencia a utilizar algunos productos de muy bajo costo, que se mantuvieron de muy bajo perfil, gracias a la poca divulgación y publicidad de sus grandes beneficios al cuerpo humano, como lo son el bicarbonato de sodio y el cloruro de magnesio; quizás por la gran influencia de los laboratorios en los medios de comunicación social de todo género, con la enorme propaganda a productos con nombres ostentosos y creadores de propensión a su consumo, que realmente derivan su origen  de estos dos extraordinarios ya citados productos medicamentosos: el cloruro de magnesio y el bicarbonato de sodio, por lo cual perjudicaba a su mercado cautivo, el conocimiento de su uso directo disueltos en agua o de cualquier otra manera. 

En el mismo orden de todo lo antes expuesto, creo que procede referir que hoy abunda la literatura por Internet sobre la importancia de la medicina natural, traducida en la utilización de plantas y sus cortezas,  que durante muchos años se usaron como plantas de jardín o decorativas, pero que no se consideraban medicinales;  pero que hoy se aplican a estos fines, como son por ejemplo y entre otras,  las hojas y corteza de sauce para la inflamación prostática y como sustitutiva de la aspirina;  las hojas y/o flores de amaranto, también llamado bledo y la sábila o aloe vera para diferentes usos medicinales, especialmente para mitigar las quemaduras o cualquier daño en la piel, así como de uso en productos  de estética corpórea femenina.

Finalmente, yo interpreto como muy acertado el mencionado argumento de  Steve Jobs, porque ciertamente, si no se tiene una alimentación sana, balanceada y con raciones de volumen estrictamente necesario para mantener la buena salud, nuestro cuerpo se afectará y enfermaremos de tal manera, que tendremos que consumir continuamente y a veces a diario, variados fármacos que, como lo dijera el mencionado Steve Jobs, prácticamente la persona afectada “..hará de la medicina su comida…” con los indudables resultados, en todos los casos, fatales  para su salud.

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Hoy, revisando en mis papeles viejos, encontré una conferencia de ese Barcelonés especialmente inteligente, estudioso, curioso y  polifacético,  Eduardo Puncet (09-11-1936/22-05-2019), quien dentro de su formación académica acumuló Títulos de Abogado, Escritor, PolÍtico y Presentador de TV, en cuyo programa trataba  sobre sociología, medicina, psicología, biología y astronomía; siendo que  también en sus últimos años se dedicó, a dar conferencias en varios países. Pues bien, este hombre trató en sus disertaciones temas para mí   -como estudioso de la felicidad- especialmente interesantes como el amor, el desamor, la belleza, el deseo, el dolor y el miedo; por cierto utilizando  un término en el cual nunca ha había personalmente meditado: el desaprender. Aunque tengo mi propio criterio sobre qué fue primero, el amor o el deseo, su criterio me pareció realmente interesante. Asimismo, trató sobre que produce la belleza y qué es la  felicidad.

El ubica el amor como nacido del instinto atávico de los primeros seres vivos, como la necesidad  de fusionarse con otro organismo, para mejorar la vida de los dos, insistiendo en que primero fue el amor y luego el deseo. Ahora bien, a este respecto y refiriéndome a la pareja, difiero porque creo que, aunque son complementarios, –por ser algo ciertamente instintivo-, el deseo es anterior al amor; al menos el amor idílico  que nos ha enseñado la cultura. Pienso que en nuestras relaciones amorosas contemporáneas, la atracción y la buena comunicación, dan origen al amor y éste último da origen al deseo en la pareja, que cuando logra imbricar estos dos sentimientos de forma sana, romántica, y si se quiere, mágica, producen la permanencia en el tiempo, cual se convierte en  el verdadero amor.

Respecto del desamor, loubica como una emoción negativa y dolorosa, producida cuando se pierde el interés por la persona amada, con lo cual coincido plenamente, así como su consejo de solución a esta situación, cual lo es buscar de inmediato otra persona que sustituya al amor perdido, sobre la base de que no amas  a  nadie que no te atraiga profundamente. y mientras más pronto esa nueva persona entra en tu vida, mejor; porque la felicidad es la ausencia del dolor y del  miedo, por lo cual es importante olvidar y desterrar  a ambos. Es que es muy importante estar conscientes de cuanto valemos y cuanto somos capaces de hacer; de tal manera que, tenemos que afincarnos en el hecho de que así como conquistamos ese amor perdido, de la misma forma podremos lograr ubicar y conquistar un nuevo amor, que como dice el adagio popular “…un clavo saca a otro clavo…”. Yo, que me divorcié  hace 50 años, sé y me consta que es cierto que uno no pierde su capacidad de conquista y que siempre hay alguien que requiere lo que nosotros estamos ofreciendo, gracias a los cual tengo ya 48 años felizmente casado.

Coincido también con Puncet en que no puede existir belleza humana, sin no hay ausencia del dolor; precisamente, porque la belleza no es solamente algo físico, sino que es integral tanto en la apariencia como en el comportamiento de quien ostenta la belleza.Al menos en mi experiencia personal, en muchas oportunidades me ha parecido bella una persona a la cual he frecuentado, pero al oírla expresarse sobre la vida y las cosas, simplemente perdió todo el encanto de la atracción inicial. De la  misma forma, conocí personas que no me atrajeron a primera vista, sino que, por el contrario al primer momento internamente las rechacé, pero cuando las frecuenté seguido, encontré en su comportamiento y actitudes, una hermosura y paz inusitadas, que me hicieron frecuentarla, porque me producía además de placer, la sensación de recibir influencias positivas.

