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Archive for the ‘FAMILIA’ Category

“LOS MOMENTOS FELICES NO PUEDEN ESPERAR”

En una sesión de asesoramiento, un empresario me manifestaba su preocupación porque los negocios estaban decayendo, las proyecciones económicas no eran buenas y vaticinaban una recesión. Cuando luego de emitirle mi criterio pregunté con interés por su familia, su respuesta fue realmente vaga y desinteresada; tal como si al formular esa pregunta, estuviera tratando algo de menor importancia. En ese momento recordé al rabino Harol Kushner, cuando escribió:

“¿De qué se trata la vida? No es acerca de escribir grandes libros, amasar una gran fortuna, alcanzar el poder; es acerca del amar y ser amado, es acerca de disfrutar la comida y sentarse al sol, en vez de almorzar corriendo y regresar apuradamente a la oficina. Es para saborear los momentos que no perduran, los atardeceres, las hojas que cambian de color en el otoño, los escasos momentos de comunicación real. Es acerca de saborearlos en vez de perderlos, porque estamos tan ocupados y no van a esperarnos hasta que tengamos tiempo para ellos.” (Citado por el Dr. Ron Jenson en su obra Viva la Vida no Sobreviva),

Ciertamente, a muchas personas se les escapa lo más bello del maravilloso hoy, pensando y preocupados por lo que pudiera suceder el día de mañana. En esa inquietud por asegurarse un futuro,  que es incierto e imprevisible, mediante la acumulación de riqueza y poder, descuidan las cosas bellas, sentidas, sencillas e inmediatas, cuales tienen a su alrededor y pudieran hacer su felicidad, cuales para disfrutarlas no requiere ninguno de esos dos factores.

Es que para amar y ser amados, para disfrutar de la familia, de la paz mágica del hogar que premia el esfuerzo razonable, se requiere equilibrar el tiempo y el esfuerzo. La actividad productiva moderada deja holgado espacio para el disfrute de la familia, trabajo, comunidad, entretenimiento, estudio y actividades complementarias; pero jerarquizadas.

La acumulación de riqueza y poder, deben ser secundarios, porque no son esenciales para la felicidad, y por tanto, no debe cambiarse lo seguro y permanente, por lo dudoso y de imposible aseguramiento.

Como lo parangonara Harold Kushner, las frescas mañanas, los bellos atardeceres, las gotas de rocío sobre las flores, la graciosa risa de los niños, el tierno beso de la esposa, el abrazo y la bendición del padre anciano, no van a estancarse ni pueden esperar hasta que tengamos tiempo para ellos; porque cada momento es único e irrepetible; pasa, se desvanece y pudiera ser que… no regrese.

Pienso que en abono a la no preocupación por eventos imposibles de predecir, fue que Jesús enseñaba a sus discípulos: “Cada día trae su afán…  basta a cada día su propio mal.”

Si damos prioridad, dedicación y entusiasmo a ese mundo maravilloso del amor y la familia, quedará el tiempo necesario para las demás actividades. Son las leyes de Dios que rigen nuestra vida; no todas están escritas pero se cumplen siempre, y de eso yo, con una vida activa y feliz por más de seis décadas, puedo dar fiel testimonio.

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«Nuestro paso por la vida es demasiado bello y temporal para recorrerlo… solos»

Hoy, un radiante rayo de sol se coló por la persiana y me despertó antes de tiempo. A mi lado, Nancy dormía plácidamente. Me regalé unos segundo observándola y di gracias a Dios por ser un hombre realmente privilegiado. A mis 67 años no estoy solo, sino que comparto cada minuto de mi vida con mi insustituible compañera de viaje… largo. Esa que a sus 57 años de edad sigue siendo linda, entusiasta, emprendedora, alegre, tierna, respetuosa, solidaria y…feliz.  Su placidez habitual al dormir no deja duda de su tranquilidad espiritual.

Ese, mi primer paisaje edificante, de un hermoso día como todos los de nuestra vida diaria, me produjo reflexión sobre cómo la decisión de hacer pareja puede incidir definitivamente en el resto de  nuestra vida, especialmente cuando, aún manteniendo nuestra capacidad productiva y el espíritu en su más alto nivel, los años indefectiblemente hacen mella en nuestro aspecto físico y la velocidad en el transcurso de los años, que produce cambios en la ideología de vida de las personas, nos alejan los interlocutores válidos, ampliando espacios a veces infranqueables, en la manera de ver la vida y las cosas, nuestras tradiciones, principios y paradigmas que rigen nuestro comportamiento.

