Hoy me referiré a la necesidad de entendimiento en la oportunidad de terminar una relación de pareja, ya que generalmente la predisposición de rechazo automático a los cambios, por temor a desestabilizar nuestra rutina, nos priva de disfrutar experiencias novedosas que harían más emocionante, variada y edificante la relación amorosa.
Me corresponde aclarar que bajo ninguna circunstancia promuevo la disolución del vínculo matrimonial o rompimiento de la pareja, sino que considero que cuando éste es inevitable y se determina la imposibilidad de su permanencia, se hace necesaria una actuación civilizada y armónica en función del bienestar físico, mental, emocional y espiritual del entorno familiar, para lo cual se requiere el concurso de ambos.
Especialmente cuando la relación de pareja finaliza, la sensación inmediata es de frustración y fracaso, sin considerar ni por un momento que más allá de los inconvenientes que pudiere producirnos la separación, que siempre son pasajeros, es una nueva oportunidad que nos da la vida para iniciar un nuevo proyecto, donde los resultados pueden ser más reconfortantes que en la relación perdida.
Erróneamente tendemos a desmejorar los recuerdos de ese pasado, olvidando exprofeso los buenos momentos vividos, sin considerar que tener el valor de amar conlleva la integridad para reconocer cuando ya no se ama o no nos aman, quizás por desconocer que se desmejora y muere la relación entre los amantes, pero el sentimiento del amor como una necesidad vital que debe ser satisfecha, sigue vivo en cada uno de ellos.
El amor engendra amor que es ternura, aceptación y solidaridad, no odio, ni revancha, por lo cual no se debe irrespetar esa época bella cuando dos personas se amaron. Es un compromiso mutuo que no tiene otra compensación que no sea el mismo amor, pero como no existe forma de medir su entidad, si ambos se amaron no queda deuda pendiente.
El odio, la incomprensión, la soberbia y el deseo de revancha, al sustituir los nobles sentimientos de amor y solidaridad, aportan a los actores soledad y tristeza, como destino final para quienes no supieron entender que si Dios es amor y todo debemos hacerlo por amor, ello es la salvación.
Es sano recordar que la ira, el rencor y los ingratos recuerdos, son terreno abonado para patologías físicas, pero también aumentan la soledad y la tristeza afectando gravemente la fortaleza espiritual. En cambio el amor, el perdón y el olvido, al producir paz espiritual fortalecen la salud y curan las enfermedades.
Por otra parte, nuestro derecho de comenzar una nueva vida es el mismo que en justicia le corresponde a nuestra pareja. No tenemos ninguna justificación a interponernos a su felicidad, sino por el contrario, colaborar con ella.
Cuando queda descendencia, la fluida interacción con el anterior consorte no sólo es una conveniencia, sino que se convierte en una necesidad, máxime cuando esta actitud beneficia una buena relación entre los hijos y el progenitor, con quien ya no convivirán permanentemente.
Si bien es cierto que el amor de pareja no puede ser sustituido por la amistad, sin embargo dos que se amaron sí que pueden ser amigos, especialmente en beneficio de sus vástagos.
La actitud positiva, que promueva elevados sentimientos de solidaridad humana y rechace aquellos que por ingratos sólo producen desagrado y dañan el maravilloso presente, conforman terreno abonado para una futura relación amorosa, donde capitalizando experiencias pasadas y adicionando el entusiasmo de volver a comenzar, nos regale la plenitud y permanencia, que como hijos de Dios todos merecemos.
Próxima Entrega: RESPONSABILIDAD SOCIAL INDIVIDUAL
Letras desordenadas que campan a sus anchas, a manos de la bandera de la felicidad. Qué bueno encontrar este rinconcito lleno de espuma.
Un placer, a partir de ahora nos encontraremos por estos lares. Salud!