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Archive for the ‘AUTOANÀLISIS’ Category

POR QUE NO DEBEMOS TEMER

La sensación de TEMOR,  al cual todos los seres humanos estamos expuestos, deriva del latín timortimōris, que significa miedo o espanto; .pero en nuestro idioma, el español, dentro de otras definiciones se le asigna la de “… el sentimiento de inquietud o angustia que impulsa a huir o evitar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso…”, por lo cual es absolutamente indeseable, porque además de esa angustia que nos produce, pudiera llevarnos a cometer los más grandes errores. En principio, pienso que tal indeseable sentimiento puede afectar a cualquier ser pensante, sin discriminación alguna; pero que en el caso de las personas que creemos en Dios y que hacemos nuestra vida sobre la base de los valores y principios que siguen las enseñanzas de Jesús de Nazaret, especialmente el “Amar a nuestro prójimo como a  nosotros mismos”, lo cual involucra el no hacer daño conscientemente a nadie, tenemos un escudo protector para vencerlo, que es precisamente esa creencia de que, si Dios está con nosotros y es el más poderoso, omnipresente y omnipotente, pues…  ¿Quién o qué podría afectarnos?.

En ese mismo sentido, como quiera que nuestro principal y original sentimiento de defensa es el proteger nuestra vida, y nosotros estamos conscientes que ni una hoja se mueve sin la voluntad de Dios, cualquier acontecimiento, bueno o malo que nos afecte, simplemente nuestro Padre Celestial lo conoce,  y como quiera que El nos ama, de ninguna manera permitirá en nuestra contra algo que fuere inconveniente para nuestra vida física, intelectual o espiritual. Por cierto, lo cual es bien diferente a pensar que todo lo que nos suceda tiene que ser, de acuerdo a nuestros parámetros, absolutamente positivo. Esto, porque en nuestra vida existen elementos y eventos totalmente aleatorios, cuales pudieren parecernos temporal o permanentemente negativos, pero que, con el tiempo y las consecuencias de dichas circunstancias,  pudieran resultar positivas en sí mismas, o por lo menos evitarnos males mayores. Como consecuencia de estas apreciaciones, al menos yo, me acostumbré, en tales casos, a no preguntarme… ¿Por qué? Ya que a mi manera de ver la vida y las cosas, la respuesta a esa pregunta que pareciera elemental, en la mayoría de los casos trascendentes para nuestra existencia o las de nuestro entorno más íntimo,  correspondería a Dios, quien todo lo conoce,  sabe por qué, cómo y cuando sucede o sucederá.

Es por lo cual, cuando personalmente o a alguien de mis seres queridos les ha acontecido algo que,  a simple vista pareciera negativo, tengo mucho cuidado de preguntarme ¿Por qué?, ya que, como antes lo anoto, siento que esa es una pregunta que solo puede responderla Dios; a  quien por cierto no tengo medios para preguntarle y esperar una respuesta, al menos con mi raciocinio humano. Como consecuencia de esta aseveración, en tales casos, me he acostumbrado a preguntarme para qué, porque esta pregunta tiene una respuesta que yo mismo me puedo regalar, y como la hago por mi propia voluntad dentro de mi libre albedrío heredado de Dios, simplemente preparo mi respuesta conforme a mi mejor conveniencia lógica, o simplemente, con base a mi concepción del amor y la voluntad de Dios para sus hijos; esto es, como me fuere más aplicable al caso en concreto. No obstante, existen situaciones en las cuales se hace conveniente la pregunta ¿Por qué?, ya que al compararla con hechos similares a los que nos acontezcan, no requerimos que Dios nos responda, porque se evidencia la respuesta en nuestro beneficio.

En una oportunidad hace bastantes años, una vecina amiga muy querida por mí, lloraba amargamente por la muerte accidental de su hijo de 19 años, a quien por cierto yo conocía desde que era un bebé, y ella me preguntó:  ¿Por qué Dios me quitó mi  hijo tan joven? Yo le dije,  absolutamente consciente de que era muy real lo que le decía, que esa pregunta no podía hacerla de esa manera, porque la respuesta sólo correspondía a Dios. Le sugerí que utilizara una pregunta que le ayudara a sentirse privilegiada en vez de infeliz, porque cualquier respuesta que ella diera, le resultaría positiva y consoladora, en vez de dolorosa.  La pregunta que le sugerí fue: ¿Por qué Dios me dio 19 largos años para que disfrutara a mi hijo fallecido, cuando conozco tantas madres cuyos hijos murieron antes de nacer, bebés, de dos o menos años de edad y sus madres no pudieron disfrutarlo tantos años como el mío?… ¿Qué hice yo de especial para ser una madre tan afortunada? Creo que ella me entendió muy bien y meditó sobre mi comentario, porque la noté más calmada y antes de irme le  sugerí lo que siempre hago en estos casos:  Ahora que usted está consciente que fue una madre privilegiada dentro de millones de madres sobre esta tierra de Dios, compleméntese preguntando: ¿Para qué Dios permitiría esta situación? Y no tengo duda que El la iluminará para que sea usted  misma y no El, quien se  regale una respuesta que convenga a su delicada y dolorosa situación que le ayude a traer alivio y paz a su corazón.

Todo lo que aquí escribo no corresponde a ninguna teoría o plática positiva, sino que ha sido fundamental en mis más de casi ocho décadas de vida, felizmente casado por casi cincuenta años, con hijos, nietos y bisnietos;  e independiente de que vi morir mis padres, mi única hermanita y tres de mis hermanos menores y dos mayores que yo, así como muchos y muy queridos amigos de diferentes edades y género, de mi entorno más cercano. Derivado de todas estas experiencias vividas en mi larga vida, estoy convencido de que, si creemos y tenemos fe en Dios, si seguimos sus mandamientos y amamos a nuestros congéneres y hacemos todo lo que podemos por serles útiles, no tenemos por qué temer, porque Dios está aquí, no en ningún otro sitio, sino a nuestro lado, a toda hora,  siempre pendiente de protegernos,  por lo cual jamás ni de ninguna manera podemos tener temor, ya que, cualquier evento que nos acontezca –independiente de su naturaleza-  está en la esfera de lo que nuestro Padre Celestial considera positivo para nuestra vida física, intelectual y espiritual.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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LA ALIMENTACION, LAS MEDICINAS Y LA SALUD

Releyendo  algunas de las disertaciones de Steve Jobs, me encontré una, al contenido del cual me referiré de seguidas: El decía algo como esto: “… haz de tu comida la medicina o tendrás que hacer de la medicina tu comida…”. Ciertamente,aunque nunca fui fan de Steve Jobs, simplemente porque creo que es el ejemplo de una relativa corta vida y porque aun sin conocer todos los detalles de su vida, creo que  pudo vivir bastantes más años de los que vivió, lo cual hubiera sido lógico, ya que disponía de todo lo que requería para ello.