Siento que cuando hacemos pareja con la intención determinante de que sea para siempre y la acompañamos con las acciones diarias orientada a edificar a nuestro par, mediante demostraciones de amor verdadero, respeto, ternura, aceptación, reconocimiento, buena comunicación,  solidaridad y fidelidad,  estamos asegurando no sólo la compañía para disfrutar plenamente de los muchos momentos de goce diario, sino esa placidez progresiva que va invadiendo nuestra alma, en la misma medida en que pasan los años y logramos nuestros propósitos, desarrollamos nuestros hogares, sacamos adelante nuestra familia y vemos crecer las nuevas simientes, que evitarán que con nosotros desaparezca nuestro amor sobre esta tierra.

Cuando hacemos parejas bien avenidas, el paso de los años no nos hace daño, sino que, el transcurso del tiempo se convierte en fuente de ese hacer mancomunado, que llega a convertirnos en  una sola persona, con similares intereses,  intenciones y deseos, imbricados en un equipo de trabajo y disfrute; donde ambos somos productivos y necesarios, no sólo para la subsistencia física sino para el goce físico-espiritual, combinación sin la cual no se puede lograr la felicidad integral.

Tengo la bendición de tener muchos amigos, pero al mismo tiempo la tristeza por aquellos que  no identificaron la importancia de entender los derechos, necesidades, ambiciones y justas aspiraciones de sus pares.  Hoy, la mayoría de ellos, con arrepentimiento tardío, sienten que su riquezas, fama y poder no pueden compensar ni siquiera un día de amor verdadero, ternura espontánea, solidaridad sin intereses, aceptación sin condiciones; porque esas son necesidades espirituales que no pueden ser  evaluadas por  elementos tangibles ni tradicionales, pero tampoco adquiridas por medios de cambio convencionales como dinero, fama o poder, porque responden a sentimientos elevados, por encima de  nuestra propia naturaleza física.

Alguien acertadamente escribió que para estar triste no se requiere compañía. Sin duda, la mayor tristeza del hombre la produce la soledad; pero no la de ausencia de personas a su alrededor, sino aquella que se siente en el alma, cuando no hay nadie que comparta contigo íntima e integralmente, con solidaridad tus ambiciones, necesidades y realizaciones.

No hay sentimiento de seguridad comparable al que se siente, cuando en las noches de lluvia, después de un día agitado sentimos en nuestros pies el rescoldo de esas dos brasitas, que como en los cuentos de navidad, se convierten los pies de nuestra amada. Es el pago que Dios da a los hombres de buena voluntad que saben amar, respetar, aceptar, reconocer, honrar y edificar, a esa otra persona que nos escogió, en un concierto de millones de seres humanos.

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Sin ánimo de entrar en especulaciones filosóficas de alto vuelo, sino centrando el tema en el mundo de lo cotidiano,  en el que los humanos podemos encontrar o perder la oportunidad de vivir una vida feliz, toma especial relevancia la pregunta del título de esta entrega.

Respecto de ese tema que ha ocupado al hombre desde que tuvo conciencia de su racionalidad, como es la posibilidad de ser feliz, por mi  experiencia, considero que lo importante es sentirse feliz, como presupuesto indispensable para lograr la felicidad.

En la mayoría de las circunstancias que envuelven nuestra vida, es la actitud frente a  ellas lo determinante en cuanto a su su nivel de afectación. Quiero decir que, no son las situaciones en si mismas, por su propia naturaleza,  las que nos harán sentirnos felices o infelices, sino cómo personalmente las percibimos, recibimos, asumimos y procesamos.

De nada sirve que se disponga de compañía, fama, bienes, poder, o riqueza de cualquier género, si no se dispone de la capacidad o la decisión para asumir tales dones como especialmente beneficiosos, al punto de sentir que  nos hacen felices. Por ejemplo, no sirve de nada tener una pareja, hijos, hogar o trabajo, si no sentimos que nos hacen felices; porque cada uno de estos elementos, por si solos o en conjunto, no tienen la capacidad de producirnos felicidad. Siempre dependerá de que nos sintamos felices.

Una esposa podrá dar amor, compañía, ternura, sexo, solidaridad e hijos,  pero nada de eso obligatoriamente tiene que hacer la felicidad de un hombre. De hecho, diariamente miles de personas renuncian a esas bendiciones en busca de una felicidad que consideran no estàn viviendo, lo cual prueba mi aseveración.

Riqueza, una bella y cómoda casa, confortables muebles, un lujoso auto y remunerativo empleo, no aseguran la felicidad, porque si eso fuera así las personas muy ricas serían más felices que las que no lo son;  basta con asistir a los balnearios, parques o sitios de diversión los fines de semana, para observar las recepcionistas, secretarias o empleados de la limpieza de las grandes corporaciones, disfrutando con su familia despreocupados y felices, mientras los potentados  y propietarios no pueden darse el lujo de regalarse esas horas con sus hijos y esposa, por la permanente preocupación y compromisos, necesarios para mantener  y aumentar su riqueza.

