Recibí una solicitud de estudiantes del Área de postgrado en la Maestría de Gerencia Educativa de una prestigiosa universidad venezolana, para exponer con más detalle sobre el papel y la influencia del hogar en la educación de los hijos. Con mucho gusto satisfago su requerimiento, para lo cual utilizaré algunas entregas.
Como integrantes del conglomerado social todos debemos tener interés en la formación de los jóvenes, especialmente frente a elementos de distorsión que, como producto de la globalización, ponen al alcance colectivo antivalores como el consumismo, la riqueza fácil, la violencia y sexo grotesco.
Aunque a veces tendemos a olvidarlo, es en el hogar donde aprendemos las cosas más elementales para sobrevivir en un mundo a veces duro e incomprensible. Imitamos a nuestros padres como lo más inmediato a seguir. Ellos nos generan una especial sensación de seguridad, frente a un medio que, a tan corta edad, es simplemente desconocido. Su comportamiento en esa primera etapa de satisfacción a nuestra natural curiosidad, es fundamental.
Si tenemos padres positivos, amorosos y felices, aspiraremos una vida similar y hacia allá encaminaremos nuestras actuaciones; pero, si son negativos, irrespetuosos y desconsiderados, idénticos sentimientos desarrollaremos. Sus principio y valores marcaran nuestra conducta individual y colectiva.
A los padres debemos inculcar su papel de arquitectos del plan de vida de sus hijos. Se requiere crearles conciencia que si los principios y valores inculcados en casa son fuertes, resistirán los embates de las influencias negativas que reciban fuera del hogar.
En su condición de primeros maestros de sus hijos, los padres requieren mirar positivamente su curiosidad e interrogantes y en vez de rechazarlas, excitarlas, porque es un indicador de inteligencia. Si logramos convertirlo en convicción, más allá de su comportamiento, presionarán a los educadores a modificar su actitud frente a los educandos.
La educación positiva integral, debe orientar la transferencia del conocimiento más que imponerlo; reconocer más que censurar; elevar las virtudes y atenuar los defectos; excitar y promover las iniciativas, más que encasillarlas en la formalidad tradicional.
Frente a un mundo donde todo es nuevo, en vez de encajarlos en paradigmas caducos, difíciles de entender y asimilar, los padres y educadores deben hacerse parte de sus inquietudes, disfrutarlas y vivirlas como la oportunidad de sentirse jóvenes… por segunda vez.
La educación positiva exalta las virtudes de los educandos; los engrandece, reconoce sus potencialidades y las motiva, demuestra su respeto por la individualidad, por su condición humana, su esfuerzo y su deseo de aprender; su capacidad para intentarlo y… lograrlo.
Mucho del rechazo de los jóvenes y especialmente los adolescentes, es consecuencia de que desde que tienen uso de razón los sumergen en el mundo del no. Ese vocablo con sabor a imposición, incomprensión, falta de caridad y aceptación, tan normal en la educación tradicional, se traduce en fuente de violación de la sagrada individualidad.
¿Qué debemos hacer frente a estas realidades? Trataremos de analizarlo en entregas subsiguientes.
Próxima Entrega: EDUCACION POSITIVA (El fantasma del «No» )
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