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Archive for the ‘VIVIR EL DIA’ Category


A través de los años he observado que, por alguna razón que no está clara, pocas personas realizan bien las actividades que les corresponden. Especialmente en nuestro país, no obstante que tenemos una alta tasa de desempleo y subempleo, qué difícil es localizar un buen plomero, electricista o especialista en aire acondicionado, por citar algunos de los servicios que requerimos en nuestra cotidianidad.

Y no es que no existan personas técnicamente formadas en estas áreas, sino que actúan de manera displicente, descuidada y sin conciencia de su responsabilidad en lo que hacen; por lo cual, los contratas una vez y ya nunca más quieres saber de ellos, sin que eso pareciera que les preocupe, precisamente porque no les importa ser contratados hoy y mañana no tener nada que hacer.

 En verdad, creo que se trata de que no dedican suficiente amor a lo que hacen o no meditan sobre lo importante de sus realizaciones, para el contexto social donde se desenvuelven.

En este mismo sentido, he observado que todas las personas que aparentan ser felices, son bien diligentes, aman lo que hacen, independiente de cual fuere su actividad y de tal manera disfrutan de lo que ejecutan.

Meditando sobre este tema, se me ocurre que si tengo que hacer algo porque es parte de mi cotidianidad, el mejor negocio para mí es hacerlo con gusto, porque de tal manera, además de cumplir con mi cometido, lo vivo, lo disfruto.

Así, en el caso de los trabajadores que tienen que rendir una actividad durante determinada cantidad de horas, ellos tienen dos opciones: o lo hacen con amor y al disfrutarlo se sienten muy bien; o lo hacen con desgano, con aburrimiento  y quizás hasta con rabia y su resultado será que algo que pudo ser bien interesante como el trabajo, se convierte en un sufrimiento.

De la misma manera, si observo y recibo los tropiezos de mi vida y los contabilizo como enseñanzas para vivir mejor en el futuro, no tendré temor ni aprensión, sino que avanzaré con fe y confianza en lo que hago, porque si incurro en error, sabré que abonará mi aprendizaje, que aumentará mi sabiduría,  y por tanto, mi posibilidad de ser feliz.

Corolario: si tengo que hacer algo porque es necesario o conveniente para mi vida, lo haré con amor porque de tal manera, no sólo cumpliré con mi deber sino que lo disfrutaré de lo que hago.

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Por solicitud de una lectora Bogotana, repito este post que escribí y  publiqué el año  2008.

“SI TUVIERA DOS VIDAS TE REGALARÌA UNA; SIN EMBARGO, LA ÙNICA QUE TENGO   TE LA OFREZCO PARA HACER UNA SOLA CONTIGO.”


¿Cómo actuar luego de producida la infidelidad sexual?

Para el ofendido su sorpresa, orgullo herido, dolor y frustración no dan tiempo para el análisis racional de la situación, sino para la acción inmediata y violenta de rechazo.  Sin embargo, antes de abordar la actuación posterior, conviene analizar someramente los antecedentes previos al suceso.

Tomaré como referencia un caso de la vida real, como textualmente me fue propuesto por una de mis lectoras:

Descubrí que mi esposo me fue infiel, él me explicó que está muy arrepentido porque me quiere, pero que no sabe que le impulsó a hacerlo. Sólo tuvo contacto sexual una vez para quitarse esa inquietud y que esa relación ya no existe. Yo lo amo y no sé como manejar esto. Tengo tanta rabia, frustración y hasta dudo de mi capacidad sexual. Quiero perdonarlo pero tengo miedo que luego se vuelva a repetir, pero es que tampoco quiero perderlo porque salvo esto, él es  muy considerado conmigo, agradable  y sé que me ama. “

La infidelidad sexual no se produce por un impulso momentáneo; se trata de un proceso acumulativo de insatisfacciones que desencadena en una actuación cargada de emotividad, frustración, perturbación, confusión, y a veces, irracionalidad.

Es el triunfo de la originalidad sobre la cultura, actualizada por una reacción animal instintiva que supera principios éticos, que soportan la relación de pareja. La permanente lucha del hombre civilizado con su herencia atávica: atracción heterosexual y cópula.

Para el ofendido, el acto desleal violenta los sentimientos, los pactos de amor y solidaridad que produjeron la unión, afectando la fe, confianza, seguridad en si mismo y en la relación: el mundo se pone… oscuro.

