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Archive for diciembre 2007

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      Son las diez de la mañana de un día de verano en Chicago, en el parque Foster Beach a orillas del Lago Michigan. En la playa conformada por cientos de metros cúbicos de arena que fueron transportados hasta allí por la autoridad de la Ciudad, grupos de familias acceden con sus niños y… sus perros para recrearse en el agua,  para mi muy fría, pero no para quienes están acostumbrados a los bruscos cambios de temperatura, que en los últimos veinte años por efectos del calentamiento global han afectado sus costumbres, convirtiéndola en normal.

      Grupos de gaviotas confundiéndose con las palomas, en búsqueda de algún desperdicio para saciar su hambre paran su vuelo sobre la playa, sin importar la presencia humana, en ese cambio obligado de su hábitat que transformó su dieta de peces por… desperdicios de todo género.

      Sobre el escaso pasto que lucha por sobrevivir,  grupos de latinos alborozados y vocingleros así como algunos blancos  en shorts, disfrutan sus parrilladas al aire libre, lo que ya no pueden hacer en sus apartamentos que son demasiado reducidos y donde escasamente tienen espacio para ubicar los mínimos enseres, necesarios para subsistir con sus numerosas familias.

      Los niños corretean las contadas ardillas que, en la misma situación de las gaviotas y palomas, tratan a riesgo de su propia vida aprovecharse de las sobras de los invasores de su mundo, que acabaron con sus fuentes naturales de alimento, para luego refugiarse en los escasos árboles que forman parte de la  subsistente vegetación, que con gran esfuerzo la Alcaldía de la Ciudad logra mantener aún con vida.

      Al margen de la vía flores multicolores que despiden la primavera, conforman un bello paisaje disfrutado especialmente por los ancianos que descansan su caminata en los bancos de madera al margen de la caminería; quizás rememorando cuando flores tan bellas pero mucho más abundantes que esas, adornaban los jardines de sus propias casas, hoy ya… inexistentes.

       La belleza del escuálido paisaje natural que aún subsiste, es interrumpido por el ruido de las sirenas de las ambulancias y el ruido de los más de quinientos aviones que diariamente, por encima del lago, acceden a los  Aeropuertos Midway y O´Hare, este último uno es de los más congestionado del mundo.

       Al regresar observo los transeúntes, en su mayoría subidos de peso y descuidados en su presencia, quienes caminan apresuradamente… mentalmente perdidos en un mundo que sin duda no tiene que ver con el preciso momento en que viven.  Quizás por eso sus rostros no reflejan alegría, satisfacción o plenitud; ni saludan, sonríen, canturrean o simplemente… disfrutan del paisaje. Pienso que como las gaviotas, palomas y ardillas, su mayor preocupación es como lograr su dieta diaria, en  un mundo que también cambió su hábitat que, por tratarse de entes inteligentes, no solamente afectó su subsistencia física, sino su alma y su vida espiritual.

      Seguramente por eso perdieron la capacidad de disfrutar del aire de la mañana, de las flores,  de los animalitos, de las sonrisas y de la voz de los niños, que nos recuerdan que aun tenemos un mundo bueno en el cual vivir;  de la tranquilidad que genera el paso lento pero digno de los ancianos, que nos indica que en toda época de la vida se puede ser feliz; y el disfrutar de la comunicación fluida y generosa con los demás seres humanos, que nos ratifican como hormigas de la misma cueva, con capacidad inusitada de ofrecer y recibir amor, generosidad, solidaridad  y… caridad.

      Frente a este desolador espectáculo, me pregunto:

      ¿Será posible que no observemos lo que nos sucede?

      ¿Continuaremos permitiendo que los antivalores modernos como el consumismo, la vanidad,  la futilidad, el deseo de riqueza exagerada y sexo indiscriminado roben nuestra tranquilidad, paz, sensibilidad, solidaridad humana, plenitud y hasta… la familia?

        ¿Estaremos condenados a resignarnos a sobrevivir, en vez de vivir intensamente cada uno de nuestros días?

        ¿Qué tenían de diferencia con nosotros nuestros ancestros que reían, silbaban, cantaban, bailaban, saludaban, sonreían, y no requerían de grandes eventos o situaciones extraordinarias para sentirse plenos?

          ¿No sería acaso la diferencia, su capacidad y aptitud para  disfrutar del maravilloso mundo de las cosas…sencillas?

          ¿Acaso… no podemos recuperar lo perdido?

          Claro que sí. Sin duda podemos recuperar esos recursos intangibles que fundamentaron la felicidad de nuestros ascendientes, que de forma  paulatina pero progresiva nos fueron arrebatados por el tiempo,  en gran parte debido a una equivocada concepción del valor integral que para un ser  humano tienen los bienes económicos.  Porque aún Dios no se ha olvidado de nosotros. Sobrevive su mayor legado: la razón, la inteligencia, el libre albedrío y el estado de ánimo, que son absolutamente nuestros porque nadie puede quitárnoslos… nunca.

         Sólo requerimos  una toma de decisión. Es un problema más de actitud que de aptitud. La primera, depende de nuestra voluntad, la segunda podemos desarrollarla nuevamente sobre la base de la primera. Al fin y al cabo, somos el animal más adaptable a los cambios sobre esta madre tierra. Sobre esto tratarè en la próxima entrega:  

LO QUE EL TIEMPO NOS DEJO II

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      Estimo que las religiones en general actúan como controles sociales de carácter externo que orientan, norman y condicionan la actuación del hombre en sociedad, con respecto a  lo que en su Doctrina consideran la mejor conveniencia de sus relaciones con Dios.

      En  nuestra época  existe confusión entre lo que  representa la religión y la espiritualidad. El mayor número de quienes asisten y practican los  más diversos credos lo hacen con la esperanza de fortalecer su espíritu. En este sentido, cuando la riqueza y el poder, como producto social llegan a sus máximos extremos, el hombre percibe que no son factores que actúen de forma decisiva en beneficio de su crecimiento espiritual.

      Por el contrario, en ocasiones la abundancia de riqueza y poder suelen convertirse en mecanismos involuntarios de desestabilización de la  tan necesaria tranquilidad y armonía, a que todos aspiramos en el camino de encontrar nuestra felicidad. De hecho, hace cuarenta o cincuenta años atrás disponer de riqueza y/o poder permitía a las personas disfrutar a la vista de todos, una vida más plena, tranquila y sin sobresaltos. Hoy, en una sociedad de abundante pobreza, carcomida por el resentimiento social, la inseguridad personal y el terrorismo, quienes son poseedores de tales dones para nada  se les facilita disfrutarlos, y si  disponen de alguna sabiduría, por los múltiples riesgos que involucra mucho se cuidan de ostentarlos.

      Mantengo amistad con inspirados hombres, que como honestos y acertados dirigentes religiosos de diferentes credos, cuidan de sus congregaciones, quienes me merecen cariño y respeto. Por ellos se que en casi todas las religiones, la manifestación libre del amor hacia  nuestros semejantes se ve de alguna manera  disminuida, coartada o si se quiere subyugada, a la necesidad de cumplir con las imposiciones del credo que se practique. Esto trae por consecuencia que por el afán del cumplimiento de lo que de los feligreses se espera, con respecto a la religión  para que sus actos sean gratos a los ojos de Dios, lo religioso no llega a trascender lo reglamentario; quedándose en la esfera de lo meramente externo para ser celebrado o censurado conforme al criterio de la dirigencia,  sin  involucrar de manera fundamental la parte espiritual.

