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Archive for the ‘SERES ESPIRITUALES’ Category

En algún sitio sin determinar el autor, leí un pensamiento que, dada mi propia experiencia, me pareció una verdad tan grande como un Templo: “La voluntad de Dios nunca te lleva donde la gracia de Dios no te proteja”. Es que durante toda mi existencia, en mi caso personal, siempre que alguna circunstancia negativa o problemática me ha afectado, de alguna manera continuamente y en todos los caos, he encontrado el camino cierto para lograr superarla. Quienes pensamos y creemos que la voluntad de Dios es hacedora y manejadora permanente, no solo de la naturaleza sino también de todos los entes humanos, sabemos que es la fe en tal verdad lo que nos convence en la esperanza de que todo lo que nos acontece, es superable.

Una de las más graves fuentes de producción de  estrés, que se ha convertido en el elemento fundamental de muchas de las enfermedades físicas y mentales que sufrimos en el mundo de hoy los seres humanos, lo es precisamente la incertidumbre, que no es otra cosa que el temor a no saber que podrá suceder mañana, que de alguna manera pueda afectarnos. Pues bien, ese terrible estrés que acogota a nuestros congéneres en esta época, no es otra cosa que la desesperanza, que como antes he indicado, se produce precisamente por ignorar o desestimar, ese hecho cierto de que Dios nunca nos dejará llevar donde su gracia no  pueda protegernos.

Pienso que conviene retrotraernos a los años que hemos vivido, y de la manera más sincera, recordar las situaciones difíciles que hemos atravesado y en tal sentido, también recordar cómo y de qué manera las superamos; sin duda alguna, tendremos que aceptar que no fue un milagro ni un caso fortuito lo que nos dio la solución, sino esa intuición, trabajo, dedicación y diligencia que pusimos para lograr el cometido, lo cual por cierto, aunque en ese momento no lo determinásemos simplemente se produjo por una decisión acertada, que aunque en ese momento no estuviésemos conscientes, se produjo por una  inspiración divina. Son muchas las veces que personas me han comentado algo como esto: “…sabes, hoy doy gracias a Dios porque me haya acontecido tal evento, que en su momento me pareció desgraciado, pero que hoy doy gracias porque me haya sucedido.”

Nuestra existencia sobre esta madre tierra, es similar a un camino con zigzagueos, altos y bajos, el cual recorreremos durante nuestra vida física, pero que en mucho dependerá como lleguemos al final, precisamente de nuestro estado de ánimo y la seguridad de que somos capaces de superar cualquier escollo, precisamente porque tenemos a Dios con nosotros, el cual independiente de la dificultad,  nunca nos abandona. Tengo la suerte de conocer mucha gente inteligente, que independiente de su nivel académico, de poder, fama o riqueza, al vivir inmerso en estas verdades, simplemente han logrado la máxima ambición humana: ser felices. Asimismo, todas las personas que conozco con una vida ruinosa, adolorida o solitaria,  siempre tienen la misma característica fundamental: no tienen la fe en que Dios tiene sus propios caminos para darnos el mal -que normalmente nos deja una enseñanza- pero también el remedio necesario y oportuno.

Definitivamente la vida es menos difícil de lo que algunas personas se la hacen, cuando ignoran o no entienden que nuestra existencia física es elemental, y nuestra tranquilidad mental depende solo de nuestra espiritualidad; por lo cual, no se requieren grandes riquezas ni dones especiales para suplir nuestras necesidades físicas, y el nivel de  nuestra tranquilidad espiritual lo será en tanto y en cuanto contemos nuestras bendiciones, y le demos su peso real a nuestras carencias; todo lo cual depende de nosotros mismos, sin requerir para ello de ningún costo,  inversión económica o disponer de poderes especiales.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

 

 

