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Archive for febrero 2008

Mucho se habla sobre el «ocio» en sentido negativo y peyorativamente; especialmente lo consideran patrimonio de los «flojos», pero pocas veces alguien comenta la importancia del ocio como derecho humano fundamental, que potencializa la personalidad del individuo.

El ocio bien entendido, en el espacio y tiempo apropiados, facilita el encuentro necesario y permanente consigo mismo y aporta calidad de vida y bienestar.

El derecho al ocio constructivo, es algo de lo cual todos sin excepción deberían disponer, porque beneficia especialmente la relación interpersonal al renovar sentimientos de positividad, optimismo, buen humor, compartir y entusiasmo por la vida.

Dentro de los grandes beneficiados, de los efectos positivos físicos, psicológicos e intelectuales del ocio bien entendido y utilizado, se cuentan: el mismo individuo al disponer de tiempo para descansar, aquietarse, meditar y recrearse. En segundo término el entorno familiar y amistoso, por cuanto refresca y renueva la personalidad; siendo que también es decisivo en los ámbitos del trabajo y los estudios, ya que, al renovar sus energías, aumenta sus potencialidades productivas.

¿No fue acaso el disponer del ocio constructivo, lo que aportó la paz, tranquilidad, espacio para la meditación y la reflexión indispensables para la inspiración y producción de los trascendentales tratados filosóficos que conoce el mundo?

¿Podría alguien argumentar que fue rompiendo piedra en una cantera griega, o con las manos sobre los remos en una galera, donde se inspiraron y escribieron esas obras fundamentales del pensamiento civilizado?

¿No fue acaso cómodamente sentados en sus casas, plazas o sitios bucólicos, donde surgieron y se materializaron tales obras magníficas?

Claro que sí. Fue mediante la disposición del el ocio necesario y constructivo, que permite la observación, reflexión y meditación que alimenta de información el intelecto, hasta que se produce el momento sublime de la inspiración.

¿Qué sería de la salud mental, física y psicológica de los educandos, estudiantes y trabajadores en general, pero especialmente sus niveles de productividad, si el ordenamiento jurídico no hiciera obligatorio el descanso y las vacaciones?

El quid del asunto no está en el fenómeno «ocio» como circunstancia vital civilizada, sino en qué hacemos con el tiempo ocioso. Somos nosotros quienes decidimos darle sentido positivo o negativo y de tal manera servirnos de el en nuestra vida cotidiana.

Así que, recuérdelo y atesórelo: Considere el ocio como signo de bienestar individual y colectivo y no como algo indeseable o negativo.

Estime que para sus hijos, su pareja, los estudiantes, los trabajadores y los discapacitados, en función de su mejor aporte a la sociedad, el ocio se convierte más en un derecho subjetivo y conveniente, que en una concesión graciosa o situación voluntaria negativa o pervertida, que revierta contra la sociedad.

Por cierto… tómese su tiempo para observar, pensar, meditar y encontrarse consigo mismo, de pronto le asalta la inspiración de acordarse de que Dios está sentado con usted, como parte integral de su personalidad y seguramente que esa sensación le ayudará a ser… aún más feliz.

Próxima Entrega: LA VIGA EN EL OJO AJENO

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He leído estudios que indican que los humanos no utilizamos más allá de entre el 5% y el 10% de la capacidad mental, que podrían desarrollar nuestros treinta mil millones de células cerebrales haciendo sinapsis.

Pero ese milagro andante que somos los seres humanos en nuestra integralidad físico-espiritual, dada nuestra permanente y constante dispersión mental, escasamente nos permite concentrarnos por momentos en alguna de las pocas cosas que hacemos, con el resultado de repetir actividades que hubiéramos podido realizar con ahorro de tiempo y recursos en un solo acto, si hubiésemos utilizado algunos instantes para pensar en la mejor forma de hacerlo…

Luego de un acto erróneo, es común la frase: «Oh, me equivoqué, no sé en que estaba pensando.», lo cual grafica la divagación permanente de nuestra mente. Pero, lo cierto es que la mayoría de nuestros actos equivocados, responden al hecho de no haber previsto la mejor manera de realizarlo.

