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Archive for the ‘RIQUEZA’ Category

Normalmente, el ser humano que tiene poder, riqueza o fama, difícilmente puede disfrutar integralmente de las muchas bendiciones que nos da la vida, que en su mayoría son sencillas. Es que estos factores tan apetecidos no son fáciles de administar sin una dedicación especial, que normalmente deberá tomarse del tiempo que correspondería compartir con las personas de nuestro entorno íntimo que más amamos. En mi largo camino por esta vida, he podido compartir con personas que disponían de estos supuestos atributos; de ellos aprendí que paradójicamente disfrutaban más de la vida, aquellas personas humildes que los servían o asistían. Ciertamente, cuidar el poder, la riqueza o la fama, requiere dedicación exclusiva y atención permanente, y sin que ellos fuere condenable, sin duda que sacrifica el tiempo que se debería dedicar  a la familia y los amigos más íntimos, lo cual crea vacíos vivenciales difíciles de llenar,   que al acumularse,  producen estrés, tristeza y a veces estados depresivos, que por mucho que se disimulen, afectarán la salud física, espiritual o mental de los involucrados.

En una oportunidad me reuní con un importante hombre de gobierno, quien me confesó lo ingrato que era para él, ocupar buena parte de su tiempo que requería para mirar crecer a sus hijos y atender a su esposa, en ocuparse de asuntos oficiales que por ser su obligación personal, a los cuales debía poner su mayor atención,  no podía delegarlos a nadie más. En esa oportunidad me dijo con un dejo de tristeza, que aún con todo el poder que ostentaba, no era feliz a lo cual le respondí que no lo entendía bien, ya que por su posición a él debería sobrarle todo, a lo cual me respondió textualmente: “¿Sabes amigo? Es increíble que algunos fines de semana, mientras mi chofer o la chica que ayuda a mi esposa con los niños en la semana, aún con sus menguados ingresos están disfrutando sin  ninguna preocupación  en la playa con sus respectivas familias,  mientras yo que tengo ingresos muy superiores a los de ellos y una posición sólida en la sociedad, no obstante ser un fin de semana, tengo que estar atendiendo algún asunto por cuenta del Presidente o Vicepresidente de la República, que requieren mi atención personal. En verdad esto me afecta tanto, porque no sé como esta situación podrá afectar la salud  mental en esta etapa de crecimiento de mis hijos y  hasta cuando mi esposa podrá soportar una soledad y falta de atención que no merece.”

De la misma manera, un buen amigo que poseía una sólida fortuna económica,  con el cual en mi época de empresario mantuvimos relaciones comerciales pero también amistosas, un día cualquiera que departíamos en el lobby de un hotel en Caracas, me hizo una confesión, que aunque dolorosa fue muy didáctica en mi carrera de empresario; en aquella oportunidad él se quejaba de que atender la dirección de varias Empresas que le producían mucho dinero y estaban bajo su responsabilidad, no le dejaban espacio para el esparcimiento normal de una persona, pero además lo más grave era que su hogar estaba muy decaído, toda vez que su cónyuge –a quien amaba profundamente- no podía procesar que para él fuera más importante dedicar el tiempo a velar por sus negocios y acumular dinero, que  atender una familia que lo amaba y necesitaba permanentemente y que, según las palabras de ella, nadie podía vaticinar hasta cuando duraría, mientras su Secretaria seguramente estaba paseando o compartiendo con su familia sin ninguna preocupación. En esa ocasión no emití ningún criterio fundamental, sino que me limité a observarle que era necesario que midiera los riesgos y actuara en consecuencia.

Esas cuitas de mi amigo me afectaron significativamente, porque yo también era el Presidente de algunas Empresas en el territorio  nacional, y aunque mi esposa  por su profesión hacía equipo conmigo en la administración de las  mismas, en oportunidades nosotros estábamos empezando a sentir esas mismas preocupaciones, ya que nuestros hijos, aunque muy bien atendidos por las empleadas domésticas que tenían muchos años con nosotros y eran de toda  nuestra confianza, estaban creciendo mientras yo debía viajar constantemente, lo cual me limitaba de compartir con ellos integralmente. Pues bien, esa conversación nos produjo una profunda reflexión que nos comprometió a poco a poco ir reduciendo nuestra actividad empresarial para estar más tiempo con nuestros hijos, al punto de que como apenas tenía cuarenta años de edad, con la idea de cambiar de vida, ingresé a la  Universidad a estudiar Derecho, me gradué de abogado y di un giro de ciento ochenta grados a mi vida, de lo cual hoy estoy convencido que fue una decisión trascendental para nuestra felicidad y la de nuestros hijos.

