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Archive for abril 2008

Refiriéndose a ese hecho tan especial que produce el amor cuando dos personas muy diferentes, al hacer pareja llegan a hacer de sus vidas un solo cuerpo y una sola alma, Manuel García Morente escribió: «El amor es, más bien, una confluencia de dos vidas que se unen con el afán de fundirse, confundirse en una sola.»

 Sin duda, esta admonición encierra el sentido primordial de hacer pareja. Ciertamente, la principal motivación para unir nuestra vida a la de otra persona, casi siempre extraña hasta poco tiempo antes de conocerla, no es otro que el de fundir nuestra vida,  para confundirla en una sola con esa otra persona.

 Es que el amor surge espontáneo, imprevisto, pasional y… urgente. Su espontaneidad le genera riesgo; su pasión, peligro; y su urgencia es la de lograr rápida y apasionadamente unir el cuerpo y el alma a quien amamos, aun a costa de cualquier riesgo o peligro.

 Cuando amamos nos embarcamos en un albur. Jugamos todo. No nos reservamos nada. Nuestros mecanismos de defensa se minimizan o neutralizan y sólo tenemos espacio para la emoción, la pasión, el entusiasmo, la ilusión y… la esperanza. Todo inmerso en esa bruma rosada que nos hace ver la vida como debería serlo: muy bella.

 El resultado de esa hermosa aventura que significa hacer pareja, en mucho va a depender de que los dos tengan la capacidad de fundirse y confundirse en una sola;  lo cual por cierto no es tan difícil, pero sí que requiere de cierta nobleza, generosidad y muchos deseos de dar, reconocer,  y aceptar a la persona que amamos en sus propias y originales dimensiones humanas.

 No es posible encontrar un «prototipo» especial conforme nosotros lo ideamos. No, no es posible. Pero, si tenemos la capacidad de fundirnos con el otro, al confundirnos nos hacemos una parte de su cuerpo y de su alma. Así, al integrarnos en uno solo, vencemos las diferencias, caminamos la misma ruta, por el mismo sendero, con los mismos intereses, ambiciones y sueños.

 Me consta que eso es posible, lo he  vivido y disfrutado por más de treinta y ocho hermosos años. No ha sido fácil, pero si emocionante y engrandecedor.  Es como una meta que establecemos, en beneficio de la cual todos los días hacemos algo positivo, beneficioso  y… agradable. Tiene que ver mucho con aquello de cual es el color que uno asigna a las situaciones y eventos de la vida diaria.

 Somos nosotros mismos y nadie más los responsables de lograr el premio; viviendo de la mejor manera posible, manteniendo vivo el afecto y el respeto, haciendo del hogar un nido de amor donde se funde y progrese una familia; y eso sólo puede lograrse cuando dos personas que se aman y hacen pareja, tienen el valor y sinceridad de mostrarse como son, de actuar para fundirse y confundirse en un solo cuerpo y  una sola alma. 

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Para enfrentar la infidelidad de algún miembro de la pareja, no queda otra opción que la de asumir el hecho; aceptando con sinceridad y valentía cualquier implicación de culpabilidad que pudiera corresponder por el descuido, desidia, imprevisión o mala comunicación con el ofensor, sin que ninguna de estas desinteligencias signifiquen justificación a tan desleal actuación.

Determinado, mentalmente procesado,  y aceptado el nivel de la implicación personal del ofendido, que pudiera haber incidido en la actuación del infiel,  corresponde considerar la parte positiva del evento, que más allá del dolor y posible frustración que deje en el alma,  pudiere aportar una experiencia capitalizable en una nueva relación.

En principio, quien actúa con tanta deslealtad, hipocresía y falta de personalidad, puesto que antes de dar el paso, pudo hablar sobre la situación y con un mínimo de decencia, consideración y respeto  por su pareja, manifestar su desamor, cual sería lo mínimo que merecería quien  ha cumplido con los pactos afectivos que fundamentan la relación, simplemente no es una buena compañía.

En segundo lugar, para vivir con una persona que no tiene la valentía de decir lo que siente ni tiene ningún respeto por la persona humana,  sino que es capaz de traicionar sin considerar la mínima lealtad prometida, pues pienso que es una suerte que se vaya lo más pronto y lejos posible.

