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Posts Tagged ‘AMOR’


A través de los años he observado que, por alguna razón que no está clara, pocas personas realizan bien las actividades que les corresponden. Especialmente en nuestro país, no obstante que tenemos una alta tasa de desempleo y subempleo, qué difícil es localizar un buen plomero, electricista o especialista en aire acondicionado, por citar algunos de los servicios que requerimos en nuestra cotidianidad.

Y no es que no existan personas técnicamente formadas en estas áreas, sino que actúan de manera displicente, descuidada y sin conciencia de su responsabilidad en lo que hacen; por lo cual, los contratas una vez y ya nunca más quieres saber de ellos, sin que eso pareciera que les preocupe, precisamente porque no les importa ser contratados hoy y mañana no tener nada que hacer.

 En verdad, creo que se trata de que no dedican suficiente amor a lo que hacen o no meditan sobre lo importante de sus realizaciones, para el contexto social donde se desenvuelven.

En este mismo sentido, he observado que todas las personas que aparentan ser felices, son bien diligentes, aman lo que hacen, independiente de cual fuere su actividad y de tal manera disfrutan de lo que ejecutan.

Meditando sobre este tema, se me ocurre que si tengo que hacer algo porque es parte de mi cotidianidad, el mejor negocio para mí es hacerlo con gusto, porque de tal manera, además de cumplir con mi cometido, lo vivo, lo disfruto.

Así, en el caso de los trabajadores que tienen que rendir una actividad durante determinada cantidad de horas, ellos tienen dos opciones: o lo hacen con amor y al disfrutarlo se sienten muy bien; o lo hacen con desgano, con aburrimiento  y quizás hasta con rabia y su resultado será que algo que pudo ser bien interesante como el trabajo, se convierte en un sufrimiento.

De la misma manera, si observo y recibo los tropiezos de mi vida y los contabilizo como enseñanzas para vivir mejor en el futuro, no tendré temor ni aprensión, sino que avanzaré con fe y confianza en lo que hago, porque si incurro en error, sabré que abonará mi aprendizaje, que aumentará mi sabiduría,  y por tanto, mi posibilidad de ser feliz.

Corolario: si tengo que hacer algo porque es necesario o conveniente para mi vida, lo haré con amor porque de tal manera, no sólo cumpliré con mi deber sino que lo disfrutaré de lo que hago.

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«AMOR, CONSIDERACIÓN Y RESPETO ES TODO LO QUE PIDE UNA MUJER»

En mi vida, desde muy tierna edad, siempre existieron mujeres que signaron de manera definitiva mi sino; por ellas he sentido la mayor ternura, respeto, admiración, pasión, y se quiere, devoción. De ellas aprendí el amor, la compasión, la caridad, la gratitud y esos otros valores humanos que nos forjan más cercanos, sensibles y solidarios con nuestros hermanos de especie, haciéndonos merecedores de llamarnos… hijos de Dios.

Comenzó con mi madre, esa dama antañona que llenó de amor el sendero que con ella viví; que proyectó el camino de mi vida, sobre la base de creer en uno mismo, de dar paso a las situaciones por adversas que fueren, con la fe y la seguridad de que, siempre, sin importar cuando, podremos superarlas.

Mi hermanita que convivió conmigo su niñez, que me llenó de afecto;  y al final, cuando siendo aun una niña Dios la llamó a su encuentro, por siempre dejó un aroma de azahar en mi alma, que  hoy, en este momento, lo percibo en lo más profundo de mi sentimiento.

Luego vino mi esposa, esa compañera de viaje largo que perfumó mi vida y siendo muy joven subió a mi barco, para ayudarme a llevarlo a puerto seguro. De ella aprendí lo importante del compromiso,  que conlleva respeto,  admiración, aceptación, consideración y buena comunicación, como los tres  pilares que soportan cualquier buena relación de pareja: amor, admiración y respeto.

Después vinieron mis tres bellísimas y amorosas hijas, que son la extensión de ese tierno amor que nos permitió edificar y mantener un hogar por más de cuatro décadas,  donde somos un equipo, y la felicidad es nuestro color de identidad.

Conozco mis hijas muy bien; las he visto llorar de amor y por amor, enfrentando con entereza pero con generosidad cualquier circunstancia, sin permitir perder la confianza en sí mismas y en los demás seres humanos, por lo cual siempre las he visto  perdonar y olvidar agravios, sobreponerse y… triunfar.

Las admiro, porque las he visto hacerse mujeres y sé que no es nada fácil el papel de madres, esposas, leales y entrañables amigas. Fabrican hombres y los hacen seguir el buen camino, aunque la mayoría de las veces no les sea debidamente reconocido.

Constantemente las he necesitado y siempre las necesitaré. Quiero irme primero, porque creo que no se vivir sin ellas; han sido siempre mi mayor acicate para salir adelante, mi mayor bendición y a ellas debo el éxito logrado en mi vida, que resume en una frase: SER FELIZ..

 

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amor-i.jpgAntoine de Saint-Exupéry escribió:» «Los ritos son necesarios porque hacen unos días diferentes de los otros.» Personalmente y en mi familia, aprendimos a vivir nuestros días como un rito que nos ayuda a hacer «unos días diferentes de los otros».

El día de los enamorados y la amistad lo considero ocasión para celebrar y me sumo a ella, porque estoy enamorado y tengo muchos amigos.

En las floristerías y tiendas en general, jóvenes entusiastas, pacíficos ancianos y uno que otro esposo de aspecto resignado, todos con un presente para la persona amada, nos recuerdan el color rosa de la vida, mientras hacen la delicia de los comerciantes.