He querido hacer la referencia a mis lectores de esta triste paradoja, porque ciertamente y en la mayoría de los casos, mientras los poderosos y poseedores de grandes riquezas, descuidan una parte muy importante de su vida, dedicándose a luchar por mantener y/o aumentar  su  poder o patrimonio, sus empleados con sus limitados recursos, disfrutan intensamente de sus fines de semana, vacaciones y días feriados en la playa o la montaña, sin otra preocupación que la de compartir en armonía familiar, acumulando la mayor felicidad posible, convencidos de que para ello sólo requieren de los recursos que les genera su actividad normal, común y corriente. No significa esto que sea en todos los casos y axiomático, por lo cual vale la pena para los ricos y poderosos, meditar sobre el tema para no caer en esa especie de trampa que significa descuidar lo que no se puede lograr con poder o dinero, por adquirir cualidades y beneficios que no son indispensables para  la unión, el amor y la felicidad familiar.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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CUANDO PARAR

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 Hoy con tristeza, mirando en un Diario la foto de  un cantante internacional muy querido, quien se presenta para actuar con su pelo blanco, bastante demacrado por una enfermedad muy grave que padece y con un respirador de oxígeno,  se me hace difícil entender por qué lo hace; especialmente si consideramos que los científicos calculan que, el hombre tiene sobre la tierra unos cien mil años, así como que la  máxima edad alcanzada por un humano no supera los 120 años; me pregunto: ¿Qué son ciento veinte años en cien mil años?. Bueno, pienso que nuestra vida, aún para los  más robustos” –como denomina La Biblia a quienes alcanzan los ochenta años- lo es algo así como un corto suspiro, y esto  es una realidad que debemos aceptar como una circunstancia vivencial, al menos hasta hoy… irreversible.  

    Pues bien, con tales antecedentes no tengo duda que este Artista, tiene el mismo problema como algunas personas que he conocido, muy buenos y hasta excelentes para las ciencias, las artes, las letras y los negocios, pero  que no lograron acertar en aquello de CUÁNDO PARAR, y como consecuencia, probablemente no disfrutaron de lo que suelen llamar “los años dorados”, que les denominan tales, precisamente porque ya no se requiere tanta actividad y se dispone de tiempo para materializar aquellas aspiraciones, que por la permanente actividad laboral les era difícil recrear a su antojo. Especialmente en el caso aludido, presentarse para dar un concierto a un público que lo amó y admiró no sólo por su voz sino también por su elegancia, es realmente desolador.

   No digo que un hombre  sano de más de setenta años tenga que jubilarse, porque yo tengo setenta y cinco  y no lo hago, ya que continuo realizando algunos Asesoramientos Jurídicos Corporativos y escribiendo; pero es que yo  no estoy enfermo,  en cambio éste sí que lo está  y tan grave que sus médicos manifiestan temor por un pronto y fatal desenlace. En ese mismo error incurrieron algunos conocidos y amigos, quienes no entendieron esa importante necesidad de determinar cuándo parar,  y el resultado fue realmente doloroso. 

    Este Artista es un hombre valeroso y lleno de fe, por lo cual ruego a Dios que supere sus males, pero tengo duda que en el mundo de las probabilidades y no de las posibilidades, sea dando conciertos de ciudad en ciudad con un tanque de oxígeno a cuestas, como pueda ayudar a su fe  para superar su situación actual. Sin duda, su talento y vocación artística, bien podría aplicarlos en actividades menos duras, pero quizás tan o más provechosas para la sociedad.

    No quiero decir echarse en una cama a morir; pero sí bajar el ritmo, regalándose su buen tiempo para descansar, disfrutar de su gente amada, de sus comodidades, de buena y oportuna alimentación, de la contemplación y meditación, que son tan importantes, como inteligentemente lo resumiera el Dalai Lama: “para vivir”. Hoy escribo estas líneas sobre la base de la sentencia de Jesús, cuando dijo: “… el que tenga ojos que vea…”.

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AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO

SILENCIO DE DIOS

En días de tanta confusión, cuando las personas trabajan sin descanso,  en la mayoría de los casos  más por atesorar que por  satisfacer sus necesidades o aportar beneficios a la sociedad,  recuerdo a Jesús de Nazaret  en,  su pensamiento vigente hoy como hace Dos Mil años, cuando enseñaba:

“… ¿Por qué te preocupas por qué comerás, que beberás o que ropa usarás? Mira las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni almacenan en graneros, pero mi Padre las mantiene vivas…y, ¿No es acaso más importante la comida que el vestido? Entonces… ¿Por qué te preocupas por qué vestirás? ¿No ves los lirios del campo? Ellos no hilan ni confeccionan telas, pero les aseguro que ni aún el Rey Salomón tuvo tan ricas vestiduras. Y si Dios da comida a las aves y vestiduras a las plantas…  ¿Cómo no va a darte a ti, que eres su hijo privilegiado, todo lo que le pidas? Por eso te digo: pide y recibirás, toca y se te abrirá, porque el que pide recibe y el que toca se le abre…” 