Mi padre solía repetirme en tono solemne: «Si cuentas veinte antes de actuar, lo harás mejor.», lo cual por cierto me aprendí de memoria, pero nunca pude establecerlo personalmente como una norma de actuación en todos los casos.

Pensamos en tantas cosas al mismo tiempo, que al no fijar nuestra atención en una sola, ni establecer prioridad a las rapidísimas operaciones mentales, nos dispersamos y terminamos en el estacionamiento de la Universidad cuando deberíamos estar en el de los Tribunales o el del Supermercado.

Nuestra mente es tan volátil y viaja a tal velocidad de un pensamiento a otro, que para ubicarse en uno solo y concentrar su potencia, requiere de un mínimo de entrenamiento y disciplina, cuyos óptimos resultados pareciera que solo se logran con la práctica de la meditación.

Pero, para quienes no somos unos virtuosos meditando, sino que nos ubicamos dentro del campo de los soñadores, por no llamar distraídos, que posiblemente somos la mayoría, la causa no está perdida.

Para nadie es un secreto nuestra naturaleza adictiva, por tanto un hábito se suple por otro nuevo. Debemos sustituir la divagación por la concentración. Para lo cual, mi recomendación primera es planificar detalladamente nuestras actividades de tal manera que nos concienticemos, en cada caso, de que disponemos del tiempo necesario.

En segundo término, establecer una jerarquía que privilegie el orden en las actuaciones. Así, si planificamos los tiempos de acción de la mañana, al conocerlos para cada actuación, concentramos nuestra atención en la que nos corresponde en el momento, porque para todas las demás tenemos previsto su propio tiempo.

Nos ayudará grandemente a la concentración , ocuparnos en vez de preocuparnos por resolver las situaciones o circunstancias que se nos presenten o debamos resolver

Finalmente, recordar que el tiempo de Dios es perfecto y que somos uno con Dios, nos ayudará a entender que nuestra parte es ser diligentes en lo que hacemos, porque el resultado final no lo decidimos nosotros, sino Dios que conoce lo que más nos conviene.

Próxima Entrega: EL OCIO CONVENIENTE

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El amor, la comprensión y la aceptación son fundamentales durante la importante etapa del crecimiento y desde la más tierna edad de los niños, pero en la vida diaria son enfrentados por el «NO».No te sientes así, no grites, no digas eso, no hables duro, no silbes, no salgas, no brinques, no te rasques ahí, no te toques eso, no comas de esa manera, no camines así, no molestes, dije que NO, NO…NO…NO.

Nadie les explica suficientemente porque todo tiene que ser «NO». Simplemente, se les impone y ellos no saben como reclamar una respuesta razonada. Si continúan preguntado recibirán un nuevo y contundente «NO», aliñado con gestos o acciones, indicativas del «NO» definitivo: «CÁLLATE».

Ese incomprensible mundo del NO les genera temor, inseguridad y desconfianza en… todo. Su efecto inmediato de desconcierto baja su autoestima, golpeando su curiosidad natural como fuente de su aprendizaje. En tal estado emocional, con su autoestima en su peor nivel cabe preguntarse:

¿Cómo queda la necesaria motivación para estudiar y ser mejores, en un mundo donde todo es negativo? ¿Qué incentivo para aprender puede generar un padre o maestro severo, estricto y gruñón, a quien más que la felicidad importa el cumplimiento normativo?

Los padres y maestros deberían reflexionar seriamente sobre este asunto, considerando que ellos están obligados a entender a los niños y no esperar que éstos les entiendan. Son ellos quienes tienen mayor experiencia y conocimiento de la vida, por tanto les corresponde orientar más que imponer el aprendizaje.