Por todo lo expuesto, tanto en mis escritos como en mis conversatorios y conferencias, cuando tengo la oportunidad de realizarlas, insisto en la necesidad de tratar a las personas suficientemente e independiente de su atracción inicial, porque como le decía Sócrates a un joven cuando lo veía por primera vez, “Habla para conocerte”, creo que en la mayoría de los seres humanos, es cierto el apotegma que apunta que, de la riqueza del corazón habla la boca. No se podría negar que el amor comienza por la atracción a otra persona, pero es sólo eso:  atracción, que es muy diferente a comportamiento, comunicación, educación, sensibilidad, por mencionar algunos sentimientos que son fundamentales en la persona que debemos escoger para amarla y ser amados, con sentido de emoción, pertenencia y permanencia. Sin duda que cuando amamos corremos el riesgo de que esa persona que escogemos, en el devenir de la relación puede cambiar sus gustos y atracciones, y en pro de su propia felicidad decida abandonar  la que nos une, ejerciendo un derecho que nosotros personalmente también consideramos sagrado, como es el hacer todo lo que está a nuestro alcance para ser felices, y no cabe ninguna duda que nadie puede ser feliz en  una relación obligada, aburrida o desagradable, al lado de alguien que no le atraiga integralmente.

Tengo tres hermosas hijas, con matrimonios de más de veinte años muy felices; a ellas desde muy niñas mamá y yo les enseñamos que una relación amorosa no era nada elemental, porque dependiendo de ella se lograría un hermoso o desastroso futuro conyugal. En ese orden de ideas, siempre insistimos en que el noviazgo era muy importante, porque les permitiría conocer, al menos en buena parte, la ideología de esa persona sobre la existencia y el comportamiento humano, necesarias para evaluar su coincidencia con la de ellas. Todas nos oyeron con respeto y creyeron en nuestro criterio, de tal manera que dedicaron un tiempo razonable al noviazgo, cuando trataron dentro de lo  posible, de ahondar en sus pares en cuanto a  sus principios, ideología, concepto de ética natural respecto de la vida, la familia, la amistad, la solidaridad humana, hasta encontrar suficientes coincidencias que justificaran enseriar la relación al punto de constituir un hogar. También debo confesar que les imbuimos de que los seres humanos tenemos una sola vida; que cuando dejamos de ser solteros igualmente perdemos mucho de nuestra libertad personal,  por lo cual no hay ningún motivo que justifique sacrificarla por una persona que no actúa conforme a nuestra ideología de la vida, de tal modo que perdamos la atracción. Es que si dispusiésemos de  varias vidas, pues sin  ningún problema le regalaríamos una, pero como solo tenemos una, nuestro mayor compromiso con nosotros mismos es ser felices, lo cual es imposible de lograr si no se comparte integralmente sentimientos fundamentales para mantener la pareja, como son la sensibilidad, solidaridad, compromiso y fidelidad conyugal. Es por lo cual debemos  desaprender a amar a esa persona que ya no nos merece o quizás no nos mereció… nunca.

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No obstante los diferentes tipos y estilos de música o los instrumentos con que se interprete, luego de  muchos años de insistir la Psicología Positiva, la medicina ha aceptado que la música y el amor del entorno, no sólo aceleran la sanación de las enfermedades, sino que debidamente aplicada como terapia, al menos la música ya no se tiene duda que es fundamental en procesos de curación de enfermedades e inclusive, se está utilizando en los procesos o durante algunas cirugías. En cuanto al amor que reciba un paciente, ya existe el convencimiento, tanto por los profesionales de la salud como por los particulares, de que acelera y complementa la curación de las enfermedades. Es que tanto la música como el amor son manifestaciones espirituales del ser humano, que producen un estado de alegría y placidez.

La música, específicamente,  representa un estado elevación espiritual, que cuando la disfrutamos inunda cada una de nuestras células. Así, por ejemplo, cuando nos levantamos y escuchamos la música que nos gusta, sentimos una sensación de serenidad, quietud y paz que inunda todo nuestro ser interno,  y eso sin duda contribuirá a mejorar nuestro estado de ánimo, que es definitivamente lo que dará color a ese día que comenzamos. Esta certeza de que la música tiene una gran incidencia en nuestro ánimo, es  lo que ha permitido que hoy tengamos a nuestro alcance por medios electrónicos y completamente gratis, diferentes tipos de música, ciertamente aplicable a cualquier situación, siendo entonces que vemos como se anuncia música para relajarse, para orar, para meditar y para alegrar el momento.

En cuanto al amor, si como se ha hecho una verdad el apotegma que nos enseña que Dios es amor, y estamos conscientes que la vida de quienes caminan sin Dios, no puede tener la plenitud de quienes lo llevamos con nosotros, entonces todo lo que se diga de las bondades adicionales del amor, siempre será menor pero no menos importante. Por el amor venimos al mundo; por el amor somos mejores y sin amor la vida sería cualquier cosa, menos una existencia plácida y edificante. Quienes estamos convencidos que nuestro paso por la vida es temporal y que no es más que una etapa necesaria para nuestro crecimiento espiritual, sabemos que es el amor lo que nos permite entender y encontrarle una razón positiva a todas las situaciones que se  nos presenten. Es por virtud del sentimiento del amor que somos sensibles y solidarios, frente a nuestros hermanos humanos.

Es el amor lo que nos permite ponernos por encima de las diarias situaciones difíciles que pudieran afectar nuestra felicidad; no sería entendible como alguien podría vivir intensamente en una sociedad organizada, sin sentir amor por sus semejantes, tanto de su entorno íntimo como externo;  como podría disfrutar la sonrisa de un niño, la mirada plácida de un anciano; el bello trino de los pájaros; la plenitud de una mañana de primavera; el hermosísimo brillo de las estrellas en una noche de verano o la sensación especial  cuando un bebé toma nuestra mano, o la persona que amamos nos dicen: te amo. Asimismo, si como todos coincidimos, la base de la sociedad es la familia, no es imaginable disfrutar de los padres, los  hermanos, los descendientes, el cónyuge o cualquier otro familiar, si no se fundamentan dichos sentimientos en el amor.

