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Archive for the ‘AMAR SIN JERARQUÍAS’ Category

POR QUE NO DEBEMOS TEMER

La sensación de TEMOR,  al cual todos los seres humanos estamos expuestos, deriva del latín timortimōris, que significa miedo o espanto; .pero en nuestro idioma, el español, dentro de otras definiciones se le asigna la de “… el sentimiento de inquietud o angustia que impulsa a huir o evitar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso…”, por lo cual es absolutamente indeseable, porque además de esa angustia que nos produce, pudiera llevarnos a cometer los más grandes errores. En principio, pienso que tal indeseable sentimiento puede afectar a cualquier ser pensante, sin discriminación alguna; pero que en el caso de las personas que creemos en Dios y que hacemos nuestra vida sobre la base de los valores y principios que siguen las enseñanzas de Jesús de Nazaret, especialmente el “Amar a nuestro prójimo como a  nosotros mismos”, lo cual involucra el no hacer daño conscientemente a nadie, tenemos un escudo protector para vencerlo, que es precisamente esa creencia de que, si Dios está con nosotros y es el más poderoso, omnipresente y omnipotente, pues…  ¿Quién o qué podría afectarnos?.

En ese mismo sentido, como quiera que nuestro principal y original sentimiento de defensa es el proteger nuestra vida, y nosotros estamos conscientes que ni una hoja se mueve sin la voluntad de Dios, cualquier acontecimiento, bueno o malo que nos afecte, simplemente nuestro Padre Celestial lo conoce,  y como quiera que El nos ama, de ninguna manera permitirá en nuestra contra algo que fuere inconveniente para nuestra vida física, intelectual o espiritual. Por cierto, lo cual es bien diferente a pensar que todo lo que nos suceda tiene que ser, de acuerdo a nuestros parámetros, absolutamente positivo. Esto, porque en nuestra vida existen elementos y eventos totalmente aleatorios, cuales pudieren parecernos temporal o permanentemente negativos, pero que, con el tiempo y las consecuencias de dichas circunstancias,  pudieran resultar positivas en sí mismas, o por lo menos evitarnos males mayores. Como consecuencia de estas apreciaciones, al menos yo, me acostumbré, en tales casos, a no preguntarme… ¿Por qué? Ya que a mi manera de ver la vida y las cosas, la respuesta a esa pregunta que pareciera elemental, en la mayoría de los casos trascendentes para nuestra existencia o las de nuestro entorno más íntimo,  correspondería a Dios, quien todo lo conoce,  sabe por qué, cómo y cuando sucede o sucederá.

Es por lo cual, cuando personalmente o a alguien de mis seres queridos les ha acontecido algo que,  a simple vista pareciera negativo, tengo mucho cuidado de preguntarme ¿Por qué?, ya que, como antes lo anoto, siento que esa es una pregunta que solo puede responderla Dios; a  quien por cierto no tengo medios para preguntarle y esperar una respuesta, al menos con mi raciocinio humano. Como consecuencia de esta aseveración, en tales casos, me he acostumbrado a preguntarme para qué, porque esta pregunta tiene una respuesta que yo mismo me puedo regalar, y como la hago por mi propia voluntad dentro de mi libre albedrío heredado de Dios, simplemente preparo mi respuesta conforme a mi mejor conveniencia lógica, o simplemente, con base a mi concepción del amor y la voluntad de Dios para sus hijos; esto es, como me fuere más aplicable al caso en concreto. No obstante, existen situaciones en las cuales se hace conveniente la pregunta ¿Por qué?, ya que al compararla con hechos similares a los que nos acontezcan, no requerimos que Dios nos responda, porque se evidencia la respuesta en nuestro beneficio.