Siento que, más que nunca, conviene reflexionar sobre esta admonición, donde Jesús  instruía que todo está en la naturaleza para nosotros, y que podemos lograrlo  sin gran esfuerzo, porque  así como las aves sólo tiene que volar y buscar el alimento donde esté, igualmente nosotros sólo tenemos que ser DILIGENTES, y como las aves, ir donde se encuentran las fuentes de ese alimento necesario;  así como que, los lirios no requieren hacer nada para tener  su hermosa vestidura, quizás  porque el 99% del vestido que hoy llevamos, en mucho responde a vanidad y no a  una necesidad indispensable de cubrirnos para sobrevivir, ya que lo necesario y conveniente a este respecto, Dios nos los da como a los lirios, también como un regalo que sólo requiere activarnos y actuar conforme de nosotros se espera. Entonces, sí tenemos fe en que nacemos con la capacidad de alcanzar lo necesario para vivir sin mayores esfuerzos  ¿Por qué esa loca carrera por hacer dinero y más dinero, poder y más poder a costa de la salud, el amor, la compañía y tranquilidad de la familia? Ciertamente, no lo entiendo; especialmente, luego de más de siete décadas observando muchos  ricos tristes y otros tantos poderosos prematuramente enfermos e infelices. Por eso conviene recordar a Jesús cuando sentenció: “El que tenga ojos que vea.”

 

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Soñar es un derecho inalienable de todo ser humano, especialmente porque no necesita permiso para nacer, desarrollarse y  convertirse en realidad.

Los sueños trascienden la vida del soñador, y eso lo aprendimos de la historia, al verlos materializarse años después de haber desaparecido quienes los imaginaron; por eso, los sueños saben a… esperanza.

Los sueños son tan nuestros, que pudiera ser que nunca, nadie más, independiente de nosotros mismos,  pudiere percibirlos.

Los sueños son la representación excelsa de nuestro natural derecho a desear e idear ese mundo mejor que, con variadas formas de ver la vida y las cosas,  todos merecemos; al menos, proponerlos y dejarlos como algo positivo y representativo de nuestro paso por esta vida.

Yo también tengo un sueño hermoso, ambicioso; quizás difícil, pero… posible.

Por pertenecer a una generación especial, que pudo conocer dos Siglos y dos Milenios, fenómeno para cuya repetición se requiere el transcurso de más de 900 años, siento que vengo alimentando ese sueño desde que tuve diez o doce años, allá por los años de la dictadura de ese lunar en nuestra historia política, que se llamo Marcos Pérez Jiménez.

Ese sueño se fue conformando lentamente, como una necesidad de respuesta frente a la incomprensión y diatriba crecientes entre mis hermanos venezolanos, sin otra razón aparente que atávicas apetencias y bajos instintos; materializados en la sed enfermiza de poder y riqueza, sin consideración de su legalidad o legitimidad; pero asimismo, sin conciencia real del límite de los bienes materiales para satisfacer las necesidades reales de un ser humano normal.

Con la observación dolorosa de ver transformar buenas voluntades ideológicas en acciones pragmáticas completamente diferentes, que dejaban de lado el obligante y sagrado amor por los más altos intereses de la patria, de tal forma alejando el anhelo colectivo de igualdad de oportunidades, respeto por la persona humana, protección al derecho al acceso de todos sin distingo de clase, origen, genero, posición económica o ideología política,  a la protección integral del Estado y  todos los beneficios, que éste está en la obligación de procurar a los administrados.

Mi sueño no tiene que ver con nombres, consignas o colores; tiene que ver con hombres y mujeres que sientan este país en lo más profundo de su alma; tiene que ver con quienes alimenten el sentimiento de la necesidad de  una Venezuela de todos; donde globalmente seamos uno, porque nuestros más inmediatos y elevados intereses, son y tienen que ser… comunes.

Sueño con la familia y los amigos unidos, colaborando cada cual dentro de  su posibilidad, en la construcción de una patria mejor: amable, generosa, amorosa, segura, que nos haga sentir orgullosos de pertenecer a ella; buena para la vida, especialmente para superarse cultural y espiritualmente, para relacionarse, enamorarse, hacer familia, crecer, reproducirse y quedarse en ella, por… siempre.

Mi sueño tiene que ver con ese sentimiento compartido  de venezolanidad, que enciende nuestra alma, que nos hace herederos de una historia heroica, un presente difícil pero solucionable y un futuro del tamaño de nuestro empuje, decisión, valentía y… trabajo.

Sueño con sentarme los domingos alrededor de una mesa en un café de mi ciudad con mis compatriotas, sin importar donde viven, estudian o trabajan y sin consideración de su identificación ideológica; rojos, azules, blancos, verdes o de cualquier otro color, no debe importar, porque son y deben ser mis amigos, mis compatriotas, mis hermanos venezolanos; porque merecemos regocijarnos de lo que cada uno hace por nuestra bella e inigualable Venezuela; este bello país donde, como alguien lo escribiera, “…de su tierra mana miel y leche”, porque existen y sobran recursos de todo género, suficientes para todos.

Sueño con sentir honesta y sinceramente respeto, consideración y admiración, por quienes deciden constituirse en servidores públicos, poniendo su vocación al servicio del país, dejando de lado su ambición de enriquecimiento personal, porque no es sirviendo al Estado como las personas honestas adquieren gran fortuna, sino en el ejercicio de actividades privadas rentables.