En el mismo sentido de lo antes expuesto, podríamos preguntarnos: ¿Existiría el perdón, la coexistencia pacífica o la solidaridad humana sin el amor? Sin ninguna duda que no. Es el amor esa fuente maravillosa de sentimientos profundamente humanos y cristianos, que nos permite cambiar nuestra forma de ser, para ser más pacientes, amables y considerados. Pienso que es el amor lo que enriquece la esperanza, la fe, la confianza y la positividad. De la misma manera, creo que es el amor lo que nos permite alcanzar la meta máxima de nuestra existencia como seres racionales: el principio de utilidad. Asimismo… ¿Podríamos aceptar y respetar  la individualidad de las personas que nos rodean sin el amor? Tampoco sería posible, porque cuando reconocemos y respetamos la individualidad de otro ser humano y sus resultados objetivos, de alguna manera sacrificamos un poco de la propia, lo cual sería imposible si no sintiésemos amor por esa persona o personas.

Finalmente, si damos rienda suelta a nuestro amor y lo aliñamos con la música, es muy difícil que no seamos capaces de superar situaciones difíciles o ayudar a otros a sobreponerse, porque esos dos recursos son milagrosos al incidir de forma definitiva en nuestros pensamientos, acciones y circunstancias personales.  Por todo lo aquí tratado, luego de unas cuantas décadas de vida feliz, no dudo en asegurar que el amor y la música, como la alimentación y la tranquilidad espiritual, son pilares sobre los cuales se debe fundamentar una existencia que aspire a ser… feliz.

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¿Que la riqueza sea desagradable o inconveniente? En verdad, en la mayoría de los casos creo que no es así; que al fin y al cabo,  para casi todas las cosas que consumimos o utilizamos para vivir confortable en una sociedad organizada, requieren ser canceladas con dinero; siendo que además, con gran capacidad económica y sentimientos altruistas, es mucho el bien que se puede hacer a la humanidad. No obstante, siento que las cosas trascendentales para  un ser humano -que para mí es físico-espiritual- involucran no sólo cosas materiales, sino otras que tienen que ver con factores inmateriales como la ética y la moral personal, como el amor, la verdad, la bondad, la solidaridad, la lealtad y la tranquilidad de conciencia, no requieren dinero ni de ningún otro elemento que represente riqueza, más allá de sentir que se ha sido útil a nuestros semejantes.

En estas más de siete décadas de vida,  he tenido amigos muy ricos y poderosos, quienes en momentos especiales me confesaron que fueron mucho más felices integralmente cuando eran personas con ingresos normales y comunes, que luego que adquirieron una gran riqueza. Es que la riqueza y el poder  imponen a quien lo posee no sólo mantenerlo sino aumentarlo, lo cual requiere tiempo y esfuerzo, que normalmente se le resta a lo más preciado, que por cierto no puede adquirirse con dinero: la familia. Asimismo, he tenido amigos con ingresos normales de una persona, profesional o no,  diligente y trabajadora, quienes me manifestaron con toda sinceridad, que no ambicionaban ninguna riqueza o poder, que de alguna manera pudiera restarles atención a sus seres queridos,  cual para ellos eran su mayor tesoro.

Por cuanto pertenezco a una generación trepadora, vale decir que todos mis logros desde adolescente, los obtuve trepando por sobre convencionalismos sociales, etiquetas y exclusiones -que en la segunda mitad del Siglo XX en Venezuela-  hacían muy difícil a las personas sin recursos económicos como yo, acceder al conocimiento académico de calidad y/o cualquier actividad de poder político  o empresarial, mi escala de valores, que ponía por delante el respeto y utilidad a la persona  humana, me permitió con mucho trabajo, diligencia y confianza en mi capacidad, lograr prácticamente todas mis metas importantes como una familia amorosa, sólida y permanente, así como  fortuna, que para mí ha sido siempre la de disponer de los recursos diarios suficientes, para mantener una vida buena y decente, incluida mi formación académica y la de mis hijos.

Sé y no tengo duda,  que no se requiere gran riqueza para bien formarse y ser de utilidad a la sociedad. En mi caso, que tuve la ventura de encontrar  una compañera de viaje largo con la cual hacer un equipo con intereses comunes, convencidos de que Jesús de  Nazaret no estaba errado cuando sentenció: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y  “Cada día tiene su propio problema, le basta a cada día su mal“; sobre esa base filosófica establecimos nuestras metas y  luchamos por ellas hasta lograr cubrirlas, sin que de ninguna manera creyésemos que era indispensable acumular riqueza.  El tiempo, la perseverancia y la fe en  Dios que siempre nos provee, nos permitieron desarrollar plenamente nuestra familia hasta lograr la felicidad que hemos disfrutado y que luego de más de cuarenta y ocho años de feliz unión matrimonial continuamos disfrutando, así como nuestros  hijos y nietos.

Pienso que la mayor fortuna es el poder  lograr suplir oportunamente las necesidades diarias,  lo cual está al alcance de cualquier persona disciplinada y trabajadora, sin un esfuerzo extraordinario; porque la mucha riqueza, siempre está en riesgo de disminuir o desaparecer, lo cual crea un grave problema, que hoy más que nunca produce cambios negativos de carácter así como enfermedades físicas y mentales como  el estrés, cual por cierto no se puede eliminar con dinero, sino con tranquilidad espiritual. En este mismo sentido, cuando se es dueño de grandes riquezas y bienes, al estar rodeado por tantos intereses, se pierde la confianza en las personas de nuestro entorno más cercano, porque  se tiende a desconfiar de la autenticidad de la actuación, atención, solidaridad y amor, si lo son por la persona adinerada  o por los beneficios que de ella se pueden obtener.

Por otra parte, tampoco dudo que existan personas especiales, que al jerarquizar la humanidad por encima de la riqueza, logran conciliar tanto los intereses económicos como las relaciones íntimas y familiares, de tal manera perfecta que se ponen al margen de cualquier sospecha de insinceridad o intención dolosa, de aquellas personas que conforman su entorno íntimo. En estos casos especiales, la riqueza puede ser una bendición, para ser compartida con propios y extraños, en la medida de la necesidad y/o utilidad social que  se produzca. Debo confesar que personalmente no he conocido ningún multimillonario que dedique su dinero a hacer el bien, a excepción de aquellos que crean Fundaciones, especialmente para bajar sus pagos de impuestos, lo cual al final aumenta su riqueza. Es por todo lo cual, insisto en que lo más importante en esta vida para una persona normal no es la riqueza, sino la tranquilidad de conciencia, que nos permite ser y sentirnos bien amado por las personas por encima de la riqueza.

