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Archive for the ‘OPTIMISMO’ Category

NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS DAR HOY

No se cuanto viviré y… no me preocupa mucho; especialmente porque no depende de mí, si no de esa fuerza universal que lo organiza todo y que conozco  como Dios, inclusive mi venida a esta venturosa tierra, donde siempre he sido tan feliz. Por tanto,  a toda hora trato de  demostrar a quienes amo todo lo que me importan y cuánto los necesito.

Mi espíritu, muy optimista pero realista, me indica que no se cuando partiré, y no debo correr el riesgo de pederme la maravillosa oportunidad de abrazarles, besarles y de toda forma posible demostrarles, quizás por última vez, mi amor y devoción.

Soy de naturaleza expresiva y disfruto increíblemente de la cara de satisfacción de las personas, cuando de alguna manera les expreso mi amor, mi consideración o mi respeto; percibo esa vibración positiva en ellos, que unida a la mía suelen hacer de mis momentos diarios y diversos, situaciones muy agradables.

No entiendo a quienes aman en silencio, guardan las palabras sentidas o los obsequios para los “días especiales”; en principio, porque para todos los días deberían ser especiales, y en segundo lugar, porque no beneficia a nadie que le retarden cualquier expresión de sentimiento que pueda ser gozoso.

Se que cuando me vaya, o mejor dicho cuando regresé a mi hogar supra natural, no dejaré odios ni rencores  en mi entorno íntimo, ni en quienes, de alguna forma, tuve la oportunidad de tratar o compartir experiencias.

También estoy convencido que a mis seres queridos, desde allá, en otra dimensión, como lo he hecho en esta vida continuaré velando por su felicidad y de tal manera en contacto espiritual. Por eso siempre les digo que nunca nos separaremos ni diremos adiós, sino… hasta después.

Es por lo cual insisto en que  cuando llegue el momento, no deben estar tristes, sino darle gracias a Dios por haberme permitido tantos años esta vida, feliz y a su lado.

Asimismo, he dicho que no quiero reconocimientos póstumos, sino que, lo que sientan o quieran hacer por mí lo materialicen ahora mismo, cuando todavía tengo este cuerpo que experimenta sensaciones materiales, porque luego, lo que hagan será para o por otros, pero no para mí.

Doy gracias a Dios por haber vivido y compartido con tanga gente buena sobre esta tierra, con quienes no tengo ninguna duda, más allá de esta vida física, espiritualmente siempre estaré con ellos.

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La tristeza es un sentimiento negativo, que afecta la felicidad. Todos, de alguna manera alguna vez, hemos experimentado ese sentimiento indeseable, que es capaz de quitarle el color y sabor a situaciones y momentos hermosos de nuestra vida.

Sentir ocasionalmente tristeza cuando presenciamos injusticias, nos golpean íntimamente o nos agobia una enfermedad, no es algo que deba preocuparnos; pero permitir que esta se prolongue o invada espacios importantes de nuestra vida, puede ser tan grave que llegue a convertirse en esa horrible patología que es la depresión.

La tristeza se combate con amor, optimismo, fe en nuestra capacidad para superar cualquier situación que nos aqueje, y especialmente con ese tesoro típico de los seres humanos: la esperanza de que todo pasará. Somos tan especiales que no hay evento por doloroso que fuere, que no solucione el olvido.

La tristeza es el triunfo del temor frente al valor; del pesimismo sobre el optimismo; de la frustración frente a la esperanza. Si nos posesionamos de nuestro poder y capacidad espiritual sobre nuestro cuerpo, podemos reducir la tristeza a lo que debe ser: una orden de nuestro cerebro. Por tanto, al depender de nuestra voluntad, podemos manejarla a nuestro antojo.

Así, para no estar triste, si presencio un acto que considero injusto imposibilitado de hacer algo por evitarlo, recordaré que todo tiene una razón, y que, quizás, el resultado posterior final pudiera ser beneficioso, y eso alejará la tristeza. De la misma manera, si golpean mis sentimientos, consideraré mi dolor como un aprendizaje necesario para vivir mejor en el futuro, y eso me hará feliz. Si alguien no me ama o no reconoce mis valores, lo lamentaré por quien desperdicia la oportunidad de disfrutar lo mejor de mí, pero no me entristeceré.

