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Archive for the ‘TIEMPO Y ESPACIO’ Category

VIVIR VIVIENDO

¿Cómo debemos vivir? Buena pregunta, que si la hiciésemos a cien personas, seguramente noventa por ciento nos darían diferentes definiciones, dentro de las cuales se reducirían a la parte física de comer, dormir, trabajar, recrearse de vez en cuando, y sentirse cómodos o poco aburrido con su pareja, amigos o familia. Pero, la vida, que para ser tal en el real sentido de la palabra, debería ser algo más que eso, porque está llena de eventos específicamente humanos como los sueños, retos, proyectos, decisiones y emociones; ya que,  como seres racionales, vinimos al mundo con metas muy definidas e inherentes a nuestra especie, como por ejemplo ser útiles a nuestros semejantes, crecer espiritualmente todos los días, para de una forma continua ir avanzando progresivamente, hasta lograr la meta más deseada: lograr que ese diario caminar por nuestra existencia, cual es… SER FELICES.

A estos respectos tratados y a tratar, deberíamos vivir viviendo, que es como decir que, más allá de algunas limitantes que son absolutamente aleatorias, cuales vale decir, que en algunos casos van a depender de situaciones que están fuera de nuestro control, como algunos eventos naturales muy especiales como los terremotos, las guerras,  e incluso, la misma muerte, cuyo efecto en  casi todo los demás casos, dependerá de cual fuere la forma de cada uno, de ver la vida y las cosas. Así, por ejemplo, los resultados de los sueños, retos, proyectos y decisiones personales trascendentes, requieren de otros elementos o factores inmateriales que no pueden determinarse físicamente, como la confianza, la fe, la diligencia y la disciplina;  cuales hibernan en lo interno de cada uno de nosotros, esperando ser activados por nuestra voluntad, para el logro del o  los objetivos deseados.

Si consideramos que mirar la extraordinaria y variada belleza de las flores en la primavera; el vuelo de las multicolores mariposas en el aire; escuchar el hermoso y diverso  trino de los pájaros sobre los árboles y en el cielo; el ruido cadencioso de los arroyos en las montañas  y meandros en los ríos; el reconfortante eco del ir y venir de las olas sobre el mar, en los acantilados; la inocente risa de los niños en los parques; la sonora y arrulladora voz de los coros en las iglesias; los casi inaudibles pero constantes y repetitivos consejos de las abuelas;  y la mágica voz de esa persona que escogimos para ser especial en nuestra vida, nuestra cónyuge, cuando nos obsequia la más  hermosa bendición del alma: TE AMO.

 Igualmente,  regodearse con la belleza de las auroras en las mañanas, acompañados de un humeante cafecito mañanero;  del crepúsculo en la tarde cuando el sol despide el día en el verano, al sabor de  ese té especial y tranquilizante que tomamos antes de dormir; la belleza especial e incomparable de la nieve sobre los árboles en los inviernos, cuando degustamos el chocolate caliente que nos reconforta, son experiencias incomparables que vivimos intensamente y que, independiente de la temperatura, como nos lo preparan con tanto amor, nos llenan el alma de constante ternura.

 Por todo esto, considerando que sólo he citado algunos placeres que otorga de forma gratuita a nuestros sentidos la naturaleza, porque también debería citar la literatura, el arte, etc., en este paso por esta vida física que, independiente de cuantos años vivamos en tan corto periplo, dejar de considerar y disfrutar de tantas cosas, eventos y situaciones, que como bendiciones Dios dispuso para nosotros sobre esta tierra, ciertamente sería un desperdicio injustificable de nuestro  tiempo sobre ella; tanto,  que equivaldría a asegurar que no logramos el privilegio, que sólo depende de cada individuo de…VIVIR  VIVIENDO.

