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Archive for the ‘CULTURA DEL NO’ Category

¿UN MUNDO NUEVO?

En verdad, no creo que se trate de un mundo nuevo lo que estamos viviendo  hoy, porque al fin y al cabo el mundo siempre será el mundo, independiente de cual fuere el comportamiento de sus habitantes. Lo que sì debemos aceptar es que en esta época, las personas actúan de forma diferente a como lo hacían apenas cincuenta  y hasta treinta años atrás.

Para quienes desde muy jóvenes entendimos la bipolaridad de los valores, pero que además las personas los interpretan y aplican, conforme al tiempo y el espacio donde y cuando se vive, no nos extraña que lo que nuestros padres -y aun a nosotros mismos, hubiésemos concebido de algún aspecto de la vida o las cosas- sea bastante diferente a lo que algunos habitantes del  mundo actual lo asumen.  Yo apenas sobrepaso las siete décadas de vida, pero acepto de buena gana que mis nietos y sus amigos, conciban y actúen en similares situaciones, bien diferente a como yo hubiera actuado. Es que el mundo es sinérgico, como lo es nuestra vida y consecuencialmente, nada debe ni puede estancarse, porque como lo decía Condorcet “El desarrollo empuja a los pueblos”.

A mí me parece, cuando menos risible, al escuchar señores de la tercera edad, criticando el comportamiento de los jóvenes, comparándolo con el suyo y deduciendo que estos jóvenes de hoy “…son una locura” o que “…cuando en mis tiempos”. Pienso que todas las épocas han sido buenos para vivir, en tanto y en cuanto se tenga la disposición personal de disfrutar intensamente cada instante de nuestra vida, sin subestimar o desmejorar a nadie, fuere menor o mayor; ser útiles dentro de lo posible a nuestros semejantes, independiente de su condición social, económica o de poder; amar  y agradecer siempre, perdonando cualquier agravio; pero especialmente, siguiendo el consejo de Jesús de Nazaret, de pedir el pan de cada día –que involucra no sólo los alimentos sino nuestras necesidades integrales diarias, con toda la fe en que sin duda alguna Dios  nos proveerá lo necesario.

Por otra parte, soy de los convencidos de que somos energía, positiva o negativa, pero somos energía; por lo cual nos corresponde ser proactivos, diligentes y confiados en nuestra capacidad de vencer cualquier obstáculo que se interponga entre nosotros y nuestra probabilidad  más que posibilidad,  de ser felices. Sin descuidar el principio de utilidad a mis semejantes que siempre ha guiado mi vida, me acogí a ese principio del Filósofo contemporáneo Ortega y Gasset cuando sentenció: “Yo soy yo y mi circunstancia”,en lo cual me ha acompañado siempre esa maravillosa compañera de viaje largo que es mi esposa Nancy, quien como yo, al pasar de unirnos a confundirnos en una sola persona, en los más de cincuenta años de conocernos y casi cincuenta como  cónyuges, hemos hecho de ese principio una especie de cápsula invisible, donde nos protegemos de las personas tóxicas por su incredulidad, falta de humanidad,  lealtad, comprensión y caridad; o simplemente indiferentes a problemas de los demás, que por cierto para nosotros no son tales, sino asuntos por resolver, por lo cual  siempre estamos prestos a ver en que podemos ayudar a sus resoluciones.

Siempre he estado consciente de que así como la tierra rota sobre sí misma y se traslada, de la misma manera los seres humanos y nuestra circunstancia personal, siempre estará condicionada a los cambios conforme al tiempo y el espacio cuando y donde se desarrollen. Por esa forma de ver la vida y las cosas, en los años sesenta,  cuando las mujeres decidieron subirse la falda y usar shorts en público sin ninguna gazmoñería; enfrentar al hombre por sus derechos y exigir su lugar en la sociedad,   incorporándose sin chaperona a una discoteca así como ingresar a la universidad, a cualquiera de las carreras que se creían como exclusivas de los hombres,  para mí no fue sorprendente sino plausible. Quizás por eso, como quiera que mi carrera de abogado la hice a los cuarenta y dos años,  las niñas de entre veintidós y veinticinco años que estudiaron conmigo, a quienes yo doblaba en años, sin subestimar su sexo o su edad, siempre traté con consideración y respeto,  por tanto fueron y siguen siendo mis buenas amigas, a quienes siempre entendí perfectamente –y de quienes por qué no decirlo- aprendí cosas nuevas que me sirvieron, tanto en el ejercicio de mi nueva profesión así como en mi vida personal.

