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Archive for the ‘RAICES E HISTORIA’ Category

EL AMOR VS. EL ODIO

ODIO Y AMOR

Hoy, releyendo la vida y pensamientos de ese, por mí admirado  y especial ciudadano del mundo, Nelson Rolihlahla Mandela, recordado por todos como “Madiba”, encontré  uno de sus pensamientos más conocidos respecto del odio y el amor, que produce en quien lo lee una reflexión pocas veces comentada, y es que, en su mayor contexto, tanto el odio como el amor son factores o elementos culturales; más allá de la parte instintiva originaria de los sentimientos que ampararon y/o preservaron la continuación de la especie, el apego o sentido de pertenencia grupal y la expectativa de combatir e incluso agredir,  en su legítima defensa. El pensamiento de Madiba a que haré referencia, expresa: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, de su origen o religión. La gente tiene que aprender a odiar;  y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario.”

Aunque Madiba no se refirió expresamente al aspecto ideológico o político, dada la circunstancia actual de incertidumbre sobre el futuro inmediato de nuestro País, me parece oportuno y casi obligatorio, adicionarlo dentro de ese pensamiento sobre la actitud de odiar o amar de los seres humanos. Es que la vida me ha enseñado que nuestra existencia es sinérgica, como lo es la del planeta sobre el cual vivimos, ya que nunca permanece estático en el mismo sitio, sino que permanentemente rota y se traslada en su órbita alrededor del Sol. Asimismo, los países, incluido el nuestro, mantienen un movimiento de altos y bajos, algunos de manera cíclica, que debemos considerar seriamente, al menos quienes hemos decidido de forma definitiva, permanecer en él,  independiente   de su situación en tiempo, período o momento determinado.

Sobre lo antes expuesto, por mi propia experiencia como ciudadano de este País, que he vivido con absoluta conciencia los avatares venezolanos en estos últimos sesenta y cinco años, pienso que aunque no debemos abstraernos o  insensibilizarnos de la actual situación que nos aqueja, sí que es esencial recordar y/o revisar la historia de los últimos cien años de nuestra vida republicana, para concientizarnos de que, en ese período, hemos vivido situaciones muy difíciles, pero que siempre las hemos superado con nuestro empeño, trabajo, confianza en un futuro mejor y amor por Venezuela; especialmente, actuando como hermanos y no como enemigos, precisamente bajo el principio que expresamente como lo enunciara Madiba: El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario.”, que traído a nuestra situación, es como decir que ES MAS FACIL AMAR QUE ODIAR, fundamentalmente cuando se trata de nuestros conciudadanos.

Esta amada tierra, que es indescriptible por su belleza; invaluable por la riqueza de sus recursos naturales de todo género; e insustituible por esa forma existencial tan amena y adaptable a cualquier circunstancia de los venezolanos, no merece que -al menos quienes aquí fuimos niños, adolescentes y adultos felices- con todas las oportunidades de ser y hacer lo que nos pareciere conveniente, porque siempre dependió nuestro futuro de la confianza en nosotros mismos y la seguridad de que si no existía la oportunidad nosotros la crearíamos hasta llegar a la meta deseada, olvidemos todo lo que hemos recibido y le debemos a Venezuela –que es nuestra madre- en ese espacio de tiempo de nuestra vida, y ahora que está enferma la dejemos sola. ¿Es que, acaso cuando la madre está convaleciente los hijos la abandonan a su suerte? No, de ninguna manera; más allá del nivel o gravedad del mal que sufra, nos corresponde por obligación acompañarla, cuidarla, confiar y hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para que sane, como sucedió en anteriores ocasiones, cuando también tuvo graves problemas.

Como quiera que siempre me he considerado un hombre universal, que sería como decir que estimo al mundo como  mi patria grande, no quiero que se interpreten mis palabras, como alguna calificación negativa o coacción sicológica orientada a quienes, dentro del libre albedrío que les dio Dios y el derecho que les concede nuestra Carta  Magna, se van fuera del País en busca de lo que pudieren considerar un futuro mejor para ellos y/o una manera de lograr recursos, de los que aquí carecen, con los cuales ayudar a sus familiares que con dolor dejan aquí. Lo que sucede es que yo conozco bastantes países de otros Continentes y el nuestro,  y he vivido en tres de ellos; donde, como aquí,  he visto personas llegadas de otros países que por sus valores, actitud personal positiva, entusiasmo y duro trabajo, lograron mejorar su vida integralmente. Pero, asimismo, conocí muchos que por no disponer de esos atributos personales, vivían una situación no deseable, con el agravante del mote de “emigrantes”, que por sí mismo les hacía las cosas más difíciles, sin permitirles olvidar su condición de extranjeros que, como comentara alguien que no recuerdo, “…es muy diferente vivir como extranjero turista,  que como extranjero emigrante.”

