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Archive for the ‘COMPARTIR LO BUENO Y LOMALO’ Category

Una lectora me solicita que escriba sobre la felicidad en tiempos de crisis política. Evito tocar temas que tengan que ver con opiniones políticas por razón de mi multiplicidad de lectores, pero somos animales políticos y sería hipócrita obviar lo que nos hace diferentes a los demás seres vivos.

Es que nuestra condición inteligente y esencialmente especulativos, nos sumerge dentro de una constante especie  de perturbación, más que crisis vivencial.

Personalmente, siempre he visto al mundo y mi país en crisis. Nací en plena segunda guerra mundial, cual sumió al mundo en una crisis gigantesca. Soy hijo de un refugiado político, quien nunca superó el ostracismo y parcialmente me involucró en su propia crisis personal.

Nuestra memoria es frágil y casi siempre olvidamos crisis anteriores. Hasta los 17 años viví la Dictadura de Pérez Jiménez, que por sí misma representaba una crisis para buena parte del País.

Durante la Democracia, en cada uno de los períodos quinquenales, de una u otra forma nos sentimos en crisis: atentados, guerrillas, persecuciones, huelgas, controles de cambio, quiebra de bancos; y… cambio generacional, difícil de procesar por quienes no entienden la sinergia de esta máquina del tiempo, que es nuestro mundo.

Entonces, no es extraño que hoy, viviendo un nuevo experimento político nacional, que pretende no un cambio de gobierno sino de sistema, como en anteriores oportunidades, un segmento de la población se sienta en crisis.

No obstante, la felicidad es algo que nace, crece y vive en nuestro interior, por encima de cualquier crisis; sólo nosotros podemos producirla, detectarla y mantenerla. Así, como las crisis son producidas por y desde el exterior de nuestro ser, si somos espiritualmente fuertes, la felicidad no debería afectarse gravemente por elementos externos.

Las personas felices viven el momento; de el toman lo bueno, sano y edificante, que disfrutan intensamente. Lo desagradable, perturbador o dañoso, simplemente lo desechan; no le dan trascendencia tal que pueda sumirlos en crisis, porque si no es lo deseado, simplemente le aplican la regla de oro:   ESTO TAMBIEN PASARÁ.

¿Podría alguien asegurarme que en crisis es imposible amar, compartir, dar, ser útil, crecer y fortalecerse cultural, espiritualmente y encontrarse con Dios? No, porque todo momento es bueno para disfrutar esos tesoros que nos fueron dados, la esperanza y la felicidad. Como lo escribiera Oswald: “… la felicidad debe ser considerada como el objeto de la civilización.” Y, venturosamente, eso sólo depende de nosotros.

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«Deja que los muertos entierren a sus muertos.»

Jesus de Nazareth

Paradójicamente, el factor constante de perturbación de las parejas no lo representa las situaciones fácticas actuales, sino el efecto de eventos que se sucedieron en el pasado, pero que continúan atormentándoles, precisamente porque no han sabido cerrar la puerta al pasado.

El pasado es un muerto y los muertos deben permanecer en el cementerio. Todo lo que sucedió hace un segundo ya es pasado y nada se puede hacer por cambiarlo; representa un tiempo que ya no existe.

Del pasado solo vale la pena recordar los bellos momentos. Por tanto, no tiene lógica permitir que los recuerdos de algo negativo que pasó y que ya no puede cambiarse nos preocupe; pero menos aún, permitir que nos haga daño.

La vida tiene tantas cosas bellas que disfrutar, sin que sepamos por cuanto tiempo, que es un desperdicio dedicarle nuestro valioso hoy a un tiempo que se fue, pudiendo consagrarlo a vivir intensamente todas las muchas bendiciones de que disponemos para nuestra satisfacción y deleite.

