Una lectora me solicita que escriba sobre la felicidad en tiempos de crisis política. Evito tocar temas que tengan que ver con opiniones políticas por razón de mi multiplicidad de lectores, pero somos animales políticos y sería hipócrita obviar lo que nos hace diferentes a los demás seres vivos.
Es que nuestra condición inteligente y esencialmente especulativos, nos sumerge dentro de una constante especie de perturbación, más que crisis vivencial.
Personalmente, siempre he visto al mundo y mi país en crisis. Nací en plena segunda guerra mundial, cual sumió al mundo en una crisis gigantesca. Soy hijo de un refugiado político, quien nunca superó el ostracismo y parcialmente me involucró en su propia crisis personal.
Nuestra memoria es frágil y casi siempre olvidamos crisis anteriores. Hasta los 17 años viví la Dictadura de Pérez Jiménez, que por sí misma representaba una crisis para buena parte del País.
Durante la Democracia, en cada uno de los períodos quinquenales, de una u otra forma nos sentimos en crisis: atentados, guerrillas, persecuciones, huelgas, controles de cambio, quiebra de bancos; y… cambio generacional, difícil de procesar por quienes no entienden la sinergia de esta máquina del tiempo, que es nuestro mundo.
Entonces, no es extraño que hoy, viviendo un nuevo experimento político nacional, que pretende no un cambio de gobierno sino de sistema, como en anteriores oportunidades, un segmento de la población se sienta en crisis.
No obstante, la felicidad es algo que nace, crece y vive en nuestro interior, por encima de cualquier crisis; sólo nosotros podemos producirla, detectarla y mantenerla. Así, como las crisis son producidas por y desde el exterior de nuestro ser, si somos espiritualmente fuertes, la felicidad no debería afectarse gravemente por elementos externos.
Las personas felices viven el momento; de el toman lo bueno, sano y edificante, que disfrutan intensamente. Lo desagradable, perturbador o dañoso, simplemente lo desechan; no le dan trascendencia tal que pueda sumirlos en crisis, porque si no es lo deseado, simplemente le aplican la regla de oro: ESTO TAMBIEN PASARÁ.
¿Podría alguien asegurarme que en crisis es imposible amar, compartir, dar, ser útil, crecer y fortalecerse cultural, espiritualmente y encontrarse con Dios? No, porque todo momento es bueno para disfrutar esos tesoros que nos fueron dados, la esperanza y la felicidad. Como lo escribiera Oswald: “… la felicidad debe ser considerada como el objeto de la civilización.” Y, venturosamente, eso sólo depende de nosotros.
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