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Archive for the ‘SOLIDRIDAD HUMANA’ Category

POR QUE NO DEBEMOS TEMER

La sensación de TEMOR,  al cual todos los seres humanos estamos expuestos, deriva del latín timortimōris, que significa miedo o espanto; .pero en nuestro idioma, el español, dentro de otras definiciones se le asigna la de “… el sentimiento de inquietud o angustia que impulsa a huir o evitar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso…”, por lo cual es absolutamente indeseable, porque además de esa angustia que nos produce, pudiera llevarnos a cometer los más grandes errores. En principio, pienso que tal indeseable sentimiento puede afectar a cualquier ser pensante, sin discriminación alguna; pero que en el caso de las personas que creemos en Dios y que hacemos nuestra vida sobre la base de los valores y principios que siguen las enseñanzas de Jesús de Nazaret, especialmente el “Amar a nuestro prójimo como a  nosotros mismos”, lo cual involucra el no hacer daño conscientemente a nadie, tenemos un escudo protector para vencerlo, que es precisamente esa creencia de que, si Dios está con nosotros y es el más poderoso, omnipresente y omnipotente, pues…  ¿Quién o qué podría afectarnos?.

En ese mismo sentido, como quiera que nuestro principal y original sentimiento de defensa es el proteger nuestra vida, y nosotros estamos conscientes que ni una hoja se mueve sin la voluntad de Dios, cualquier acontecimiento, bueno o malo que nos afecte, simplemente nuestro Padre Celestial lo conoce,  y como quiera que El nos ama, de ninguna manera permitirá en nuestra contra algo que fuere inconveniente para nuestra vida física, intelectual o espiritual. Por cierto, lo cual es bien diferente a pensar que todo lo que nos suceda tiene que ser, de acuerdo a nuestros parámetros, absolutamente positivo. Esto, porque en nuestra vida existen elementos y eventos totalmente aleatorios, cuales pudieren parecernos temporal o permanentemente negativos, pero que, con el tiempo y las consecuencias de dichas circunstancias,  pudieran resultar positivas en sí mismas, o por lo menos evitarnos males mayores. Como consecuencia de estas apreciaciones, al menos yo, me acostumbré, en tales casos, a no preguntarme… ¿Por qué? Ya que a mi manera de ver la vida y las cosas, la respuesta a esa pregunta que pareciera elemental, en la mayoría de los casos trascendentes para nuestra existencia o las de nuestro entorno más íntimo,  correspondería a Dios, quien todo lo conoce,  sabe por qué, cómo y cuando sucede o sucederá.

Es por lo cual, cuando personalmente o a alguien de mis seres queridos les ha acontecido algo que,  a simple vista pareciera negativo, tengo mucho cuidado de preguntarme ¿Por qué?, ya que, como antes lo anoto, siento que esa es una pregunta que solo puede responderla Dios; a  quien por cierto no tengo medios para preguntarle y esperar una respuesta, al menos con mi raciocinio humano. Como consecuencia de esta aseveración, en tales casos, me he acostumbrado a preguntarme para qué, porque esta pregunta tiene una respuesta que yo mismo me puedo regalar, y como la hago por mi propia voluntad dentro de mi libre albedrío heredado de Dios, simplemente preparo mi respuesta conforme a mi mejor conveniencia lógica, o simplemente, con base a mi concepción del amor y la voluntad de Dios para sus hijos; esto es, como me fuere más aplicable al caso en concreto. No obstante, existen situaciones en las cuales se hace conveniente la pregunta ¿Por qué?, ya que al compararla con hechos similares a los que nos acontezcan, no requerimos que Dios nos responda, porque se evidencia la respuesta en nuestro beneficio.

En una oportunidad hace bastantes años, una vecina amiga muy querida por mí, lloraba amargamente por la muerte accidental de su hijo de 19 años, a quien por cierto yo conocía desde que era un bebé, y ella me preguntó:  ¿Por qué Dios me quitó mi  hijo tan joven? Yo le dije,  absolutamente consciente de que era muy real lo que le decía, que esa pregunta no podía hacerla de esa manera, porque la respuesta sólo correspondía a Dios. Le sugerí que utilizara una pregunta que le ayudara a sentirse privilegiada en vez de infeliz, porque cualquier respuesta que ella diera, le resultaría positiva y consoladora, en vez de dolorosa.  La pregunta que le sugerí fue: ¿Por qué Dios me dio 19 largos años para que disfrutara a mi hijo fallecido, cuando conozco tantas madres cuyos hijos murieron antes de nacer, bebés, de dos o menos años de edad y sus madres no pudieron disfrutarlo tantos años como el mío?… ¿Qué hice yo de especial para ser una madre tan afortunada? Creo que ella me entendió muy bien y meditó sobre mi comentario, porque la noté más calmada y antes de irme le  sugerí lo que siempre hago en estos casos:  Ahora que usted está consciente que fue una madre privilegiada dentro de millones de madres sobre esta tierra de Dios, compleméntese preguntando: ¿Para qué Dios permitiría esta situación? Y no tengo duda que El la iluminará para que sea usted  misma y no El, quien se  regale una respuesta que convenga a su delicada y dolorosa situación que le ayude a traer alivio y paz a su corazón.