 Ahora bien, respecto del contenido del pensamiento citado, pienso que tenía absoluta razón, ya que conozco personas que cuidan muy bien de lo que comen, en cuanto a calidad y cantidad de los alimentos,  con extraordinarios y positivos resultados. Así, por ejemplo, si usted cuida de comer muchas frutas, otros vegetales como la calabaza, zuccini, pepino,  granos y tubérculos variados, acompañados de ensaladas, evitando en lo posible ingesta continua de carnes rojas, pero abundando en el pescado, pavo, pollo y cerdo magros, seguramente su salud estará muy bien y por tanto, salvo contaminación con algún virus, microbio o bacterias, difícilmente requerirá tomar constantemente medicinas; precisamente porque como lo dijera Steve Jobs, usted ha hecho de la comida su medicina.

Por el contrario, las personas que ingieren abundantes cantidades de alimentos ricos en grasas saturadas, como enlatados, carnes rojas y la denominada “comida chatarra”, así como azúcar y bebidas azucaradas, incluidos los muy peligrosos “refrescos” y los jugos que se toman en la calle, sin conocer con certeza la calidad del agua con que los elaboran, corren el riesgo de consumir en ellos los muy dañinos conservantes, sabores y coloración artificiales, cuales afectan gravemente la digestión,  así como que tienen otros efectos secundarios negativos sobre gran parte del organismo. Este tipo de personas, independiente de su edad, suelen tender a la obesidad y a contraer, entre otras,  la enfermedad conocida como “diabetes II”, cuales pueden hacerles la vida una verdadera tragedia, porque no sólo física sino espiritualmente les hacen grave daño, ya que afectan además de su salud física su salud mental,  como su estado de ánimo y autoestima. Como consecuencia de tan negativa forma de vida, estos individuos indudablemente son los primeros clientes de los laboratorios, como consumidores permanentes de fármacos, que es lo mismo que decir, como lo sentenciaba Steve Jobs,“hacer de las medicinas su comida…”

Creo importante comentar que venturosamente, en los últimos años se ha difundido la tendencia a la alimentación, sino naturista por lo menos hasta cierto punto semi-vegana, vale decir consumir muchos  productos alimenticios vegetales en vez de hacerlo con carnes rojas y/o aquellas muy grasosas, pero si consumiendo productos proteicos como los huevos, cuales las últimas investigaciones han determinado que de ninguna manera per se hacen daño al organismo, independiente de que comas uno o más. En este mismo sentido, también es de nuevo cuño la tendencia a utilizar algunos productos de muy bajo costo, que se mantuvieron de muy bajo perfil, gracias a la poca divulgación y publicidad de sus grandes beneficios al cuerpo humano, como lo son el bicarbonato de sodio y el cloruro de magnesio; quizás por la gran influencia de los laboratorios en los medios de comunicación social de todo género, con la enorme propaganda a productos con nombres ostentosos y creadores de propensión a su consumo, que realmente derivan su origen  de estos dos extraordinarios ya citados productos medicamentosos: el cloruro de magnesio y el bicarbonato de sodio, por lo cual perjudicaba a su mercado cautivo, el conocimiento de su uso directo disueltos en agua o de cualquier otra manera. 

En el mismo orden de todo lo antes expuesto, creo que procede referir que hoy abunda la literatura por Internet sobre la importancia de la medicina natural, traducida en la utilización de plantas y sus cortezas,  que durante muchos años se usaron como plantas de jardín o decorativas, pero que no se consideraban medicinales;  pero que hoy se aplican a estos fines, como son por ejemplo y entre otras,  las hojas y corteza de sauce para la inflamación prostática y como sustitutiva de la aspirina;  las hojas y/o flores de amaranto, también llamado bledo y la sábila o aloe vera para diferentes usos medicinales, especialmente para mitigar las quemaduras o cualquier daño en la piel, así como de uso en productos  de estética corpórea femenina.

Finalmente, yo interpreto como muy acertado el mencionado argumento de  Steve Jobs, porque ciertamente, si no se tiene una alimentación sana, balanceada y con raciones de volumen estrictamente necesario para mantener la buena salud, nuestro cuerpo se afectará y enfermaremos de tal manera, que tendremos que consumir continuamente y a veces a diario, variados fármacos que, como lo dijera el mencionado Steve Jobs, prácticamente la persona afectada “..hará de la medicina su comida…” con los indudables resultados, en todos los casos, fatales  para su salud.

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Normalmente, el ser humano que tiene poder, riqueza o fama, difícilmente puede disfrutar integralmente de las muchas bendiciones que nos da la vida, que en su mayoría son sencillas. Es que estos factores tan apetecidos no son fáciles de administar sin una dedicación especial, que normalmente deberá tomarse del tiempo que correspondería compartir con las personas de nuestro entorno íntimo que más amamos. En mi largo camino por esta vida, he podido compartir con personas que disponían de estos supuestos atributos; de ellos aprendí que paradójicamente disfrutaban más de la vida, aquellas personas humildes que los servían o asistían. Ciertamente, cuidar el poder, la riqueza o la fama, requiere dedicación exclusiva y atención permanente, y sin que ellos fuere condenable, sin duda que sacrifica el tiempo que se debería dedicar  a la familia y los amigos más íntimos, lo cual crea vacíos vivenciales difíciles de llenar,   que al acumularse,  producen estrés, tristeza y a veces estados depresivos, que por mucho que se disimulen, afectarán la salud física, espiritual o mental de los involucrados.

