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Archive for the ‘AMISTAD’ Category

ISAB ELITA H IJA DE GINASomos físicamente tan vulnerables, que nada, en ningún momento, puede asegurar nuestra existencia física.  No se requiere una locomotora que atropelle, o un edificio que se derrumbe, para perder la vida; suficiente es un microgramo de colesterol adicional en una arteria, una bacteria sólo detectable por un microscopio o un tropezón con una acera para abandonar este bello mundo.

¿Cuál elemento nos permite vivir sin preocupación aún con esa gigantesca vulnerabilidad física?

Se trata del factor confianza, cual nos indica esperar siempre lo mejor, porque su sustento es la seguridad de que Dios siempre está presente velando por sus hijos.

La confianza nos permite creer en las personas, en su amor, amistad, y en general en todo tipo de relaciones. No podría concretarse ningún matrimonio, negocio, convenio profesional o contrato de ningún género, sin un mínimo de confianza en el cumplimiento de lo pactado.

Las relaciones conyugales y familiares de cualquier género serían un desastre, sin ese margen mínimo de confianza en los demás. En los países con graves problemas sociales, su mayor problema radica en que los ciudadanos carecen de un margen mínimo razonable de confianza entre ellos y en sus relaciones con el Estado.

Nuestra vida sería desastrosa si permitiéramos la permanente desconfianza sobre nuestra seguridad personal, económica y jurídica; de nuestros allegados, vecinos y extraños; de nuestra salud y posibilidades de éxito en nuestros proyectos.

El margen mínimo de confianza es fundamental. Es lo que nos permite planificar, invertir, establecer proyectos familiares, de estudio y de negocios.

En estos tiempos de cambio, frente al desasosiego, temor y crispación, más que nunca se requiere echar mano del sentimiento de confianza, sobre la base de la convicción de que no estamos en este mundo por accidente, sino con un plan individual y determinado que, aunque no conocemos, nos blinda contra cualquier desastre mientras no se haya cumplido nuestra misión.

Es esa mi recomendación de hoy: no permitir que se agote ese margen mínimo de confianza en nuestros hermanos humanos; en su reserva de generosidad, que a veces, aunque no la veamos a flor de piel, sí que se encuentra inmersa en lo más profundo de su ser, porque todos, sin excepción, tenemos en nuestra alma, esa herencia divina que nos hace merecedores de ser llamados hijos de Dios.

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«EL DIA QUE NO SONRÍAS ES UN DÍA PERDIDO»

AMURI BLOG UVF

En general, no está muy claro por qué las personas festejan cumplir un año más, cuyo resultado práctico es que representa un año menos de vida y uno que nos acerca a la muerte, lo cual dado el miedo serval que la mayoría siente por ella, no pareciera nada lógico celebrarlo.

En mi caso, aunque personalmente no vivo por años sino por días, permito con alegría que mis seres queridos celebren ese rito cada año del día de mi nacimiento. En verdad, es que soy seguidor de Antoine de Saint-Exupèry cuando escribìa que los ritos son buenos porque hacen unos días diferentes de los otros.

Pero, más allá del privilegio que para mí represemta cumplir un nuevo año, cuando tantos amigos de diferentes edades he dejado en el camino, siento que Dios me ha permitido vivir extraordinarias experiencias. Así, por ejemplo, he conocido dos Siglos y dos Milenios, lo cual es un evento tan especial, que para que nazcan otras personas que como yo, que con menos de cien años de edad conozcan dos siglos y dos milenios, hace falta que transcurran por lo menos novecientos años.

Por otra parte, en estos dieciocho años de edad (que es como me siento) y los cuarenta y nueve de experiencia, que hacen mi juventud prolongada hasta los sesenta y siete de mi calendario personal, he podido lograr mis metas más preciadas; entre ellas, amar intensamente y ser útil a mis semejantes, para lo cual, por cierto, no me pesan en nada los abriles transcurridos.

Pero si algo me llevaré de esta vida como uno de los mayores regalos recibidos de Dios, es el haber disfrutado de esas bellas personas que, aunque no llevan mi sangre, me aman y me dejan amarlos: mis amigos.

Son esas muchas bendiciones que Dios nos da todos los días, lo que deberíamos celebrar permanentemente, sin esperar el festejo del rito de los cumpleaños. No obstante, gracias, muchas gracias a las tantas personas,  incluídos mis familiares, que tanto en Facebook como por otros medios, se han acordado de que un día como hoy… yo vine al mundo.

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«LA FUENTE DE LA FELICIDAD ESTÁ EN  EL MUNDO DE LAS COSAS SENCILLAS»

2432472Las felicidad no es ni puede considerarse una situación extraordinaria o especial, porque fue a ser felices y no infelices para lo cual vinimos a este mundo. Por eso en la naturaleza encontramos todo lo necesarios para nuestro disfrute y solaz.