No obstante el contenido global de los temas ya tratados, la reflexión que me propongo,  es la de hacer notar que es más fácil y beneficioso amar que odiar, como lo sentenciara Madiba; por lo cual, en este tiempo tan duro y a criterio de algunos,  inédito en Venezuela, tenemos que echar mano no sólo del amor y no del odio,  sino también de la solidaridad, sensibilidad, patriotismo, armonía, generosidad, caridad, y si se quiere, del perdón; porque somos y seguiremos siendo millones de compatriotas que convivimos y conviviremos aquí en  nuestro terruño, con diferentes formas de pensar, de ver la vida y las cosas, pero donde no debemos dejar prevalecer el odio a quienes no piensen igual a nosotros o actúen de una manera con la cual  no estemos de acuerdo; porque independiente de la convivencia necesaria, somos Cristianos, lo que es equivalente a decir que, las bases o pilares sobre los cuales  se cimenta nuestra actuación vivencial, lo son el amor y el perdón, condiciones fundamentales, que a mi manera de ver la vida, son esenciales para lograr el valor más importante en la estabilidad de una sociedad organizada: LA ARMONÍA COLECTIVA.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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¿Qué importancia tienen nuestras raíces? En verdad, como todo en la vida, depende de la idiosincrasia de quien lo analice. Nuestras raíces como seres  humanos, no se refieren solo a quienes fueron nuestros padres o donde nacimos. Nuestras raíces nacen en nuestra historia personal y van a  mantenerse siempre. Tenemos raíces territoriales, familiares, culturales, e inclusive  de ensueño. De donde vienen nuestros ancestros es una raíz, que suele a veces marcar nuestra vida, por la forma de ser de nuestros mayores, su idioma, sus costumbres y en general, su cultura que en mucho nos es transferida. El sitio donde nacemos, sin duda alguna es otra raíz fundamental, porque es de allí de donde tomamos nuestra forma integral de ser. Es la forma de actuar, de  hablar, de comunicarnos, de mantener algunos valores como prioritarios, lo que  heredamos de esta raíz. En muchas ocasiones y por diferentes razones, donde reposan los huesos de nuestros ancestros, suele convertirse en una raíz de tanta fortaleza que oímos decir: ” … yo quiero que mis restos reposen al lado de los de mis padres.”

Las raíces son esos nexos existenciales, que en silencio,  habitan lo más profundo de nuestra alma,  de los cuales nace el arraigo a los lugares, a los valores y a las cosas que estimamos especialmente trascendentales. Normalmente, las raíces tienen que ver mucho con el pasado y el recuerdo. Por eso es importante la defensa de nuestra  historia y nuestra cultura. Es que en nuestra vida, casi siempre, cada acto que realizamos o cada cosa que valoramos, deviene o tiene su propia historia que nos vincula.

Especialmente el sitio donde nacemos y/o crecemos, es una raíz de gran profundidad, porque de allí tomamos los valores que regirán nuestra conducta de vida. A veces, cuando el sitio donde nacemos tiene graves problemas algunos se preguntan ¿Por qué tal o cual persona,  teniendo todas las posibilidades de irse no se va del País? Lo hacen porque no piensan en el arraigo, en las raíces de esa persona que persiste en quedarse, precisamente porque son existenciales… no están a la vista.

Yo, personalmente, me digo: si durante las últimas cinco décadas, teniendo gran parte de mi familia en Colombia, Europa y USA, así como todas las condiciones, oportunidades y recursos para irme… ¿Por qué sigo aquí? Y la respuesta es obvia:  arraigo a la tierra que me vio crecer, formó mi personalidad, mi educación, me dio mi bella esposa y hermosa familia, quienes también aquí crecieron  y se formaron, y aunque la mayoría  hoy ya no vive en Venezuela, fue esta tierra la que les dio la oportunidad de la formación básica, que igual que a mí, nos permite vivir aquí o en cualquier otro lugar comodamente, porque esa especial y maravillosa forma de ser del venezolano, la llevamos a cualquier sitio donde vamos, y como quiera que se fundamenta en valores humanos universales, siempre será bienvenida en cualquier parte.

