En todos los tiempos -por ser la mayor ambición del ser humano- se ha escrito y especulado sobre la felicidad con diferentes criterios y disímiles formas, pero con la tendencia equivocada de considerar que sólo se materializa en pocos casos u ocasiones en la vida, por considerar que la produce un evento extraordinario o especial. Estoy en desacuerdo con tales estimaciones, ya que, en mi personal concepto, la felicidad no tiene nada de extraordinario ni especial, porque dada mi experiencia de vida feliz, sé que la felicidad más duradera no es más que la suma de situaciones sencillas que nos hacen la vida más grata, pero no un evento especial por sí mismo, extraordinario.
Ser felices o no, es opción que sólo nosotros mismos en nuestro fuero interno podemos decidir; dándole el color y sabor deseados a situaciones sencillas y cotidianas, sin que ninguna de ellas tenga por qué ser especial o extraordinaria. Aseguro que así como nadie puede hacernos felices si nosotros no lo aceptamos, tampoco es fácil que nos puedan hacer infelices, si la trascendencia de los eventos que nos acontezcan se la damos nosotros, sin permitir influencias externas.
Si consideramos que cualquier situación que nos sobrevenga, su mayor entidad de afectación será aquella que nosotros mismos le otorguemos, y no la que represente en sí misma como una generalidad, siempre estará en nuestras manos hacerla mejor o peor; esto es, abonarla o restarla a nuestra felicidad. Es que disponemos del calibrador permanente de todo acontecimiento sobrevenido: nuestro milagroso estado de ánimo, que nos posibilita mirar el devenir de todo acontecimiento del color que nos apetezca.
Así como verdad y sinceridad caminan juntas, con Dios y amor tomados de la mano haciéndonos compañía en este largo y venturoso camino de la vida, felicidad e infelicidad son vecinas, escasamente separadas por la visión que de ellas tenga nuestra alma; porque somos nosotros quienes decidimos la positividad o negatividad de cada situación o circunstancia que nos afecte. Es por lo cual, el único valor cierto y real que tienen los actos o las cosas, en función de nuestras felicidad, será aquel que nosotros libremente le demos; y eso, ciertamente, es un privilegio único de los seres humanos. Pienso que la felicidad no es algo que cae del cielo, sino que producimos en la interacción diaria con nuestros semejantes, porque depende de nosotros y no de ningún acontecimiento en particular.
Deja una respuesta