Durante miles de años, el amor era un sentimiento muy poco tomado en cuenta, más allá de lo romántico, entre los amantes o el amor materno. Al menos en las familias, los padres eran “Pater Familia” por lo cual, para ellos y la sociedad, la esposa y los hijos eran simplemente, como decían los romanos “alieni iuris”, esto es menores de edad, que es como decir que no eran tomados en cuenta para ninguna decisión dentro o fuera del hogar; al extremo llegaba esta aberración, que los hijos no besaban a los padres, porque “…los hombres no besan a los hombres” Ciertamente, nadie hizo caso a Jesús de Nazaret cuando sentenció: “Amarás a tu prójimo como a tí mismo”, más allá de los hipócritas religiosos, que lo mencionaban para rellenar sus discursos vacíos. Pareciera tan extraño, que todos estamos conscientes de que por amor vinimos al mundo, por amor continuamos manteniendo la especie; por el amor se han evitado guerras y salvado imperios.
El amor es la fuerza que mueve al mundo, la cual por cierto no se gana con dinero ni con armas. El amor es el sentimiento más autentico y espontaneo que mueve al ser humano. Especialmente hoy, cuando el racismo, al menos en el mundo civilizado, está en franca caída, uno ve la ternura que surge entre dos enamorados de razas, credos y civilizaciones diferentes, rompe con horribles tradiciones milenarias, dándole el valor, respeto e independencia que debe tener la mujer en la pareja y la confianza y lealtad que antes fue un mito en el pareja. Ese amor ha producido que los niños tengan derechos, en la mayoría de los países civilizados celosamente protegidos por el Estado de Derecho.
En el caso de la mujer, en casi todos los países donde impera el Derecho, gracias al amor, existen Leyes especiales de protección a la mujer y a la familia. El amor nos ha enseñado que todos los problemas pueden ser arreglados por las buenas, o al menos que sus resultados en tales casos serán preferibles a las peleas y querellas. Los Abogados exitosos en estos días no son los litigantes, sino aquellos que agotan la vía amistosa y conciliatoria en busca de la solución al conflicto, a veces aún en contra de sus propios honorarios. Los matrimonios en divorcio o parejas informales de muchos años que se separan, hoy, antes de llegar al divorcio optan por la terapia bien intencionada, que al menos en mi vocabulario profesional le llamo “reingeniería de pareja”, lo que los lleva a tomarse un tiempo razonable, separados o no, que les permite evaluar el resolver los problemas personales y familiares, así como les da el tiempo para pensar suficientemente si valió la pena el inconveniente sucedido para terminar una relación, que no solo costó tantos años mantenerla sino que nos condicionó a contar con un equipo constituido por los cónyuges que, como acertadamente lo sentenciara Jesús de Nazaret “…dos son mejor que uno, porque si uno cae el otro lo recoge y si uno está triste el otro le consuela”. Y es que como asesor familiar y de parejas, tengo muchos ejemplos de matrimonios y parejas convencionales de muchos años de unión, que luego de tomarse un tiempo razonable, a veces de meses y hasta de años, hicieron su reingeniería de pareja, que les permitió determinar serenamente donde habían errado y que habían dejado de hacer correctamente durante la relación; volvieron a unirse se perdonaron mutuamente con la promesa de nunca más recordar lo sucedido, e hicieron nuevamente sus uniones mucho más fuerte que antes.
Debo acotar que nada de esto se hubiera podido lograr entre estos integrantes de esas familias, si no hubiese existido lo fundamental: esa relación subyacente que no muere que se llama EL AMOR. Para quienes hemos amado toda la vida y por eso tenemos matrimonios que superan los cincuenta años, sin que de ninguna manera nos parezca fastidioso, sino por el contrario indispensable la presencia de nuestra pareja, no podemos terminar de entender algunos casos de separaciones, después de años de lealtad y sacrificio, por un error de alguno de los cónyuges, sin que se tome en consideración todos los años de lealtad y amor que este profesó a su consorte, con anterioridad al hecho sucedido.
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