Todo lo que aquí escribo no corresponde a ninguna teoría o plática positiva, sino que ha sido fundamental en mis más de casi ocho décadas de vida, felizmente casado por casi cincuenta años, con hijos, nietos y bisnietos;  e independiente de que vi morir mis padres, mi única hermanita y tres de mis hermanos menores y dos mayores que yo, así como muchos y muy queridos amigos de diferentes edades y género, de mi entorno más cercano. Derivado de todas estas experiencias vividas en mi larga vida, estoy convencido de que, si creemos y tenemos fe en Dios, si seguimos sus mandamientos y amamos a nuestros congéneres y hacemos todo lo que podemos por serles útiles, no tenemos por qué temer, porque Dios está aquí, no en ningún otro sitio, sino a nuestro lado, a toda hora,  siempre pendiente de protegernos,  por lo cual jamás ni de ninguna manera podemos tener temor, ya que, cualquier evento que nos acontezca –independiente de su naturaleza-  está en la esfera de lo que nuestro Padre Celestial considera positivo para nuestra vida física, intelectual y espiritual.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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QUE PUEDE HACER INFELIZ A UN PADRE

Recordando a mi viejo pero admirado amigo académico, don  Luís  Yépez  Trujillo –seguramente hoy ya muerto- cuando me contaba que, a principios del siglo XX fue nombrado embajador de Venezuela en uno de los Países Bajos en Europa, pero cuando sus hijos empezaron a crecer y tener sus nuevas relaciones empezó él a ser menos importante para ellos, y fue entonces cuando escribió un Poema en el cual exponía la tristeza que le producía el que por sus nuevas relaciones, sus hijos que en Venezuela le amaban y admiraban profundamente, a medida que tenían nuevas relaciones sentía que ya no era tomado en cuenta como antes, por lo que en algunas de sus estrofas escribió: “Por todo lo que tú serás, por todo lo que conocerás, por todo lo que tendrás  estoy,,, profundamente triste”. Confieso que en aquel tiempo, hace más de cincuenta años, no pude entender  bien su dejo de tristeza al hablar, aunque le escuché con todo respeto su narración, que en verdad, más que una narración era un lamento escondido por mucho tiempo en su corazón, quizás, por falta de un interlocutor que le generara confianza,

En aquella oportunidad, aunque por mi naturaleza romántica y mi ambición de algún día llegar a ser un escritor, me afectó un poco;  en primer lugar, no era posible que pudiera procesar el fondo de aquellas dolorosas palabras porque aún no era padre, ni tenía idea de lo que sería serlo. En segundo lugar,  porque había vivido tan poco y siempre como soltero, que ciertamente, no concebía una familia propia con esposa e hijos. Hoy, a cincuenta y cinco años de esos días, dos veces casado y con cinco hijos, puedo al menos intuir, lo que aquel viejo valuarte de las letras venezolanas, sin ninguna mala intención quiso transmitir. Hoy, que siento la vida, en su integralidad, y sé que no es como nosotros quisiéramos que fuera, sino simplemente, como es, entiendo que ciertamente, una de las labores más difíciles de los padres,  es prepararse para procesar el hecho cierto, de que los hijos crecen y a medida que lo hacen adquieren nuevos intereses, que de alguna manera pudieren variar la actitud que  nosotros esperamos en una época determinada.  

No es fácil adaptarse al paso del tiempo; la influencia de nuevos intereses, el cambio de valores, que normalmente corresponden al ambiente donde se desarrollan, definitivamente harán lo suyo. De alguna manera, los padres como los árboles, echamos ramas, hojas y algunos flores o frutos, pero como las ramas se secan, e igual que las hojas el viento se las lleva y  nunca regresan;  escondido en los más profundo de nuestra alma, todos los padres tenemos oculta la esperanza de ser bambúes,  que resisten al viento, se bambolean, pero aunque luchan para  no romperse y permanecer con su tronco, al final  las alcanza el destino y desaparecen, pero antes de morir, dejan retoños que iniciarán el ciclo vital que nunca terminará; nacer, crecer, reproducirse y morir. Cuando los hijos son niños, los padres, conscientemente y como un mecanismo de defensa vivencial,  nos convencemos que no cambiarán… más de la cuenta, para al final tener que aceptar que una cosa es lo que uno desea y otra cosa es lo que sucede en una realidad de la vida, que nunca cambia, quizás porque somos “…los mismos hombres sobre la misma tierra.”

Creo  que al amor de algunos padres para con sus  hijos, especialmente con una diferencia tan grande de años,  podrían determinarse como enfermizos, por lo cual somos los padres  y no los hijos, los  únicos culpables de esta situación vivencial, para ellos normal pero para los progenitores, hasta cierto punto…  anómala. Es la terrible paradoja de nuestra  vida,  que uno de nuestros grandes males como seres racionales, es precisamente, el ser inteligentes. Ningún otro animal carente de inteligencia sobre este planeta tiene o sufre de este tipo de dolores o frustraciones; procrean sus hijos, los protegen y ayudan máximo hasta los dos años y después… cada quien por su lado y que la naturaleza se haga cargo. Estos animales irracionales ni los padres esperan nada de sus hijos ni los hijos esperan nada de sus padres; pudiera ser que normalmente, nunca más vuelvan a verse y es posible que no sientan ningún sentimiento mutuo,  y si con el correr de los años volvieran a verse, ni siquiera se reconocerían.

Por eso, por todo eso, los humanos tenemos la carga de ser felices, aun en las peores circunstancias;  porque a diferencia de los animales irracionales, que pueden ser felices comiendo, bebiendo o durmiendo, que son factores elementalmente físicos. nosotros requerimos de algo más que de la supervivencia física para lograrlo, y desventuradamente, nadie ni de ninguna manera diferente a nosotros puede ayudarnos, porque nuestra felicidad tiene poco que ver con la cosa física, sino que es algo que sentimos dentro de nosotros mismos, aunque no podríamos negar que algunas cosas físicas pudieran complementarla, pero sólo eso… complementarla. Es que nuestros sentimientos son intangibles, viven con  nosotros y dentro de  nosotros y por tanto, únicamente nosotros podemos determinarlos. Pero como todo en la vida tiene su pro y su contra, igualmente que como depende de nosotros ser felices, asimismo depende de nosotros ser infelices, y en tal caso, también cualquier acto en contra nuestra para hacernos infelices, escasamente podría complementar una parte de nuestra infelicidad.