Fuimos dotados de razón e inteligencia, para que pudiésemos poner a nuestro servicio todo lo que existe, utilizándolo con mesura para que no se agote.

La fuente de la felicidad no vive o corresponde a ningún espacio, tiempo o evento recóndito, especial o extraordinario, sino en cada espacio de nuestra cotidianidad: en nuestra interioridad y en el entorno que nos rodea en cada circunstancia, que gracias a nuestro estado de ánimo podemos hacer agradable, desagradable, mejor o peor.

A cada uno, de forma exclusiva, corresponde tomar esos elementos innatos de amor por la vida, alegría y solidaridad humanas con que vinimos dotados en nuestro fuero interior, para imbuirlos de ese maravilloso mundo de las cosas sencillas de todos y cada uno de nuestros días y preparar ese coctel mágico, sin costo económico o de esfuerzo físico que se materializa en el estado de felicidad personal.

Una palabra, un gesto, un sonido, un color o cualquier circunstancia que capturen nuestros sentidos, pueden ser utilizados para encajarlas dentro de ese amplísimo abanico que cubre nuestra felicidad personal.

No puede ningún bien tangible (material) por sí solo hacer la felicidad, pero sí ayudar a que algunos momentos alcancen mayor confort o plenitud; pero no son su raíz o fuente, porque esta se constituye del nivel de trascendencia que pudiéremos darle. Por el contrario, en algunos casos lamentables, la abundancia de bienes materiales produjeron escasez de felicidad.

No existe posibilidad de asistir a ningún evento en el cual podamos adquirir, cambiar o canjear valores como el amor, la amistad o la solidaridad a cambio de dinero u otros bienes materiales, porque una de las características esenciales de los valores es su intangibilidad y sólo pueden ser determinados y captados en nuestro fuero interno; por tanto, dependen de nuestra capacidad para ponerlos en función de nuestro beneficio.

Podemos apropiadamente aseverar que la felicidad no debemos buscarla en nada extraordinario porque se encuentra en el mundo de las cosas sencillas: esas que vivimos en cada minuto de nuestra existencia. Cuales no nos esperaràn por siempre, porque  como el viento, el agua del río  y el tiempo… no regresan.

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¿PUEDO ABRAZARTE?

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Cuando pagaba en la caja del supermercado, observé que las personas de la cola estaban serias, entonces tarareé una canción; la cajera sonrió y me dijo ¿Porqué está tan feliz? y las restantes personas sonrieron.

Luego, encontré una pareja joven que entraba y les saludé amablemente; me sonrieron y saludaron alegres. Más tarde encontré uno de mis relacionados, lo saludé afablemente diciéndole: -es Navidad ¿Puedo abrazarte? -Claro que sí, me dijo y sentí la calidez de su abrazo.

Todo esto me hizo preguntarme: Si a la gente le agrada cantar, saludar y abrazar a sus amigos ¿Por qué no lo hacen? ¿Qué les limita? ¿Dónde se nos quedó la espontaneidad, alegría e interés por los demás? Porque, cuando saludamos o expresamos: ¿Cómo estás? demostramos nuestro interés por esa persona, que nos alegramos de verla y que nos importa.

¿Qué nos sembró de indiferencia sobre las cosas bellas, irreemplazables e irrepetibles que nos brinda un hermoso día lleno de colores, sonidos y extraordinarios pequeños detalles? O, ¿Una pacífica noche, cómplice de nuestra aventura amorosa? O, ¿Esos maravillosos seres dadores de amor que son nuestros hermanos humanos?

No encuentro explicación racionalmente aplicable. Intuyo similitud con quien no disfruta del color y aroma de una rosa por temor a espinarse; no observa ni siente las olas del mar por miedo a ahogarse; no sale al campo por miedo a una serpiente; o teme entablar una relación íntima para evitar que puedan herirlo: todo absolutamente injustificado.

¿Acaso estamos permitiendo que el temor… a todo, nos robe la espontaneidad, alegría, disfrute, sensibilidad y solidaridad humanas? ¿No fue a disfrutar de esta vida que vinimos a este mundo? ¿No está Dios al lado de nosotros para cuidarnos?

Siento que debemos forzarnos por no permitir hacernos tristes. Tenemos todo para ser felices. Solo se requiere cambiar de actitud. Tenemos que sonreír más, saludar a las personas y demostrarles que nos interesan; pero especialmente, hacer algo para que sientan que las amamos. Es todo lo que necesitan para cambiar esa cara recelosa, seria, preocupada,  por la otra: alegre, fresca, radiante de… amor.

