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Archive for the ‘AMIGOS’ Category

VIVIR VIVIENDO

¿Cómo debemos vivir? Buena pregunta, que si la hiciésemos a cien personas, seguramente noventa por ciento nos darían diferentes definiciones, dentro de las cuales se reducirían a la parte física de comer, dormir, trabajar, recrearse de vez en cuando, y sentirse cómodos o poco aburrido con su pareja, amigos o familia. Pero, la vida, que para ser tal en el real sentido de la palabra, debería ser algo más que eso, porque está llena de eventos específicamente humanos como los sueños, retos, proyectos, decisiones y emociones; ya que,  como seres racionales, vinimos al mundo con metas muy definidas e inherentes a nuestra especie, como por ejemplo ser útiles a nuestros semejantes, crecer espiritualmente todos los días, para de una forma continua ir avanzando progresivamente, hasta lograr la meta más deseada: lograr que ese diario caminar por nuestra existencia, cual es… SER FELICES.

A estos respectos tratados y a tratar, deberíamos vivir viviendo, que es como decir que, más allá de algunas limitantes que son absolutamente aleatorias, cuales vale decir, que en algunos casos van a depender de situaciones que están fuera de nuestro control, como algunos eventos naturales muy especiales como los terremotos, las guerras,  e incluso, la misma muerte, cuyo efecto en  casi todo los demás casos, dependerá de cual fuere la forma de cada uno, de ver la vida y las cosas. Así, por ejemplo, los resultados de los sueños, retos, proyectos y decisiones personales trascendentes, requieren de otros elementos o factores inmateriales que no pueden determinarse físicamente, como la confianza, la fe, la diligencia y la disciplina;  cuales hibernan en lo interno de cada uno de nosotros, esperando ser activados por nuestra voluntad, para el logro del o  los objetivos deseados.

Si consideramos que mirar la extraordinaria y variada belleza de las flores en la primavera; el vuelo de las multicolores mariposas en el aire; escuchar el hermoso y diverso  trino de los pájaros sobre los árboles y en el cielo; el ruido cadencioso de los arroyos en las montañas  y meandros en los ríos; el reconfortante eco del ir y venir de las olas sobre el mar, en los acantilados; la inocente risa de los niños en los parques; la sonora y arrulladora voz de los coros en las iglesias; los casi inaudibles pero constantes y repetitivos consejos de las abuelas;  y la mágica voz de esa persona que escogimos para ser especial en nuestra vida, nuestra cónyuge, cuando nos obsequia la más  hermosa bendición del alma: TE AMO.

 Igualmente,  regodearse con la belleza de las auroras en las mañanas, acompañados de un humeante cafecito mañanero;  del crepúsculo en la tarde cuando el sol despide el día en el verano, al sabor de  ese té especial y tranquilizante que tomamos antes de dormir; la belleza especial e incomparable de la nieve sobre los árboles en los inviernos, cuando degustamos el chocolate caliente que nos reconforta, son experiencias incomparables que vivimos intensamente y que, independiente de la temperatura, como nos lo preparan con tanto amor, nos llenan el alma de constante ternura.

 Por todo esto, considerando que sólo he citado algunos placeres que otorga de forma gratuita a nuestros sentidos la naturaleza, porque también debería citar la literatura, el arte, etc., en este paso por esta vida física que, independiente de cuantos años vivamos en tan corto periplo, dejar de considerar y disfrutar de tantas cosas, eventos y situaciones, que como bendiciones Dios dispuso para nosotros sobre esta tierra, ciertamente sería un desperdicio injustificable de nuestro  tiempo sobre ella; tanto,  que equivaldría a asegurar que no logramos el privilegio, que sólo depende de cada individuo de…VIVIR  VIVIENDO.

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En algún sitio sin determinar el autor, leí un pensamiento que, dada mi propia experiencia, me pareció una verdad tan grande como un Templo: “La voluntad de Dios nunca te lleva donde la gracia de Dios no te proteja”. Es que durante toda mi existencia, en mi caso personal, siempre que alguna circunstancia negativa o problemática me ha afectado, de alguna manera continuamente y en todos los caos, he encontrado el camino cierto para lograr superarla. Quienes pensamos y creemos que la voluntad de Dios es hacedora y manejadora permanente, no solo de la naturaleza sino también de todos los entes humanos, sabemos que es la fe en tal verdad lo que nos convence en la esperanza de que todo lo que nos acontece, es superable.

Una de las más graves fuentes de producción de  estrés, que se ha convertido en el elemento fundamental de muchas de las enfermedades físicas y mentales que sufrimos en el mundo de hoy los seres humanos, lo es precisamente la incertidumbre, que no es otra cosa que el temor a no saber que podrá suceder mañana, que de alguna manera pueda afectarnos. Pues bien, ese terrible estrés que acogota a nuestros congéneres en esta época, no es otra cosa que la desesperanza, que como antes he indicado, se produce precisamente por ignorar o desestimar, ese hecho cierto de que Dios nunca nos dejará llevar donde su gracia no  pueda protegernos.