      Ciertamente, desde el punto de vista práctico las religiones cumplen su función social y especialmente comunal, promoviendo el amor, la caridad, la castidad, la lealtad, la comprensión, la templanza; combatiendo la corrupción, el odio, la envida y los vicios.  Inclusive,  en algunos casos, la religiosidad se convierte en  una forma de vida sana. Pero se circunscribe a ser la guía de unos hombres a otros hombres en el nombre de Dios, en tanto y en cuanto se sea capaz de recibir y asimilar el mensaje. Pero hasta ahí llega su efecto, porque no tiene la fuerza de penetrar nuestro ser interior. Entre otras cosas, porque los mensajes se producen en ese lenguaje oral o escrito que perciben nuestros sentidos conocidos,  por su captación externa. Y aunque pudiera de alguna forma afectar nuestros sentimientos, no se asimila al lenguaje espiritual.

      Es que el espíritu es interno; vive en lo más profundo de nuestra alma, en ese mundo interno, donde nacen y se mantienen nuestros principios éticos y morales. Es nuestra espiritualidad lo que nos permite estar permanente en contacto con nuestro Creador, en ese mundo sin espacio, ni tiempo, ni dimensión de ningún género,  donde Él nos habla con su…silencio.

      Es en esa dimensión intangible donde aprendemos a sentirlo  a toda hora, a cada instante en el lenguaje de sus signos. Allí sentimos la sensación de su cercanía; el frío de su ausencia y el calor de su compañía. Es el espíritu lo que hace nuestra profunda diferencia con los demás seres vivos del planeta.

      Nuestra condición espiritual es la que nos permite amar, aceptar, compartir, esperar y…perdonar. Nos posibilita sentir el susurro del viento, que nos dice que hay algo para  nosotros más allá, y  mucho más allá del… más allá. Nos permite ver la claridad en la oscuridad de la noche, oír  el mensaje del canto de los pájaros y de la voz cantarina de los arroyos, en soleadas mañanas… todos los días.

       Es nuestro espíritu  un venero de esperanza y fe, en esta vida y en… la otra.  Es ahí, en lo más interno de nuestra alma, en lo más profundo de nuestros sentidos,  donde habita nuestro espíritu. Donde no hay leyes que cumplir, ni normas que obedecer. Donde no hay cabida más que para nosotros mismos. Porque nuestro espíritu y Dios son una conjunción. De alguna manera somos nosotros su manifestación más acabada sobre esta madre tierra. Somos su…extensión física. Eso nos fue enseñado en las Sagradas Escrituras cuando se nos dijo: «Tu cuerpo es el templo de Dios»

       Es por eso que no requerimos de intermediarios para encontrarnos con Dios, porque  encontrarnos con El es encontrarnos con  nosotros mismos.  En eso radica la mayor importancia de tener un espíritu, porque eso nos da la seguridad de nuestra… inmortalidad.

 Próxima Entrega: LO QUE EL TIEMPO NOS DEJÓ I

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      De todas las cosas maravillosas que Dale Carnegi inspiró con su oratoria extraordinaria, me llamó profundamente la atención su concepción de la vida como un camino que debe recorrerse con amor, generosidad y caridad para todos nuestros semejantes, en el cual debe actuarse de inmediato y sin ninguna dilación, porque como acertadamente lo declaraba, puede ser que  nunca más volvamos a pasar por allí, cuando escribió:

            «Pasaré una sola vez por este camino; de modo que cualquier bien que pueda hacer o cualquier cortesía que pueda tener para con cualquier ser humano, que sea ahora. No lo dejaré para mañana, ni la olvidaré, porque nunca más volveré a pasar por aquí.»

      Lo que para Dale Carneige era «este camino»,  para mí lo es mi vida. Por eso no dejo pasar oportunidad para ser cortés con cualquier ser humano, ni tampoco lo dejo para mañana  como él lo predicaba. Cuando me levanto comienzo por ser cortés con este mundo… mi mundo, y  doy gracias a mi padre celestial por esas muchas bendiciones que me ha obsequiado.

      Así, cuando abro mis ojos en la mañana y observo la luz del día, siendo que tengo la certeza de  que tantas personas sobre la tierra nunca lo han hecho, ni podrán hacerlo jamás; cuando oigo el dulce canto de los pájaros, cuando millones de mis hermanos no pueden ni podrán hacerlo nunca; cuando observo sobre la cama, aún sin despertar y a mi lado a mi compañera de viaje largo, quien por más de treinta y siete años me ha hecho feliz, mientras tantas personas igual que yo hijas de Dios, desearían despertarse al lado de alguien que, aunque no les hiciera muy felices, por lo menos les hiciera compañía, pero no lo hacen porque están… muy solas, entonces me echo de rodillas y doy gracias a mi padre Celestial por esas bendiciones de que disfruto.

      Cuando observo los retratos de mis cinco hijos y mis nueve nietos, mientras estoy consciente que millones de hombres y mujeres, por algún motivo extraño de la naturaleza nunca podrán lograrlo. Cuando a mis sesenta y seis años de edad, subo los veinte peldaños de la escalera de mi habitación, mientras millones de mis hermanos humanos, no solamente no podrían subir ni los primeros cinco peldaños porque están enfermos, sino que otros aunque quisieran y tuviesen la fuerza física o salud para hacerlo, no tienen esa posibilidad porque carecen de piernas, siento que soy un hijo privilegiado de Dios y lo agradezco con toda mi alma.

      Con todos esos regalos de mi Hacedor en mi haber, pido que me de mucha fuerza y más amor para entender y ayudar a esos millones de mis hermanos que carecen de todos los privilegios que a mí me permite disfrutar. Pero no solamente aquellos que  carecen de facultades físicas, porque aún con tales limitaciones pudiera ser que sean felices, sino de aquellos  que teniendo tanto no lo perciben suficientemente.

      Pido por y para aquellos que teniendo a su alcance la posibilidad de ser felices no pueden entender que es dentro de ellos mismos y por su propia convicción como pueden lograr el éxito de sus vidas, representada en una existencia armónica, en paz consigo mismo y su entorno; donde los valores trascendentales como el amor, el respeto, la consideración, el reconocimiento, la sensibilidad, la solidaridad, la lealtad, la aceptación, la generosidad y la caridad,  no son físicos o tangibles y por lo tanto no se requieren para obtenerlos de ningún recurso que no sea la propia voluntad y la nobleza de alma.

      Es por esas personas mi mayor preocupación. Me entristece sentir que en su errado concepto de contar sus carencias pero no sus bendiciones, se les va lo más hermoso de la vida,  mientras descuidan sus valores espirituales que son realmente trascendentes, los cuales por cierto no pueden lograrse a cambio de bienes materiales.

      Me deprime observar como en esa vía de  lograr beneficios únicamente materiales, van perdiendo la capacidad de vivir el maravilloso mundo de las cosas sencillas, como la risa de los niños, el ruido del agua cayendo de la fuente, el color de las flores, el beso de despedida o llegada del ser  amado, la lectura nocturna del cuento a los niños o la asistencia al juego de fútbol de nuestro futuro campeón y el desayuno entusiasta con  esa guerrera de todos los días que es nuestra pareja.

      Por ellos y para ellos escribo hoy. Lo hago desde lo más profundo de mi alma y con marcado sentimiento de dolor, pero con esperanza; porque es posible que estas reflexiones, de alguna manera abran esa rendija mínima, pero siempre presente, que todos tenemos en nuestra fábrica de sueños, y de tal manera recapaciten sobre dónde estamos ubicados dentro del contexto tratado y actúen en consecuencia, con la seguridad de que todos los momentos son buenos para comenzar o… regresar.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

Próxima Entrega: LA RELIGION Y EL ESPIRITU

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¿Qué al abandonar el hogar paterno y hacer pareja los padres pierdan a sus hijos? Me parece una conseja común pero sin sustento real. Es que a algunos padres se les dificulta entender que los hijos no vienen al mundo para permanecer por toda su vida a su lado, sino que traen una información genética originaria que les induce a crear su familia propia e independiente de sus progenitores, en pro de continuar y fortalecer la especie sobre la tierra.

