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Archive for the ‘COMPLEJIDAD’ Category

EL MUNDO Y LA VIDA

mundo sinergico

Aunque no pareciera muy interesante, por ser muy provechoso para nuestra felicidad, sí que vale la pena reflexionar sobre el hecho cierto de que el Mundo y la Vida, aunque caminan juntos, son bien diferentes. En principio, el mundo durante milenios ha rotado y se ha trasladado cada 24 horas sobre su propio eje, sin importarle para nada si tiene o no habitantes, flora o fauna, que vivan dentro o sobre su superficie: en verdad, tampoco le importa el tiempo, quizás porque él mismo es… el tiempo.
Por nuestra parte los seres vivos que habitamos este mundo, ya sean vegetales, seres racionales o irracionales, y muy especialmente los seres humanos –que somos racionales- por lo cual tenemos conciencia de lo que es la vida y que dependemos siempre del tiempo, desde que nacemos hasta que morimos, a diferencia del mundo -que es estático en su rutina de rotación y traslación- nos corresponde entender que la vida es un camino que no tiene una rutina definida, sino que los pasos en ese camino que llamamos la existencia, su rapidez, su seguridad, su placidez, su alegría o su miedo, en todo su recorrido, dependerán única y exclusivamente… de nosotros.
Nuestra vida está llena de altibajos, aciertos, desaciertos, alegría, dolor, temor, rencor, toma de decisiones sobre la marcha, oportunidades, metas y logros; pero todo, a excepción de los eventos sobrevenidos, también denominados de fuerza mayor o fortuitos por causa de la naturaleza, como un terremoto o un maremoto, por ejemplarizar, dependerán de cual fuere nuestra actitud frente a cada evento que se nos presente en ese largo o corto camino de nuestra existencia. Así, cuando estamos arriba, mientras más elevados estemos, conviene recordar la existencia de las bajadas y los acantilados; desde las alturas, ya fueren del amor, del poder, de la fama o la riqueza, podemos observar con claridad todo lo que está debajo de nuestro nivel de ese momento, precisamente porque como no somos estáticos como sí lo es el mundo, nunca sabremos cuánto durará esa especial situación. De la misma forma, cuando nuestra actitud -que no la vida- nos empuja hacia abajo, por el camino escabroso o el acantilado, igualmente tendremos la oportunidad de mirar hacia arriba y observar detenidamente, cuál fue nuestra actitud que nos puso en tal situación, considerando de la forma más seria y sincera, que así como otros han ascendido y superado todos los escollos hasta lograr la cima, nosotros tenemos perfectamente la misma o mejor capacidad, para lograrlo.
Recordemos que hablé del amor, la fama, la riqueza y el poder, porque desde que nos hicimos gregarios, vale decir, que no podemos desarrollarnos sino en grupo, esos cuatro factores han sido dominantes en la ambición humana, por cuanto el nivel de importancia de cada uno lo determinará la personalidad, que corresponde a nuestra individualidad. En tal sentido, la máxima ambición para algunos es lograr un gran amor por siempre; para otros lo será la fama, para otros el poder y, para casi la mayoría, la riqueza. Pues bien, como antes lo he expuesto, ninguna situación se da por sí sola, sino que requerirá nuestra voluntad, diligencia, esfuerzo y confianza en nuestra propia capacidad. Ciertamente, al menos para mí, la ambición más sana, porque no corresponde enteramente al mundo físico, es el amor que es intangible, porque corresponde a un sentimiento que no es perceptible por ninguno de nuestros sentidos conocidos, aunque sí disfrutado por ellos. Pero… ¿Qué se requiere para lograr esta meta de un apasionante, mágico y permanente amor? Simplemente el resultado de nuestra actitud: capacidad para determinar la persona apropiada, ternura, sensibilidad, respeto, consideración, colaboración, cooperación, buena comunicación, sentido de la responsabilidad, compromiso y lealtad. Nadie que tiene el amor como su máxima aspiración, le importa como fundamental la riqueza, el poder o la fama, porque solo quiere… amar.
Dado lo antes expuesto, entonces no son tan importantes la riqueza, la fama ni el poder, ya que el mayor logro de un ser humano es la felicidad, y eso jamás podrá lograrse con dinero o bienes, fama o poder, sino únicamente con el amor. Esto no quiere decir que la fama, el poder o la riqueza sean despreciables; de ninguna manera, solamente que al ubicarlos en su correcto nivel, utilizados con inteligencia y mesura, podrán ser complementarios para una mayor placidez y pudiera ser que también, seguridad. Es que nuestra vida es tan especial, que como los valores humanos son bipolares, hasta lo que pareciera más terrible, tiene siempre un lado positivo, aunque fuere ejemplarizante. De allí que lo que no te beneficia inmediatamente, o con lo cual tropiezas, por lo menos te enseña lo que debes evitar y que más adelante pudiere ser más grave para el logro de tu ambición. Asimismo vale pena considerar que lo que no es muy importante para ti, como el poder, sin duda alguna que puede ser muy beneficioso para una comunidad organizada; de la misma manera la riqueza genera empleos y, en algunos casos, ayuda para los necesitados. Por su parte la fama, refuerza y promueve la lucha, la decisión, la diligencia y el coraje, en aquellas personas -especialmente los jóvenes- que la tienen como su máxima ambición.
Nuestra vida sobre este mundo es tan compleja e imprevisible, que lo más deseado por alguien, si no sabe manejarlo, igual puede llevarlo a la cumbre o a su destrucción. Así tenemos que, conocemos multimillonarios que terminan destruidos moralmente e infelices, por la pérdida de sus seres más queridos por causa de disponer de algún bien especial, como es el caso muy reciente de un multimillonario americano, que perdió su esposa y sus hijos en un vuelo de uno de sus Jets, que de no haberlo tenido no se habría producido la tragedia. De la misma forma, conocemos artistas famosos que murieron muy jóvenes, precisamente por haber logrado esa fama, como son los casos muy tristes de Marilyn Monroe o John Lennon. Los casos del poder mal utilizado y que destruyó etnias, poblaciones y sólidas economías, sería muy largo de enumerar, tanto pasados como actuales.
¿Cuál es la enseñanza? Simplemente, que es nuestra individualidad con esa razón e inteligencia heredada de Dios, que nos da la oportunidad de utilizar acertadamente, el libre albedrío para escoger los caminos a seguir y nuestro estado de ánimo para darle color a cada paso, en ese largo periplo desde que tenemos uso de razón hasta que exhalamos el último suspiro. No existen esas ficciones de nuestra mente como el destino, la ventura, ni la suerte; existe nuestra inteligencia, diligencia, disciplina, confianza, fe y seguridad en que lo que hacemos lo es para beneficiarnos y beneficiar a otros. Siento, porque en mi larga vida lo he comprobado, que ni siquiera la oportunidad es fundamental para el logro de lo que deseamos, porque los vencedores si no encuentran una oportunidad para lograr su meta, simplemente crean las condiciones que sustituyen dicha oportunidad, porque fuimos extraordinariamente dotados sor nuestro Creador, para como lo sentenciara Jesús de Nazaret y así ha sido probado a través de los Siglos que: “Si tenemos Fe, moveremos montañas.”