En una oportunidad me reuní con un importante hombre de gobierno, quien me confesó lo ingrato que era para él, ocupar buena parte de su tiempo que requería para mirar crecer a sus hijos y atender a su esposa, en ocuparse de asuntos oficiales que por ser su obligación personal, a los cuales debía poner su mayor atención,  no podía delegarlos a nadie más. En esa oportunidad me dijo con un dejo de tristeza, que aún con todo el poder que ostentaba, no era feliz a lo cual le respondí que no lo entendía bien, ya que por su posición a él debería sobrarle todo, a lo cual me respondió textualmente: “¿Sabes amigo? Es increíble que algunos fines de semana, mientras mi chofer o la chica que ayuda a mi esposa con los niños en la semana, aún con sus menguados ingresos están disfrutando sin  ninguna preocupación  en la playa con sus respectivas familias,  mientras yo que tengo ingresos muy superiores a los de ellos y una posición sólida en la sociedad, no obstante ser un fin de semana, tengo que estar atendiendo algún asunto por cuenta del Presidente o Vicepresidente de la República, que requieren mi atención personal. En verdad esto me afecta tanto, porque no sé como esta situación podrá afectar la salud  mental en esta etapa de crecimiento de mis hijos y  hasta cuando mi esposa podrá soportar una soledad y falta de atención que no merece.”

De la misma manera, un buen amigo que poseía una sólida fortuna económica,  con el cual en mi época de empresario mantuvimos relaciones comerciales pero también amistosas, un día cualquiera que departíamos en el lobby de un hotel en Caracas, me hizo una confesión, que aunque dolorosa fue muy didáctica en mi carrera de empresario; en aquella oportunidad él se quejaba de que atender la dirección de varias Empresas que le producían mucho dinero y estaban bajo su responsabilidad, no le dejaban espacio para el esparcimiento normal de una persona, pero además lo más grave era que su hogar estaba muy decaído, toda vez que su cónyuge –a quien amaba profundamente- no podía procesar que para él fuera más importante dedicar el tiempo a velar por sus negocios y acumular dinero, que  atender una familia que lo amaba y necesitaba permanentemente y que, según las palabras de ella, nadie podía vaticinar hasta cuando duraría, mientras su Secretaria seguramente estaba paseando o compartiendo con su familia sin ninguna preocupación. En esa ocasión no emití ningún criterio fundamental, sino que me limité a observarle que era necesario que midiera los riesgos y actuara en consecuencia.

Esas cuitas de mi amigo me afectaron significativamente, porque yo también era el Presidente de algunas Empresas en el territorio  nacional, y aunque mi esposa  por su profesión hacía equipo conmigo en la administración de las  mismas, en oportunidades nosotros estábamos empezando a sentir esas mismas preocupaciones, ya que nuestros hijos, aunque muy bien atendidos por las empleadas domésticas que tenían muchos años con nosotros y eran de toda  nuestra confianza, estaban creciendo mientras yo debía viajar constantemente, lo cual me limitaba de compartir con ellos integralmente. Pues bien, esa conversación nos produjo una profunda reflexión que nos comprometió a poco a poco ir reduciendo nuestra actividad empresarial para estar más tiempo con nuestros hijos, al punto de que como apenas tenía cuarenta años de edad, con la idea de cambiar de vida, ingresé a la  Universidad a estudiar Derecho, me gradué de abogado y di un giro de ciento ochenta grados a mi vida, de lo cual hoy estoy convencido que fue una decisión trascendental para nuestra felicidad y la de nuestros hijos.

He querido hacer la referencia a mis lectores de esta triste paradoja, porque ciertamente y en la mayoría de los casos, mientras los poderosos y poseedores de grandes riquezas, descuidan una parte muy importante de su vida, dedicándose a luchar por mantener y/o aumentar  su  poder o patrimonio, sus empleados con sus limitados recursos, disfrutan intensamente de sus fines de semana, vacaciones y días feriados en la playa o la montaña, sin otra preocupación que la de compartir en armonía familiar, acumulando la mayor felicidad posible, convencidos de que para ello sólo requieren de los recursos que les genera su actividad normal, común y corriente. No significa esto que sea en todos los casos y axiomático, por lo cual vale la pena para los ricos y poderosos, meditar sobre el tema para no caer en esa especie de trampa que significa descuidar lo que no se puede lograr con poder o dinero, por adquirir cualidades y beneficios que no son indispensables para  la unión, el amor y la felicidad familiar.

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Releyendo a mi admirado poeta  Pablo Neruda, encontré unos versos muy cortos, sobre los cuales vale la pena reflexionar; este  nunca olvidado poeta escribió: “De la vida  no quiero mucho. Quiero apenas saber que intenté todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé lo que valía la pena y perdí apenas lo que  nunca fue mío.”, texto que sin necesidad de grandes análisis nos indica que nuestra vida es elemental, por lo cual no requiere de grandes esfuerzos o sacrificios, para lograr una existencia grata.

Independiente de la admiración que durante toda mi vida he profesado por la obra de Pablo Neruda, me identifico plenamente con el contenido  íntegro de este poema, porque como él, de la vida no he querido mucho más allá de lo necesario para ser feliz y hacer felices –o contribuir a ello-  a todas las personas que se crucen en mi vida. Como consecuencia, luego de unas cuantas décadas en las cuales he sido muy feliz, independiente de que he tenido momentos difíciles y enfermedades graves que superar, mi felicidad corresponde a mi diligencia en hacer todo lo que esté a mi alcance para alcanzar las metas, que de cualquier manera pueda contribuir a mi bienestar o el de mis semejantes; lo cual podría equivaler a lo que señala el poeta como “…intenté todo lo que quise”.

En este mismo orden de ideas, he logrado obtener todo lo que he  deseado por mis propios medios y de forma lícita, sin lamentarme nunca de lo que no pude obtener, quizás por mi creencia de que todo lo que sucede –negativo o positivo- siempre tiene una razón, lo cual podría equipararse a lo que el poeta señaló como  “…tuve todo lo que pude …”   Igualmente, yo amo lo que considero conveniente y necesario a mis fines, que como antes lo apunté, siempre estuvo orientado a mi felicidad y mi contribución al bienestar de la personas a mi alcance, lo cual de alguna manera, podría equiparase a las palabras de Neruda cuando dijo, “…amé lo que valía la pena…”

Respecto de la última parte de estos versos: “…y perdí apenas lo que  nunca fue mío.”, debo comentar que  no obstante los altibajos, tropiezos, caídas a las cuales siempre reaccioné  levantándome y comenzando de  nuevo, siento que no perdí ni dejé en el camino nada que fuera muy valioso para mí, sino que, como lo dijo Neruda, si alguna cosa perdí, realmente fue algo que “…nunca fue mío…”, por lo cual nunca me sentí afectado gravemente en mi fe y confianza en que todo en este mundo tiene alguna solución que es mejor o más positiva que el problema mismo.