Como nunca he creído en fronteras naturales para el hombre, porque el mundo es de todos, por lo que  aquellas que existen corresponden a una cultura geopolítica, me siento un hombre universal, por lo cual mi patria originaria es todo el mundo;  pero Venezuela es ese pedacito dentro de mí ser interno, anterior a cualquier otro sitio de este amplio mundo, porque aquí siento que están mis raíces más profundas. También aquí están mis amigos que amo, que son parte importante de mi  vida cotidiana  y que conforman esa familia especial que yo mismo voluntariamente escogí, porque no me llegó de forma genética o consanguínea;   por eso aquí estoy, por eso de aquí no me voy; porque Venezuela es mi raíz más profunda; de alguna manera es como mi madre y…  hasta el último momento, yo quiero estar con ella.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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arbolEn esta Navidad visité  varias Ciudades  Europeas antiguas y llenas de historia, como Istanbul considerada la Ciudad más poblada de Europa,  por cuanto su población supera los 14 Millones; y Roma (Italia) con más de 3 Millones de habitantes.  A ninguna hora paramos de caminar por sus calles, avenidas y piazzas; sus vías llenas de gente amable y  tranquilas; personas que deambulaban, iban y venían de sus trabajos  alegres y… seguros.  Aunque no nos conociéramos o fuésemos  amigos, se respiraba actividad, alegría, seguridad; cada quien en lo suyo, sin importar si  alguien tiene más o menos riqueza; simplemente, como hormigas de la misma cueva. Esto me hizo reflexionar con tristeza sobre… ¿Por qué los venezolanos no podemos sentir la misma alegría y  seguridad en nuestras calles y casas?  Y yo mismo me respondí: porque no tenemos la valentía para admitir que tenemos que cambiar;  porque nos falta coraje para  aceptar que, Administradores y Administrados, aunque tratamos de vivir mejor, estamos… equivocados. No obstante, si lo aceptamos humilde y sinceramente, indudablemente podemos  corregir el rumbo.

 No comparo civilizaciones; sólo me refiero al comportamiento, al sentimiento de que todos vamos en el mismo camino y con el mismo objetivo: trabajar, vivir en paz y… felices. En Venezuela, no importa donde nacimos, de dónde venimos, qué hacemos o hacia dónde vamos; importa que somos compatriotas y como tales debemos actuar. Pues bien, en nombre de esa  tranquilidad, paz y felicidad  que  merecemos y mutuamente nos debemos, pido a mis hermanos venezolanos que al despedir este doloroso 2014, en la llegada de este año 2015 hagamos el propósito formal de encontrarnos y abrazarnos con sinceridad; sin importar ideología política, posición social o de poder; que nos repensemos y nos replanteemos el país, en cuanto necesitamos y merecemos. Sé que  no es tan fácil, porque el país tiene graves problemas, pero no está perdido; tiene muchos recursos, y  especialmente, nos tiene a nosotros los venezolanos, que si  tenemos la valentía y coraje para reconocer nuestros errores, igualmente podemos corregirlos, produciendo acercamiento, comprensión, diálogo, aceptación y…respeto, para lo cual se requiere GRANDEZA; y los venezolanos tenemos suficiente para superar cualquier  tropiezo, porque antes, históricamente lo hemos hecho; y ahora, con urgente necesidad y vital motivo, volveremos a hacerlo. Ese es el reto para un 2015 feliz. Si no actuamos ahora, luego pudiera ser tarde y “…lloraríamos como mujeres lo que no supimos hacer como hombres.”

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essence-happiness

Oteando el horizonte del pasado, siento que paulatinamente en los últimos cincuenta años se nos fue quedando atrás una forma de vida que cambió bastante en el mundo de hoy, pero que mantuvo nuestra vocación para ser felices. Es que mantener los hijos no era tan difícil, porque se alimentaban del seno materno, visitaban el médico una vez al año, jugaban descalzos en el patio o la calle; comían libremente dulces o helados; no conocían antialérgicos, pero eran muy sanos; no sabían de sillas para niños ni  usaban cinturones de seguridad en los autos; tampoco viajaban a Disneylandia, pero disfrutaban los baños en el río, paseos a la playa, patines de cuatro ruedas o los paseos campestres los fines de semana; y para dormir no requerían ninguna medicina, pero dormían a pierna suelta.