Pienso que conviene retrotraernos a los años que hemos vivido, y de la manera más sincera, recordar las situaciones difíciles que hemos atravesado y en tal sentido, también recordar cómo y de qué manera las superamos; sin duda alguna, tendremos que aceptar que no fue un milagro ni un caso fortuito lo que nos dio la solución, sino esa intuición, trabajo, dedicación y diligencia que pusimos para lograr el cometido, lo cual por cierto, aunque en ese momento no lo determinásemos simplemente se produjo por una decisión acertada, que aunque en ese momento no estuviésemos conscientes, se produjo por una  inspiración divina. Son muchas las veces que personas me han comentado algo como esto: “…sabes, hoy doy gracias a Dios porque me haya acontecido tal evento, que en su momento me pareció desgraciado, pero que hoy doy gracias porque me haya sucedido.”

Nuestra existencia sobre esta madre tierra, es similar a un camino con zigzagueos, altos y bajos, el cual recorreremos durante nuestra vida física, pero que en mucho dependerá como lleguemos al final, precisamente de nuestro estado de ánimo y la seguridad de que somos capaces de superar cualquier escollo, precisamente porque tenemos a Dios con nosotros, el cual independiente de la dificultad,  nunca nos abandona. Tengo la suerte de conocer mucha gente inteligente, que independiente de su nivel académico, de poder, fama o riqueza, al vivir inmerso en estas verdades, simplemente han logrado la máxima ambición humana: ser felices. Asimismo, todas las personas que conozco con una vida ruinosa, adolorida o solitaria,  siempre tienen la misma característica fundamental: no tienen la fe en que Dios tiene sus propios caminos para darnos el mal -que normalmente nos deja una enseñanza- pero también el remedio necesario y oportuno.

Definitivamente la vida es menos difícil de lo que algunas personas se la hacen, cuando ignoran o no entienden que nuestra existencia física es elemental, y nuestra tranquilidad mental depende solo de nuestra espiritualidad; por lo cual, no se requieren grandes riquezas ni dones especiales para suplir nuestras necesidades físicas, y el nivel de  nuestra tranquilidad espiritual lo será en tanto y en cuanto contemos nuestras bendiciones, y le demos su peso real a nuestras carencias; todo lo cual depende de nosotros mismos, sin requerir para ello de ningún costo,  inversión económica o disponer de poderes especiales.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

 

 

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EL CORRER DE LOS AÑOS

feliz cumpleaños amigoCon mis setenta y siete  años encima, como típica persona, no de tercera edad sino de juventud prolongada,  absolutamente convencido de mi condición vivencial físico-espiritual, debo comentar que, a mi manera de ver el asunto de la edad como una circunstancia personal, debo comentar que considero que tiene dos efectos inmediatos sobre los cuales toda persona racional debe meditar amplia y sinceramente. Me refiero en primer lugar al aspecto físico, esto es,  cómo afecta a nuestro cuerpo en la mayoría de nuestra integralidad corporal. Sin duda que al envejecer igual que todo ser viviente, tanto del reino animal como del vegetal, la tendencia es ir perdiendo capacidad física y sufrir efectos degenerativos, hasta llegar al final cuando morimos y nuestro cuerpo cumple su destino bíblico: “Polvo eres y en polvo te convertirás.”; lo cual por cierto es indefectible y por tanto no debería  infundir temor a nadie, precisamente porque no hay como evitarlo.  En segundo lugar, nuestra condición racional que conlleva nuestro convencimiento de nuestra espiritualidad, nos permite conocer que al morir, simplemente nuestro espíritu vuelve a esa dimensión de donde vino cuando nacimos, como nos lo anticipara Jesús de Nazaret cuando decía: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”, dejándonos de tal manera el mensaje de que en verdad somos eternos por lo cual este paso por la vida es sólo una de las muchas etapas de nuestro crecimiento espiritual,  lo cual debería hacer aún menor el temor a la muerte, porque lo que desaparece de la faz de la tierra es nuestra parte física pero nuestra alma continúa su proceso de crecimiento espiritual y eso es más bien beneficioso.

En mi modo de ver la vida y las cosas, el transcurrir de los años es un proceso normal que no tiene por qué preocuparnos más de la cuenta, sino por el contrario, es un acicate para  disfrutar cada minuto de cada hora de cada día, bajo la premisa de  que nunca volverá a repetirse y por tanto debemos aprovecharlo al máximo.  Es que como nos sintamos en cada edad, más que con el número de años que transcurren,  tiene que ver con nuestro estado de ánimo,  porque cada edad tiene su parte bella y sus irrepetibles momentos de disfrute, plenitud, sueños  y felicidad.  Sin duda que, dada la incertidumbre de no saber que puede ser mañana de nosotros y nuestra vulnerabilidad frente a una naturaleza terriblemente implacable, tales realidades pueden influir  de forma definitiva, en quienes desoyendo los consejos de los filósofos griegos antiguos que nos enseñaron: “Si no tomas la incertidumbre como una aventura, terminará produciéndote miedo… y eso es lo peor que te puede pasar.“   terminarán temiendo al devenir del tiempo y el transcurso de los años y al ocupar su tiempo en  estas especulaciones, se perderán de disfrutar el día a día tan lleno de cosas bellas, que como antes comento, pudieran ser irrecuperables.