Es que la felicidad, como el amor, la solidaridad, la libertad y los demás valores trascendentes, son intangibles; no son susceptibles de ser adquiridos y almacenados para prever los malos tiempos; no pueden venderse ni comprarse, sino que sólo pueden sentirse, pero únicamente mientras se mantenga esa especial actitud de apreciación personal e individual; por eso es que no son permanentes y deben vivirse… intensamente.

No basta con decir: soy muy feliz, hace falta sentirlo, porque si se siente, se vive, se disfruta. De alguna manera es desarrollar la aptitud de tener la actitud de ser felices.

En verdad la riqueza es deseable, y bien utilizada es muy beneficiosa, pero lsólo puede darnos comodidad, porque hasta ahí llega su valor real. Siendo que lo importante es cómo nos sentimos, cuando disponemos de riqueza lo máximo que podemos experimentar es la sensación de  poseerla, lo cual es bien diferente a sentirnos felices. Salomón, de quien se dice que disfrutó de las mayores riquezas y privilegios de su tiempo, al final de su desgraciada vida, convencido de estas verdades, con gran tristeza plasmó esta realidad, escribiendo: «Es mejor la comida de legumbres con amor que el becerro cebado con odio.»

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Cuando tuve conciencia de la dimensión de todas las cosas buenas, emocionantes y bellas que podía disfrutar en esta tierra, pero al mismo tiempo comprendí que era poco probable vivir más de cien años, sentí que había tanto que conocer, experimentar, y experiencias que vivir, que una sola vida me pareció muy poco.

A medida que fui adquiriendo conocimiento y capacidad de observación, me convencí aún más de lo limitado de una sola vida, para disfrutar tantas cosas maravillosas y situaciones extraordinarias que el mundo me ofrecía.

Entonces me ocupé de estudiar de cual manera podría vivir por lo menos dos vidas. No obstante, sin importar mi dedicación y ocupación del asunto, siempre llegaba a lo mismo: no era posible que yo, personalmente, pudiera vivir dos vidas.

Pero un día se atravesó en mi camino esa persona que me atrajo especialmente y me despertó la sensación del puerto seguro, quien como yo, tampoco se contentaba con una sola vida, pero que similar a mi caso no encontraba una forma de lograr, por sus propios y únicos medios, vivir una vida más.

Cuando nos conocimos, sentimos algo especial que nos acercaba a nuestra difícil, emotiva y particular ambición de querer vivir una vida adicional, que capturara sensaciones y experiencias agradables, por lo menos en el doble de lo que con una sola vida, individualmente podíamos lograr.

Tuvimos una conexión especial, porque aunque nunca lo hablamos, si lo visualizamos perfectamente y comenzamos a trabajar para lograrlo, bajo el razonamiento de que, si uníamos nuestras vidas de manera integral, haciendo una unidad indisoluble para vivir en conjunto todas las situaciones y experiencias cotidianas, compartiéndolo todo e intercambiando continuamente experiencias, circunstancias y emociones, al sumar las de ambos, sin duda las estábamos duplicando; vale decir, al unirlas y experimentarlas, cada uno estaba logrando vivir las propias y las de su pareja.

Por eso nuestro amor es grande, emocionante, creativo, apasionante y… mágico, porque es el doble de lo normal; nuestro respeto, consideración, aceptación y buena comunicación, es de una dimensión superior porque suman los unos y los otros; nunca estamos solos, porque somos dos para acompañarnos permanentemente; no tenemos temor porque nos protegemos el uno con el otro; no nos preocupa el mañana, porque sabemos que dos son mejor que uno.

Vivo mis dos vidas con plenitud y todos los días doy gracias a Dios, por haberme permitido descubrir que es haciendo fusión con mi compañera de viaje largo, la única posibilidad segura de ganar… una vida más.

Si usted tiene una pareja, le recomiendo que trate de vivir su vida en cada uno de sus detalles; esto es, compartiendo sus deseos, ambiciones, preocupaciones, sueños y realizaciones; interesándose de verdad por sus circunstancias, especialmente aquellas que parecen muy sencillas o insignificantes, porque pueden ser portadoras de grandes mensajes; reconociéndola y engrandeciéndola. Al fin y al cabo, es la única posibilidad de ganarle algo más a una vida que, para disfrutarla en su máxima dimensión, ciertamente pareciera… muy corta.

Próxima Entrega: POR QUÉ OLVIDAR.

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a-beautifull-grup-new-year-2008.jpg  He visto  hombres y mujeres llegar casi a rastras a escuelas, celebraciones, hospitales, cárceles y… cementerios, para decir a sus hijos: aquí estoy y siempre estaré  contigo. Sin importar el  comportamiento del hijo, los padres siempre estarán ahí para ayudarlo.