Finalmente, manifiesto que la intención de escribir estos renglones, no es otra que la de insistir en que el mundo ni el tiempo cambian, sino que los que cambiamos somos nosotros, los seres humanos, como consecuencia de lo anotado antes;  del cambio de los valores,  que tienen que ver con el tiempo y el espacio en que se suceden los eventos de nuestra cotidiana vida. Por eso la gente de la llamada tercera edad, deberíamos en vez de criticar, alabar el entusiasmo de los jóvenes, su valor de enfrentar los retos diarios; entre otros, estudiando un sinfín de materias en las escuelas y universidades, que quizás nunca lleguen a utilizar, porque la tecnología avanza demasiado rápido, mientras la mentalidad de los profesores, con cara de intelectuales y discursos tontos, sigue siendo de carácter repetitivo, sin considerar ni estudiar ellos diariamente, cómo algunos conocimientos se hacen caducos a muy corto plazo y pudiera que ya no sean para los estudiantes convenientes, pero aún menos…  necesarios.

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» LO QUE TU DES A TU HIJO, ESO DEVOLVERÀ A LA SOCIEDAD»

Sin una explicación racional, más allá de falta de fe en nuestra condición de seres inteligentes, hemos desarrollado una progresiva cultura del «NO»

¿Por qué entonces la sorpresa por los rostros taciturnos, preocupados, desmejorados, y, si se quiere… angustiados, si desde que el niño empieza a comprendernos, en vez de aceptación amorosa y paciente explicación a su natural curiosidad e inquietud, casi siempre recibe negación?

¿No es la familia del niño lo más inmediato, de quienes se espera la obligación de informarle?

Pareciera que el «NO» se hubiese tomado como solución cómoda para no explicar, informar y orientar a quienes lo requieren, constituyéndola en fuente prolija de ese monstruo de mil facetas desde que nace hasta que morimos: el temor.

Desde su más tierna edad los niños son enfrentados por el «NO», sin suficiente explicación del porqué no deben hacerse las cosas de tal o cual manera.
No llores, no grites, no te chupes el dedo, no toques eso, no te rasques ahí, no digas eso, no hables duro, no silbes, no salgas, no brinques, no comas así, no camines así, no molestes; te dije que NO…NO…NO, hasta que dejes de respirar.

Nadie les explica porque todo tiene que ser «NO». Simplemente se les impone y ellos, como no saben como reclamar una respuesta razonada, insisten en hacer las cosas como se los ordena su instinto, para recibir un nuevo y contundente «NO», acompañado con gestos o acciones cargadas de incomprensión, falta de amor y caridad, indicativas del «NO» definitivo: «CÁLLATE».

Ese imperio del «NO» en sus primeros años, les genera temor, inseguridad y desconfianza en… todo. Su efecto inmediato baja su autoestima, golpeando su curiosidad natural como fuente de su aprendizaje. En tal estado emocional cabe preguntarse:

¿Cómo queda la necesaria motivación para investigar, estudiar, aprender a ser mejores y felices, en un mundo donde todo es negativo? ¿Qué incentivos para obtener conocimiento y sabiduría pueden recibir de quienes más que la felicidad importa el cumplimiento normativo de una sociedad saturada de vanidad, preocupación, angustia y… temor?

Se requiere reflexionar sobre este asunto, son los padres y educadores quienes están obligados a entender a los niños, porque tienen mayor experiencia de la vida y por tanto les corresponde orientar y canalizar, más que imponer el aprendizaje; máxime cuando los primeros los trajeron al mundo sin su permiso, y los segundos reciben una paga para enseñarlos. La sinergia del desarrollo y su objetivo último de producir paz y felicidad, hace necesaria la revisión.

Un cambio de actitud facilitaría entender la rebeldía de los adolescentes; pero también la obligación de los padres de compensar a sus hijos por lo que a su vez ellos recibieron de los suyos, y que en derecho corresponde a sus vástagos: formación para una vida plena.

Siento que hemos desviado el camino hacia la realización material-espiritual del ser humano, dando mayor importancia a paradigmas tradicionales, formalidad y solemnidad, que a la necesidad de una formación para una vida feliz; olvidando que el aprendizaje no se obtiene únicamente para el hogar y/o las aulas, sino para una vida que deberá hacerse fuera de ellos.

Debemos desterrar el muy cómodo «NO» como excusa para evadir nuestra obligación de explicar, sustituyéndolo por el placer de aprovechar la muy temporal oportunidad de orientar a nuestros hijos y pupilos, hacia una vida donde el «NO» deba ser la excepción y el «SI» la regla, porque la felicidad se fundamenta en decir «SI» al amor, a la verdad, a la aceptación, a la comprensión, a la generosidad y… a DIOS.

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