El transcurrir de los años, para quienes tratamos de prolongar nuestra juventud -especialmente cuidando que no muera nuestro niño interno- nos regala cosas maravillosas, y si se quiere mágicas, como el amor a nuestra pareja, el advenimiento de los hijos, los nietos, la acumulación de amigos –que son esa otra familia que escogemos voluntariamente, porque no deviene de consanguinidad alguna- y la esperanza de que mañana será mejor, porque diariamente hacemos lo único que nos es permitido para un mejor futuro: hacer las cosas bien hoy.

– ¿Quién podría decir con verdad que con el correr de los años e independiente de la edad, no es maravilloso enamorarse y disfrutar del amor de ese ser amado, su sexualidad,  su ternura, su lealtad, su solidaridad, su dedicación, atenciones  y sus cuidados?´

-¿Quién en su sano juicio no disfrutaría de las caricias de  un hijo o un nieto amorosos?

-¿Quién podría decir que no es hermoso cuando un amigo te abraza y te ratifica su amor, especialmente cuando te encuentras en dificultades?

-¿Quién desmentiría que la sonrisa de los niños, el trinar de los pájaros, el ruido de las olas del mar, el rumor del  agua en los arroyos, la forma y color de las flores, no son un espectáculo simplemente magnífico a nuestra vista, que nos embelesa, fortalece y hace amar  aún más la vida?

-¿Quién podría negar que cuando finalizamos nuestra formación académica con  éxito, independiente de cuál sea su nivel, es un momento de inmensa felicidad y orgullo?

Pues bien, ninguno de estos pocos ejemplos de los muchos que nos regala la vida, podríamos experimentarlos sino con el transcurso de los años. Es por lo cual cualquier persona en estado de agonía, daría cualquier cosa por un día, un  mes o un año más de vida, sin temor a que va a ser  más viejo. Por el contrario, los años que conllevan la vejez, conforme a tu estado de ánimo, serán una bendición o un fardo duro de llevar.  Al menos en mi caso,  no tengo duda que mi vida –no obstante haber estado muy cerca de la muerte varias veces-  ha sido realmente bella, interesante y exitosa. Dios ha permitido que realice mis sueños; quizás porque fueron sencillos, absolutamente realizables y de acuerdo a mi formación de pensamiento cristiano y  positivo.

Hoy, con casi ocho décadas de vida, físicamente no puedo hacer algunas cosas como lo hacía a los veinte, pero tengo tantos y bellos recuerdos de mi niñez, adolescencia y juventud,  que aún estoy prolongando, que ciertamente no tengo que quejarme del correr y aumento de  mis años. De alguna manera, puedo decir que han sido más los logros y satisfacciones, que los momentos duros que he encontrado y superado en el camino de mi vida. Tal vez por eso me siento bien al escribir estas reflexiones, con la esperanza de que alguno de aquellos que temen a la vejez o a la muerte, en vez de perder su tiempo en estas nimiedades, se dediquen a evaluar todo lo que realmente  han vivido y lo que tienen por vivir, con el convencimiento que son ellos y nadie más, quienes con su optimismo, fe en Dios, esperanza, trabajo, decisión  y diligencia, podrán hacer de cada uno de sus años un reto y agradable aventura, que mucho quienes ya están bajo tierra hubieran desearon experimentar. Así como que para mí el tiempo es una ficción de nuestra mente, que solo nosotros podemos poner a nuestro favor para disfrutarlo intensamente.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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¿ LLEGA O SE ENCUENTRA LA FELICIDAD ?

JOVEN PAREJA FELIZ

Sobre la pregunta del título, tanto a nivel positivo como negativo, se ha escrito mucho. Yo mismo escribí hace trece años, sobre temas de la vida real y  a nivel positivo, un libro de trescientas cincuenta páginas, el cual por cierto está disponible y puede bajarse en forma digital y  completamente gratis en este mismo Blog, al final de cada post. Pues bien, luego de más de veinte años como Asesor Familiar y de Parejas, donde platiqué de forma continua con muchos  padres que tenían problemas con sus hijos; personas que conformaban uniones conyugales,  solteros y divorciados; así como que viajé por más de 14 países, siempre observando cuidadosamente el comportamiento humano,  puedo decir con toda certeza que LA FELICIDAD NO LLEGA, SINO QUE DEBE CREARSE.  Cuando alguien comenta que “Tal o cual persona encontró la felicidad.”, lo que realmente encierra esta oración  es que esa persona que es feliz,  buscó y encontró dentro de sí mismo, qué o cómo es que se siente feliz.

Desde el mismo momento cuando respiramos por primera vez, nuestra vida se concentra en sobrevivir, pero luego al tener plena conciencia, entendemos que esa primera etapa de nuestra vida debe ser superada por nuestra  razón e inteligencia, para lograr algo superior como es: VIVIR, en su sentido integral, lo cual significa VIVIR INTENSA Y PLENAMENTE, circunstancia que no podremos realizar si no se conquista la más cara ambición  humana: LA FELICIDAD. Es que la felicidad, como quiera que se refiere a un sentimiento interior, por lo cual no se puede inferir a simple vista si una persona es feliz o no, no llega ni se encuentra a la vera del camino de nuestra vida, sino que, se requiere invariablemente  que nosotros mismos la provoquemos, precisamente haciendo de cada paso del sendero de la vida un acto feliz, sin esperar o ambicionar que la felicidad  llegará o la encontraremos al final del camino.