Para el ofensor, la fantasía y debilidad dan paso a la realidad. Al momento fugaz de supuesto goce -que la mayoría de las veces no es nada extraordinario- sigue la perturbación, angustia y sentimiento de culpa; los remordimientos y tardía racionalización de las consecuencias cobran un precio demasiado alto, que algunas veces destruye años de esfuerzos, dedicación y… sueños.

La reflexión llega tardíamente, pero… llega. El mundo se pone pequeño y la vida se hace… miserable. El mal está hecho y la sensación es la de un  callejón sin salida. Para los dos es un momento aciago, en el cual se encuentran solos, porque nadie puede ayudarlos. El shock da paso al temor a las consecuencias, y ambos, emocional  y mentalmente desestabilizados se preguntan: ¿Y ahora qué?

En muchos casos, se trata de personas que por años han tenido una conducta apropiada de fidelidad y consecuencia, pero quienes en un momento dado, por razones que ellos mismos no pueden racionalizar,  cometen un error. Surgen entonces algunas interrogantes:

¿Debe condenarse sin término de juicio?

¿No tiene ningún valor su actuación consecuente, honesta, leal y solidaria, frente a un acto equivocado?

¿Cuando se unen dos no se aceptan con sus virtudes y defectos?

¿Acaso la solidaridad no es en las buenas y en las malas?

¿No es cuando nuestro par  tiene problemas cuando más requiere nuestra comprensión y… ayuda?

Frente al suceso fáctico sólo queda una opción válida, inteligente, sincera y valiente: controlar el dolor, la ira de uno y la tendencia a la justificación del otro, en pro de analizar los factores incidentes que desencadenaron la situación, poniendo por delante la verdad para decir, sin ambages y falsos prejuicios, lo que se siente que ha fallado en la relación.

De ese análisis sincero surgirá la realidad de  cuándo se inició el proceso de deterioro, cómo y porqué se produjo; pero también por qué  no fue advertido y tratado a tiempo. Si predomina la verdad y no la justificación, ambos, de alguna manera, consciente o inconscientemente, en mayor o menor grado resultarán con incidencia de culpa.

Si la llama del amor se mantiene viva, la frustración y el temor darán paso a la reflexión sobre valor de lo que se está en juego. La aceptación de la actuación errada, la solicitud del perdón y la contrición resarcirán el dolor. La nobleza y generosidad, hermanas gemelas del amor propiciarán el perdón y… el olvido.

El tiempo dará oportunidad al ofensor de compensar con creces sus errores y el ofendido se sentirá satisfecho de haber tenido la altura espiritual, que se requiere para perdonar y olvidar;  con lo cual, por cierto, salvó la relación.

Si por el contrario, no obstante habérsele dado la oportunidad de corregir definitivamente el entuerto, el ofensor resultare reincidente y se terminare la relación, no sería el ofendido el gran perdedor; porque para él, en el camino de la vida, en su misma vía y en sentido contrario,  otros vienen en busca de lo mismo, con idénticos deseos, ambiciones y sueños; en un momento, sin  importar como ni cuando, se encontrarán, sentirán que llegaron a su destino y se producirá el milagro: el amor nuevamente tocará la puerta y… deberá abrírsele.

Por su parte, quienes no tienen suficiente amor, generosidad y nobleza para entender que la pareja no es de ángeles, sino de seres humanos con virtudes y defectos; ambos tratando de ser mejores en un mundo complejo y progresivamente insensible a la ternura, consecuencia y solidaridad humanas, en una situación de infidelidad dejan que sus más radicales sentimientos decidan la situación, y el resultado siempre es el mismo: irreflexión, incomprensión, odio, rencor, frustración, revanchismo. Como consecuencia, soledad y tristeza, para lo cual por cierto no se requiere tener una pareja.

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CADA DIA TRAE SUS PROPIAS PREOCUPACIONES…

Después de más de dos 2.000 años de haber sido pronunciadas, las palabras Jesús de Nazaret, continúan teniendo plena vigencia, para mantener una existencia armónica y equilibrada.

Siguiéndolas por más de seis décadas, he podido procurarme una vida feliz; por lo cual, dentro de lo posible, trato de divulgarlas.

Una de sus máximas, que para mí es un compromiso por el cual escribo este artículo, fue: “Al que se le da mucho se le pedirá mucho…” y  no puedo negar que  a mí Dios  me ha dado… mucho.