Inténtelo, no es tan difícil y cuántos amigos nos regala. Comience ahora, que se sentirá muy bien. No olvide que «EL QUE ES RICO EN AMIGOS, ES POBRE EN DIFICULTADES.»

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«No hay noche tan oscura ni día tan fulgurante que no nos permita ver.»

La vida me ha demostrado que en el firmamento de nuestras vidas, siempre hay un lucero que nos puede ayudar a avizorar, encontrar, guiar, o hacer mejor y seguro el camino. Por eso debemos abrir los ojos, estar pendientes, tener fe que allí está y que podremos verlo. No es importante su forma, la fuerza de su luz; ni siquiera su nitidez, porque de alguna manera, que no nos está dado conocer, deviene de esa esencia omnipotente, omnipresente e infinitamente poderosa que es Dios, cuya obra más acabada somos nosotros y su expresión excelsa… el amor.

Siento pena por quienes por falta de fe, confianza en su origen divino y del poder que de ello les deriva, hollan la tierra con sus pies cansados, ensombrecen los bellos días y tranquilas noches con su tristeza, mojando la tierra con sudor y lágrimas innecesarios.

Es para mi tan claro que existen leyes naturales, que me precedieron y que son inmutables; sobre las cuales yo no decido pero que sí interpreto y puedo encajar en mis actuaciones; que me hacen consciente de mis capacidades físicas y espirituales, que me cuesta procesar que personas desperdicien tanta vocación personal y bendiciones sobre este mundo, especialmente diseñadas para nuestro disfrute.

Como ser espiritual, dotado de un cuerpo que es la máxima obra de adaptación e inteligencia sobre la tierra, capaz de capturar con sus sentidos del medio ambiente todos los elementos vivenciales necesarios, haciéndolos excelentes, buenos, mejores o peores, conforme a su única voluntad, percibo incongruente convertirlos en negativos; sin embargo y paradójicamente, vivimos un mundo abundante de ese tipo de individualidades.

¿Qué hace quienes en uso de su libre albedrío convierten sus vidas en receptáculo de negatividad, malas influencias y temor a lo que «pudiera ser», desperdiciando su capacidad de ser felices en el maravilloso «hoy»?

Es la tendencia a mirar siempre hacia abajo, y así imposibilitarse de ver ese lucero en el firmamento de su vida, que alguien especificara como «un milagro a la vuelta de la esquina». Desde muy niño mi madre me decía: «…ese milagro está esperando por ti, sólo se requiere tu diligencia.»

Hoy, más de sesenta años después, estoy convencido que existen más milagros de los que podemos imaginar. De alguna manera, nosotros mismos como seres físico-espirituales e inteligentes, somos el mayor milagro de la naturaleza.

Nuestro sistema neurovegetativo, que nos permite respirar y circular la sangre necesaria en nuestro organismo en los tiempos preciso, sin siquiera pensar en cómo hacerlo e independientemente de que estemos dormidos o despiertos, es apenas una de nuestras milagrosas capacidades.

Pero desarrollar sentimientos exclusivos de nuestra especie como el amor, la amistad, la sublimación del sexo, la solidaridad, la compasión y la caridad, son la mayor demostración que somos seres superiores, traídos a este mundo para reinar sobre él y ser… felices.

Ubique su lucero, porque está aquí y no en otro mundo; tiene que ver con Dios porque de él nace y siempre está esperando por usted. Si de algo le sirve, le cuento que el mío es multifacético, porque comienza con mi Padre Celestial, pasando por mi familia, mis hermanos humanos hasta llegar al más pequeño de los insectos, cuales sin duda, como yo, cumplen una función sobre esta madre tierra, cual es su forma de bendecir el privilegio de haber venido a habitarla.

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«No me des lo que poseo, dame lo que no puedo procurarme.»

No creo en las etiquetas y algunos patrones que una sociedad deficitaria de amor, acostumbra establecer para algunas actuaciones humanas. Una muy errada es aquella que establece que las suegras y los suegros son cansones, entrometidos, y que los yernos, a diferencia de las nueras, nunca llegan a integrarse como reales miembros de la familia.

En ambos casos se trata de meras consejas y por tanto equivocadas, porque esas buenas personas que hacen pareja con nuestros descendientes, definitivamente traen amor y solidaridad a la familia.

Hoy me desperté muy temprano y me levanté con el mayor sigilo para no despertar la familia, quienes los Sábados duermen hasta tarde.
A pocos minutos de levantarme apareció ese hijo que Dios me regaló, cuando contrajo nupcias con mi hija mayor, quien por voluntad propia se ha convertido no sólo en mi mejor amigo sino en mi hijo mayor. Traía en sus manos un humeante café con galletas hechos por él mismo, aderezados con unos buenos días, de esos que expresan no sólo como nos sentimos, sino como deseamos que se sientan los demás, que entendí como un mensaje de bienvenida y solidaridad humana, dentro del espectro más significativo: EL COMPARTIR.