Sueño con sentirme seguro de que, por haber cumplido con lo que me exigió la sociedad de mi tiempo, y que yo consideré honesto, nadie bajo ninguna circunstancia, podrá violar o disminuir mis derechos constitucionales y legales; porque exista un Poder Publico único e indivisible, que mediante sus Organos competentes, estará vigilante las veinticuatro hora de todos los días, para asegurar que la Constitución Nacional y las leyes se cumplan, sin distinción de persona o situación, donde y cuando se presente la necesidad de su aplicación.

Sueño con que, cuando tenga que dejar este mundo, consciente de que actué como de mi se esperaba, por lo cual estudie primaria, bachillerato, asistí y obtuve mis títulos hasta cuarto grado de la universidad; pero además trabajé duramente desde muy corta edad y hoy a los setenta años continuo haciéndolo, mis hijos y los hijos de mis hijos, no solamente me imitaran en la construcción de un futuro digno, sino que podrán libremente hacer uso de lo que yo pudiere dejarles, como producto de mi dura labor.

Sueño con un País del cual sentirme orgulloso, más que por sus riquezas, por su gente; que consecuente con la idiosincrasia de sus habitantes, apoye dentro y fuera de nuestras fronteras la libertad de acción y pensamiento, el respeto por las instituciones y la persona de todos los seres humanos; un país que sea diligente receptor del refugiado, del que no tiene patria o la suya le fuere arrebatada; donde nos amemos y respetemos por lo que somos  y no por lo que aparentamos; donde gustosos aceptemos la diversidad de pensamiento como enriquecedora y no como estigmática; donde podamos deliberar cordialmente y zanjar nuestras diferencias normales y naturales de los seres pensantes, sin llegar a la ofensa, la división,  la exclusión, el odio, la retaliación ni la agresión verbal o física; donde consideremos colectiva e individualmente obligatorio y no programático, procurar y contribuir al bienestar de tanto hermano pobre y desventurado, que por sobre cualquier buena intención que se hubiese tenido, las políticas erradas y desvinculadas de la realidad nacional de más de cincuenta y tres años de Gobiernos de diferente índole,  dejaron abandonados a su  suerte.

Sueño con nunca tener que verme compelido a abandonar esta patria que me acogió y protegió con amor de madre; que me permitió en los años cincuenta,  en un pueblecito que casi no aparecía en el mapa, la oportunidad de entender que podía –como así lo  hice- trepar sobre la pobreza, exclusión y condiciones más inhóspitas, para adquirir cultura y educación, a la par de sentimientos de solidaridad con mis hermanos más necesitados; que me permitió crear mi bella familia, y me sembró en el alma el compromiso, que nunca olvido y práctico, de ser útil, dentro de mis posibilidades, a todos mis semejantes.

Este es mi sueño que, como la mayoría de los sueños que he albergado y realizado, sin preocuparme mucho del cuando, se y no tengo duda que se materializará. No es un asunto de tiempo, es de conciencia y de esperanza; dos campos donde el tiempo no tiene mucha relevancia, porque al final, lo importante  es su resultado final.

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“LA FELICIDAD DEBE CONSIDERARSE COMO UN OBJETO DE LA CIVILIZACIÓN”

Oswald.-

Para satisfacer a una asidua lectora que me escribe de Montevideo, nuevamente trato sobre el tema de la felicidad como máxima ambición del ser humano. En tal sentido,  coincido con Oswald, porque ser felices, aunque es un hecho cultural, constituye un derecho humano natural, quizás el más sentido,  que todos debemos procurar ejercer.

La felicidad no tiene una definición universal única, pero erróneamente las mayorías la imaginan vinculada o dependiente de factores como riqueza, belleza, fama o poder; sin embargo, sin desestimar su importancia, como elementos complementarios, no podría por sí sola ninguna de ellas originarla o mantenerla.

Es que para producirnos felicidad, que es  un sentimiento de realización material-espiritual, requerimos vincular nuestro cuerpo al espíritu, lo cual sólo produce el binomio Dios-Amor, cuales venturosamente viven dentro de nosotros y están siempre a nuestro alcance.

Por ejemplo, cuando degustamos un trago de vino en solitario, por nuestras papilas gustativas sólo recibimos satisfacción corporal, pero al compartirlo con la persona amada, al incorporar la parte espiritual representadas por el amor, lo convertimos en un acto feliz. Idénticamente, realizar el acto sexual para satisfacer la urgencia  biológica, sólo produciría satisfacción corporal; pero si lo experimentamos con la persona amada, al incorporar la parte espiritual representada por el amor, lo convertimos en un acto feliz.

La felicidad no se obtiene por eventos extraordinarios o especiales -cuales por cierto se dan muy pocas veces en la vida- sino que se conforma con cada uno de los muchos y variados actos de nuestra vida cotidiana; especialmente, en el maravilloso mundo de las cosas sencillas.

La felicidad tampoco tiene por qué ser permanente, ya que al constituirse de momentos felices –que pueden ser extensos o breves-  será más feliz quien acumule mayor número de momentos felices. Mutatis mutandi, tampoco una persona tiene por qué ser  infeliz de forma permanente.