Puesto  que una  de las características de la felicidad es que como la infelicidad no es permanente y sin intervalos en nuestra vida, aunque fuere de segundos, no tenemos otra opción que aceptar que la felicidad no es más que la suma de muchos momentos felices, cuales sin duda es a nosotros y no a nadie fuera de nuestro ser interno, a quien le corresponde determinar su estatus, integridad y duración.  Siempre lo he manifestado, escrito y practicado, que soy yo quien le da color a los actos y circunstancias de mi vida, por lo cual soy yo y nadie más, el responsable de mi felicidad. Ejemplarizando: si siguiendo la guía que nos dejara Jesús de Nazaret, si somos capaces de olvidar el ayer; no preocuparnos sino ocuparnos del mañana; perdonar a quienes nos hagan o intenten hacernos daño, amando a nuestros semejantes y especialmente a nuestro entorno íntimo, siento que tengo más probabilidades de ser feliz que quien no asiente su vida sobre estos principios.

En mi caso, considerando que nuestra vida es elemental,  y en mucho por mi formación familiar, esos antes citados valores han sido una constante de mi vida desde niño, por lo cual  siempre he sido, soy y seré feliz hasta el último de mis días; precisamente porque he creado mi propia felicidad amando a la gente, aceptándolos como son, respetando su individualidad, solidarizándome con sus problemas –que normalmente no son más que asuntos por resolver–  y siempre seguro de que, salvo raras excepciones, existe una gran posibilidad de recibir de los demás, sino lo mismo,  por lo menos algo parecido a lo que yo les doy. Por eso no entiendo los hijos que se pelean por siempre con sus padres u otros familiares, no obstante el  vínculo sagrado de la consanguinidad; ni  las parejas que luego de amarse y entregarse en cuerpo y espíritu, no son capaces de perdonarse alguna ofensa o agravio,  y destruyen lo que les costó tanto amor, esfuerzo, dedicación y tiempo construir; o los amigos que, al crear ese sentimiento tan especial -que a veces supera la calidez de la familiaridad consanguínea- lo desmejoran o destruyen por imponer su criterio, por situaciones fútiles, superficiales y superables, pero que no son capaces de afrontar con la autoevaluación sincera de su actitud y respeto por la persona humana.

La vida me  ha enseñado que algo fundamental para entender a los demás, y que por cierto no es difícil, es ponerse en su situación en determinadas circunstancias que muy bien pudieran ser las nuestras. En tal sentido, como mis congéneres son tan humanos como yo, estoy obligado a pensar cual hubiese sido mi actitud en su caso y como consecuencia tratar de sobrellevar la situación que se presente; si lo hago, seguramente podré entender mejor sus actuaciones y posiciones frente a esa cotidianidad, que nos envuelve como grupos y/o sociedad organizada, cuyo resultado es precisamente, la convivencia en armonía y paz, para abonar a nuestra felicidad personal. Casi a medio Siglo de matrimonio feliz, una bella y numerosa familia en la misma situación; muchos y muy queridos amigos, tanto en persona como cibernéticos, no dudo en recomendar a mis lectores que no esperen que la felicidad les llegue del cielo o la encuentren mediante la riqueza, la belleza, el poder o la fama, sino que deben procurarla mediante actos de amor, comprensión, respeto, solidaridad, sensibilidad y buena comunicación; siempre diciendo la verdad y sin guardar las situaciones de diferencias con nuestro entorno, sino manifestando lo que sentimos a tiempo de que se pueda instrumentar alguna solución, porque cuando se guardan o esconden los sentimientos, éstos buenos o malos, crecen hasta convertirse en obsesiones o situaciones que pueden llegar a ser hasta… patológicas y eso, precisamente, es fuente de infelicidad.

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ACTITUD EN TIEMPO DE CRISIS

ARAGUANEY: ARBOL NACIONAL DE VENEZUELA

Que en nuestra querida Venezuela  hoy existe una crisis prácticamente global -que es como decir económica, política y social en general- generadora de uno de los factores más perturbadores para cualquier sociedad organizada, como es la incertidumbre,  es algo que no es discutible. Como consecuencia de tal realidad, se hace necesario meditar de la forma más seria –y a ser posible tranquila- sobre cuál debería ser nuestro comportamiento como ciudadanos frente a tal grave situación. En mi humilde concepto, mantengo el principio de que de nada sirve “preocuparnos”, porque esta actitud nada positivo aporta a una solución; sino que, por el contrario, nos altera aún más, haciendo más difícil “ocuparnos” de encontrar una alternativa en pro de localizar caminos, que nos ayuden a campear el temporal que nos azota.