Es que yo no tengo ninguna duda que nuestra vida es absolutamente elemental. En primer lugar, porque desde que podemos valernos por nosotros mismos, todo lo fundamental que requerimos para nuestra existencia física, siempre está a nuestro alcance, y personalmente estamos dotados de todos los elementos necesarios para acceder a ellos. En segundo lugar, como quiera que somos seres físico-espirituales, lo trascendental en nuestra vida para sentirnos con plenitud no es material, sino que corresponde a elementos intangibles como el amor, la solidaridad, la sensibilidad y la felicidad, cuales no es posible determinar desde el punto de vista físico, sino que corresponden a nuestra vida interior, lo que sentimos y creemos de nosotros mismos, sólo determinable en nuestro ser interno.

En una oportunidad, en un conversatorio donde me correspondió participar, alguien me manifestó su desacuerdo con mi criterio de que lo trascendental para la vida  no era físico, por lo que me vi obligado a efectuarle la siguiente pregunta: ¿Considera usted que es cierto que existe el amor, la verdad y la alegría y que son trascendentales para la vida?  A lo que el interpelado me contestó que sí consideraba que existían,  así como que eran trascendentales para los seres humanos. Entonces le pregunté nuevamente: ¿Podrías señalarme físicamente alguna de estas cosas para verlas o tocarlas?  Al responderme que no podía, simplemente aceptó frente a todos los asistentes, que yo estaba en lo cierto al asegurar que las cosas trascendentales para nuestra vida plena, realmente no eran físicas o materiales.

He vivido en países muy ricos como los Estados Unidos y en países muy pobres como Bolivia para los años Ochenta,  y en todos he conocido gente en estado de miseria, de pobreza, de clase media y otros muy ricos; lo cual no me ha dejado duda de que es nuestra forma de pensar y ver la vida y las cosas, lo que incide en nuestra mentalidad para lograr el nivel de vida que somos capaces de imaginar y producirnos  individualmente, de manera que esto nos prueba que no es tan difícil sobrevivir físicamente.  Pues bien, como lo trascendental para vivir una vida  buena, ya hemos demostrado que no es material o físico, sino que vive dentro de  nosotros y/o corresponde a nuestra intelectualidad, tenemos que aceptar, que como lo aseguraba el filósofo contemporáneo Ortega y Gasset, somos nosotros y nuestra circunstancia, lo que determina nuestro nivel de vida en general.

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EL CORRER DE LOS AÑOS

feliz cumpleaños amigoCon mis setenta y siete  años encima, como típica persona, no de tercera edad sino de juventud prolongada,  absolutamente convencido de mi condición vivencial físico-espiritual, debo comentar que, a mi manera de ver el asunto de la edad como una circunstancia personal, debo comentar que considero que tiene dos efectos inmediatos sobre los cuales toda persona racional debe meditar amplia y sinceramente. Me refiero en primer lugar al aspecto físico, esto es,  cómo afecta a nuestro cuerpo en la mayoría de nuestra integralidad corporal. Sin duda que al envejecer igual que todo ser viviente, tanto del reino animal como del vegetal, la tendencia es ir perdiendo capacidad física y sufrir efectos degenerativos, hasta llegar al final cuando morimos y nuestro cuerpo cumple su destino bíblico: “Polvo eres y en polvo te convertirás.”; lo cual por cierto es indefectible y por tanto no debería  infundir temor a nadie, precisamente porque no hay como evitarlo.  En segundo lugar, nuestra condición racional que conlleva nuestro convencimiento de nuestra espiritualidad, nos permite conocer que al morir, simplemente nuestro espíritu vuelve a esa dimensión de donde vino cuando nacimos, como nos lo anticipara Jesús de Nazaret cuando decía: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay”, dejándonos de tal manera el mensaje de que en verdad somos eternos por lo cual este paso por la vida es sólo una de las muchas etapas de nuestro crecimiento espiritual,  lo cual debería hacer aún menor el temor a la muerte, porque lo que desaparece de la faz de la tierra es nuestra parte física pero nuestra alma continúa su proceso de crecimiento espiritual y eso es más bien beneficioso.

En mi modo de ver la vida y las cosas, el transcurrir de los años es un proceso normal que no tiene por qué preocuparnos más de la cuenta, sino por el contrario, es un acicate para  disfrutar cada minuto de cada hora de cada día, bajo la premisa de  que nunca volverá a repetirse y por tanto debemos aprovecharlo al máximo.  Es que como nos sintamos en cada edad, más que con el número de años que transcurren,  tiene que ver con nuestro estado de ánimo,  porque cada edad tiene su parte bella y sus irrepetibles momentos de disfrute, plenitud, sueños  y felicidad.  Sin duda que, dada la incertidumbre de no saber que puede ser mañana de nosotros y nuestra vulnerabilidad frente a una naturaleza terriblemente implacable, tales realidades pueden influir  de forma definitiva, en quienes desoyendo los consejos de los filósofos griegos antiguos que nos enseñaron: “Si no tomas la incertidumbre como una aventura, terminará produciéndote miedo… y eso es lo peor que te puede pasar.“   terminarán temiendo al devenir del tiempo y el transcurso de los años y al ocupar su tiempo en  estas especulaciones, se perderán de disfrutar el día a día tan lleno de cosas bellas, que como antes comento, pudieran ser irrecuperables.

El transcurrir de los años, para quienes tratamos de prolongar nuestra juventud -especialmente cuidando que no muera nuestro niño interno- nos regala cosas maravillosas, y si se quiere mágicas, como el amor a nuestra pareja, el advenimiento de los hijos, los nietos, la acumulación de amigos –que son esa otra familia que escogemos voluntariamente, porque no deviene de consanguinidad alguna- y la esperanza de que mañana será mejor, porque diariamente hacemos lo único que nos es permitido para un mejor futuro: hacer las cosas bien hoy.

– ¿Quién podría decir con verdad que con el correr de los años e independiente de la edad, no es maravilloso enamorarse y disfrutar del amor de ese ser amado, su sexualidad,  su ternura, su lealtad, su solidaridad, su dedicación, atenciones  y sus cuidados?´

-¿Quién en su sano juicio no disfrutaría de las caricias de  un hijo o un nieto amorosos?

-¿Quién podría decir que no es hermoso cuando un amigo te abraza y te ratifica su amor, especialmente cuando te encuentras en dificultades?