Este acto sencillo me produjo reflexión sobre lo fácil que es vivir una vida edificante. No se requieren grandes cosas ni especiales presentes para demostrar el amor, la estimación o el reconocimiento.

Especialmente cuando se tiene avanzada edad, que en sí misma establece naturales limitaciones, es tan reconfortante sentir mediante los actos espontáneos y cotidianos de nuestros allegados, que somos bienvenidos y que contribuimos a hacer mejor el ambiente familiar.

Narro esta anécdota para quienes tienen el privilegio de tener sus padres vivos y pueden disfrutar de sus últimos años, con oportunidad para decir: te amo. El lenguaje del amor es ilimitado, pero es tan corto el tiempo e imprevisible el viaje al más allá, que todo hijo debería aprovechar cualquier ocasión para compartir con sus padres, cuando todavía tiene… tiempo.

Cuando las personas ya han partido de nada sirven flores, lágrimas o inútiles «…si yo hubiera…» La muerte es el regreso a esa dimensión de la cual un día vinimos. Cuando mueren los seres queridos, la única satisfacción para el que se queda, es lo que en vida hizo por el que ya no está, porque integrará la calidad del recuerdo.

No olvide que las cosas trascendentes están imbuidas dentro del maravilloso mundo de las cosas sencillas. Son detalles que por obvios suelen representar por ellos mismos un mensaje… imborrable.

Así que, no pierda tiempo. Si aún los tiene vivos, vaya, abrace a sus viejos, su esposa, sus hijos y amigos. Si no viven con usted, llámelos… ahora mismo. Dígales que los ama que eso a nadie disgusta. Hágalo de una vez, sin pérdida de tiempo. No sea que luego fuere demasiado tarde, porque todos sabemos cómo y cuándo llegamos, pero ninguno cómo y cuándo nos vamos.

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No voy a escribir sobre algo de lo que con anterioridad no se haya escrito mucho; que esté lejano por llegar o inmediato en el devenir de nuestras vidas; sino sobre situaciones que, para nuestra sorpresa nos afectan a todos en casi todo lo que hacemos, pero que no comprendemos bien, o que, en algunos casos nos cuesta entender.

Se trata de que sentimos que las cosas empiezan a ponerse de cabeza -al menos para nuestra mentalidad, que es producto de la cultura de nuestra época- o que muchos paradigmas y concepciones que por mucho tiempo consideramos apropiadas, empiezan a dejar de surtir los efectos esperados, y que algunas actuaciones antes muy claras, se enturbian sin una explicación inmediata y racional aparentes.

Los valores tradicionales crujen; los principios tenidos como innegociables comienzan a mostrar fisuras. La sociedad en general, y muy especialmente Instituciones fundamentales para nuestro sistema de vida como el matrimonio, la familia, la escuela, la religión, la justicia, la amistad, la política y la asociación empresarial, se ven sacudidas por una oleada de acontecimientos que generan inquietud, observación, análisis, contestación; interrogantes que se quedan sin respuesta clara.

En el concierto mundial, al tiempo que se acepta la realidad del recalentamiento global, el consecuente y preocupante deshielo, sin asumirlo plenamente; el descenso de las religiones tradicionales y el ascenso de otras nuevas, o rezagadas; el crack de la familia tradicional y el ocaso del matrimonio como base de la familia; el descenso y casi desaparición de las ideologías de izquierda y de derecha; el abandono de los pensum de educación tradicionales en las escuelas; el ambiente se carga con aires de cambio en la política, sistema económico y de poder, produciendo desasosiego y desconcierto en los grandes conglomerados humanos, que como en toda época, temen cambios que les enfrenten a lo desconocido.

En los cenáculos del conocimiento académico de las Ciencias Sociales, psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales, economistas y estudiosos de la gerencia pública y social, también se hacen preguntas sin respuestas satisfactorias; las recomendaciones, programas, fórmulas, políticas, técnicas y aplicaciones que tradicionalmente surtieron efecto, ahora se hacen demoradas, inoperantes, difíciles e ineficientes.

En el ambiente general, se advierte el nerviosismo natural que precede a los eventos desconocidos… pero indefectibles. De alguna manera, es la misma sensación que se observa en las especies irracionales más primitivas, aún existentes sobre el Globo, previo a los movimientos telúricos o las grandes catástrofes naturales.

Una manifestación progresiva de insatisfacción de las mayorías, que se sienten desasistidas e inermes frente a los grupos económicos y políticos que manejan el poder, son doblegados en su voluntad mediante sofisticados mecanismos publicitarios de toda índole, precipitándolos en una carrera de consumismo histérico, alejado de toda racionalidad que afecta todas las áreas de su vida cotidiana.