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EL PRESENTE Y EL DESTINO

Es una creencia casi generalizada que Dios determina nuestro destino desde antes de haber nacido y que eso es infalible;  no discuto tal  criterio, especialmente porque como soy un convencido de nuestra absoluta posibilidad de ser felices, para lo cual se requiere ser muy positivo, no puedo darme el lujo de preocuparme por algo que pudiera convertirse en una obsesión  negativa, como es para una gran mayoría de personas, el destino. Es que en mi personal concepto, lo que Dios sí que nos dispuso como una hoja de papel en blanco,  fue el camino que debemos recorrer durante toda nuestra vida -que por cierto es lo que  sí debe interesarnos-  por lo cual nos dejó en plena libertad de darle el sentido, color, sensación y sabor al paisaje, así como a cada  bache o recodo del camino; de tal manera que, en su inmensa sabiduría, creo que  para no aportarnos focos de preocupación innecesaria, nos dejó en libertad de diseñar nuestro propio “camino”, por lo cual nos regaló la posibilidad de hacer de ese viaje de nuestra vida, lo que más nos plazca, agrade o nos parezca conveniente. En tal sentido, para que pudiésemos estudiar, entender y encontrar la mejor forma de vivir esa extraordinaria experiencia de ese viaje, nos dotó de inteligencia y raciocinio, al tiempo que puso sobre el camino diferentes subidas, bajadas, obstáculos y/o accidentes, que nosotros con todos los recursos intelectuales y físicos de que fuimos dotados, pudiésemos perfectamente determinar la mejor forma de esquivarlos, superarlos, ignorarlos  o disfrutarlos, conforme nuestra propia forma de ver la vida y las cosas.

No es fácil emitir criterio sobre lo que piensan o sienten otras personas, por lo cual pareciera  lo más acertado, hablar de nuestras propias circunstancias y vivencias; a ese respecto y refiriéndome al camino de la vida que durante setenta y ocho años he transitado, debo comentar que desde que tengo verdadero uso de razón he estado perfectamente consciente de que no existe un destino predeterminado para mí, ese me lo hago yo;  inclusive ese elemento impredecible que a tantos preocupa y que denominan futuro, cual para mí –no obstante la insistencia de mi padre de que era muy importante- tampoco tuvo ni tiene tanta importancia, precisamente porque es imprevisible, impreciso e indeterminado, por lo cual no lo considero trascendente como parte de mi camino; quizás porque siempre he tenido plena conciencia de que, si fuere que llegare,  lo único que puedo aportarle para mi beneficio,  sería hacer bien lo que me corresponde… hoy.

¿Qué la manera de transitar nuestro camino  tenga que ver con nuestro posible destino? Pareciera lógico, por lo cual como  yo juego a ganador, no desperdicio ninguna posibilidad; es que estoy seguro que mi camino es hoy, por lo tanto es a este día  de hoy a quien debo toda mi atención, amor y cuidado. Estoy consciente de que conmigo transitan a mi lado, detrás y al frente, mis hermanos humanos y mis hermanos los animales;  a ambos me debo por mi principio fundamental de  utilidad y humanidad. De la misma forma,  a los recursos naturales que Dios dispuso sobre y en esta tierra para mi beneficio, estoy obligado a proteger, cuidar y defender a toda costa, so pena de desaparecer como especie sobre esta tierra, o por lo menos de negar su conocimiento, belleza, beneficio y disfrute, a las futuras generaciones. Como  observarán en  lo expresado en este párrafo, en nada puede ayudarme a mejor vivir mi camino, el pensar o preocuparme por un destino que, como el futuro, no es determinable de ninguna manera.

Tristemente he conocido personas que viven consternados por lo imprevisible de su posible destino o lo que pudiera sucederles mañana, que es como decir: en el futuro. Tanto me ha preocupado esta tendencia,  que he dedicado una buena parte de mi vida a escribir artículos de prensa y revistas, libros y el blog: www.unavidafeliz.com, que es visitado por más de 2.800.000 cibernautas en 119 países, así como conferencias y conversatorios, todos orientados a inducir a las personas a no dejarse afectar por el pasado, porque es un muerto; ni por el futuro porque no ha nacido; estimulándolos a dedicar todo lo mejor y más entusiasta  de la existencia, a ese diario transitar por el camino de la vida; cual no sólo tenemos la capacidad de hacer agradable y didáctico, sino inclusive, impregnarlo de magia y entusiasmo que contagie a nuestros congéneres negativos. Es durante el recorrido del camino que podemos amar, disfrutar de las flores, de la risa de los niños, del canto de los pájaros, del ruido de las quebradas, de las olas del mar; degustar los  manjares en que nuestros hermanos saben  convertir los recursos naturales que Dios puso sobre la tierra para nosotros, así como de mirar y escuchar a esas personas que amamos, cuya presencia, compañía y voz, dan sentido a nuestra vida.