Como hemos determinado que no existe felicidad sin el concurso del espíritu, y éste es interno, somos nosotros quienes decidimos cual evento nos hace felices y cual no. Esta precisión nos blinda frente a quien deseare hacernos infelices, porque nadie puede penetrar nuestro interior.

De tal suerte, podemos concluir que la felicidad corresponde a una actitud, que deriva en una aptitud personal para convertir momentos agradables en momentos felices, al adicionarles el factor de espiritualidad, indispensable para traducirlos en realizaciones material-espirituales, cual, en todo caso, sería un concepto apropiado de lo que es la felicidad.

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«LOS CAMBIOS SON CONSECUENCIA DE LA SINERGIA MUNDIAL Y NO DEBEN ATEMORIZARNOS»

capetownpanorama_thLa sinergia global, en ocasiones da la impresión de que las cosas empiezan a ponerse de cabeza; como consecuencia, conceptos y juicios que por mucho tiempo estimamos apropiados, producen nuevos y diferentes resultados, sin explicación inmediata racional aparente… que nos perturba.

Valores tradicionales se desmejoran y principios tenidos como fundamentales comienzan a ser desestimados. Instituciones como el matrimonio, familia, escuela, religión, justicia, amistad, política y asociación empresarial, se ven sacudidas por acontecimientos que ameritan cuidadosa observación y análisis. Resultados: inquietud, preocupación, contestación e interrogantes sin respuestas aparentemente claras.

Recalentamiento global, descenso de algunas religiones y ascenso de otras; el ocaso del matrimonio como base de la familia nuclear; vaivenes cíclicos de las ideologías de izquierda y de derecha; la inoperancia del modelo económico rentista, productor de pocos ricos y muchos pobres, producen desconcierto en los conglomerados humanos, que temen eventos desconocidos, similar a la sensación de zozobra en las especies irracionales, previo a los movimientos telúricos o catástrofes naturales.

En los cenáculos de las Ciencias Sociales, estudiosos de la gerencia pública y social, también se hacen preguntas sin respuestas satisfactorias; las recomendaciones, programas, y aplicaciones que antes surtieron efecto, ahora se hacen difíciles, demoradas e inoperantes. Al mismo tiempo, minúsculos grupos descalificados, insensibles y corruptos, se apropian sin ningún recato, de los recursos previstos para cubrir las necesidades más ingente de los millones de perturbados ciudadanos, que en el paroxismo de su propia desubicación, no atinan a determinar como impedirlo.

El problema no es coyuntural sino estructural de los modelos económico-sociales, porque igualmente en países pobres como ricos, industrializados o en vías de desarrollo, con diferentes variables, factores fijos se mantienen en el mismo orden: injusta redistribución de la riqueza y como resultado pobreza, exclusión, falta de oportunidades, violencia creciente, que producen frustración, insensibilidad, personalismo, cortoplacismo, delincuencia y… terrorismo.

Los beneficiarios del stablishment avizoran problemas, pero tampoco comprenden bien que está fallando y no atinan en preparar una estrategia eficiente; pero un frío penetrante recorre la espina dorsal del sistema: es el terror a los cambios, que presienten disminuirán o acabarán con sus groseros privilegios.

Millones de afectados -excluidos e ignorados- sobrevivientes con los rezagos de las clases dominantes, por primera vez tienen acceso a medios informáticos globalizados que les señalan lo que les corresponde y presionan desde los sindicatos, asociaciones de desempleados, partidos políticos, asociaciones comunales y estudiantiles, por mayor participación y protagonismo, porque a su vez, intuyen que podría cambiar las cosas.

Tenemos derecho a una vida más justa, donde el objetivo principal sea la felicidad del hombre y no la riqueza por sí misma, y más temprano que tarde lograremos alcanzarla. Nuestro mundo ha vivido milenios y queda mucho tiempo por delante. Heredamos de Dios la inteligencia con la cual hemos superado ya muchas catástrofes, y estamos listos para enfrentar nuevas; es un compromiso con nosotros mismos y con las nuevas generaciones.  Montémonos sobre la ola del desasrrollo sin temores… no podemos defraudarlos.

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 Aún frescos los recuerdos de la muerte de Benazir Bhutto; la frustración por el fracaso del canje humanitario con las FARC; el trinfo del «NO» en el Referendum para la Reforma Constitucional y la entrada en vigencia de la Ley de Aministía para los presos políticos venezolanos; más allá de estas emociones disímiles, en nuestra alma y en una parte indeterminable de nuestra espina dorsal, sentimos un arañazo, y no podemos ocultarlo.

Son las garras de una realidad que nosotros mismos hemos fabricado, es un vacío profundo… permanente, agazapado en el ombligo del alma, alimentando el sentimiento de que, en algún recodo del camino de nuestro desarrollo social reciente, se nos quedó una parte de solidaridad, consecuencia, consideración, aceptación e… idilio, con ese mínimo de magia que hizo de la vida de nuestros progenitores una época romántica, confortable, segura, de paz… buena para la vida.