Si bien es cierto que debe ser una situación dolorosa, no menos cierto es que no deja de ser una ventaja, ponerse a distancia de una persona que, cual  alimaña, se embosca en la sombra para atacar en cualquier momento.

El amor verdadero, que es sublime y físico-espiritual, aunque está imbuido de pasión, no es una fijación mental irracional, porque eso sería enfermizo; sino que se nutre de la ternura, la magia, la aceptación y el reconocimiento,  que se traduce en manifestaciones continuas y permanentes de afecto y solidaridad. Cuando esos factores no se dan, simplemente no vale la pena mantener la relación.

Por tanto, la infidelidad no es algo que se pudiera evitar al cien por ciento. Responde a la naturaleza del individuo. Se trata de un comportamiento que tiene que ver con su ser integral. Tarde o temprano saldrían a flote sus verdaderos sentimientos, y qué bueno que sucede temprano, cuando aún no se ha otorgado todo el amor, la dedicación y la confianza.

La infidelidad ofende al actor y sus consecuencias negativas le perseguirán siempre, no así al ofendido.

Lo importante es tener presente, que  el hecho de que alguien falle es un suceso aislado. No es la generalidad. Hay más personas buenas que malas y más leales que desleales en este mundo. Cuando alguien falla, otros están dispuestos a resarcir con creces la ofensa recibida;  así es y ha sido siempre en este mundo.

El dolor es extraordinario maestro, porque nos hace diferenciar entre lo agradable y lo desagradable. De alguna manera, nos prepara para disfrutar mejor lo que está por venir. Esa es la parte positiva.

Si alguien nos abandona, pues se lo pierde, porque nosotros conocemos nuestro propio valor; sabemos que tenemos mucho que ofrecer, mucho que dar, pero también mucho que disfrutar; y en el camino de la vida, en sentido contrario, siempre viene alguien que espera encontrarse con nosotros, y esa persona compensará con creces todos nuestros sufrimientos: BIENVENIDA SEA.

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Aunque me solicitaron escribir sobre como enfrentar las consecuencias de la infidelidad «matrimonial», cual por cierto no tiene porque ser exclusivamente sexual, me referiré a la pareja, ya que, básicamente, lo que afecta la infidelidad es la lealtad, cual es un valor que no es tangible,  como sí lo son el órgano y el acto.

Asunto tan complejo por sus orígenes y consecuencias, no es tema que deba tocarse a la ligera o respondido con la emocionalidad inherente. Como todo acto humano, involucra motivaciones y responde a la disminución de sentimientos  de consideración, lealtad, valentía, sinceridad, aceptación, y respeto por los pactos que originaron la pareja y sus integrantes.

Para encontrar la raíz del problema debemosdespojarnos de los naturales mecanismos de defensa y muy común tendencia a justificar nuestros actos, independiente de su calificación.

Así tendremos que no es lógico pensar que cuando dos personas se aman y hacen vida en  común con vocación de permanencia lo sea con la idea de ser infieles, en contra de su pactos y más sentidas promesas, poniendo en peligro y quizás acabando con una relación íntima, que surgió y se fundó de forma absolutamente voluntaria y deseada por ambos.  Por tanto, debe presumirse la existencia de motivos que originaron  el acto que violentó  la solidaridad mutua.

¿Por quién y cómo se produjeron esos motivos? La tendencia normal es la de  cargar toda la culpa en quien materializa el acto desleal, lo cual es humano pero no  razonable ni justo; pero menos aún beneficioso para el agraviado, al menos de forma permanente.

Lo apropiado y beneficioso para la tranquilidad espiritual del ofendido, es encontrar los elementos o antecedentes que dieron nacimiento o contribuyeron  a que el ofensor tomara decisión tan perjudicial para la unión establecida, su contraparte, y casi siempre para sí mismo -al menos en el aspecto ético y moral- el cual en todo caso podría ocultar, pero no obviar  porque vive en su ser interno.

La infidelidad es producto de la acumulación de pequeñas y progresivas insatisfacciones, incomprensiones, desinteligencias, inconsecuencias y… monotonía en la relación,  que   de alguna manera producen o permiten ambos miembros; eso desencadena el evento indeseable y dañoso que, de haber mediado la atención interesada  y cuidadosa del comportamiento de su par, seguramente podría haber sido detectado, determinado, y quizás evitado a tiempo por la parte afectada.