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EL PRESENTE Y EL DESTINO

Es una creencia casi generalizada que Dios determina nuestro destino desde antes de haber nacido y que eso es infalible;  no discuto tal  criterio, especialmente porque como soy un convencido de nuestra absoluta posibilidad de ser felices, para lo cual se requiere ser muy positivo, no puedo darme el lujo de preocuparme por algo que pudiera convertirse en una obsesión  negativa, como es para una gran mayoría de personas, el destino. Es que en mi personal concepto, lo que Dios sí que nos dispuso como una hoja de papel en blanco,  fue el camino que debemos recorrer durante toda nuestra vida -que por cierto es lo que  sí debe interesarnos-  por lo cual nos dejó en plena libertad de darle el sentido, color, sensación y sabor al paisaje, así como a cada  bache o recodo del camino; de tal manera que, en su inmensa sabiduría, creo que  para no aportarnos focos de preocupación innecesaria, nos dejó en libertad de diseñar nuestro propio “camino”, por lo cual nos regaló la posibilidad de hacer de ese viaje de nuestra vida, lo que más nos plazca, agrade o nos parezca conveniente. En tal sentido, para que pudiésemos estudiar, entender y encontrar la mejor forma de vivir esa extraordinaria experiencia de ese viaje, nos dotó de inteligencia y raciocinio, al tiempo que puso sobre el camino diferentes subidas, bajadas, obstáculos y/o accidentes, que nosotros con todos los recursos intelectuales y físicos de que fuimos dotados, pudiésemos perfectamente determinar la mejor forma de esquivarlos, superarlos, ignorarlos  o disfrutarlos, conforme nuestra propia forma de ver la vida y las cosas.

No es fácil emitir criterio sobre lo que piensan o sienten otras personas, por lo cual pareciera  lo más acertado, hablar de nuestras propias circunstancias y vivencias; a ese respecto y refiriéndome al camino de la vida que durante setenta y ocho años he transitado, debo comentar que desde que tengo verdadero uso de razón he estado perfectamente consciente de que no existe un destino predeterminado para mí, ese me lo hago yo;  inclusive ese elemento impredecible que a tantos preocupa y que denominan futuro, cual para mí –no obstante la insistencia de mi padre de que era muy importante- tampoco tuvo ni tiene tanta importancia, precisamente porque es imprevisible, impreciso e indeterminado, por lo cual no lo considero trascendente como parte de mi camino; quizás porque siempre he tenido plena conciencia de que, si fuere que llegare,  lo único que puedo aportarle para mi beneficio,  sería hacer bien lo que me corresponde… hoy.

¿Qué la manera de transitar nuestro camino  tenga que ver con nuestro posible destino? Pareciera lógico, por lo cual como  yo juego a ganador, no desperdicio ninguna posibilidad; es que estoy seguro que mi camino es hoy, por lo tanto es a este día  de hoy a quien debo toda mi atención, amor y cuidado. Estoy consciente de que conmigo transitan a mi lado, detrás y al frente, mis hermanos humanos y mis hermanos los animales;  a ambos me debo por mi principio fundamental de  utilidad y humanidad. De la misma forma,  a los recursos naturales que Dios dispuso sobre y en esta tierra para mi beneficio, estoy obligado a proteger, cuidar y defender a toda costa, so pena de desaparecer como especie sobre esta tierra, o por lo menos de negar su conocimiento, belleza, beneficio y disfrute, a las futuras generaciones. Como  observarán en  lo expresado en este párrafo, en nada puede ayudarme a mejor vivir mi camino, el pensar o preocuparme por un destino que, como el futuro, no es determinable de ninguna manera.

Tristemente he conocido personas que viven consternados por lo imprevisible de su posible destino o lo que pudiera sucederles mañana, que es como decir: en el futuro. Tanto me ha preocupado esta tendencia,  que he dedicado una buena parte de mi vida a escribir artículos de prensa y revistas, libros y el blog: www.unavidafeliz.com, que es visitado por más de 2.800.000 cibernautas en 119 países, así como conferencias y conversatorios, todos orientados a inducir a las personas a no dejarse afectar por el pasado, porque es un muerto; ni por el futuro porque no ha nacido; estimulándolos a dedicar todo lo mejor y más entusiasta  de la existencia, a ese diario transitar por el camino de la vida; cual no sólo tenemos la capacidad de hacer agradable y didáctico, sino inclusive, impregnarlo de magia y entusiasmo que contagie a nuestros congéneres negativos. Es durante el recorrido del camino que podemos amar, disfrutar de las flores, de la risa de los niños, del canto de los pájaros, del ruido de las quebradas, de las olas del mar; degustar los  manjares en que nuestros hermanos saben  convertir los recursos naturales que Dios puso sobre la tierra para nosotros, así como de mirar y escuchar a esas personas que amamos, cuya presencia, compañía y voz, dan sentido a nuestra vida.

Luego de todo lo expresado, en una reflexión sincera del qué y el por qué de nuestra vida… ¿No les parece una pérdida de tiempo dedicar nuestro intelecto a intuir un destino desconocido, cuando la realidad del hoy –que es el camino que en todo momento estamos recorriendo- tiene tantas cosas buenas y bellas que ofrecernos? Como todo en la vida, creer y preocuparse del destino es una opción exclusiva del libre albedrío de  cada ser humano, que yo respeto, pero que estoy obligado a declarar que no comparto; precisamente porque no le aporta nada a esa maravillosa bendición de vivir el hoy y no de sobrevivirlo, que definitivamente es la opción por mí libremente escogida y predicada  hoy y siempre.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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VALOR Y MÁS VALOR

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El valor siempre ha sido la capacidad de vencer el miedo; porque el miedo, como lo dijeran los filósofos griegos, no es más que el producto de sentir la incertidumbre como tal; vale decir, no saber que pudiere sucedernos ahora o luego. Igualmente nos enseñaron que el miedo es el sentimiento más peligroso que nos puede afectar; entre otras cosas, porque distorsiona la realidad, haciendo las intuiciones negativas aún más desastrosas de lo que nos pudieren atacar. Frente a tal situación, el único remedio es EL VALOR  y tenemos que afincarnos en eso.

Como habitantes de Venezuela, uno de los países más bellos, ricos y bendecidos por Dios en el mundo, en este momento existe casi una pseudoparanoia colectiva; por todas partes y a todas las personas lo único que se les escucha son malos augurios; las quejas por todo están al orden del día; los malos presentimientos de lo que esperan que sucederá, son el común denominador en las conversaciones. Creo que todos estos sentimientos negativos, prospecciones derrotistas y constantes quejaderas, no aportan nada a una posible solución a los problemas que, sin ninguna duda, sufre nuestro País.

