En mi paseo sabatino por un parque de la Ciudad atrajo mi la atención el llanto de una bella niña de unos tres años de edad, quien lloraba desconsoladamente porque su padre, con su hermanito en los brazos, se alejaba dejándola con la abuelita.
Era tanto el sentimiento en el llanto y tanta la desesperación en la carita de aquella inocente criatura, que yo, como abuelo de diez nietecitos, sentí un profundo dolor y si se quiere impotencia por no poder hacer nada por ella; ya que, como es conocido, en estos días de crispación por la gran inseguridad personal, los adultos tememos acercarnos a niños extraños, por las consecuencias que podrían derivar de una interpretación inconveniente de sus padres.
Esta escena, para mi desgarradora, me hizo reflexionar sobre el mundo de los niños, que Dios en su infinita misericordia me ha permitido conocer, disfrutar y convivir desde que tengo uso de razón.
Es lamentable que la mayoría de los padres no se detengan a reflexionar sobre la real dimensión del mundo de los niños, cual por cierto, pudiera ser el más reducido. Para los niños, su mundo es tan pequeño que se restringe al ámbito de su familia inmediata, y más específicamente, al de papá y mamá. Ellos no tienen nada más que consideren realmente suyo. En su pequeño mundo, mamá y papá lo son todo: amor, alimento, protección, seguridad y apoyo. Por tanto, no disponer de lo único que tienen en su corta vida, aunque fuere por muy corto tiempo, para ellos se convierte en una tragedia.
Es que los niños son prácticamente minusválidos, para casi todo. Escasamente saben hablar, y no muy claro; caminan inseguros; no tienen sentido de orientación; no saben producirse su alimentación, pero menos aún defenderse de cualquier agresión. Todas esas limitaciones, resultado de la inexperiencia de su corta vida prevalecen frente a su curiosidad por conocer y aprender, produciéndoles un exagerado sentimiento de temor a lo desconocido, que en ellos es casi todo.
Por eso, para ellos es tan importante la compañía de sus padres, quienes, de hacerse estas reflexiones, seguramente cuidarían de mantenerlos la mayor cantidad de tiempo posible a su lado, para que no se sientan solos ni desamparados. En el caso en comento, el llanto de la niña, no interpretado debidamente por su padre, era un grito de auxilio sólo audible para quienes como ella, viven en tan reducido mundo.
Definitivamente de acuerdo contigo, y una gran realidad que muchas veces explicarle a los niños que estarás dejándole con su abuela, abuelo, o algún familiar con quien tenga contacto de manera continua le permite entender que estar temporalmente lejos de sus padres, y así no tendrá ese sentimiento de abandono tan horrible, como el que sintió esa niña.
es muy cierto como padres cometemos el grave error de dejar que pasen los dias y cuando nos detenemos a mirar ya son una mujeres y hombres que crecieron con carecias de amor, padres solo les digo el dia a dia nos obliga andar acelerados, pero lo que les aconsejo como madre es que un minuto que le dediquemos a nuestros hijos, sea multiplicado con mucho amor, compresion, ternura y sobre todo escucharlos