Luego de todo lo expresado, en una reflexión sincera del qué y el por qué de nuestra vida… ¿No les parece una pérdida de tiempo dedicar nuestro intelecto a intuir un destino desconocido, cuando la realidad del hoy –que es el camino que en todo momento estamos recorriendo- tiene tantas cosas buenas y bellas que ofrecernos? Como todo en la vida, creer y preocuparse del destino es una opción exclusiva del libre albedrío de  cada ser humano, que yo respeto, pero que estoy obligado a declarar que no comparto; precisamente porque no le aporta nada a esa maravillosa bendición de vivir el hoy y no de sobrevivirlo, que definitivamente es la opción por mí libremente escogida y predicada  hoy y siempre.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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¿QUE  VIDA  QUIERES?

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Como Todo en nuestra vida, el más alto porcentaje de lo que nos acontece corresponde a nuestra elección personal; así tenemos unos vecinos que son muy alegres; otros taciturnos y con cara de amargados; un médico muy pausado; una dama muy agradable, positiva y se nota segura de sí misma; el trabajador que arregla la electricidad que tararea una canción; el plomero que saluda alegremente o la chica que limpia que nos mira con recelo. Asimismo, todos los días tropezamos con niños juguetones, alegres, circunspectos, llorones o simplemente, indiferentes; en la calle saludamos personas que responden con una sonrisa, con un muy buenos días, otros con cara de acontecidos y otros que responden con un murmullo; una anciana con su bastón en la mano que lentamente cruza la calle, pero en sus ojos se nota la alegría de haber vivido… tanto; en la acera, otra señora también de edad que ve para todos lados recelosa y con cara de susto.

Llegamos al trabajo y allí una recepcionista alegre que nos da los buenos días; en otro escritorio un hombre  joven con cara de intelectual, pero que habla como tonto; más adelante otro empleado que sobre su computador se aisla de todo y… de todos; al final, un Gerente que considera a todos los empleados su equipo e inteligentemente los trata con cariño y respeto, haciéndoles sentir que son muy importantes, independiente de cual se la labor que desarrollan, y que sin ellos la  Empresa no podría adquirir el éxito que tiene.

Cuando sales o regresas a tu casa, te despide o recibe una esposa amorosa o una madre que te abraza y dice Dios te bendiga,  o por el contrario, en ambos casos no sientes amor sino indiferencia y la tendencia seudo paranoica en cuanto a lo que te puede suceder en el día. En verdad, nuestra vida es tan elemental, que nos permite ser nosotros y nadie más quien decide que color le damos a nuestra vida. Podemos tomar cada año de edad  como un regalo de Dios,  que nos permite disfrutar más tiempo de las miles bendiciones que El puso sobre esta noble tierra para nosotros,  o como un peso sobre  nuestros hombros, que en la medida que aumenta es más difícil de llevar. Por eso es tan importante aceptar que nuestra vida  se reduce a la inter relación diaria con los demás seres humanos; porque, para bien o para mal, HOY ES LO UNICO QUE ES NUESTRO; ayer es un muerto y mañana no ha nacido, lo cual es como decir: por ayer NO PUEDO HACER NADA y por mañana lo único que puedo aportar es HACER LAS COSAS BIEN HOY.

En el mismo sentido de todo lo antes expuesto, tengo dos posibilidades: o realizo todo acto o acepto cada  hecho de mi existencia para ser feliz, haciendo de la incertidumbre un reto a vencer para lograr mis propósitos, y seguramente lo logro;  o por el contrario, me lleno de inseguridad, falta de fe,  temor, permito que baje o bajen mi autoestima, por lo cual el pronóstico es que tu vida será oscura y nunca conocerás el bello ambiente de la primavera, siendo muy doloroso ese pequeño pedacito de la vida que es lo único tuyo: EL HOY, que  transcurrirá en el borroso otoño u oscuro… invierno.