Lamentablemente, esa reconfortante visión de reconocimiento al amor en la cotidianidad, pareciera ocultarse detrás de la cortina de la lucha desesperada por sobrevivir, más que para vivir.

Los restantes días del año, la consideración, ternura, aceptación y reconocimiento a esa labor entusiasta, dedicada, callada y consecuente de quienes nos aman de manera especial, no es para la mayoría su principal preocupación, perdiéndose disfrutar permanente y apasionadamente.

Cuando se siembra en el alma de la persona amada la convicción de que se es amado, no requiere celebración o presentes especiales, porque para ella todos los días son especiales y estima la dedicación amorosa, considerada y respetuosa, como el mejor presente.

La ratificación diaria, entusiasta y renovada del afecto, emoción, reconocimiento y respeto, al compartir lo mejor de la vida con la persona amada, supera cualquier celebración o regalo.

He escuchado confidencias de personas enamoradas frustradas, tristes y desorientadas, quienes lamentaban, más que no haber recibido costosos presentes y celebraciones del ser amado, la ausencia de amor y reconocimiento que merecían.

Si los humanos entendiéramos bien el privilegio de vivir y amar, los trescientos sesenta y cinco días del año lo dedicaríamos al amor y la amistad, cuyo disfrute es lo único que nos llevamos de esta vida.

Quienes vivimos enamorados, todos los días y en todo momento, celebramos el enamoramiento dando amor y otorgando reconocimiento, que vinculados a la lealtad, solidaridad, ternura, aceptación y fantasía, hacen el mejor cóctel que alguien pueda degustar.

No obstante que han desnaturalizado el día de los enamorados y la amistad, convirtiéndolo de ocasión sublime en comercial, algunos enamorados descuidados, encuentran en esta celebración, quizás la única oportunidad en el año para, mediante un obsequio, presentar su reconocimiento al amor o amistad que reciben. Bienvenido sea el día de los enamorados.

No debo terminar este resumen sin brindar expresamente mi palabra de reconocimiento, a esas muchas personas enamoradas, que hoy como todos los días aman con pasión, solidaridad y entrega, sin recibir ningún reconocimiento especial, porque ellas encarnan la esencia del amor: otorgarlo sin esperar compensaciones, porque al darlo ya tienen su recompensa.

Próxima Entrega: REINGENIERIA DE PAREJA.

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Todos los días y cada instante es tiempo para enamorarse. Son tantas y tan variadas las sensaciones, percepciones, personas y cosas maravillosas que nos rodean, que sería imperdonable no enamorarnos de tanta belleza.

Como hijos de Dios fuimos dotados de tal capacidad para amar, que en nuestra alma y espíritu, siempre hay espacio para todo y para todos… en todo momento.

Tal importancia tiene el amor, que cuando por cualquier circunstancia perdemos la capacidad de amar, desaparece el principal incentivo de vivir y la naturaleza, sin mucha pérdida de tiempo, se encarga de devolvernos a donde vinimos.

Acertadamente alguien escribió: «Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida.» Hace unos cuantos años, al suscribir este apotegma lo hice parte de mi vida, obteniendo los mejores resultados en mi reconfortante vida sentimental.

Especialmente, en la relación amorosa que une a dos personas, el color rosa, la música y el perfume identifican el amor. Idilio, magia, curiosidad y un toque de locura, lo hacen posible. La ternura, aceptación, pasión y fantasía, permiten sentirlo. El sexo y su vinculación físico-espiritual, que promueve la entrega sin reservas, obsequian su máxima expresión de goce.

Comer, dormir y contemplar el mundo en toda su maravillosa extensión, sin duda es reconfortante, anima y mantiene nuestra vida física; pero para lograr la plenitud requerimos satisfacer necesidades intangibles, que son las que por virtud de nuestra razón, alimentan el alma y espíritu, siendo el amor la de mayor jerarquía para producirnos la anhelada felicidad personal.

Procurar, priorizar y vivir todas esas sensaciones es un estado mental, físico y espiritual que debemos hacer permanente, para poder decir con propiedad que «estamos enamorados.»

Sobre la trascendencia del amor entre dos personas como lazo fundamental para su plenitud, Luciano de Crescenzo nos regaló su mejor expresión cuando sentenció: «Cada uno de nosotros somos ala, y solo podemos volar cuando nos abrazamos a otro.»

Todas las cosas trascendentes en nuestra vida, corresponden a decisiones que son intangibles, que no requieren nada físico, sino la actitud de realizarlas y la aptitud para concretarlas. Simplemente, corresponde a nuestra decisión personal, tomarlas o dejarlas.

Pienso, que si no logramos interpretar estos mensajes y los aplicamos debidamente a nuestra cotidianidad hasta lograr enamorarnos de la vida, haciéndola color de rosa, con música sublime y perfume excelso que nos identifica como enamorados, nuestra capacidad de ser felices será muy limitada.

Por otra parte, si no logramos conquistar esa felicidad que todos merecemos, corremos el riesgo de tener que, al final de nuestra propia vida, hacer la dolorosa confesión atribuida al brillante, pero ya desaparecido, escritor Jorge Luís Borges cuando, en el contexto de algunas de sus reflexiones, expresó: «He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: No he sido feliz».

Próxima Entrega: UNA OCASIÓN ESPECIAL

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El sexo de pareja bien avenida debe ser fantástico, emocionante, renovado, recurrente y reconfortante; donde el conector más importante sea el binomio oportunamente comunicado de sinceridad-creatividad.