Y cuando sienta por cualquier motivo, que mi alma es atacada por ese sentimiento, miraré a mi alrededor la sonrisa de mis hermanos humanos, el vuelo de las mariposas, el canto de los pájaros y el color de los crepúsculos cuando muere la tarde; aspiraré el perfume de las flores y escucharé el arrullo del agua de las fuentes; y ya no tendré duda de que el mundo es bello y la vida demasiado buena, para perder el tiempo permitiendo que temores o presentimientos injustificados, me distraigan de esa hermosa contemplación que es mi vida, cual  será  por siempre mi mejor oración.

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CADA DIA TRAE SUS PROPIAS PREOCUPACIONES…

Después de más de dos 2.000 años de haber sido pronunciadas, las palabras Jesús de Nazaret, continúan teniendo plena vigencia, para mantener una existencia armónica y equilibrada.

Siguiéndolas por más de seis décadas, he podido procurarme una vida feliz; por lo cual, dentro de lo posible, trato de divulgarlas.

Una de sus máximas, que para mí es un compromiso por el cual escribo este artículo, fue: “Al que se le da mucho se le pedirá mucho…” y  no puedo negar que  a mí Dios  me ha dado… mucho.

Me entristece observar  personas que, innecesariamente y con obsesión, se  preocupan por lo que pudiere acarrearles el futuro; y lo que es más grave, por malos recuerdos del pasado,

Preocuparse por lo que pudiera suceder mañana, es un ejercicio de adivinación contra nuestra propia tranquilidad; ya que, evaluar eventos inciertos que pudieren perjudicarnos, cuales nadie puede asegurar que sucederán, es una actitud casi masoquista, sin ningún resultado positivo.

Pero, preocuparse por  un pasado, sobre el cual nada podemos hacer para remendar lo errado o doloroso, es tan inútil como intentar tomar varias veces la misma agua de un río, porque  luego que pasa no existe posibilidad de volver a retomarla.

Asimismo, si los problemas diarios normales ya son pesados ¿Cuál será su magnitud si les sobrecargamos con los que  intuimos vendrán en el futuro, más aquellos que recordamos del pasado?

El resultado de tales comunes aberraciones mentales, es gastar nuestro tiempo con esos pensamientos negativos, en vez de  dedicarlo a disfrutar intensamente el  maravilloso hoy, lleno de  bendiciones, precisamente para hacer nuestra vida agradable y placentera, que, como el agua del ejemplo, pasarán y nunca más podremos recuperar.

Jesús, siempre sabio, nos regaló una enseñanza que estamos obligados a meditar y evaluar,  hasta hacerla parte de nuestra actuación diaria, porque, en buena parte, pudiera ser que de ella dependa, nuestra felicidad.

Esa sencilla pero  didáctica  sentencia, que para mí, como todo compendio filosófico de vida, es corto y sencillo, enseña: “Cada día trae su propio problema… basta a cada día su mal.” ¿Verdad que no es difícil entenderla, asimilarla,  recordarla y practicarla?

Nunca es tarde para comenzar;  pero cuando se trata de nuestra felicidad, se convierte en un compromiso. Así que, si somos de los que perturba el futuro o esclavizan las frustraciones y dolores pasados, tomemos esta tabla de salvación y, seguramente que siguiéndola, podremos  corregir el entuerto.

 

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Como todos los nuevos años, escribo sobre ellos no antes de que se inicien ni sobre la base de lo que viví en el que se quedó en el tiempo o viviré en adelante, sino en el cómo vivo.

Ciertamente, para mí todos los años son iguales: simplemente, maravillosos. Observo nacer, avanzar y morir los días, las plantas y… los hombres; pero, en todo ello encuentro una parte positiva en la cual se refleja la mano de Dios; es el ciclo vital: nacer, desarrollarse y morir, pero siempre, no importa cuánto tiempo, hay un espacio para la vida; esa es la parte interesante, ya que, los años, como nuestra existencia, serán del color que sepamos darle.