Si perdimos un amor, si no nos comprendieron, ofendieron, engañaron o agraviaron, nada nos beneficia recordarlo, sino por el contrario, debemos olvidarlo. No importa cuanto tiempo pudimos amar, lo importante fue que amamos, y amar siempre ha sido un privilegio; es lo bello del amor lo que debemos recordar. El amor no hay como medirlo ni tiene precio, sólo se vive, se disfruta y esa maravillosa sensación es algo que ya jamás nadie podrá quitarnos.

Si no cerramos la puerta del pasado a los recuerdos negativos, no podremos mantener el alma limpia y preparada para el nuevo amor que vendrá, que por regla general es más emocionante y pleno, porque la nostalgia, que es la hermana gemela del pasado, se encargará de desvirtuar la realidad.

Conocemos nuestro peso específico; sabemos de todo el amor y la ternura que somos capaces de dar; si alguien no nos ama, pues se lo pierde. Tan claro como eso. Es con optimismo, con fe y confianza en nuestras realizaciones como viviremos nuestro hoy y construiremos nuestro futuro. Todos los días avanzamos en el crecimiento espiritual y eso nos convierte en una buena opción para quien quiera compartir felicidad.

Además, en este camino de la vida, alguien viene en sentido contrario buscando lo mismo que nosotros; más temprano que tarde nos encontraremos y el amor que nunca muere, renacerá; seremos felices en nuestro hoy, y en el mañana, si es que llega. Entonces… ¿Qué razón tendría recordar lo malo del ayer?

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Cuando dos personas diferentes llegan a hacer de sus vidas un solo cuerpo y una sola alma, es un evento especial que sólo puede producirlo… el amor. La principal motivación para unir nuestra vida a la de otro, casi siempre extraño hasta poco antes de conocerlo, es confundirse en uno solo con esa otra persona.

El amor surge espontáneo, pasional y… urgente. Su espontaneidad le genera riesgo, pasión y peligro. Su urgencia es la de lograr unir el cuerpo y el alma con quien amamos, sin importar el riesgo. Cuando amamos, jugamos a ganar o a perder; simplemente, lo arriesgamos todo sin reservarnos nada. Nuestros mecanismos de defensa se minimizan y sólo queda espacio para la emoción, la pasión, el entusiasmo, la ilusión y… la esperanza. Todo inmerso en esa bruma rosada que nos hace ver la vida como debería serlo: muy bella.

El resultado de esa hermosa aventura que significa hacer pareja, dependerá de que los dos tengan la capacidad de confundirse en un solo corazón y una sola alma; lo cual por cierto no es tan difícil, pero sí requiere de nobleza, generosidad, deseos de dar, reconocer y aceptar a quien amamos, en sus propias y originales dimensiones humanas.

No es posible encontrar un “prototipo” conforme nuestros deseos, pero si tenemos la capacidad de fundirnos con el otro, al confundirnos nos hacemos una parte de su cuerpo y su alma. Así, al integrarnos en uno solo, vencemos las diferencias, caminamos por el mismo sendero con los mismos intereses, ambiciones y sueños; eso es posible, lo he vivido y disfrutado por más de treinta y nueve hermosos años. No ha sido fácil, pero si emocionante y engrandecedor.

Es como una meta que establecemos, en beneficio de la cual todos los días hacemos algo positivo, beneficioso y… agradable. Tiene que ver mucho con el color que uno asigna a las situaciones y eventos de la vida diaria. Somos nosotros y nadie más los responsables de lograr el premio; viviendo de la mejor manera posible, manteniendo vivo el afecto y el respeto, haciendo del hogar un nido de amor donde se funde y progrese una familia; y eso sólo puede lograrse cuando dos personas que se aman y hacen pareja, tienen el valor y sinceridad de mostrarse como son, de actuar para fundirse y confundirse en un solo cuerpo y una sola alma.