Ese sentimiento de pérdida presente en el alma, choca con nuestra naturaleza integral, que por estar conformada por cuerpo, alma y espíritu nos hace diferentes a cualquier otro ser vivo y dotados de inteligencia, lo que nos convierte en el ser vivo más acabado sobre la Tierra.

Frente a esos vacíos en el alma, intuimos su origen más allá de nuestro cuerpo físico, o el paisaje geográfico en el que hacemos nuestra vida cotidiana, porque sentimos que nace de nuestro propio comportamiento individual y colectivo. Esa certeza nos hace reflexionar sobre los valores y principios que deben regir nuestra vida como hormigas de una misma cueva, en la búsqueda de su mejor calidad más que el mero hecho de sobrevivir.

Como consecuencia nos preguntamos:

¿Acaso habremos permitido que nuestros valores, que pueden ser cambiantes de acuerdo a la época, el espacio, la evolución y el desarrollo social, hayan privado sobre nuestros principios fundamentales de vida que deberían ser permanentes e innegociables?

Si eso es así, en ello pudiera estar la respuesta, que al conocerla convierte el problema en un asunto por resolver, el cual, gracias a nuestra herencia divina que nos hizo pensantes, racionales e inteligentes estamos en capacidad de solucionar. Sólo requerimos de voluntad para emprender, actitud positiva para avanzar y aptitud para la aplicación de los correctivos necesarios; para lo cual disponemos de las múltiples herramientas de las cuales dentro de nosotros mismos fuimos dotados por Dios.

Todo nos lleva a considerarlo como un asunto de jerarquía. Entonces debemos determinar prioridades entre las circunstancias de nuestra vida, como familia, carrera profesional o actividad laboral, poder o representatividad, fama y riqueza. Cada una tiene su importancia como sentimientos, esperanzas y ambiciones, conforme al lugar donde le ubiquemos.

Es su jerarquía individual lo que determinará la incidencia en nuestra felicidad integral, cual será proporcional al nivel de importancia que demos a cada uno de esos aspectos, por tomar el principal que es la familia, con sus colaterales amor de pareja, solidaridad, respeto y sexo, por nombrar algunos, son realmente fáciles de ordenar jerárquicamente en función de la felicidad integral; entre otras cosas porque responden a principios fundamentales innegociables y valores humanos con vocación de permanencia. Pero además funcionan y hacen la diferencia entre las personas felices y las que no lo son.

Algunos otros elementos a decidir, que son menos definitivos y proclives a la vanidad o banalidad humana, como el poder, la fama, la riqueza, la belleza, ciertamente requieren de sabiduría más que de conocimiento, para ubicarlos debidamente con respecto a nuestras ambiciones en la vía de lograr una felicidad integral.

Seguramente, si rescatamos esos valores humanos, si nos aferramos a esos principios de vida recta y consecuente con nuestra condición de entes especiales, diseñados a imagen y semejanza de Dios, la cual permitió a nuestros padres, y de alguna manera a nosotros mismos en nuestros primeros años, sentirnos plenos espiritual y materialmente, al ordenarlos lograremos llenar esos vacíos que hoy nos dificultan reconciliarnos con nosotros mismos y sentirnos plenos.

Esos vacíos existenciales también son fuente abundante del peor mal del nuevo Siglo: el estrés, que a su vez se convierte en factor de origen de la mayoría de nuestras enfermedades físicas, mentales y psíquicas, entre las cuales las más graves pudieran ser precisamente aquellas que afectan nuestra alma, para las cuales no tenemos medicina conocida, porque no se satisface con cosas materiales o tangibles, ya que nacen, crecen y se reproducen en nuestra espiritualidad, creando insatisfacción, hastío, aburrimiento y… frustración.

Todo lo cual sólo puede ser combatido y vencido con el crecimiento espiritual, que nos eleva por sobre nuestra propia naturaleza originaria, para sentir amor, solidaridad, compasión, respeto, ternura y aceptación para todos y cada uno de nuestros congéneres, en esta madre Tierra que Dios nos dio como herencia.

Próxima Entrega: TIEMPO DE AMAR

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      Estimo que las religiones en general actúan como controles sociales de carácter externo que orientan, norman y condicionan la actuación del hombre en sociedad, con respecto a  lo que en su Doctrina consideran la mejor conveniencia de sus relaciones con Dios.

      En  nuestra época  existe confusión entre lo que  representa la religión y la espiritualidad. El mayor número de quienes asisten y practican los  más diversos credos lo hacen con la esperanza de fortalecer su espíritu. En este sentido, cuando la riqueza y el poder, como producto social llegan a sus máximos extremos, el hombre percibe que no son factores que actúen de forma decisiva en beneficio de su crecimiento espiritual.

      Por el contrario, en ocasiones la abundancia de riqueza y poder suelen convertirse en mecanismos involuntarios de desestabilización de la  tan necesaria tranquilidad y armonía, a que todos aspiramos en el camino de encontrar nuestra felicidad. De hecho, hace cuarenta o cincuenta años atrás disponer de riqueza y/o poder permitía a las personas disfrutar a la vista de todos, una vida más plena, tranquila y sin sobresaltos. Hoy, en una sociedad de abundante pobreza, carcomida por el resentimiento social, la inseguridad personal y el terrorismo, quienes son poseedores de tales dones para nada  se les facilita disfrutarlos, y si  disponen de alguna sabiduría, por los múltiples riesgos que involucra mucho se cuidan de ostentarlos.