En este tipo de relación sexual que sólo responde a la necesidad de dar y recibir amor, sin más interés que la transmisión del sentimiento de compartirlo todo, ni otra limitación que aquella que nace de su propia espontaneidad, no debe haber nada que pueda considerarse como tabú, prohibido o pecaminoso. Precisamente, porque lo que nace del amor, se hace por amor y para el amor, de ninguna manera puede ser indeseable, desagradable o reprochable.

Por otra parte, este acto en pareja cumple otras funciones en el devenir de la vida de los integrantes como las de rebajar la presión y disminuir el estrés, por lo cual es difícil que alguien que tenga buen sexo no disfrute en la misma medida de buen humor y salud.

Para hacer el amor de manera constante pero agradable con la misma persona son decisivos la ternura, la sinceridad y la creatividad. Estos tres elementos reunidos nos permiten una comunicación fluida y de doble vía, así como incorporar nuevos mecanismos de ayuda para lograr un sexo menos rutinario donde entren en juego todas esas técnicas, herramientas y ayudas que como miembros inteligentes de una pareja, estamos obligados a investigar, aprender y practicar.

El siempre recordado Honoré de Balzac nos dejó un mensaje que ratifica la real posibilidad de tener un sexo emocionante y permanente de pareja, parangonando la posibilidad de vivir de forma amena y edificante, juntos un hombre y una mujer por mucho tiempo, cuando escribió: «Es tan absurdo pretender que un hombre no puede amar siempre a la misma mujer, como pretender que un buen violinista no pueda tocar siempre el mismo instrumento.»

El acto sexual, por ser el momento de mayor comunicación integral de los amantes, al hacerse los dos cuerpos uno, también se da la comunión espiritual; de alguna manera, es en sí mismo un evento extraordinario que cumple funciones muy importantes para la estabilidad de la relaciòn, más allá de la satisfacción sensorial del momento.

El hacer el amor con la persona amada, pudiera ser la manera más sublime de decir «Te amo… eres especial para mì.» Es un acto de tanta solidaridad, que cuando lo realizamos nos preocupa más la satisfacción de la otra persona que de la nuestra. Ese maravilloso momento con nuestra pareja nos ratifica que no estamos solos, que alguien comparte integralmente su vida con nosotros; inclusive su más preciado tesoro.

Pero también es un acto que al estabilizarnos emocionalmente, a su vez nos ratifica que como individualidad de un género determinado somos incompletos y que indefectiblemente para lograr el más alto nivel del goce físico-espiritual requerimos de otra persona que comparta con nosotros, no sólo nuestro aspecto físico sensorial, sino nuestra concepción ideológica de que y por qué estamos sobre esta tierra que Dios nos dio por heredad.

Sin embargo, en el mundo de la realidad de la pareja heterosexual el sexo por sí solo no es todo lo que de él se espera, ni tampoco se usa en todos los casos de manera apropiada. Sobre el tema se ha escrito todo tipo de especulaciones, desde aquellas que lo consideran sublime hasta los que lo consideran la peor aberración, no por ser contrario a la moral, sino por… lo aburrido.

Hay tanto mito, tabú y mentiras sobre el sexo en pareja que pareciera que el tema da para todo. En verdad, en muchos casos en el sexo de pareja es más lo que se oculta, finge, simula o miente, que lo que sinceramente se manifiesta al otro integrante. Debido a esa insinceridad en la comunicación respecto de la recurrencia, apetencias, periodicidad y conveniencia de la fantasía sexual, es que la mayoría de las parejas ocasionales o permanentes llegan a convertir un acto, en sus inicios sublime, maravilloso y emocionante, en algo repetitivo a intervalos, incompleto, insatisfactorio y sin ninguna emoción o sensación reconfortante; casi como el cumplimiento de un deber forzado.

Tan frustrante por mendaz llega a resultar en algunos casos la relación sexual de la pareja, que en vez del acto sublime, romántico, apasionado y solidario que debería representar, lo convierten por virtud de la hipocresía, en una competencia de velocidad o resistencia física, cabriolas o actos acrobáticos aliñados con gemidos fingidos, a cual más digno del público más desaprensivo de un autocine, de aquellos que estuvieron en boga por allá por los años setenta.

Es que por falta de formación sexual y elevación espiritual, un acto esencialmente pasional y mágico, puede derivar en algo simplemente rutinario o resignado, carente de la emoción y fantasía de los primeros tiempos, dejando en el alma una sensación traumática progresiva, que en algunos casos pudiera convertirlo de rutinario y aburrido en desagradable y de tal manera aumentar la pesada carga de insatisfacciones personales, haciendo aún más lacerantes los sentimientos de auto compasión, tan dañinos para el progreso espiritual.

A mi manera de ver la relación sexual de la pareja y su papel protagónico en la felicidad común, la rutina y la resignación suelen convertirse en sus mayores enemigos; siendo además ofensivo a la dignidad de ambos integrantes. Si se quiere, la práctica consciente del sexo de pareja en esta situación, bien pudiera considerarse como una especie de violación premeditada a la integridad del ser humano, la cual no tendría mucho que envidiar a la violación típica de los delincuentes sexuales, porque éstos en un alto porcentaje son enfermos mentales: sicópatas o sicóticos, quienes responden a necesidades derivadas de sus propias patologías, lo que los hace menos responsables de sus actos que aquellos que lo hacen a plena conciencia.

Esa actuación sexual falsa tan común en muchas parejas, donde se usa todo tipo de artilugios, contorsiones y gemidos para convencer de que existe una pasión que hace mucho tiempo murió, es un acto donde conviven sin ningún pudor en la actuación física sobre el sexo opuesto, la deslealtad, la mentira, la suciedad y el engaño.