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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En verdad, soy enemigo de esa tendencia tan en boga de que todas las enfermedades son cáncer;  y que cuando se diagnostica tal enfermedad el paciente y su familia lo reciban como una sentencia de  muerte. Simplemente, me consta que el cáncer es curable.

Hace más de 2.500 años antes de Cristo, un filósofo griego sentenció: “No hay enfermedad del cuerpo sin enfermedad del alma” Como no creo en generalizaciones y menos aún cuando se refieren a seres humanos, pienso que quiso significar  que si estamos enfermos de nuestra alma porque no somos felices, envidiamos, odiamos o tenemos ira, somos más proclives a la enfermedad del cuerpo.

Sin embargo, por experiencia propia porque soy sobreviviente  por meses de un cáncer a  los 71 años de edad, en el  cual  me compliqué gravemente tanto en mi hígado como mis pulmones,  lo superé.   Pienso que cuando se trata de tal enfermedad, en primer lugar debe aceptarse la enfermedad, igual como se hubiese podido sufrir un accidente o ser herido gravemente en un asalto; especialmente  porque en Venezuela existen recursos médicos y medicina  de última generación para atacar el cáncer, especialmente cuando se diagnostica a tiempo.

 Aceptada la situación, la confianza, el valor y la fe en la curación se convierte en parte muy importante del restablecimiento. Cumplir estrictamente con la indicación médica y alimentarse bien para mantener altas las defensas. Les cuento que en mi caso, ingerir alimentos alcalinos, como vegetales,  y algunos muy especiales para aumentar la hemoglobina como el tomate de árbol, me dio  extraordinarios resultados.