Aquellos de mentalidad negativa,  comentan con tristeza que el año pasado fue gris, porque afectó en defecto su interés personal, temiendo que el próximo pudiera ser peor, sin considerar cómo pudo ser para los demás. Otros, de pensamiento positivo, comentan que aunque en  este año no les fue tan bien, y se sucedieron asuntos problemáticos o delicados, confían que en  el próximo les irá mucho mejor. Somos cada uno de nosotros, quienes hacemos buenos, mejores, malos o peores los años que transcurren.

En los últimos seis meses de este año vi morir mis dos hermanos mayores, y no por eso este año fue malo para mí. Es que cada uno de ellos vivió su vida por más de setenta años, y a su antojo.  Vinieron a esta vida a vivir y eso hicieron. ¿Qué cómo vivieron? Como lo decidieron; porque fue para tener esa capacidad que Dios les dotó de razón, intelecto y libre albedrío, con lo cual conformaron su estado de ánimo, cual es lo que determina el color y sabor de la vida.

Yo sé -porque lo he vivido-  que un espacio pequeño de felicidad integral, bien podría  valer una vida; porque más que el tiempo o el espacio donde permanezcamos, lo importante, lo trascendente, es lo que sentimos y cómo nos sentimos.

Mientras tengamos capacidad para amar y ser generosos para compartir nuestro amor con nuestros semejantes; podamos sentir el aire fresco de la noche, oír el canto de los pájaros; el arrullo que es la voz de nuestros seres amados y nos sintamos uno con Dios y con cada uno de nuestros semejantes, todos los años serán… ESPECIALMENTE BUENOS.

No tengo duda que 2011 será un bellísimo año; festejémoslo juntos.

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CON LAS MANOS VACIAS

 

«NADA TRAEMOS A ESTA VIDA NI NADA NOS LLEVAMOS»

Antes de morir Alejandro El Grande, exigió  que sus tesoros se esparcieran por el camino hasta su tumba; y que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd a la vista de todos. Con ello quiso significar que cualquier bien material adquirido en esta vida, aquí se queda y que, venimos con las manos vacías y así partiremos de este mundo.

Manejar estos conceptos puede hacer la diferencia entre una persona feliz, al compartir lo que logra con sus  hermanos humanos, y otra que dedica su vida a atesorar bienes por temor a perderlos, convirtiéndose en avara y, consecuencialmente, infeliz.

Ningún bien material trasciende nuestra existencia física o puede servirnos en la otra. Como los adquirimos en esta tierra, aquí debemos disfrutarlos y aquí se quedarán irremediablemente. Por tanto, la avaricia además de hacer daño a quienes se les niegan, castiga a quien dedica sus mejores años atesorando lo que no podrá utilizar después de su muerte.

Como legado de nuestro Creador, las cosas trascendentes e indispensables para nuestra realización personal, como el amor, el tiempo y la espiritualidad, cuales sí nos llevaremos con nosotros, no las hizo depender de ningún esfuerzo material sino de  nuestra personal voluntad; resguardándolas en nuestro interior, para que nadie, bajo ninguna circunstancia, jamás pudiera privarnos de ellas.

El amor, nos posibilita deleitarnos en el milagro más grande de la naturaleza: nuestros hermanos humanos, permitiéndonos asimismo vivir intensamente las emociones y sentimientos más nobles, venciendo todo obstáculo que disminuya nuestras capacidad de dar.

El tiempo, ese arcano indefinible de  luengas barbas y rostro venerable, cual quisiéramos mantener ilimitadamente, nos es dado sin que podamos conocer cuánto, por qué y hasta cuándo estará con  nosotros, por lo cual, sería inútil ocupar en ello nuestro intelecto.

La espiritualidad deviene de nuestra herencia divina; nos permite entender la temporalidad de la vida física y nos hace intuir otra instancia más elevada, a la cual irremediablemente debemos ascender, al tiempo que, al vincularla a nuestra materialidad, consiente edificarnos y deleitarnos en esta vida, como una preparación para la posterior.

Quizás fue esa la enseñanza que quiso dejarnos Jesús de Nazaret, la cual todos deberíamos seguir,  cuando sentenció: No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;  sino haceos tesoros en el  cielo donde ladrones no minan ni hurtan…”

 

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Todos tenemos en esta vida una pared personal, detrás de la cual escondemos, unos más que otros, sentimientos, inhibiciones, frustraciones, tristezas, dolores, ambiciones, sueños y… alegrías.