Claro está que no me refiero a las relaciones de sexo mecánico, ancestral, necesario únicamente desde el punto de vista fisiológico que algunas personas suelen practicar, donde estas actuaciones serían parte de un comportamiento originario; sino que me atengo a relaciones que nacen y deben mantenerse en virtud de los sentimientos de amor y solidaridad que vincula el sexo al espíritu, con vocación de permanencia para una vida plena en común; donde es fundamental, a como de lugar, no dejar marchitar esa plantita tan vulnerable que es el amor físico-espiritual, cuyos principales nutrientes son la ternura, el respeto, el buen ánimo, la comunicación sincera, la aceptación, la consideración, la pasión, el entusiasmo, la magia, la creatividad y… la fantasía.

Próxima Entrega: EL SEXO DE PAREJA III

 

 

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En la entrega anterior les hablé sobre los hoy científicamente comprobados efectos del perdón sobre la salud física y mental de quien lo concede. Debo comentarles que investigaciones científicas muy recientes han ratificado, que en las personas enfermas de cáncer, en las cuales se logra una alta producción de endorfinas, las células buenas que se hacen fuertes, ayudan a combatir y destruir las células cancerígenas. 

Ciertamente, para mí no ha sido ninguna sorpresa; yo siempre he estado persuadido de nuestra capacidad de autocuración, a lo cual siempre he atribuido las «curas milagrosas»  de las que tantas veces hemos oído hablar. Pienso que en esos casos, de forma inconsciente logramos excitar algunos centros de nuestro cuerpo que actúan y producen ese resultado.

      Algo relevante de esos nuevos descubrimientos es que las endorfinas se producen proporcionalmente a como se encuentre nuestro estado de ánimo, y por tanto como todas las cosas trascendentes en nuestra vida, Dios nos las ubicó dentro de nosotros mismos para que no requiriésemos ningún tipo de recurso, esfuerzo o ayuda externa para lograrlas.

       La producción de estas hormonas y su consecuente beneficio sobre nuestro cuerpo y espíritu, estarán a nuestro alcance en la medida en que seamos capaces de superar los problemas que se nos presenten en nuestras vivencias diarias. Esto es: cambiar nuestro mal humor por el buen humor; la tristeza por la alegría; el resentimiento por el amor; los pensamientos negativos por los positivos; la frustración por la confianza; el desánimo por la esperanza; la rabia por la risa; el temor por la fe y la oración;  y el deseo de venganza por el perdón.

      Si logramos producir esos cambios en nuestra integralidad corporal-espiritual, las endorfinas aflorarán en abundancia y sin costo o esfuerzo alguno, para reforzar nuestro sistema inmunológico y de tal manera afianzar una buena salud integral. Creo que Jesús conocía muy bien los beneficiosos efectos del perdón sobre el ser humano, cuando aconsejaba a sus discípulos que deberían perdonar «Setenta veces Siete».

      Por tanto, mi recomendación a mis amigos lectores es que  perdonen siempre, porque esto no sólo nos pone a distancia del ofensor y le hace perder el malsano efecto por él deseado, sino que abona a nuestra salud, bienestar, paz y tranquilidad espiritual, tan necesarias para ser felices. Considero importante recordar que el perdón no exime de culpa al ofensor, sino que libera al ofendido.

       Me corresponde comentarles que existe otro apotegma que aunque muy romántico, poético y de divulgación masiva, es todo lo contrario de lo que indica su enunciado: «Amar es nunca tener que pedir perdón». Quien escribió esto, ciertamente  nunca amó, nunca mantuvo una relación personal permanente o con vocación de tal. Yo que amo intensamente y que mantengo una relación sentimental,  emocional, activa y mágica con la misma persona por más de treinta y siete años puedo darles testimonio con toda propiedad, de que es todo lo contrario: AMAR ES SIEMPRE TENER QUE PEDIR PERDON.

       Es que cuando se ama, el solicitar perdón es una de las formas más trascendentes de decir: te amo, frente a ti, frente a este sentimiento maravilloso no tengo límites; tú persona, el que tú te sientas bien es lo más importante para mì. Pero además, perdonar es un acto que solo puede ser ejercido por personas valientes, que son capaces de aceptar sus errores y reconocer las virtudes de los demás, aunque éstos los superen largamente. Ya lo decía Mahatma Gandhi:  «Perdonar  es el valor de los valientes. Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar.»

       Especialmente en  el mantenimiento de una relación personal tan emocional como es la de pareja, siempre estará expuesta a malas interpretaciones, actuaciones desacertadas, omisiones involuntarias y susceptibilidades a flor de piel. Por tanto, las palabras o frases como discúlpame, perdóname, lo siento, lo lamento, no quise ofenderte, te prometo que tendré más cuidado,  tienen un valor incuestionable.

      ¿Qué recurso de discusión quedaría a la otra parte frente a un error nuestro, luego que sinceramente pidamos disculpa o perdón?

       Si con humildad aceptamos que hemos actuado incorrectamente  y  solicitamos una disculpa ¿Qué mayor demostración de amor e interés por la relación que reconocer el error y solicitar perdón? ¿Quién podría negarse a concederla, máxime en el caso de una persona que convive con nosotros  y que también nos ama? ¿No fue acaso eso lo que quiso significar Jesús cuando enseñó que hay que ir a reconciliarse con el hermano antes de la ofrenda? ¿No es acaso el mejor hermano quien comparte contigo todos los días de tu vida y no es acaso la mejor ofrenda el amor?