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SOLILOQUIO

FODO DEL CIELO

La bruma fresca, acogedora… amiga, sobre mi cara con su sensación especial de abandono, de flotar sobre la brisa, por encima del mundo…real; de sus pequeñeces, que hacen gigantes quienes no comprenden lo elemental, sencillo y fácil de… vivir. Mi cuerpo astral volando sobre el pasto, montañas, el suave mar; y las mariposas, saltamontes y otros insectos, en arrullo casi inaudible pero sonoro… tierno, dando gracias a Dios por esos segundos que, eran una nueva sensación de vida, en ese espacio eterno de milésimas de segundo que, ocasionalmente, abre nuestra mente y alma, a una dimensión que vive con nosotros y no acabamos de percibir… dónde.
¿Dónde andaba? ¿En las altas colinas de Aspen observando con deleite el amarillento color de las hojas de otoño, que en cascada dan su más hermoso tributo de adiós al valle, entregando con amor su vida, para dar nueva… vida? O… ¿Sobre la cima de una gigantesca palmera perdida en el mar de los Sargazos, donde las aves marinas, con sus alas en acto de oración llegan… de no sé dónde?
No sé si era una visión o un sueño, nacido de la urgencia de mi alma de escapar de esa angustiosa diatriba dolorosa de todos los días, donde las muchas bendiciones de Dios transforman en algo banal, mientras las pocas carencias agigantan en la mente de los incrédulos, negativos, sin fe ni esperanza, que no entienden que el tiempo de Dios es perfecto y que sólo El sabe lo que realmente nos conviene en cada momento.
El canto de las aves, el grito de los niños y un patinador que casi me atropella en mi diaria caminata por el parque me sacaron de mi fantasía. No dormía, ni soñaba; sólo mi mente, por esa rendija imperceptible que cada 25 segundos abre nuestra mente, escapaba a otra dimensión, donde todo es más liviano, simple, menos… complejo; y lo vives, sin tiempo ni espacio.
Al volver a la realidad, todo estaba más claro, más alegre, más fresco, más amigable… más humano. El pasto mojado del camino con su olor de invierno; la mirada relajada y segura de los ancianos… que lo han visto todo; las parejas tomadas de las manos, viviendo su propio sueño; y los niños con sus pelotas sin temor a perderlas, me rotulaban un nuevo mundo: mi mundo, el verdadero, sugerente, esperanzador; el que quiero vivir y… viviré siempre.

 

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ENCONTRARSE A SI MISMO

mujer pénsando

Encontrarse a sí mismo no es algo que se quede en una frase banal; sino por el contrario, representa algo muy serio, cuyo resultado pudiera ser decisivo en el futuro, en la existencia de cualquier persona; especialmente quienes ya no siendo adolescentes, piensan seriamente en su proyecto de vida.

Encontrarse a sí mismo tiene que ver con la óptica personal de qué es lo que creemos y esperamos de la vida; de qué sentimos que requerimos y cómo haremos parase trata de realizarlo. De alguna manera, se trata de cómo entendemos nuestra capacidad para trazar, modelar y realizar ese largo, pero interesante, camino sobre esta madre tierra.

Todo tiene que ver con nuestra concepción físico-espiritual de lo que es… vivir. Consecuentemente, involucra principios y valores, que serán los rectores de todas y cada una de nuestras actividades, para lograr nuestros tales fines. En tal sentido, se requiere una gran sinceridad con nosotros mismos, en ese recóndito pero ineludible lugar dentro de nuestro interior, denominamos conciencia.

Encontrarnos con nosotros mismos es determinar sin duda, qué es lo que queremos hacer de nuestra vida, lo cual nos llevará a actuar en consecuencia. Determinada esa meta, no podemos desviar ninguno de nuestros pasos y, si sucediere, corregirlos a marcha forzada, porque es de suponer que cada uno de nuestros actos los realizaremos en función de ese importante objetivo que nos hemos planteado.