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Hoy, como padre más que como consejero familiar, me he sentido triste al leer un comentario de una de mis lectoras muy jóvenes, quien se quejaba de su supuesta enfermedad de depresión permanente –para lo cual está siendo medicada- al punto de confesarme que lo único que la apegaba a la vida, era el dolor que sabía produciría a su familia en caso de perderla. Tal injustificada situación me hizo reflexionar sobre el hecho de que, en la mayoría de los casos, los humanos producimos muchas de nuestras enfermedades físicas y creamos las condiciones para desestabilizar nuestra psique. Opino que la raíz de esa desacertada circunstancia vivencial, reside en el hecho de que pensamos y nos preocupamos más de lo que carecemos y/o pudiéramos llegar a tener, que de lo que realmente disponemos a nuestro alcance. En este mismo sentido, nos preocupamos más por el objetivo final de nuestras metas, que por vivir el camino que recorremos para lograrlas. En el primer caso, descuidamos contar las múltiples bendiciones que recibimos de Dios todos los días, como el mantenernos vivos, cuando tantas personas menores, de igual o mayor edad, mueren todos los días de diferentes maneras. Unicamente el disponer de juventud –como el caso de la joven que refiero- que es el mayor tesoro de un ser humano racional, es sin duda, una de las más ricas bendiciones. Igualmente, poseer todo nuestro cuerpo, cuando hay tantas personas que carecen de uno o más miembros; poder utilizar nuestros sentidos, que nos permiten disfrutar de la belleza; oír la música y la palabra amor; degustar los múltiples manjares de nuestra dieta diaria; oler el maravilloso perfume de las flores; y sentir el toque mágico en la piel del ser amado, no podemos llamarlo más que bendiciones. Pero, en un mundo donde cada quince segundos muere un niño de hambre; y un mil trescientos millones de personas viven bajo pobreza crítica, lo cual implica no tener trabajo, ni casa, ni educación, ni bienes de ningún género, y escasamente el alimento mínimo para no morir de inanición, tales datos que no nos afectan personalmente, no pueden más que hacernos sentir privilegiados. Entre otras cosas, porque nosotros tenemos –al menos en la medida conveniente- casi todas las cosas de que ellos carecen, especialmente alimentos, cuales algunas veces rechazamos por el temor a engordar, en las mismas cantidades con las que ellos, si los tuviesen, sobrevivirían. Pues bien, todas esas bendiciones son las que debemos contar todos los días, porque en la medida en que lo procesemos, estaremos en capacidad de disfrutar mejor de nuestra vida cotidiana; pero también porque ese sentimiento de satisfacción inmediata, hace disminuir la importancia de las pocas cosas de las cuales carecemos, ubicándolas en su justo sitio. En el segundo caso, si en vez de dedicar todo nuestro esfuerzo, intelecto, dedicación y a veces hasta el sacrificio del afecto de quienes amamos, por lograr el objetivo final de nuestras metas, disfrutáramos del camino de lograrlo viviendo cada paso y cada estación; amando lo que hacemos y edificando a quienes con nosotros colaboran y nos hacen compañía; regocijándonos en cada momento y evento como si fuera el último, pero con la esperanza de que tendremos muchos mejores; dejando sobre el camino nuestra huella de diligencia, afecto, reconocimiento, gratitud, solidaridad y plenitud, seguramente al llegar a la meta estaríamos mucho más frescos, pletóricos de optimismo y llenos de vida, para disfrutar plenamente de esos ambicionados logros. Es que si descuidamos disfrutar el recorrido del camino, que es largo, lleno de actividad y oportunidad de dar y recibir, lo perderíamos; y, pudiera ser que luego, cuando lleguemos al final, si el resultado fuere como lo ambicionáramos, el tiempo para regocijarse pudiere resultar muy corto… y eso nunca nos lo perdonaríamos.

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“TODOS SOMOS UNO EN SIMBIOSIS CON DIOS”

Playa-Ferrara-En-Torrox-Costa-Provincia-de-Malaga_7555Nuestra naturaleza gregaria nos hace conectarnos con la idea de compartir vivencias, experiencias y… ayuda mutua, como condición para lograr una vida plena, cual no es posible obtener aislados o en solitario. Por tanto, requerimos desarrollar la actitud de sentir a las personas e interesarnos por sus particulares situaciones.