Es que la condición de padres es imperecedera. Los padres creamos vida y nos vinculamos a ella durante toda la nuestra. Es un camino duro y sin final, que vivimos con dedicación, pero lleno de grandes satisfacciones que justifican cualquier sacrificio.

Desde la sensación indefinible de palparlos en el vientre de la madre, verlos hacer pininos, oír sus primeras palabras, verlos hacerse hombres y mujeres, hasta el abrazo fraterno cuando alcanzamos a mirarlos ya no tan jóvenes, tiene algo mágico que supera nuestras sensaciones materiales.

Ese amor especial nos acompaña toda la vida. Como lo dijera Andrés Eloy Blanco,  cuando se tiene un hijo  se tiene el mundo entero. Por eso los amamos, con el corazón adentro y las tripas afuera.

Es que los hijos no sólo representan la materialización del amor y su continuación sobre esta tierra, sino que constituyen un  pedazo integral de… nosotros mismos. Por eso sentimos con ellos y por ellos,  por eso los vivimos, disfrutamos, por eso …duelen tanto.

No importa el rumbo que sigan, siempre caminamos sus pasos, y volamos en sus sueños aunque terminemos estrellados. Así es y creo que ha sido siempre.

Esa simbiosis más espiritual que física, nos obliga a cuidar de ellos, de su formación física y espiritual, infundiéndoles principios y valores humanos, que respaldados por nuestro ejemplo, conformen su paradigma de vida.

No siendo axiomático, en mucho los hijos emulan a sus padres. De ahí la gran responsabilidad del comportamiento de tales y como… pareja; porque si ese ejemplo es positivo, representativo de respeto, honestidad; amor por la vida y las personas, por el estudio, el trabajo y la solidaridad humana, ese debería ser el sendero a seguir. Pienso que eso quiso decirnos H. Brown cuando escribió: «Vive de tal forma que cuando tus hijos piensen en la dignidad, piensen en ti.»

Si nuestros hijos son exitosos, porque son integralmente felices y como consecuencia construyen familias sólidas y del mismo corte, los padres sentimos que valió la pena los muchos trasnochos, trabajo y preocupaciones vividos hasta su crecimiento;  los bendecimos y los interrumpimos… menos.

Pero, si no son exitosos en el logro de su felicidad, independiente de su edad, sentimos que la obra no está concluida y siempre estamos ahí, al pie del cañón, para ayudar a esa otra parte de nosotros mismos  a encontrar su destino, en esa labor de padres que no termina nunca.

 No conozco el mundo del más allá, pero presiento que en esa otra dimensión, de alguna forma, los padres seguiremos amando y cuidando a nuestros hijos.

Por eso, si volviera a vivir, nuevamente mi mayor ambición sería… ser padre.

Próxima Entrega: MI NIÑO PERSONAL.

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«SI DEFENDEMOS LOS VALORES MORALES Y EL RESPETO POR LA PERONA HUMANA, DEJAREMOS UN MUNDO MEJOR A NUESTROS HIJOS.

¿Qué posibilitó la actuación de esos hombres y mujeres que en los últimos tres siglos cambiaron el mundo, construyendo sociedades organizadas y haciendo la vida del hombre buena, como la recibimos nosotros?

¿Sobre qué base ellos lograron en los últimos ciento cincuenta años transformarlo todo, avanzando más que en toda la historia?

¿Qué sucedió para que en los últimos cuarenta años pusiésemos el mundo de cabeza, al punto de que hoy el terrorismo, la corrupción, el consumo de drogas, el consumismo, la violencia, el sexo indiscriminado y la indiferencia afectiva dominen la escena mundial?

¿Cómo perdimos esa religiosidad y fe en Dios, que nos hacía mejores, más sensibles y solidarios?

Si dedicamos algún tiempo a la lectura y al recuerdo, deduciremos  sin mucho esfuerzo, el origen de esos males que acogotan nuestra contemporaneidad.

Yo, que tengo el privilegio especialísimo de haber  conocido dos siglos y dos milenios; observado profundos cambios de todo género en mi País y el mundo; presenciado la globalización; viajado por medio mundo observando otras culturas, puedo decir con acierto que la raíz de todo está en la violación a los principios fundamentales de vida y desmejoramiento de los valores humanos.

La sinergia de un desarrollo proyectado para la vida cómoda, sin importar como se logre, y no para la vida buena de los congéneres, pasó por encima de los principios y valores que lograron la sana convivencia, y que hacían más importante el ser humano que cualquier riqueza material.

Así, los valores trabajo, estudio, utilidad y sana distracción, huyeron frente a la viveza, oportunismo, ambición de fortuna rápida sin importar los medios; llenándonos de estudiantes ineptos, profesionales y trabajadores ineficientes, que realizan cirugías innecesarias, enseñan leyes derogadas y construyen puentes que se derrumban antes de tiempo.