Involucra la globalidad de nuestro proceder como estudiantes, trabajadores, miembros de una familia y de una comunidad. Así, cuando nos encontramos con nosotros mismos y por tanto sabemos qué es lo que queremos de la vida, escogeremos la pareja apropiada, estudiaremos lo que se compadezca con esa forma de vida que queremos y trabajaremos en lo que estimamos idóneo con nuestras ambiciones. Siempre desde una óptica holística; esto es, con visión integral y de conjunto.

No pueden andar nuestras ambiciones y actuaciones separadas, sino que todo debe girar alrededor de ese eje que es la forma de vivir escogida. Por eso es tan importante la sinceridad con nosotros mismos, para que toda actuación nos aleje de cualquier frustración o trauma, llenándonos de realización; porque en función de nuestro objetivo crecemos física y espiritualmente a medida que avanzamos, convirtiendo los problemas en asuntos por resolver y los obstáculos en acicate para luchar con más fuerza, en función de nuestro proyecto personal de vida.

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Por mi formación familiar, desde que tuve uso de razón temí a la muerte. Tal sentimiento hizo menos felices algunos momentos de mi vida, cuando ocasionalmente, alguien tocaba el tema y lograba atemorizarme. Esto me llevó a analizar bien la situación  y convencido de que no debía permitir que nada me atemorizara, reflexioné sobre el evento hasta llegar a determinar qué: la muerte es un suceso futuro, incierto e indeterminable; que no existe forma de prever cuando sucederá; que su arribo es fatal, vale decir, que sucederá independiente de cómo, dónde y ni cuándo; y con esta certeza, es algo que no tiene solución y por tanto: si un problema no tiene solución no vale la pena preocuparse;  precisamente porque no tiene solución.

 Esa acertada reflexión me eliminó ese temor y  años después se fortaleció con la anécdota que leí sobre los últimos días del famoso Pastor evangélico Billy  Graham, quien cuando ya estaba a pocas horas de morir, un amigo íntimo le preguntó si no le atemorizaba el hecho de que la muerte estuviere tan cerca. Serenamente, éste le respondió que no, porque “…ardo en deseos de ver la cara de mi Padre.”

Tal afirmación no nos deja ninguna duda de que el Pastor Graham no tenía ningún miedo a la muerte, porque él, esencialmente,  estaba seguro de dos cosas: 1) Que él era un hijo de Dios y que al dejar esta tierra regresaría a la casa de su Padre celestial; y 2) Que la muerte como tal no existe para quienes están convencidos, de que nuestro paso por esta vida no es más que una oportunidad para crecer espiritualmente, porque es en espíritu la próxima etapa de nuestra vida.

Yo comparto plenamente la base del criterio del difunto Mr. Graham, porque como él creo en mi espiritualidad, pero como tengo una vida física feliz soy demasiado terrenal, siendo que aunque desde hace años perdí el miedo  a la muerte física porque sé que mi próxima vida será espiritual, para ser muy sincero la evito a toda costa, porque no estoy muy urgido de “… ver la cara de mi Padre.”, como parece que si lo estaba este buen Pastor de la Iglesia evangélica. Simplemente, vivo lo mejor posible tratando de disfrutar, ser feliz y hacer felices a mis semejantes, sin temor a la muerte pero con gran amor por esta vida terrenal que Dios me dio.

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A medida que aumento el dialogo con diversas personas, fortalezco mi convicción de que primero enferma el espíritu y como consecuencia surgen la mayoría de las enfermedades que afectan nuestro cuerpo.

Pero… ¿Por qué enferma el espíritu? Por tantas causas cuanto actuemos o pensemos contrario a nuestra esencia divina que debería irradiar optimismo, seguridad, confianza, amor, aceptación y compasión hacia nuestros semejantes; o por causa de emociones reprimidas, tales como tristeza, ira, agresividad, resentimientos, odio, o temores que devienen de la falta de fe y esperanza en nuestro poder, inmanente a nuestro origen divino y condición racional.