Aunque tenemos que aceptar que es una enfermedad grave, su diagnóstico no significa que vamos a morirnos. Hoy en Venezuela tenemos buena quimioterapia, radioterapia y cuando es necesario, inmejorables  y expertos cirujanos oncólogos. No es sólo mi caso, sino muchos otros que conozco que han sobrevivido 5, 10 y 20 años, terminando por morir de otra enfermedad. Por ejemplo, luego de un año de mi última sesión de quimioterapia ninguno de los 20  o 30 pacientes que estuvieron conmigo ha muerto. Todos están tratando de vivir una vida más sana (especialmente la alimentación y menos estrés), pero aquí están.

En mi caso, terminé de superar mi enfermedad bajo la convicción de que era yo y no mis médicos quienes podían terminar de mejorarme. Esto, porque ellos ya habían hecho su trabajo, lo habían hecho bien y ahora me tocaba hacer mi parte, y así lo hice.

(*)Dr. Amauri Castillo Rincón – MsC

http://www.unavidafeliz.com

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«SI MANTENEMOS ELEVADO EL ESPIRITU, LO COMPLEJO PUEDE HACERSE SIMPLE.»

Algunas realidades que no se pueden obviar porque son parte de nuestra vida diaria en este mundo globalizado, hacen muy difícil, sino imposible, mantener una vida simple, como sí la disfrutaron nuestros ancestros.

En ese mundo mayormente prosumista, no tenía mucho de complejo pastorear los animales, cuyo alimento lo producía la tierra en abundancia y por el cual no se requería erogar ningún recurso económico. Tampoco debía pagarse ningún salario  a los miembros de una  familia troncal que realizaban las labores del campo, siendo que los restantes alimentos eran igualmente producidos  en  el predio o huerto familiar, de cuyo producto participaban conforme a su propia necesidad.

Desde curar un catarro hasta atender un parto, pasando por entablillar una fractura o sobar una falseadura,  eran actividades que alguien de la familia o algún vecino realizaban de la manera más natural, como algo común, corriente y sin más costo que el agradecimiento y la ratificación de reciprocidad solidaria, o consuetudinario respeto reverencial de ahijado.

El hombre conocía,  pero no consideraba indispensables para subsistir, servicios especiales como energía eléctrica, alumbrado o sistemas de tuberías para suplirse del agua potable. La leña, el carbón, kerosene, carburo o las velas le suministraban lo necesario y el agua de la mejor calidad se encontraba en los manantiales y en los pozos artesianos.

De tal modo, las pocas necesidades para la subsistencia cotidiana que no podía cubrir la producción hogareña o suministrar la naturaleza, normalmente eran logradas y compensadas sobre la base del trueque por productos o trabajo, ayuda de la comunidad, o a precios al alcance de todos que cómodamente podían cubrir las familias, tan bajos que hoy parecerían ridículos.

En las escuelas de niños y párvulos, su única solicitud era la asistencia de los alumnos. Los padres no requerían erogar cantidades dinerarias para la educación básica de sus hijos. Entre otras particularidades, porque por aquellos tiempos no se estilaban las múltiples contribuciones para el cumpleaños de la maestra;  el día de la bandera, del deporte, de la  madre, del padre, del árbol,  de la alimentación, del ambiente, de la tierra, del mundo, de la libertad, del niño, de la mujer, de la mascota y… pare de contar, que convierten tales celebraciones en una fuente de estrés para las familias de pocos recursos, que constituyen la mayoría.

En las Ciudades, las personas se trasladaban a su trabajo en medios de transporte muy simples y económicos, cuando no a pie, porque en esos tiempos la gente gustaba y podía caminar por las calles, sin miedo a ser atropellados por bólidos a alta velocidad, motocicletas que ensordecen,  empujados por los buhoneros que invaden las aceras, o asaltados por los delincuentes que han hecho de las calles su predio privado.

Dada esa vida tan simple, no se requerían celulares, faxes, ni computadores. Como la delincuencia no estaba institucionalizada sino que era excepcional, tampoco eran necesarios vigilantes privados, guarda espaldas o vehículos blindados, salvo aquellos obligatorios para los mandatarios, o uno que otro ricachón que gustara y pudiera pagarse tales aspavientos. Como la televisión era muy incipiente, el consumismo, la violencia indiscriminada,  la vanidad exagerada y la promoción a los anti valores no había encontrado, como hoy, un camino tan expedito y provechoso para su aumento exponencial, en contra del exiguo presupuesto, tranquilidad y solidez familiar.