La solidaridad y amor familiar, la satisfacción de ayudar al necesitado y el orgullo de ser útiles, fue suplantado por vanidad, consumismo y culto a una personalidad exitosamente superflua, creada y proyectada por la televisión, que produjo en  nuestros colegios, calles y barrios, jóvenes desorientados que terminan engrosando la delincuencia, cárceles, hospitales y… cementerios.

La religiosidad, fe  y confianza en Dios, flaqueó frente a un nuevo semi-Dios: el dinero, convirtiendo el mundo en una jungla y a los seres humanos, en una especie de depredadores compitiendo por la mejor parte de la presa, sus propios hermanos humanos.

El rol de amantes y consecuentes esposos para hacer una familia feliz,  fue reemplazado por la vanidad, fama y cargos con jugosos ingresos; dejando en segundo plano el amor verdadero y las obligaciones familiares; convirtiendo los matrimonios en viaje pasajero, de no más de cinco años.

En el ataque a esos valores fundamentales de convivencia pacífica, encontraremos la raíz de tales males.

Estamos obligados a revisarnos  y si es posible a reinventarnos, haciendo principio de los principios y  dando valor a los valores.

Todo no está perdido. Mientras tengamos niños sonriendo y esposos-padres amorosos que luchan por cumplir su rol, tenemos esperanza. Aun quedan unos cuantos. Aprovechèmoslos y tomemos ejemplo.

Próxima Entrega: ¿HACIA UNA SOCIEDAD SIN VALORES? (Resultados Perversos)

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«EL DIVORCIO ES  UNA SOLUCION HUMANA A UN PROBLEMA HUMANO»

¿Quién podría aupar un matrimonio donde desapareció el amor, donde   unos niños presencian diariamente actitudes grotescas de sus padres?

¿No es deleznable el comportamiento amoroso de las puertas del hogar hacia fuera, frente a la desconsideración e insensibilidad dentro de la familia?

¿Puede considerarse moral compartir sin deseo, no sólo las actividades conjuntas diarias sino además la relación sexual?

¿Parecería justo que después de años de dedicación amorosa y solidaria, se le exija a un cónyuge soportar por el resto de su vida a quien ya no experimenta los sentimientos que motivaron la unión?

¿Acaso el pago por haber dedicado años de amor y solidaridad, deba ser perder la libertad de actuación y el derecho a construir una vida plena?

¿No es lo correcto el agradecimiento por los años de amor y dedicación proporcionados mientras se mantuvo el afecto?

¿No es la libertad para comenzar una nueva vida, lo menos que merecería quien dedicó los mejores años de su vida a otra persona?

¿No es ofensivo e irrespetuoso para el otro cónyuge, permanecer a su lado cuando ya no se siente amor sino fastidio, manteniendo relaciones sexuales no deseadas?

Una noche de amor vale una vida, pero soportarlas al lado de quien no se ama sino que desagrada, es una especie de suicidio que a nadie debería exigírsele.

Cuando el amor desaparece, el divorcio no es ninguna tragedia sino una necesidad.

La conseja de que el matrimonio debe mantenerse por los hijos aunque no exista amor, me parece de lo más hipócrita, porque la actuación inconveniente de una pareja desavenida perjudica el desarrollo mental y físico de los niños.

El matrimonio se consuma para mantenerse juntos con amor que genera ternura, aceptación, solidaridad y buen sexo. Cuando eso no funciona, el matrimonio pierde su razón de ser.

Nuestra vida es corta y una sola; para vivir el amor no podemos esperar por otra, porque no la hay.

Como no podemos disfrutar la vida solos, dos nos unimos para lograrlo. Si no funciona la unión, divorciarse y por tanto liberarse para comenzar otra vez, es algo que ambos se merecen.

Cuando se propone el divorcio lo es para que ambos tengan plena libertad de acción. Es esa parte positiva la que debemos ver y tratar en el divorcio.

Se los dice alguien que lo ha vivido, porque gracias a un divorcio encontré mi felicidad al lado de otra persona, con quien disfruto una vida plena, la cual no cambiaría por ninguna otra.

Ojalá no dejáramos de amar a nuestro cónyuge nunca, porque el amor viene y se queda, pero a veces… se va. Lo inteligente es disfrutarlo mientras permanece, por eso debemos aceptar su partida como una opción existencial más que como una tragedia.

Es una reflexión sincera que todos deberíamos hacernos, si realmente queremos mantener familias felices y no mascaradas que convierten una institución, que nace con la intención de proporcionar felicidad mutua, en algo desagradable por no decir aberrado.

Próxima Entrega: UN ESPACIO NECESARIO.