Yo también tengo mi pared; sólo que he separado mis sentimientos de la mejor manera posible, de tal forma que únicamente tengan trascendencia aquellos que sean positivos y me edifiquen,  a cualquiera de los seres que amo o a quienes me relaciono de cualquier manera.

No se trata de una pared física, porque tiene que ver con mi alma y mis sentimientos que son etéreos, y al no tener conformación material es un poco más difícil contener algunos de ellos, que a veces escapan e intentan crearme problemas; pero al final, yo los controlo.

Detrás de mi pared he aprendido a vivir tan feliz como cuando tengo que traspasar sus linderos; para lo cual, simplemente me regalo de forma permanente y continua la posibilidad de equivocarme y cometer errores; de tratar de entender a mis hermanos humanos, aceptarlos como son, reconocer sus bondades sin escudriñar sus debilidades o defectos, y festejar su diversidad. De alguna manera, esto es parte del obrar humano que todos tenemos que experimentar en procura de una vida mejor; y es, precisamente disfrutando en el camino de lograrlo, como aprovecho esas múltiples experiencias que me enriquecen, inmersas en el maravilloso mundo de las cosas sencillas.

Por mucho tiempo sólo me sentía a salvo detrás de mi pared, hasta que descubrí que por tratarse de algo espiritual y no físico, no tenía límites de tiempo ni espacio. Con esa precisión ubiqué los cerrojos en mi ser interior, donde convivo con Dios y sólo Él y yo tenemos acceso, para dejar que sean mis sentimientos quienes decidan donde se quedan: delante, donde el sol brilla y las noches son estrelladas, o detrás, donde todo es oscuro. Así, atesoro aquellos que son positivos para mi o alguien más, haciéndolos parte de mi luminosa vida diaria. Por el contrario, los que considero negativos, deprimentes o dolorosos, los dejo detrás, en la parte oscura de mi pared, para no recordarlos nunca.

Hoy alguien, inesperadamente, traspasó mi pared adornándola con colores de oro, música de alas de mariposas y perfume de azahares: Wendy interrumpió mi trabajo, se sentó en mis piernas y jugueteo con mi pelo como antaño, mientras su mami la miraba con ternura; ella tiene treinta años, dos bellas niñas y es… la última de mis hijas.

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“Si amas dilo, repítelo, no te canses de hacerlo; porque el amor en silencio es medio amor”

Millones de personas a las puertas de la muerte, darían lo que fuere sólo por unos minutos más de vida; en ese momento, quizás por primera vez, ellos, un poco tarde, logran entender el valor de un minuto de existencia, que en esa especialísima ocasión equivaldría a una vida… más.

Asimismo, si pudiésemos consultar quienes yacen bajo la tierra, seguramente nos manifestarían su frustración por no poder corregir su mayor error mientras vivieron físicamente: haber desperdiciado minutos de felicidad. Quizás fue esto lo que nos quiso recordar Borges, cuando al final de su vida sentenció: “He cometido el mayor pecado de la vida: no he sido feliz”.

Hoy al despertar, cuando abrí mis ojos frente a una mañana radiante y al abrir mi ventana el aire, que no sabe de donde viene ni hacia donde va, en su raudo vuelo con mil sonidos y aromas diversas acarició mi cara, sentí en toda su plenitud el privilegio de poder recibir esas maravillosas sensaciones, que me prueban que aún estoy aquí, en este extraordinario mundo que Dios me dio por heredad.

Entonces sentí la necesidad de orar, de decirle a mi Padre Celestial cuanto le amo; cuanto le agradezco el haberme permitido conocer y disfrutar de la bella e incuantificable naturaleza, y muy especialmente, por haberme regalado mis hermanos humanos, que con sus altos y bajos, me han hecho protagonista de una vida, que es una hermosa aventura, la cual, si pudiera repetir, lo haría exactamente como la he vivido.

Es que sólo respirar ya es una experiencia indefinible; pero amar, tener una familia, amigos, educación, trabajo, sueños, esperanzas, y la posibilidad de ser útil aunque fuere a una sola persona, son experiencias que no se pueden dejar de disfrutar con fruición.

Hay tanta gente sola, enferma física y espiritualmente, pero que tampoco tuvieron acceso a la cultura ni al conocimiento; quienes no disponen de un techo donde guarecerse, alimentación básica ni seguridad de ningún género, que estamos obligados a protegerlos y orar por ellos.

