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Archive for 9 de enero de 2008

La vida me ha enseñado que aun siendo parte de un grupo social y específicamente de una familia, conviene tener nuestra propia burbuja. Claro está que no me refiero a esas que hacen los niños en los parques con agua de jabón, o la que se forma en las aguas de los ríos o en los lagos; me refiero a mi querida burbuja personal.

Cuando era un niño y hasta cumplir los diecisiete años, como miembro de una familia numerosa donde el mayor esfuerzo se dedicaba a luchar por la supervivencia, nunca fui bien comprendido ni debidamente interpretado; especialmente por mi padre y mis hermanos, quienes no entendían mis necesidades de realización espiritual, siendo que mi único confidente lo fue mi madre. En esos momentos duros de mi soledad ideológica, tuve la necesidad de diseñar un mecanismo de defensa frente a los efectos de la agresión silente pero dolorosa de… la indiferencia a mis necesidades.

Fue en esa época cuando produje mi burbuja personal con escaso espacio para mi persona, porque en mi soltería quien siempre me acompañó no lo requería: Dios. En esa estructura invisible y sólo para mí existente me protegía frente a la incomprensión, la indiferencia afectiva, la burla grotesca, la chabacanería y la ofensiva ignorancia de quienes conformaban mi entorno íntimo. En el eco de su piel virtual aprendí a oírme a mí mismo, en mi soliloquio de sueños y esperanzas.

En su vientre, preservé mucho de lo que quería compartir pero no me daban la oportunidad de hacerlo. Tras su cuerpo invisible me hice fuerte frente a la crítica malsana, la estulticia, la escasez de valores y principios, vigentes en el medio en el que me tocó vivir esos años. Ella fue la coraza que me permitió no sucumbir en ese tremedal que vivíamos quienes carecíamos de los recursos más elementales, donde la pobreza mental, los vicios, la pedantería, la inopia y la frustración hacen de la vida… una falacia.

Luego, cuando crecí y amé profundamente a ese maravilloso ser que hizo causa común conmigo y mis sueños, amplié mi burbuja personal con espacio suficiente para dos cuerpos y dos… almas. Esa burbuja ampliada que me ha acompañado durante estos últimos treinta y ocho años de amor conyugal, que únicamente mi esposa y yo conocemos, está siempre disponible cuando la requerimos, independiente del tiempo o el lugar.

En el inicio, en ella nos refugiábamos cuando nadie creía en nuestros proyectos y la situación parecía demasiado dura, o para aclarar nuestras disidencias, sin que lo advirtieran nuestros hijos. La burbuja se hizo más importante y prácticamente indispensable, cuando la última hija que nos quedaba en casa cumplió los dieciocho años, porque entendimos que se acercaba su partida. Desde entonces le insuflamos elasticidad en la medida de la necesidad objetiva, de tal manera que pudiésemos adaptarla a cualquier situación.

Hoy, cuando ya todos los hijos dejaron el hogar y construyeron los suyos, la utilizamos a diario; sin que otros lo perciban, su piel invisible pero fuerte rebaja el impacto cuando tropezamos con la inconsecuencia, falta de amor, incomprensión e insensibilidad que han convertido este mundo en una lucha permanente, inhumana y prácticamente sin reglas, donde se compite casi por todo.

Dentro de su cúpula invisible nos embarcamos en ese viaje de emocionante aventura que es nuestra vida, posibilitándonos actuar, pensar y creer diferente a los demás, pero sin afectar su forma de concebir la vida y las cosas. De alguna manera, esa burbuja existencial que hemos construido, donde nos sentimos protegidos permanentemente, nos permite materializar ese principio de Ortega y Gasset, que hemos hecho nuestro: ser nosotros y nuestra circunstancia.

¿Qué por qué no vivimos siempre en esa burbuja?

Pues bien, como nuestra burbuja es invisible nos protege de los eventos, influencias y actuaciones negativas de quienes no creen como nosotros, en la obligación de amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos, pero no por eso nos separa de ellos ni de quienes necesitan información positiva, o alguna ayuda que podamos prestarles para entenderla mejor, es por lo cual necesitamos un tiempo fuera de la burbuja, cual es el que utilizamos para decir a esos hermanos del exterior, que si tenemos amor, fe, optimismo, confianza, positividad y nos convencemos de que somos hijos de Dios, nadie ni nada podrá sernos adverso, porque tenemos su poder como un pedazo de Él, que bien utilizado es simplemente… milagroso.

Nosotros somos un buen ejemplo del resultado positivo de esa ideología. Más de treinta y siete años de feliz matrimonio, disfrutando todos los días nuestro amor, el de los cinco hijos, los nueve nietos y haciendo por los demás lo que quisiéramos recibir. Claro está, con profundo respeto por la vida de cada uno y sus personales circunstancias, pero con idéntica convicción de que vinimos a este mundo para ser felices y que no lograrlo sería además de un imperdonable desperdicio, algo así como una blasfemia. No importa si, como en nuestro caso, para continuar siendo felices tenemos que pasar una buena parte de la vida, en nuestra propia burbuja.