Conectarnos con el alma del prójimo es imbuirnos de su situación, compartiendo sus penas y problemas; dando apoyo moral y físico, a fin de hacer menos pesada su carga, porque cualquier situación siempre es más llevadera entre dos o más. Somos un todo con Dios y con el resto de los demás seres humanos, por lo cual las experiencias de mi hermano, de alguna manera tocan mi bienestar.

Funcionamos como órganos de un mismo cuerpo; si alguno se afecta, influye en su integralidad funcional y resultado. Cuando disfrutamos el éxito de nuestros hermanos o nos solidarizamos con su dolor y abriendo el corazón ofrecemos la mano solidaria, estamos contribuyendo con nuestro propio bienestar. Es que es difícil ser felices en soledad y todos necesitamos de… todos.

Compartir es condición indispensable para lograr nuestra realización material y espiritual. Nuestros hermanos humanos son el mayor regalo de Dios, ya que sin ellos nuestra vida no tendría significado.

Por eso tenemos que amarlos, aceptarlos, entenderlos, edificarlos y convertirlos en parte de nuestra propia preocupación. Fue eso lo que quiso significar Jesús cuando enseñaba: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” En esa sencilla expresión nos legó un compendio de amor, fe y esperanza en nuestros congéneres; pero también, por nuestra diversidad natural, nos dejó un compromiso: aceptar a nuestros semejantes como Dios los creó, porque al diseñarnos a su imagen y semejanza, nos hizo únicos y especiales.

Dios es amor, esencia, energía y poder juntos, más allá del tiempo y el espacio. Si reflexionamos sinceramente, entenderemos todo lo hermoso, amoroso, sensible y solidario que existe dentro de cada ser humano, siempre esperando que alguien toque la puerta y lo despierte, para saciar su sed de dar.

Tenemos necesidad de sentir que somos parte de un todo que es sinérgico, universal y poderoso; que no estamos aislados sino conectados, y que nuestros asuntos y los de las demás personas son de interés universal; que Dios nos puso sobre esta tierra para acompañarnos, amarnos, ayudarnos y jamás nos dejará solos. No asimilarlo y aprovecharse de ello, sería un desperdicio y una torpeza… imperdonables.

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«TU Y YO SOMOS LAS ALAS Y NUESTRO AMOR EL VIENTO QUE NOS LLEVA»

burbuja-5Una de mis amigas lectoras me envió un mensaje con fotografías de una joven pareja y sus niños paseando por la calle, en un parque y luego en el supermercado; todos sinceramente… bellos, haciendo un conjunto que me enterneció y arrancó lágrimas de ternura, amor y agradecimiento a Dios, por regalarnos seres humanos tan elevados, que aún en presencia de las mayores adversidades, son ejemplo para recordarnos todo lo mucho que Dios nos ha dado.

El esposo era todo ternura con su esposa. En la primera fotografía, en el hospital, ella abrazaba a su recién nacido y se notaba la enorme cicatriz de la cesárea. En la segunda, ella besaba a sus chicos y ellos le respondían con ternura inocultable. En la tercera fotografía, en la calle, mientras los dos niños caminaban entusiasmados delante, él la llevaba tiernamente de la punta de sus dedos de la mano. En la cuarta fotografía, en el parque, el esposo la cargaba sobre su espalda mientras ella abrazaba su cuello y la familia entera celebraba como si se tratara de una broma.

La última fotografía, para mí la más tierna, fue tomada en el momento de hacer las compras en el supermercado. El esposo con una mano tiraba del carrito de mercado, sobre el cual había subido al niño más pequeño y con la otra mano, sonriente tiraba de la patineta sobre la cual su feliz esposa deslizaba su medio cuerpo, porque ella… no tenía piernas.