Luego de todo lo dicho, procede preguntarnos: si ciertamente somos tan diversos e individuales, pero además de diversos orígenes, género y cultura… ¿Qué define nuestra felicidad? sin vacilar, debemos responder: NUESTRO ESTADO DE ANIMO; vale decir, del color que nosotros damos a  lo que nos rodea; lo que sentimos que somos nosotros mismos,  y muy especialmente como percibimos a nuestros hermanos humanos, su forma de actuar en esa inter relación permanente que hace nuestro diario batallar por lograr  una vida mejor.  Como consecuencia, cada  uno de nosotros decide cual es la vida que desea tener: buena, mejor, peor o… infeliz.

Desventuradamente para quienes no han meditado a profundidad sobre lo escrito, no existe  ningún mecanismo, factor o medicamento conocido que supere la auto decisión. Es por lo cual, entre el que hurga la basura en busca de alimento, el que trabaja ocho o más horas para lograr su sustento familiar, el académico que dedica su vida a enseñar lo que sabe a los demás, el que ostenta el poder, la riqueza  o la fama, lo único que diferencia su éxito o fracaso lo es, indefectiblemente, su capacidad para entender que nada ni nadie puede hacer por nosotros, más de lo que seamos capaces de hacer nosotros mismos; quedando entonces nuestro destino en nuestras manos, por lo cual jamás podremos justificarnos en aquello de la “mala suerte” o “falta de oportunidades”. Porque la mala suerte es la justificación a la ineptitud, displicencia, pereza, falta de diligencia y disciplina; y la falta de oportunidad no  justifica el fracaso, porque cuando la oportunidad no se presenta por sí sola, entonces nosotros, como seres humanos, estamos dotados de todas las herramientas intelectuales y físicas para crearla…  a nuestro antojo.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

 

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                   SIENTO MI PRESENTE COMO UNA BENDICION


Quienes aseguran que todo tiempo pasado fue mejor, quizás se aferran a imágenes mentales de su ayer, que constituyen en  refugio para escapar a una realidad, que por cualquier circunstancia les produce temor a enfrentar con entusiasmo su vida diaria.

Pienso que todo tiempo es bueno para disfrutar las muchas bendiciones que existen sobre esta tierra para nuestro beneficio. Si bien es cierto que algunos de nuestros recuerdos son hermosos y gratos, no menos cierto es que  será muy difícil evaluarlos en su justa medida, fuera de su contexto de tiempo y espacio.

En principio, en nuestra existencia, la forma de ver la vida y las cosas evolucionan y se comportan conforme se suceden los acontecimientos. Así, algunos valores y códigos de comportamiento sufren modificaciones, producto de nuestro desarrollo físico e intelectual; como consecuencia, situaciones que ayer nos parecieron interesantes, hoy pudiéramos considerarlas irrelevantes.

Respecto de los gustos, por ejemplo, es común que aquello que nos pareció espectacular y bello en nuestra niñez o adolescencia, cuando somos adultos cambie radicalmente; y es que, en esa época ya superada, por nuestra natural curiosidad todo era nuevo y emocionante, pero con el devenir de los años, el enfrentar diariamente una vida que es absolutamente práctica, pone las cosas en su debido lugar.

Decir que todo tiempo pasado fue mejor, sería como aceptar que con el correr del tiempo,  se pierde nuestra capacidad de disfrutar de las cosas bellas y buenas del presente, especialmente el amor de y a nuestros semejantes, y eso sería tan terrible como aceptar que estamos muriendo… lentamente.

No digo que unos días no sean diferentes a los otros, porque eso es más bien, deseable. Pero aferrarse a la nostalgia común en mucha gente, derivada de situaciones que ya nunca volverán, es un sentimiento que al distorsionar la realidad, sacrifica las cosas buenas de la vida diaria, por un recuerdo que nuestra mente, erróneamente evoluciona incorporándole elementos sublimales que nunca llegaron a existir.

Sin considerarme obsesivo, soy un fanático del presente, por el cual… doy gracias; lo vivo intensamente, lo siento en cada una de mis células y si de algo me sirve el tiempo pasado, es para fortalecerlo con los buenos recuerdos, cuales por cierto son los únicos que en mi permanecen.

Por eso… ¿Mi mejor tiempo? Este eterno presente, cuando aún puedo pronunciar esa maravillosa expresión que dice más que mil palabras: te amo.

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LA SOLEDAD ES MÁS UN SENTIMIENTO QUE UN HECHO REAL

La soledad no significa que no tengamos compañía, sino que nos sentimos solos, ya que,  podemos sentir soledad aun en compañía de otras personas.