Próxima Entrega: A QUIEN SUPERAR

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 Aún frescos los recuerdos de la muerte de Benazir Bhutto; la frustración por el fracaso del canje humanitario con las FARC; el trinfo del «NO» en el Referendum para la Reforma Constitucional y la entrada en vigencia de la Ley de Aministía para los presos políticos venezolanos; más allá de estas emociones disímiles, en nuestra alma y en una parte indeterminable de nuestra espina dorsal, sentimos un arañazo, y no podemos ocultarlo.

Son las garras de una realidad que nosotros mismos hemos fabricado, es un vacío profundo… permanente, agazapado en el ombligo del alma, alimentando el sentimiento de que, en algún recodo del camino de nuestro desarrollo social reciente, se nos quedó una parte de solidaridad, consecuencia, consideración, aceptación e… idilio, con ese mínimo de magia que hizo de la vida de nuestros progenitores una época romántica, confortable, segura, de paz… buena para la vida.

Ese sentimiento de pérdida presente en el alma, choca con nuestra naturaleza integral, que por estar conformada por cuerpo, alma y espíritu nos hace diferentes a cualquier otro ser vivo y dotados de inteligencia, lo que nos convierte en el ser vivo más acabado sobre la Tierra.

Frente a esos vacíos en el alma, intuimos su origen más allá de nuestro cuerpo físico, o el paisaje geográfico en el que hacemos nuestra vida cotidiana, porque sentimos que nace de nuestro propio comportamiento individual y colectivo. Esa certeza nos hace reflexionar sobre los valores y principios que deben regir nuestra vida como hormigas de una misma cueva, en la búsqueda de su mejor calidad más que el mero hecho de sobrevivir.

Como consecuencia nos preguntamos:

¿Acaso habremos permitido que nuestros valores, que pueden ser cambiantes de acuerdo a la época, el espacio, la evolución y el desarrollo social, hayan privado sobre nuestros principios fundamentales de vida que deberían ser permanentes e innegociables?

Si eso es así, en ello pudiera estar la respuesta, que al conocerla convierte el problema en un asunto por resolver, el cual, gracias a nuestra herencia divina que nos hizo pensantes, racionales e inteligentes estamos en capacidad de solucionar. Sólo requerimos de voluntad para emprender, actitud positiva para avanzar y aptitud para la aplicación de los correctivos necesarios; para lo cual disponemos de las múltiples herramientas de las cuales dentro de nosotros mismos fuimos dotados por Dios.

Todo nos lleva a considerarlo como un asunto de jerarquía. Entonces debemos determinar prioridades entre las circunstancias de nuestra vida, como familia, carrera profesional o actividad laboral, poder o representatividad, fama y riqueza. Cada una tiene su importancia como sentimientos, esperanzas y ambiciones, conforme al lugar donde le ubiquemos.

Es su jerarquía individual lo que determinará la incidencia en nuestra felicidad integral, cual será proporcional al nivel de importancia que demos a cada uno de esos aspectos, por tomar el principal que es la familia, con sus colaterales amor de pareja, solidaridad, respeto y sexo, por nombrar algunos, son realmente fáciles de ordenar jerárquicamente en función de la felicidad integral; entre otras cosas porque responden a principios fundamentales innegociables y valores humanos con vocación de permanencia. Pero además funcionan y hacen la diferencia entre las personas felices y las que no lo son.

Algunos otros elementos a decidir, que son menos definitivos y proclives a la vanidad o banalidad humana, como el poder, la fama, la riqueza, la belleza, ciertamente requieren de sabiduría más que de conocimiento, para ubicarlos debidamente con respecto a nuestras ambiciones en la vía de lograr una felicidad integral.

Seguramente, si rescatamos esos valores humanos, si nos aferramos a esos principios de vida recta y consecuente con nuestra condición de entes especiales, diseñados a imagen y semejanza de Dios, la cual permitió a nuestros padres, y de alguna manera a nosotros mismos en nuestros primeros años, sentirnos plenos espiritual y materialmente, al ordenarlos lograremos llenar esos vacíos que hoy nos dificultan reconciliarnos con nosotros mismos y sentirnos plenos.

Esos vacíos existenciales también son fuente abundante del peor mal del nuevo Siglo: el estrés, que a su vez se convierte en factor de origen de la mayoría de nuestras enfermedades físicas, mentales y psíquicas, entre las cuales las más graves pudieran ser precisamente aquellas que afectan nuestra alma, para las cuales no tenemos medicina conocida, porque no se satisface con cosas materiales o tangibles, ya que nacen, crecen y se reproducen en nuestra espiritualidad, creando insatisfacción, hastío, aburrimiento y… frustración.

Todo lo cual sólo puede ser combatido y vencido con el crecimiento espiritual, que nos eleva por sobre nuestra propia naturaleza originaria, para sentir amor, solidaridad, compasión, respeto, ternura y aceptación para todos y cada uno de nuestros congéneres, en esta madre Tierra que Dios nos dio como herencia.

Próxima Entrega: TIEMPO DE AMAR

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