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EL PRESENTE Y EL DESTINO

Es una creencia casi generalizada que Dios determina nuestro destino desde antes de haber nacido y que eso es infalible;  no discuto tal  criterio, especialmente porque como soy un convencido de nuestra absoluta posibilidad de ser felices, para lo cual se requiere ser muy positivo, no puedo darme el lujo de preocuparme por algo que pudiera convertirse en una obsesión  negativa, como es para una gran mayoría de personas, el destino. Es que en mi personal concepto, lo que Dios sí que nos dispuso como una hoja de papel en blanco,  fue el camino que debemos recorrer durante toda nuestra vida -que por cierto es lo que  sí debe interesarnos-  por lo cual nos dejó en plena libertad de darle el sentido, color, sensación y sabor al paisaje, así como a cada  bache o recodo del camino; de tal manera que, en su inmensa sabiduría, creo que  para no aportarnos focos de preocupación innecesaria, nos dejó en libertad de diseñar nuestro propio “camino”, por lo cual nos regaló la posibilidad de hacer de ese viaje de nuestra vida, lo que más nos plazca, agrade o nos parezca conveniente. En tal sentido, para que pudiésemos estudiar, entender y encontrar la mejor forma de vivir esa extraordinaria experiencia de ese viaje, nos dotó de inteligencia y raciocinio, al tiempo que puso sobre el camino diferentes subidas, bajadas, obstáculos y/o accidentes, que nosotros con todos los recursos intelectuales y físicos de que fuimos dotados, pudiésemos perfectamente determinar la mejor forma de esquivarlos, superarlos, ignorarlos  o disfrutarlos, conforme nuestra propia forma de ver la vida y las cosas.

No es fácil emitir criterio sobre lo que piensan o sienten otras personas, por lo cual pareciera  lo más acertado, hablar de nuestras propias circunstancias y vivencias; a ese respecto y refiriéndome al camino de la vida que durante setenta y ocho años he transitado, debo comentar que desde que tengo verdadero uso de razón he estado perfectamente consciente de que no existe un destino predeterminado para mí, ese me lo hago yo;  inclusive ese elemento impredecible que a tantos preocupa y que denominan futuro, cual para mí –no obstante la insistencia de mi padre de que era muy importante- tampoco tuvo ni tiene tanta importancia, precisamente porque es imprevisible, impreciso e indeterminado, por lo cual no lo considero trascendente como parte de mi camino; quizás porque siempre he tenido plena conciencia de que, si fuere que llegare,  lo único que puedo aportarle para mi beneficio,  sería hacer bien lo que me corresponde… hoy.

¿Qué la manera de transitar nuestro camino  tenga que ver con nuestro posible destino? Pareciera lógico, por lo cual como  yo juego a ganador, no desperdicio ninguna posibilidad; es que estoy seguro que mi camino es hoy, por lo tanto es a este día  de hoy a quien debo toda mi atención, amor y cuidado. Estoy consciente de que conmigo transitan a mi lado, detrás y al frente, mis hermanos humanos y mis hermanos los animales;  a ambos me debo por mi principio fundamental de  utilidad y humanidad. De la misma forma,  a los recursos naturales que Dios dispuso sobre y en esta tierra para mi beneficio, estoy obligado a proteger, cuidar y defender a toda costa, so pena de desaparecer como especie sobre esta tierra, o por lo menos de negar su conocimiento, belleza, beneficio y disfrute, a las futuras generaciones. Como  observarán en  lo expresado en este párrafo, en nada puede ayudarme a mejor vivir mi camino, el pensar o preocuparme por un destino que, como el futuro, no es determinable de ninguna manera.

Tristemente he conocido personas que viven consternados por lo imprevisible de su posible destino o lo que pudiera sucederles mañana, que es como decir: en el futuro. Tanto me ha preocupado esta tendencia,  que he dedicado una buena parte de mi vida a escribir artículos de prensa y revistas, libros y el blog: www.unavidafeliz.com, que es visitado por más de 2.800.000 cibernautas en 119 países, así como conferencias y conversatorios, todos orientados a inducir a las personas a no dejarse afectar por el pasado, porque es un muerto; ni por el futuro porque no ha nacido; estimulándolos a dedicar todo lo mejor y más entusiasta  de la existencia, a ese diario transitar por el camino de la vida; cual no sólo tenemos la capacidad de hacer agradable y didáctico, sino inclusive, impregnarlo de magia y entusiasmo que contagie a nuestros congéneres negativos. Es durante el recorrido del camino que podemos amar, disfrutar de las flores, de la risa de los niños, del canto de los pájaros, del ruido de las quebradas, de las olas del mar; degustar los  manjares en que nuestros hermanos saben  convertir los recursos naturales que Dios puso sobre la tierra para nosotros, así como de mirar y escuchar a esas personas que amamos, cuya presencia, compañía y voz, dan sentido a nuestra vida.

Luego de todo lo expresado, en una reflexión sincera del qué y el por qué de nuestra vida… ¿No les parece una pérdida de tiempo dedicar nuestro intelecto a intuir un destino desconocido, cuando la realidad del hoy –que es el camino que en todo momento estamos recorriendo- tiene tantas cosas buenas y bellas que ofrecernos? Como todo en la vida, creer y preocuparse del destino es una opción exclusiva del libre albedrío de  cada ser humano, que yo respeto, pero que estoy obligado a declarar que no comparto; precisamente porque no le aporta nada a esa maravillosa bendición de vivir el hoy y no de sobrevivirlo, que definitivamente es la opción por mí libremente escogida y predicada  hoy y siempre.