       Eso fue lo maravilloso de esa enseñanza de Jesús, la cual selló para siempre cuando, en su último momento de vida, solicitó a su padre el perdón para quienes más daño le hicieron porque terminaron con su vida, e imploró: «PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.»

             Cuántas veces en nuestra vida diaria  de pareja mal interpretamos acciones o palabras, o  no entendemos reacciones absolutamente justificadas, que luego resulta que aceptamos fueron consecuencia de una omisión o actuación involuntaria, pero errada de nuestra parte. ¿Qué sería de la relación si quien comete el acto erróneo no tuviera el valor y la nobleza de aceptar humildemente su error y solicitar la disculpa o el  perdón? Lo menos que se podría esperar sería una acumulación de sentimientos de frustración y desencanto, que cuando llegaran a su máximo extremo, al explotar,  producirían graves problemas, inclusive poner en riesgo la estabilidad familiar.

      Siendo así, en tales situaciones la actuación inteligente, solidaria y si se quiere de autoprotección, lo es precisamente la palabra salvadora de la disculpa o el perdón, acompañada del sincero propósito de enmienda, que conlleva el compromiso interno de evitar repetirlas.

       Creo muy remota la posibilidad real de mantener algún tipo de relación humana, independiente de cual fuere su rango, sin que medie la permanente disposición de, en caso de actuación errónea o inconveniente, solicitar la disculpa o el perdón. Porque de alguna manera el respeto es su hermano gemelo, y por tanto pudiera ser la forma más gráfica de demostrarlo permanentemente.

      Cuando en mi vida me he visto precisado a pedir disculpa o perdón -que han sido muchas veces- para darme valor siempre recuerdo a Jesús, cuando enseñaba: «Porque lo que hagas a los demás, eso ellos harán por tí.»

Próxima Entrega: EL SEXO DE PAREJA I

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      En una oportunidad leí que «El perdón es divino…» Suscribo en su totalidad esa máxima, porque el  hecho de perdonar a quienes nos agravian sin que nada de dolor o rencor quede en nuestro corazón y extirpando de nuestra alma todo sentimiento de frustración o revanchismo, ciertamente nos acerca a Dios y eso nos da un destello de divinidad. Es que el acto de perdonar nos eleva por encima de nuestras miserias humanas. Cuando perdonamos y olvidamos, simplemente vencemos nuestros sentimientos originarios, permitiendo que nuestra espiritualidad supere nuestro instinto natural.

      Pero la recompensa del perdón es grande porque sobreviene la tranquilidad y el sosiego, vuelve la calma y se llenan vacíos espirituales. El alma se siente superada, elevada… más limpia. Sentimos que estamos más cerca de Dios. Para Jesús el perdón era tan importante que condicionó el contacto del hombre con Dios a la práctica del perdón, cuando sentenció: «Cuando vengas a hacer una ofrenda y tengas problema pendiente con tu hermano, anda primero y arréglalo y luego ven a  hacer tu ofrenda.» Como Él consideraba que el perdón limpia el alma, con esta admonición quiso decirnos que mientras no tengamos nuestra alma limpia no debemos hacer nuestra ofrenda (oración), siendo que para limpiarla simplemente debemos perdonar a quienes nos ofenden.

      Tan importante sería el perdón para Jesús que cuando enseñó la más excelsa de todas las oraciones como el Padre Nuestro, condicionó el perdón de su Padre a que a nuestra vez  perdonásemos a quienes nos ofenden, cuando dijo: «Padre nuestro (…) perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores…».  Lo cual es como decir: si yo no perdono tú no tienes porque perdonarme.

      Por otra parte, en las enseñanzas a sus Apóstoles también les decía: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial.»  Y yo puedo dar testimonio de la gravedad para el agraviado de no perdonar, porque tuve la oportunidad de conocer personas que por años vivieron una vida espiritualmente miserable, por sufrir de angustias indeterminables por ellos mismos, hasta que pudieron intuir que el origen de tal estado permanente de mal ánimo, lo era precisamente el recuerdo doloroso por los agravios recibidos. Al identificar el problema perdonaron con el firme propósito de olvidar y el remedio fue efectivo: volvió la calma a su alma y mejoró substancialmente  su estado de ánimo.

      La misma situación de angustia y desasosiego se da en el ser humano que estando consciente de que ha cometido errores, actuaciones u omisiones que han causado daño a otras personas, no se perdonan a sí mismos. En estos casos, luego de reconocerlo, meditarlo y procesarlo, al perdonarnos nos elevamos por encima de nuestra propia materialidad, nos acercamos a Dios y sentimos otra vez nuestra alma limpia y la recompensa es la tranquilidad espiritual, que es el mejor remedio para eliminar la angustia.

      Es que perdonar es amar y amarse, y conviene recordar que «Sólo el amor puede vencer el odio.»  No deberíamos olvidar que fue por amor que fuimos diseñados por Dios y por amor engendrados y concebidos por nuestros padres.

      Considero que algunos paradigmas muy comunes lo único que han hecho es producir problemas. Por ejemplo, aquel de que «Hay ofensas tan graves que no se pueden perdonar»  Siempre me ha parecido muy emocional pero  nada inteligente ni práctico, o por lo menos nada beneficioso al agraviado. En principio el mayor efecto dañoso del agravio se produce en la misma medida en que el agraviado lo recuerde.  Por tanto, mientras el ofendido recuerde el agravio, sufrirá por ese ingrato recuerdo,  con el agravante de que pudiera ser que el ofensor ya ni siquiera recuerde el evento dañoso.

