
Estimo que las religiones en general actúan como controles sociales de carácter externo que orientan, norman y condicionan la actuación del hombre en sociedad, con respecto a lo que en su Doctrina consideran la mejor conveniencia de sus relaciones con Dios.
En nuestra época existe confusión entre lo que representa la religión y la espiritualidad. El mayor número de quienes asisten y practican los más diversos credos lo hacen con la esperanza de fortalecer su espíritu. En este sentido, cuando la riqueza y el poder, como producto social llegan a sus máximos extremos, el hombre percibe que no son factores que actúen de forma decisiva en beneficio de su crecimiento espiritual.
Por el contrario, en ocasiones la abundancia de riqueza y poder suelen convertirse en mecanismos involuntarios de desestabilización de la tan necesaria tranquilidad y armonía, a que todos aspiramos en el camino de encontrar nuestra felicidad. De hecho, hace cuarenta o cincuenta años atrás disponer de riqueza y/o poder permitía a las personas disfrutar a la vista de todos, una vida más plena, tranquila y sin sobresaltos. Hoy, en una sociedad de abundante pobreza, carcomida por el resentimiento social, la inseguridad personal y el terrorismo, quienes son poseedores de tales dones para nada se les facilita disfrutarlos, y si disponen de alguna sabiduría, por los múltiples riesgos que involucra mucho se cuidan de ostentarlos.
Mantengo amistad con inspirados hombres, que como honestos y acertados dirigentes religiosos de diferentes credos, cuidan de sus congregaciones, quienes me merecen cariño y respeto. Por ellos se que en casi todas las religiones, la manifestación libre del amor hacia nuestros semejantes se ve de alguna manera disminuida, coartada o si se quiere subyugada, a la necesidad de cumplir con las imposiciones del credo que se practique. Esto trae por consecuencia que por el afán del cumplimiento de lo que de los feligreses se espera, con respecto a la religión para que sus actos sean gratos a los ojos de Dios, lo religioso no llega a trascender lo reglamentario; quedándose en la esfera de lo meramente externo para ser celebrado o censurado conforme al criterio de la dirigencia, sin involucrar de manera fundamental la parte espiritual.
Ciertamente, desde el punto de vista práctico las religiones cumplen su función social y especialmente comunal, promoviendo el amor, la caridad, la castidad, la lealtad, la comprensión, la templanza; combatiendo la corrupción, el odio, la envida y los vicios. Inclusive, en algunos casos, la religiosidad se convierte en una forma de vida sana. Pero se circunscribe a ser la guía de unos hombres a otros hombres en el nombre de Dios, en tanto y en cuanto se sea capaz de recibir y asimilar el mensaje. Pero hasta ahí llega su efecto, porque no tiene la fuerza de penetrar nuestro ser interior. Entre otras cosas, porque los mensajes se producen en ese lenguaje oral o escrito que perciben nuestros sentidos conocidos, por su captación externa. Y aunque pudiera de alguna forma afectar nuestros sentimientos, no se asimila al lenguaje espiritual.
Es que el espíritu es interno; vive en lo más profundo de nuestra alma, en ese mundo interno, donde nacen y se mantienen nuestros principios éticos y morales. Es nuestra espiritualidad lo que nos permite estar permanente en contacto con nuestro Creador, en ese mundo sin espacio, ni tiempo, ni dimensión de ningún género, donde Él nos habla con su…silencio.
Es en esa dimensión intangible donde aprendemos a sentirlo a toda hora, a cada instante en el lenguaje de sus signos. Allí sentimos la sensación de su cercanía; el frío de su ausencia y el calor de su compañía. Es el espíritu lo que hace nuestra profunda diferencia con los demás seres vivos del planeta.
Nuestra condición espiritual es la que nos permite amar, aceptar, compartir, esperar y…perdonar. Nos posibilita sentir el susurro del viento, que nos dice que hay algo para nosotros más allá, y mucho más allá del… más allá. Nos permite ver la claridad en la oscuridad de la noche, oír el mensaje del canto de los pájaros y de la voz cantarina de los arroyos, en soleadas mañanas… todos los días.
Es nuestro espíritu un venero de esperanza y fe, en esta vida y en… la otra. Es ahí, en lo más interno de nuestra alma, en lo más profundo de nuestros sentidos, donde habita nuestro espíritu. Donde no hay leyes que cumplir, ni normas que obedecer. Donde no hay cabida más que para nosotros mismos. Porque nuestro espíritu y Dios son una conjunción. De alguna manera somos nosotros su manifestación más acabada sobre esta madre tierra. Somos su…extensión física. Eso nos fue enseñado en las Sagradas Escrituras cuando se nos dijo: «Tu cuerpo es el templo de Dios»
Es por eso que no requerimos de intermediarios para encontrarnos con Dios, porque encontrarnos con El es encontrarnos con nosotros mismos. En eso radica la mayor importancia de tener un espíritu, porque eso nos da la seguridad de nuestra… inmortalidad.
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