      Mantengo amistad con inspirados hombres, que como honestos y acertados dirigentes religiosos de diferentes credos, cuidan de sus congregaciones, quienes me merecen cariño y respeto. Por ellos se que en casi todas las religiones, la manifestación libre del amor hacia  nuestros semejantes se ve de alguna manera  disminuida, coartada o si se quiere subyugada, a la necesidad de cumplir con las imposiciones del credo que se practique. Esto trae por consecuencia que por el afán del cumplimiento de lo que de los feligreses se espera, con respecto a la religión  para que sus actos sean gratos a los ojos de Dios, lo religioso no llega a trascender lo reglamentario; quedándose en la esfera de lo meramente externo para ser celebrado o censurado conforme al criterio de la dirigencia,  sin  involucrar de manera fundamental la parte espiritual.

      Ciertamente, desde el punto de vista práctico las religiones cumplen su función social y especialmente comunal, promoviendo el amor, la caridad, la castidad, la lealtad, la comprensión, la templanza; combatiendo la corrupción, el odio, la envida y los vicios.  Inclusive,  en algunos casos, la religiosidad se convierte en  una forma de vida sana. Pero se circunscribe a ser la guía de unos hombres a otros hombres en el nombre de Dios, en tanto y en cuanto se sea capaz de recibir y asimilar el mensaje. Pero hasta ahí llega su efecto, porque no tiene la fuerza de penetrar nuestro ser interior. Entre otras cosas, porque los mensajes se producen en ese lenguaje oral o escrito que perciben nuestros sentidos conocidos,  por su captación externa. Y aunque pudiera de alguna forma afectar nuestros sentimientos, no se asimila al lenguaje espiritual.

      Es que el espíritu es interno; vive en lo más profundo de nuestra alma, en ese mundo interno, donde nacen y se mantienen nuestros principios éticos y morales. Es nuestra espiritualidad lo que nos permite estar permanente en contacto con nuestro Creador, en ese mundo sin espacio, ni tiempo, ni dimensión de ningún género,  donde Él nos habla con su…silencio.

      Es en esa dimensión intangible donde aprendemos a sentirlo  a toda hora, a cada instante en el lenguaje de sus signos. Allí sentimos la sensación de su cercanía; el frío de su ausencia y el calor de su compañía. Es el espíritu lo que hace nuestra profunda diferencia con los demás seres vivos del planeta.

      Nuestra condición espiritual es la que nos permite amar, aceptar, compartir, esperar y…perdonar. Nos posibilita sentir el susurro del viento, que nos dice que hay algo para  nosotros más allá, y  mucho más allá del… más allá. Nos permite ver la claridad en la oscuridad de la noche, oír  el mensaje del canto de los pájaros y de la voz cantarina de los arroyos, en soleadas mañanas… todos los días.

       Es nuestro espíritu  un venero de esperanza y fe, en esta vida y en… la otra.  Es ahí, en lo más interno de nuestra alma, en lo más profundo de nuestros sentidos,  donde habita nuestro espíritu. Donde no hay leyes que cumplir, ni normas que obedecer. Donde no hay cabida más que para nosotros mismos. Porque nuestro espíritu y Dios son una conjunción. De alguna manera somos nosotros su manifestación más acabada sobre esta madre tierra. Somos su…extensión física. Eso nos fue enseñado en las Sagradas Escrituras cuando se nos dijo: «Tu cuerpo es el templo de Dios»

       Es por eso que no requerimos de intermediarios para encontrarnos con Dios, porque  encontrarnos con El es encontrarnos con  nosotros mismos.  En eso radica la mayor importancia de tener un espíritu, porque eso nos da la seguridad de nuestra… inmortalidad.

 Próxima Entrega: LO QUE EL TIEMPO NOS DEJÓ I

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         En su época, Ovidio escribió: ”La abundancia me hizo pobre”. El contenido de esa antigua admonición me llevó a analizar con respecto a la felicidad, la influencia de la abundancia de bienes materiales, que solo se pueden obtener con la riqueza.

         Sin ánimo de adentrarme en el tema filosófico de los objetos ideales, deduzco que nuestra vida se desarrolla en el ámbito de dos cosas principales: los objetos físicos o materiales y los objetos intangibles, inmateriales o también denominados objetos ideales. Así, los objetos tangibles, como serían aquellos que pertenecen a los reinos vegetal,  animal y mineral,  son percibidos por nuestros cinco sentidos conocidos. En cambio los objetos ideales como  los valores, el estado de ánimo, la tristeza o el amor, por citar algunos, por su intangibilidad no son detectados por ninguno de nuestros cinco sentidos. 