Pienso que cuando el país está boyante y sin problemas no se requiere inteligencia, moderación o armonía para convivir las realidades del momento de la patria. Es en situaciones especiales, y si se quiere inéditas, cuando se requiere la mayor templanza para valorar y/o evaluar nuestro comportamiento personal, que  sin ninguna duda influirá de manera decisiva en el proceder colectivo. Creo que, quienes como yo hemos vivido con total sentido común las diferentes etapas que se han sucedió en los últimos sesenta años en Venezuela, sin haber dejado la vida o la razón en el camino,  estamos obligados a contribuir a la ponderación  cabal de la situación  nacional actual. No somos una isla al margen de los acontecimientos que hoy aquejan al mundo civilizado, ni debemos esquivar nuestras responsabilidades como habitantes de una nación, que al menos en mi caso, me dio todas las oportunidades para mediante la fe, la diligencia, el estudio, el trabajo y la confianza en mí mismo, adelantar mi principal proyecto: mi formación personal integral y el desarrollo de una familia con valores de honestidad, amor, sensibilidad social y solidaridad humana, que hoy se reflejan en la solidez de sus respectivos hogares.

En el mismo sentido de lo antes expuesto, siento que, como venezolanos,  estamos obligados a ser optimistas; porque el país ni se ha hundido ni se hundirá, especialmente porque su mayor capital no son sus múltiples riquezas naturales, sino que su principal recurso para salir adelante en cualquier situación que se presentare, lo somos nosotros, los venezolanos. Si, nosotros los ciudadanos aportando ideas, trabajo, confianza, fe y esperanza de un futuro mejor,  será como aumentaremos las posibilidades de superar los escollos que en estos momentos pudieran parecernos casi insalvables. No es con actitudes pesimistas, derrotistas, o como una vez lo dijera Rómulo Betancourt “…con alaridos de Casandras agoreras”, como podremos superar la situación que nos aqueja.

De cualquier manera, la situación actual de Venezuela, por acción u omisión nos involucra a todos; por tanto, somos nosotros, todos los venezolanos, quienes dentro de nuestras reales posibilidades, tenemos que meterle el pecho al país para sacarlo adelante. Yo, que conozco a Venezuela de Oeste a Este, desde Sichipés en la alta Goajira hasta San Fernando de Atabapo en Amazonas y de Norte a Sur desde Puerto Cabello hasta Puerto Páez, pero que además he recorrido buena parte del mundo fuera de nuestras fronteras, puedo decir con plena certeza, que Venezuela es como territorio,  una tacita de oro; y como nación, la mejor gente del mundo. Por eso, por todo lo dicho es que aún teniendo mucha de mi familia en Canadá, Estados Unidos y Colombia, mi sentido de pertenencia a esta tierra maravillosa, es superior al temor o a cualquier otro sentimiento que pudiere afectar mi sentido de conservación. Yo que viví con pleno conocimiento esta Venezuela, que en los últimos sesenta y seis años ha cambiado varias veces su denominación y signos nacionales; vivido democracias, dictaduras y revoluciones; épocas de extraordinario auge económico y situaciones de grandes carencias; sin cuestionar o juzgar de ninguna manera los compatriotas que emigran, no tengo la menor duda que mi puesto está aquí, en las buenas o en las malas, pero aquí, aferrado a esta tierra, a los setenta y siete años de pié, como los robles, dispuesto a resistir los ventarrones, los inviernos  y los veranos, porque sé y no tengo duda, que todo tiene su tiempo y que lo que algunas veces sentimos como un tropiezo, más adelante puede resultar una buena enseñanza o experiencia, que aporte mayor felicidad a esta tierra que tanto amamos: VIVA VENEZUELA hoy, mañana y siempre.

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NO AL MIEDO

 mujer asustada

No podemos permitir vivir en el mundo del miedo, porque si lo hacemos ya no viviremos, sino que sobreviviremos y no fue para eso que vinimos a este mundo. Miedo al desamor, miedo a las enfermedades, miedo a la inseguridad de todo género, miedo a los terroristas, miedo a una nueva guerra nuclear; todo lo cual nos imposibilita de salir a la calle, visitar los amigos, visitar la familia, acostarnos a la hora que nos plazca; temer cuando alguien estornuda, evitar que alguien nos bese, que nos abrace, que nos den la mano.

Tememos al taxista porque nos puede asaltar, a la señora embarazada que solicita ayuda porque creemos que es un señuelo, a un accidentado en la carretera por el mismo motivo; si en la noche vemos un auto que nos sigue aceleramos, doblamos la esquina  y desaparecemos; tememos a las motos que llevan un parrillero, sin considerar que  para ese fin, precisamente, fue que se  le adicionó la parrilla; tememos si en la noche vemos una patrulla, cuando por lo contrario nos corresponde sentirnos seguros, porque debemos suponer que su deber e intención es protegernos;   y… pare usted de contar.

Ahora bien… ¿Es posible que permitamos que la cuasi paranoia nos lleve a este nivel de vida tan precario?

¿Qué pasó con nuestra fe en Dios, nuestra confianza en sí mismos y nuestra autoestima?

¿Qué sucedió con nuestra seguridad en que hay más gente buena que mala en el mundo, por lo cual aun subsiste,  y que el venezolano es buena gente, solidario y generoso?

¿Se nos olvidó que nuestros mayores nos enseñaron que la policía, los bomberos, los socorristas son los principales amigos y que  el mejor hermano es el vecino más cercano?