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EL CORRER DE LOS AÑOS

feliz cumpleaños amigoCon mis setenta y siete  años encima, como típica persona, no de tercera edad sino de juventud prolongada,  absolutamente convencido de mi condición vivencial físico-espiritual, debo comentar que, a mi manera de ver el asunto de la edad como una circunstancia personal, debo comentar que considero que tiene dos efectos inmediatos sobre los cuales toda persona racional debe meditar amplia y sinceramente. Me refiero en primer lugar al aspecto físico, esto es,  cómo afecta a nuestro cuerpo en la mayoría de nuestra integralidad corporal. Sin duda que al envejecer igual que todo ser viviente, tanto del reino animal como del vegetal, la tendencia es ir perdiendo capacidad física y sufrir efectos degenerativos, hasta llegar al final cuando morimos y nuestro cuerpo cumple su destino bíblico: “Polvo eres y en polvo te convertirás.”; lo cual por cierto es indefectible y por tanto no debería  infundir temor a nadie, precisamente porque no hay como evitarlo.  En segundo lugar, nuestra condición racional que conlleva nuestro convencimiento de nuestra espiritualidad, nos permite conocer que al morir, simplemente nuestro espíritu vuelve a esa dimensión de donde vino cuando nacimos, como nos lo anticipara Jesús de Nazaret cuando decía: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”, dejándonos de tal manera el mensaje de que en verdad somos eternos por lo cual este paso por la vida es sólo una de las muchas etapas de nuestro crecimiento espiritual,  lo cual debería hacer aún menor el temor a la muerte, porque lo que desaparece de la faz de la tierra es nuestra parte física pero nuestra alma continúa su proceso de crecimiento espiritual y eso es más bien beneficioso.

En mi modo de ver la vida y las cosas, el transcurrir de los años es un proceso normal que no tiene por qué preocuparnos más de la cuenta, sino por el contrario, es un acicate para  disfrutar cada minuto de cada hora de cada día, bajo la premisa de  que nunca volverá a repetirse y por tanto debemos aprovecharlo al máximo.  Es que como nos sintamos en cada edad, más que con el número de años que transcurren,  tiene que ver con nuestro estado de ánimo,  porque cada edad tiene su parte bella y sus irrepetibles momentos de disfrute, plenitud, sueños  y felicidad.  Sin duda que, dada la incertidumbre de no saber que puede ser mañana de nosotros y nuestra vulnerabilidad frente a una naturaleza terriblemente implacable, tales realidades pueden influir  de forma definitiva, en quienes desoyendo los consejos de los filósofos griegos antiguos que nos enseñaron: “Si no tomas la incertidumbre como una aventura, terminará produciéndote miedo… y eso es lo peor que te puede pasar.“   terminarán temiendo al devenir del tiempo y el transcurso de los años y al ocupar su tiempo en  estas especulaciones, se perderán de disfrutar el día a día tan lleno de cosas bellas, que como antes comento, pudieran ser irrecuperables.

El transcurrir de los años, para quienes tratamos de prolongar nuestra juventud -especialmente cuidando que no muera nuestro niño interno- nos regala cosas maravillosas, y si se quiere mágicas, como el amor a nuestra pareja, el advenimiento de los hijos, los nietos, la acumulación de amigos –que son esa otra familia que escogemos voluntariamente, porque no deviene de consanguinidad alguna- y la esperanza de que mañana será mejor, porque diariamente hacemos lo único que nos es permitido para un mejor futuro: hacer las cosas bien hoy.

– ¿Quién podría decir con verdad que con el correr de los años e independiente de la edad, no es maravilloso enamorarse y disfrutar del amor de ese ser amado, su sexualidad,  su ternura, su lealtad, su solidaridad, su dedicación, atenciones  y sus cuidados?´

-¿Quién en su sano juicio no disfrutaría de las caricias de  un hijo o un nieto amorosos?

-¿Quién podría decir que no es hermoso cuando un amigo te abraza y te ratifica su amor, especialmente cuando te encuentras en dificultades?

-¿Quién desmentiría que la sonrisa de los niños, el trinar de los pájaros, el ruido de las olas del mar, el rumor del  agua en los arroyos, la forma y color de las flores, no son un espectáculo simplemente magnífico a nuestra vista, que nos embelesa, fortalece y hace amar  aún más la vida?

-¿Quién podría negar que cuando finalizamos nuestra formación académica con  éxito, independiente de cuál sea su nivel, es un momento de inmensa felicidad y orgullo?

Pues bien, ninguno de estos pocos ejemplos de los muchos que nos regala la vida, podríamos experimentarlos sino con el transcurso de los años. Es por lo cual cualquier persona en estado de agonía, daría cualquier cosa por un día, un  mes o un año más de vida, sin temor a que va a ser  más viejo. Por el contrario, los años que conllevan la vejez, conforme a tu estado de ánimo, serán una bendición o un fardo duro de llevar.  Al menos en mi caso,  no tengo duda que mi vida –no obstante haber estado muy cerca de la muerte varias veces-  ha sido realmente bella, interesante y exitosa. Dios ha permitido que realice mis sueños; quizás porque fueron sencillos, absolutamente realizables y de acuerdo a mi formación de pensamiento cristiano y  positivo.