Me entristece observar  personas que, innecesariamente y con obsesión, se  preocupan por lo que pudiere acarrearles el futuro; y lo que es más grave, por malos recuerdos del pasado,

Preocuparse por lo que pudiera suceder mañana, es un ejercicio de adivinación contra nuestra propia tranquilidad; ya que, evaluar eventos inciertos que pudieren perjudicarnos, cuales nadie puede asegurar que sucederán, es una actitud casi masoquista, sin ningún resultado positivo.

Pero, preocuparse por  un pasado, sobre el cual nada podemos hacer para remendar lo errado o doloroso, es tan inútil como intentar tomar varias veces la misma agua de un río, porque  luego que pasa no existe posibilidad de volver a retomarla.

Asimismo, si los problemas diarios normales ya son pesados ¿Cuál será su magnitud si les sobrecargamos con los que  intuimos vendrán en el futuro, más aquellos que recordamos del pasado?

El resultado de tales comunes aberraciones mentales, es gastar nuestro tiempo con esos pensamientos negativos, en vez de  dedicarlo a disfrutar intensamente el  maravilloso hoy, lleno de  bendiciones, precisamente para hacer nuestra vida agradable y placentera, que, como el agua del ejemplo, pasarán y nunca más podremos recuperar.

Jesús, siempre sabio, nos regaló una enseñanza que estamos obligados a meditar y evaluar,  hasta hacerla parte de nuestra actuación diaria, porque, en buena parte, pudiera ser que de ella dependa, nuestra felicidad.

Esa sencilla pero  didáctica  sentencia, que para mí, como todo compendio filosófico de vida, es corto y sencillo, enseña: “Cada día trae su propio problema… basta a cada día su mal.” ¿Verdad que no es difícil entenderla, asimilarla,  recordarla y practicarla?

Nunca es tarde para comenzar;  pero cuando se trata de nuestra felicidad, se convierte en un compromiso. Así que, si somos de los que perturba el futuro o esclavizan las frustraciones y dolores pasados, tomemos esta tabla de salvación y, seguramente que siguiéndola, podremos  corregir el entuerto.

 

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Si el planeta se mueve, todos nos movemos y si el mundo avanza, todos avanzamos; no es nada extraordinario, catastrófico o que deba atemorizarnos.

La sinergia domina el escenario, pero eso tampoco es nuevo; que lo hayamos observado o no es otra cosa, pero siempre fue y será así. No es cierto que antes el mundo anduviera más lento, que la gente fuera más o menos noble, más o menos leal o decente, mejor o peor. Seguimos siendo los mismos seres que habitamos esta madre tierra: las mismas necesidades, ambiciones, sueños y… esperanzas.

Que el planeta aumente o disminuya sus vibraciones con el correr de los milenios –mientras lo mismo sucede en el espacio sideral- es algo de casi aceptación general, y que de alguna manera nos afecte, pareciera lógico. La influencia de esas vibraciones es casi imperceptible, porque vivimos muy poco tiempo, comparado con los lapsos en los cuales se producen esos cambios.

Lo cierto es que antes, después y más allá de cualquier aumento de la vibración universal, seguimos siendo los mismos hijos de Dios, con inusitada capacidad de adaptación al medio y a cualquier nueva situación. Independientemente de cualquier predicción o profecía –positiva o negativa- hoy más que nunca sentimos la necesidad de encontrar esa luz especial que da a nuestra vida una mayor espiritualidad.

Como seres humanos, de forma exclusiva, manejamos el recurso máximo: el amor, que es la fuente de toda generosidad, paz, alegría y felicidad; con el amor como escudo podemos resistir cualquier temor, angustia, depresión o enfermedad, producto de no entender ese nuevo tiempo que atemoriza a unos y excita a otros.

Nuestra razón nos obliga a aceptar los cambios y ponerlos a nuestro favor; es lo que han hecho los hombres y mujeres inteligentes y exitosas a través de los siglos. La bipolaridad de los valores y los hechos tampoco es nuevo, pero el hombre siempre ha sabido manejarlo.

Nada sucede sin una razón ni existe evento casual, porque todo está ordenado en el Universo. Estamos obligados a mirar el lado positivo de las cosas y los sucesos, porque aún la más adversa circunstancia tiene una parte positiva. Nosotros decidimos la óptima que aplicamos. Al fin y al cabo, somos una generación privilegiada: conocimos dos siglos y dos milenios, en los cuales se produjeron cambios trascendentales en los campos de la ciencia y la humanística, y eso sólo sucede cada mil años.

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A LAS PUERTAS DE LA MUERTE

Hoy fue una jornada dura para quien, como yo, vive por días y por tanto no puede permitirse ni unsegundo de tristeza, porque en mi corta vida de veinticuatro horas, no podría recuperarlo nunca.