Este tipo de padres tienen una concepción errónea de «propiedad» sobre sus hijos, no solamente estimando que la obligación de sus hijos es la de quedarse en el hogar hasta que ellos lo decidan, sino que también deberían solicitar su aprobación para escoger la forma de vida que estimen conveniente.

Sobre la base de esa equivocada idea de control, los ponen en la desagradable situación de tener que someter a su aprobación no solamente la pareja de su agrado sino también su familia, el sitio donde se realizará la boda, la casa donde vivirán y hasta el vino que tomarán el día del matrimonio. Olvidando por completo que para la nueva pareja, la mejor ayuda de sus progenitores es percibir que sus padres les aman, respetan su intimidad, decisiones y que de ninguna manera interferirán en su vida de pareja, más allá de lo que les sea solicitado voluntariamente.

Es que como padres tenemos tanto que dar al naciente hogar de nuestros descendientes, que precisamente por eso debemos ser muy cautos. Lamentablemente, algunos padres por su exagerado sentimiento de posesión sobre sus hijos -que no ocultan- les crean temores sobre la posibilidad de una intervención exagerada, que los limita para solicitar oportunamente su asesoramiento, ocasionándoles el cometer errores, que de haber mantenido una relación de respeto y no intervención, seguramente con su experiencia éstos hubieran podido ayudar a solucionar.

Algunos progenitores pierden la oportunidad de colaborar efectivamente a conformar esos nuevos hogares, cual podría ser para ellos como continuar compartiendo su vida; y para sus hijos, la posibilidad de que su iniciación sea menos dura, por la capitalización de la experiencia positiva de sus padres; lo cual será difícil de materializar, si existe el temor a la exacerbada intervención e influencia en su vida diaria.

Con actitudes exageradas de protección y cuidado, seguramente bien intencionadas pero inoportunas, los padres, en vez de ayudar, hacen un flaco favor a la pareja, logrando objetivos contrarios a los deseados, porque ésta se irá separando de ellos paulatinamente, como única posibilidad de tener la oportunidad de diseñar y hacer con toda libertad e independencia, su propia vida. Con esta mentalidad obsoleta, en su desesperación por retener y «controlar» a sus vástagos, en el caso de los solteros sólo logran atemorizarlos, llevándolos a considerar la salida del hogar como una especie de liberación personal, y en el caso de los casados ya han quedado expuestos los nefastos resultados.

Es lamentable cómo en algunos casos, los progenitores no contentos con haber vivido su vida como les dio su real deseo, valiéndose de todo tipo de manipulaciones y subterfugios, pretenden además de un control férreo, constituirse en una carga obligada para sus hijos. En estos casos, al menos en el caso de hijos con parejas, les pone en grave riesgo la relación, porque no hay nada más aterrador para el otro miembro de la pareja, que la posibilidad de la permanente intervención de los padres de su consorte, o el tener que cargar con unos viejitos normalmente sabiduchos, que duermen cuando los demás están despiertos, y se desvelan cuando el resto de la familia duerme. Estos padres olvidan que fueron ellos los que trajeron los hijos a este mundo, y por tanto ninguna responsabilidad tienen éstos por su existencia en esta tierra de Dios.

Bastante problema tienen en estos días las parejas jóvenes para apañarse con las muchas responsabilidades y obligaciones, que les impone una sociedad crecientemente consumista y desarrollista, para tener además que atender el gravamen de unos padres, quienes no supieron en el momento oportuno tomar las previsiones necesarias para no constituirse en su vejez en una carga para sus hijos, precisamente cuando éstos requieren plena libertad de acción, porque están en la etapa de constituir sus hogares, lo que todos los días es más difícil y comprometedor.

Por otra parte, para el otro integrante de la pareja quien no tiene porqué tener una solidaridad especial con los padres de su consorte, pero que además viene de escapar del «control» de los suyos, nadie podría pedirle que habiéndose liberado, vaya a caer en la misma situación con quienes de alguna manera hasta hace poco tiempo fueron unos extraños. Estimo que todos esos usos y costumbres aberrados, de algunos padres para con sus hijos en y fuera del hogar, produce el efecto de distanciarlos.

Todo lo contrario sucede con aquellos que tanto en el hogar como fuera de éste cuando los hijos parten los han respetado y continúan haciéndolo, les consideran suficientes para tomar sus propias decisiones y se lo hacen saber, con orgullo. Es que a mi manera de ver estas relaciones, cuando los hijos dejan el hogar y hacen su propio nido, más que padre necesitan amigos fieles y leales y…

¿Quien mejor para llenar tal necesidad que aquellos quienes son sus padres?

De hacerlo, no sólo no se perderían los hijos, sino que pudiera ser que se ganaran los mejores amigos. Justo sería recordar a Khalil Gibrán cuando enseñaba:

«Vuestros hijos no son vuestros hijos. Ellos son los hijos y las hijas de la vida que trata de llenarse a si misma. Ellos vienen a través de vosotros pero no son de vosotros. Y aunque ellos están con vosotros no os pertenecen… Les podéis dar vuestro amor, pero no vuestros pensamientos. Porque ellos tienen sus propios pensamientos.«

Valdría la pena meditar sobre esta sabia enseñanza, pero también intentar entenderla y remendar ese capote.

¿A qué esperar?

Hágalo de una buena vez. Tome el teléfono y llame a sus muchachos ahora mismo, manifiésteles su amor, su respeto, su seguridad en su suficiencia y su fe de que ellos, así como usted lo logró, fundarán y desarrollarán un hogar del cual usted siempre estará orgulloso.

Ah… y no deje de decirles que siempre estará dispuesto a servirlos, pero solamente cuando ellos le llamen. Si lo hace de esa manera y cumple con el agradable deber de respetarlos, procurando su amistad en lugar de su sumisión y con la inteligente actitud de no asfixiarlos, más que perderlos ganará para siempre… sus hijos.

Próxima Entrega: PASARE SOLO UNA VEZ POR ESTE CAMINO

 

 

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La relación sexual  de la pareja bien avenida, de alguna manera es un agradable derecho-deber donde ambos integrantes tienen el derecho de recibir y el deber de dar la mayor satisfacción posible,  matizado por la ternura, la emoción y la creatividad para producir encuentros sexuales apasionados de gran plenitud que fomenten el deseo de volver a repetirlos.

 

      Caso contrario, en una relación sexual de pareja monótona y rutinaria o con el único fin procreativo, el acto pierde parte importante de su razón de ser y muy pronto podría convertirse de acto voluntario y satisfactorio, en una obligación sino desagradable por lo menos tediosa, con marcado y progresivo desánimo por nuevos encuentros.

      Un acto sexual pleno, emocionante y con vocación de recurrencia permanente, no es algo que deba  tratarse con aceleración, glotonería o violencia, sino como un ejercicio de ternura y dulzura; de  disfrute gourmet; delicioso, lento, delicado, considerado, solidario y… apasionado. Es un camino lento pero hermoso, vivificante, que se recorre en busca de un apetecido premio, cual en mucho dependerá de las sensaciones que se sea capaz de generar y lograr que la pareja experimente.