Hoy, con casi ocho décadas de vida, físicamente no puedo hacer algunas cosas como lo hacía a los veinte, pero tengo tantos y bellos recuerdos de mi niñez, adolescencia y juventud,  que aún estoy prolongando, que ciertamente no tengo que quejarme del correr y aumento de  mis años. De alguna manera, puedo decir que han sido más los logros y satisfacciones, que los momentos duros que he encontrado y superado en el camino de mi vida. Tal vez por eso me siento bien al escribir estas reflexiones, con la esperanza de que alguno de aquellos que temen a la vejez o a la muerte, en vez de perder su tiempo en estas nimiedades, se dediquen a evaluar todo lo que realmente  han vivido y lo que tienen por vivir, con el convencimiento que son ellos y nadie más, quienes con su optimismo, fe en Dios, esperanza, trabajo, decisión  y diligencia, podrán hacer de cada uno de sus años un reto y agradable aventura, que mucho quienes ya están bajo tierra hubieran desearon experimentar. Así como que para mí el tiempo es una ficción de nuestra mente, que solo nosotros podemos poner a nuestro favor para disfrutarlo intensamente.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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DISFRUTAR DE LA VIDA

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¿Qué y cómo es nuestra vida? Muy sencillo, simplemente un maravilloso recorrer un camino, cual aunque se considera largo realmente es muy corto;   donde de un lado tiene espinos, barrancos y senderos peligrosos, pero en el otro hay flores, bellas mariposas, tiernos pajarillos, sabrosas frutas y diferentes alimentos para satisfacer nuestro apetito; con la milagrosa ventaja de que, en todos los casos,  esos espinos pueden ser útiles, inútiles o nosotros podemos convertirlos en lo que seamos capaces de imaginar y…  realizar, lo que pone en nuestras manos, la calidad de la vida que obtengamos.

Es que la vida nos fue dada y diseñada por El Creador, de tal forma que fuimos especialmente dotados de elementos como los sentidos y la inteligencia, para que fuésemos nosotros mismos y no nadie o nada  externo,  lo que diese calor, sabor y contenido a esta existencia; ya que esencialmente, fuimos diseñados con la intención de que, independiente de cualquier situación, irremediablemente  fuésemos…  felices. Por lo cual, si nos abstraemos de lo negativo y consideramos las muchas virtudes y facultades  que como humanos disponemos, sin duda alguna, desde que somos niños, pasando por la adultez, la vejez y hasta el día que regresamos a nuestro hogar original, todo lo que nos sucede podemos ponerlo a favor del disfrutar  de la mejor manera, nuestra vida.

 Ejemplarizando desde el punto de vista físico, el día tiene veinticuatro horas de las cuales, en promedio, ocho dormimos, ocho trabajamos y ocho dedicamos a diferentes actividades sociales, esparcimiento o descanso adicional. Pues bien, en un  mundo donde millones de personas no tienen empleo ni actividad conocida, tener en qué  y cómo ocupar esas horas trabajando es simplemente un privilegio,  y por tanto un evento para disfrutarlo. Las ocho horas que dormimos, no sólo nos permiten descansar, recuperar las fuerzas gastadas en el trabajo, soñar y disfrutar de la compañía de la persona amada sin interrupciones de ningún género, y por tanto también es otra forma de lograr nuestra plenitud. Las restantes ocho horas que dedicamos a la distracción, el entretenimiento, el deporte, la socialización y/o descansar un poco más, no cabe duda que son también un disfrute.

Respecto del trabajo, independientemente de que para ser más eficientes, deberíamos realizar la actividad que más nos apeteciere, no deberíamos olvidar la enseñanza de Don Luís de Unamuno cuando expresó; “Lo importante no es hacer lo que a uno le gusta, sino gustar de lo que uno hace.” Esto es que, si atesoramos esta sentencia, siempre el trabajo será un placer. Al menos en mi caso, desde los nueve años en Caicara del Orinoco,  ayudando a una amiga de mi mamá a hacer tabletas de coco; posteriormente como Contador, Empresario, Abogado, Conferencista Gratuito para Sociedades y ONG sin fines de Lucro, Escritor y Bloguero; pasando por unos años cuando joven en Caracas, limpiando pisos  fuera de mis horas de trabajo para costear mis estudios en la Universidad Católica Andrés Bello, siempre he sido muy feliz trabajando.

Con relación a las horas para  la diversión y entretenimiento, por mis condiciones económicas y familiares, en su oportunidad no pude dedicarme a los  deportes, pero sí me convertí en un “come-libros“;  en buenas horas de mi tiempo libre y algunas horas cuando debería estar durmiendo, las dedicaba a la lectura que me apasionaba, lo que además de su disfrute,  luego me ayudó mucho en mis actividades académicas, como escritor y bloguero; igualmente socialicé muchísimo tanto en mis estudios de primaria y secundaria, así como en las Universidades donde estudié mi carrera e  hice mis postgrados.

Con referencia a las supuestas ocho horas, que como mínimo deberíamos dedicar  a dormir, quizás por mi naturaleza temperamental hasta cierto punto impaciente, creo que después de que tengo quince años, jamás lo  he logrado. Pero, las horas que duermo, pocas o menos, siempre las he disfrutado increíblemente; especialmente desde  hace más de cuarenta y ocho años que duermo con mi compañera de viaje largo, mi amada Nancy. Creo que a favor de mi satisfactorio sueño, juega el hecho de que como nunca he hecho daño a nadie,  sino que por el contrario he hecho todo lo posible por ser útil a mis semejantes sean cercanos o desconocidos; así como la labor de voluntariado que he realizado por años como conferencista y asesor familiar y de parejas, todo esto me da  una gran tranquilidad espiritual, que a mi manera de ver la vida es fundamental para dormir plácida y profundamente, como yo lo experimento.

En general, pienso que en este camino de la vida, todo lo que nos sucede o experimentamos, nos abre una oportunidad para disfrutar; siempre y cuando entendamos que en todo hay una parte aleatoria, que nosotros no podemos ni manejar ni prever, pero sí acondicionarla a nuestro interés o al beneficio colectivo. Es por lo cual, cualquier tropiezo, traspiés o caída, cual en un momento pareciera ser negativa, con nuestra inteligencia, diligencia, confianza en Dios y en nosotros mismos, podemos convertirla en una enseñanza o experiencia positiva, para en adelante beneficiarnos de ese conocimiento. Siento asimismo, que la mayor bendición de un ser humano, independiente de la condición en que se encuentre, es esa vida que nosotros nos procuramos, ya que como alguien lo escribiera alguna vez: “Aun en la condición más lamentable, es la vida del hombre siempre amable.”