         A la par de estos dos grandes grupos existen otros objetos con tangibilidad especial, los cuales de alguna manera pueden ser percibidos por algunos de nuestros sentidos y capturados por el hombre con un mínimo de esfuerzo, como lo serían por ejemplo los olores, los sonidos y el aire.   

        Pues bien, notamos que para lograr la felicidad integral de un ser racional convergen los tres grupos, pero su jerarquía coloca a los intangibles y de tangibilidad especial como los más importantes, siendo también  los de más fácil acceso al ser humano. De tal manera, encontramos que de los dos  indispensables para vivir físicamente como son el aire y el agua, el primero, sin el cual un ser humano no podría sobrevivir más de tres o cuatro minutos, no requiere para obtenerlo ningún esfuerzo ni erogación económica;  y el segundo que es el agua, sin la cual  el individuo moriría en menos de quince días, existe tal abundancia en el planeta que  tenemos acceso prácticamente libre a este recurso. De donde perfectamente podemos deducir, que para sobrevivir fìsicamente no requerimos ni de la riqueza ni del poder.

          Para nuestra especie que posee razón e inteligencia, para ser feliz no se basta únicamente con los objetos tangibles, sino que requiere  de objetos intangibles o ideales para sentirse realizado material y espiritualmente; tales como el amor y sus subsidiarios la ternura, la aceptación, la comprensión, la solidaridad y la sexualidad, cuales tampoco  ameritan ninguna erogación de carácter económico. Esto es que, para obtenerlos y disfrutarlos no se necesita  riqueza o poder, cuales son dos circunstancias general y erróneamente consideradas como generadoras de la felicidad. 

          Sin embargo, observamos que la condiciòn de homo economicus  del ser humano,  lo induce a una lucha desesperada que durarà toda su vida, por acumular bienes materiales o tangibles y poder,  que durará toda su vida; con la errada premisa de que son éstos los que pueden hacer su felicidad. En ese intento va invirtiendo sus mayores esfuerzos y con ello sus mejores días, pero en la misma proporción en que aumentan sus riquezas va dejando en el camino su juventud, salud y una vitalidad que lamentablemente no le puede compensar la riqueza o el poder adquiridos. Esa obsesión por lograr riqueza y poder, le induce a  restarle importancia a los objetos intangibles, cuales son los que podrían llenar sus vacíos existenciales; llegando en muchos casos a la paradoja horrible de haber invertido los mejores años de su vida, en una carrera desesperada por lograr lo que estos por sí solos nunca podrán producirle: felicidad personal.  

         Por su parte, las personas que logran entender a tiempo los elementos necesarios para ser felices, asimilan que la felicidad es corporal-espiritual y mediante un análisis sencillo pero muy práctico, determinan que para sobrevivir físicamente sólo requieren como indispensables el aire y el agua, cuales  siempre tienen a su alcance sin requerir grandes erogaciones económicas o especial esfuerzo, como arriba quedò analizado.  Para satisfacer la parte espiritual, saben que tienen a su alcance y sin ningún costo los elementos fundamentales: Dios y el amor, que ejerciendo el libre albedrío y el estado de ánimo -cuales por cierto también son todos objetos ideales o intangibles- complementan eficientemente los requerimientos para lograr  una vida feliz. 

         Luego de este sencillo análisis estamos obligados a preguntarnos:

        ¿Qué explicación lógica tiene que el ser humano invierta los mejores años de su vida, agotando su salud y su mejor intelecto para lograr acumular riquezas y poder , que por sí solos no pueden producirle felicidad?

          La única respuesta razonable es: la ignorancia. Si, la ignorancia de la importancia invalorable que los objetos intangibles, inmateriales o ideales tienen para la felicidad integral del individuo; y el hecho cierto de que los fundamentales como Dios, el amor, la solidaridad, la   ternura, la amistad,  el sexo sublime y trascendente, no tienen ninguna posibilidad de ser adquiridos con riqueza física, bienes materiales o poder, porque si algún precio o compensaciòn requirieren, en todo caso serían el mismo amor, la misma solidaridad y/o una sexualidad sublime y trascendente, más allá de la mera parte física del acto.  

            Es esa la explicación por la cual en nuestro mundo existen tantas personas desorientadas, incautas y fatuas que no entienden tan evidentes razones, mientras son muy contadas aquellas que actúan con sabiduría. Asimismo, son muchas las personas muy ricas, poderosas y famosas que no logran la felicidad, porque extrañamente no descubren dentro de sí mismos todas las facultades y recursos de que disponen para serlo. Mientras otras que carecen de bienes materiales, riqueza y poder, pero encuentran en su ser interno los elementos para alcanzar la felicidad, logrando disfrutar de una vida plena y llena de regocijo.   

          No pareciera entonces difícil entender cual es el camino a seguir. Por tanto, usted que conoce estos secretos no los desaproveche: utilice los bienes intangibles o inmateriales que nada le cuestan, en pro de vivir una vida integralmente  feliz,  con la seguridad que los bienes materiales, la riqueza o el poder, sin duda llegaràn por añadidura y en el momento apropiado. 

Próxima Entrega: PADRES INTEGRALES  I

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