La sinergia del desarrollo y su objetivo último de producir paz y felicidad, hace necesaria la revisión en la actitud de los padres y educadores, para adaptarla a un proceso de transmisión de conocimientos que se refleje en la sociedad como más efectivo.

Mucho de la rebeldía de los adolescentes, es la respuesta por sentirse acorralados frente a su curiosidad natural, que les lleva a experimentar para conocer, frente a adultos expertos en mantener como mecanismos de defensa su falta de amor, comprensión y hasta de compasión, con quienes sólo exigen lo que les corresponde: formación para la vida.

De alguna manera, siento que la educación tradicional desvió el camino al dar mayor importancia a paradigmas tradicionales y a la formalidad, olvidando que la formación no es para las aulas, sino para una vida que deberá hacerse fuera de ellas.

Por experiencia como padre de cinco hijos, formados en la educación positiva familiar que se nutre del diálogo respetuoso pero afable de doble vía; la libertad de inquirir y recibir oportuna y consecuente respuesta sin temor a reprimenda o sanción, dados los resultados hoy patentes en sus vidas familiares felices, me convencen de la efectividad de la educación integral positiva.

Tanto en el hogar como en los centros de formación educativa, la educación positiva pudiera hacer la diferencia entre quienes logran la felicidad, que son los menos, y aquellos que nunca llegan a alcanzarla plenamente, de los cuales está inundado este mundo que nos toca vivir.

Próxima Entrega: DISPERSIÓN MENTAL.

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kids_redwagon.jpgRecibí una solicitud de estudiantes del Área de postgrado en la Maestría de Gerencia Educativa de una prestigiosa universidad venezolana, para exponer con más detalle sobre el papel y la influencia del hogar en la educación de los hijos. Con mucho gusto satisfago su requerimiento, para lo cual utilizaré algunas entregas.

Como integrantes del conglomerado social todos debemos tener interés en la formación de los jóvenes, especialmente frente a elementos de distorsión que, como producto de la globalización, ponen al alcance colectivo antivalores como el consumismo, la riqueza fácil, la violencia y sexo grotesco.

Aunque a veces tendemos a olvidarlo, es en el hogar donde aprendemos las cosas más elementales para sobrevivir en un mundo a veces duro e incomprensible. Imitamos a nuestros padres como lo más inmediato a seguir. Ellos nos generan una especial sensación de seguridad, frente a un medio que, a tan corta edad, es simplemente desconocido. Su comportamiento en esa primera etapa de satisfacción a nuestra natural curiosidad, es fundamental.

Si tenemos padres positivos, amorosos y felices, aspiraremos una vida similar y hacia allá encaminaremos nuestras actuaciones; pero, si son negativos, irrespetuosos y desconsiderados, idénticos sentimientos desarrollaremos. Sus principio y valores marcaran nuestra conducta individual y colectiva.

A los padres debemos inculcar su papel de arquitectos del plan de vida de sus hijos. Se requiere crearles conciencia que si los principios y valores inculcados en casa son fuertes, resistirán los embates de las influencias negativas que reciban fuera del hogar.

En su condición de primeros maestros de sus hijos, los padres requieren mirar positivamente su curiosidad e interrogantes y en vez de rechazarlas, excitarlas, porque es un indicador de inteligencia. Si logramos convertirlo en convicción, más allá de su comportamiento, presionarán a los educadores a modificar su actitud frente a los educandos.

La educación positiva integral, debe orientar la transferencia del conocimiento más que imponerlo; reconocer más que censurar; elevar las virtudes y atenuar los defectos; excitar y promover las iniciativas, más que encasillarlas en la formalidad tradicional.

Frente a un mundo donde todo es nuevo, en vez de encajarlos en paradigmas caducos, difíciles de entender y asimilar, los padres y educadores deben hacerse parte de sus inquietudes, disfrutarlas y vivirlas como la oportunidad de sentirse jóvenes… por segunda vez.