Ciertamente, la situación de nuestra amada patria hoy, respecto de lo social, político y económico es casi…  inédita. Al menos, para la gente menor que  yo, porque desde que  tengo uso de razón, en los primeros años sesenta hasta hoy, he vivido en Venezuela, donde hemos pasado difíciles situaciones de todo género, pero que siempre hemos superado.  ¿Qué ha sido difícil? Ciertamente. Pero lo cierto, lo real, lo verdadero, es que lo hemos superado y yo no tengo ninguna duda de que nuevamente lo superaremos.

Es por eso que sigo en Venezuela, no obstante el reclamo de mis cuatro hijos que hace más de 20 años viven en USA  y que no entienden que hacemos mamá y yo aquí todavía. Es que nosotros creemos en nosotros mismos, y por tanto, en nuestros hermanos venezolanos. Nosotros pensamos que esta es una situación coyuntural que estamos viviendo y como tal, puede y será superada más rápido de lo que los negativos y derrotistas esperan.

Creo en el libre tránsito que nos asegura nuestra Constitución y por tanto no critico ni censuro a quienes dejan el  País en busca de un destino mejor: es su derecho y como abogado lo entiendo perfectamente. Sin embargo, como quiera que he estado en más de veinte países y vivido en cuatro, tan diversos como Bolivia y Estados Unidos, estoy convencido de que  en cualquier otro País que no sea Venezuela, independiente de mi posición económica, social, académica, etc., siempre seré “un extranjero” y lo siento injustificado para  quien tiene una patria, que con todos sus males, sigue siendo mejor que la mayoría de los países del mundo. Por otra parte, pienso que es hoy más que nunca, cuando hace falta que los hombres de trabajo y corajudos se queden en esta tierra que nos dio Dios, para sacarla adelante y  hacerla mejor, aunque fuere con uñas y dientes.

 Los venezolanos tenemos historia y tradición de guerreros, pero no locos sino valientes. Es cierto que hay  mucho por hacer, por reconstruir, por enmendar, pero es algo que nos corresponde a todos, no a una parte de los venezolanos, sino a todos sin excepción. No podemos olvidar que esta es la tierra de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos, nietos y bisnietos, aunque hoy no vivan en ella. El mundo está cambiando aceleradamente y no podemos echarlo de menos; como consecuencia, esta tierra es el legado que les dejaremos a ellos como su refugio… para el futuro.

 

Yo pertenezco a esa generación que le puso el hombro a este País para hacerlo especial en el mundo. Como ejemplo, les cuento que cuando tenía 19 años, nuestra  moneda era más solicitada que el Dólar Americano;  nuestra inflación estaba por debajo el 1% y quienes viajábamos por las carreteras del País, cuando nos daba sueño nos recostábamos a la vera del camino hasta que descansábamos y continuábamos el viaje,  sin temor a que nadie nos hiciera daño.

Pues bien, esa no era otra Venezuela, sino la misma donde vivimos hoy. ¿Qué falta entonces? Ponernos de acuerdo, reencontrarnos como hermanos, deponer actitudes negativas y/o radicales personales, para pensar en el bien nacional, y yo no tengo duda que en su más alto porcentaje, independientemente de la ideología de cada uno, de una u otra manera, todos estamos dispuestos a hacerlo. Pero tenemos que sentarnos a hablar, reencontrarnos, mirarnos de frente sin rencor, odio ni dolor; corresponde que echemos manos del amor, que es ese sentimiento maravilloso hacedor de milagros. Considero que tampoco es una labor de titanes, sino de gente sencilla, pensante, preocupada y diligente, y los venezolanos, cuando queremos… somos así.

No estamos hundidos como muchos lo predicen. No, no es verdad; si es cierto que tenemos muchos problemas, pero también es cierto que disponemos de todas las herramientas necesarias para realizar las correcciones. De alguna forma, creo que tampoco tenemos otra cosa que hacer; ya no estamos en época de arreglar nuestros problemas por las malas o poniendo en riesgo a un país pacífico para convertirse en un terreno de guerra. Solo hace falta ponernos de acuerdo… todos. Medio mundo está dispuesto a ayudarnos, y la otra parte solo quiere que le ofrezcamos garantía de seguridad  y paz, por eso,  esta es una oportunidad que no debemos desperdiciar.

Yo estoy comprometido con Venezuela, porque me lo ha dado todo. Mi formación académica desde primaria hasta la Universitaria, me la dio gratuita. Mis postgrados los pagué en Universidades Privadas, porque no quise asistir a Universidades Públicas; igualmente a mis hijos, al menos hasta su bachillerato lo hicieron gratuito en establecimientos públicos venezolanos, luego sus carreras universitarias las hicieron en el exterior y por tanto en Universidades Privadas que ellos mismos se pagaron.  ¿Cómo podría yo olvidar todo lo que hizo por mí y mi familia y no restearme con Venezuela ahora, sino tomar la posición cómoda de emigrar y dejarla sola? Cuando es en este momento cuando más necesita de sus mejores hijos. Es  lo que no entienden propios y extraños cuando me dicen que… ¿Qué hago todavía en Venezuela? Pues simplemente, porque amo a este País y porque voy a hacer todo lo que yo pueda para que seamos un país feliz. 

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EL VALOR DE UNA CARICIA

Caricia (2)La caricia es algo más que el roce cariñoso o el toque amoroso a nuestro cuerpo, que independiente de si somos niños, jóvenes, adultos o ancianos,  despierta sentimientos de complacencia,  satisfacción, plenitud y seguridad; especialmente porque como seres humanos racionales somos simbióticos, esto es que estamos dotados no únicamente de nuestro cuerpo –que es físico y por tanto visible y detectable por nuestros sentidos- sino que además disponemos de una supra corporalidad extraordinaria y absolutamente etérea, no detectable por nuestros cinco sentidos conocidos, que definimos como nuestro espíritu. Este hecho hace que la caricia -esa que nos hace tanto bien-  igualmente sea física, como captable únicamente por algunos de nuestros sentidos, o simplemente por nuestro espíritu. Por lo cual, una palabra, una mirada, una sonrisa o cualquier acto solidario o generoso, puede alcanzar igual o  mayor capacidad de recepción, que  una manifestación corporal.