No recuerdo que conocieran juguetes eléctricos, robots o nintendo; confeccionaban sus papagayos con papel de colores e hilo, carros con latas de sardina y gurrufíos con botones y pavilo, porque eran creativos, sencillos, conformes, respetuosos y… amorosos. Disfrutaban plenamente su niñez porque no asistían a la escuela sino hasta los siete años, lo cual les daba espacio para descansar, jugar y colaborar con las tareas domésticas, creciendo en el amor y solidaridad familiar. Tampoco se usaban filtros para el agua; el limón y el mentol eran remedios para toda enfermedad.

Cuando  no estaban en la escuela o en casa, compartían con los amigos jugando en la calle. Nunca conocí un niño que necesitara sicólogo, porque no conocían de “traumas”, “espacio propio” o “especial intimidad”; vivían en real familia integral, para su disciplina bastaba la “sicología doméstica” de la nalgadita a tiempo y la prohibición de salir a la calle, tan eficiente para evitar malos hijos, delincuentes juveniles y promover buenos ciudadanos.

¿Qué sucedió y porqué cambiamos tan pronto? Creo que es parte de la sinergia del tiempo, que con su desarrollo nos obliga a adaptarnos a las nuevas circunstancias. Como escribiera Condorcet: “El Desarrollo empuja a  los pueblos.” En verdad, se trata de un nuevo tiempo preñado de cambios, que nos reta y debemos enfrentarlo serenamente. Somos y seguiremos siendo los mismos hombres sobre la misma tierra, donde todo tiempo es apto para la vida buena.

¿Moraleja? Debemos desterrar por inútiles las evocaciones tristes o detenernos, para que el desarrollo no nos atropelle; corresponde de vez en cuando mirar atrás, para sinceramente evaluar el pasado; apreciar el presente y planificar el futuro, pero en función de una felicidad que siempre es posible lograr.

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PADRE E HIJO

 La sinergia de la vida debe llamarnos a profunda reflexión sobre la actitud de las personas conforme a su edad, so pena de transcurrir y terminar nuestros días frustrados, estresados y descontentos. El transcurso del tiempo asemeja a una máquina, que incesantemente aspira todo lo que encuentra a su paso, alimentando su inexorable evolución. Mezcla valores, principios, prejuicios, paradigmas, mitos, creencias e ideologías, triturándolos y homogeneizándolos para elaborar su producto: el tiempo por venir. Su resultado es el hombre del nuevo mundo; ese que está creciendo aquí, ahora mismo; normal para la gente de su época, pero que su comportamiento perturba a las personas de mayor edad, que no tengan la capacidad de entender estos procesos evolutivos.

Las personas mayores, normalmente respondemos a principios y valores que traducimos en paradigmas que rigen nuestra vida; por lo que, a cierta distancia de la acción cotidiana de las nuevas generaciones, que no consideramos integralmente dentro de estatus de nuestra conciencia pero que alimentan el indefectible desarrollo, aunque califiquemos como diferentes, no podemos obviar su efecto sobre nuestra cotidianidad. Para nosotros, especialmente en el caso de la relación de pareja, hoy ya no es una conveniencia sino una necesidad, abrazarse estrechamente a esos valores tradicionales y paradigmas que fundamentaron las uniones, para hacerse más fuertes frente al efecto de succión de esa máquina del tiempo, que, aunque no es detestable porque representa la evolución, que es inexorable, no podemos permitirle que desmejore nuestra convivencia personal y autoestima.

La mentalidad de los nietos debemos respetarla, pero no tenemos obligatoriamente que compartirla. Aunque aceptemos algunas de sus actitudes, si chocan con nuestros principios y valores fundamentales, no estamos obligados a promoverlas o patrocinarlas, si no respondan a nuestras concepciones éticas y morales. Sin embargo, no tienen por qué significar que en su forma de vida ellos estén equivocados y nosotros acertados, sino que viven diferente, precisamente porque sus valores son coincidentes con la vida de hoy, lo cual eso es importante procesarlo y aceptarlo, para entenderlos mejor, amarlos ser consecuentes con ellos y serles de mayor utilidad.