Para quienes han crecido espiritualmente, la soledad es prácticamente inexistente, precisamente porque saben que es más un sentimiento que un hecho real.

En muchos casos, el sentimiento de soledad se produce debido a una especie de auto aislamiento,  que deriva de la ausencia o disminución de sentido de pertenencia, cuando conscientes o no, percibimos o intuimos que no se es parte de ninguna causa o proyecto, y, consecuencialmente, a nadie importamos o preocupamos.

En otras ocasiones, debido a sentimientos de culpa por situaciones que suponemos  se han producido debido a nuestros errores,  sentimos que el mundo se aleja de nosotros, cuando realmente somos nosotros quienes nos excluimos y creamos nuestra propia soledad.

En la mayoría de los casos, la soledad pudiera ser una ficción de nuestra mente, ya que, como sentimiento no se produce por falta de la compañía de otros seres humanos, sino por la introspección de la sensación de que estamos solos en el mundo; igualmente podríamos cambiar esa impresión y combatir el estado de soledad con nuestros recuerdos,  sueños, ambiciones, y especialmente con la compañía de Dios a quien tenemos siempre a  mano y  nunca nos desampara.

Por otra parte, en un mundo tan rico, variado en su paisaje geográfico, naturaleza y actividades, cuando  no tenemos compañía hay tantas cosas en que ocupar la mente y utilizar el tiempo positivamente, que a veces, para muchas labores lo que algunos asumen como soledad, para otros pudiera ser un insumo casi imprescindible para lograr grandes realizaciones.

El sentimiento de soledad corresponde a nuestra óptica de la vida; ya que,  en  nuestra interioridad siempre hemos estado y permaneceremos sin otra compañía que n osotros mismos. De hecho, nadie nació con nosotros, ni vive dentro de nosotros, ni morirá con nosotros. Pero, tenemos la ventaja de ser una individualidad que sabe crear los elementos para acompañarse a sí misma.

Como quiera que la soledad  se vincula al silencio, el no estar acompañados, lo que para  algunos representa soledad,  para quien   gusta de meditar, pudiera resultar conveniente e inclusive constructivo; lo cual  nos demuestra que, como casi todas las circunstancias de nuestra vida, su resultado final depende más de cómo las percibimos,  que de su esencia misma.

 

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Si el planeta se mueve, todos nos movemos y si el mundo avanza, todos avanzamos; no es nada extraordinario, catastrófico o que deba atemorizarnos.

La sinergia domina el escenario, pero eso tampoco es nuevo; que lo hayamos observado o no es otra cosa, pero siempre fue y será así. No es cierto que antes el mundo anduviera más lento, que la gente fuera más o menos noble, más o menos leal o decente, mejor o peor. Seguimos siendo los mismos seres que habitamos esta madre tierra: las mismas necesidades, ambiciones, sueños y… esperanzas.

Que el planeta aumente o disminuya sus vibraciones con el correr de los milenios –mientras lo mismo sucede en el espacio sideral- es algo de casi aceptación general, y que de alguna manera nos afecte, pareciera lógico. La influencia de esas vibraciones es casi imperceptible, porque vivimos muy poco tiempo, comparado con los lapsos en los cuales se producen esos cambios.

Lo cierto es que antes, después y más allá de cualquier aumento de la vibración universal, seguimos siendo los mismos hijos de Dios, con inusitada capacidad de adaptación al medio y a cualquier nueva situación. Independientemente de cualquier predicción o profecía –positiva o negativa- hoy más que nunca sentimos la necesidad de encontrar esa luz especial que da a nuestra vida una mayor espiritualidad.

Como seres humanos, de forma exclusiva, manejamos el recurso máximo: el amor, que es la fuente de toda generosidad, paz, alegría y felicidad; con el amor como escudo podemos resistir cualquier temor, angustia, depresión o enfermedad, producto de no entender ese nuevo tiempo que atemoriza a unos y excita a otros.

Nuestra razón nos obliga a aceptar los cambios y ponerlos a nuestro favor; es lo que han hecho los hombres y mujeres inteligentes y exitosas a través de los siglos. La bipolaridad de los valores y los hechos tampoco es nuevo, pero el hombre siempre ha sabido manejarlo.