En orden de lo antes expuesto, hoy releyendo a ese poeta, escritor y juglar, que supo vivir el privilegio de ser feliz, luego de haber perdido su familia y  sin disponer de otra riqueza que no fuere su propia convicción personal de la importancia del hoy, el siempre recordado Facundo Cabral, cuando sentenció: “…el bien es mayoría, pero no se nota por que es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye hay millones de caricias que alimentan a la vida.”. Esta sabia admonición  me ha llevado a reflexionar  sobre su contenido, porque es cierto que el bien, casi siempre es silencioso y a veces difícilmente determinable; en cambio, el mal deja secuelas rápidamente determinables porque hieren al medio ambiente, al individuo y/o a la sociedad.

La caricia oportuna de la mano, la palabra o el gesto amigo, suelen ser realmente reconfortantes; tanto que la psicología positiva –luego de una ardua tarea de convicción con pruebas a los galenos- ha convertido en un hecho su importancia decisiva en los procesos de sanación de las enfermedades. Creo que sería muy positivo para la sociedad organizada la toma de conciencia de que la caricia no lo es solo corporal, sino que podemos acariciar también con nuestras palabras, con nuestros gestos como la sonrisa, con  nuestra actitud frente a cualquier difícil o dolorosa situación física o espiritual, que experimente alguno de  nuestros congéneres. Así, por ejemplarizar, en variadas oportunidades vemos personas que, por cualquier circunstancia, amanecen espiritualmente adoloridos, frustrados o desanimados, pero un caluroso buenos días, un apretón de manos, una mano sobre el hombro o una sonrisa, pueden sacarlos de ese túnel espiritual en el cual, casi siempre sin razón aparente, se encuentran encerrados.

 Jesús no estaba equivocado cuando enseñaba: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo…” porque si seguimos esa máxima, obligante para quienes somos cristianos, nunca olvidaremos que todos a quienes encontramos en nuestro camino son nuestros hermanos, y que no es una caridad sino una obligación preocuparnos de ellos y por ellos; por lo cual también es obligante hacer todo lo que esté a nuestro alcance por contribuir a su felicidad, o por lo menos a que se sientan menos solos.

En estos tiempos especialmente, cuando tenemos a mano los medios idóneos y a bajo costo para conocer al instante cualquier situación  en el  mundo; cuando con dolor tenemos que aceptar que millones de personas no tienen que comer y mueren de hambre; que el terrorismo, la corrupción y la ambición de poder desmedidos, cada día hacen más pobre a los que menos tienen y más ricos a los que de todo disponen; cuando en algunos países las medicinas sobran y en otros, por su carencia mueren niños con cáncer y otras múltiples enfermedades, tenemos que aceptar que la generosidad y solidaridad con los demás seres humanos,  ciertamente es obligatoria. Hoy, no sirve de nada lamentarse, sino que, por el contrario, nos corresponde a cada  uno, según nuestra capacidad y actividad, hacer lo que se encuentre a nuestro alcance, por ayudar a quienes lo necesiten. Quienes hemos vivido con pleno uso de razón los últimos sesenta y cinco años, sabemos que nunca hubo tanto dolor ni desconsuelo sobre esta tierra de Dios  que en este último periodo.

Por todo lo antes mencionado, como normalmente y salvo raras excepciones,  nuestro círculo personal es reducido, al menos en nuestra comunidad, círculo familiar o amistoso, debemos recordar qué significa, para qué sirve y cómo puede manifestarse una caricia, que costándonos muy poco, es algo que podemos otorgar todos los días, y que, al menos en mi experiencia, suele no solamente beneficiar a quien la recibe, si no muy especialmente a quien la da, en su ser interno, precisamente porque somos físico-espirituales y eso  no deberíamos olvidarlo… nunca. Termino refiriendo   un verso del Poema “Limosna” de Iván S. Turquenev, que tiene que ver con el tema, ya que se trata del caso de un hombre que encontró un mendigo y por no tener dinero para ayudarlo le pidió disculpas y le dio un apretón de manos:

“Gracias exclamó el indingente

 suspirando dulcemente;

 gracias por vuestra bondad.

 Darle la mano a un mendigo

 y tratarlo cual amigo,

 es limosna y caridad.”

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¿QUE  VIDA  QUIERES?

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Como Todo en nuestra vida, el más alto porcentaje de lo que nos acontece corresponde a nuestra elección personal; así tenemos unos vecinos que son muy alegres; otros taciturnos y con cara de amargados; un médico muy pausado; una dama muy agradable, positiva y se nota segura de sí misma; el trabajador que arregla la electricidad que tararea una canción; el plomero que saluda alegremente o la chica que limpia que nos mira con recelo. Asimismo, todos los días tropezamos con niños juguetones, alegres, circunspectos, llorones o simplemente, indiferentes; en la calle saludamos personas que responden con una sonrisa, con un muy buenos días, otros con cara de acontecidos y otros que responden con un murmullo; una anciana con su bastón en la mano que lentamente cruza la calle, pero en sus ojos se nota la alegría de haber vivido… tanto; en la acera, otra señora también de edad que ve para todos lados recelosa y con cara de susto.

Llegamos al trabajo y allí una recepcionista alegre que nos da los buenos días; en otro escritorio un hombre  joven con cara de intelectual, pero que habla como tonto; más adelante otro empleado que sobre su computador se aisla de todo y… de todos; al final, un Gerente que considera a todos los empleados su equipo e inteligentemente los trata con cariño y respeto, haciéndoles sentir que son muy importantes, independiente de cual se la labor que desarrollan, y que sin ellos la  Empresa no podría adquirir el éxito que tiene.