Finalmente, como quiera que no dudo que nuestra existencia no solamente es física, sino que estamos dotados de un alma y un espíritu que nos hace trascender más allá de este mundo físico, detectable por nuestros cinco sentidos conocidos; es por lo cual las cosas más relevantes para nuestra felicidad como el amor,  el respeto, la solidaridad, los valores, las virtudes y los sentimientos, no son ubicables físicamente, precisamente porque son espirituales. Es por lo cual, de nada sirve una hermosa y mullida cama si no hay sueño; tampoco sirve de mucho un buen café o cena en el hotel más lujoso del  mundo, si lo experimentamos solos; de la misma manera, ninguna riqueza o poder, por grandes que fueren, pueden darnos un minuto de vida o un gramo de felicidad; y como consecuencia de lo expuesto en este párrafo, aseguro que la vida nos es dada para disfrutarla, pero su volumen o calidad de disfrute, va a depender del color que nosotros sepamos darle a cada evento o circunstancia que nos acontezca.

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EL VALOR DE UNA CARICIA

Caricia (2)La caricia es algo más que el roce cariñoso o el toque amoroso a nuestro cuerpo, que independiente de si somos niños, jóvenes, adultos o ancianos,  despierta sentimientos de complacencia,  satisfacción, plenitud y seguridad; especialmente porque como seres humanos racionales somos simbióticos, esto es que estamos dotados no únicamente de nuestro cuerpo –que es físico y por tanto visible y detectable por nuestros sentidos- sino que además disponemos de una supra corporalidad extraordinaria y absolutamente etérea, no detectable por nuestros cinco sentidos conocidos, que definimos como nuestro espíritu. Este hecho hace que la caricia -esa que nos hace tanto bien-  igualmente sea física, como captable únicamente por algunos de nuestros sentidos, o simplemente por nuestro espíritu. Por lo cual, una palabra, una mirada, una sonrisa o cualquier acto solidario o generoso, puede alcanzar igual o  mayor capacidad de recepción, que  una manifestación corporal.

En orden de lo antes expuesto, hoy releyendo a ese poeta, escritor y juglar, que supo vivir el privilegio de ser feliz, luego de haber perdido su familia y  sin disponer de otra riqueza que no fuere su propia convicción personal de la importancia del hoy, el siempre recordado Facundo Cabral, cuando sentenció: “…el bien es mayoría, pero no se nota por que es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan a la vida.”. Esta sabia admonición  me ha llevado a reflexionar  sobre su contenido, porque es cierto que el bien, casi siempre es silencioso y a veces difícilmente determinable; en cambio, el mal deja secuelas rápidamente determinables porque hieren al medio ambiente, al individuo y/o a la sociedad.

La caricia oportuna de la mano, la palabra o el gesto amigo, suelen ser realmente reconfortantes; tanto que la psicología positiva –luego de una ardua tarea de convicción con pruebas a los galenos- ha convertido en un hecho su importancia decisiva en los procesos de sanación de las enfermedades. Creo que sería muy positivo para la sociedad organizada la toma de conciencia de que la caricia no lo es solo corporal, sino que podemos acariciar también con nuestras palabras, con nuestros gestos como la sonrisa, con  nuestra actitud frente a cualquier difícil o dolorosa situación física o espiritual, que experimente alguno de  nuestros congéneres. Así, por ejemplarizar, en variadas oportunidades vemos personas que, por cualquier circunstancia, amanecen espiritualmente adoloridos, frustrados o desanimados, pero un caluroso buenos días, un apretón de manos, una mano sobre el hombro o una sonrisa, pueden sacarlos de ese túnel espiritual en el cual, casi siempre sin razón aparente, se encuentran encerrados.

 Jesús no estaba equivocado cuando enseñaba: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo…” porque si seguimos esa máxima, obligante para quienes somos cristianos, nunca olvidaremos que todos a quienes encontramos en nuestro camino son nuestros hermanos, y que no es una caridad sino una obligación preocuparnos de ellos y por ellos; por lo cual también es obligante hacer todo lo que esté a nuestro alcance por contribuir a su felicidad, o por lo menos a que se sientan menos solos.

En estos tiempos especialmente, cuando tenemos a mano los medios idóneos y a bajo costo para conocer al instante cualquier situación  en el  mundo; cuando con dolor tenemos que aceptar que millones de personas no tienen que comer y mueren de hambre; que el terrorismo, la corrupción y la ambición de poder desmedidos, cada día hacen más pobre a los que menos tienen y más ricos a los que de todo disponen; cuando en algunos países las medicinas sobran y en otros, por su carencia mueren niños con cáncer y otras múltiples enfermedades, tenemos que aceptar que la generosidad y solidaridad con los demás seres humanos,  ciertamente es obligatoria. Hoy, no sirve de nada lamentarse, sino que, por el contrario, nos corresponde a cada  uno, según nuestra capacidad y actividad, hacer lo que se encuentre a nuestro alcance, por ayudar a quienes lo necesiten. Quienes hemos vivido con pleno uso de razón los últimos sesenta y cinco años, sabemos que nunca hubo tanto dolor ni desconsuelo sobre esta tierra de Dios  que en este último periodo.

Por todo lo antes mencionado, como normalmente y salvo raras excepciones,  nuestro círculo personal es reducido, al menos en nuestra comunidad, círculo familiar o amistoso, debemos recordar qué significa, para qué sirve y cómo puede manifestarse una caricia, que costándonos muy poco, es algo que podemos otorgar todos los días, y que, al menos en mi experiencia, suele no solamente beneficiar a quien la recibe, si no muy especialmente a quien la da, en su ser interno, precisamente porque somos físico-espirituales y eso  no deberíamos olvidarlo… nunca. Termino refiriendo   un verso del Poema “Limosna” de Iván S. Turquenev, que tiene que ver con el tema, ya que se trata del caso de un hombre que encontró un mendigo y por no tener dinero para ayudarlo le pidió disculpas y le dio un apretón de manos:

“Gracias exclamó el indingente

 suspirando dulcemente;

 gracias por vuestra bondad.