Nada sucede sin una razón ni existe evento casual, porque todo está ordenado en el Universo. Estamos obligados a mirar el lado positivo de las cosas y los sucesos, porque aún la más adversa circunstancia tiene una parte positiva. Nosotros decidimos la óptima que aplicamos. Al fin y al cabo, somos una generación privilegiada: conocimos dos siglos y dos milenios, en los cuales se produjeron cambios trascendentales en los campos de la ciencia y la humanística, y eso sólo sucede cada mil años.

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«SI MANTENEMOS ELEVADO EL ESPIRITU, LO COMPLEJO PUEDE HACERSE SIMPLE.»

Algunas realidades que no se pueden obviar porque son parte de nuestra vida diaria en este mundo globalizado, hacen muy difícil, sino imposible, mantener una vida simple, como sí la disfrutaron nuestros ancestros.

En ese mundo mayormente prosumista, no tenía mucho de complejo pastorear los animales, cuyo alimento lo producía la tierra en abundancia y por el cual no se requería erogar ningún recurso económico. Tampoco debía pagarse ningún salario  a los miembros de una  familia troncal que realizaban las labores del campo, siendo que los restantes alimentos eran igualmente producidos  en  el predio o huerto familiar, de cuyo producto participaban conforme a su propia necesidad.

Desde curar un catarro hasta atender un parto, pasando por entablillar una fractura o sobar una falseadura,  eran actividades que alguien de la familia o algún vecino realizaban de la manera más natural, como algo común, corriente y sin más costo que el agradecimiento y la ratificación de reciprocidad solidaria, o consuetudinario respeto reverencial de ahijado.

El hombre conocía,  pero no consideraba indispensables para subsistir, servicios especiales como energía eléctrica, alumbrado o sistemas de tuberías para suplirse del agua potable. La leña, el carbón, kerosene, carburo o las velas le suministraban lo necesario y el agua de la mejor calidad se encontraba en los manantiales y en los pozos artesianos.

De tal modo, las pocas necesidades para la subsistencia cotidiana que no podía cubrir la producción hogareña o suministrar la naturaleza, normalmente eran logradas y compensadas sobre la base del trueque por productos o trabajo, ayuda de la comunidad, o a precios al alcance de todos que cómodamente podían cubrir las familias, tan bajos que hoy parecerían ridículos.

En las escuelas de niños y párvulos, su única solicitud era la asistencia de los alumnos. Los padres no requerían erogar cantidades dinerarias para la educación básica de sus hijos. Entre otras particularidades, porque por aquellos tiempos no se estilaban las múltiples contribuciones para el cumpleaños de la maestra;  el día de la bandera, del deporte, de la  madre, del padre, del árbol,  de la alimentación, del ambiente, de la tierra, del mundo, de la libertad, del niño, de la mujer, de la mascota y… pare de contar, que convierten tales celebraciones en una fuente de estrés para las familias de pocos recursos, que constituyen la mayoría.

En las Ciudades, las personas se trasladaban a su trabajo en medios de transporte muy simples y económicos, cuando no a pie, porque en esos tiempos la gente gustaba y podía caminar por las calles, sin miedo a ser atropellados por bólidos a alta velocidad, motocicletas que ensordecen,  empujados por los buhoneros que invaden las aceras, o asaltados por los delincuentes que han hecho de las calles su predio privado.

Dada esa vida tan simple, no se requerían celulares, faxes, ni computadores. Como la delincuencia no estaba institucionalizada sino que era excepcional, tampoco eran necesarios vigilantes privados, guarda espaldas o vehículos blindados, salvo aquellos obligatorios para los mandatarios, o uno que otro ricachón que gustara y pudiera pagarse tales aspavientos. Como la televisión era muy incipiente, el consumismo, la violencia indiscriminada,  la vanidad exagerada y la promoción a los anti valores no había encontrado, como hoy, un camino tan expedito y provechoso para su aumento exponencial, en contra del exiguo presupuesto, tranquilidad y solidez familiar.