Tanto amor, tanta comprensión, tanta nobleza, tanta solidaridad, tanta alegría que no resignación, tanto agradecimiento al altísimo por disponer de una vida para dar y una persona a quien amar, que exhumaba aquel extraordinario y guapo joven esposo, contagiando a aquellos dos bellos niños, amalgamaban elementos fundamentales para constituirse en el cuadro más edificante y la más hermosa oración silente a Dios, que jamás haya presenciado.

Considero un privilegio recibir esos mensajes, señales y guiños de Dios, que nos recuerdan cuanto hemos recibido de la vida, porque fortalecen nuestra convicción que, únicamente disponer de esta existencia es ya una gran bendición; pero para quienes tenemos un cuerpo sano y una mente alerta, es un tesoro incuantificable que estamos obligados a disfrutar y agradecer todos los días.

Porque si una mujer que nació sin las dos piernas, mantiene su autoestima en alto, conforma una familia, logra amar y ser amada, haciendo felices a su esposo e hijos, quienes la miman y tratan con inocultable felicidad; si un hombre, joven, guapo y sano disfruta de ellos con el amor más tierno, es la ratificación de que en el alma de todo ser humano, anida ese pedacito de Dios, cuya herencia divina, de acuerdo a las circunstancias, le pone por encima de cualquier situación por adversa que fuere, y eleva su espíritu que es amor sobre su materialidad, para, como en este caso sembrar en nuestra alma fuertes semillas de… esperanza.

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FAMILIAS
No obstante que un buen número de personas, en principio se aferran a modelos y etiquetas que proponen como panacea la riqueza, la fama, el poder, y como consecuencia lógica les orientan, a como de lugar y sin importar a quien se lleven por delante, al logro de tales fines, dejando en segundo o tercer lugar sentimientos e instituciones fundamentales, en lo profundo de su alma subyace el sentimiento de que hay otro norte, mucho más sólido, seguro, reconfortante, verdadero y permanente, que trasciende inclusive más allá de nuestra vida física: La familia.

Es que la historia del mundo está colmada de ejemplos de personas ricas, famosas y poderosas que nunca pudieron conformar una familia feliz, ni alcanzar su felicidad. En algunos casos, con toda su riqueza y poder no pudieron evitar la destrucción del núcleo familiar, la drogadicción, el alcoholismo, e inclusive, el suicidio de algunos de sus miembros, y al final, como alguien lo escribiera «fueron tan pobres que solo tuvieron dinero, por lo cual murieron sentimentalmente solas y decepcionadas, aunque sí rodeadas de quienes esperaban ansiosos su fallecimiento para disfrutar de esas riquezas, que fueron acumuladas a costa de sus mejores años, con la equivocada convicción que por sí mismas podían hacerlos felices.

Será por eso que cuando logramos bajar los mecanismos de defensa que esta sociedad a todos nos crea, en su gran mayoría e independiente de su posición social o económica, las personas coinciden en manifestar que, por encima y con prioridad a todo, su mayor ambición es hacer una familia amorosa, solidaria y permanente.

Hoy más que nunca, cuando el temor, la insensibilidad, incomprensión, desconfianza y falta de solidaridad humana parecen globalizarse; cuando los principios tradicionales y valores humanos andan de cabeza, la más sana ambición de cualquier ser pensante debería ser crear y desarrollar una familia permanente y feliz, cual más allá de fuente de amor real, verdadero, tierno, constante y solidario, se convierta en refugio físico y espiritual seguro, donde cargar las baterías para enfrentar esa lucha diaria por una vida mejor, que como hijos de Dios todos aspiramos y merecemos.

Si queremos sobrevivir a esa perturbación y estrés casi permanentes, característicos de estos tiempos, para vivir una vida armónica, con paz y felicidad, no debemos olvidar que no pueden el dinero, la riqueza o ningún tipo de poder, producir o suplir el amor desinteresado e incondicional, que surge del alma de esa persona que nos escoge dentro de todos los demás habitantes del mundo para hacer pareja, ni la de ese regalo que Dios nos envía para hacer más bella nuestra existencia: nuestros hijos.