Por eso, no podemos desperdiciar ni un segundo, porque como el agua bajo los puentes pasará y no podremos recuperar ningún instante perdido.

Pero… aun hay tiempo; vaya, ponga contra su pecho a sus seres queridos, béselos, dígales y repita hasta el cansancio cuanto les ama y necesita; póngalos al rescoldo de su ternura, siémbrelos en el fondo de su alma, porque sólo allí lo acompañarán… siempre.

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TOÑO E ISA EN MIAMI  (2009)

¿Cuál es el factor fundamental que incide para que en las parejas, progresivamente decaiga el idilio, entusiasmo, emoción y pasión de los primeros tiempos?

Es un tema largo y complejo, pero aislando factores incidentes, pareciera ser que el primero es la rutina, que surge cuando los integrantes, imbuidos de su nuevo rol y la seguridad que conlleva, descuidan el comportamiento cuidadoso, atento, considerado y romántico, que dio origen a la unión.

Se hace pareja para dar permanencia a la relación que se disfrutaba como novios, bajo la premisa de que viviendo juntos,  los bellos sentimientos que alimentan el noviazgo, se harán más fuertes y solidarios.

Si la convivencia disminuye o desmejora esa emocionante sensación que mantuvoactivo el noviazgo, la frustración abona el terreno para el hastío, así como para las desavenencias, desacuerdos, desinteligencias y mala comunicación, que afectarán la convivencia diaria.

El alimento de la pareja lo es ese coctel cotidiano de amor, ternura, pasión, respeto, aceptación, solidaridad, lealtad y sensación de socorro mutuo, que  se constituye en blindaje para mantener relación en el tiempo.

El tedio y la rutina se combaten con el entusiasmo, positivismo, buen humor, creatividad y buena comunicación; sentimientos que únicamente surgen del amor, lo cual mientras este se mantiene vivo todo tiene solución, porque el amor lo puede todo.

Para reforzar el sentimiento de que la unión aporta y no disminuye emoción a la relación, debe mantenerse el mismo comportamiento atento, considerado, entusiasta, obsequioso y… enamorado, como en la época del noviazgo.

Descuidar la magia del te amo, las invitaciones, sencillos obsequios, salidas, y de vez en cuando una que otra locurita, es convertir lo que pudo ser emocionante y permanente, en rutinario y fastidioso.

El lenguaje del amor es muy variado: comprensión,  aceptación, atenciones, miradas, contactos de piel, guiños, señas; y las frases te amo y discúlpame que siempre deben estar presentes. Nathaniel Hawthorne, comentaba: “Las caricias son tan necesarias para la vida de los sentimientos como las hojas para los árboles. Sin ellas, el amor muere por la raíz”.

No olvidemos que quien nos escogió dentro de millones de otras opciones para hacer vida en común, lo hizo para producirse más y mejor amor, ternura, consideración, aceptación, emoción, compañía, seguridad y… buen sexo; todo lo cual bien podría lograrlo con otro que entendiera mejor ese privilegio de ser especialmente escogido para compartir cuerpo y espíritu, en el camino de hacerse la vida más grata, emocionante, segura, permanente y feliz.

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A medida que aumento el dialogo con diversas personas, fortalezco mi convicción de que primero enferma el espíritu y como consecuencia surgen la mayoría de las enfermedades que afectan nuestro cuerpo.

Pero… ¿Por qué enferma el espíritu? Por tantas causas cuanto actuemos o pensemos contrario a nuestra esencia divina que debería irradiar optimismo, seguridad, confianza, amor, aceptación y compasión hacia nuestros semejantes; o por causa de emociones reprimidas, tales como tristeza, ira, agresividad, resentimientos, odio, o temores que devienen de la falta de fe y esperanza en nuestro poder, inmanente a nuestro origen divino y condición racional.

Así, observo como las personas optimistas interpretan la vida como una oportunidad para experimentar felicidad y percibo su magnetismo positivo: sonríen, saludan alegres contagiando entusiasmo y en vez de hablar sobre resentimientos, tristezas pasadas o temores futuros, comentan el maravilloso hoy y sus circunstancias positivas, con vehemencia y confianza en que son y serán beneficiosas; y hasta ahora, ninguna de ellas me ha manifestado que se sienta mal o tema enfermarse.