En una oportunidad hace bastantes años, una vecina amiga muy querida por mí, lloraba amargamente por la muerte accidental de su hijo de 19 años, a quien por cierto yo conocía desde que era un bebé, y ella me preguntó:  ¿Por qué Dios me quitó mi  hijo tan joven? Yo le dije,  absolutamente consciente de que era muy real lo que le decía, que esa pregunta no podía hacerla de esa manera, porque la respuesta sólo correspondía a Dios. Le sugerí que utilizara una pregunta que le ayudara a sentirse privilegiada en vez de infeliz, porque cualquier respuesta que ella diera, le resultaría positiva y consoladora, en vez de dolorosa.  La pregunta que le sugerí fue: ¿Por qué Dios me dio 19 largos años para que disfrutara a mi hijo fallecido, cuando conozco tantas madres cuyos hijos murieron antes de nacer, bebés, de dos o menos años de edad y sus madres no pudieron disfrutarlo tantos años como el mío?… ¿Qué hice yo de especial para ser una madre tan afortunada? Creo que ella me entendió muy bien y meditó sobre mi comentario, porque la noté más calmada y antes de irme le  sugerí lo que siempre hago en estos casos:  Ahora que usted está consciente que fue una madre privilegiada dentro de millones de madres sobre esta tierra de Dios, compleméntese preguntando: ¿Para qué Dios permitiría esta situación? Y no tengo duda que El la iluminará para que sea usted  misma y no El, quien se  regale una respuesta que convenga a su delicada y dolorosa situación que le ayude a traer alivio y paz a su corazón.

Todo lo que aquí escribo no corresponde a ninguna teoría o plática positiva, sino que ha sido fundamental en mis más de casi ocho décadas de vida, felizmente casado por casi cincuenta años, con hijos, nietos y bisnietos;  e independiente de que vi morir mis padres, mi única hermanita y tres de mis hermanos menores y dos mayores que yo, así como muchos y muy queridos amigos de diferentes edades y género, de mi entorno más cercano. Derivado de todas estas experiencias vividas en mi larga vida, estoy convencido de que, si creemos y tenemos fe en Dios, si seguimos sus mandamientos y amamos a nuestros congéneres y hacemos todo lo que podemos por serles útiles, no tenemos por qué temer, porque Dios está aquí, no en ningún otro sitio, sino a nuestro lado, a toda hora,  siempre pendiente de protegernos,  por lo cual jamás ni de ninguna manera podemos tener temor, ya que, cualquier evento que nos acontezca –independiente de su naturaleza-  está en la esfera de lo que nuestro Padre Celestial considera positivo para nuestra vida física, intelectual y espiritual.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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LA EDAD Y LA VIDA

Releyendo en alguna parte, encontré una anécdota sobre Galileo Galilei, cuando ya teniendo su barba blanca, unos amigos le  preguntaron ¿Cuántos años tienes? Y él les respondió ocho o diez años. Por tal respuesta le replicaron asombrados: ¿Cómo es eso? Y Galileo les replicó.  “…los años que tengo son los años que me quedan por vivir, porque los ya vividos ya no los tengo, como no tengo las monedas que se han gastado, todos ya se fueron.” Meditando sobre esta respuesta, tengo que llegar a la conclusión que ciertamente, los años que tenemos son los que nos quedan que vivir  y no los que ya hemos vivido, porque los vividos son como el agua que pasó bajo los puentes: pasó y no volverá, así como los años pasados no volverán y nada puede hacerse sobre ellos.

Entonces los años que son míos, como lo dijera Galileo, son los que me faltan por vivir, y por tanto, son esos años que me quedan los que deben ocuparme; vale decir, que voy a hacer con ellos y en ellos, pero como no sé cuantos serán, en realidad tengo que referirme, o mejor dicho,  a los días, horas, minutos y… segundos. Me corresponde pensar que voy a hacer en ellos y con ellos; sin duda alguna para procurar  mi mayor felicidad, la de mi entorno íntimo, y en general como cristiano, en mis semejantes.

De tal manera debo amar intensamente cada minuto y disfrutar con fruición las múltiples bendiciones que Dios puso para mí sobre esta tierra. Como siempre he sido un enamorado de la vida, ahora más que nunca, sobre la base de la citada reflexión me corresponde ser más amoroso con las personas que amo y manifestarle en cada ocasión posible ese amor que tengo por ellas. Asimismo, me corresponde dar lo mejor de mí en todo lo que hago, que es como decir que debo hacer todo con más pasión que nunca, sintiendo el placer de ser  útil y solidario con las personas; recordar a cada momento que el tiempo se agota y no puedo desperdiciarlo, sino… vivirlo. Ahora tengo que pensar que todo pasará, como han pasado mis años vividos; por tanto me corresponde disfrutar haciendo las cosas con amor y viviendo cada momento con emoción especial; debo aceptar que lo único que quedará de mí será el amor y los buenos actos que de mi recuerden las personas y, especialmente, mis seres queridos.