Por otra parte, dirigentes frustrados, nostálgicos, descalificados, insensibles y corruptos, en todas las latitudes del mundo disfrutan, sin ningún recato, haciendo uso personal de los recursos previstos para cubrir las necesidades más ingente de los millones de perturbados ciudadanos, que en el paroxismo de su propia desubicación, no atinan a determinar el por qué de su impotencia para impedirlo.

Pero el ciudadano común, presiente o intuye que el problema no es coyuntural, por lo cual requiere una urgente revisión de los modelos económico-sociales en sus fundamentos y estructura, porque igualmente en países pobres como ricos, industrializados o en vías de desarrollo, con diferentes variables, los factores fijos se mantienen en el mismo orden: pobreza, exclusión, falta de oportunidades, violencia creciente, injusta redistribución de la riqueza; y como consecuencia inmediata, frustración colectiva, insensibilidad a todos los niveles, personalismo, cortoplacismo y… terrorismo.

También las clases dominantes -beneficiarios del stablishment– observan preocupados los acontecimientos y comienzan a prever problemas a corto y mediano plazo, pero como en el caso de los oprimidos, tampoco entienden bien de que se trata, no comprenden que está fallando, donde está el fondo del problema y no atinan en preparar una estrategia frente a algo que no conocen bien. Por eso prefieren hacerse los desentendidos y esperar a ver que pasa, pero sin poder evitarlo un frío penetrante recorre su espina dorsal: es el terror a los cambios que pudieran producirse en el sistema, lesionando, disminuyendo o acabando con sus groseros privilegios.

Por su parte, los millones de personas gravemente afectadas y de muchas formas excluidas e ignoradas de siempre por el sistema actual, quienes hasta ahora se habían conformado con los rezagos que dejaran las clases dominantes, por primera vez tienen acceso a medios informáticos como Internet, donde reciben información global actualizada, escrita, gráfica y verbal por menos de un dólar la hora, sienten que es tiempo de hacer algo y comienzan a presionar desde los sindicatos, las asociaciones de desempleados, partidos políticos, asociaciones comunales, de vecinos, de amas de casa, comunidades estudiantiles y profesionales, por cambios que les otorguen mayor participación y protagonismo.

La superposición y amalgamamiento de esos factores de desestabilización son la causa principal del progresivo estrés global, que de Norte a Sur y de Este a Oeste aqueja a los habitantes de nuestro mundo, que los perturba y llena de angustia en su sentido real: temor e impresión ante un peligro desconocido.

No se trata de endilgarle los problemas a movimientos o estrategias políticas de izquierda o de derecha. No, no es así. Todo eso es parte de una historia que tiende a desaparecer. Los pocos vestigios de esas tendencias políticas que aun sobreviven, irremediablemente están llamados a desaparecer. Las corrientes exitosas del pensamiento político actual tienden hacia posiciones centristas, o por lo menos, no radicales de izquierda ni de derecha.

El pensamiento político tradicional y las tendencias fundamentalistas no se compadecen con los nuevos tiempos; tratan de sobrevivir y luchan por ello, pero al final, desaparecerán. El hombre tiene derecho a una vida más justa y más temprano que tarde logrará alcanzarla. La edad de nuestro mundo se mide por milenios. Todavía hay mucho tiempo por delante. El hombre heredó de Dios la inteligencia con la cual ha superado ya muchas catástrofes y está listo para enfrentar nuevas.

Se trata de que se avecinan nuevos tiempos, que de alguna manera ya están aquí. Es posible que ya estemos presenciando la gravidez de una nueva era, y los partos, aunque auguran nueva vida, siempre han sido dolorosos. Pudiera ser que ya no estemos por aquí para la oportunidad del alumbramiento, pero el nacimiento se dará: habrá un nuevo mundo, más justo y bueno para la vida de todos los hombres. Es un problema de tiempo, pero juega a favor de la humanidad.

En todas las épocas, una parte de los seres humanos apoyó el mantenimiento del status quo; se trataba de quienes disfrutaban de los privilegios. Pero otra parte, abundante, adolorida, oprimida y paciente, presionó y esperó por los acontecimientos que derivarían de su actuación y siempre, independiente de en cuanto tiempo, se dieron y se produjeron los cambios.