No tenemos por qué temer al cambio generacional; desde el inicio del mundo ha estado presente. Corresponde aceptarlo por necesario sin actuar a destiempo, porque la edad no perdona; y aunque pudiéramos enmendar, con los años se nos hace más difícil. Ambas formas de vida pueden convivir holgadamente, bajo el respeto mutuo y consideración compartidas. Al final, ellos serán lo único que quedará de nuestro amor sobre esta tierra.

 

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LA HERENCIA DE “MADIBA”

MANDELA

En Agosto de este mismo año escribí sobre la vida, el amor, honor y nobleza de Nelson Mandela, o como cariñosa y respetuosamente le llamaban “Madiba” sus conciudadanos, y finalmente, periodistas y estadistas, con los mismos sentimientos,  también le denominaron de tal manera;  fue un último legado al origen de su Clan Madiba de la etnia Xhosa de Africa del Sur, que le regaló al mundo este ser tan especial. Hoy, con el mayor respeto, consideración y admiración por su obra y memoria,  escribo al «Khulu», que en lengua Xhosa significa Abuelo sabio, generoso, digno y especialmente respetable; igual como a Gandhi le llamaron “Bapu” (Padre) en idioma guyaratí.

Desde muy joven me interesó la vida de tres hombres, quienes son paradigma de la libertad de los pueblos del mundo: Mahatma Gandhi (1869), Nelson Mandela (1918) y Martin Luther  King  (1929). Siento que cada uno, en su tiempo, representaron algo más que un liderazgo local o regional, sino que  trascendieron  sus países y continentes para llevar, con sus actos, su mensaje al mundo entero.

Madiba fue un hombre físicamente igual que cualquier otro; inclusive, en su juventud, violento, pensando que era mediante esa lucha como se podía nivelar la gran desigualdad del Apartheid imperante en Sudáfrica; a diferencia de Gandhi, quien nunca fue violento y siempre creyó en la paz,  también estudió Derecho. Los 27 años de cárcel durante los cuales su pueblo sufría incontables penurias, le dieron el tiempo suficiente para pensar, reflexionar y entender que era mediante el amor, el perdón, la fortaleza espiritual, la constancia, la fe y la unión, como se podía lograr unir su país, por años dividido entre la minoría colonizadora blanca del Imperio Británico  y los nativos negros, que eran la mayoría, pero que siempre llevaron la peor parte.

La gran herencia de Madiba fue la prueba que con sus actos nos dejó, de que si estamos seguros que defendemos la verdad y la justicia, no importa la fuerza del enemigo ni sus recursos; si tenemos el valor de afrontar la maldad y el odio con el amor y el perdón;  si tenemos el coraje y la entrega suficientes para arriesgar todo, hasta la vida por nuestros ideales, es muy difícil que frente a esos valores triunfe el odio y el  mal.  La lección fue aprender que,  cuando se defienden  ideales, se trata de resistencia, perseverancia, valor,  entrega y  no de tiempo.

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PERDON, AMOR Y NOBLEZA

NELSON MANDELA IINarrar la biografía de uno de los hombres más ilustres, nobles y bondadosos que ha parido la contemporaneidad, sería realmente, por conocido,  una repetición innecesaria: NELSON MANDELA. Sin embargo y no obstante que su vida es muy conocida como político, estadista y ganador del Premio Nobel de la Paz, su obra llena de valor, estoicismo, optimismo, esperanza, perdón, nobleza y lucha sin descanso, han sido un baluarte actual de la humanidad, que prevalecerá por siempre y sobre el cual las nuevas generaciones encontrarán una referencia de que, el perdón y el amor son los dos ingredientes más importantes para la reconciliación de los pueblos.

Nelson Mandela junto con su gente sufrió la más brutal represión durante muchos años, y personalmente  más de 27 años de duro encierro en la cárcel, en un país y una época donde la Justicia y el cuidado del Estado hacia sus nacionales, lo era únicamente para los blancos. En ese oprobioso sistema denominado el apartheid, impuesto por el Imperio Británico, él  nunca dejó de luchar ni perdió la esperanza en que siempre hay una luz al final del túnel, por lo cual sólo se requiere coraje, tesón, constancia y más constancia para alcanzarla.

Sin considerar las matanzas de sus conciudadanos y los castigos recibidos personalmente, cuando llegaron las condiciones, él inspirado en el amor, la paz y el perdón como única posibilidad de unir  a su pueblo, materializó esas virtudes uniendo el País al llamar a sus opositores y verdugos a hacer Gobierno conjunto, como máxima demostración de que sí era posible la reconciliación, si se unían las voluntades de  hacer patria.