Venturosamente, como soy escritor, ahora más que nunca me corresponde escribir sobre lo bello de la vida, que he vivido y lo maravillosa que puede ser la existencia para cualquier persona que comprendiendo lo limitado de su vida,  entienda que solo amando, manifestando el amor y   haciendo el bien en cada momento, podemos sentirnos realizados física y espiritualmente. Esto conlleva aceptar la diversidad humana, respetar la individualidad, introspeccionar la obligación que tenemos quienes tenemos acceso y utilizamos los diferentes medios de comunicación, como personas felices, de procurar que los demás entienden que es posible serlo, porque depende de nosotros y de nadie más.

En el mismo sentido, nos corresponde pensar que algo que pareciera elemental para nosotros, pudiera ser que para otros pareciera muy complicado; por ejemplo, aquellos que dicen como su aporte a algún problema que sufren: “…estoy preocupado por tal o cual asunto…”, sin considerar que su preocupación, realmente, nada positivo aporta a la solución del problema, sino que, por el contrario, estar preocupado afecta su mente y su capacidad de resolver algo. Por lo cual no sirve de nada estar preocupado, sino que en vez de tal, debemos no preocuparnos sino ocuparnos de cómo solucionarlo; pero sin preocupación, sino actuando con diligencia, confianza, positividad y fe: con la mente despejada,   lo cual no es fácil si nos encontramos preocupados.

Igualmente, el odio, el rencor,  los malos deseos, las maldiciones, no hacen daño a quien se le profesan, sino que nos ensucia el alma, retarda nuestro crecimiento espiritual y entorpece recuperarnos de cualquier   mala acción que nos haya producido  alguien. En cambio, el amor, el perdón, la bendiciones, la caridad y poner las malas situaciones que no podemos resolver en las manos de Dios, nos ayudan a recuperarnos  física y espiritualmente de cualquier inconveniente que alguien nos produzca. Pero lamentablemente, pocas personas pueden procesar esta realidad que para  nosotros es obvia.

Por todo eso, estamos obligados a insistir hablando y escribiendo sobre estas verdades, que parecieran elementales, pero que   muchas veces  hacen la diferencia entre la gente triunfadora y feliz, y aquellos que se consideran perdedores e infelices por no lograr algunas de sus metas, sueños o ambiciones.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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AMOR INTEGRAL

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Dimensionar el amor, medirlo o sopesarlo física o intelectualmente, es prácticamente imposible, más allá de una sensación de auto seguridad; porque se produce en la más absoluta interioridad de nuestra alma, donde sólo nosotros tenemos acceso. Sin embargo, tengo que   decir que -al menos para mí como individuo- el amor integral entre dos seres que se aman no puede ser de medias tintas, por temporadas o de acuerdo a nuestro carácter, sino que su integralidad reside en que abarca lo físico y lo espiritual, hasta lograr la confusión de ambos sentimientos: el cuerpo y el alma, como sexo y espíritu en comunión.
     Tengo cualidad para decirlo, porque lo he vivido por más de cuatro décadas cuando siempre lo he  sentido como una semilla que nació con una mirada, germinó con un trato afable, sincero y respetuoso; luego fueron surgiendo los retoños: el amor sensual, la emoción, la pasión, la comprensión, la consideración, la aceptación, la buena comunicación y la constante convicción de que la relación se mantendría para siempre.
     En su segunda etapa, surgieron esas pequeñas florecillas que luego se convirtieron en nuevas semillitas, imbuidas de nuestra herencia genética, que luego al brotar como pequeñas plantas fueron abonadas y regadas por nuestro amor, ternura, respeto, comprensión, enseñanza y… ejemplo. Esa siempre agradable labor, hizo realidad ese proyecto maravilloso que iniciamos al comenzar nuestra relación, cual no era otro que -mediante una familia- hacer eterno sobre esta tierra, mediante ellos,  ese amor sano, sincero, emocionante y solidario que construimos con altibajos, tropiezos, desaciertos y correcciones; pero con armonía, solidaridad, sensibilidad, vocación de permanencia; con seguridad de que -si manteníamos nuestros principios fundamentales sobre los cuales cimentamos nuestra relación de pareja- al final tendríamos éxito.
     Creo que el amor de pareja no puede ser una etiqueta, un show, un espectáculo o una tendencia de un tiempo o un espacio determinados. El amor de pareja tiene que ser un agradable compromiso, lleno de esa magia que únicamente puede producir el cariño real, verdadero y ejercido con libertad; pero no para satisfacer a la sociedad, grupos, amistades, familia o religiones.
     Este amor, simplemente hay que sentirlo como delicioso, alimentándolo de forma agradable, emocionante, renovada  y… permanentemente; porque son estos elementos los que le dan ese toque mágico que supera la belleza de la juventud, la etapa difícil de la madurez, las canas, las arrugas y los achaques que nos dejan los años, para producir el milagro de la bonanza y tierna seguridad de los años dorados.
     Que cosa más edificante que sentir enamoramiento, pasión, ternura, hermandad, solidaridad sin límites y lealtad a toda prueba en esa otra persona que es nuestra pareja, porque sin que nadie te lo imponga sientes que ella es tu novia, amante, amiga, hermana;  y esa persona única a quien todo puedes contárselo sin reservas; con quien todo lo puedes comentar y compartir, porque no te ama por sus recuerdos de cómo fuiste o lo que hiciste, sino  que te ama por su realidad de cómo eres ahora mismo, sin importar si eres más joven o más viejo, más fuerte o más débil, más o menos elegante,  más o menos sano. Simplemente, te ama por lo que eres y como eres ahora; porque ese es el milagro del amor integral, que no tiene recuerdos de lo pasó ni temores a lo pudiera sobrevenir adelante: el amor integral nos cobija, con la seguridad de que Dios nos bendice cuando amamos como él nos enseñó: SIN LÍMITES NI PREJUICIOS DE NINGÚN GÉNERO.