En la TV, mostraron imágenes captadas por una cámara de amplio espectro, de los mineros chilenos que quedaron enterrados, en una mina de explotación de oro, bajo millones de toneladas de tierra, a setecientos metros de profundidad. Estaban barbudos, semidesnudos, con hambre, sed y… lágrimas en sus ojos.

Afuera madres, esposas, hijas y hermanos, cambiaban su amargo llanto hasta de hacía pocas horas, por dulces lágrimas de bendición y agradecimiento a Dios por el milagro de mantenerlos vivos.

Había seguido el proceso anterior con extraordinario dolor, compasión e impotencia, al verlos tan desvalidos, tan vulnerables, tan impotentes, tan… solos, que al conocer la noticia de su hallazgo, sentí tanta alegría como cualquiera de sus familiares.

Me sentí especialmente reconfortado cuando observé, que aún en las peores condiciones y gravemente afectados física y psicológicamente, mantenían su unidad, coraje, esperanza, y esa especial hermandad que genera el peligro común; siendo que, desde los resquicios de la muerte, tenían ánimo para gritar aquí estamos y a sus seres queridos: los amamos.

Quienes tenemos hijos o hermanos que amamos, vimos en el rostro en cada uno de estos desventurados, uno de los nuestros; de alguna manera, nos sentimos parte de ellos y si perecieran, moriría un poco de … nosotros mismos.

Esa tristeza y dolor experimentados como todo en la vida tiene una parte positiva, porque el dolor es un buen maestro al recordarnos la maravilla de no sentirlo. Quienes tenemos avanzadas edad, una labor cómoda y honesta que realizar en equipo con esa bella compañera de viaje largo; que tenemos toda mi familia viva y con riesgos infinitamente más pequeños que ellos; sentimos que todos nuestros supuestos problemas, no son más que nimiedades, comparados con esa gran tragedia de la cual algunos, pudiera ser que nunca lleguen a recuperarse totalmente.

Por eso, pido misericordia a Dios por ellos y por nosotros; para que los rescaten salvos, sanos y así todos mantengamos nuestra fe inquebrantable en su poder universal, cual es lo único capaz de darnos fortaleza espiritual frente a nuestra inmensa vulnerabilidad, en un mundo dinámico, imprevisible y donde los hombres por adquirir bienes materiales valiosos, sin considerar los riesgos, todos los días exponen la vida de sus hermanos.

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«SOMOS LO QUE SENTIMOS»

pareja-feliz-valencia-21381Una lectora me preguntó ¿Qué hago para vivir mejor? Esa pregunta tan general, y aparentemente compleja, me obliga a insistir en que no existe una fórmula mágica, y tocar los temas del libre albedrío y el estado de ánimo, cuales son dos factores que inciden fundamentalmente en el nivel de vida de las personas.

Soy de los que creen que lo más importante es vivir, porque mientras tengamos vida tenemos expectativas de cómo concebir nuestra existencia. El nivel de satisfacción no puede producírnoslo nadie; sólo nosotros tenemos esa capacidad. Vivimos, primero con nosotros mismos en nuestro mundo interior y en segunda instancia, exteriormente, con las demás personas y el medio ambiente.

Vivir mejor es sentirnos mejor, eso es lo trascendente. Somos cuanto sentimos. Por tanto, amamos si sentimos amor; somos alegres si nos sentimos alegres; estamos tristes si sentimos tristeza; tememos si sentimos miedo, y así en toda instancia y grado existencial.

Para sentirnos mejor disponemos de dos herramientas fundamentales: el libre albedrío que nos permite hacer lo que apetecemos y el estado de ánimo que nos permite sentirnos como lo decidamos. Dos sencillos ejemplos: mi libre albedrío me permitió estudiar leyes, mi estado de ánimo me permite disfrutar mi profesión.

La vida nos ofrece un abanico de opciones: diversidad de estudio, trabajo y actividades en general; vivir solteros, casados o simplemente en pareja; reír, cantar o llorar; amar, odiar o simplemente ser indiferentes; vivir en el campo, en la ciudad o en una isla. Son ilimitadas las opciones y… todas dependen de nosotros, de nuestra actitud.