La educación positiva exalta las virtudes de los educandos; los engrandece, reconoce sus potencialidades y las motiva, demuestra su respeto por la individualidad, por su condición humana, su esfuerzo y su deseo de aprender; su capacidad para intentarlo y… lograrlo.

Mucho del rechazo de los jóvenes y especialmente los adolescentes, es consecuencia de que desde que tienen uso de razón los sumergen en el mundo del no. Ese vocablo con sabor a imposición, incomprensión, falta de caridad y aceptación, tan normal en la educación tradicional, se traduce en fuente de violación de la sagrada individualidad.

¿Qué debemos hacer frente a estas realidades? Trataremos de analizarlo en entregas subsiguientes.

Próxima Entrega: EDUCACION POSITIVA (El fantasma del «No» )

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z-estudiante.jpgComo producto de la sinceración con los reales resultados de la educación en la vida del hombre contemporáneo, soplan vientos de cambio hacia  una EDUCACION POSITIVA en contraposición a la tradicional, que sin catalogarse como negativa, debe ser revisada para adaptarla a los nuevos tiempos.

Esta predisposición en avance en los paises culturalmente más adelantados intenta orientar a los educadores a excitar y exaltar las virtudes, vocación, propensión, aciertos y capacidades de los pupilos, que establecer imposiciones y destacar defectos.

La idea pareciera ser rebajar la importancia de la solemnidad, formalismo y sumisión dogmática del alumno, para substituirlas por la proactividad compartida, pero respetuosa, entre educadores y educandos.

Existe duda sobre los efectos de la exagerada rigidez de los educadores, la aplicación de carácter fuerte, evaluación estricta y sanción, mediante formulación de pruebas y complicados exámenes, imperantes en la educación tradicional.

El elevado formalismo, solemnidad y disciplina impuestos, motivan una conducta conformista,  pasiva y timorata, coartando la creatividad e iniciativa personales.

El reglamentarismo de la educacion tradicional pareciera estar divorciada de la importancia de la diversidad de criterios que hacen la riqueza de la personalidad individual.

Tales paradigmas educativos, pudieran violentar la personalidad y potencialidades innatas al interiorizar el temor al castigo, reprimenda o vergüenza públicas, generando competencia para aparentar mayor formalidad y superar a los demás, subvirtiendo la importancia de la propia identidad y conveniencia de superarse a si mismos.

La imposición de una reglamentación inflexible, donde no se limita el espacio para la iniciativa propia o la disidencia, al imponer una disciplina coersitiva dependiente de la permanente vigilancia, desestima la promoción a la autodisciplina que deriva de la convicción, más que del temor.

Por mantener los reglamentos y la disciplina impuesta, se desatiende en la formación que se imparte sus efectos en la vida de los educandos fuera de los locales de clases, priorizando el cómo en vez del qué.

Por temor a la censura  jerárquica, los educadores imponen a como de lugar el cumplimiento reglamentario, sin prever sus efectos frente a las cambiantes realidades sociales, traduciéndose en pérdida de sensibilidad y solidaridad humanas, frente a los demás.

Todo pareciera indicar que la educación tradicional promueve en su mayoría ciudadanos formales, pasivos, acartonados y hasta cierto punto sumisos, más cuidadosos de las solemnidades que de los efectos de sus actuaciones.

Todo nos indica que ciertamente se requiere la revisión sincera, especialmente de las actitudes de los educandos, al impartir una formación que debería estar orientada hacia el logro de una vida buena dentro del contexto social, la cual por cierto comienza en el hogar, como lo analizaremos en la próxima entrega

Próxima Entrega: Educación Positiva (El hogar como escuela)

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ayuda-iv.jpg «De buenas intenciones esta empedrado del camino del infierno», reza un adagio muy antiguo, sobre cuyo acierto o desacierto no emitiré criterio sobre su contenido, lo dejo a su libre albedrío, para lo cual aportaré algunas ideas.