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EL REGALO MÁS GRANDE DEL MUNDO

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Para muchas personas esta frase pareciera trillada, pero por mi formación espiritual, conozco su resultado y me siento obligado a divulgarlo; ya que, si sólo sirviera para la reflexión positiva de una sola persona, me sentiría compensado. Desde que tengo uso de razón, considero mi vida como EL REGALO MAS GRANDE DEL MUNDO, porque gracias a ella puedo percibir la hermosura de la naturaleza y las personas; pero además comunicarme con mis semejantes, así  como con especies animales y vegetales, como las mascotas y las plantas, que no tengo duda distinguen y/o aprecian mis caricias, palabras y sentimientos.

Ese milagro maravilloso que es mi vida, en un mundo donde somos  tan vulnerables, pienso que para mantenerse como tal requiere de formación cultural. Vale decir, que así como para sobrevivir físicamente tenemos que cuidar nuestra salud y nuestros pasos, espiritualmente tenemos que cultivarnos y fortalecernos, lo cual únicamente podemos alcanzar meditando sobre cada uno de nuestros actos, manifestación e introspección de nuestros sentimientos.

En tal sentido, si queremos aumentar la posibilidad de supervivencia física nos conviene una buena alimentación, evitar riesgos innecesarios y no hacer daño a ninguna persona o elemento natural, lo cual nos aseguraría un alto porcentaje de éxito a nuestro favor; más como lo físico y espiritual es biunívoco, uno de los grandes riesgos para nuestro cuerpo son las enfermedades, las cuales en su gran mayoría –independiente de lo que piensen algunos científicos- se producen como consecuencia del estrés, cuando albergamos sentimientos destructivos como la intranquilidad, desamor, remordimientos, odios, envidias, deseos de venganza, vacíos vivenciales; o simplemente,  cuando no tenemos nuestra conciencia tranquila, porque en algo no hemos actuado correctamente.

Por mi experiencia he aprendido, que la tranquilidad y a ser posible la  fortaleza espiritual que nos permiten sentirnos en paz, es la mejor medicina preventiva frente a posibles patologías e invalorables en los procesos de sanación, como ya ha sido aceptado por la Sicología Positiva. Asimismo, que el amor,  la generosidad y la felicidad, son las mejores oraciones a nuestro Padre Celestial; porque demuestran la excelencia de su obra, representada por nosotros.

Aprecio la vida, porque gracias a ella puedo decir “te amo” sin importar el origen, sexo, raza o nacionalidad de mis semejantes; porque me permite percibir a Dios en mi ser interno y esto, además de fortalecer mi fe y esperanza, me elimina cualquier temor o desconfianza.