Esta vez no será diferente. Más tarde o más temprano las cosas cambiarán. Nuevos modelos económicos y sociales refrescarán la vida de los hombres. Se trata más que de una conveniencia, de una necesidad colectiva, porque de no imponerse un nuevo orden, aún desconocido pero más justo, que permita mayor acceso a la riqueza y los recursos a todos y no a unos pocos; que ponga la vida y el bienestar del ser humano como prioridad fundamental, frente a los anti valores como la riqueza mal habida, el consumismo, la competencia imperfecta, la perversa utilización del sexo como mercancía o medio publicitario, el personalismo y cortoplacismo, simplemente el mundo se hará insufrible y sin incentivos para una vida feliz.

En ese proceso de cambios que se avecina, corresponde revisar conceptos, repensar y reinventar nuestra forma de interpretar la vida; inclusive desde el punto de vista filosófico, tendiente a determinar si la concebimos como un fin en si misma, o como un medio de algo más.

Se va a requerir mucha sinceridad y más desprendimiento personal en pro del beneficio colectivo. En esa nueva sociedad lo más importante deberá ser el ser humano en su conjunto, pero respetando la sagrada individualidad. El personalismo exacerbado dará paso a un tipo de colectivismo, donde el individuo al servir a los intereses del grupo, sirve a su propio interés, de tal manera que de la prosperidad del grupo derive su propia prosperidad, y en el cual pueda convivir holgadamente, el respeto por la individualidad de la persona humana con los intereses del grupo social.

Para quienes tenemos más de cincuenta años, todo empieza a hacerse demasiado nuevo y a veces difícil de digerir. Eso es natural, no tiene nada de extraordinario, ni debe atemorizarnos. Siempre fue así. De alguna manera, el devenir de los cambios en nuestro mundo es cíclico, pero en todos los procesos, unos trataron de detener el desarrollo de los acontecimientos, mientras otros lucharon y se aferraron a el como su única esperanza. Al final, dada la edad del mundo, los últimos vencieron a los primeros y los cambios se dieron.

Por eso tenemos que aquietarnos; tomarnos un tiempo para pensar, para meditar. Requerimos de manera individual, pero muy sincera y desprejuiciada, hacernos una composición de lugar; mirar hacia atrás sin hacer caso de los fantasmas del pasado, que sólo existen en nuestra mente, para felicitarnos por haber vivido una vida, que aún en su peor condición, ha sido buena.

Vivir el hoy sin mayores preocupaciones por lo que vendrá mañana, porque esa es la parte de la vida que, de alguna manera, podemos controlar y nos corresponde por entero. Ciertamente, nadie puede hacernos mejor o peor este eterno presente. Siempre será producto de nuestra concepción de la vida y de las cosas, de nuestras actuaciones, del color del cristal con que miremos los acontecimientos que nos afecten y la trascendencia que les otorguemos.

Para quienes crean en la existencia del futuro, se trata de algo absolutamente incierto y que, en casi su totalidad, escapa de nuestro control. Pero, si algo puede hacerse por el es ocuparse -que no preocuparse- de hacer las cosas bien… hoy. Nada más se puede aportar a favor de un tiempo que ni siquiera sabemos si llegará… para nosotros.

Pienso que un análisis serio y desprejuiciado sobre estas especulaciones, fundamentado en la concepción de que somos espíritus viviendo experiencias físicas y no lo contrario; que heredamos de Dios la razón e inmortalidad del alma, debería disminuir o evitar esa angustia colectiva que produce el creciente estrés, que aqueja al ser humano de hoy, convertido en fuente de enfermedades físicas y mentales.

Al menos en mi caso, no solicité que me trajeran a este mundo, ni tampoco establecí condiciones de tiempo y espacio para vivir mi vida. Simplemente, me siento con vocación para una vida confortable, donde el amor a Dios y mis semejantes guíen mis pasos, lo cual por cierto es el mayor reservorio para la felicidad que todos los días disfruto, en esta vida que me he impuesto, no de años, sino de períodos de veinticuatro horas y que me ha dado un extraordinario resultado.

Hemos recibido mucho y mucho debemos dar. También hemos luchado duro para hacernos una vida, conforme a nuestra diligencia, optimismo, confianza y óptica personal. El resultado ha sido conforme al esfuerzo e inteligencia que le hemos puesto, por eso no podemos quejarnos ni considerar que somos especiales. Somos hijos de Dios, imperfectos pero con ambición de perfectibilidad y hacia ella debemos encaminarnos.

Recibamos los acontecimientos sin grandes aprehensiones y como realmente son, producto de una época extraordinaria por su condición de transición de una era a otra. Quienes nacimos antes del año dos mil y aún nos mantenemos con vida, representamos una generación de personas especiales y sumamente privilegiadas, porque conocimos dos siglos y dos milenios, y esa especialísima situación vivencial, únicamente se da cada mil años.