Cuando sales o regresas a tu casa, te despide o recibe una esposa amorosa o una madre que te abraza y dice Dios te bendiga,  o por el contrario, en ambos casos no sientes amor sino indiferencia y la tendencia seudo paranoica en cuanto a lo que te puede suceder en el día. En verdad, nuestra vida es tan elemental, que nos permite ser nosotros y nadie más quien decide que color le damos a nuestra vida. Podemos tomar cada año de edad  como un regalo de Dios,  que nos permite disfrutar más tiempo de las miles bendiciones que El puso sobre esta noble tierra para nosotros,  o como un peso sobre  nuestros hombros, que en la medida que aumenta es más difícil de llevar. Por eso es tan importante aceptar que nuestra vida  se reduce a la inter relación diaria con los demás seres humanos; porque, para bien o para mal, HOY ES LO UNICO QUE ES NUESTRO; ayer es un muerto y mañana no ha nacido, lo cual es como decir: por ayer NO PUEDO HACER NADA y por mañana lo único que puedo aportar es HACER LAS COSAS BIEN HOY.

En el mismo sentido de todo lo antes expuesto, tengo dos posibilidades: o realizo todo acto o acepto cada  hecho de mi existencia para ser feliz, haciendo de la incertidumbre un reto a vencer para lograr mis propósitos, y seguramente lo logro;  o por el contrario, me lleno de inseguridad, falta de fe,  temor, permito que baje o bajen mi autoestima, por lo cual el pronóstico es que tu vida será oscura y nunca conocerás el bello ambiente de la primavera, siendo muy doloroso ese pequeño pedacito de la vida que es lo único tuyo: EL HOY, que  transcurrirá en el borroso otoño u oscuro… invierno.

Luego de todo lo dicho, procede preguntarnos: si ciertamente somos tan diversos e individuales, pero además de diversos orígenes, género y cultura… ¿Qué define nuestra felicidad? sin vacilar, debemos responder: NUESTRO ESTADO DE ANIMO; vale decir, del color que nosotros damos a  lo que nos rodea; lo que sentimos que somos nosotros mismos,  y muy especialmente como percibimos a nuestros hermanos humanos, su forma de actuar en esa inter relación permanente que hace nuestro diario batallar por lograr  una vida mejor.  Como consecuencia, cada  uno de nosotros decide cual es la vida que desea tener: buena, mejor, peor o… infeliz.

Desventuradamente para quienes no han meditado a profundidad sobre lo escrito, no existe  ningún mecanismo, factor o medicamento conocido que supere la auto decisión. Es por lo cual, entre el que hurga la basura en busca de alimento, el que trabaja ocho o más horas para lograr su sustento familiar, el académico que dedica su vida a enseñar lo que sabe a los demás, el que ostenta el poder, la riqueza  o la fama, lo único que diferencia su éxito o fracaso lo es, indefectiblemente, su capacidad para entender que nada ni nadie puede hacer por nosotros, más de lo que seamos capaces de hacer nosotros mismos; quedando entonces nuestro destino en nuestras manos, por lo cual jamás podremos justificarnos en aquello de la “mala suerte” o “falta de oportunidades”. Porque la mala suerte es la justificación a la ineptitud, displicencia, pereza, falta de diligencia y disciplina; y la falta de oportunidad no  justifica el fracaso, porque cuando la oportunidad no se presenta por sí sola, entonces nosotros, como seres humanos, estamos dotados de todas las herramientas intelectuales y físicas para crearla…  a nuestro antojo.

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GRACIAS A LA VIDA II

Escuchando la entrañable canción “Gracias a la vida”,  me devolví sesenta y cinco años atrás recordando mi niñez; luego mi primera juventud hasta los treinta años; mi segunda juventud hasta los sesenta;  y mi tercera  o actual juventud a los setenta y seis años, y tengo que decir más que gracias a la vida,  gracias a Dios.  Durante estas más de siete décadas, he amado y me han amado; he trabajado duro y obtenido las mejores recompensas; he tropezado muchas veces y de esos tropiezos he determinado cosas que han hecho menos difícil  pero más grato, ese largo camino en busca de la felicidad. He aprendido que lo más importante para vivir -en el sentido real de la palabra– que es bien diferente a  sobrevivir,   lo cual es absolutamente elemental-  se  requiere sentir a nuestros semejantes con su naturaleza  y sus ambiciones, poniéndonos con toda sinceridad en su lugar y actuar en consecuencia,  como hubiésemos procedido en iguales circunstancias o situaciones que nos toque vivir.

Haber vivido todos estos años disfrutando de las muchas bendiciones que Dios ha puesto sobre la tierra, como son: el ver el brillo del sol en la mañana y un cielo cubierto de estrellas en la noche; las gotas de rocío sobre las rosas en primavera;   el caer de amarillentas hojas, diciendo adiós para siempre en el otoño; escuchar con regocijo el silbido del viento sobre las palmeras; el trinar de los pájaros en los caminos; la risa de los niños y la palabra amor en los labios de quienes amo; todo lo cual me ha enseñado que soy un pedacito de la maravillosa creación, que tengo  siempre a mi disposición, en tanto y en cuanto sea capaz de entender que es mi estado de ánimo y no ningún  evento especial, lo que le da color a mi vida; por lo cual a nadie más que a mí mismo puedo culpar  o felicitar, según fuere el resultado de mi vida.

Sin ninguna duda, hoy estoy convencido  de que es más importante que la riqueza, la fama,  el poder o la belleza,  la tranquilidad espiritual y ser consciente  de que Dios provee  todo lo necesario  en cualquier situación en que nos encontremos; que todo se encuentra a nuestro alcance si entendemos que la diligencia, la disciplina y el trabajo son más importantes que la inteligencia o el nivel social en el cual se nos ubique;  que el mal es la excepción porque la regla es el bien y la bondad; que brinda mayor felicidad el hecho de amar que el ser amado; y finalmente, que el tiempo no es nuestro aliado ni nuestro enemigo, por lo cual la edad no es definitiva para vivir intensamente los eventos esenciales de nuestra existencia física y/o espiritual.