Finalizo recordando que –más allá de esa parte aleatoria de nuestro destino que no podemos controlar- Dios nos dota de todas las herramientas necesarias para ser felices, pero que a nosotros toca utilizarlas eficientemente, de tal manera que nuestra vida se convierta realmente, en EL REGALO MÁS GRANDE DEL MUNDO.

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EL MAYOR TESORO

GENTE FELIZ

 Para la mayoría de muchas personas el mayor tesoro es la vida. Si como en mi caso la conciben de carácter físico-espiritual, definitivamente no tiene por qué ser igual para todos, ya que va a depender de variables vivenciales, que en  mucho responden a como interpretemos los acontecimientos y circunstancias diarias que nos acontecen. De hecho y por poner un ejemplo, no lo puede ser  igual para una persona normal que para un sicótico o  un demente. Pienso que la vida es un tesoro, pero siempre que sea feliz; porque la felicidad conlleva, en primer lugar, el sentimiento de realización material y espiritual que la caracteriza, lo cual no tiene que ver con género, raza, edad  o condición social, ni está condicionada por el tiempo y el espacio, sino por la forma como personalmente percibimos y procesamos los acontecimientos que conforman nuestra existencia cotidiana. Así que si ponemos como el máximo tesoro humano en vez de la vida, la felicidad, sin ninguna duda apreciaremos y disfrutaremos todas las maravillosas bendiciones que existen sobre esta tierra para nuestro disfrute; y en tal sentido, será la vida físico-espiritual feliz la primera de esas bendiciones, precisamente porque gracias a ella podemos experimentar nuestras sensaciones y sentimientos.

En segundo lugar, tomaremos la salud física y mental como otra bendición muy especial y en ese mismo orden de ideas, la felicidad será la aplicación de nuestro intelecto representado en nuestro libre albedrío y estado de ánimo a todo acto, suceso, evento o hecho que produzcamos o personalmente nos afecte. Así tendremos a nuestro favor, entre otras,  maravillosas herramientas para las cuales sólo requeriremos de nuestra voluntad. A tal fin tenemos con nosotros sentimientos exclusivamente racionales, que no dependen de ningún factor externo a nosotros mismos,  como el amor, la alegría, la generosidad, la solidaridad, la sensación de utilidad y la convicción de que no somos un accidente de la naturaleza, sino la creación única y especial de Dios.

Pues bien, ese maravilloso tesoro que es la felicidad, se da precisamente, cuando amalgamamos de forma  ordenada esos sentimientos en función del propósito de ser felices. Eso le da la importancia al amor que se da y recibe; a la generosidad, solidaridad, alegría que generamos y transmitimos; al sentimiento de sabernos útiles con nuestras actuaciones, frente a nuestros semejantes. Y lo más importante, cuando vivimos ese mundo de felicidad integral, somos mejores en todo y para todos; con ese positivo estado de ánimo blindamos nuestras defensas naturales, fortaleciendo nuestro sistema inmunológico frente a la acechanza casi permanente de las enfermedades, pues  que de tal forma les eliminamos el terreno abonado donde medrar.

 

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       EL ALMA COMO EL CUERPO REQUIEREN ATENCION ESPECIAL

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Para nuestra tranquilidad integral, la misma armonía física que aporta al sentimiento de autoestima, debemos procurarla en nuestro espíritu, cual incide de manera definitiva en la capacidad para ser felices. De tal suerte que, como nuestro cuerpo, requiere ser maquillado cuando fuere necesario, asimismo debemos remozar nuestra alma. Como en el cuerpo algunas experiencias vividas dejan cicatrices, en el alma si no son atendidas, debida y oportunamente, como consecuencia desmejoran nuestra calidad de la vida.

La mejor manera de «remozar el alma», es extirpando los recuerdos ingratos; perdonando los agravios y aceptando la imperfección de nuestros hermanos, que en muchos casos, los lleva a actuar más compulsiva que racionalmente. Nuestra actitud positiva frente a la vida, pudiera convencerles de  que las actuaciones de las demás personas, cuando parecieren agresivas o desconsideradas, sólo son el reflejo de su propia personalidad, que es diversa, se constituye en la mejor «crema» para maquillar el espíritu.

Eliminar el temor, sobre la base de la confianza en sí mismos y la protección permanente de Dios, es la mejor «base» para un buen maquillaje del rostro espiritual. Recibir con amor y esperar lo mejor de cada día, disfrutándolo intensamente como si fuera el último, pero con vocación para vivir muchos años, es la mejor «aceite esencial” para mantener lozana la muy delicada  piel del alma.