Les invito a pensar, meditar, reflexionar sobre todos y cada uno de los acontecimientos globales y de cómo afecta nuestra individualidad. Pero con tranquilidad, con sinceridad, sin sobresaltos ni permitir malos presagios; con fe en Dios y en nosotros mismos; con esperanza en un mundo mejor, para nosotros y para las nuevas generaciones, al cual podemos contribuir todos los días, en la medida en que seamos capaces de interpretar los acontecimientos y en vez de angustiarnos, ser felices y dar gracias a Dios por haber vivido una época tan especial, cuando prácticamente hemos sido protagonistas en dos mundos bien diferentes.

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En sus reflexiones, Salomón trató de recordarnos que como existe un tiempo para cada cosa, no debemos precipitarnos porque todo viene y va, mientras nosotros seguimos en el mismo sitio, hasta que un día, como llega el tiempo de venir sobreviene el de irse, nuestra alma regresa a su hogar y volvemos a ser… polvo.

Dentro de la bipolaridad que rige nuestra vida: nacer-morir, amor-odio, tristeza-alegría, bondad-maldad, verdad-mentira, felicidad-desdicha, por citar algunas, esa sentencia nos indica que, como todo tiene su tiempo, si actuamos a destiempo el resultado será negativo. Venturosamente, somos nosotros mimos quienes decidimos la oportunidad.

Un tiempo para todo fue, es y seguirá siéndolo siempre. Es una realidad existencial aplicable a todo acto de nuestra vida. La convicción de que podemos utilizarlo a nuestra conveniencia, debería evitarnos preocupaciones, precipitaciones y acumulación de estrés por temor a no disponer del suficiente.

Cada día tiene veinticuatro horas que nos corresponde vivir y que no podemos estirar ni encoger; por lo tanto, corresponde adaptarlo a nuestras necesidades, sin permitir que nos torture o esclavice. O disfrutamos el tiempo o sufrimos por su causa. Tan simple como eso.

Cuando abro mis ojos en la mañana, o me estreso pensando todo lo que tengo que hacer en el día y el poco tiempo de que supuestamente dispongo, o advierto lo maravilloso que significa poder vivir un nuevo día, lleno de cosas satisfactorias como pasear, comer, beber, laborar, estudiar compartir con mi familia, amigos y… hacer el amor.

Es que no tengo otra posibilidad para ser feliz que verlo positivamente. No puedo agregar un segundo a mi vida, ni conocer mi porvenir. Lo único seguro y verdadero es este momento; debo disfrutarlo al máximo para lo cual el apropiado uso del tiempo es fundamental, porque como hay un tiempo para cada cosa, se trata de ordenarlo conforme a mis prioridades.

Dispongo del presente, mi presente que es mi tiempo; como yo lo imagine, diseñe y utilice, puedo aplicarlo en función de mi interés. En vez de estresarme por su extensión o limitación, simplemente lo convierto en un instrumento de mi felicidad y lo disfruto.

Yo creo en Salomón: Hay un tiempo para cada cosa, y un momento para hacerla bajo el cielo. Por eso lo tomo como otra bendición de Dios: abrazo a mis seres queridos, les manifiesto mi amor; vivo mi vida y la parte de ellos que me permiten compartir y… doy gracias.

Amo mi tiempo porque me permite sentirme vivo, activo, motivado, ilusionado por disfrutar lo que conozco y emocionado por lo que conoceré dentro de un segundo. Es mi vida que se renueva en cada instante, que disfruto y vivo intensamente, porque es mi parte en este viaje terrenal y no me puedo dar el lujo de desperdiciarla.

No puedo permitir que una bendición, como es el tiempo, se convierta en algo desagradable.

Les invito a meditar sobre la inutilidad de apresurarse, desesperarse o estresarse por ganarle a un tiempo, que no conoce el significado de… la velocidad.

Próxima Entrega: DESEOS Y VOLUNTAD

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Los padres… quienes vivimos ese extraordinario rol somos seres afortunados… muy afortunados. Dios nos permite parecernos un poco a Él. Damos vida como Él y como Él podemos ser guía de seres humanos. Pienso que hay muchas maneras de manifestar el amor, pero una de las más sublimes es la de sembrarlo con nuestros actos en el alma de quienes amamos. Ese es el caso de los padres. Cuando entendemos nuestra verdadera función, podemos vivir todas las etapas de nuestros hijos desde su nacimiento hasta cuando dejamos este mundo, y entonces tenemos el privilegio de alguna manera, por su descendencia,  repetir nuestra propia vida en ellos.   

  Calificar quien es o no buen padre, requeriría de un análisis de carácter filosófico que tendría que ver con la ideología del analista y por tanto, siempre sería un concepto general. En mi experiencia como hijo y mi condición actual de padre con hijos felices, quienes mantienen conmigo una inmejorable relación que  ha superado lo consanguíneo por lo amistoso, me siento calificado para emitir un criterio serio, ponderado y bien intencionado, sobre lo que para un hijo debería significar unos buenos padres.   