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En la entrega anterior descalifiqué por absurdo que sea el estrés, derivado del nacimiento de los hijos, lo que termine con la relación de pareja.

Todo lo contrario, quienes hemos traído hijos al mundo sabemos que no es así. Ellos refrescan la relación, aportan amor y ternura; son un renacer de nuestra propia vida. De alguna manera en ellos, somos nosotros de regreso al mundo; son la vida que vuelve y el amor que renace; la ternura presa en unos ojitos que saben hablar… sin palabras. Es Dios que nos grita por esas dos rendijas de amor, que aún no se ha olvidado de nosotros.

¿Cómo puede alguien ignorar estas verdades? Ese supuesto informe dice que así es. Tan equivocados están, que sabemos de matrimonios que fracasaron, precisamente porque les faltó el elemento hijos, que era fundamental para convertir la casa en un hogar… siempre renovado, y los cónyuges no lo soportaron.

En mi humilde concepto, lo que sí representaría una fuente de estrés, sería la soledad a que están condenados quienes por no tener hijos, carezcan de incentivos importantes por los cuales luchar con entusiasmo, así como falta de motivaciones para lograr metas elevadas; o el sentirse incapaces de satisfacer ese deseo pro creativo de la pareja y su imposibilidad de satisfacer la urgencia natural de contribuir al mantenimiento de la especie. Esos sí que son factores perturbadores del individuo, porque lo hacen dudar de si ha cumplido o no con su función vital como ser humano.

Esos aspectos negativos, producto de no haber procreado, sí que son motivo de estrés, no los hijos, quienes como ha quedado expuesto, representan elementos de vinculación y fortaleza; también previenen para los padres ese factor de tanta expectación, que significa un futuro completamente aleatorio, impredecible e incierto.

Adicionalmente, la certeza de que por no haber procreado durante los años de juventud y adultez, la vejez, que siempre requiere de apoyo, transcurrirá en soledad física y espiritual, porque no habrá un compañero o compañera con quien se hubiese transitado, tomados de la mano y vinculados en el espíritu, ese trayecto largo … largo, que comienza con el nacimiento y termina luego que ya somos viejos.

Es que al no tener hijos, tampoco habrá alguien adicional a la posible pareja -quien eventualmente pudiera ya no estar- que en horas de enfermedad, soledad o ancianidad, se acerque con amor fraternal y solidaridad especial, que en la mayoría de los casos los hijos saben dar.

Tal será la importancia de los hijos para la pareja, que al menos en mi caso, no podría considerar esos años dorados tan lindos que vivo, si no hubiera procreado mis cinco bellos hijos, quienes a su vez me coronaron con esos nueve increíbles y tiernos nietos.

No tengo riquezas más allá de lo que corresponde a quien no obstante no darle demasiada importancia, sí trabajó más de cincuenta años y administró sus recursos con divina prudencia. Pero, cada vez que tengo la oportunidad me endeudo hasta la coronilla, únicamente con la esperanza de pasar unos días con mis nietos. Sólo mi esposa y yo podemos medir como nos sentimos; el bien que nos hace devolvernos cuarenta años atrás y volver a vivir, nuestros niños. Es mágico. Es inyectarse de vida, sintiendo, en vez de dolor, amor y ternura… sin límites. Sin duda, un privilegio y lo agradecemos a nuestro Padre Celestial.

En mi criterio, decir que los hijos no son buenos para la pareja que se ama, es simplemente ignorar qué somos como seres humanos y cual es nuestra esencia espiritual. Para quienes no tenemos duda respecto de nuestro origen divino, considerar negativo traer hijos al mundo que, como nosotros, son hechos a imagen y semejanza de Dios, es lo más parecido a una blasfemia, en la semántica del vocablo.

Como seres humanos, morir sin haber traído hijos al mundo por cualquiera de esas insensatas consideraciones, es abstraerse conscientemente de pagar una deuda natural, que como tal, aunque no esté documentada, corresponde a un compromiso moral, ético y existencial con nuestros padres, quienes murieron o viven confiados en que somos suficientemente leales y solidarios, para no dejar extinguir su simiente sobre esta tierra, cual es lo que sucede cuando no se procrean hijos.

Si usted tiene hijos, sin importar su comportamiento, edad o sexo, son lo más hermoso que usted ha hecho. Son un privilegio, porque millones de personas no lograron tenerlos. Así que vaya, sin demora, ahora mismo y abrácelos, béselos y dígales cuantos los ama, cuanto los necesita. No oiga a los frustrados, a los fracasados, a los cobardes, a los irresponsables e ignorantes de lo que es el amor, cual una de sus máximas expresiones lo son precisamente: LOS HIJOS.

Próxima Entrega: ¿MUERE EL AMOR?

