Un grupo de policías inválidos por las explosiones de las minas personales y otras armas de guerra, casi exhaustos, luego de varios días sobre sus sillas de ruedas, empujándose con sus brazos, remontan la cuesta de una empinada autopista colombiana mientras recorren cientos de kilómetros, llamando la atención de las FARC para que liberen a sus compañeros cautivos.
En un bello y amplio país convertido en polvorín, ver lo que queda de unos hombres físicamente, luchando para evitar esa misma tragedia a otros hermanos, debe llamarnos a profunda reflexión.
Ese acto de solidaridad humana, que tiene un efecto multiplicador y ejemplarizante, debe ser una llamada de reflexión para quienes habitamos países donde todavía podemos vivir en paz, como un día no muy lejano vivieron los colombianos.
Ese mismo hombre solidario, sensible y bondadoso que ellos encarnan, es el mismo que arma e instala bombas que mutilaron esos cuerpos cansados, pero llenos de vitalidad, espiritualidad,desprendimiento, amor y… bondad.
¿En qué recodo del camino de la vida se produce el cambio entre el amor y el odio? ¿Qué transforma el ángel en demonio? ¿Qué lleva a dar el paso para convertirse de salvador en depredador?
Nos corresponde observar esos acontecimientos; aprender de ellos para no repetir los errores. Es el país, es la vida de nuestras familias, nuestros hijos y nuestros ancianos lo que está en juego.
Aun estamos a tiempo de evitar una tragedia similar, aquí en Venezuela. Nos corresponde analizar, meditar y decidir sobre esas interrogantes, porque todavía tenemos un bello país y debemos mantenerlo en paz.
¿No sería acaso en la indiferencia afectiva colectiva, el descuido por los más necesitados de recursos, amor y cuidado en su más temprana edad, donde se produjo ese horrible cambio en esos seres que nacieron como ángeles y se convirtieron en máquinas de odio, terror y muerte?
¿No estará la semilla de su conducta en la desigualdad de oportunidades e injusta redistribución de la riqueza?
¿No contribuiría a envenenar su alma la falta de amor, sensibilidad, compasión y caridad de que fueron objeto en el proceso de su desarrollo?
¿No será que nos hemos estado alejando de nuestra espiritualidad y de Dios, dando paso a antivalores como el consumismo, la vanidad, la futilidad, la riqueza fácil, la inmediatez y la violencia?
¿Cuántas lágrimas más debemos ver correr por los ojos de las madres angustiadas, y en esa careta indefinible de esos niños y niñas guerrilleras, pintada de odio y terror que esconde sus verdaderos sentimientos y… su renuncia?
¿Qué más necesitamos ver para entender el peligro que se nos viene encima?
Volvamos los ojos al cielo, besemos esta tierra bendita que Dios nos dio por heredad, abracémonos como hermanos sin importar cual sea la ideología política de cada cual, oremos y actuemos como venezolanos, porque luego, cuando ese mal avance será muy difícil detenerlo y entonces veremos el dolor en silla de ruedas, remontando la cuesta de nuestra negligencia.
Por favor, hagamos algo… no lo permitamos.
Próxima Entrega: APRENDER A TIEMPO
yo creo en los angeles