Para sentirnos mejor, debemos convencernos de que tenemos una buena vida y la fórmula más efectiva es contar nuestras bendiciones, que son muchas: estamos vivos y eso es un gran privilegio, porque muchos más jóvenes o más viejos que nosotros, hace tiempo que permanecen en el cementerio; tenemos salud y eso nos permite estudiar, trabajar, recrearnos y… hacer el amor, entre otras muchas cosas; podemos hablar, mirar, oír, oler, gustar y eso nos asegura pronunciar y oír la frase mágica te amo, mirar y disfrutar el inconfundible olor de la persona amada y degustar los manjares que Dios puso sobre la tierra para nuestra satisfacción.

No tengo duda que no es difícil vivir mejor… todos los días, si consideramos más importantes nuestras bendiciones que nuestras posibles carencias; y evaluamos otros factores, como por ejemplo: que más importante que la cama es el sueño, y el apetito hace delicioso cualquier alimento; que el amor hace pequeña cualquier tristeza y agiganta la sensación de alegría; que la lealtad, la amistad y la solidaridad no requieren ningún esfuerzo ni tienen valor económico, porque representan vocaciones innatas en los seres humanos.

Así que, para vivir mejor, mi consejo es… sentirse mejor y eso sólo depende de nosotros mismos.

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4479_1200525196764735.jpgNormalmente, las personas se angustian especulando sobre cuál es su tiempo y como administrarlo eficientemente.

En mi caso -porque este es un testimonio- nunca me he hecho problema pensando qué debo hacer con el o como lo administro. Vivo cada segundo disfrutándolo como si fuera el último, con la convicción de que es parte del plan divino diseñado por Dios, para guiar mis pasos sobre esta tierra.

No considero importante qué representa el tiempo, sino cómo lo interpreto y asumo. Todo tiempo es mi tiempo; no me preocupa para nada, porque lo utilizo de la mejor manera posible, con sentido de continuidad.

El día y la noche me pertenecen por entero y a nadie respondo por su uso. Mi incapacidad en conocer su extensión, lo constituyen en un privilegio que utilizo en función de mi felicidad, única posiblidad de dar felicidad a otros.

Cubierto por su manto etéreo y acariciando sus largas barbas lo bendigo al meditar, trabajar y estudiar, seguro de que siempre me será agradable y suficiente. Lo hice mi amigo y por eso no le temo, sino que me instalo en su vagón de sueños, bien distante de aquel donde suben los desesperados, los inconformes, los que nunca aprendieron a… soñar.

Hace años descubrí que si no me permito precipitaciones, disgustos, apuros o preocupaciones por lo que vendrá o sucedió en el pasado elimino el «estrés», que es generador de graves enfermedades físicas y mentales.

Yo manejo mi tiempo, no permito que él me maneje a mí. No permito que me preocupe, acose o esclavice porque él existe para servirme. Mi tiempo es hoy, en el presente, no mañana ni después. Amo, vivo y sueño el «hoy» que presiento limitado. No me arriesgo a dejarlo para un futuro que no se si llegará para mí.

No tengo duda que, si realizo con amor y diligencia mis actividades, todo me llegará en su debido tiempo y como consecuencia, porque mi tiempo es el mismo de Dios y el tiempo de Dios es perfecto. Especialmente, si planifico cada una de mis actividades, sin presión o presentimiento negativo, pero sí como una guía que me evitará improvisaciones o desperdicio de un espacio que debo disfrutar integralmente.

Hay tiempo para nacer, vivir y… morir. El cuánto no depende de nosotros, pero cómo utilizarlo sí. Es una elección individual que determinará su resultado.

El tiempo, similar al agua de los ríos que podemos tomarla, encauzarla o simplemente ignorarla, siempre estará agazapado en su propia esencia. Si no lo utilizamos bien crecerá, se agigantará y nos pasará por encima.

Diariamente observamos personas viviendo la sensación de que no les alcanza el tiempo. No se dan tregua para pensar, son víctima de una patología representada por la fijación de alcanzar algo que nunca llegan a determinar, negándose el espacio necesario para notar las cosas bellas de la vida, que se quedan en el camino y que, como en el caso del agua de los cauces, nunca regresarán.

Disfrutar nuestro tiempo, vivirlo intensamente con alegría y la seguridad de que juega a nuestro favor, no es sólo una conveniencia sino una necesidad vital, porque es lo único realmente nuestro y la entidad de su disfrute, es lo sólo aquello que realmente nos llevaremos de este mundo. Así de simple, si se quiere… elemental, pero como todas las cosas obvias, los humanos le restamos importancia y casi siempre pagamos un alto precio.

Próxima Entrega: EL LENGUAJE DE DIOS.