      Personalmente y después de más de treinta y siete años disfrutando de una increíble, recurrente y permanente relación sexual de pareja, no creo  en el mito de que sea el tamaño o contextura del órgano sexual, glúteos o senos; los gemidos o habilidades acrobáticas; los aditamentos y productos especialmente diseñados para aumentar la sensación física en los genitales; o la experiencia de alguno de los integrantes de la pareja, los elementos determinantes en la extensión, satisfacción, éxtasis o deseo de volver a repetir este incomparable momento íntimo.

       Pudiera ser que en mayor o menor grado, los citados mecanismos, habilidades o instrumentos pudieren incidir en el goce sexual, pero para llegar al éxtasis físico-espiritual  que cree nexos progresivos de solidaridad, nos satisfaga totalmente y nos deje el deseo de volver a repetirlo, se requiere como elemento fundamental la convicción de que hemos sido, bien intencionada y  sinceramente, satisfechos y disfrutados, que no mecánicamente manipulados, utilizados o simplemente… servidos.

      Una buena relación sexual que se pretenda sea  continuada y placentera no es algo improvisado, sino que requiere del conocimiento del mapa físico-erógeno del  cuerpo de la  pareja, así como de sus temores, tabúes, apetencias, reservas, limitaciones  y rechazos. Requiere conocer sus tendencias, temperamento, gustos, preferencias, deseos, y si se quiere sus… fantasías.

      Es sobre la base de todo ese conocimiento e información, que incluye su parte psíquica y espiritual, de donde deviene la concepción personal de  que  tal acto es aceptable, delicioso, apasionado y mágico,  que se dispondrá de todos los elementos que aseguren vivir  esa inigualable aventura en toda oportunidad agradable, como es el «hacer el amor».

      Para lograr un acto sexual realmente pleno por satisfactorio, debe producirse un preludio enmarcado dentro de un cuidadoso proceso de preparación, donde deben abundar las tiernas palabras y suaves caricias como parte del inicio del muy grato «juego sexual»; tomando iniciativas y permitiendo con toda libertad a la pareja tenerlas, conforme sea su temperamento, sin más limitaciones que aquellas que imponga el deseo compartido.

      Ya encendida la pasión y extendiendo lo más posible estos juegos iniciales para lograr la mayor excitación mutua, con la misma lentitud, ternura y deleite debe procederse al disfrute de la unión carnal; sin prisa, sin violencia, sin precipitaciones, con fruición, con el firme propósito de dar más de lo que se recibe.

      Así, llegado el momento de la explosión máxima de goce, debemos recibirlo como  el más alto premio a nuestra naturaleza humana y en honor a nuestra amorosa constancia; como el reconocimiento a nuestra lealtad y dedicación y, sobre todo, como la ofrenda y expresión máxima de amor de nuestra pareja.

      El incomparable momento  del éxtasis sexual, debe renovar nuestro compromiso con nuestro par de amar y compartir sin egoísmo lo mejor de nuestra existencia. El acto sexual pleno es la ratificación de los pactos más sagrados de la pareja Allí concurren de manera espontánea nuestros más hermosos sentimientos; es, si se quiere, un acto de comunión, donde el alma y el cuerpo se unen para decir: somos uno solo y eso ciertamente es extraordinario.

       El acto sexual con esa persona con quien hemos hecho pareja porque la amamos integralmente, nos permite aflorar lo mejor de nuestros sentimientos.  Por ser placentero, sin importar las motivaciones que lo hagan tal, nos transporta a un mundo supra natural que por segundos absorbe todos nuestros sentidos, más allá de nuestra propia conciencia, en una explosión maravillosa que nos eleva por encima de todo lo terrenal a un mundo ideal, de goce sin límites.

      Ese placer extremo, ese goce sensacional altera todos nuestros sentidos y nos hace mucho más sensibles de lo normal. Definitivamente somos y actuamos de manera diferente. Nos liberamos de todos nuestros mecanismos de defensa. Perdemos la noción del tiempo. Nos imbuimos de un mundo especialmente sensorial, imposible de definir o determinar con… palabras. Seguramente son pocos segundos, pero nosotros no tenemos conciencia real de cuanto es ese tiempo. Es como si la materia y el espíritu se fusionaran en uno solo.

       En ese supremo momento ascendemos a otra dimensión sin tiempo ni espacio. Se produce un estallido que nos inunda de forma integral penetrando nuestras venas y nuestro sistema nervioso, y ya no somos más conscientes. Nos movemos, hablamos, suspiramos, gemimos, suplicamos o gritamos; todo en una danza de sensaciones inidentificables, completamente  extrañas a aquellas en que se mueve nuestro mundo racional.

 

En segundos producimos el milagro de unir nuestro cuerpo a nuestra alma, para viajar en un mundo mental de luces y sonidos fantasiosos, de idas y regresos, de incoherencias y sutilezas. Simplemente no somos nosotros, al menos no los de todos los días. Ascendemos no se a donde, pero ascendemos a otra esfera por encima  de nuestros propios sentidos… conocidos. Todo lo ofrecemos, todo lo damos. No dejamos nada para nosotros.

       Sin lugar a ninguna duda cuando hacemos el amor,  cuando lo  hacemos con esa persona que amamos con toda la intensidad de nuestra conciencia, en el momento del clímax definitivamente afloran nuestros mejores sentimientos. Volvemos a estar como cuando nacemos: desnudos en cuerpo y alma, puros, prístinos; olvidamos nuestra vida consciente, sus sinsabores, sus tristezas, sus dolores.

      Ciertamente, nos escapamos del mundo real y pasamos a un mundo rosado,  de… fantasía: esa que nunca deberíamos dejar escapar. Es el éxtasis. Es ese mundo especial y diferente donde no tenemos reservas, donde somos los habitantes de un espacio sin tiempo, que no entendemos bien pero  que deja en nuestros sentidos la imperiosa necesidad de… repetirlo.

Próxima Entrega: PERDER O GANAR LOS HIJOS.

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El sexo de pareja bien avenida debe ser fantástico, emocionante, renovado, recurrente y reconfortante; donde el conector más importante sea el binomio oportunamente comunicado de sinceridad-creatividad.

En este tipo de relación sexual que sólo responde a la necesidad de dar y recibir amor, sin más interés que la transmisión del sentimiento de compartirlo todo, ni otra limitación que aquella que nace de su propia espontaneidad, no debe haber nada que pueda considerarse como tabú, prohibido o pecaminoso. Precisamente, porque lo que nace del amor, se hace por amor y para el amor, de ninguna manera puede ser indeseable, desagradable o reprochable.

Por otra parte, este acto en pareja cumple otras funciones en el devenir de la vida de los integrantes como las de rebajar la presión y disminuir el estrés, por lo cual es difícil que alguien que tenga buen sexo no disfrute en la misma medida de buen humor y salud.

Para hacer el amor de manera constante pero agradable con la misma persona son decisivos la ternura, la sinceridad y la creatividad. Estos tres elementos reunidos nos permiten una comunicación fluida y de doble vía, así como incorporar nuevos mecanismos de ayuda para lograr un sexo menos rutinario donde entren en juego todas esas técnicas, herramientas y ayudas que como miembros inteligentes de una pareja, estamos obligados a investigar, aprender y practicar.

El siempre recordado Honoré de Balzac nos dejó un mensaje que ratifica la real posibilidad de tener un sexo emocionante y permanente de pareja, parangonando la posibilidad de vivir de forma amena y edificante, juntos un hombre y una mujer por mucho tiempo, cuando escribió: «Es tan absurdo pretender que un hombre no puede amar siempre a la misma mujer, como pretender que un buen violinista no pueda tocar siempre el mismo instrumento.»