   En principio, no hay ser viviente más vulnerable que un niño recién nacido, por no decir recién concebido, porque es un hecho incuestionable que desde  el momento de su concepción hasta que deja el hogar, el hijo requiere de atención por etapas progresivas que tienen que ver con su alimentación, salud, educación y formación para la vida. Ese cuidado contínuo corresponde a ambos padres. Al fin y al cabo, cuando se trae un niño al mundo se lo hace sin su consentimiento. Simplemente se le concibe voluntariamente, pero se le trae sin que pueda dar su aprobación. Ese hecho se constituye en un extraordinario compromiso de procurarle una vida sana y feliz. Lo cual no debería ser muy difícil, porque nuestra sociedad se ha organizado de tal manera que, en todas y cada una de sus actividades se contempla como prioritaria la atención a los niños.  

   Los hijos traen un equipaje de amor, inocencia y ternura que aumentan el regocijo que hacen de las parejas verdaderos hogares; por lo cual, unos buenos padres serían aquellos que, en todas sus actuaciones agotaran sus posibilidades de tener como derrotero, los mejores logros para sus hijos. Esto representaría para ellos formarse en un hogar bien avenido, donde el amor, el respeto y la consideración por  su persona  humana sería la condición suprema. Es incuestionable que normalmente, los hijos dan a la sociedad lo mismo que recibieron en sus hogares. 

    Un buen padre será aquel que produzca en la etapa del embarazo una vida feliz y de cuidados a la madre, que se proyectará en buena salud física y mental al concebido. Luego de nacido, pondrá su mejor empeño en mantener al niño en  condiciones de salud y bienestar físico, mental y espiritual; enseñándole con su mejor ejemplo desde su más tierna edad el amor, el respeto y la aceptación, como aspectos esenciales de toda relación humana. En la etapa del crecimiento y hasta su mayoridad, deberá estar consciente de que lo que él haga estará siendo observado por el menor, quien sin duda lo imitará e incidirá en su personalidad, carácter y actuación, como el mayor peso en la definición de esa identidad que le acompañará toda su vida.   

  Los padres dignos de este honroso título conocen perfectamente las necesidades de sus hijos y las jerarquizan. Saben que tan importante es el pan de cada día, como el amor y la compañía permanentes,  la salud corporal, y la salud espiritual; que tan importante es la formación académica, como el ejemplo que de ellos reciban; que tan importante es el tiempo que se dedica al trabajo para lograr el sustento familiar, como aquel que se consagra a la atención de  su pequeño pero gran mundo de su vida diaria  familiar. Por eso establecen como eje de todas sus actuaciones su hogar. Es por lo cual nunca cambian el tiempo que deben otorgar a sus hijos por acrecentar sus ingresos. Ni un fin de semana con su familia, o la asistencia al juego de fútbol de un hijo,  por la atención a otros compromisos de carácter social.  

    Los verdaderos padres nunca olvidan que los hijos crecerán y por ley natural dejarán el hogar; por eso no desaprovechan oportunidad para vivir un poco de su propia vida… mientras les quede tiempo. Saben que la única manera de mantener su amor, confianza y comunicación cuando partan, es el recuerdo placentero de su estadía en el hogar y la consecuencia con que fueron allí tratados. Están conscientes de que su partida no será nunca motivo de infelicidad, sino de felicidad; porque en casa aprendieron qué se hace y cómo se vive en un hogar feliz y por tanto, aunque partan del hogar, sin importar cual fuere la distancia del suyo propio, siempre querrán la presencia, el consejo y la ayuda de quienes les produjeron una niñez y juventud felices.  

   Los padres merecedores de esa palabra siempre grata: “papá” y “mamá”, saben que gracias a su actuación respetuosa, tierna, consciente y considerada con sus hijos, éstos pueden partir pero realmente nunca se irán por siempre. Jamás romperán ese vínculo espiritual e invisible, pero muy fuerte, que les une a quienes les dieron lo mejor de sí para hacerlos personas dignas y con vocación de felicidad. No dudan ni por un momento que a sus hijos nunca les faltará nada fundamental, porque lo más importante para ser felices, que es el amor a sus semejantes y la seguridad de que Dios siempre estará con ellos, se la sembraron en el alma desde su más tierna edad, y quienes las poseen, como lo establece el principio Bíblico al amar a su prójimo como a si mismos, todo lo demás llegará por añadidura.

    Fue eso lo que quiso decirnos el salmista cuando con gran sabiduría refirió: “… en mi larga vida no he visto hijo de justo mendigando pan.”  

Próxima Entrega: PADRES INTEGRALES II   

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