Por todo lo expuesto me siento obligado a ratificar lo que afirma esa bella canción: Gracias a la vida que me ha dado tanto, porque ciertamente y por la gracia de Dios, tenemos más bendiciones que carencias; la voz de mis hermanos es mi voz; la felicidad o el dolor de mis hermanos también son los míos, porque todos somos parte integral de la gran familia humana, por lo cual debemos convivir en paz y armonía, en esta bella tierra que Dios nos dio por heredad.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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FE Y PROACTIVIDAD

Los términos FE y PROACTIVIDAD siempre han caminado juntos al lado de toda persona exitosa, independiente de cual fuere el caso o circunstancia personal de que se trate. Hoy la  Psicología Positiva ha probado que hasta en los procesos de sanación de una enfermedad, la fe y la proactividad  ya  son  no solamente convenientes sino indispensables.  Aquellos apotegmas bíblicos de que “… la fe mueve montañas…”  y “…dame tus palabras y yo te daré mis obras…” son una realidad a favor de cualquier aspiración humana. Cuando digo que caminan juntos es porque únicamente la fe  no es suficiente si no se acompaña de la actividad constante y  entusiasta,  que  permite lograr la meta que nos proponemos. Es por eso que cuando hablamos de alguien que es proactivo, incluimos en dicho vocablo la fe, la disciplina, la constancia, el entusiasmo, la creatividad,  y muy especialmente, la confianza en sí mismo, que adicionamos al duro trabajo para encontrar y administrar debidamente los elementos y/o factores que fueren más convenientes o necesarios, en cada caso.

Considerando -como es cierto-  nuestra vida es elemental, porque fuimos diseñados de tal manera que tenemos  una especial capacidad para adaptarnos a cualquier ambiente o situación que se nos presente, no es fácil entender como algunas personas no terminan de asimilar que es en y dentro de sí mismos, donde se encuentran los elementos necesarios para lograr una vida integralmente dispuesta a la felicidad, cuales como antes hemos comentado, es la fe en nosotros  mismos como principales actores de nuestra propia vida, el elemento decisivo para lograr el éxito propuesto. De nada sirve la formación académica o cultural de cualquier género, si  no nos  convencemos de  nuestra capacidad para superar los escollos que se  presenten y por encima de ellos adelantar y lograr nuestras propuestas.

En tal sentido, igualmente de nada sirve un título o certificado de conocimiento particular, si no lo  utilizamos como canal para regir una conducta proactiva.  Es  que el Universo, del cual formamos parte, es sinérgico,  y como consecuencia, somos… energía; por lo cual, en tanto y en cuanto actuemos con el convencimiento de esa energía que nos hace proactivos, sin duda alguna seremos exitosos. De igual manera, si no ponemos en movimiento esa misma energía, alimentada por la fe, la confianza y el optimismo que nos alimenta para enfrentar cualquier evento o circunstancia, jamás alcanzaremos con suficiencia el logro de nuestras ambiciones. No se trata de un asunto de tiempo sino de persistencia, disciplina, confianza  y  diligencia. Debemos estar permanente y  absolutamente convencidos, que no  fuimos hechos para el fracaso, la mediocridad o la infelicidad,  sino que, por el contrario, como alguien lo escribiera, “Vinimos a este mundo, condenados a ser felices.”; que es como decir:  especialmente dispuestos a lograr el triunfo y la felicidad en una vida buena, que nos merecemos.

Asimismo, en lo social que conlleva el amor, la amistad, la familia y el éxito económico,   son más importantes que el género o la belleza física, la genialidad con que utilicemos nuestras características personales originarias, la cultura adquirida y la aplicación adecuada de las buenas experiencias propias y ajenas que nos dan los años vividos,  en el progresivo desarrollo de nuestras relaciones cotidianas. Somos parte de la gran familia humana, por lo cual, no basta con ser un buen médico, abogado, empresario  o artista para lograr el éxito integral,  si no introspeccionamos la necesidad de nuestros congéneres de ser tratados con respeto, consideración, sensibilidad y solidaridad con sus propias causas e identidad individual, lo cual requiere de empatía para ponernos siempre en el lugar de los demás y de tal forma idear cual sería nuestra propia reacción emocional si estuviésemos en  su caso.  Es considerando  y aplicando apropiadamente todos estos factores como podemos llamarnos con propiedad, agentes de progreso de una sociedad, todos los días más  orientada a la tecnología,  y por tanto necesitada de promotores de  fe y  proactividad, en función del bienestar supremo de todos los integrantes de esa misma sociedad a la cual pertenecemos.

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COMO ES LA FELICIDAD

Aunque desde hace más de trece años he venido escribiendo en este Blog sobre  LA FELICIDAD en cuanto a qué es, su esencia como hecho cultural, su temporalidad, donde vive y como se comporta en tiempos de crisis. No obstante, por solicitud de  una lectora, hoy trataré sobre CÓMO ES LA FELICIDAD. En verdad, pienso que como sentimiento humano, la felicidad tiene que ver mucho con la individualidad, que como es conocido, su concepción es diferente en cada individuo.

En una oportunidad leí un pensamiento de autor desconocido que rezaba: “La felicidad es a  veces como los lentes… los buscas, los buscas y los buscas, y resulta que los llevas puestos”  Pues bien, por experiencia propia sé y me consta que no es posible encontrar la felicidad, si no la buscas permanentemente y en cada acto de tu vida.

¿Qué sea difícil ser feliz? No lo creo. Durante más de siete décadas, desde niño hasta hoy,  he vivido diferentes situaciones de pobreza, enfermedad, soledad  y desamor; pero en todos los casos he tenido el acierto de pensar que siempre, de alguna manera, la felicidad está presente, porque es parte de cualquiera de mis situaciones. En principio, sólo mantenerme con vida, ya  es  un éxito y el éxito produce felicidad. Asimismo, cuando he estado enfermo, triste o en mala situación económica, siempre  he estado consciente que mi situación es mejor que la de muchas otras  personas y que además, como todo en la vida….TODO PASARA.

 En la mayoría de los casos de las personas que conozco que se autodenominan “infelices”, he observado que tienen tantas bendiciones como seres humanos y a su alrededor, sobre las cuales no meditan sobre sus resultados y consecuencias, que como decía Facundo Cabral, “…no están deprimidas sino distraídas…”, porque únicamente la conciencia de: poder mirar, cuando miles de personas nunca podrán ver la luz del día, la belleza del ser humano, el mar o las  montañas,  porque son CIEGAS; el poder oír, cuando tantas personas en el mundo jamás han escuchado o  escucharán la risa de los niños, las olas del mar, el canto de los pájaros… o la palabra amor, porque son SORDOS.