 Darle la mano a un mendigo

 y tratarlo cual amigo,

 es limosna y caridad.”

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¿ LLEGA O SE ENCUENTRA LA FELICIDAD ?

JOVEN PAREJA FELIZ

Sobre la pregunta del título, tanto a nivel positivo como negativo, se ha escrito mucho. Yo mismo escribí hace trece años, sobre temas de la vida real y  a nivel positivo, un libro de trescientas cincuenta páginas, el cual por cierto está disponible y puede bajarse en forma digital y  completamente gratis en este mismo Blog, al final de cada post. Pues bien, luego de más de veinte años como Asesor Familiar y de Parejas, donde platiqué de forma continua con muchos  padres que tenían problemas con sus hijos; personas que conformaban uniones conyugales,  solteros y divorciados; así como que viajé por más de 14 países, siempre observando cuidadosamente el comportamiento humano,  puedo decir con toda certeza que LA FELICIDAD NO LLEGA, SINO QUE DEBE CREARSE.  Cuando alguien comenta que “Tal o cual persona encontró la felicidad.”, lo que realmente encierra esta oración  es que esa persona que es feliz,  buscó y encontró dentro de sí mismo, qué o cómo es que se siente feliz.

Desde el mismo momento cuando respiramos por primera vez, nuestra vida se concentra en sobrevivir, pero luego al tener plena conciencia, entendemos que esa primera etapa de nuestra vida debe ser superada por nuestra  razón e inteligencia, para lograr algo superior como es: VIVIR, en su sentido integral, lo cual significa VIVIR INTENSA Y PLENAMENTE, circunstancia que no podremos realizar si no se conquista la más cara ambición  humana: LA FELICIDAD. Es que la felicidad, como quiera que se refiere a un sentimiento interior, por lo cual no se puede inferir a simple vista si una persona es feliz o no, no llega ni se encuentra a la vera del camino de nuestra vida, sino que, se requiere invariablemente  que nosotros mismos la provoquemos, precisamente haciendo de cada paso del sendero de la vida un acto feliz, sin esperar o ambicionar que la felicidad  llegará o la encontraremos al final del camino.

Puesto  que una  de las características de la felicidad es que como la infelicidad no es permanente y sin intervalos en nuestra vida, aunque fuere de segundos, no tenemos otra opción que aceptar que la felicidad no es más que la suma de muchos momentos felices, cuales sin duda es a nosotros y no a nadie fuera de nuestro ser interno, a quien le corresponde determinar su estatus, integridad y duración.  Siempre lo he manifestado, escrito y practicado, que soy yo quien le da color a los actos y circunstancias de mi vida, por lo cual soy yo y nadie más, el responsable de mi felicidad. Ejemplarizando: si siguiendo la guía que nos dejara Jesús de Nazaret, si somos capaces de olvidar el ayer; no preocuparnos sino ocuparnos del mañana; perdonar a quienes nos hagan o intenten hacernos daño, amando a nuestros semejantes y especialmente a nuestro entorno íntimo, siento que tengo más probabilidades de ser feliz que quien no asiente su vida sobre estos principios.

En mi caso, considerando que nuestra vida es elemental,  y en mucho por mi formación familiar, esos antes citados valores han sido una constante de mi vida desde niño, por lo cual  siempre he sido, soy y seré feliz hasta el último de mis días; precisamente porque he creado mi propia felicidad amando a la gente, aceptándolos como son, respetando su individualidad, solidarizándome con sus problemas –que normalmente no son más que asuntos por resolver–  y siempre seguro de que, salvo raras excepciones, existe una gran posibilidad de recibir de los demás, sino lo mismo,  por lo menos algo parecido a lo que yo les doy. Por eso no entiendo los hijos que se pelean por siempre con sus padres u otros familiares, no obstante el  vínculo sagrado de la consanguinidad; ni  las parejas que luego de amarse y entregarse en cuerpo y espíritu, no son capaces de perdonarse alguna ofensa o agravio,  y destruyen lo que les costó tanto amor, esfuerzo, dedicación y tiempo construir; o los amigos que, al crear ese sentimiento tan especial -que a veces supera la calidez de la familiaridad consanguínea- lo desmejoran o destruyen por imponer su criterio, por situaciones fútiles, superficiales y superables, pero que no son capaces de afrontar con la autoevaluación sincera de su actitud y respeto por la persona humana.

La vida me  ha enseñado que algo fundamental para entender a los demás, y que por cierto no es difícil, es ponerse en su situación en determinadas circunstancias que muy bien pudieran ser las nuestras. En tal sentido, como mis congéneres son tan humanos como yo, estoy obligado a pensar cual hubiese sido mi actitud en su caso y como consecuencia tratar de sobrellevar la situación que se presente; si lo hago, seguramente podré entender mejor sus actuaciones y posiciones frente a esa cotidianidad, que nos envuelve como grupos y/o sociedad organizada, cuyo resultado es precisamente, la convivencia en armonía y paz, para abonar a nuestra felicidad personal. Casi a medio Siglo de matrimonio feliz, una bella y numerosa familia en la misma situación; muchos y muy queridos amigos, tanto en persona como cibernéticos, no dudo en recomendar a mis lectores que no esperen que la felicidad les llegue del cielo o la encuentren mediante la riqueza, la belleza, el poder o la fama, sino que deben procurarla mediante actos de amor, comprensión, respeto, solidaridad, sensibilidad y buena comunicación; siempre diciendo la verdad y sin guardar las situaciones de diferencias con nuestro entorno, sino manifestando lo que sentimos a tiempo de que se pueda instrumentar alguna solución, porque cuando se guardan o esconden los sentimientos, éstos buenos o malos, crecen hasta convertirse en obsesiones o situaciones que pueden llegar a ser hasta… patológicas y eso, precisamente, es fuente de infelicidad.

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