Pero, todo eso quedó en el pasado. En el mundo nuevo que nos toca vivir, asiento de los mismos seres humanos de todas las épocas, ni mejor ni peor que aquel sino diferente, no queda casi nada que se pueda considerar simple, especialmente la actuación personal. La sobre población que aqueja los conglomerados urbanos, especialmente nutridos por la migración recibida de los sectores rurales, la globalización de las comunicaciones y la competencia a muerte por todo, ha globalizado también los problemas, la corrupción, la insensibilidad y la indiferencia afectiva, haciendo la vida del hombre realmente compleja.

Nada puede ser simple hoy porque todos estamos interconectados en todas y cada una de nuestras actuaciones, inclusive en aquellas que parecieran muy personales o elementales, como cantar, estornudar, reír o…toser. El creciente estrés producido por una competencia sin límites en todos los ámbitos de la vida contemporánea, ha hecho a un creciente número de seres humanos irascibles, inquietos, apurados, angustiados, malhumorados, impacientes, desconfiados, negativos y casi… insoportables.

Aquel que saluda afable, sonríe, tararea  una canción, hace un stop en su camino diario  para observar una flor, disfrutar de una fuente, acariciar un niño, o abre la puerta a una dama o un anciano, es mirado como bicho raro, desactualizado, tonto o… anticuado. Pero algo más grave, se expone a una reprimenda o una demanda por ruidos molestos, intervención del orden público, o intromisión en… la privacidad de las personas.

Y es que todo es tan complejo, que no se puede ser integral y actuar conforme se desea, sin correr el riesgo de afectar a alguien en el vecindario, el autobús, el trabajo o la calle,  sin importar si es  el de adelante, detrás o de los lados. La complejidad lo invade todo. Nada es simple ahora, incluido casarse, curarse  una gripe,  comprar un pasaje de autobús, mudarse a otra ciudad o… morirse.

Frente a esta situación cabe preguntarse:

¿Qué podemos hacer para no afectarnos más de la cuenta por tanta complejidad? ¿Es posible aún en un mundo tan  complejo vivir una vida simple?

Frente a la primera pregunta, ciertamente hay mecanismos que podemos utilizar para adaptarnos de la mejor manera posible a un mundo que ya nunca volverá a ser simple. Con respecto a la segunda, claro que siempre, independiente del nivel de complejidad, sí que es posible vivir una vida simple.

Pienso que en ambos casos es un problema de actitud personal. Así, la solución frente a la complejidad es asumirla como una situación normal de estos tiempos que nos corresponde vivir,  y aprender a convivir con ella. Se trata de entender las realidades cotidianas y ponerlas en función de nuestros intereses, buscando hacer esa complejidad lo más sencilla posible para nuestra vida. Al fin y al cabo, está aquí y no podemos desterrarla. Luchar contra ella es hacerlo contra la corriente y eso no es inteligente ni beneficioso de ninguna manera.

El proceso de actuar de forma simple,  o de simplificar las cosas, va a estar en mucho, en nuestra forma de interpretar el tiempo y el espacio en el entorno donde hacemos nuestra vida diaria. Tenemos que jugar con lo que conocemos y tenemos, que por cierto no son más que personas, cuyas actuaciones se derivan, en su gran mayoría, de nuestra propia actuación personal frente a ellos.

Si estamos claros con lo que queremos hacer de nuestra vida, independiente de la complejidad que involucren los tiempos actuales, la satisfacción de nuestras necesidades fundamentales, físicas y espirituales, es realmente limitado y no muy difícil de alcanzar. Fuimos dotados de suficiente intelecto para hacer de lo complejo, simple, al menos con respecto a nuestras necesidades vivenciales.

Dios, el amor, el respeto, la verdad, la solidaridad, la aceptación, la generosidad y la ternura, fundamentales para una vida feliz, sin excepción aunque trascendentes son muy simples. Nacen, se desarrollan y viven dentro de nosotros mismos. En consecuencia, el nivel de complejidad que le otorguemos, es algo que nosotros mismos y nadie más decide. El mundo externo escasamente nos suministra elementos para sobrevivir físicamente, y al  menos hasta  hoy,  los indispensables se encuentran hasta en el último rincón del planeta.

Por tanto, si somos capaces de manejar los recursos internos que alimentan nuestra espiritualidad, en contacto con Dios y fuente de nuestra intelectualidad, lo demás, como lo enseñara Jesús de Nazaret «… vendrá por añadidura.», e independiente de su complejidad,  no es lo fundamental; y eso, ciertamente, es bastante… simple.

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