Pero además, más allá de muchas otras bendiciones que tenemos sobre esta tierra  que Dios nos dio como heredad, disfrutar diariamente del oxígeno, del agua, de los alimentos, los deportes, el trabajo, las  muchas distracciones y del abrazo de la persona amada, son razones suficientes para sentir la felicidad, porque la felicidad no se  mira, sino que se siente. Claro está que así como en el caso de “los lentes”, si tratamos de buscarla afuera, cuando en verdad la tenemos con y dentro de nosotros mismos, y en todo momento, pues a estas personas de pensamiento limitado,  les será muy difícil apreciar que son felices. Quizás fue por ello que Don Luís de Unamuno escribió: “Lo importante no es hacer lo que a uno le gusta, sino gustar de lo  que uno hace.”  Es que tener una familia, una labor que realizar, una misión que cumplir, amistades para compartir o cualquier actividad que efectuar, únicamente nosotros mismos estamos en capacidad de hacerlo desagradable, agradable, desgraciado o… feliz.

Finalmente, la felicidad es  una actitud personal e individual de sentirse realizado material y espiritualmente, que es como decir: materialmente, disfrutar intensamente cada momento de ese HOY, que es nuestra vida, donde todo lo necesario lo tenemos a nuestro alcance;  y espiritualmente, que la conciencia está limpia porque no se hace daño a nadie sino que, por el contrario, se trata de ser  útil a la sociedad, dentro de lo posible, lo cual nos pone en contacto con Dios. Por cierto, lo cual es dable de lograr por cualquier persona medianamente lógica, diligente y sin mucho esfuerzo.

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En una oportunidad escuché a una dama decir que “…yo perdono pero no olvido.”  Tal aseveración me hizo reflexionar sobre el hecho de que, todos los seres humanos tenemos virtudes y defectos; como consecuencia, tenemos diferentes actuaciones y reacciones frente a similares situaciones o en función del comportamiento de nuestros congéneres humanos, sin que por ello tengamos derecho a condenarlos. Pienso que quien perdona pero no olvida, realmente tiene un comportamiento personal  e individual muy suyo, que podrá darle la denominación que quiera, pero nunca llamarle perdón. Siento que quien actúa o piensa de tal manera lo que sucede es que confunde el término PERDÓN por el vocablo ACEPTACIÒN. Si alguien te hiere o hace algún daño y tú lo dejas pasar y continúas tu relación con esa persona, pero recordando el daño recibido, en verdad no la has perdonado sino que has aceptado la ofensa y decides continuar con la relación, independiente de cual ésta fuere; me imagino que con la esperanza de que la ofensa o herida no deba producirse nuevamente, pero si no lo olvidas, eso queda en tu ser interno y será muy difícil que mientras mantengas ese sentimiento negativo vivo, puedas volver a confiar en esa persona y como consecuencia ser feliz.

Por otra parte, cuando nos hieren u ofenden y no perdonamos en su verdadero sentido, esto es olvidando por siempre lo sucedido como si nunca  hubiera acontecido, pierdes la bendición del perdón, que no es para la persona perdonada sino para quien perdona, porque descarga de su alma un sentimiento negativo y doloroso. En primer lugar, nuestra conciencia de que todos los seres humanos somos imperfectos, nos lleva a aceptar que somos susceptibles, en cualquier caso,  de cometer errores, realizar desaciertos y actuar de forma inconsecuente o incorrecta frente a cualquiera de nuestros relacionados. Pero también, debemos estar contestes de que así como podemos incurrir en errores o actuaciones inconvenientes para los demás, tenemos la virtud de que podemos corregir y proponernos nunca  más actuar de la forma indeseada. De siglos atrás se ha dicho que “…errar es de humanos y corregir de sabios.”  Lo cual yo pienso que es absolutamente cierto.

En segundo lugar, no podemos negar que el fundamento de nuestra vida es Dios y Dios es amor. Pues bien, es precisamente el amor, no solo para los demás sino para con nosotros mismos, lo que nos deberá llevar a perdonar en su sentido integral: olvidando el agravio recibido. Para situarnos en una ejemplarización muy común: la relación de pareja. En el caso de que uno de los integrantes ofende, hiere o hace algún daño a su par, pero luego al reflexionar fríamente el asunto, humildemente pide perdón y promete nunca más volver a  hacerlo, surge la interesante pregunta  ¿Qué otra cosa podría hacer en pro de compensar el daño, que no fuera solicitar el perdón y prometer no volverlo a realizar? No puede esperar el o la ofendida que en vez de pedir perdón,  se suicide, corte un miembro o realice cualquier otra acción descabellada, que realmente,  no repararía el daño causado ni haría bien a nadie, sino que por el contrario, podría producir un sentimiento de culpa al ofendido.

En cada caso que toco este tema me siento obligado a recordar a Jesús de Nazaret, quien durante toda su prédica conocida habló de la importantica del perdón, cual aconsejó a sus discípulos debería realizarse tanto como “…setenta veces siete.”, sino que para probarlo, lleno de ese amor que también siempre predicó, en el momento más duro física y espiritualmente de su vida, luego de haber sido expuesto al escarnio público, negado por sus amigos, apabullado, burlado, torturado y finalmente crucificado como un delincuente, sus últimas palabras lo fueron precisamente de perdón cuando imploró a su Padre Celestial: “Padre, perdónalos porque ellos no saben lo que hacen…” y con este último acto de amor, como escribiera un poeta “…conquistó la humanidad entera.”

Finalmente, conteste de mis grandes imperfecciones, pero con mi deseo de llevar un poco de paz al alma de mis hermanos humanos, sugiero el perdón más como remedio para el alma del ofendido, que como beneficio para el perdonado, porque ese acto maravilloso de perdonar con olvido, es lo que nos hace sentirnos sin rencor, tranquilos de espíritu, reconstruir la relación violentada, y sobre todo, sobre la base de ese ejemplo extraordinario de Jesús, sentirnos merecedores de ser llamados hijos de Dios.

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