Ciertamente, todos nacemos con tendencias y capacidades innatas. Pudiera ser una parte de la explicación de por qué algunas personas son mejores que otras, o se les facilita más realizar algunas actividades o mantener determinadas actitudes.

La observación cuidadosa del comportamiento humano respecto de algunos individuos, en oportunidades nos genera esta reflexión: «… si esta persona hiciera tal o cual cosa, seguramente sería un éxito.» Pero, si todo nos indica que sería exitoso en esa actividad o actitud… ¿Por qué no lo hace? En mi criterio, no se trata de que se sienta incapaz o desconozca su posibilidad, simplemente se trata de que no da el paso al acto.

Ese paso al acto, que en algunos casos pudiera beneficiar a la humanidad, como en aquel que tenga tendencias delictuales y no llegue a dar el paso para concretarlo y como consecuencia, no produce el daño. Por tanto, como la mayoría de las personas son buenas y generosas, su inacción evita que aporten beneficios al conglomerado humano.

Muchas personas con buenas ideas y proyectos maravillosos que tomaron de la Inteligencia Universal que habita en el Cosmos, se quedaron en eso: ideas y proyectos nunca realizados. También, muchos amores dejaron de materializarse y tantas personas murieron sin saber todo lo que fueron amadas y reconocidas, dejando profundo sentimiento de culpa en los sobrevivientes, precisamente porque éstos nunca llegaron a dar el paso al acto para manifestarlo.

El paso al acto, cuando se trata de ser generosos, amables, consecuentes, amorosos, solidarios y buenos, es más que una obligación moral …ética. No podemos conformarnos con desear el bien, sino que debemos concretarlo. Asimismo, no basta con amar en silencio, se requiere manifestarlo y demostrarlo, mientras más veces mejor.

No ayudar a nuestros semejantes no debe ser una opción válida, porque no hacerlo es casi como dañarlos. No es suficiente la concepción negativa de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, sino que debemos hacer por los demás lo que queremos que hagan por nosotros. En este asunto es obligante dar el paso al acto. Ese fue el compromiso que nos dejó Jesús, con su ejemplo de inagotable amor.

Como los buenos sobre la tierra somos mayoría, en todo momento debemos estar dispuestos a dar el paso al acto cuando se trate actuaciones positivas, cuales deben orientarse y concretarse en el beneficio de los demás.

Es que, no hacerlo sería perderse una de las oportunidades más excelsas para sentirse bien y parecernos un poco a nuestro maravilloso Padre Celestial.

Por eso debemos recordar, que una idea, un proyecto, un compromiso o una buena intención, para que surtan el efecto beneficioso, tienen que ser actualizados y/o materializados, lo cual no es posible si no damos el paso al acto que fuere necesario.

Próxima Entrega: FORMACIÓN POSITIVA.

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De alguna manera, nuestra vida puede parangonarse a una lluvia constante donde las gotas de agua son sustituidas por los acontecimientos, que se precipitan acelerada y continuamente, produciendo sus efectos en la misma medida en que somos capaces de preverlos, asumirlos, evitarlos o utilizarlos a nuestro favor.

Las herramientas con que vinimos dotados a este mundo, como nuestra razón, inteligencia, libre albedrío y estado de ánimo, hacen un extraordinario y protector paraguas, suficiente para que protegidos en el, sin grandes dificultades podamos disfrutar de una vida plena y feliz.

Sin embargo, precisamente por disponer de razón, dentro de nuestro interminable camino de preguntarnos el por qué y para qué de cada cosa, nos perdemos en un mundo de especulaciones, que logra transformar lo elemental y obvio en difícil y complicado, perdiéndonos disfrutar de la belleza y placidez de lo que nos rodea, que es, esencialmente, natural y sencillo.