Así, observo como las personas optimistas interpretan la vida como una oportunidad para experimentar felicidad y percibo su magnetismo positivo: sonríen, saludan alegres contagiando entusiasmo y en vez de hablar sobre resentimientos, tristezas pasadas o temores futuros, comentan el maravilloso hoy y sus circunstancias positivas, con vehemencia y confianza en que son y serán beneficiosas; y hasta ahora, ninguna de ellas me ha manifestado que se sienta mal o tema enfermarse.

Por lo contrario, para aquellas personas negativas, los inconvenientes del ayer y la imprevisibilidad del mañana, representan importantes factores de perturbación y preocupación; sonríen poco, les cuesta saludar, transpiran pesimismo y hacen pesado el ambiente; normalmente hablan de achaques, mala suerte, exámenes de laboratorio y su necesidad de visitar los médicos para prever nuevas enfermedades.

En estas últimas personas, su enfermedad del espíritu les evita mirar con claridad la parte bella de la vida, creándoles la propensión a las enfermedades del cuerpo, que precipitan con la cantidad de fármacos innecesarios que ingieren, cuales nunca podrán competir en eficiencia con los sentimientos de alegría y la felicidad de vivir intensamente.

Es que el cuerpo espiritual-mental se resiste a que se le niegue la posibilidad de disfrutar las mieles de la vida, que le corresponden como habitante de este mundo, lo cual depende únicamente de su estado de ánimo –que es mental- y  esa acumulación de emociones negativas crean o aceleran procesos de morbilidad física.

En mi opinión, la mejor manera de ayudarnos a prevenir enfermedades corporales es mantener el espíritu sano, viviendo alegres y felices; disfrutando de los buenos recuerdos, olvidando los malos y esperando siempre lo mejor del futuro, porque para auxiliarnos en su  logro ahí está Dios pendiente, vigilante, para ayudarnos a vivir dichosos, en la misma medida de nuestra diligencia, inteligencia, fe, optimismo, esperanza y… generosidad con nuestros hermanos humanos.

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Hoy mantuve dos reuniones interesantes; la primera, con un activo luchador social e inscrito desde siempre en las teorías izquierdistas; la segunda, una empresaria desde el punto de vista filosófico-político, en el lado opuesto. En ambas la constante fue la preocupación por los vacíos existenciales que no logra llenar el poder, la riqueza ni la fama, que para mí responde a la necesidad de encontrar un medio para crecer espiritualmente.

Se trata del hastío de tanto materialismo que pretende imponerse frente a los principios y valores que fueron las raíces sobre las cuales cimentamos el desarrollo de familias honestas, con padres e hijos que disfrutaran de gozo, plenitud y solidaridad perdurables, pero conscientes de su importante rol individual, como guardianes de esos principios y valores, sin los cuales el hombre deja de ser importante frente al poder, la riqueza y la fama.

Quienes hemos mantenido esos principios y valores, dentro de los cuales Dios y el amor al prójimo son los principales, ni tenemos vacíos vivenciales, ni tenemos temores; porque al sentirnos hijos de Dios y por tanto imbuidos de su poder y amor, haciendo introspección del compromiso con nuestro congéneres, así como nuestra extraordinaria capacidad de adaptación a cualquier situación por muy difícil que fuere, la plenitud es tal, que no tenemos espacio para ningún vacío, porque ese coctel maravilloso compromiso-amor es demasiado dinámico, renovador y reconfortante.

No existen mecanismos de carácter externo, que divorciados de los principios y valores humanos, puedan substituir la espiritualidad de que éstos últimos están imbuidos; y como consecuencia, no son los elementos materiales como la riqueza o el poder, los que pudieran llenar esos vacíos que nacen y sólo pueden ser satisfechos por elementos intangibles como el amor, la solidaridad y el respeto por la persona humana, prioritarios frente a cualquier circunstancia económica, de poder o bienes tangibles.