El amor espiritual vinculado a una actividad sexual plena, con la persona que amamos y hemos escogido para compañera de viaje largo, es «vitamina» que no tiene igual para mantener el espíritu en su óptimo nivel de eficiencia. Asimismo, la risa, el buen humor y trato afable, son el mejor «perfume» para el espíritu, porque inunda, refresca y contagia de optimismo el ambiente, impregnándolo de buenos presagios; y no hay mejor «accesorio» para el espíritu que el buen estado de ánimo, porque predispone el compartir y hace más grata la convivencia.

 Nuestra autoimagen no requiere de especialistas en cirugía reconstructiva o correctiva para variarla o mejorarla, porque depende de nuestra propia genialidad, actitud y aptitud para sentirnos plenos, satisfechos y sólo nosotros podemos percibirla. Por tanto, sdi ocasionalmente baja el biorritmo y sentimos nuestra imagen espiritual desmejorada, debemos echar mano del maquillaje espiritual dándonos un toquecito de amor, de la misma manera como lo hacemos con nuestro cuerpo físico para vernos mejor.  No olvidemos que somos una conjunción físico –espiritual, que nos hace únicos sobre este planeta,  y eso requiere permanente atención, porque además es… inalterable.

 

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Escuchando a Edith Piaf La vie en rose e Yves Montand Autumn leaves,dos catedrales musicales para aquellos que nacimos, vivimos  y moriremos románticos, sentí profundos sentimientos de grata recordación de una época de mi vida, cuando la música y letra de esas canciones, enjugaron lágrimas de mi alma; en aquel tiempo, sin saber en realidad por qué.

Hoy, décadas después, luego de leer mucho sobre la desgraciada vida de Edith Piaf, que desde que apareció en público siendo una niña super abusada y durante su corta vida de 40 años, para hacer felices a otros, supo llorar con drogas y música su inmensa desgracia que resumía en versos como estos:Ojos que hacen bajar los nuestros/ Una risa que se pierde sobre su boca/ He aquí el retrato sin retoque del hombre a quien pertenezco “,  tengo razón en llenarme de tristeza masoquista, cuando miro pasar  por mi  mente su  película de vida horrible, desde la niña desgreñada viviendo en las calles de París, hasta la mujer sufrida que escondió su dolor lo mejor que pudo en su vida de artista, y apenas encontró el amor al momento de morir. Y pienso: Dios mío, padre incomprensible, regalador de cosas maravillosas para que  muchos de tus hijos seamos felices, pero terrible con esas personas que nos regalan esa felicidad. Habrá un motivo por el cual suceden estas cosas, no tengo duda de tu bondad, ni intención de juzgarte, pero no dejo de sorprenderme.

En el caso de Hojas de otoño (Autumn leaves)fue diferente; esa canción tiene una parte de mí. Yo vi en Aspen Colorado, en una de las ocasiones más lindas de mi vida La caída de las hojas / La deriva por la ventana / Las hojas de otoño / Todas de color rojo y oro. Y también sentí como  Los días se hacen más largos. Y sin importar cuantos años han pasado, vi crecer mis hijas, se hicieron mujeres y madres; quizás por eso al oír estas notas pasa por mi mente la película de los valles de hojas de aspen amarillentas, negándose a morir, mientras me regalaban ese amarillo oro especial, en su caída lenta que se llevaba el viento, hasta perderse en lo más amarillo de lo amarillo.

Es que el espíritu no envejece ni los sentimientos tampoco conocen edad: están más allá del tiempo. Son esa herencia divina que nos permiten sentir, recordar, vivir y… revivir el pasado bueno.

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Cuando se hace pareja se le juega todo a un proyecto cuya plenitud y permanencia dependerá de dos personas y no de una, lo que conlleva un riesgo permanente muy difìcil de controlar por uno solo de ellos.

Cuando finaliza, difícilmente los dos coincidan en acabar la relación. El que ama desea mantenerla, pero el que ya no ama, la deplora y abandona el barco. Si el abandonado se pregunta el porqué del suceso, se perderá en especulaciones que atormenarán su alma y pudieren generarle sentimientos de culpa que le harán la vida miserable.