Cual Ghandi, Mandela no utilizó armas sino que depuso la rebeldía de sus primeros años, para utilizar en contra de los enemigos personales y de su pueblo, el instrumento más poderoso que ha conocido la historia contra los Regímenes despóticos, inhumanos y autoritarios: LA PAZ.

Hoy, a los 95 años, Nelson Mandela ha cosechado el fruto de su duro trabajo durante toda su vida con la libertad de su pueblo, en su cama de enfermo con la atención, honores  y preocupación por su salud, de las más altas Instituciones y Personalidades del mundo, quienes le hacen llegar su reconocimiento y agradecimiento, independiente de su ideología;  porque el amor, el perdón y la paz, son el mayor patrimonio de que disponemos los seres humanos  para prevalecer como sociedades organizadas, con sentido de permanencia.

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Como emigrante, en otro país debe comenzarse de cero y sin protección especial del Estado receptor. En el caso de los profesionales, inicialmente sus títulos no servirán de mucho, por lo cual, como cualquier trabajador iniciarán un camino largo  y doloroso, compitiendo con otros emigrados y los nacionales, quienes conocen mejor las condiciones de trabajo y el medio.

Como es natural, sobrevivirán los mejores; los menos aptos  regresarán golpeados  a comenzar de nuevo. Conozco profesionales,   que emigraron bajo “el sueño americano”, pero luego de uno o dos años regresaron, con el conocimiento  de un nuevo idioma, pero debido a su ausencia, las necesidades de sus clientes habían sido cubiertas por otros colegas, ya que  las relaciones que generan ingresos profesionales, simplemente no pueden esperar.

Surge entonces la interrogante: ¿No habríamos podido conseguir el éxito en nuestro país, colaborando con el desarrollo de ese pedazo de tierra que nos vio nacer?

No es el territorio, idioma o ingresos lo que decide nuestra felicidad. El amor, la familia, la amistad, el reconocimiento y el arraigo, que son intangibles pero fundamentales, no son susceptibles de lograrse con un cambio de  residencia, idioma, nuevo empleo o mayores ingresos.

La capacidad para ser felices vive con nosotros donde nos encontremos, pero en la patria están  las raíces y cultura que conforman nuestra idiosincracia; allí reside  el verdadero sueño, que espera por nuestro trabajo, diligencia, persistencia y dedicación, que se requieren para lograr cualquier empresa.

Respeto la decisión de emigrar de cualquier venezolano, pero luego de más de  tres décadas viajando y viviendo por temporadas fuera de Venezuela en contacto con inmigrantes, cuando regreso mi corazón palpita de emoción;  y al pisar este suelo bendito, siento que nunca, independientemente de cual fuere la situación, lo abandonaré.

Sé que mi país me necesita y aquí voy a estar como los árboles, de pie; siempre dispuesto a enfrentar cualquier eventualidad, porque me siento amarrado a su destino y bajo su cielo quiero exhalar mi último suspiro.

Soy un pedacito de esta tierra, que llevo sembrada en  mi alma; aquí enterrarán mi cuerpo que abonará una tierra buena para la vida de nuevas generaciones, donde podrán abrazarse como  hermanos, sin diferencia de clase, raza, religión o ideología política. Este es mi sueño, que no tengo duda se materializará; lo cual sería imposible si emigro de esta Venezuela que amo entrañablemente.

 

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Como venezolano con residencia en USA, continuamente tengo que responder sobre mi opinión relacionada a esa ambición de muchos  latinoamericanos: vivir en los Estados Unidos.

Estoy convencido  de que el cacareado sueño americano, en muchos casos, suele ser un proyecto que puede convertirse en un espejismo que pudiera afectar negativamente buena parte de la vida futura.

Acepto  que conocer otras latitudes aumenta el bagaje cultural y nos ubica en nuestra cabal dimensión, con respecto al mundo. Pero que emigrar sin planificación realista, efectiva y sustentable,  represente  algo extraordinariamente positivo o formativo, lo considero improbable.

Conocí compatriotas abogados atendiendo mesas en restaurantes en Miami y economistas e ingenieros dando clases de español en escuelas primarias en Philadelphia, devengando salarios apenas suficientes para vivir decentemente; pero con menos reconocimiento, progreso intelectual,  vida social o capacidad de ahorro que en Venezuela.