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 Mi hija mayor, feliz esposa y madre, abogado y reside en Colorado USA, antes de presentar un examen en el Board de Educación de ese Estado, me comentó su expectación por el posible resultado. Como pude le hice un rápido análisis de sus opciones y la trascendencia de dicho evento, en lo fundamental de su vida: su familia.

Con esta hija siempre hemos sido buenos amigos y como ella es cristiana, logré tranquilizarla con el argumento de que si hacemos lo que nos corresponde, Dios sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y por tanto lo único que nos corresponde es la diligencia al realizar lo que nos interesa. Creo que fue lo que trató de enseñarnos Jesús cuando expuso: «Mi padre sabe mejor que tú las cosas que necesitas…».

Creo trascendental para los padres como «Asesores» consuetudinarios de los hijos, sembrarles en el alma este Principio. En un mundo donde lo único previsto es lo imprevisible, siempre estamos en riesgo de equivocarnos al considerar qué es lo que nos conviene. Por tanto, sólo la fe en la omnipotencia de Dios para guiar nuestros pasos, nos puede dar la tranquilidad y paz espiritual que requerimos para ser felices.

Por la categoría de ese ministerio, si todo lo hacemos al amparo de Dios, bajo sus leyes, siempre será positivo el resultado de nuestro asesoramiento que tanto necesitan y beneficia a nuestros hijos. Más de sesenta y seis años de vida y cinco hijos felices, me han demostrado que eso funciona con efectividad.

Viví eventos que en su momento no fueron exitosos y que me entristecieron, los cuales hoy que vivo satisfecho con mi vida, acepto que fueron pasos dolorosos pero necesarios para lograr mis metas, en esa especie de empinada escalera que es la vida.

En el caso citado de mi hija, no obstante sus deseos de colaborar con los ingresos familiares, siendo que tiene un esposo y tres niños, ella hizo lo correcto al solicitar guía, porque está consciente y lo acepta, que no le está dado conocer cómo incidiría en su vida futura.

Por otra parte, mi hija y yo sabemos que nuestro Creador sí que lo conoce perfectamente; desde el momento de su concepción está al tanto de qué es capaz y hasta donde ella puede y debe llegar. Ninguno de los dos tenemos duda, eso le infundí desde niña y ella atesoró el mensaje.

Porque, pudiera ser que logre ese trabajo y genere adicionales ingresos a la familia, pero … ¿De alguna manera harán más sólidos los vínculos de amor, respeto, consideración, aceptación, solidaridad, lealtad, y buena comunicación? O ¿Por desgracia ese trabajo requiera una parte del tiempo esencial para atender ese papel indispensable e insustituible de buena madre y esposa?

Ningún humano, ni siquiera yo que soy su padre y los conozco muy bien como familia estable, podría predecir los efectos, porque ninguno de los dos podemos conocer el porvenir; se trata de eventos futuros e inciertos, cuales ni siquiera sabemos si llegarán… para nosotros. Nuestra única posibilidad como humanos en la búsqueda del éxito es ser diligentes al hacer lo que nos corresponde. La decisión final es de Dios y de nadie más.

Quienes tenemos fe en la omnipotencia y omnipresencia de Dios, conocemos que ni una hoja se mueve sin su voluntad y por eso hablamos de la importancia para los padres de la necesidad de comprenderlo. Aquel que no lo asimile, le conviene hacer un stop en el camino, mirar hacia atrás y revisar lo andado; seguramente, como en mi caso, recordará que en oportunidades lamentó no haber logrado algo, pero luego con el correr del tiempo los acontecimientos demostraron su conveniencia para lograr mejores resultados.

Alguna vez leí que «… a la vuelta de la esquina hay un milagro para nosotros.» Quienes creemos en esa máxima sabemos que no conocemos cual es la esquina, por eso tenemos que ir a todas las que podamos. Eso es lo trascendente: ser diligentes. Esa es la parte que nos corresponde, porque si no vamos a todas las esquinas viviremos con la duda, nunca sabremos si estaba allí esperándonos y la dejamos pasar por ser… negligentes.

Sugiero a los padres leer estas líneas y hacer una retrospección a cuando eran niños y recordar lo importantes que fue para ellos las actuaciones y consejos de sus progenitores. Recordar cuántas veces les consultaron y cuánta tranquilidad trajeron a sus espíritus. No tengo duda que esta reflexión les ayudaría a entender la trascendencia de ese papel de Asesores por siempre, que para bien de nuestros hijos y nuestra personal satisfacción, nunca, bajo ninguna circunstancia, deberíamos perder.

Próxima Entrega: EL TIEMPO

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 Aún frescos los recuerdos de la muerte de Benazir Bhutto; la frustración por el fracaso del canje humanitario con las FARC; el trinfo del «NO» en el Referendum para la Reforma Constitucional y la entrada en vigencia de la Ley de Aministía para los presos políticos venezolanos; más allá de estas emociones disímiles, en nuestra alma y en una parte indeterminable de nuestra espina dorsal, sentimos un arañazo, y no podemos ocultarlo.