Por lo contrario, para aquellas personas negativas, los inconvenientes del ayer y la imprevisibilidad del mañana, representan importantes factores de perturbación y preocupación; sonríen poco, les cuesta saludar, transpiran pesimismo y hacen pesado el ambiente; normalmente hablan de achaques, mala suerte, exámenes de laboratorio y su necesidad de visitar los médicos para prever nuevas enfermedades.

En estas últimas personas, su enfermedad del espíritu les evita mirar con claridad la parte bella de la vida, creándoles la propensión a las enfermedades del cuerpo, que precipitan con la cantidad de fármacos innecesarios que ingieren, cuales nunca podrán competir en eficiencia con los sentimientos de alegría y la felicidad de vivir intensamente.

Es que el cuerpo espiritual-mental se resiste a que se le niegue la posibilidad de disfrutar las mieles de la vida, que le corresponden como habitante de este mundo, lo cual depende únicamente de su estado de ánimo –que es mental- y  esa acumulación de emociones negativas crean o aceleran procesos de morbilidad física.

En mi opinión, la mejor manera de ayudarnos a prevenir enfermedades corporales es mantener el espíritu sano, viviendo alegres y felices; disfrutando de los buenos recuerdos, olvidando los malos y esperando siempre lo mejor del futuro, porque para auxiliarnos en su  logro ahí está Dios pendiente, vigilante, para ayudarnos a vivir dichosos, en la misma medida de nuestra diligencia, inteligencia, fe, optimismo, esperanza y… generosidad con nuestros hermanos humanos.

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Cuando los cambios se producen a gran velocidad, la reacción frente a lo nuevo, extraño o desconocido es el temor, que se convierte en estrés, desasosiego y crispación, incidiendo negativamente en las tomas de decisiones.

La preocupación, desorientación y paroxismo, no aportan nada positivo a una situación que se considere problemática o adversa. Los presentimientos negativos, los comentarios irreflexivos y la exageración de lo que se cree pudiera suceder, sólo produce mayor desestabilización emocional que resta capacidad de acción efectiva.

En estos casos, a lo que más debemos temer es… al temor. Para quienes no tenemos duda de la existencia de Dios -quien ordenó todo lo que existe de manera perfecta- dotándonos de inteligencia, raciocinio y capacidad extraordinaria de adaptación a cualquier situación, sabemos que si Él está con nosotros, a nada ni nadie debemos temer.

Para aquellos que no tienen esa fe, sano sería meditar sobre que sus preocupaciones, augurios negativos y temores sobre lo que “pudiere acontecer” y el daño que “pudiere causar”, deberían ser sustituidas por el optimismo, fe en si mismos, en la generosidad de sus hermanos humanos, y en que lo único que pueden hacer por un futuro incierto e imprevisible, es hacer las cosas bien… hoy.

El hecho cierto de no conocer cuanto tiempo permaneceremos sobre esta madre tierra, nos obliga vivir intensamente ese maravilloso presente, que tantas cosas bellas pone a nuestra disposición, cuales si no las desaprovechamos o no disfrutamos plenamente, jamás se repetirán y las perderemos por siempre.

Debemos vivir intensamente ese maravilloso mundo de las cosas sencillas pero trascendentes, como amar y manifestarlo a nuestros seres queridos; disfrutar la belleza del día y paz de las noches, la fragancia de las flores, la voz cantarina de los niños; los alimentos y el compartir con nuestro entorno. Si a esas vivencias adicionamos actividades útiles a nuestros hermanos humanos, ya no tendremos tiempo para pensar en tragedias, que quizás nunca llegarán pero que nos producen temor, sino que invertiremos nuestro intelecto en ser y hacer felices a nuestros semejantes, cual pudiera ser la razón más importante de nuestra vida terrenal.

No estamos solos ni a la deriva; algo superior -independiente como usted le llame- rige el universo, la naturaleza y nuestras vidas, pero tambièn vela por nosotros. Nuestra preocupación no puede cambiar el proceso universal, pero sí puede hacernos miserable una vida que nos fue dada con el único objeto de vivir felices.

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