Frente a la mayoría de los fenómenos naturales y actuaciones humanas, no requerimos hacer mucho porque funcionan a favor de nuestra supervivencia, como integrante de esa misma naturaleza y como seres vivientes de una misma especie.

La función del paraguas hipotético lo es para precaver los acontecimientos que pudieren perturbarnos o atemorizarnos, en la mayoría de los casos derivados o como consecuencia de nuestras propias especulaciones y actuaciones erradas. Por tanto, lo inteligente es abrirlo antes de que comience la lluvia y no cuando ya ha comenzado y estemos empapados, o luego que pase el aguacero.

El obrar humano es, precisamente, ese incesante realizar actuaciones en pro de hacernos una vida buena. Su mejor instrumento lo es la observación, sobre la cual se dice que es la fuente de la sabiduría, como máximo logro del ser humano.

La observación atenta de los acontecimientos, la naturaleza y las actuaciones de nuestros congéneres y sus circunstancias, nos permiten de manera permanente hacer una composición de lugar, con la intención de atesorar aciertos y evitar errores.

La concepción del tiempo, que como el temor y algunas otras operaciones mentales, pareciera que, quizás inconscientemente, las creamos para aumentar nuestro natural estrés, venturosamente son absolutamente controlables en la misma medida en que las identificamos en su real sentido: concepciones mentales.

No obstante, frente a los acontecimientos y las circunstancias que de alguna manera escapan a nuestro control pero que pueden afectarnos, lo importante es cómo los interpretamos, cómo los asimilamos y cómo prevemos los que pudieran sernos negativos o perjudiciales.

Observar los efectos y las consecuencias de las actuaciones humanas en la vida de sus actores, es la tela con la cual construimos nuestro paraguas. La contabilización y puesta en práctica de sus aciertos y el evitar sus desaciertos, nos dan la soltura suficiente para vadear de la mejor manera, esos baches que para otros fueron difíciles y a veces infranqueables.

Pero, en todos los casos, se trata de prevención, se trata de aprender a tiempo; se trata de observar permanentemente las actuaciones de los demás, en búsqueda del aprendizaje. De alguna manera, es abrir el paraguas antes de que comience el aguacero.

Próxima Entrega: DEL PASO AL ACTO

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Un grupo de policías inválidos por las explosiones de las minas personales y otras armas de guerra, casi exhaustos, luego de varios días sobre sus sillas de ruedas, empujándose con sus brazos, remontan la cuesta de una empinada autopista colombiana mientras recorren cientos de kilómetros, llamando la atención de las FARC para  que liberen a sus compañeros cautivos.

En un bello y amplio país convertido en polvorín, ver lo que queda de unos hombres físicamente, luchando para evitar esa misma tragedia a otros hermanos, debe llamarnos a profunda reflexión.

Ese acto de solidaridad humana, que tiene un efecto multiplicador y ejemplarizante, debe ser una llamada de reflexión para quienes habitamos países donde todavía podemos vivir en paz, como un día no muy lejano vivieron los colombianos.

Ese mismo hombre solidario, sensible y bondadoso que ellos encarnan, es el mismo que arma e instala bombas que mutilaron esos cuerpos cansados, pero llenos de vitalidad, espiritualidad,desprendimiento, amor y… bondad.

¿En qué recodo del camino de la vida se produce el cambio entre el amor y el odio? ¿Qué transforma el ángel en demonio? ¿Qué lleva a dar el paso  para convertirse de salvador en depredador?

Nos corresponde observar esos acontecimientos; aprender de ellos  para no repetir los errores. Es el país,  es la vida de nuestras familias, nuestros hijos y nuestros ancianos lo que está en juego.

Aun estamos a tiempo de evitar una tragedia similar, aquí en Venezuela. Nos corresponde analizar, meditar y decidir sobre esas interrogantes, porque  todavía tenemos un bello país y debemos mantenerlo en paz.