Es en la familia amorosa y bien avenida, donde podemos encontrar nuestro mayor solaz, pero también donde se forman los reemplazos que mantendrán nuestra especie sobre esta tierra; y que, si hemos sabido sembrar en ellos ese amor tierno, sincero y verdadero, ellos lo extenderán más allá de esta vida física y… se mantendrá por siempre sobre esta madre tierra.

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«NO ME DIGAS COMO HACERLO, HAZLO CONMIGO»

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Como habitantes de Venezuela, un país de eterna primavera, con hermosos bosques, montañas, y llanuras; majestuosos ríos, lagos y playas de ensueño; una fauna y flora espectaculares; y sobre todo, con gente noble, generosa y amorosa, hoy, inexplicablemente estamos en riesgo de perder nuestra tranquilidad.

Quiero significar que estamos a tiempo de enderezar senderos porque aún tenemos reservas morales y mucho amor en nuestro corazón. No obstante que un pequeño grupo, de diferente matiz, que no pasa del diez por ciento de la población, nos quiera convertir en Tirios y Troyanos, no somos eso: somos venezolanos y… hermanos. Sin duda, existe diferencia en la forma de pensar entre unos y otros, pero eso no es malo, sino interesante, porque nos orienta a demostrar que unos podemos ser más útiles que otros, y así el país…gana.

Especialmente en época de convulsión mundial, cuando el modelo económico tradicional cruje frente a los cambios que produce la necesidad de un desarrollo para el hombre y no para la riqueza, la paz y tranquilidad son dones que no caen del cielo, sino que nos toca a todos y cada no de quienes habitamos este último refugio del mundo, hacer todo por lograrlo.

Tenemos que repensarnos y reencontrarnos de forma sincera y eficaz. Hoy más que nunca el país nos necesita; la patria nos llama, y no debemos olvidar que, cuando el clarín de la patria llama hasta el llanto de la madre calla. No podemos defraudarla. Somos sus hijos buenos que aman, esperan y son capaces de darlo todo. Los venezolanos siempre hemos sido del tamaño de la circunstancia que se nos presente.

Venezuela no comienza ni termina hoy. Somos y seremos siempre un gran país; refugio de propios y extraños. Todos somos necesarios e importantes. No hay nada simple ni sencillo, todo amerita un esfuerzo. Tenemos que abrir nuestro corazón y sentimientos, darnos la mano para encontrar el mejor camino que asegure a nuestros hijos y ancianos, que tienen y seguirán teniendo un país donde actuamos como hermanos y se puede ser feliz.

No es difícil encontrarnos. La causa es demasiado importante para no obviar diferencias. Requerimos concertar y concertarnos; mirar más allá, haciendo a un lado nuestras miserias humanas, reconociendo lo bueno que se haga y censurando lo malo sin importar su origen. Debemos otear el horizonte cercano, porque de allí avizoramos lo mediato y de largo plazo.

No es trabajo de una sola Institución, grupo o persona; es labor de todos quienes habitamos este país, sin excepciones. Yo, que he recorrido y vivido en  varios países, con propiedad puedo decirles ,sin que me quede nada por dentro, que no conozco ninguno como este, donde existen todas las condiciones para vivir felices. Sería un verdadero desperdicio, no aprovecharlo por la ùnica razón de no ser capaces de ponernos de acueredo.

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No es fácil tratar  sin  herir susceptibilidades,  algunos temas sobre los cuales desde nuestra más tierna edad nos han atosigado con paradigmas  y consejas erradas, que en nada nos benefician, pero que se hacen parte de nuestra cultura para fortalecer esa maquiavélica creación mental que es el temor. La muerte es uno de ellos, que como figura máxima del terror, en mi condición de consejero familiar, permanentemente tengo que lidiar.