-¿Quién desmentiría que la sonrisa de los niños, el trinar de los pájaros, el ruido de las olas del mar, el rumor del  agua en los arroyos, la forma y color de las flores, no son un espectáculo simplemente magnífico a nuestra vista, que nos embelesa, fortalece y hace amar  aún más la vida?

-¿Quién podría negar que cuando finalizamos nuestra formación académica con  éxito, independiente de cuál sea su nivel, es un momento de inmensa felicidad y orgullo?

Pues bien, ninguno de estos pocos ejemplos de los muchos que nos regala la vida, podríamos experimentarlos sino con el transcurso de los años. Es por lo cual cualquier persona en estado de agonía, daría cualquier cosa por un día, un  mes o un año más de vida, sin temor a que va a ser  más viejo. Por el contrario, los años que conllevan la vejez, conforme a tu estado de ánimo, serán una bendición o un fardo duro de llevar.  Al menos en mi caso,  no tengo duda que mi vida –no obstante haber estado muy cerca de la muerte varias veces-  ha sido realmente bella, interesante y exitosa. Dios ha permitido que realice mis sueños; quizás porque fueron sencillos, absolutamente realizables y de acuerdo a mi formación de pensamiento cristiano y  positivo.

Hoy, con casi ocho décadas de vida, físicamente no puedo hacer algunas cosas como lo hacía a los veinte, pero tengo tantos y bellos recuerdos de mi niñez, adolescencia y juventud,  que aún estoy prolongando, que ciertamente no tengo que quejarme del correr y aumento de  mis años. De alguna manera, puedo decir que han sido más los logros y satisfacciones, que los momentos duros que he encontrado y superado en el camino de mi vida. Tal vez por eso me siento bien al escribir estas reflexiones, con la esperanza de que alguno de aquellos que temen a la vejez o a la muerte, en vez de perder su tiempo en estas nimiedades, se dediquen a evaluar todo lo que realmente  han vivido y lo que tienen por vivir, con el convencimiento que son ellos y nadie más, quienes con su optimismo, fe en Dios, esperanza, trabajo, decisión  y diligencia, podrán hacer de cada uno de sus años un reto y agradable aventura, que mucho quienes ya están bajo tierra hubieran desearon experimentar. Así como que para mí el tiempo es una ficción de nuestra mente, que solo nosotros podemos poner a nuestro favor para disfrutarlo intensamente.

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VALOR Y MÁS VALOR

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El valor siempre ha sido la capacidad de vencer el miedo; porque el miedo, como lo dijeran los filósofos griegos, no es más que el producto de sentir la incertidumbre como tal; vale decir, no saber que pudiere sucedernos ahora o luego. Igualmente nos enseñaron que el miedo es el sentimiento más peligroso que nos puede afectar; entre otras cosas, porque distorsiona la realidad, haciendo las intuiciones negativas aún más desastrosas de lo que nos pudieren atacar. Frente a tal situación, el único remedio es EL VALOR  y tenemos que afincarnos en eso.

Como habitantes de Venezuela, uno de los países más bellos, ricos y bendecidos por Dios en el mundo, en este momento existe casi una pseudoparanoia colectiva; por todas partes y a todas las personas lo único que se les escucha son malos augurios; las quejas por todo están al orden del día; los malos presentimientos de lo que esperan que sucederá, son el común denominador en las conversaciones. Creo que todos estos sentimientos negativos, prospecciones derrotistas y constantes quejaderas, no aportan nada a una posible solución a los problemas que, sin ninguna duda, sufre nuestro País.

Ciertamente, la situación de nuestra amada patria hoy, respecto de lo social, político y económico es casi…  inédita. Al menos, para la gente menor que  yo, porque desde que  tengo uso de razón, en los primeros años sesenta hasta hoy, he vivido en Venezuela, donde hemos pasado difíciles situaciones de todo género, pero que siempre hemos superado.  ¿Qué ha sido difícil? Ciertamente. Pero lo cierto, lo real, lo verdadero, es que lo hemos superado y yo no tengo ninguna duda de que nuevamente lo superaremos.

Es por eso que sigo en Venezuela, no obstante el reclamo de mis cuatro hijos que hace más de 20 años viven en USA  y que no entienden que hacemos mamá y yo aquí todavía. Es que nosotros creemos en nosotros mismos, y por tanto, en nuestros hermanos venezolanos. Nosotros pensamos que esta es una situación coyuntural que estamos viviendo y como tal, puede y será superada más rápido de lo que los negativos y derrotistas esperan.

Creo en el libre tránsito que nos asegura nuestra Constitución y por tanto no critico ni censuro a quienes dejan el  País en busca de un destino mejor: es su derecho y como abogado lo entiendo perfectamente. Sin embargo, como quiera que he estado en más de veinte países y vivido en cuatro, tan diversos como Bolivia y Estados Unidos, estoy convencido de que  en cualquier otro País que no sea Venezuela, independiente de mi posición económica, social, académica, etc., siempre seré “un extranjero” y lo siento injustificado para  quien tiene una patria, que con todos sus males, sigue siendo mejor que la mayoría de los países del mundo. Por otra parte, pienso que es hoy más que nunca, cuando hace falta que los hombres de trabajo y corajudos se queden en esta tierra que nos dio Dios, para sacarla adelante y  hacerla mejor, aunque fuere con uñas y dientes.

 Los venezolanos tenemos historia y tradición de guerreros, pero no locos sino valientes. Es cierto que hay  mucho por hacer, por reconstruir, por enmendar, pero es algo que nos corresponde a todos, no a una parte de los venezolanos, sino a todos sin excepción. No podemos olvidar que esta es la tierra de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos, nietos y bisnietos, aunque hoy no vivan en ella. El mundo está cambiando aceleradamente y no podemos echarlo de menos; como consecuencia, esta tierra es el legado que les dejaremos a ellos como su refugio… para el futuro.

 

Yo pertenezco a esa generación que le puso el hombro a este País para hacerlo especial en el mundo. Como ejemplo, les cuento que cuando tenía 19 años, nuestra  moneda era más solicitada que el Dólar Americano;  nuestra inflación estaba por debajo el 1% y quienes viajábamos por las carreteras del País, cuando nos daba sueño nos recostábamos a la vera del camino hasta que descansábamos y continuábamos el viaje,  sin temor a que nadie nos hiciera daño.