¿No sería acaso en la indiferencia afectiva colectiva, el descuido por los más necesitados de recursos, amor y cuidado en su más temprana edad, donde se produjo ese horrible cambio en esos seres  que nacieron como ángeles y se convirtieron en máquinas de odio, terror y muerte?

¿No estará la semilla de su conducta en la desigualdad de oportunidades e injusta redistribución de la riqueza?

¿No contribuiría a envenenar su alma la falta de amor, sensibilidad, compasión y caridad de que fueron objeto en el proceso de su desarrollo?

¿No será que nos hemos estado alejando de nuestra espiritualidad y de Dios, dando paso  a antivalores como el consumismo, la vanidad, la futilidad, la riqueza fácil, la inmediatez y la violencia?

¿Cuántas lágrimas más debemos ver correr por los ojos de las madres angustiadas,  y  en esa careta indefinible de esos niños y niñas guerrilleras, pintada de odio y terror que esconde sus verdaderos sentimientos y… su renuncia?

¿Qué más necesitamos ver para entender el peligro que se nos viene encima?

Volvamos los ojos al cielo, besemos esta tierra bendita que Dios nos dio por heredad, abracémonos como hermanos sin importar cual sea la ideología política de cada cual, oremos y actuemos como venezolanos, porque luego, cuando ese mal avance será muy difícil detenerlo y entonces veremos el dolor en silla de ruedas, remontando la cuesta de nuestra negligencia.

Por favor, hagamos algo… no lo permitamos.

Próxima Entrega:  APRENDER A TIEMPO

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Creo en mi poder personal porque soy uno con Dios y el universo; y ambos vendrán en mi ayuda, si lo solicito. No obstante, con satisfacción reconozco que individualmente soy limitado, por no decir … incompleto.

El Eclesiastés tiene tanta razón cuando aconseja que «No andes solo porque si tropiezas no tienes quien te levante y si estás triste no tienes quien te consuele», que me atrevo a adicionar que tampoco tienes con quien compartir, algo que es fundamental para disfrutar de los placeres de la vida.

Si unimos las palabras sagradas de la Biblia, mi humilde comentario y el adagio del pueblo que dice que «El que anda solo lo cuelgan por separado», podemos determinar un acertado código de conducta como integrantes de cualquier grupo humano.

Es que en todos los ámbitos de nuestra existencia, nuestros congéneres pueden, y quizás, deben complementarnos. Desde la necesidad más perentoria, como lo es la de producir reemplazos para mantener la especie sobre la tierra, pasando por la mejor forma de enfrentar la mayoría de las contingencias, hasta para lograr nuestra mayor realización físico-espiritual, siempre requerimos de otro ser humano.

Desde el momento de la concepción, espermatozoide y óvulo se conjugan para darnos vida; hombre y mujer para disfrutarla; amor y ternura para hacerla plena; respeto y verdad para la convivencia grupal; dos o más para desarrollar el mundo.

Nuestra esencia gregaria nos señala la necesidad indiscutible de convivir con otro u otros seres humanos, para lograr nuestra realización material y espiritual.

Dos son mejor que uno, reza el principio bíblico. Nunca un apotegma tuvo más razón. Es que para estar tristes no requerimos compañía, pero para ser felices sí. De allí deriva la necesidad y conveniencia de respetar, honrar y engrandecer a nuestros semejantes, en el camino de vivir una vida plena, como posibilidad única de asegurarnos permanente y solidaria compañía.

De hecho la pareja, que sustenta la familia y es la base fundamental de la sociedad organizada, está integrada por dos. No puede su manifestación máxima espiritual realizarse, ni el éxtasis de amor materializarse sin el concurso de ambos actores.