Siento que se hace necesario reencontrarnos con la espiritualidad, dando oportunidad de expandir hacia el exterior ese potencial de amor y solidaridad humana, que todos tenemos como parte de nuestra herencia divina; aceptando gozosos, que nuestro espíritu prevalece frente a nuestra condición física, y por tanto es allí donde nace y se desarrolla la esencia de nuestra individualidad; y que de él depende la indispensable armonía físico-espiritual, que nos blinda frente a cualquier tentación, debilidad o adversidad, pero muy especialmente frente a esa insatisfacción angustiosa, de sentir y no saber como llenar esos vacíos… existenciales.

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» DISFRUTEMOS INTENSAMENTE HOY: ES LO  UNICO QUE PODEMOS HACER POR UN MAÑANA… MEJOR»

2236591774_2e20e695deVeintiuno  de Noviembre de 2008, 5:30 p.m., hora de Calgary, Canadá. La cámara de una patrulla de la policía en servicio capta la imagen de una lucecita que, a velocidad incalculable con exactitud, en caída libre se aproxima a la tierra desde el cielo. Por segundos se hace un poco más grande y cae en el Polo Norte. El impacto de ese cuerpo sólido, de entre una y diez toneladas de peso es simplemente monumental e ilumina un radio de 435 millas  (aproximadamente 700 kilómetros) de distancia.

Este evento dramático, capaz de destruir un poblado entero, así como otros igualmente portentosos, me producen reflexión sobre nuestra inmensa vulnerabilidad y pequeñez, frente a la fuerza de la naturaleza, que es imprevisible e incontenible y ante la cual no tenemos como  protegernos físicamente.

¿Por qué cayó en despoblado donde es casi inexistente la vida animal y no en un centro habitado donde habría ocasionado millones de muertes humanas?

Es algo que no sé y ni siquiera me interesa conocer, porque no solicité venir aquí ni establecí por cuanto tiempo. Al fin y al cabo, soy un ente espiritual viviendo una experiencia física, y no hay meteoro, por grande o terrible que sea, con suficiente capacidad para variar mi destino, o acabar con mi alma… que es eterna.

Pero este fenómeno físico, ratifica mi convicción de que debemos vivir intensamente cada momento de nuestra vida física, porque no sabemos  por cuanto tiempo dispondremos de ella. Cada segundo, cada minuto, son una insustituible e irrepetible oportunidad de regocijarse con tantas cosas bellas y agradables que nos depara esta existencia.

Si lo único seguro que tenemos es que un día regresaremos a donde venimos, pero no sabemos cuando, pareciera majadero perder siquiera una oportunidad agradable, emocionante, edificante o diferente de vivir una experiencia feliz.

Por eso soy avaricioso de lograr la mayor cantidad de amor posible; de regalarle belleza y regocijo a mis sentidos; de recrearme en la paz del ambiente, en la ternura y nobleza de mis semejantes; y  de conectarme mediante la oración, con mi amado Padre Celestial, gracias al cual aún continúo este bellísimo periplo por una de sus casas… en el universo.

No comprendo a las personas iracundas, tristes, negativas o de mal humor; creo que no entienden su realidad como seres espirituales viviendo experiencias físicas. Me entristece saber que un día, más temprano que tarde, dejarán este mundo sin haberse llevado lo único que nos es dado como seres vivientes: goce, disfrute, dulzura y amor en la estadía.

Únicamente quienes disfrutan intensamente esta vida, dejan en el recuerdo de sus seres queridos ese mensaje de paz, amor satisfacción  y esperanza de que nuestra temporalidad sobre esta tierra, no es más que una experiencia que nuestra alma experimenta en su ascenso indetenible a estadios superiores.

Quiera Dios que estas reflexiones nos ayuden a disfrutar más de tantas experiencias interesantes y agradables, que algunas veces, aún teniéndolas a mano, dejamos pasar o inadvertimos, preocupados por prepararnos, aun a costa de innecesarios sacrificios, para un futuro que pudiera ser que nunca llegue… para algunos de nosotros.

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