Es fácil y cómodo achacar toda la culpa al ofensor, sin analizar hasta donde se tuvo implicación en originar, contribuir, aceptar, o no detectar a tiempo las motivaciones que originaron la actuación inconveniente. Lo difícil, aunque conveniente, es aceptar con sinceridad y valentía hasta donde no fuimos capaces de detectar o afrontar el problema oportunamente.

No hay otra posibilidad para  sobrellevar o disminuir los dolorosos efectos de la infidelidad, que analizar sus orígenes y el porcentaje de implicación personal, que en su concreción corresponde al agraviado.

En la próxima entrega hablaremos de cómo enfrentar objetivamente sus efectos, sacando de esa experiencia el mejor provecho.

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 El título de esta entrega corresponde a  una inquietud que me manifestaron, por encontrar  una vía que ayude a incorporar a otras personas al maravilloso mundo de vivir la vida en, con y por Dios. 

Pienso que nuestro Padre Celestial, que es todo amor, tiene sus propios caminos en todo, pero que es legítimo, bien intencionado y cristiano, tratar en lo posible de ayudar a encontrar el camino a esas personas que, habiendo recibido de  Dios el incomparable tesoro de vivir, escasamente sobreviven por su falta de fe, confianza, optimismo  y esperanza, cuales sólo da el amor inmenso y la seguridad en la bondad de Dios.

 Ciertamente, para que un niño camine, una planta se desarrolle o una idea se concrete, requiere de un tiempo en función de  factores,  unos fijos y otros variables, conforme a  la naturaleza del asunto.

 Respecto de esas personas que pareciera que no quieren nada con la vida, porque la  sobrellevan como una dura carga obligatoria, en su gran mayoría, y aunque les sea duro aceptarlo, responden  a una fijación mental de un enemigo implacable, creado por su propia mente y difícil de vencer: el temor a las secuelas del pasado,  lo conocido, lo desconocido y lo que… pudiera suceder.  

 Ese temor, la mayoría de las veces irracional, es producto precisamente de que no tienen una real conciencia de su procedencia, lo que  representan y su potencial personal, frente al universo donde les toca vivir.

 Así, al no disponer del conocimiento de su origen divino, también desconocen el poder que les es inherente como parte de Dios, que ha permitido a los humanos  a través de los siglos y milenios, sobrevivir colectivamente todas las catástrofes; desarrollarse culturalmente transformando el paisaje geográfico; realizar los mayores descubrimientos para vencer las enfermedades y los elementos nocivos de la naturaleza; e individualmente, crear prodigios en las artes y las ciencias, logrando con el desarrollo de sus potencialidades, la felicidad integral.

Por tanto, lo mejor que podemos hacer por esas personas, es acercarnos a ellas con respeto, consideración y amor; no como a enfermos a quienes vamos a curar, sino como a hermanos con quienes queremos compartir, demostrándoles con nuestra actuación feliz, entusiasta y desinteresada, que la logramos y disfrutamos porque hacemos un todo con Dios.

 Es con nuestra actuación diaria de amor, aceptación, respeto, colaboración, sensibilidad y solidaridad humana, la mejor manera de  señalar el camino. Es nuestro ejemplo, en ese cotidiano mundo de las cosas sencillas, honrando a las personas y engrandeciéndolas sin importar su edad, ideología,  género o clase social,  donde podemos demostrar nuestra felicidad, que al materializarse en actos objetivos beneficiosos para los demás, no dejará ninguna duda que estamos y nos sentimos como una parte de Dios.

 Pienso que la herramienta más efectiva para adentrarse en el conocimiento de los beneficios de compartir nuestra vida con Dios, lo es en ese mundo de quietud y paz que representa  la meditación, que se produce en nuestro ser  interno; donde sólo hay espacio para dos: Dios y nosotros.

 Si somos felices con Dios, tratar de que otros también lo disfruten, más que un acto gracioso es… un compromiso,  y así debemos asumirlo.

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Hoy voy a complacer a una lectora que me pidió que escribiera sobre «La crítica destructiva y el daño que nos hace criticar»;  por lo cual, sin ánimo de establecer especiales normas de conducta, que desde hace mucho tiempo fueron determinadas,  explano mi testimonio sobre lo que de ello creo.