Nuestra máxima plenitud, que debe ser físico-espiritual, es simbiótica. No tenemos posibilidad de lograrla unipersonalmente. Como seres individuales somos incompletos. No es algo que hayamos escogido nosotros, es algo que nos fue dado hecho. Es la fuente de nuestro necesario, pero conveniente, sentido de humildad.

Siempre requeriremos de otro congénere para lograr los más altos fines de nuestra existencia físico-espiritual. De tal suerte, con Dios hacemos dúo, también con la persona que escogimos como pareja. Dos somos con nuestros padres y dos con nuestros hijos. Siempre que se trate del logro de cualquier causa positiva, dos serán mejor que uno porque aportan más fuerza, decisión e inteligencia.

Palabras más, palabras menos, Jesús nos orientó en ese camino de la unidad cuando enseñaba: «Donde estén dos o más en mi nombre, allí estaré yo.» Pienso que es algo que debemos tomar en consideración, para más estimar, honrar y engrandecer a esas maravillosas personas que todos los días llenan de amor y alegría nuestra existencia.

Próxima Entrega: SOLIDARIDAD EN SILLA DE RUEDAS.

 

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Más allá de cualquier especulación teórico-filosófica sobre el significado de la verdad, hoy comentaré sobre su valor según mi óptica personal y en función de la felicidad.

Creo firmemente que Dios es la suma y el fundamento de toda verdad. Eso quiso decir Jesús cuando predicó: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.»

Aprendí que la mayor recompensa por decir la verdad, es que me hace libre; por oposición en contrario, la mentira me esclaviza.

Si digo la verdad no me preocupo por su consecuencia, porque responde a mis motivaciones personales, que son racionales y lógicas. Expresan lo que creo bueno para mí y para mis semejantes. Mi verdad la sostengo y puedo repetirla siempre de la misma forma, porque responde a mi idiosincracia y es parte indisoluble de mi propia conciencia.

Gracias a que siempre digo la verdad, vivo tranquilo y sin preocupación de que alguien pudiere aprovecharse de mis dichos, porque representan la realidad de lo que creo, siento, hago y espero de los demás.

Sentir que digo la verdad me da suficiente fortaleza espiritual, para creerme digno e influir en las demás personas y generar su confianza, que se fortalece cuando verifican que mis palabras se compadecen con mis actos.

No creo en la divulgada conseja de que la verdad es completamente relativa, que cada cual tiene su propia verdad, o que lo es del color del cristal con que se miren los acontecimientos. Si eso fuera así, simplemente la anarquía dominaría la sociedad.

Vinculo la verdad a mi conciencia, a mis convicciones más elevadas, a los principios éticos que rigen mi vida; cuales no pueden estar divorciados de mi concepción de Dios, que me indica que son el amor al prójimo y la búsqueda de su beneficio, los indicadores básicos de cuando estoy en presencia de la verdad.

Mi verdad no puede dañar a mis semejantes, porque todas mis actuaciones son en uso de mi libre albedrío. Expreso sólo lo que deseo, hago o soy capaz de hacer,  pero sobre la base de mis principios éticos, sin importar si es o no del agrado de otros: siempre en función del bien común.

Si miento pierdo mi libertad de sentirme íntegro, satisfecho y orgulloso de mí mismo, al tiempo que me inicio en el estresante camino sin regreso, de temer que puedan descubrir mis mentiras.

Quienes me aman pudieran dejar de admirarme por cualquier circunstancia, pero no porque descubran que miento. La verdad genera la libertad indispensable para disfrutar del amor y juntos hacen un trío indisoluble; si alguno de ellos falla, los otros dos no saben como vivir con plenitud.

La verdad otorga y genera la confianza indispensable para amar sin reservas y entregarse plenamente, cual es el fin último de toda relación humana; al menos para quienes no nos contentamos con llamarnos cristianos, sino que hacemos todo lo que podemos por realmente actuar como tales, poniendo como norte de nuestras actuaciones, el amor a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

Próxima Entrega: DOS SON MEJOR QUE UNO

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