 Cuando el ser humano no encuentra una explicación para un fenómeno, como mecanismo de defensa, lo rodea de misterio, mitos, interrogantes y… miedo; en el caso de la muerte, adiciona el terror.  Con esa idea, a la muerte se le ha creado la imagen de la parca, enfundada en un manto negro, con una calavera por cara y con una gigantesca hoz, errabunda por el mundo en busca de la mayor cantidad de pescuezos posibles, para segarlos sin ninguna compasión.

 De tal manera y para uso colectivo, sin distinción de edades, el hombre ex profeso y como si no existieran suficientes circunstancias atemorizantes, ha creado esa imagen terrorífica para representar el evento más seguro para todo ser humano y del cual nadie conoce nada, que no sea el que dejamos de respirar y nos ponemos a distancia de todo tipo de problemas: especialmente de las deudas y la maledicencia, porque a nadie se le ocurre ir a cobrarle a un muerto, pero también cuando alguien muere todos dicen -casi siempre sin creerlo – «Tan bueno que era.» Tal estará generalizada esta conducta, que al cementerio le llaman «La casa de los buenos.»

 Pero… ¿Qué es la muerte?

 En mi criterio, como fenómeno físico es la cesación de todo tipo de actividad del cuerpo, que inicia el proceso de incorporación a la tierra,  de todos sus elementos integrantes. Algo así como lo que sucede con un aparato eléctrico o electrónico, cuando lo desconectan de la energía. Simplemente, ya no funciona más.

 Desde el punto de vista espiritual, pienso que nuestra alma termina su estadía en esta tierra dentro del cuerpo que se queda aquí, y en ese viaje de ascenso espiritual eterno, regresa a donde vino.

 Cuando morimos sucede igual que cuando dormimos; no estamos conscientes de nada de lo que nos sucede alrededor, y por cierto es una sensación muy agradable. Será por eso que nadie se atemoriza por dormir, porque a nadie se le ocurrió decirnos desde niños que si nos dormíamos, pudiera ser que nunca más nos levantáramos, porque si tal hubieren hecho, el sueño nos aterrorizaría igual que la muerte.

 El temor a la muerte es psicológico, netamente mental como todos los temores creados por el hombre, sin conocer la intención y sin ningún beneficio.

 La realidad es que la muerte física no es más que un evento futuro e incierto, el cual sabemos que llegará pero no dónde,  cuándo ni cómo, y por supuesto, qué se siente al producirse.

 En mi caso, aunque amo mi existencia y me transo por cien años de vida, ni siquiera creo que deba prepararme para recibir la muerte, por que no tengo duda que, como el nacimiento, no me voy a enterar cuando suceda. Como mi convicción espiritual es eterna, sé que durante mi periplo por este planeta debo cumplir una misión que desconozco, de la cual forma parte todo lo que hago diariamente, pero que acepto feliz como la voluntad de Dios.

 En vez de perder mi tiempo preocupándome por la muerte, me ocupo de vivir lo más feliz e intensamente cada instante de mi existencia, con ansia de disfrute, con fruición, con deleite, como si me faltaran segundos para morir. Por eso no desperdicio mi tiempo pensando en cosas que no tienen solución, menos si las representan con una señora tan fea.

 Por eso amo a las personas de mi entorno íntimo, se los digo y demuestro a cada momento. Acepto a mis demás hermanos humanos como son, en su interesantísima diversidad y con su  personalidad individual; les acompaño y trato de compartir, en lo posible, también su vida. Disfruto de los alimentos, del descanso, de la diversión, del estudio, del trabajo y de… otras cuántas cosas más.

 Estoy demasiado ocupado procurándome felicidad,  para pensar en cosas tan poco interesantes y productivas como la muerte. Eso se lo dejo a las casas funerarias y los sepultureros, que son quienes viven de sus efectos.