Un viejo proverbio nos enseña que «Lo que más daño hace al cuerpo no es lo que entra por la boca, sino lo que del corazón sale.» Seguramente, la intención de quien lo creó fue la de indicar los males que para un individuo pudieran acarrear malintencionados criterios o palabras inconsecuentes.

 La crítica destructiva, casi siempre a espaldas del afectado, no aporta nada positivo a quien la produce ni a quien van dirigidas, porque su esencia es la de dañar, independiente de cuales fueren las consecuencias o entidad para el afectado o el grupo social en general.

 El autor de la crítica destructiva, actuando de forma soterrada con cobardía y ninguna nobleza, crea con su especulación una cortina, supuestamente protectora a sus propias frustraciones y fracasos, detrás de la cual esconde su falta de iniciativa para aportar soluciones  y su déficit personal de valentía, para alcanzar sus personales realizaciones.

 Criticar y destruir es más fácil que enaltecer y construir. En el primer caso, no se requiere ninguna grandeza o esfuerzo; pero para el segundo, la nobleza, el trabajo y la dedicación son simplemente indispensables, y desventuradamente, los valores parecieran ser hoy menos comunes que sus antivalores.

 Pero la crítica destructiva siempre actúa como un «boomerang» en contra de quien la hace, desde el mismo momento que la produce. De alguna manera, por la concepción espiritual unívoca del ser humano, se traduce en autocrítica; en principio, ensucia el alma, corroe las entrañas, disminuye la esencia divina inherente al ser humano, adicionando un nuevo temor: el éxito de los demás.

 En segundo término, cualquier consecuencia pudiere perjudicar gravemente al objeto de la crítica -con lo cual nada gana quien critica- pero de ninguna manera le beneficiará fundamentalmente. Es que el efecto autodestructivo deriva de las leyes naturales que sustentan la regla de oro de Jesús: «Haz por los demás lo que quieras que ellos hagan por ti.»  La lógica elemental nos señala que el que siembra vientos cosecha tempestades; o como decimos en Venezuela: «El que a cuchillo mata no puede morir a sombrerazos.»

Durante toda mi vida observando  a mis congéneres, he comprobado que toda acción engendra una reacción, más o menos de la misma entidad. Hasta ahora, no he encontrado personas realmente felices que acostumbren la crítica destructiva y malsana, sino todo lo contrario: siempre están amargados y… solos.

 Mi existencia está llena de experiencias edificantes, al lado de personas cuya actitud es la de disminuir los defectos de las personas y enaltecer sus pocas o muchas virtudes, cual es lo contario a la crítica destructiva. De ellos he aprendido a vivir mucho de la felicidad que hoy disfruto y que me hacen evitar y combatir a toda costa, cualquier comentario o crítica destructiva.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

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Hay días que parecen noches. Creo que este es no de ellos. Un día triste para mí. Tengo tres hijas que amo entrañablemente. A los diez años, todas iban a su escuela armadas de sus morrales con su merienda y sus libros. Hoy ya son madres que, igual que nosotros como padres, dejan todos los días sus hijas en las escuelas.

Pero no es así en el mundo, no en todo el mundo. Al amanecer, cuando me conecté con las noticias por Internet me escupió la cara y golpeó el corazón la foto de una niña de apenas diez años vestida de militar, al hombro un fusil AK-47, con su carita pintada con los tres colores de la bandera colombiana y unas siglas que decían: FARC.

El título de la noticia era: «Una niña de 10 años se escapó de las FARC tras ver morir a su hermano El oficial del ejército que ofrecía la declaración, comentó: «Le dimos una muñeca y ella nos dijo que su primer presente había sido un fusil»

Demasiado para un padre de tres niñas; las lágrimas inundaron mis ojos, porque en esa carita de diez años, escondiendo con una mueca de aparente sonrisa su desconcierto, impotencia y miedo, de alguna manera ví reflejadas las caras de mis niñas, que sí pudieron ser… niñas.

Esas miles de niñas, que hoy, en este mismo momento y frente a un mundo inconsciente e insensible, en vez de una muñeca empuñan un fusil para matar, ya nunca podrán ser niñas, y eso es un grito desgarrador que tengo que ahogar en mi garganta y que quema mi alma; porque ellas son nuestras hijas, las hijas del mundo, las hijas de todos, a quienes como humanos estábamos obligados a hacerles una vida buena, especialmente para disfrutar esa niñez que ya… nunca podrán recuperar.