 

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pareja-feliz-i.jpgConviene tener claro que venimos a este mundo con una misión trazada y hasta que no la cumplamos no nos vamos. Por tanto,debemos vivirla intensamente en cada minuto, con fruición, como si fuera el último.

He conocido personas que desperdician el  hoy, luchando duramente y haciendo de cada día un sacrificio, con la errada convicción de que están sembrando su futuro, cual pudiera ser que nunca llegue.

Vivir el momento no se reduce sólo a respirar, porque de eso se encarga nuestro sistema neurovegetativo que lo hace automáticamente. Eso sería un desperdicio imperdonable. Vivir en el sentido real de la palabra conlleva el disfrutar integral y permanentemente de las personas y de las cosas, lo cual en su más completa expresión lo es disfrutando en cada ocasión.

Para regocijarse en cada segundo de la vida, se requiere actuar con amor, ternura, respeto, aceptación, y si se quiere, con un toquecito de locura. Debemos reír, cantar, saludar efusivamente y abrazar a las personas, aunque ellos no lo entiendan bien; decirles que nos agradan,  que se ven bien, que nos sentimos felices con su presencia, que nos interesan sus problemas, que son importantes para nosotros; pero aún es más importante, sentirlo.

Regalarnos y regalar esa actuación nos hace disfrutar del momento, siendo que además de agradable es edificante y demostrativo de que nos sentimos plenos, nos engrandece. A todos agrada cuando se ríe, canta o saluda efusivamente. Las personas se sienten bien, por no decir felices.

 ¿A quién disgusta que le halaguen, saluden o saber que alguien hace algo por alegrar su  vida? ¿Conoce alguna persona normal que no se sienta bien de  que se interesen por él?

Claro que no. Que le quieran o le  estimen es algo que se agradece, independiente de cual fuere la edad, género o estatus social del halagado.

De alguna manera, todos deseamos sentir que somos queridos, agradables, importantes, o al menos que existimos para alguien, y cualquier cosa que nos lo ratifique es muy gratificante. Es que nuestra naturaleza es gregaria; somos una especie que no sabe realizarse material y espiritualmente sola, porque requiere ese calor humano que sólo sabe brindar nuestra especie.

Tratar con amor,  decírselo y demostrárselo  a las personas, nos hace disfrutar de la vida, que está inmersa en el maravilloso mundo de las cosas sencillas.

Nada más placentero que levantarse y disfrutar de la mañana; vestirse al gusto, sin importar como nos vean los demás; caminar de la mano del ser amado, o en compañía del amigo con generosidad;  asistir al trabajo o al estudio convencidos de que hacemos algo bueno por nosotros y por nuestros semejantes;  sentarse a la mesa en familia, dormir tranquilo y satisfecho de haber vivido un día más.

Me entristece ver a quienes utilizan las mejores horas de sus días, en las cuales podrían disfrutar de las personas y las cosas, únicamente trabajando  en forma exagerada con el único fin de acumular bienes, dejando en el camino mucho de su juventud,  carácter,  salud física y mental. Esos infelices, en el sentido semántico del término, nunca han reflexionado sobre el  hecho de que nada de lo que atesoramos sobre esta tierra es nuestro, porque todo lo que tenemos pertenece a la tierra y aquí se quedará.

 Cuando partimos definitivamente lo único que nos queda es lo que hubiésemos disfrutado; no podemos llevarnos nada, porque nada es realmente nuestro. La vida nos los presta mientras vivimos. Ni la esposa, ni los  hijos, ni las casas, ni los autos, ni el dinero son nuestros. Aquí dejamos todo, simplemente lo devolvemos a su dueña: esta tierra, incluido nuestro propio cuerpo. Esa es una verdad incontrovertible y debemos aceptarla.

Entonces… ¿De qué sirve tanto esfuerzo? ¿No será preferible darle  tiempo a todo, en su justa medida? Esto es: al amor, a la diversión, al trabajo, al estudio, a la familia y a los amigos; pero a cada  uno el tiempo que le corresponde. Esa sería una actuación adecuada, por no decir sabia.

¿Qué nos detiene? Nada.  Se trata de  una actitud, de ser sinceros con nosotros mismos, de reconocer que nuestro paso por esta vida es pasajero y que el tiempo que nos queda cada minuto se acorta; si lo  desperdiciamos nunca lo recuperaremos.

¿Qué les parece como tema de reflexión? Pudiera ser que valga la pena dedicarle un tiempito. Ustedes lo deciden.

Próxima Entrega: LA RESPONSBILIDAD DE COMPRENDER

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