Son las garras de una realidad que nosotros mismos hemos fabricado, es un vacío profundo… permanente, agazapado en el ombligo del alma, alimentando el sentimiento de que, en algún recodo del camino de nuestro desarrollo social reciente, se nos quedó una parte de solidaridad, consecuencia, consideración, aceptación e… idilio, con ese mínimo de magia que hizo de la vida de nuestros progenitores una época romántica, confortable, segura, de paz… buena para la vida.

Ese sentimiento de pérdida presente en el alma, choca con nuestra naturaleza integral, que por estar conformada por cuerpo, alma y espíritu nos hace diferentes a cualquier otro ser vivo y dotados de inteligencia, lo que nos convierte en el ser vivo más acabado sobre la Tierra.

Frente a esos vacíos en el alma, intuimos su origen más allá de nuestro cuerpo físico, o el paisaje geográfico en el que hacemos nuestra vida cotidiana, porque sentimos que nace de nuestro propio comportamiento individual y colectivo. Esa certeza nos hace reflexionar sobre los valores y principios que deben regir nuestra vida como hormigas de una misma cueva, en la búsqueda de su mejor calidad más que el mero hecho de sobrevivir.

Como consecuencia nos preguntamos:

¿Acaso habremos permitido que nuestros valores, que pueden ser cambiantes de acuerdo a la época, el espacio, la evolución y el desarrollo social, hayan privado sobre nuestros principios fundamentales de vida que deberían ser permanentes e innegociables?

Si eso es así, en ello pudiera estar la respuesta, que al conocerla convierte el problema en un asunto por resolver, el cual, gracias a nuestra herencia divina que nos hizo pensantes, racionales e inteligentes estamos en capacidad de solucionar. Sólo requerimos de voluntad para emprender, actitud positiva para avanzar y aptitud para la aplicación de los correctivos necesarios; para lo cual disponemos de las múltiples herramientas de las cuales dentro de nosotros mismos fuimos dotados por Dios.

Todo nos lleva a considerarlo como un asunto de jerarquía. Entonces debemos determinar prioridades entre las circunstancias de nuestra vida, como familia, carrera profesional o actividad laboral, poder o representatividad, fama y riqueza. Cada una tiene su importancia como sentimientos, esperanzas y ambiciones, conforme al lugar donde le ubiquemos.

Es su jerarquía individual lo que determinará la incidencia en nuestra felicidad integral, cual será proporcional al nivel de importancia que demos a cada uno de esos aspectos, por tomar el principal que es la familia, con sus colaterales amor de pareja, solidaridad, respeto y sexo, por nombrar algunos, son realmente fáciles de ordenar jerárquicamente en función de la felicidad integral; entre otras cosas porque responden a principios fundamentales innegociables y valores humanos con vocación de permanencia. Pero además funcionan y hacen la diferencia entre las personas felices y las que no lo son.

Algunos otros elementos a decidir, que son menos definitivos y proclives a la vanidad o banalidad humana, como el poder, la fama, la riqueza, la belleza, ciertamente requieren de sabiduría más que de conocimiento, para ubicarlos debidamente con respecto a nuestras ambiciones en la vía de lograr una felicidad integral.

Seguramente, si rescatamos esos valores humanos, si nos aferramos a esos principios de vida recta y consecuente con nuestra condición de entes especiales, diseñados a imagen y semejanza de Dios, la cual permitió a nuestros padres, y de alguna manera a nosotros mismos en nuestros primeros años, sentirnos plenos espiritual y materialmente, al ordenarlos lograremos llenar esos vacíos que hoy nos dificultan reconciliarnos con nosotros mismos y sentirnos plenos.

Esos vacíos existenciales también son fuente abundante del peor mal del nuevo Siglo: el estrés, que a su vez se convierte en factor de origen de la mayoría de nuestras enfermedades físicas, mentales y psíquicas, entre las cuales las más graves pudieran ser precisamente aquellas que afectan nuestra alma, para las cuales no tenemos medicina conocida, porque no se satisface con cosas materiales o tangibles, ya que nacen, crecen y se reproducen en nuestra espiritualidad, creando insatisfacción, hastío, aburrimiento y… frustración.

Todo lo cual sólo puede ser combatido y vencido con el crecimiento espiritual, que nos eleva por sobre nuestra propia naturaleza originaria, para sentir amor, solidaridad, compasión, respeto, ternura y aceptación para todos y cada uno de nuestros congéneres, en esta madre Tierra que Dios nos dio como herencia.

Próxima Entrega: TIEMPO DE AMAR

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