El acto sexual, por ser el momento de mayor comunicación integral de los amantes, al hacerse los dos cuerpos uno, también se da la comunión espiritual; de alguna manera, es en sí mismo un evento extraordinario que cumple funciones muy importantes para la estabilidad de la relaciòn, más allá de la satisfacción sensorial del momento.

El hacer el amor con la persona amada, pudiera ser la manera más sublime de decir «Te amo… eres especial para mì.» Es un acto de tanta solidaridad, que cuando lo realizamos nos preocupa más la satisfacción de la otra persona que de la nuestra. Ese maravilloso momento con nuestra pareja nos ratifica que no estamos solos, que alguien comparte integralmente su vida con nosotros; inclusive su más preciado tesoro.

Pero también es un acto que al estabilizarnos emocionalmente, a su vez nos ratifica que como individualidad de un género determinado somos incompletos y que indefectiblemente para lograr el más alto nivel del goce físico-espiritual requerimos de otra persona que comparta con nosotros, no sólo nuestro aspecto físico sensorial, sino nuestra concepción ideológica de que y por qué estamos sobre esta tierra que Dios nos dio por heredad.

Sin embargo, en el mundo de la realidad de la pareja heterosexual el sexo por sí solo no es todo lo que de él se espera, ni tampoco se usa en todos los casos de manera apropiada. Sobre el tema se ha escrito todo tipo de especulaciones, desde aquellas que lo consideran sublime hasta los que lo consideran la peor aberración, no por ser contrario a la moral, sino por… lo aburrido.

Hay tanto mito, tabú y mentiras sobre el sexo en pareja que pareciera que el tema da para todo. En verdad, en muchos casos en el sexo de pareja es más lo que se oculta, finge, simula o miente, que lo que sinceramente se manifiesta al otro integrante. Debido a esa insinceridad en la comunicación respecto de la recurrencia, apetencias, periodicidad y conveniencia de la fantasía sexual, es que la mayoría de las parejas ocasionales o permanentes llegan a convertir un acto, en sus inicios sublime, maravilloso y emocionante, en algo repetitivo a intervalos, incompleto, insatisfactorio y sin ninguna emoción o sensación reconfortante; casi como el cumplimiento de un deber forzado.

Tan frustrante por mendaz llega a resultar en algunos casos la relación sexual de la pareja, que en vez del acto sublime, romántico, apasionado y solidario que debería representar, lo convierten por virtud de la hipocresía, en una competencia de velocidad o resistencia física, cabriolas o actos acrobáticos aliñados con gemidos fingidos, a cual más digno del público más desaprensivo de un autocine, de aquellos que estuvieron en boga por allá por los años setenta.

Es que por falta de formación sexual y elevación espiritual, un acto esencialmente pasional y mágico, puede derivar en algo simplemente rutinario o resignado, carente de la emoción y fantasía de los primeros tiempos, dejando en el alma una sensación traumática progresiva, que en algunos casos pudiera convertirlo de rutinario y aburrido en desagradable y de tal manera aumentar la pesada carga de insatisfacciones personales, haciendo aún más lacerantes los sentimientos de auto compasión, tan dañinos para el progreso espiritual.

A mi manera de ver la relación sexual de la pareja y su papel protagónico en la felicidad común, la rutina y la resignación suelen convertirse en sus mayores enemigos; siendo además ofensivo a la dignidad de ambos integrantes. Si se quiere, la práctica consciente del sexo de pareja en esta situación, bien pudiera considerarse como una especie de violación premeditada a la integridad del ser humano, la cual no tendría mucho que envidiar a la violación típica de los delincuentes sexuales, porque éstos en un alto porcentaje son enfermos mentales: sicópatas o sicóticos, quienes responden a necesidades derivadas de sus propias patologías, lo que los hace menos responsables de sus actos que aquellos que lo hacen a plena conciencia.

Esa actuación sexual falsa tan común en muchas parejas, donde se usa todo tipo de artilugios, contorsiones y gemidos para convencer de que existe una pasión que hace mucho tiempo murió, es un acto donde conviven sin ningún pudor en la actuación física sobre el sexo opuesto, la deslealtad, la mentira, la suciedad y el engaño.

Claro está que no me refiero a las relaciones de sexo mecánico, ancestral, necesario únicamente desde el punto de vista fisiológico que algunas personas suelen practicar, donde estas actuaciones serían parte de un comportamiento originario; sino que me atengo a relaciones que nacen y deben mantenerse en virtud de los sentimientos de amor y solidaridad que vincula el sexo al espíritu, con vocación de permanencia para una vida plena en común; donde es fundamental, a como de lugar, no dejar marchitar esa plantita tan vulnerable que es el amor físico-espiritual, cuyos principales nutrientes son la ternura, el respeto, el buen ánimo, la comunicación sincera, la aceptación, la consideración, la pasión, el entusiasmo, la magia, la creatividad y… la fantasía.

Próxima Entrega: EL SEXO DE PAREJA III

 

 

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Pareja Uno

      Quienes hemos vivido largos años en pareja sabemos que es cierto que los problemas pueden iniciarse en cualquier parte o cualquier hora, dentro o fuera del hogar, pero finalmente terminan arreglándose en la alcoba. Por tanto, los problemas en la pareja que no se arreglen en el lecho, difícilmente tendrán solución.

      Es que, si bien es cierto que no es el sexo lo único que incide de forma importante en esta relación, sí que es un factor decisivo. Lo que sucede es que la sexualidad tiene que ver con la parte más íntima de sus integrantes; con sus más caros y respetables sentimientos como lo son el amor, el ego, el orgullo, la lealtad, la solidaridad, la aceptación, la comprensión y el respeto; cuales a su vez son afectados por otros menos caros pero no menos respetables, que incidirán en mayor o menor grado en la relación sexual, como lo son por nombrar algunos: la emoción, la fantasía, la creatividad y el talante de los integrantes.

      En mi concepto, de estos últimos el más importante es la creatividad porque permite proponer el ambiente mágico, incorporando emoción y fantasía a ese incomparable por reconfortante evento que con toda propiedad denominamos: HACER EL AMOR.

       Independientemente de la parte física de los órganos sexuales, este natural pero especialísimo acto en el mundo civilizado, para lograr su máximo nivel de satisfacción, requiere de la magia, del idilio y de la ternura; elementos éstos que desde el inicio de la relación de pareja, serán el escudo frente a su peor enemigo: la rutina.

       El acto sexual de la pareja para que sea satisfactorio y perdurable en sus más nobles efectos, requiere de otros elementos externos a los cuerpos que intervendrán y los cuales aunque no constituyen su núcleo, si van a definir en mucho el nivel de la satisfacción que se experimente, como por citar uno de los más importantes lo sería la ternura. A este respecto Kostas Axelo escribió:”La pareja no se apoya sobre la permanencia del amor y de la sexualidad, sino sobre la permanencia de la ternura.”

       Hacer el amor con la persona amada requiere de esos elementos externos al cuerpo, que son los que  le inyectan ese porcentaje de magia que lo hace especialmente agradable y deseado de ser repetido; los cuales pudieran hacer la diferencia entre un acto emocionante y uno aburrido, o escasamente… soportable, como lamentablemente son abundantes en las parejas que no son creativas.

       En este acto tan íntimo, en primer lugar influye el ambiente personal, que básicamente estará influido por el comportamiento previo al acto sexual por parte de los integrantes. De tal manera, en parejas física y mentalmente sanas será muy difícil una buena materialización del acto sexual, si uno de ellos con anterioridad inmediata ha sido descortés, violento, grosero o desconsiderado; porque en tal caso no será fácil desterrar el dolor del alma de los actuantes, o de alguno de ellos  que hubiere sido agredido u ofendido, únicamente porque el otro requiera los favores sexuales.