Pues bien, esa no era otra Venezuela, sino la misma donde vivimos hoy. ¿Qué falta entonces? Ponernos de acuerdo, reencontrarnos como hermanos, deponer actitudes negativas y/o radicales personales, para pensar en el bien nacional, y yo no tengo duda que en su más alto porcentaje, independientemente de la ideología de cada uno, de una u otra manera, todos estamos dispuestos a hacerlo. Pero tenemos que sentarnos a hablar, reencontrarnos, mirarnos de frente sin rencor, odio ni dolor; corresponde que echemos manos del amor, que es ese sentimiento maravilloso hacedor de milagros. Considero que tampoco es una labor de titanes, sino de gente sencilla, pensante, preocupada y diligente, y los venezolanos, cuando queremos… somos así.

No estamos hundidos como muchos lo predicen. No, no es verdad; si es cierto que tenemos muchos problemas, pero también es cierto que disponemos de todas las herramientas necesarias para realizar las correcciones. De alguna forma, creo que tampoco tenemos otra cosa que hacer; ya no estamos en época de arreglar nuestros problemas por las malas o poniendo en riesgo a un país pacífico para convertirse en un terreno de guerra. Solo hace falta ponernos de acuerdo… todos. Medio mundo está dispuesto a ayudarnos, y la otra parte solo quiere que le ofrezcamos garantía de seguridad  y paz, por eso,  esta es una oportunidad que no debemos desperdiciar.

Yo estoy comprometido con Venezuela, porque me lo ha dado todo. Mi formación académica desde primaria hasta la Universitaria, me la dio gratuita. Mis postgrados los pagué en Universidades Privadas, porque no quise asistir a Universidades Públicas; igualmente a mis hijos, al menos hasta su bachillerato lo hicieron gratuito en establecimientos públicos venezolanos, luego sus carreras universitarias las hicieron en el exterior y por tanto en Universidades Privadas que ellos mismos se pagaron.  ¿Cómo podría yo olvidar todo lo que hizo por mí y mi familia y no restearme con Venezuela ahora, sino tomar la posición cómoda de emigrar y dejarla sola? Cuando es en este momento cuando más necesita de sus mejores hijos. Es  lo que no entienden propios y extraños cuando me dicen que… ¿Qué hago todavía en Venezuela? Pues simplemente, porque amo a este País y porque voy a hacer todo lo que yo pueda para que seamos un país feliz. 

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EL VALOR DE UNA CARICIA

Caricia (2)La caricia es algo más que el roce cariñoso o el toque amoroso a nuestro cuerpo, que independiente de si somos niños, jóvenes, adultos o ancianos,  despierta sentimientos de complacencia,  satisfacción, plenitud y seguridad; especialmente porque como seres humanos racionales somos simbióticos, esto es que estamos dotados no únicamente de nuestro cuerpo –que es físico y por tanto visible y detectable por nuestros sentidos- sino que además disponemos de una supra corporalidad extraordinaria y absolutamente etérea, no detectable por nuestros cinco sentidos conocidos, que definimos como nuestro espíritu. Este hecho hace que la caricia -esa que nos hace tanto bien-  igualmente sea física, como captable únicamente por algunos de nuestros sentidos, o simplemente por nuestro espíritu. Por lo cual, una palabra, una mirada, una sonrisa o cualquier acto solidario o generoso, puede alcanzar igual o  mayor capacidad de recepción, que  una manifestación corporal.

En orden de lo antes expuesto, hoy releyendo a ese poeta, escritor y juglar, que supo vivir el privilegio de ser feliz, luego de haber perdido su familia y  sin disponer de otra riqueza que no fuere su propia convicción personal de la importancia del hoy, el siempre recordado Facundo Cabral, cuando sentenció: “…el bien es mayoría, pero no se nota por que es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan a la vida.”. Esta sabia admonición  me ha llevado a reflexionar  sobre su contenido, porque es cierto que el bien, casi siempre es silencioso y a veces difícilmente determinable; en cambio, el mal deja secuelas rápidamente determinables porque hieren al medio ambiente, al individuo y/o a la sociedad.

La caricia oportuna de la mano, la palabra o el gesto amigo, suelen ser realmente reconfortantes; tanto que la psicología positiva –luego de una ardua tarea de convicción con pruebas a los galenos- ha convertido en un hecho su importancia decisiva en los procesos de sanación de las enfermedades. Creo que sería muy positivo para la sociedad organizada la toma de conciencia de que la caricia no lo es solo corporal, sino que podemos acariciar también con nuestras palabras, con nuestros gestos como la sonrisa, con  nuestra actitud frente a cualquier difícil o dolorosa situación física o espiritual, que experimente alguno de  nuestros congéneres. Así, por ejemplarizar, en variadas oportunidades vemos personas que, por cualquier circunstancia, amanecen espiritualmente adoloridos, frustrados o desanimados, pero un caluroso buenos días, un apretón de manos, una mano sobre el hombro o una sonrisa, pueden sacarlos de ese túnel espiritual en el cual, casi siempre sin razón aparente, se encuentran encerrados.

 Jesús no estaba equivocado cuando enseñaba: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo…” porque si seguimos esa máxima, obligante para quienes somos cristianos, nunca olvidaremos que todos a quienes encontramos en nuestro camino son nuestros hermanos, y que no es una caridad sino una obligación preocuparnos de ellos y por ellos; por lo cual también es obligante hacer todo lo que esté a nuestro alcance por contribuir a su felicidad, o por lo menos a que se sientan menos solos.

En estos tiempos especialmente, cuando tenemos a mano los medios idóneos y a bajo costo para conocer al instante cualquier situación  en el  mundo; cuando con dolor tenemos que aceptar que millones de personas no tienen que comer y mueren de hambre; que el terrorismo, la corrupción y la ambición de poder desmedidos, cada día hacen más pobre a los que menos tienen y más ricos a los que de todo disponen; cuando en algunos países las medicinas sobran y en otros, por su carencia mueren niños con cáncer y otras múltiples enfermedades, tenemos que aceptar que la generosidad y solidaridad con los demás seres humanos,  ciertamente es obligatoria. Hoy, no sirve de nada lamentarse, sino que, por el contrario, nos corresponde a cada  uno, según nuestra capacidad y actividad, hacer lo que se encuentre a nuestro alcance, por ayudar a quienes lo necesiten. Quienes hemos vivido con pleno uso de razón los últimos sesenta y cinco años, sabemos que nunca hubo tanto dolor ni desconsuelo sobre esta tierra de Dios  que en este último periodo.