Pero si se pregunta ¿Para qué sucedió? Encontrará un abanico de respuestas, que conforme a su interés y en virtud de la esperanza, le aportará la tranquilidad espiritual representada en una nueva oportunidad para una vida mejor, con renovadas emociones.

Siempre hay muchas personas buscando amor y deseos de compartir, de comprensión, solidaridad y lealtad. Una o varias de ellas están muy cerca y vienen en dirección contraria, en busca de lo mismo que nosotros y su condición indispensable podemos cubrirla fácilmente: amar con intensidad y vocación de perrmanencia.

Si la persona amada se fue, no estamos solos, porque contamos con Dios que es uno con nosotros. De Él heredamos su poder y la condición especial de amar, dos factores fundamentales para ser y hacer feliz a cualquier otra persona.

Como seres humanos tenemos armas especiales que nos liberan de un futuro permanentemente doloroso: la capacidad de olvidar y el convencimiento de que todo pasará. Ellas constituyen la promesa de que en un recodo, o al final del nuevo camino a recorrer, descubriremos que ese descalabro, que en su oportunidad creímos horrible, sólo fue un paso necesario que posibilitó encontrar la felicidad permanente.

Esa visión positiva de lo sucedido que representa el para qué, eliminará de nuestra alma la errada visión de que al producir el abandono, nuestra pareja hubiese cometido algún pecado o actuado ex profeso para agraviarnos, mereciendo nuestro odio o el deseo de revancha. Porque ciertamente, nadie está obligado a amarnos por siempre. Por el contrario, quienes recibimos amor, aunque fuere por poco tiempo, podemos considerarnos privilegiados.

El libre albedrío y la libertad son caminos que corren paralelos, pero no integran el mismo sendero. Ambos son parte integral de nuestra vida y nadie, independiente de la índole de la relación, puede disminuirlos ni monopolizarlos.

El amor por otra persona y el que recibimos, representan el ejercicio máximo de esas dos características, que son típicas de los seres humanos. El amor, entendido como el sublime sentimiento de dar, nace de la libertad y otorga libertad para amar; lo contrario no podría llamarse amor sino una aberración.

Si alguien nos amó, aunque fuere por muy corto tiempo, nos dió lo mejor de sí, física y espiritualmente y eso lo único que amerita es agradecimiento, por el privilegio de disfrutarlo. De ninguna manera por habernos amado, podría perderse la libertad de hacerlo a voluntad. Ese es un pacto no escrito, pero obvio, que todo consorte suscribe en lo más recóndito del alma: le certifica ser merecedor de un amor espontáneo.

El amor no es una mercancía que pueda comprarse o recibirse por siempre. Lo que se otorga es la promesa de amar, pero existen implícitas las condiciones de voluntariedad, satisfacción y reciprocidad. Los dos saben que si alguna de estas condiciones fallare, la libertad de romper el vínculo es un principio no negociable, bajo ninguna circunstancia.

Cuando la relación termina por desamor, en esencia, deja de ser relevante el motivo. El orden jerárquico existencial privilegia la voluntad. Se trata del derecho a continuar o no con el vínculo y no puede por tanto sentirse agraviado quien ya no es amado, porque ese fue un riesgo calculado al hacer pareja.

Las partes merecen un respeto mínimo y mantener una relación sexual no deseada es lo más parecido a una violación, no sólo del cuerpo sino también del alma.

Quizás, la actitud inteligente del abandonado sería ponerse en el lugar del otro y preguntarse:

¿Cuál sería la posición si fuese en mí quien decayera el sentimiento amoroso?

¿Sería honesto conmigo mismo y con mi pareja continuar con una relación no deseada?

¿Sería justo que la otra parte no me reconociera el derecho a rehacer mi vida, logrando mi realización material y espiritual al lado de otra persona?

¿Sería justo que por haber amado se me obligue a vivir por siempre en una relación agotada, insatisfecha, sin emoción, pasión ni magia y desagradable?

¿Será ese el pago que merece el amor?

Si solo dispongo de una vida que es limitada en el tiempo ¿Debo sacrificarla al lado de quien ya no me motiva, únicamente por su conveniencia?

La reflexión sincera sobre estas preguntas pudiera despejar unas cuantas interrogantes, a quienes hubiesen sufrido el colapso de su relaciòn amorosa.