Pero lo más horrible es que no puedo hacer más que llorar, orar y… escribir sobre su pena, su renuncia involuntaria a la parte más hermosa de la vida: su niñez.

Y uno se pregunta ¿Cómo puede alguien cometer tal crimen? ¿Qué motivo puede justificar tal atropello a la persona humana, en su más tierna edad? Ninguno, no hay justificación para actitud tan miserable.

No son seres humanos quienes lo hacen, son algo menos que fieras rapaces; son hienas con sus bocas putrefactas y asquerosas, babeando odio y sedientas de sangre, en intento maligno de hacer de la belleza… carroña, para luego devorarla.

Padre Celestial, por favor no las abandones. Son tus hijas; tú las trajiste a este mundo para ser felices, no para sufrir tanto. Por favor, ayúdanos a encontrar como poder… ayudarlas. Se lo debemos, se lo debemos todos, porque son las hijas perdidas de nuestros corazones y de nuestras almas y… quizás aún haya tiempo de recuperarlas.

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«PERDONAR NOS HACE PARECERNOS A DIOS.»

En el caso del abandono, para el agraviado entender que el ofensor luego de una actuación tan desleal, tenga derecho a ser perdonado, aceptado y nuevamente… amado, no es nada fácil.

No obstante, cuando se ama verdaderamente, el amor supera cualquier otro sentimiento; la confianza en Dios no desfallece, la esperanza permanece siempre viva, de tal manera que perdonar y olvidar se convierte en formas adicionales de amar.

Cuando el ser amado regresa arrepentido, aceptarlo no solamente es un acto noble, sino que  alimenta el dulce sentimiento de disfrutar el amor. De alguna manera, es también darse la oportunidad de encontrar lo perdido, con la esperanza de que ahora pueda ser mejor.

Si el amor permanece vivo, rechazar a quien se ama porque cometió un error, no se convierte en una revancha sino en una negación a la maravillosa experiencia de disfrutar del amor que se siente por la otra persona. En tal sentido, más que un castigo para el ofensor arrepentido, sería una forma de autoflagelación.

Si no se da la  oportunidad de corregir el error cometido y comenzar de nuevo, nunca se sabrá si se hubiese producido ese milagro que todos esperamos, a la vuelta de la esquina.

Es que… ¿De qué sirve el amor si no podemos contar con él cuando hay problemas?  ¿Acaso los humanos no somos esencialmente imperfectos? Entonces: ¿De qué sirve que me amen sólo cuando hago cosas acertadas, pero que no se me de la oportunidad de corregir cuando yerro?

Si los extraños nos aceptan como somos y muchas veces perdonan nuestros errores ¿No debemos esperar que quien nos ama tenga una mayor capacidad y voluntad de comprendernos y… ayudarnos?

Pienso que lo correcto es oír a las personas con respeto, consideración, y si es posible… caridad. Si eso hacemos con cualquier extraño ¿Cómo entender que no lo hagamos por quien amamos?

Cuando hacemos pareja, esa otra persona que nos escoge para hacer vida conjunta, nos privilegia dentro de  un abanico de muchas otras personas, y eso debería tener un gran valor;  porque al fin y al cabo es la felicidad de ambos y no de uno solo lo que se persigue en esa unión de cuerpos y almas.

En verdad, si no abrimos un compás de comprensión, aceptación y quizás de prueba, no solamente estamos negándole a quien amamos realizar su amor, sino que nos lo estamos negando nosotros mismos.

En vez de decir: «No te perdono ni acepto aunque me muera de dolor.», que sería la posición negativa, la actitud inteligente debería serlo: «Te perdono y te acepto para que disfrutemos nuestro amor.»

Finalmente, soy un convencido de que el amor, aunque está imbuido de pasión, magia y fantasía, su característica principal es la nobleza y  por tanto, dar una nueva oportunidad a quien amamos, es una forma de probar nuestra generosidad, pero también la fuerza de nuestros sentimientos.

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«EL RENCOR ENFERMA, EL PERDÒN ES SANADOR.»

Prometí a  una de mis lectoras, tratar sobre la situación que le afecta actualmente, ya que su pareja le abandonó por meses y ahora le solicita el regreso al hogar.