 El razonamiento lógico es que los seres humanos tememos a lo que conocemos, que nos perjudica, o que estimamos que de alguna manera nos hace daño. Por eso es ilógico que temamos a la muerte, porque de ella no conocemos nada que nos pueda hacer daño. Por el contrario, nos encanta dormir y morir… es como dormir.

 Por cierto, hoy es mi cumpleaños número sesenta y seis. Seguramente me tienen preparada una torta y un brindis con cantos, abrazos y buenos deseos, precisamente, porque me falta un año menos para… morirme. 

 

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Para todos aquellos que desean constituir una pareja feliz.

El Autor.

Treinta y ocho años se dicen fácilmente, pero vivirlos es diferente; especialmente felices en pareja. Son muchas horas, días, meses y años, caminando el sendero de la vida; tropezando aquí y allá, convirtiendo lágrimas en sonrisas, levantándose, sacudiendo la ropa y avanzando, siempre hacia adelante.

Se comienzas desde cero en un mundo de proposiciones, sueños e ilusiones, convencido de que eres diferente. Tomas lo mejor de ti y lo pones al lado de esa otra persona que ha decidido embarcarse contigo en tu nuevo proyecto de vida, para iniciar una aventura de dos y para dos.

Los dos saben que el camino es largo, riesgoso, difícil, pero no imposible. Es un reto y debe afrontarse. La juventud y el amor fundamentan el proyecto, el ánimo y el entusiasmo están presentes. Sólo debes mantenerlos permanentemente… vivos.

El premio está al final, pero con buena voluntad, diligencia, ternura, aceptación, comprensión, respeto y entrega, el trecho por recorrer puede ser tan agradable como recibir el premio.

Pero, si desde que inicias el recorrido te haces acompañar de Dios, entonces ya no serán dos, sino tres para lograr la meta. Eso hicimos un día como hoy, cuando tomando nuestros pocos bártulos, abordamos el barco de una vida que, sobre la base de una inquebrantable solidaridad personal, nos prometimos hacer mejor todos los días y… lo logramos.

Realmente fue menos difícil de lo esperado y más agradable de lo previsto. El temor natural a lo desconocido, paulatinamente se convirtió en confianza y fe en nuestra capacidad para dar, aceptar, reconocer, respetar y compartir.

Las voces agoreras que auguraban problemas, como casi siempre, estaban equivocadas. Cupido no estaba solo ni dispuesto a dejar que el tiempo acabara con su magia; abrió sus alas, tiró sus aros y nos arropó en su seno. La suerte estaba echada y nosotros dispuestos a correr todos los riesgos, lo demás era cosa del tiempo, que supimos forzar a nuestro favor.

Hoy hacemos un stop en el camino, miramos hacia atrás y observamos complacidos que valió la pena. Casi media vida de felicidad, cinco bellos hijos, nueve bellos nietos y… muchos años por delante. De alguna manera, logramos probar que en el amor verdadero puede ser como los buenos licores: con el tiempo aumentan su calidad.

No ha decaído el ánimo y seguimos soñando. El amor se ha consolidado y sigue sublime, emocionante y mágico. El idilio se mantiene, el optimismo y la creatividad vencen la praxis de una vida que tiende a la monotonía.

A nuestro derredor muchas cosas han cambiado. La Ciudad ha crecido. Las personas han envejecido, muchas cosas se han hecho herrumbrosas, pero nosotros no: nos sentimos jóvenes, nos mantenemos sobre la ola, nuestro amor se renueva a cada momento, nuestra solidaridad con las personas y nuestro interés por las cosas sigue más vivo que nunca.

Hemos impuesto el amor por encima del temor. El espíritu por encima de la edad. La esperanza por encima del desánimo. La solidaridad por encima de la vanidad. El entusiasmo por la vida por encima del miedo a la muerte. La creatividad, la fantasía y la magia, por encima del hastío y la monotonía. Y todo eso resume el premio gordo: una vida feliz en pareja.

 

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