Bedito sea Dios… ¿Cómo llegamos a esto teniendo el país más bello del mundo; con la mejor gente, con hermosos paisajes, los mejores climas,  hermosas llanuras, indescriptibles esteros, gigantescos mèdanos y espectaculares ríos; con la Flora más bella y la Fauna más variada del planeta?

Que existen problemas políticos, económicos, sociales y de inseguridad, pues ya lo creo; somos una nación de más de 30 millones de habitantes, con personas de diferente ideología, forma de pensar sobre la vida y las cosas, que dicen y actúan como lo sientenm porque somos esencialmente democráticos. Pero miremos hacia atrás, todo lo que hemos superado desde 1909. Hemos vivido dictaduras, democracias con muy buenas intenciones pero que no llenaron completamente las aspiraciones sociales; un experimento socialista que no termina de cuajar y todo lo hemos enfrentado con coraje, haciendo lo mejor que podemos nuestra actividad generadora de progreso, como ese aporte indispensable al desarrollo del país y… aquí estamos;  cada quien en lo suyo, con sus diferencias y desacuerdos, pero tratando de mantenernos en paz y armonía, y la realidad es que, quizás no de forma excelente, pero lo hemos logrado.

Entonces no hay razón para tener tanto miedo; simplemente, consideremos la situación actual problemática, que por cierto no es solo en Venezuela sino en el mundo; basta observar el Medio Oriente, Korea  y Europa, donde la situación sì que es muy grave y de muy difícil solución. Por lo tanto, tenemos que tranquilizarnos un poco, tomemos las previsiones necesarias y actuemos con cuidado, atención y respeto por los demás. Especialmente debemos ser sensibles y solidarios con nuestros semejantes, sin olvidar que seguimos teniendo familia, amigos, vecinos, servidores públicos honestos porque los corruptos no son el común; consideremos que seguimos siendo una comunidad, una sociedad pacífica, consciente de sus derechos y sus deberes… pero pacífica.

No debemos olvidar que continuamos siendo una gran familia: la familia venezolana, integrada por quienes aquí nacieron y quienes vinieron de otras tierras a incorporarse con nosotros a desarrollar este país. Y como quiera que tengo más de seis décadas viviendo aquí con pleno uso de razón política y económica, no puedo permitir que el miedo me dañe los años de vida que me quedan o me limite a seguir siendo útil, por los riesgos que pueda correr; por eso me siento obligado a gritar a los cuatro vientos a mis queridos hermanos venezolanos: el miedo es malo porque distorsiona la realidad, disminuye la fe, nos hace sentirnos indefensos, desmejorados, disminuidos. Y es por eso que debemos decirle al miedo, en cualquier situación o circunstancia:  NO, NO  y NO.

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LA EDAD Y LA VIDA

Releyendo en alguna parte, encontré una anécdota sobre Galileo Galilei, cuando ya teniendo su barba blanca, unos amigos le  preguntaron ¿Cuántos años tienes? Y él les respondió ocho o diez años. Por tal respuesta le replicaron asombrados: ¿Cómo es eso? Y Galileo les replicó.  “…los años que tengo son los años que me quedan por vivir, porque los ya vividos ya no los tengo, como no tengo las monedas que se han gastado, todos ya se fueron.” Meditando sobre esta respuesta, tengo que llegar a la conclusión que ciertamente, los años que tenemos son los que nos quedan que vivir  y no los que ya hemos vivido, porque los vividos son como el agua que pasó bajo los puentes: pasó y no volverá, así como los años pasados no volverán y nada puede hacerse sobre ellos.

Entonces los años que son míos, como lo dijera Galileo, son los que me faltan por vivir, y por tanto, son esos años que me quedan los que deben ocuparme; vale decir, que voy a hacer con ellos y en ellos, pero como no sé cuantos serán, en realidad tengo que referirme, o mejor dicho,  a los días, horas, minutos y… segundos. Me corresponde pensar que voy a hacer en ellos y con ellos; sin duda alguna para procurar  mi mayor felicidad, la de mi entorno íntimo, y en general como cristiano, en mis semejantes.

De tal manera debo amar intensamente cada minuto y disfrutar con fruición las múltiples bendiciones que Dios puso para mí sobre esta tierra. Como siempre he sido un enamorado de la vida, ahora más que nunca, sobre la base de la citada reflexión me corresponde ser más amoroso con las personas que amo y manifestarle en cada ocasión posible ese amor que tengo por ellas. Asimismo, me corresponde dar lo mejor de mí en todo lo que hago, que es como decir que debo hacer todo con más pasión que nunca, sintiendo el placer de ser  útil y solidario con las personas; recordar a cada momento que el tiempo se agota y no puedo desperdiciarlo, sino… vivirlo. Ahora tengo que pensar que todo pasará, como han pasado mis años vividos; por tanto me corresponde disfrutar haciendo las cosas con amor y viviendo cada momento con emoción especial; debo aceptar que lo único que quedará de mí será el amor y los buenos actos que de mi recuerden las personas y, especialmente, mis seres queridos.