      Mientras no se olvide el agravio se estará trabajando a favor del agraviante, ayudándole a lograr mejor su objetivo: producir sufrimiento; y para evitar ese dolor la mejor solución es perdonar y… olvidar. Cuando se logra olvidar y perdonar, simplemente se gana la partida porque pierde su efecto el daño y el agraviado se  pone fuera del alcance del adversario, al constituirse el perdón en una solución liberatoria.

      Como lo escribiera Francoise de La Rochefocauld:  «Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.»

       Con absoluta certeza debo referirles que la sed de venganza y el desasosiego que produce el recuerdo del agravio cuando no ha sido perdonado, afecta gravemente nuestro cuerpo físico. Hoy ya no es una especulación sin base científica, el que cuando estamos llenos de rencor nuestra química corporal se altera y nos produce un estado neurótico, que nos hace más vulnerables al desmejoramiento de nuestra salud física y psíquica.

      El estado mental que produce el recordar el agravio por no haberlo perdonado, nos convierte en receptores de estrés y como consecuencia, en  una fuente generadora de enfermedades, disminuyendo nuestra capacidad de disfrutar de las cosas hermosas que existen en el ambiente que nos rodea, y que hacen agradables y confortables todos los días de nuestra vida.

      Por otra parte, descubrimientos científicos en los últimos veinticinco años del Siglo pasado, nos han demostrado la capacidad de nuestro cuerpo de generar hormonas beneficiosas a nuestra salud física, tales como las endorfinas y las feromonas,  cuales únicamente surgen y se desarrollan cuando nuestro estado de animo está en su mejor momento, como en ocasiones de alegría y en la práctica de los deportes. Las primeras, conforme al criterio de los doctores Guillemín y Huges (1975) son «moléculas polipeptídicas, en realidad drogas que segrega el cerebro», las cuales tienen un efecto inmediato y casi mágico sobre el carácter del ser humano, e inclusive en el dolor en su parte física.

      Dentro de los beneficios de esas hormonas podemos asegurar que son extraordinariamente positivas en el mantenimiento de la lozanía de la piel y el sistema capilar, así como que en estados mórbidos graves como en el caso de células cancerígenas, estas hormonas contribuyen a reforzar las células sanas que al final pueden destruir las enfermas…

Próxima Entrega: EFECTOS POSITIVOS DEL PERDON (PARTE II)

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Para los hijos hasta determinada edad sus padres son lo máximo: su padre un héroe y su madre una santa. Pero a medida que van creciendo la situación cambia radicalmente.

La independencia y los nuevos conocimientos adquiridos les permiten hacerse una imagen más libre y real de lo que fueron como seres humanos, advirtiendo de manera no sesgada sus virtudes, defectos y limitaciones; especialmente su actuación con ellos en la época de la niñez y adolescencia. Ese es el momento de la verdad, y en algunos casos los hijos advierten con dolor, las gigantescas limitaciones y carencias en su personalidad; dejando profunda huella, aquellas que tienen que ver con el respeto y la afectividad que pudieron haberles negado.

Porque para los niños como su mundo es tan pequeño es muy importante el amor, y ellos no conocen otro cual no sea el de sus padres. Sin ese amor, es muy poco lo que tienen. En ese su mundo, un beso de la madre y, especialmente para los varones, del padre es algo muy reconfortante. Tanto que puede marcarlos positiva o negativamente por toda su vida.

Como padre, me niego a aceptar como automático el respeto reverencial que algunos padres reclaman como obligatorio de sus hijos, únicamente por el nexo biológico. Sin que tal apreciación signifique que no considere que el amor y el respeto de los hijos a los padres, debe estar por encima de cualquier consideración subalterna. Por el contrario, no tengo duda que los hijos que honran a sus padres, definitivamente son benditos por Dios.

Pero es que la forma como se conciben los hijos es haciendo el amor con la persona amada, y este es el más exquisito de todos los placeres que en nada puede parecerse a un sacrificio. Durante el embarazo la mujer es mimada por su pareja y su entorno familiar, viviendo una época de afecto y reconocimiento, que tampoco tiene porqué hacerla infeliz. Pero mantener creciendo en su vientre durante nueve meses una cosita tierna que es el producto de su amor, lo natural es que le produzca una gran ternura y regocijo.

Finalmente, traerlo al mundo con los adelantos médicos y farmacológicos actuales, no sólo ya dejó de ser un acto de extremo dolor, sino que yo que he presenciado algunos partos de mis hijas, que las vi radiantes de alegría al nacer el niño, puedo asegurar que para la madre el momento del nacimiento, más que doloroso, es extraordinario, sublime… e incomparable. Después de nacido, cuidar a un bebito lindo de lo más gracioso, no es algo que podamos denominar como un acto sacrificado, heroico o doloroso.

Pero, llevarlo al médico y suministrarle alimentos, no pareciera nada del otro mundo. El educarlo, siendo que en la mayoría de los países la educación fundamental es gratuita, pareciera el mínimo esfuerzo que unos padres deben hacer por sus hijos.Se me ocurre que si tratamos el tema con sinceridad, tendremos que aceptar que no existe ninguna deuda extraordinaria ni vitalicia de los hijos para con sus padres, por el único hecho de que éstos hayan hecho lo normal para preservar y desarrollar a quienes ellos voluntariamente trajeron al mundo, pero sin su consentimiento.

Otra cosa es el agradecimiento de los hijos por la especial actitud hacia ellos cuando más la necesitaron; como serían el amor, la comprensión, la consecuencia, la caridad, la solidaridad y el respeto por su carácter particular y su libre albedrío; aspectos estos que no son un obsequio o liberalidad de los padres hacia sus hijos, sino que son la herencia de Dios a cada ser humano que viene a poblar esta madre tierra.