      En el caso contrario, cuando antes del acto sexual ha reinado en el ambiente la cordialidad, la consideración, el respeto y el buen humor, los augurios para el acto sexual a realizarse serán realmente prometedores. No solamente por la parte espiritual, sino porque desde el punto de vista de la fisiología del cuerpo, tal ambiente propicia la secreción de hormonas que propician y/o hacen más satisfactorio el acto, como las feromonas y las endorfinas.

      En segundo lugar incidirá el escenario físico en el cual se consumará el acto, como la disposición de la  habitación, la lencería, la ropa interior, perfumes y cremas, y cualquier otro elemento adicional que la creatividad mutua adicione al escenario escogido para realizarlo.

      En tercer lugar y aunque pareciera obvio, se requiere la real conciencia de que se trata de un acto con una carga emocional especial y esencial e indispensablemente de dos. De tal manera que lo ideal es que el acto cubra las expectativas de ambos. Si bien es cierto que no es impropia alguna modalidad para materializar el acto más deseada por uno que por otro,  para que cumpla su función integradora de los dos cuerpos,  debería ser del agrado de ambos.

       Es que la concepción del acto sexual lo es el más sublime, de darlo todo sin ninguna reserva. De tal forma que aquel que ofrenda su cuerpo para dar su amor de esa forma, debería recibirlo de la misma manera: en su máxima expresión, sin reservas, tabúes o limitaciones.  

      Opino que no obstante que en el acto sexual de dos personas que se aman, el mejor interés lo es el prodigar la mayor cantidad y calidad de goce al amado, lo ideal sería que cada sujeto lo recibiera de la misma manera.    Para tal fin, mediante una buena comunicación los integrantes aprenderán a conocerse en sus sentimientos y también en sus cuerpos.

      Por eso, desde el primer encuentro íntimo  deberán dedicar todo su ingenio, inteligencia, delicadeza, agudeza y paciencia, a descubrir las reacciones físicas del otro, así como sus apetencias, rechazos, limitaciones y emociones. Profundizando en lo posible en el alma de su pareja para descubrir sus gustos, deseos, temores, perturbaciones, aversiones o rechazos si los hubiere, con respecto a ese complejo pero maravilloso mundo del sexo.

      El buen amante deberá, así como supo escudriñar el alma y los sentimientos de su pareja, haciendo gala de su mayor tacto y ternura, descubrir su cuerpo… todo su cuerpo, hasta encontrar las áreas más sensibles al tacto, a los sonidos, a las palabras, a los olores; lo cual le permitirá descubrir sus zonas de aceptación o erógenas, así como aquellas que le producen rechazo o desagrado. Este conocimiento será fundamental para una relación sexual satisfactoria.

      No es de extrañar que un sonido, un olor, una palabra fuera de tiempo o cualquier actuación inoportuna o desagradable, produzca rechazo en uno de los integrantes y de esta manera se rompa la magia de un momento que auguraba ser especialmente agradable. Una manera de materializar además de nuestro amor  y respeto por nuestra pareja, es precisamente mediante el conocimiento de estos factores de su personalidad.

      Si bien es cierto que en el acto sexual de la pareja no deben permitirse más límites que aquellos que voluntaria y de forma espontánea ambos se impongan, no es menos cierto que no hay nada más irrespetuoso e indeseable en la relación íntima, que  una actuación de presión o solicitud inconveniente a la forma de ser del otro; porque independiente de la magnitud del deseo, es fundamental el tacto para determinar la disposición de la contraparte para realizar el acto, cual es la única manera de que además de darse el momento de satisfacción inigualable, perdure el deseo de repetirlo. 

Próxima Entrega: EL SEXO DE PAREJA II      

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En la entrega anterior les hablé sobre los hoy científicamente comprobados efectos del perdón sobre la salud física y mental de quien lo concede. Debo comentarles que investigaciones científicas muy recientes han ratificado, que en las personas enfermas de cáncer, en las cuales se logra una alta producción de endorfinas, las células buenas que se hacen fuertes, ayudan a combatir y destruir las células cancerígenas. 

Ciertamente, para mí no ha sido ninguna sorpresa; yo siempre he estado persuadido de nuestra capacidad de autocuración, a lo cual siempre he atribuido las «curas milagrosas»  de las que tantas veces hemos oído hablar. Pienso que en esos casos, de forma inconsciente logramos excitar algunos centros de nuestro cuerpo que actúan y producen ese resultado.

      Algo relevante de esos nuevos descubrimientos es que las endorfinas se producen proporcionalmente a como se encuentre nuestro estado de ánimo, y por tanto como todas las cosas trascendentes en nuestra vida, Dios nos las ubicó dentro de nosotros mismos para que no requiriésemos ningún tipo de recurso, esfuerzo o ayuda externa para lograrlas.

       La producción de estas hormonas y su consecuente beneficio sobre nuestro cuerpo y espíritu, estarán a nuestro alcance en la medida en que seamos capaces de superar los problemas que se nos presenten en nuestras vivencias diarias. Esto es: cambiar nuestro mal humor por el buen humor; la tristeza por la alegría; el resentimiento por el amor; los pensamientos negativos por los positivos; la frustración por la confianza; el desánimo por la esperanza; la rabia por la risa; el temor por la fe y la oración;  y el deseo de venganza por el perdón.

      Si logramos producir esos cambios en nuestra integralidad corporal-espiritual, las endorfinas aflorarán en abundancia y sin costo o esfuerzo alguno, para reforzar nuestro sistema inmunológico y de tal manera afianzar una buena salud integral. Creo que Jesús conocía muy bien los beneficiosos efectos del perdón sobre el ser humano, cuando aconsejaba a sus discípulos que deberían perdonar «Setenta veces Siete».

      Por tanto, mi recomendación a mis amigos lectores es que  perdonen siempre, porque esto no sólo nos pone a distancia del ofensor y le hace perder el malsano efecto por él deseado, sino que abona a nuestra salud, bienestar, paz y tranquilidad espiritual, tan necesarias para ser felices. Considero importante recordar que el perdón no exime de culpa al ofensor, sino que libera al ofendido.

       Me corresponde comentarles que existe otro apotegma que aunque muy romántico, poético y de divulgación masiva, es todo lo contrario de lo que indica su enunciado: «Amar es nunca tener que pedir perdón». Quien escribió esto, ciertamente  nunca amó, nunca mantuvo una relación personal permanente o con vocación de tal. Yo que amo intensamente y que mantengo una relación sentimental,  emocional, activa y mágica con la misma persona por más de treinta y siete años puedo darles testimonio con toda propiedad, de que es todo lo contrario: AMAR ES SIEMPRE TENER QUE PEDIR PERDON.

       Es que cuando se ama, el solicitar perdón es una de las formas más trascendentes de decir: te amo, frente a ti, frente a este sentimiento maravilloso no tengo límites; tú persona, el que tú te sientas bien es lo más importante para mì. Pero además, perdonar es un acto que solo puede ser ejercido por personas valientes, que son capaces de aceptar sus errores y reconocer las virtudes de los demás, aunque éstos los superen largamente. Ya lo decía Mahatma Gandhi:  «Perdonar  es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar.»

       Especialmente en  el mantenimiento de una relación personal tan emocional como es la de pareja, siempre estará expuesta a malas interpretaciones, actuaciones desacertadas, omisiones involuntarias y susceptibilidades a flor de piel. Por tanto, las palabras o frases como discúlpame, perdóname, lo siento, lo lamento, no quise ofenderte, te prometo que tendré más cuidado,  tienen un valor incuestionable.