Venturosamente, como soy escritor, ahora más que nunca me corresponde escribir sobre lo bello de la vida, que he vivido y lo maravillosa que puede ser la existencia para cualquier persona que comprendiendo lo limitado de su vida,  entienda que solo amando, manifestando el amor y   haciendo el bien en cada momento, podemos sentirnos realizados física y espiritualmente. Esto conlleva aceptar la diversidad humana, respetar la individualidad, introspeccionar la obligación que tenemos quienes tenemos acceso y utilizamos los diferentes medios de comunicación, como personas felices, de procurar que los demás entienden que es posible serlo, porque depende de nosotros y de nadie más.

En el mismo sentido, nos corresponde pensar que algo que pareciera elemental para nosotros, pudiera ser que para otros pareciera muy complicado; por ejemplo, aquellos que dicen como su aporte a algún problema que sufren: “…estoy preocupado por tal o cual asunto…”, sin considerar que su preocupación, realmente, nada positivo aporta a la solución del problema, sino que, por el contrario, estar preocupado afecta su mente y su capacidad de resolver algo. Por lo cual no sirve de nada estar preocupado, sino que en vez de tal, debemos no preocuparnos sino ocuparnos de cómo solucionarlo; pero sin preocupación, sino actuando con diligencia, confianza, positividad y fe: con la mente despejada,   lo cual no es fácil si nos encontramos preocupados.

Igualmente, el odio, el rencor,  los malos deseos, las maldiciones, no hacen daño a quien se le profesan, sino que nos ensucia el alma, retarda nuestro crecimiento espiritual y entorpece recuperarnos de cualquier   mala acción que nos haya producido  alguien. En cambio, el amor, el perdón, la bendiciones, la caridad y poner las malas situaciones que no podemos resolver en las manos de Dios, nos ayudan a recuperarnos  física y espiritualmente de cualquier inconveniente que alguien nos produzca. Pero lamentablemente, pocas personas pueden procesar esta realidad que para  nosotros es obvia.

Por todo eso, estamos obligados a insistir hablando y escribiendo sobre estas verdades, que parecieran elementales, pero que   muchas veces  hacen la diferencia entre la gente triunfadora y feliz, y aquellos que se consideran perdedores e infelices por no lograr algunas de sus metas, sueños o ambiciones.

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lao tse - pensador chino

Releyendo a Lao Tsé (490-570 a.C.), cuando sentenciaba:  “Quien conoce a los  hombres es inteligente/Quien se conoce a sí mismo es iluminado.”

Al respecto medito sobre el que la mayoría de los  humanos, dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a tratar de conocer cómo piensan los demás, sin preocuparnos de  nuestro pensamiento propio. Realmente, nuestras mayores desavenencias y preocupaciones diarias surgen porque  no somos sinceros con nosotros mismos, precisamente porque no nos conocemos suficientemente; es por lo cual, no tenemos la valentía de ser y  hacer nuestra vida, únicamente como corresponde a nuestra idiosincrasia y/o identidad propia.

Pienso que por eso sufrimos las consecuencias de Abogados que debieron ser Comerciantes o Médicos que debieron ser Banqueros, ya que, en su interior estas personas nunca les preocupó tratar de conocerse a sí mismos, sino que, como veletas, siguieron la tendencia del momento o la sugerencia de quienes, bien o mal intencionadamente, les aconsejaron conforme a su criterio; como consecuencia produjeron relaciones personales fundamentales como el matrimonio, orientados por intereses que  no coincidían con su criterio interno, las cuales consecuencialmente no llegaron a buen fin, con los consabidos daños a quienes no tenían culpa de esa ignorancia: los hijos.

En el mismo sentido, el no conocerse a sí mismo nos  pone en riesgo de  ser esclavos de las tendencias de vida, tan bien e inteligentemente diseñadas por los especialistas en publicidad y marketing, pero aún mejor difundidas por los nuevos medios de comunicación social,  que invaden hasta lo  más íntimo del estudiante, la familia o la pareja. Como resultado, observamos estudiantes que, cuando  no están en la escuela, parecen zombis, ensimismados por horas en sus equipos electrónicos y no precisamente para estudiar; vemos asimismo, familias reunidas donde se perdió la calidez de la conversación mutua, la magia de la oración y el calor especial de compartir las anécdotas de sus vidas en la mesa del comedor;  y en las parejas, llenas de belleza, salud y vigor, desperdiciar la oportunidad de prodigarse ternura y amor suficiente, porque los programas de televisión les ocupan tanto tiempo, que cuando finalizan ya están muy cansados y mañana deberán levantarse temprano para trabajar, por lo cual esos maravillosos e irrepetibles momentos de convivencia, quedarán relegados… para otra oportunidad.    

Ese no preocuparse por conocerse a sí mismo, que decía Lao Tsé nos hace iluminados;  cuando nos referimos a la apariencia personal,  entonces es realmente dramático y algunas veces patético, ver señoras y caballeros que por seguir la moda usan atuendos, peinados y maquillajes tan en contraposición a su edad, que por decir lo menos se ven… ridículos; o damitas que por seguir la usanza del momento, muestran más de lo que deben o  pintarrajean sus cuerpos de tal manera, que interponen un velo sobre lo que seguramente disponen y ayudarían a la sociedad divulgando: su belleza natural, inteligencia, sensibilidad e intelectualidad.      

Finalmente, debo comentar que al  menos para mí, ese conocerse a sí mismo, que es como decir actuar en todo conforme a nuestro propio sentir, es la única manera de disfrutar y mantener una libertad personal que nada ni  nadie, bajo ninguna circunstancia, podrá arrebatarnos nunca.