En asuntos tocantes al amor, el entorno, especialmente maravilloso, pero a veces doloroso que lo rodea, cada caso tiene sus propias particularidades y no es fácil  hablar de fórmulas o estrategias de aplicación general, pero sí de cómo debería ser la actuación, sino ideal, por lo menos razonablemente aceptable.

Cuando dos personas se unen en pareja es porque se aman, y ese amor que puede  disminuir o aumentar según el tratamiento que ambos le den, casi siempre nace y se mantiene con vocación de permanencia. Por tanto, más que una carrera de velocidad, mantenerlo es una labor de entusiasta dedicación, emoción, pasión, aceptación, respeto, sinceridad, comunicación sincera y… lealtad.

Sin embargo, en oportunidades en uno de los integrantes de la pareja la pasión decae, la comunicación se retrae, la sinceridad se hace evasiva y la lealtad sufre grietas. Es que la pareja nace por amor y no puede mantenerse sin el, cual se manifiesta por el respeto, la ternura, la consideración, la aceptación, la buena comunicación y… el sexo emocionante y pasional.

Entonces, cuando uno de los integrantes pierde el entusiasmo, se aburre, perturba, confunde, o simplemente siente que dejó de amar y abandona el hogar, pero luego entiende que cometió un grave error; que ama a la  persona abandonada, que su mundo es a su lado y regresa humildemente a confesar su culpa, pedir comprensión y perdón: ¿Cuál debería ser la actuación de la parte agraviada?

En principio, corresponderá a la muy personal interpretación de la esencia y fines de la pareja, así como de la concepción de lo que representa amar en su máxima expresión como lo es el dar, y su merecida respuesta de… lealtad.

En segundo término, va a depender del nivel del amor que aún perviva en la parte lesionada en sus sentimientos. Paradójicamente, cuando alguien falla en la pareja, normalmente el agraviado no considera el mucho tiempo y las diversas actuaciones en beneficio del amor de pareja que el agraviante hubiere realizado, sino que lo juzga  duramente por las actuaciones que produjeron el rompimiento.

Vale decir que, en esos momentos de dolor, el agredido no toma en consideración para nada las cosas buenas y la lealtad por años del agresor, sino que lo juzga implacable y duramente por su errónea actuación, obviando cualquier otra consideración, lo cual sin duda es injusto.

En la mayoría de los casos, lo que más hiere al agraviado es la falta de sinceridad del agraviante, quien bien pudo plantear el problema y en aras de su libre derecho a ser feliz, proponer una separación digna y no ofensiva en su desarrollo, como suele producirse en  la mayoría de los casos.

La actitud conveniente de la parte abandonada frente a la solicitud de perdón y regreso al hogar, la analizaremos en la próxima entrega.

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¿Qué cual es la mejor edad, la más feliz, productiva o mejor para vivir?  No es posible contestarlo con acierto. En verdad, dependería de cómo asimile y asuma personalmente el hecho de vivir quien conteste la pregunta, siendo que, seguramente, reflejaría su propia ideología.

 Es que cada edad pudiera ser ideal para algunas realizaciones e inconveniente para otras. Así, por ejemplo, se requeriría juventud para practicar con éxito algunos deportes de gran impacto físico como el fútbol y el béisbol; pero no así para aquellos que compiten en otros como el ajedrez, donde la edad no es el elemento determinante. 

Asimismo, actividades científicas, artísticas e intelectuales pudieran corresponder igualmente en su máxima excelencia, tanto a personas jóvenes como aquellas de avanzada edad. De hecho, las páginas de la  historia están llenas de casos de personas quienes toda su vida intentaron realizar algo extraordinario en estos campos, muriendo viejos luego de muchos intentos, sin lograrlo; en cambio, jóvenes o personas de mediana edad, en el mismo campo, sin demasiado esfuerzo, lograron extraordinarios resultados.

 ¿Dónde está el secreto? No lo sé, ni me preocupa desconocerlo. Lo que sí se es que toda edad es buena para disfrutar de este maravilloso mundo en que vivimos. Pienso que toda edad es buena para ser felices. Vale decir, para mí la mejor edad es aquella que se disfruta plenamente. 

La edad y el tiempo son conceptos culturales; es algo que los humanos inventamos y que tiene que ver únicamente con nuestro cuerpo, porque a nuestro espíritu no interesa para nada  la edad, porque no envejece. Es por lo cual, independientemente de la edad, el individuo  disfruta y valora  el amor, la dignidad, la lealtad, la fe, el optimismo  y la esperanza. 