      ¿Qué recurso de discusión quedaría a la otra parte frente a un error nuestro, luego que sinceramente pidamos disculpa o perdón?

       Si con humildad aceptamos que hemos actuado incorrectamente  y  solicitamos una disculpa ¿Qué mayor demostración de amor e interés por la relación que reconocer el error y solicitar perdón? ¿Quién podría negarse a concederla, máxime en el caso de una persona que convive con nosotros  y que también nos ama? ¿No fue acaso eso lo que quiso significar Jesús cuando enseñó que hay que ir a reconciliarse con el hermano antes de la ofrenda? ¿No es acaso el mejor hermano quien comparte contigo todos los días de tu vida y no es acaso la mejor ofrenda el amor?

       Eso fue lo maravilloso de esa enseñanza de Jesús, la cual selló para siempre cuando, en su último momento de vida, solicitó a su padre el perdón para quienes más daño le hicieron porque terminaron con su vida, e imploró: «PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.»

             Cuántas veces en nuestra vida diaria  de pareja mal interpretamos acciones o palabras, o  no entendemos reacciones absolutamente justificadas, que luego resulta que aceptamos fueron consecuencia de una omisión o actuación involuntaria, pero errada de nuestra parte. ¿Qué sería de la relación si quien comete el acto erróneo no tuviera el valor y la nobleza de aceptar humildemente su error y solicitar la disculpa o el  perdón? Lo menos que se podría esperar sería una acumulación de sentimientos de frustración y desencanto, que cuando llegaran a su máximo extremo, al explotar,  producirían graves problemas, inclusive poner en riesgo la estabilidad familiar.

      Siendo así, en tales situaciones la actuación inteligente, solidaria y si se quiere de autoprotección, lo es precisamente la palabra salvadora de la disculpa o el perdón, acompañada del sincero propósito de enmienda, que conlleva el compromiso interno de evitar repetirlas.

       Creo muy remota la posibilidad real de mantener algún tipo de relación humana, independiente de cual fuere su rango, sin que medie la permanente disposición de, en caso de actuación errónea o inconveniente, solicitar la disculpa o el perdón. Porque de alguna manera el respeto es su hermano gemelo, y por tanto pudiera ser la forma más gráfica de demostrarlo permanentemente.

      Cuando en mi vida me he visto precisado a pedir disculpa o perdón -que han sido muchas veces- para darme valor siempre recuerdo a Jesús, cuando enseñaba: «Porque lo que hagas a los demás, eso ellos harán por tí.»

Próxima Entrega: EL SEXO DE PAREJA I

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      En una oportunidad leí que «El perdón es divino…» Suscribo en su totalidad esa máxima, porque el  hecho de perdonar a quienes nos agravian sin que nada de dolor o rencor quede en nuestro corazón y extirpando de nuestra alma todo sentimiento de frustración o revanchismo, ciertamente nos acerca a Dios y eso nos da un destello de divinidad. Es que el acto de perdonar nos eleva por encima de nuestras miserias humanas. Cuando perdonamos y olvidamos, simplemente vencemos nuestros sentimientos originarios, permitiendo que nuestra espiritualidad supere nuestro instinto natural.

      Pero la recompensa del perdón es grande porque sobreviene la tranquilidad y el sosiego, vuelve la calma y se llenan vacíos espirituales. El alma se siente superada, elevada… más limpia. Sentimos que estamos más cerca de Dios. Para Jesús el perdón era tan importante que condicionó el contacto del hombre con Dios a la práctica del perdón, cuando sentenció: «Cuando vengas a hacer una ofrenda y tengas problema pendiente con tu hermano, anda primero y arréglalo y luego ven a  hacer tu ofrenda.» Como Él consideraba que el perdón limpia el alma, con esta admonición quiso decirnos que mientras no tengamos nuestra alma limpia no debemos hacer nuestra ofrenda (oración), siendo que para limpiarla simplemente debemos perdonar a quienes nos ofenden.

      Tan importante sería el perdón para Jesús que cuando enseñó la más excelsa de todas las oraciones como el Padre Nuestro, condicionó el perdón de su Padre a que a nuestra vez  perdonásemos a quienes nos ofenden, cuando dijo: «Padre nuestro (…) perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores…».  Lo cual es como decir: si yo no perdono tú no tienes porque perdonarme.

      Por otra parte, en las enseñanzas a sus Apóstoles también les decía: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial.»  Y yo puedo dar testimonio de la gravedad para el agraviado de no perdonar, porque tuve la oportunidad de conocer personas que por años vivieron una vida espiritualmente miserable, por sufrir de angustias indeterminables por ellos mismos, hasta que pudieron intuir que el origen de tal estado permanente de mal ánimo, lo era precisamente el recuerdo doloroso por los agravios recibidos. Al identificar el problema perdonaron con el firme propósito de olvidar y el remedio fue efectivo: volvió la calma a su alma y mejoró substancialmente  su estado de ánimo.

      La misma situación de angustia y desasosiego se da en el ser humano que estando consciente de que ha cometido errores, actuaciones u omisiones que han causado daño a otras personas, no se perdonan a sí mismos. En estos casos, luego de reconocerlo, meditarlo y procesarlo, al perdonarnos nos elevamos por encima de nuestra propia materialidad, nos acercamos a Dios y sentimos otra vez nuestra alma limpia y la recompensa es la tranquilidad espiritual, que es el mejor remedio para eliminar la angustia.

      Es que perdonar es amar y amarse, y conviene recordar que «Sólo el amor puede vencer el odio.»  No deberíamos olvidar que fue por amor que fuimos diseñados por Dios y por amor engendrados y concebidos por nuestros padres.

      Considero que algunos paradigmas muy comunes lo único que han hecho es producir problemas. Por ejemplo, aquel de que «Hay ofensas tan graves que no se pueden perdonar»  Siempre me ha parecido muy emocional pero  nada inteligente ni práctico, o por lo menos nada beneficioso al agraviado. En principio el mayor efecto dañoso del agravio se produce en la misma medida en que el agraviado lo recuerde.  Por tanto, mientras el ofendido recuerde el agravio, sufrirá por ese ingrato recuerdo,  con el agravante de que pudiera ser que el ofensor ya ni siquiera recuerde el evento dañoso.

      Mientras no se olvide el agravio se estará trabajando a favor del agraviante, ayudándole a lograr mejor su objetivo: producir sufrimiento; y para evitar ese dolor la mejor solución es perdonar y… olvidar. Cuando se logra olvidar y perdonar, simplemente se gana la partida porque pierde su efecto el daño y el agraviado se  pone fuera del alcance del adversario, al constituirse el perdón en una solución liberatoria.

      Como lo escribiera Francoise de La Rochefocauld:  «Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.»

       Con absoluta certeza debo referirles que la sed de venganza y el desasosiego que produce el recuerdo del agravio cuando no ha sido perdonado, afecta gravemente nuestro cuerpo físico. Hoy ya no es una especulación sin base científica, el que cuando estamos llenos de rencor nuestra química corporal se altera y nos produce un estado neurótico, que nos hace más vulnerables al desmejoramiento de nuestra salud física y psíquica.

      El estado mental que produce el recordar el agravio por no haberlo perdonado, nos convierte en receptores de estrés y como consecuencia, en  una fuente generadora de enfermedades, disminuyendo nuestra capacidad de disfrutar de las cosas hermosas que existen en el ambiente que nos rodea, y que hacen agradables y confortables todos los días de nuestra vida.