Próxima Entrega: AMAR NO ES TIEMPO PERDIDO

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Compromiso es un vocablo que nos acompaña durante toda la vida y que, en nuestra relación con Dios y nuestros hermanos humanos, tiene un significado trascendente. Nacemos sobre la base de un  compromiso: Amar al prójimo como a sí mismo…»

Jesús, que fue esencialmente un reformador, nos ofreció la recompensa, complementando el compromiso: «Busca el reino de Dios y su justicia y todo lo demás te será dado por añadidura.» A través del tiempo, quienes interpretan la importancia de ese compromiso y lo cumplen,  logran la plenitud de su vida físico-espiritual: su felicidad.

Toda nuestra vida es un compromiso. El de amar, con el cual nacemos, nos obliga a amarnos  como hijos de Dios; amar a nuestros semejantes y no a una parte o categoría de ellos, porque Jesús no estableció jerarquías sino que  incluyó a todos en el compromiso de amar;  y para evitar cualquier disquisición, sentenció:«Ama a quienes os odian y os maldicen.»

Si cumplimos el compromiso de amar de la forma como Jesús lo enseñó, nos hacemos acreedores a la recompensa: «Todo lo demás nos será dado por añadidura.»

Mucho de la infelicidad humana se origina en la equivocada jerarquización de la materialización del compromiso de amar. Tal certeza me lleva a compartir las siguientes reflexiones:

¿No es normal que nos amen quienes nos trajeron al mundo  y nuestros hermanos consanguíneos, quienes nos vieron nacer, crecimos a su lado y compartimos todas sus vivencias?

Pero…¿No es acaso extraordinario que nos amen quienes sin mantener vínculos consanguíneos, comparten diariamente nuestra vida, como nuestra pareja  y/o algunos leales amigos?

Pienso que las personas del segundo grupo, por amarnos espontáneamente y sin ninguna  vinculación natural, si se pudiera categorizar el amor, serían los merecedores del de mayor entidad.

Si cumplimos el compromiso,  amamos a las personas y les procuramos felicidad. Pero como no todos están orientados a aceptarlo, parte del compromiso es ayudarles a encontrar el camino.

La forma más efectiva de orientar es mediante el amor. Si amas a tus hermanos en Dios y  no solamente a tu pareja, hijos y amigos, entonces estás dando cumplimiento al principio del compromiso.

El compromiso tiene una entidad muy amplia: amar conlleva lealtad, aceptación, reconocimiento, caridad y comprensión; sentimientos que van de la mano del respeto y el perdón  con  olvido. El canal por el cual se expresan estos elevados conceptos, lo es una buena comunicación, para lo cual es fundamental la humildad, la sencillez y la preocupación permanente por los asuntos de los demás.

Estamos comprometidos con quienes amamos, no sólo a darle amor físico sino a solidarizarnos integralmente su vida, sentimientos, preocupaciones, temores y momentos de bajo impacto emocional.

En mi caso, con mi esposa  mi compromiso no es sólamente recostarla contra mi pecho, sino fhacer parte del latido de su corazón; no es servirla, es servirnos mutuamente; no es apoyarla únicamente sino apoyarnos mutuamente; no es realizar el acto sexual, es hacer el amor fusionando cuerpo y espíritu; no es hablarle de fantasía y magia, es vivirlas con ella.

Para mí, que vivo pleno de felicidad, que bendigo todos los días el tesoro de mi vida y la extraordinaria experiencia de convivir con otros seres humanos, ese compromiso lo he extendido espontáneamente, a contarles lo importante de meditar sobre estos temas que, aunque parecieran obvios, no lo son tanto, por lo cual ameritan de reflexión y análisis, como este que aquí planteo para su sana discusión.

Si todos los seres humanos tuviésemos plena conciencia del compromiso de amor, vivirìamos como una sola comunidad, con el pensamiento unitario de que somos un todo con Dios.  Al desterrar algunos sentimientos como el odio, egoísmo, envidia, deslealtad, insensibilidad, individualidad e indiferencia afectiva, evitaríamos los conflictos que han convertido, unos seres que vinimos al mundo para amar y ser felices, en desventurados errabundos, hollando desesperadamente en busca de situaciones extraordinarias que nos produzcan, de lo que disponemos porque nació y convive con nosotros: la felicidad.

Próxima Entrega: LA DIETA IDEAL

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