Por lo tocante a mi persona, no puedo decir que en  mi niñez o juventud hubiese sido más feliz o más productivo que en mis años dorados, porque en toda edad consciente amé, estudié, trabajé, disfruté de la vida y de las personas que conformaron mi entorno. 

Sin embargo, no puedo dejar de anotar, que ha sido a partir de los cincuenta años cuando he vivido la etapa más plena de mi vida,  física y espiritualmente. En estos maravillosos dieciséis años he disfrutado del amor más exquisito con mi compañera de viaje largo; los mejores momentos con mis hijos y mis nietos y he ampliado mi cobertura a cientos de amigos con quienes comparto experiencias. 

También, ha sido en esta época cuando he tenido mi mayor producción intelectual, que me ha permitido cumplir con el compromiso de testimoniar a mis hermanos humanos, por diferentes medios como este Blog, que es cierto que podemos ser felices; porque los elementos para lograrlo están dentro y no fuera de nosotros mismos.

 Le invito a considerar sus años vividos y por vivir, porque sin duda toda edad es buena para ser felices y Dios está siempre a nuestro lado para ayudarnos a lograrlo.

 

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«UNA NOCHE DE AMOR VALE UNA VIDA.»

Me embarga una gran tristeza cuando quienes están en proceso de separación, rompimiento,  o ya han terminado su relación  de pareja, sólo recuerdan las cosas negativas de la relación habida, evadiendo u olvidando por completo los buenos momentos vividos.

¿Quién podría entender que quienes vivieron tres, cinco, diez o más años juntos, se mantuvieran unidos sin que nada agradable o feliz les motivara?

¿No es acaso un duro golpe a la verdad, la gratitud, el reconocimiento, y la esencia del amor de pareja  que es la aceptación y comprensión mutuas, dejar de lado los bellos recuerdos para magnificar los desagradables?

¿Una noche de amor para quienes amamos,  no  vale una vida? Y… ¿Cuántas noches de amor pudieron vivir aquellas personas que se mantuvieron juntas por tantos años? Seguramente muchas y muy bellas, porque si no fuere así, se trataría, por decir lo menos, de sado-masoquistas consumados y eso sería excepcional.

Es que el amor es hermano del respeto y la lealtad. Si alguien ama, aunque fuere por poco tiempo, dando lo mejor de sí y su propia intimidad, lo menos que puede esperar de aquel a quien obsequia su amor, es lealtad y respeto por lo que una vez fueron.

Por otra parte, los bellos recuerdos sin llegar a la  nostalgia, aumentan la autoestima, engrandecen el alma, llenan de paz el espíritu y hacen la vida buena. Pero, especialmente, alimentan la esperanza de un nuevo intento para lograr el amor permanente y edificante deseado, abriendo y preparando el corazón y la mente para una nueva relación.

Ciertamente, todos caminamos por la misma vía. Unos de ida y otros de regreso, pero por el mismo camino y sobre la misma tierra. En esa vía encontramos ese amor que fue por un tiempo, pero dejó de serlo. En sentido contrario, siempre habrá alguien con quien tropezaremos en el camino; con las mismas preocupaciones, ambiciones, deseos y necesidades de amar y ser amado.

Ese alguien viene en nuestra búsqueda. Llegado el momento, se detendrá frente a nosotros, sentirá que es barco y nosotros puerto… seguro. Amarrará su bote, el aire acariciará su cara y una emoción especial embargará su alma; sentirá que ha llegado el momento de parar; extenderá su mano y abrirá su corazón; abrirá una rendijita de luz, para dar refugio a nuestro cansado caminar y entraremos en ella: es el amor que vuelve… del sueño.

Por eso debemos estar preparados con la mente limpia, el alma pura, el corazón abierto, sin temores, ni sospechas, ni… malos recuerdos. Dispuestos a amar nuevamente y con mayor ímpetu, con nobleza y lealtad acendradas; dispuestos a vivir experiencias aún más emocionantes que las pasadas. Eso es inteligente y… nos lo merecemos.

Como lo escribiera Don Andrés Mata: «Un amor que se va/ cuantos se han ido.  Otro amor volverá más duradero/ y menos doloroso que el olvido (…) Puede el último amor, ser el primero.»

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