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CAMINANTE

Por un requerimiento especial de una Instituciòn de voluntariado, repongo en tres etregas, un Artìculo que escribì hace algunos años en un periódico local, sobre lo importante de hacer el bien hoy. No me canso de leer a Dale Breckenridge Carneige, comúnmente conocido como Dale Carnegie, ese joven campesino que nació en 1888 en un pueblito de Missouri, que creció  entre cerdos y cosechas de maíz mientras realizaba sus estudios; que se hizo maestro y luego de la Universidad, vendedor desde cursos por correspondencia hasta jabón, coronando al final su carrera como vendedor de optimismo y confianza en sí mismo, mediante miles de conferencias y libros que se publicaron en múltiples idiomas, que fueron decisivos y quizás pioneros en esa literatura tan variada y de acceso al gran público, que hoy se ha dado por denominar de “superación personal”.

Tengo más de cincuenta años leyéndolo y cada vez que lo releo me identifico más con ese pensamiento abierto, sencillo y sincero de quien se sintió comprometido con la humanidad, en cuanto a contarle lo que él creyó haber descubierto en el camino de ser útil a todas aquellas personas que desconocían su propio potencial personal. Las ideas de este hombre excepcional, aún hoy después de más de medio Siglo de su muerte, sigue siendo un faro que ilumina el camino de muchas personas que buscan orientación para mejorar su forma de vida, utilizando los recursos más eficientes de que alguien pueda disponer: su propio yo.

 De todas las cosas maravillosas que inspiró con su oratoria extraordinaria directamente a miles de trabajadores, empresarios y personas de todo nivel cultural, me llamó profundamente la atención su concepción de la vida como un camino que debe recorrerse con amor, generosidad y caridad para todos nuestros semejantes; en el cual debe actuarse de inmediato y sin ninguna dilación, porque como acertadamente lo declaraba: “nunca más volveré a pasar por aquí.”

Es bajo la citada motivación que hoy, me permito transcribir ese didáctico pensamiento suyo, que como todas las cosas que escribió, podría generar una reflexión útil: «Pasaré una sola vez por este camino; de modo que cualquier bien que pueda hacer o cualquier cortesía que pueda tener para con cualquier ser humano, que sea ahora. No lo dejaré para mañana, ni la olvidaré, porque nunca más volveré a pasar por aquí.»

Personalmente, soy un seguidor de ese principio. No tengo duda de que eso que para Dale Carneige era este camino,  lo es igualmente para mí: mi vida.

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EL VALOR DE LA VIDA

la vida III

Creo, sinceramente, que la vida es invalorable;  ya que, mientras la poseemos tenemos esperanza, que  no es otra cosa que la expectativa de continuar… viviendo. Porque vivir, en cualquier instancia es,  simplemente, fenomenal. Basta con mirar, oír o disponer de alguno de nuestros sentidos, para disfrutar la belleza de la vida. Incluso aquellos que están inválidos y no pueden mover ninguno de sus miembros, sólo percibir de alguna forma un ser amado, le reconforta y aumenta su deseo de vivir: siempre con la esperanza de recuperarse. Si lo expresado es así, como sin duda puedo asegurarlo porque he vivido las situaciones, quizás  más difíciles y cercanas a la muerte -sin que haya decaído mi esperanza de continuar viviendo- estoy obligado a compartir con mis hermanos humanos, la necesidad de no desperdiciar la insustituible experiencia de vivir, que malgastamos cuando nos disgustamos, nos peleamos o nos sentimos tristes porque algo no sale como lo deseamos; no recibimos el trato que esperamos de otras personas; no tenemos todos los bienes, riquezas, fama o poder que creemos merecer.

Ciertamente, cuando comparamos nuestra expectativa de vida con la edad del mundo, notamos que es tan corta pero tan corta, que perder un segundo preocupándonos por algo –teniendo o no solución- en vez de ocuparnos en disfrutar tantas bendiciones que Dios puso sobre la tierra para nuestro deleite,  es… inexcusable. Si percibimos los tropiezos o fracasos como enseñanzas; el dolor como maestro;  el desprecio o desamor hacia nosotros, como catalizador de nuestra capacidad de blindaje espiritual; la carencia de bienes materiales, conocimiento, cultura o fortuna, como un reto para lograrlos; los sueños como metas a alcanzar; la soledad como medio para apreciar la compañía;  y la tristeza como calibrador de la bondad de la alegría, seguramente entenderíamos mejor el privilegio de vivir. Es que, todas esas circunstancias que, tomadas a la ligera parecieran negativas, son precisamente, las que nos hacen valorar las situaciones antagónicas, que más allá de lo inmediato, nos permiten adquirir aunque fuere un poco de… sabiduría, sin la cual jamás podríamos apreciar lo maravilloso de vivir, que es como decir: experimentar la felicidad.

Honestamente, vale la pena reflexionar al respecto; porque la vida es corta y elemental, pero llena de oportunidades para la plenitud física y espiritual que podemos regalarnos, porque depende de nuestra actitud –positiva o negativa- frente a los eventos de la vida diaria.

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