Por todo lo antes mencionado, como normalmente y salvo raras excepciones,  nuestro círculo personal es reducido, al menos en nuestra comunidad, círculo familiar o amistoso, debemos recordar qué significa, para qué sirve y cómo puede manifestarse una caricia, que costándonos muy poco, es algo que podemos otorgar todos los días, y que, al menos en mi experiencia, suele no solamente beneficiar a quien la recibe, si no muy especialmente a quien la da, en su ser interno, precisamente porque somos físico-espirituales y eso  no deberíamos olvidarlo… nunca. Termino refiriendo   un verso del Poema “Limosna” de Iván S. Turquenev, que tiene que ver con el tema, ya que se trata del caso de un hombre que encontró un mendigo y por no tener dinero para ayudarlo le pidió disculpas y le dio un apretón de manos:

“Gracias exclamó el indingente

 suspirando dulcemente;

 gracias por vuestra bondad.

 Darle la mano a un mendigo

 y tratarlo cual amigo,

 es limosna y caridad.”

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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¿ LLEGA O SE ENCUENTRA LA FELICIDAD ?

JOVEN PAREJA FELIZ

Sobre la pregunta del título, tanto a nivel positivo como negativo, se ha escrito mucho. Yo mismo escribí hace trece años, sobre temas de la vida real y  a nivel positivo, un libro de trescientas cincuenta páginas, el cual por cierto está disponible y puede bajarse en forma digital y  completamente gratis en este mismo Blog, al final de cada post. Pues bien, luego de más de veinte años como Asesor Familiar y de Parejas, donde platiqué de forma continua con muchos  padres que tenían problemas con sus hijos; personas que conformaban uniones conyugales,  solteros y divorciados; así como que viajé por más de 14 países, siempre observando cuidadosamente el comportamiento humano,  puedo decir con toda certeza que LA FELICIDAD NO LLEGA, SINO QUE DEBE CREARSE.  Cuando alguien comenta que “Tal o cual persona encontró la felicidad.”, lo que realmente encierra esta oración  es que esa persona que es feliz,  buscó y encontró dentro de sí mismo, qué o cómo es que se siente feliz.

Desde el mismo momento cuando respiramos por primera vez, nuestra vida se concentra en sobrevivir, pero luego al tener plena conciencia, entendemos que esa primera etapa de nuestra vida debe ser superada por nuestra  razón e inteligencia, para lograr algo superior como es: VIVIR, en su sentido integral, lo cual significa VIVIR INTENSA Y PLENAMENTE, circunstancia que no podremos realizar si no se conquista la más cara ambición  humana: LA FELICIDAD. Es que la felicidad, como quiera que se refiere a un sentimiento interior, por lo cual no se puede inferir a simple vista si una persona es feliz o no, no llega ni se encuentra a la vera del camino de nuestra vida, sino que, se requiere invariablemente  que nosotros mismos la provoquemos, precisamente haciendo de cada paso del sendero de la vida un acto feliz, sin esperar o ambicionar que la felicidad  llegará o la encontraremos al final del camino.

Puesto  que una  de las características de la felicidad es que como la infelicidad no es permanente y sin intervalos en nuestra vida, aunque fuere de segundos, no tenemos otra opción que aceptar que la felicidad no es más que la suma de muchos momentos felices, cuales sin duda es a nosotros y no a nadie fuera de nuestro ser interno, a quien le corresponde determinar su estatus, integridad y duración.  Siempre lo he manifestado, escrito y practicado, que soy yo quien le da color a los actos y circunstancias de mi vida, por lo cual soy yo y nadie más, el responsable de mi felicidad. Ejemplarizando: si siguiendo la guía que nos dejara Jesús de Nazaret, si somos capaces de olvidar el ayer; no preocuparnos sino ocuparnos del mañana; perdonar a quienes nos hagan o intenten hacernos daño, amando a nuestros semejantes y especialmente a nuestro entorno íntimo, siento que tengo más probabilidades de ser feliz que quien no asiente su vida sobre estos principios.

En mi caso, considerando que nuestra vida es elemental,  y en mucho por mi formación familiar, esos antes citados valores han sido una constante de mi vida desde niño, por lo cual  siempre he sido, soy y seré feliz hasta el último de mis días; precisamente porque he creado mi propia felicidad amando a la gente, aceptándolos como son, respetando su individualidad, solidarizándome con sus problemas –que normalmente no son más que asuntos por resolver–  y siempre seguro de que, salvo raras excepciones, existe una gran posibilidad de recibir de los demás, sino lo mismo,  por lo menos algo parecido a lo que yo les doy. Por eso no entiendo los hijos que se pelean por siempre con sus padres u otros familiares, no obstante el  vínculo sagrado de la consanguinidad; ni  las parejas que luego de amarse y entregarse en cuerpo y espíritu, no son capaces de perdonarse alguna ofensa o agravio,  y destruyen lo que les costó tanto amor, esfuerzo, dedicación y tiempo construir; o los amigos que, al crear ese sentimiento tan especial -que a veces supera la calidez de la familiaridad consanguínea- lo desmejoran o destruyen por imponer su criterio, por situaciones fútiles, superficiales y superables, pero que no son capaces de afrontar con la autoevaluación sincera de su actitud y respeto por la persona humana.

La vida me  ha enseñado que algo fundamental para entender a los demás, y que por cierto no es difícil, es ponerse en su situación en determinadas circunstancias que muy bien pudieran ser las nuestras. En tal sentido, como mis congéneres son tan humanos como yo, estoy obligado a pensar cual hubiese sido mi actitud en su caso y como consecuencia tratar de sobrellevar la situación que se presente; si lo hago, seguramente podré entender mejor sus actuaciones y posiciones frente a esa cotidianidad, que nos envuelve como grupos y/o sociedad organizada, cuyo resultado es precisamente, la convivencia en armonía y paz, para abonar a nuestra felicidad personal. Casi a medio Siglo de matrimonio feliz, una bella y numerosa familia en la misma situación; muchos y muy queridos amigos, tanto en persona como cibernéticos, no dudo en recomendar a mis lectores que no esperen que la felicidad les llegue del cielo o la encuentren mediante la riqueza, la belleza, el poder o la fama, sino que deben procurarla mediante actos de amor, comprensión, respeto, solidaridad, sensibilidad y buena comunicación; siempre diciendo la verdad y sin guardar las situaciones de diferencias con nuestro entorno, sino manifestando lo que sentimos a tiempo de que se pueda instrumentar alguna solución, porque cuando se guardan o esconden los sentimientos, éstos buenos o malos, crecen hasta convertirse en obsesiones o situaciones que pueden llegar a ser hasta… patológicas y eso, precisamente, es fuente de infelicidad.