Al menos por mi parte como padre, mis hijos no tienen tal deuda conmigo. Todo lo que hice y sigo haciendo por ellos, lo es por amor y eso me hace muy feliz. Pero lo fundamental es que lo que yo hice por ellos fue lo mismo que hicieron mis padres por mí. Por eso considero que ningún hijo debe pensar que tiene una deuda especial con sus padres por haberlo traído al mundo, criado y educado, porque eso mismo fue lo que hicieron sus padres por ellos. Simplemente, los padres cobramos por adelantado de nuestros propios padres, lo que a nuestra vez hacemos por nuestros hijos.

Como consecuencia, nada deben los hijos a sus padres por estos conceptos. Pienso que eso quiso significar Carlos Augusto León en su bello poema “Elegía en la Muerte de mi Padre”, cuando escribió: Con un hijo te pago la vida que te debo, porque creo ciertamente que no hay otra manera…”.

El respeto reverencial debería ser la resultante del orgullo y admiración de los hijos por el buen comportamiento de sus padres, como reconocimiento espontáneo por la moral, hidalguía, lealtad, integridad, honestidad y responsabilidad que advirtieran en los progenitores en sus actuaciones cotidianas, desde las más banales hasta las más trascendentes.

Ese respeto reverencial que vemos de algunos hijos para con sus padres, responde a una dedicación más allá del aspecto netamente natural de supervivencia física y su formación. Es la consecuencia del amor y el respeto por el hijo, demostrado en hechos desde que éste es concebido hasta que deja el hogar sin que nunca llegue a agotarse.

Pienso que los padres merecedores de tal respeto no tienen necesidad de reclamarlo porque sus hijos se lo otorgan voluntaria y cariñosamente, cuando sin ninguna presión solicitan su consejo, asesoramiento y orientación.

Quizás nos convendría como padres aceptar que somos nosotros quienes debemos entender a los hijos y no ellos a nosotros, porque somos los padres quienes más hemos vivido y acumulado mayores experiencias de la vida, y por tanto estamos obligados a aceptar su desconocimiento, y orientarlos en el buen camino, de la misma manera como nuestros padres hicieron con nosotros.

Próxima Entrega: FICCION DE SOLEDAD

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          Hace pocos años presencié un programa de televisión internacional, donde presentaban unos gemelos que habían nacido con un mal congénito que no les permitía respirar normalmente. Uno de ellos, a la edad de cuatro años ya había estado hospitalizado veintiocho veces y le habían realizado once operaciones quirúrgicas en su garganta. El otro, un numero escasamente menor de cirugías y hospitalizaciones. Pero algo más grave aún, al descubrir que se trataba de un problema cromosómico transmitido por la madre, el diagnóstico médico definitivo fue que el mal era irreversible y por lo tanto estos niños jamás podrían tener una vida normal. Permanecerían de forma obligatoria recluidos en hospitales para recibir muchas otras intervenciones quirúrgicas, hasta que la vida se les extinguiera. 

         Más allá de la inmensa tristeza que como padre y abuelo me produjo esa dolorosa escena, recibí de los padres de esos niños una de las mayores enseñanzas de mi vida. Se trataba de dos personas menores de treinta años, quienes retozaban en la alfombra con sus dos hijitos que se encontraban conectados a unos aparatos respiratorios, y ciertamente sus rostros reflejaban felicidad. Estas personas de espíritu tan elevado no pensaban que Dios había sido injusto con sus hijos y con ellos por tan deprimente situación, sino que rebosaban de felicidad porque Dios en su infinita misericordia había preservado la vida de sus dos niños y les mantenía a ellos sanos para poder ayudarles.  

        Entonces yo, que tengo vivos mis cinco hijos y mis nueve nietos y a cada momento recibo el amor de ellos y el de mi amada esposa, tengo que tener mi estado de ánimo por las nubes. Estoy obligado a dar gracias a Dios por habernos preservado de tantos males; por darnos y mantenernos esta vida, sin la cual no podría experimentar mis sentimientos sin importar si son agradables o desagradables, por que lo trascendente es que me hacen sentir que aún estoy…vivo y feliz; igual que usted quien en este momento no tendrá más alternativa que sentirse como yo: con su estado de ánimo muy elevado por ser un hijo privilegiado de Dios y por tanto agradecido y feliz. Por eso, como Emerson repito desde el fondo de mi alma: “Todo lo que he visto me enseñó que debo confiar en el Creador a quien no he visto.” 

        Si usted medita sobre lo expuesto y se ubica como un habitante más de este mundo, donde caben holgadamente la vida y sus dones, pero también la muerte  y la escasez; la salud y la bonanza, pero también la enfermedad y la pobreza; el dolor, la tristeza y el odio, pero también la alegría, la solidaridad y el perdón; la maldad y la envidia, pero también el amor, la bondad y la generosidad; la frustración y el fracaso, pero también el éxito y como fuente inagotable de vida: la esperanza. A esta altura de las cosas, seguramente usted no tendrá duda de su condición de  hijo especial de Dios y rebozará de alegría.  Así que por favor, no pierda ni un segundo, no  desperdicie esta oportunidad  y corra… corra donde su hijo y su esposa, abrácelos y béselos con toda la ternura de que es capaz, póngalos contra su corazón, inúndelos de amor, porque esa es la mejor parte de ese tesoro recibido de Dios: su vida y la continuación de ésta representada en sus hijos

