De alguna manera, nuestra vida puede parangonarse a una lluvia constante donde las gotas de agua son sustituidas por los acontecimientos, que se precipitan acelerada y continuamente, produciendo sus efectos en la misma medida en que somos capaces de preverlos, asumirlos, evitarlos o utilizarlos a nuestro favor.
Las herramientas con que vinimos dotados a este mundo, como nuestra razón, inteligencia, libre albedrío y estado de ánimo, hacen un extraordinario y protector paraguas, suficiente para que protegidos en el, sin grandes dificultades podamos disfrutar de una vida plena y feliz.
Sin embargo, precisamente por disponer de razón, dentro de nuestro interminable camino de preguntarnos el por qué y para qué de cada cosa, nos perdemos en un mundo de especulaciones, que logra transformar lo elemental y obvio en difícil y complicado, perdiéndonos disfrutar de la belleza y placidez de lo que nos rodea, que es, esencialmente, natural y sencillo.
Frente a la mayoría de los fenómenos naturales y actuaciones humanas, no requerimos hacer mucho porque funcionan a favor de nuestra supervivencia, como integrante de esa misma naturaleza y como seres vivientes de una misma especie.
La función del paraguas hipotético lo es para precaver los acontecimientos que pudieren perturbarnos o atemorizarnos, en la mayoría de los casos derivados o como consecuencia de nuestras propias especulaciones y actuaciones erradas. Por tanto, lo inteligente es abrirlo antes de que comience la lluvia y no cuando ya ha comenzado y estemos empapados, o luego que pase el aguacero.
El obrar humano es, precisamente, ese incesante realizar actuaciones en pro de hacernos una vida buena. Su mejor instrumento lo es la observación, sobre la cual se dice que es la fuente de la sabiduría, como máximo logro del ser humano.
La observación atenta de los acontecimientos, la naturaleza y las actuaciones de nuestros congéneres y sus circunstancias, nos permiten de manera permanente hacer una composición de lugar, con la intención de atesorar aciertos y evitar errores.
La concepción del tiempo, que como el temor y algunas otras operaciones mentales, pareciera que, quizás inconscientemente, las creamos para aumentar nuestro natural estrés, venturosamente son absolutamente controlables en la misma medida en que las identificamos en su real sentido: concepciones mentales.
No obstante, frente a los acontecimientos y las circunstancias que de alguna manera escapan a nuestro control pero que pueden afectarnos, lo importante es cómo los interpretamos, cómo los asimilamos y cómo prevemos los que pudieran sernos negativos o perjudiciales.
Observar los efectos y las consecuencias de las actuaciones humanas en la vida de sus actores, es la tela con la cual construimos nuestro paraguas. La contabilización y puesta en práctica de sus aciertos y el evitar sus desaciertos, nos dan la soltura suficiente para vadear de la mejor manera, esos baches que para otros fueron difíciles y a veces infranqueables.
Pero, en todos los casos, se trata de prevención, se trata de aprender a tiempo; se trata de observar permanentemente las actuaciones de los demás, en búsqueda del aprendizaje. De alguna manera, es abrir el paraguas antes de que comience el aguacero.
Próxima Entrega: DEL PASO AL ACTO
Deja una respuesta