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EL ROL DE PADRE

father-and-sonComo todos los padres, tuve un Padre que, luego que regresó a su hogar original, en  cualquiera de las noches claras cuando observo  el firmamento, se que detrás de una oreja de la luna y  en forma de estrella, me guiña un ojo diciéndome… “Que Dios te bendiga hijo.” En mi caso,  y respecto de mi descendencia, he sido bendecido por Dios, porque a mis setenta y siete años soy  padre de cinco hijos, quienes a su vez tienen trece  hijos e inclusive, ya me dieron un bisnieto. Ser un padre para mi ha sido una bellísima aventura,  porque tanto mis hijos como sus hijos permanentemente me manifiestan amor y yo los amo… mucho;  quizás porque siempre -desde muy niños- he respetado su libre albedrío; tengo buen humor, no soy anecdótico, no aconsejo sino que emito criterio, ni pongo cara de intelectual cuando hablo con ellos,  he logrado generar su confianza, por lo cual extrañamente, soy para algunos de ellos su confidente y a veces… su cómplice.

Aunque todos viven muy bien, no me importa para nada su posición económica, si son poderosos, muy inteligentes o famosos; porque les enseñé y ellos aprendieron, que lo más importante es la felicidad,  que no la genera ninguno de los factores enumerados, sino que es producto de cómo nos sentimos en lo interior. Así como que, respecto de su formación académica, solo les enseñé que prefería a que no estudiaran para ser genios, sino que fueran geniales.  Quizás por eso cada uno ha desarrollado libremente su personalidad, siendo diferentes pero… felices. Creo que el papel de los padres, más allá de suministrar apropiada y diligentemente sus necesidades vitales e independiente de la edad de sus hijos, es tratar en todo momento de comprenderlos y orientarlos, respetando siempre su individualidad y tomando muy en consideración el tiempo y el espacio en que crecen; que al menos en estos tiempos, es bien diferente al nuestro, y que razonablemente como consecuencia, también son diferente algunos de sus valores. Por tanto, no son ellos quienes tienen el deber de entendernos, sino nosotros quienes estamos obligados a comprenderlos a ellos; porque, en primer lugar no les pedimos permiso para traerlos al mundo y en segundo lugar,  porque hemos vivido muchos años y hemos experimentado situaciones que ellos no conocen y que pudiera ser que nunca lleguen a conocer, pero que de alguna forma el conocer algunas de ellas, pudiera en algo beneficiarlos en la actualidad o en el futuro.

Como quiera que la mayoría de mis hijos  viven en otros Países, los visitamos por lo menos dos veces al año y en esa temporada, que no excede más allá de quince días o un mes con cada uno y sus familias, renovamos nuestros lazos de amor y solidaridad familiar, que venturosamente, siempre ha sido muy agradable, porque seguimos compartiendo los mismos valores y principios fundamentales sobre la vida y las cosas. En esas oportunidades, cuando platico con alguno de mis nietos, independiente de su género, lo primero que hago es apagar el celular o hacer a un lado mi lap top –porque odio que estos instrumentos técnicos de hoy en muchos casos hayan sustituido el calor de la voz natural, el estrechar la mano o el abrazo fraterno- y  trato de utilizar el milagroso lenguaje del amor, que es mágico y especial para  compartir,  para situarme mentalmente en su tiempo y un poco  recordando mi curiosidad cuando tuve su edad, cual es la única manera de ubicarme a su nivel. De ellos he aprendido que debo mantener mi niño vivo, para poder  caminar y departir en su mundo, sin sentirme muy viejo, demasiado anticuado, ni demasiado… extraño.

Siento que uno de los deberes insoslayables de los padres, es dar una educación de hogar tal a sus hijos, que sea suficientemente buena desde el punto de vista ético, que se convierta en la base para que los hijos puedan recibir y procesar de la forma más exitosa la formación de sus escuelas. No puede un  hijo que no tuvo la formación correcta en su hogar, asimilar y valorar con responsabilidad, en todo su contexto positivo, la enseñanza de sus escuelas desde su etapa inicial hasta el final de las mismas, para que, como lo dijera alguien alguna vez, “puedan llegar a ser lo que deban ser.”

Por cierto, quiero aclarar que no estoy en contra del desarrollo tecnológico, porque  yo me beneficio de él, ya que  gracias a los nuevos dispositivos, independiente de los miles de millas que físicamente nos separan, es que puedo oír y ver todos los días y cada vez que lo desee,  a estos mis amados hijos y nietos. Pero sí debo advertir que, en muchos casos, hombres y mujeres, padres o no, descuidan la atención personal constante u ocasional a sus seres queridos, no atendiendo a sus llamados o necesidades inmediatas de comunicación, por atender los benditos celulares, ya sea para recibir llamadas o contestarlas, cuales  nunca tendrán la importancia que tiene la atención a un hijo o un cónyuge, o la intimidad de la atención inmediata que nunca podrán ser sustituidas por un elemento mecánico,  por muy adelantado que lo fuere.

Más allá de cualquier convicción religiosa, no dudo que si luego de partir de este mundo, volviera a estar por estos lares, como quiera que estoy seguro que sería yo quien decidiría mi meta igual como lo he hecho en esta oportunidad, sin pensarlo dos veces volvería a ser esposo y padre. En el primer caso, porque no me canso de agradecer a Dios que me haya obsequiado la mejor compañera de viaje largo, que durante  nuestros cuarenta y ocho años de matrimonio ha sido mi amada Nancy, quien me ha permitido vivir intensamente ese camino  de felicidad que disfruto… desde que la conozco; y en el segundo caso, porque como lo he dicho antes, el ser padre y abuelo para mí ha sido simplemente UNA HERMOSA AVENTURA que  disfruto y disfrutaré intensamente, cada día de mi vida.

Finalmente, debo recordar a los padres que desde que nacen hasta que mueren nuestros hijos deberían estar dentro de nuestras prioridades, ya que independiente de su edad, ellos siempre esperan de nosotros esa mano amiga o esa palabra orientadora de quien, como lo he expresado antes, los trajo al mundo sin su permiso, pero con el compromiso de solidaridad, respeto y consideración… por siempre.

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