          Por cierto… ¿Alguien habló de tristeza o  de  mal estado de ánimo?   Aquí no puede ser. Será en otra parte, otras personas, pero no nosotros. Nosotros recibimos de Dios la luz de la razón que nos permite conocer estas verdades para que podamos analizar cada uno de los aspectos de nuestra vida terrena, lo que diariamente nos posibilita para reconocer su amor, puesto de manifiesto en sus múltiples bendiciones, con la única intención de que seamos felices.   No podemos defraudar a nuestro amado Padre Celestial. No nos lo perdonaríamos… y esta vida es tan corta que no podemos perder ni un segundo de ella. Por eso debemos vivirla intensamente, disfrutándola con fruición, con abundancia de amor, con avaricia de felicidad porque para ser felices fuimos creados por Dios. Lo contrario sería un desperdicio imperdonable, porque los momentos de la vida que no disfrutemos ahora mismo, fatalmente pasarán y serán… irrecuperables.  

         Finalizo esta entrega recordando a un maestro de las letras, que lo  hizo inolvidable para quienes amamos la poesía, quien no se contentó con el romanticismo, sino que nos dejó un mensaje bueno para la vida diaria: Don Pablo Neruda, cuando escribió:  “Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer. Tu eres parte de la fuerza de tu vida; ahora despiértate, lucha, camina, decídete y triunfarás en la vida; nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.»

 

Próxima Entrega: VIVIR O… SOBREVIVIR.

 

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GENTE FELIZ

Siendo que El Estado de Animo es una especial facultad interna que nos posibilita mirar el mundo del color que nos apetezca, nuestro interés principal deberá ser mejorarlo al mayor grado posible. En tal sentido, el primer paso será elegir sentirnos mejor, para lo cual nos basta con enumerar las múltiples bendiciones y muchas cualidades físicas y espirituales de que somos portadores, cuales en su totalidad son fuente abundante de motivos para mejorar nuestro estado de ánimo.

Así tendremos que nuestra bendición principal es NUESTRA VIDA, porque sin ella no somos nada, somos menos que el éter; simplemente no existimos.  Si los muertos pudieran hablar, nos manifestarían cuanto envidian esa insustituible posesión física que es nuestra vida.

No recuerdo en toda mi vida, haber conocido que alguien en su sano juicio hubiese deseado morir, o por lo menos que no hubiese hecho todo lo posible por mantenerse vivo. Por tanto, nuestro ánimo mejorará si meditamos sobre el hecho de que estar vivos, ya es la mayor bendición de Dios sobre la tierra.

Otra  bendición inigualable para mejorar nuestro estado de ánimo son nuestros cinco sentidos conocidos, los cuales nos permiten mirar la reconfortante sonrisa de los niños, oír el canto de los pájaros y la palabra… amor; la sensación indescriptible de la brisa mañanera en nuestra cara, el aroma de las flores y del pasto mojado en las mañanas lluviosas, el sabor de los manjares que Dios ha puesto sobre la tierra para nuestro disfrute, y ese inconfundible, familiar olor del ser amado.

Pero si además reflexionamos sobre el que, diariamente mueren de hambre miles de personas y especialmente niños, siendo que para nosotros el problema alimentario es ¿Qué dejamos de comer para no engordar?Mientras que para esos miles de hermanos nuestrossu problema es ¿Dónde encuentran cualquier alimento para no morirse de hambre?; que existen millones de personas sufriendo de horribles enfermedades como el VIH; más de un mil tipos de cáncer; Parkinson, Alzheimer y… pare de contar, sin posibilidades de atender eficientemente sus enfermedades, mientras nosotros disfrutamos de una salud a toda prueba y tenemos acceso a los mejores centros de salud del mundo.

Que en países africanos, asiáticos y de América Latina, en campamentos insalubres e improvisados crecen millones de niños que nunca aprenderán a escribir siquiera la palabra “madre”, mientras nosotros accedemos a los mejores centros de educación. Que desde Afganistán hasta La Patagonia Chilena, personas nacen, crecen y mueren sin llegar a disponer de un trabajo o un techo donde guarecerse, mientras nosotros disponemos de empleo seguro, vivienda propia o por lo menos la oportunidad de adquirirla.

Que pudiera ser que en este mismo instante, mientras usted deja en su colegio a su niña de catorce años provista, de su morral con libros y su merienda, cientos de miles de niños y niñas entre diez y diecisiete años en Burundi, Sierra Leona, Ruanda, Zambia y Colombia, por citar los países más conocidos, son obligados a empuñar armas mortales, violados en sus almas y en sus cuerpos, sin poder regresar a sus hogares, por temor a ser asesinados por quienes se han servido inmisericordemente de ellos.

Con tales reflexiones comparativas entre usted y el resto del mundo, su estado de ánimo mejorará significativamente y de tal manera robustecerá uno de los elementos más importantes para lograr una vida feliz; al mismo tiempo que le facilitaráreflexionarsobre el hecho indiscutible deque usted es un hijo privilegiado de Dios y por tanto no tiene derecho a permitir que su estado de ánimo decaiga, sino disfrutar de los dones que Dios le ha acumulado durante toda su vida.

Para concluir, permítanme comentarles que cuando paseo por las ciudad observo  como personas a quienes les falta unbrazo o una pierna, o se trasladan en sillas de ruedas, sonríen y se notan felices. Paradójicamente, a su lado observo personas jóvenes, hermosas, vitalesy sanas, con sus seños fruncidos con actitud de infelicidad.

¿Qué hace la diferencia entre unos y otros? Sin ninguna duda, SU ESTADO DE ANIMO.

Próxima entrega: COMO MEJORAR SU ESTADO DE ANIMO (ParteII)

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