Pero, todo eso quedó en el pasado. En el mundo nuevo que nos toca vivir, asiento de los mismos seres humanos de todas las épocas, ni mejor ni peor que aquel sino diferente, no queda casi nada que se pueda considerar simple, especialmente la actuación personal. La sobre población que aqueja los conglomerados urbanos, especialmente nutridos por la migración recibida de los sectores rurales, la globalización de las comunicaciones y la competencia a muerte por todo, ha globalizado también los problemas, la corrupción, la insensibilidad y la indiferencia afectiva, haciendo la vida del hombre realmente compleja.

Nada puede ser simple hoy porque todos estamos interconectados en todas y cada una de nuestras actuaciones, inclusive en aquellas que parecieran muy personales o elementales, como cantar, estornudar, reír o…toser. El creciente estrés producido por una competencia sin límites en todos los ámbitos de la vida contemporánea, ha hecho a un creciente número de seres humanos irascibles, inquietos, apurados, angustiados, malhumorados, impacientes, desconfiados, negativos y casi… insoportables.

Aquel que saluda afable, sonríe, tararea  una canción, hace un stop en su camino diario  para observar una flor, disfrutar de una fuente, acariciar un niño, o abre la puerta a una dama o un anciano, es mirado como bicho raro, desactualizado, tonto o… anticuado. Pero algo más grave, se expone a una reprimenda o una demanda por ruidos molestos, intervención del orden público, o intromisión en… la privacidad de las personas.

Y es que todo es tan complejo, que no se puede ser integral y actuar conforme se desea, sin correr el riesgo de afectar a alguien en el vecindario, el autobús, el trabajo o la calle,  sin importar si es  el de adelante, detrás o de los lados. La complejidad lo invade todo. Nada es simple ahora, incluido casarse, curarse  una gripe,  comprar un pasaje de autobús, mudarse a otra ciudad o… morirse.

Frente a esta situación cabe preguntarse:

¿Qué podemos hacer para no afectarnos más de la cuenta por tanta complejidad? ¿Es posible aún en un mundo tan  complejo vivir una vida simple?

Frente a la primera pregunta, ciertamente hay mecanismos que podemos utilizar para adaptarnos de la mejor manera posible a un mundo que ya nunca volverá a ser simple. Con respecto a la segunda, claro que siempre, independiente del nivel de complejidad, sí que es posible vivir una vida simple.

Pienso que en ambos casos es un problema de actitud personal. Así, la solución frente a la complejidad es asumirla como una situación normal de estos tiempos que nos corresponde vivir,  y aprender a convivir con ella. Se trata de entender las realidades cotidianas y ponerlas en función de nuestros intereses, buscando hacer esa complejidad lo más sencilla posible para nuestra vida. Al fin y al cabo, está aquí y no podemos desterrarla. Luchar contra ella es hacerlo contra la corriente y eso no es inteligente ni beneficioso de ninguna manera.

El proceso de actuar de forma simple,  o de simplificar las cosas, va a estar en mucho, en nuestra forma de interpretar el tiempo y el espacio en el entorno donde hacemos nuestra vida diaria. Tenemos que jugar con lo que conocemos y tenemos, que por cierto no son más que personas, cuyas actuaciones se derivan, en su gran mayoría, de nuestra propia actuación personal frente a ellos.

Si estamos claros con lo que queremos hacer de nuestra vida, independiente de la complejidad que involucren los tiempos actuales, la satisfacción de nuestras necesidades fundamentales, físicas y espirituales, es realmente limitado y no muy difícil de alcanzar. Fuimos dotados de suficiente intelecto para hacer de lo complejo, simple, al menos con respecto a nuestras necesidades vivenciales.

Dios, el amor, el respeto, la verdad, la solidaridad, la aceptación, la generosidad y la ternura, fundamentales para una vida feliz, sin excepción aunque trascendentes son muy simples. Nacen, se desarrollan y viven dentro de nosotros mismos. En consecuencia, el nivel de complejidad que le otorguemos, es algo que nosotros mismos y nadie más decide. El mundo externo escasamente nos suministra elementos para sobrevivir físicamente, y al  menos hasta  hoy,  los indispensables se encuentran hasta en el último rincón del planeta.

Por tanto, si somos capaces de manejar los recursos internos que alimentan nuestra espiritualidad, en contacto con Dios y fuente de nuestra intelectualidad, lo demás, como lo enseñara Jesús de Nazaret «… vendrá por añadidura.», e independiente de su complejidad,  no es lo fundamental; y eso, ciertamente, es bastante… simple.

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