Asimismo compartí con migrantes de diversa nacionalidad, quienes agotaron  sus mejores años para lograr apenas la educación básica de sus hijos, porque la Universitaria,  su costo es tan elevado, que les fue imposible lograrlo.

Es muy dura la transición de ciudadano con arraigo y sentido de pertenencia nacional, a un mero  número del Seguro Social  en un país donde hasta el idioma es diferente; porque los servicios de salud dependerán de su capacidad de pagar un seguro muy costoso, siendo que de lo contrario,  ingresarán al grupo de los cuarenta millones de personas que en USA  no tienen acceso asegurado a los servicios de salud.

Conviene, desde una óptica realista y sincera, hacerse la siguiente  reflexión: si conociendo el idioma, las condiciones, leyes, beneficios de salud y educación de que disponemos en nuestro país, se nos dificulta lograr solidez económico-familiar… ¿Qué nos asegura que sin disponer de esas condiciones beneficiosas, nos será más fácil lograrlo en otro país? Meditar sobre esto pudiera evitar cometer un grave error.

Para quienes gustan escuchar  los  cantos de sirena del “sueño americano”,  antes de tomar la decisión de emigrar,  recomiendo ubicarse descarnada  pero sinceramente, en las posibilidades que ofrece nuestro  país en cuanto a estudios, formación profesional, asistencia a la salud y relaciones familiares, para quienes estén dispuestos aportarle su mejor diligencia, trabajo y decisión.

Igualmente, sugiero consultar con quienes han vivido esas experiencias migratorias y sus secuelas.  Seguramente, luego de escucharles lo pensarán mejor, o por lo menos, si deciden emigrar,  lo harán a conciencia de los  verdaderos riesgos que  asumen y sus posibles consecuencias.

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art-work-0411Luís Guarenas 1936 (Venezolano)

«Si pierdes tu identidad, ya no perteneces a ninguna parte»

Soy un pedazo de esta tierra… latinoamericana. Mi rica mixtura ancestral europea-india-negra, bendice… la vida; vibro al son de un joropo venezolano, un bambuco colombiano, un tango argentino, un pasillo ecuatoriano, una cueca chilena o la trova… cubana.

Me enternece el canto de un gonzalito, turpial, zorzal, o el quejido triste de una pavita; el pito de un toro en celo en la sabana; el canto de las guacharacas o las chenchenas en las orillas del Orinoco, recordando mi niñez en el patín de un bongo sobre el lomo ondulante, cálido, dador de vida, pero peligroso de los Ríos Meta, Cuchivero, Apure o  Capanaparo.

Siento a los  niños indígenas yaruro, puinave, cuiba, guahibo; pero también al niño campesino, que como yo, desamparado, con padres ignorantes, resignados y mustios, enterraron su niñez en un llano trepidante de sol… extenso… desolado y ajeno; a veces silencioso, aterrador, con caminos que no llegaban a ninguna parte. De albores mágicos de amanecer y atardeceres crepusculares de oro rojo, peinando su melena de nubes en el espejo de los esteros, que esconde la realidad detrás de su belleza… telúrica.

Revivo mi escuelita de 40 alumnos, de la mano de mis viejos maestros llenos de dignidad, deseosos de dar, de enseñar; con un salario de miseria, pero orgullosos de su labor, respetados, respetables y… felices; quienes al final le ganaron la batalla al peor enemigo: el analfabetismo.

Rememoro mi antiguo país de seis millones de habitantes generosos y nobles, y convivo el de hoy de casi treinta; con mis arepas, mis hallacas, mi dulce de lechosa, mi chicha y mi carato. El recuerdo que no muere de mi madre de pelo blanco, que en navidad me regalaba sus mejores bendiciones; y nuestros vecinos, con sus sencillas pero mejores galas, trayendo ese abrazo sincero, caluroso, especial y muy… venezolano de feliz año, que escapaba por la boca pero nacía en… el alma.

Esa es mi identidad, que he fortalecido íntimamente en el trato directo con mis llaneros venezolanos, los cholitos de Bolivia, los mineros brasileros, los paisas colombianos, mis muchos amigos de Perú, Chile, Uruguay, Paraguay, Argentina y América Central.

Mi identidad representa mis raíces y mi historia, que llevo sembrada en lo más profundo de mi existencia; que me hace orgulloso de ser Latinoamericano y llevaré en mi alma… por siempre. Ella es la base de mi sentido de pertenencia al país y continente más hermosos del mundo.

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