      Por otra parte, descubrimientos científicos en los últimos veinticinco años del Siglo pasado, nos han demostrado la capacidad de nuestro cuerpo de generar hormonas beneficiosas a nuestra salud física, tales como las endorfinas y las feromonas,  cuales únicamente surgen y se desarrollan cuando nuestro estado de animo está en su mejor momento, como en ocasiones de alegría y en la práctica de los deportes. Las primeras, conforme al criterio de los doctores Guillemín y Huges (1975) son «moléculas polipeptídicas, en realidad drogas que segrega el cerebro», las cuales tienen un efecto inmediato y casi mágico sobre el carácter del ser humano, e inclusive en el dolor en su parte física.

      Dentro de los beneficios de esas hormonas podemos asegurar que son extraordinariamente positivas en el mantenimiento de la lozanía de la piel y el sistema capilar, así como que en estados mórbidos graves como en el caso de células cancerígenas, estas hormonas contribuyen a reforzar las células sanas que al final pueden destruir las enfermas…

Próxima Entrega: EFECTOS POSITIVOS DEL PERDON (PARTE II)

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Con el niño activado, probablemente recordaremos los días de noviazgo con esa persona tan especial que fue joven, bella, dulce y glamorosa; que llenó las más hermosas horas de nuestra juventud. Porque ella está ahí, como siempre bella, dulce, tierna y con esa atracción especial de las niñas cuando se hacen… mujeres. Ella siempre ha estado cerca, muy cerca de nosotros, aunque a veces nos haya pasado desapercibido; y quizás más cerca que nunca porque ahora es nuestra esposa: la compañera de viaje largo que escogimos libremente y sin ningún apremio; nuestra inseparable amiga, única confidente segura, consecuente y…leal.

 

Es la misma que besaba las rosas que le llevábamos el día de los enamorados, flores que sigue amando, pero se contenta con verlas tras los cristales de la floristería, porque hace bastante tiempo ya que no le traemos una… para besarla. Aquella que esperaba temblorosa de emoción en los momentos íntimos, sólo al olor de ese perfume que sabíamos que le gustaba tanto y que usábamos especialmente para ella; pero que ahora más hermosa y más mujer, lo cual pareciera que a veces no notamos, tiene que contentarse con recibir el poco tiempo que nos quede, sin el perfume aquel que la hacía vibrar, porque ya no nos acordamos ni siquiera… cual era el que usábamos.

 

Todos esos bellos sentimientos en estado de hibernación; sueños casi evaporados por un tiempo que no termina de pasar; de emociones disminuidas y enfermas de gravedad, que se niegan a morir por causa de una realidad que no tiene razón de ser… como es, han producido esos vacíos vivenciales que aumentan nuestro estrés, que nos deprimen sin una razón aparente y que le hacen perder sabor a la vida, sembrándonos de interrogantes aterradoras; produciendo barreras en la mitad o más allá de ese camino que iniciamos con tanta emoción y entusiasmo, y que hoy amenaza con la monotonía, la nostalgia y el aburrimiento.

 

Enigmas que como la cizaña penetran nuestra alma y como hiedras clavan sus raíces en nuestros más puros sentimientos, obligándonos a hacernos las preguntas más lacerantes:

¿Valió la pena todo esto?

Para degradarla en mil interrogantes menores: ¿Quizás escogí mal? ¿Sería que me equivoqué en la elección? ¿Quién tendrá la culpa? ¿Debo hablar sobre ello o callar hasta que no pueda más? ¿Podremos rehacer lo andado? ¿Tenemos tiempo aún?. Creo que en este caso lo sano, lo inteligente, lo apropiado no es especular sobre lo que no se hizo, sino sobre lo que aún se puede hacer. Es revisarnos y escarbar dentro de nosotros mismos buscando las respuestas acertadas, pero no las que quisiéramos oír.

Si analizamos nuestra actuación a detalle, abriendo el corazón y nuestra alma a las personas que conforman ese entorno íntimo, y las aceptamos como son, con sus virtudes y sus limitaciones, seguramente entenderemos que en mucho hemos permitido que nos alejen de ellas, dejándonos llevar por la praxis de una vida todos los días más exigente y compleja, donde lo importante no es cómo nos sentimos, sino cuánto producimos. Sin tener real conciencia de lo que hacemos y sus consecuencias, nos han llevado a ambicionar bienes materiales, cuales la mayoría de las veces no son indispensables, con prioridad a los espirituales, que si lo son.

Tanta confusión nos ha orientado a equiparar un hogar con una gran casa, con lujosos y confortables muebles, pero sin el sentimiento de compartir; mullidas camas, sin importar el sueño o la pasión de quien en ella nos acompaña. Riquezas que no pueden aportarnos ni un minuto de vida, ni pueden comprar amor, salud, amistad o lealtad, mientras el afecto familiar muere por falta del calor que le dio origen. Pero, gracias a nuestro origen divino, en el mundo de nuestra intimidad siempre hay tiempo para enmendar lo errado, especialmente si aún vive la llama del amor.

En el caso de la pareja, que es donde se producen más a menudo esos vacíos existenciales, conviene combatirlos en la raíz: la nostalgia, el desencanto de la pasión, la rutina y el hastío. Cualquier solución que se decida debe reforzar los sentimientos del amor y la solidaridad que produjeron la unión. Así, para combatir el desencanto y el decaimiento de la pasión, la solución es volver a enamorarnos. Volver a ver a nuestro cónyuge con ojos de enamorado; al menos para los hombres otra vez como novia, pero ahora más tierna, más hecha, más… mujer. Ahora, con más motivos por los cuales amarla: continúa amándonos, nos ayuda, nos soporta y por si fuera poco, nos dio nuestros bellos hijos.

Aprovecharemos que ella no tiene novio; tuvo uno y lo perdió cuando lo convirtió en su esposo. Es una oportunidad que no podemos desperdiciar. Nuevamente la enamoraremos y nuevamente nos convertiremos en su novio. Es todo lo que le hace falta: un novio a quien amar, con quien soñar, con quien fantasear. Un novio…mágico. Y… ¿Que fenómeno más mágico que un novio-esposo?

Sería simplemente fantástico. Se sentiría la mujer más bella, la más sensual, la más deseada y feliz del mundo. ¿Qué pensamiento nostálgico podría ser más fuerte que esa realidad maravillosa? Ninguno. Y el hastío y la rutina ya no tendrían cabida en la relación. ¿Quién podría hastiarse de un evento entre dos novios-esposos que se hacen amantes? Nadie que pueda considerarse hombre o mujer.

Entonces, ¿A qué esperar? Salga de su trabajo antes de la hora, pase por la licorería, compre champagne, galletas y caviar; no olvide la perfumería, usted sabe cual comprar. Ah… y recuerde las flores, pero una sola, eso es más íntimo… más significativo. Por cierto, antes de salir llámela e inteligentemente, sin dejar que lo imagine todo, dele un anticipo, algo que le haga pensar que debe ponerse sexy porque hay algo especial para ella… esta noche.

Como ya no soy tan joven por lo cual no estoy para emociones tan fuertes, no quiero imaginar a detalle el final de la velada. Al otro día, nadie debe levantarse temprano, ni los hijos ir al colegio. Le recomiendo un desayuno energético: huevos y tocineta para recuperar las fuerzas, pero eso sí, hechos por usted mismo. No importa si se queman un poco. Ella los comerá feliz. Se me olvidaba. Regálese un día y no vaya al trabajo. Monte su familia en un auto y váyase a pasear, luego a almorzar fuera y finalice ese nuevo día con una película familiar, con cotufas y snacks.

Por cierto… no me debe nada por la receta.

Próxima Entrega: EFECTOS DEL PERDON I

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