El amor es unívoco; vive por siempre y en todas partes; es inmortal y a prueba de todo tipo de maldad; supera todas las desgracias y regocija el alma; perdona todos los agravios y sana las heridas; no conoce términos como revancha o desquite; está hecho de una magia sin la cual la vida no valdría la pena de vivirla; es el combustible que mueve al hombre; sin él los mares, los valles, los ríos, los desiertos y… el cielo, no existirían más que como paisaje geográfico inerte y sin interés para el hombre. El amor habita a toda hora y en todas partes: en la calle, en los parques, en las escuelas, en los trabajos, en los pájaros, en los árboles, en las nubes, en las alas de la mariposa, el perfume de las flores, el ruidoso y secreto lenguaje de las hojas y los árboles; en las palabras, en las sonrisas, en las lágrimas, en la alegría, en la tristeza, en las sombras de la noche, en la música del viento, en el silencio, en la luz del radiante día y… en mi alma, entre muchas de sus miles de moradas.
El amor no puede estarse quieto, porque es energía y no puede estar inerte. Anda suelto, volando, corriendo, caminando, lento, con o sin prisa; pero siempre en busca de su único alimento: más amor, cuando lo encuentra se agiganta, se revoluciona, se hace incontenible es sus logros, tanto, que podría revivir los sentimientos considerados… muertos. El amor succiona la alegría, la emoción, la pasión, el entusiasmo, el altruismo, la generosidad, la humildad, la caridad y hace que nos parezcamos a Dios. Por esas características propias, sobrevive todas las catástrofes y da fuerza especial a los supervivientes. Mueren las personas, inclusive aquellas que se aman, pero el amor no muere, porque es autosuficiente, indestructible e indispensable para que el mundo siga siendo bueno para la vida.
Es por lo cual los que aman con el máximo de su capacidad, pueden asegurar que… han vivido. Del mismo modo, quienes no lo han visto en las gotas del rocío sobre el pétalo de una rosa, o desgajándose de unos ojos llenos de plenitud, alegría o dolor, en la mirada brillante de la madre al parir; quien no haya sentido esa magia especial en la piel de su cuerpo y de su el alma, jamás podrá decir: YO HE VIVIDO.
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