La vida me ha enseñado que aun siendo parte de un grupo social y específicamente de una familia, conviene tener nuestra propia burbuja. Claro está que no me refiero a esas que hacen los niños en los parques con agua de jabón, o la que se forma en las aguas de los ríos o en los lagos; me refiero a mi querida burbuja personal.
Cuando era un niño y hasta cumplir los diecisiete años, como miembro de una familia numerosa donde el mayor esfuerzo se dedicaba a luchar por la supervivencia, nunca fui bien comprendido ni debidamente interpretado; especialmente por mi padre y mis hermanos, quienes no entendían mis necesidades de realización espiritual, siendo que mi único confidente lo fue mi madre. En esos momentos duros de mi soledad ideológica, tuve la necesidad de diseñar un mecanismo de defensa frente a los efectos de la agresión silente pero dolorosa de… la indiferencia a mis necesidades.
Fue en esa época cuando produje mi burbuja personal con escaso espacio para mi persona, porque en mi soltería quien siempre me acompañó no lo requería: Dios. En esa estructura invisible y sólo para mí existente me protegía frente a la incomprensión, la indiferencia afectiva, la burla grotesca, la chabacanería y la ofensiva ignorancia de quienes conformaban mi entorno íntimo. En el eco de su piel virtual aprendí a oírme a mí mismo, en mi soliloquio de sueños y esperanzas.
En su vientre, preservé mucho de lo que quería compartir pero no me daban la oportunidad de hacerlo. Tras su cuerpo invisible me hice fuerte frente a la crítica malsana, la estulticia, la escasez de valores y principios, vigentes en el medio en el que me tocó vivir esos años. Ella fue la coraza que me permitió no sucumbir en ese tremedal que vivíamos quienes carecíamos de los recursos más elementales, donde la pobreza mental, los vicios, la pedantería, la inopia y la frustración hacen de la vida… una falacia.
Luego, cuando crecí y amé profundamente a ese maravilloso ser que hizo causa común conmigo y mis sueños, amplié mi burbuja personal con espacio suficiente para dos cuerpos y dos… almas. Esa burbuja ampliada que me ha acompañado durante estos últimos treinta y ocho años de amor conyugal, que únicamente mi esposa y yo conocemos, está siempre disponible cuando la requerimos, independiente del tiempo o el lugar.
En el inicio, en ella nos refugiábamos cuando nadie creía en nuestros proyectos y la situación parecía demasiado dura, o para aclarar nuestras disidencias, sin que lo advirtieran nuestros hijos. La burbuja se hizo más importante y prácticamente indispensable, cuando la última hija que nos quedaba en casa cumplió los dieciocho años, porque entendimos que se acercaba su partida. Desde entonces le insuflamos elasticidad en la medida de la necesidad objetiva, de tal manera que pudiésemos adaptarla a cualquier situación.
Hoy, cuando ya todos los hijos dejaron el hogar y construyeron los suyos, la utilizamos a diario; sin que otros lo perciban, su piel invisible pero fuerte rebaja el impacto cuando tropezamos con la inconsecuencia, falta de amor, incomprensión e insensibilidad que han convertido este mundo en una lucha permanente, inhumana y prácticamente sin reglas, donde se compite casi por todo.
Dentro de su cúpula invisible nos embarcamos en ese viaje de emocionante aventura que es nuestra vida, posibilitándonos actuar, pensar y creer diferente a los demás, pero sin afectar su forma de concebir la vida y las cosas. De alguna manera, esa burbuja existencial que hemos construido, donde nos sentimos protegidos permanentemente, nos permite materializar ese principio de Ortega y Gasset, que hemos hecho nuestro: ser nosotros y nuestra circunstancia.
¿Qué por qué no vivimos siempre en esa burbuja?
Pues bien, como nuestra burbuja es invisible nos protege de los eventos, influencias y actuaciones negativas de quienes no creen como nosotros, en la obligación de amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos, pero no por eso nos separa de ellos ni de quienes necesitan información positiva, o alguna ayuda que podamos prestarles para entenderla mejor, es por lo cual necesitamos un tiempo fuera de la burbuja, cual es el que utilizamos para decir a esos hermanos del exterior, que si tenemos amor, fe, optimismo, confianza, positividad y nos convencemos de que somos hijos de Dios, nadie ni nada podrá sernos adverso, porque tenemos su poder como un pedazo de Él, que bien utilizado es simplemente… milagroso.
Nosotros somos un buen ejemplo del resultado positivo de esa ideología. Más de treinta y siete años de feliz matrimonio, disfrutando todos los días nuestro amor, el de los cinco hijos, los nueve nietos y haciendo por los demás lo que quisiéramos recibir. Claro está, con profundo respeto por la vida de cada uno y sus personales circunstancias, pero con idéntica convicción de que vinimos a este mundo para ser felices y que no lograrlo sería además de un imperdonable desperdicio, algo así como una blasfemia. No importa si, como en nuestro caso, para continuar siendo felices tenemos que pasar una buena parte de la vida, en nuestra propia burbuja.
Próxima Entrega: A QUIEN SUPERAR
Solo queria expresar que, hoy amaneci con ese imenso deseo de vivir en mi propia burbuja. Decidi buscar en internet y me encontre con su experiencia de vida. Y me parecio super atinada a mi VIDA, por las muchas razones q usted expone en su experiencia. Al igual q ustedes en este mundo lleno de diversidad y diferente tipos de Creencias, He decido vivir en mi propia burbuja personal, donde tenemos el control nosotros mismos de no permitir q segundas y terceras personas insensibles danen y quiten la Paz y Felicidad de nuestra hermosa vida dada por Dios. Gracias eso era todo lo q queria comentar.