CON LAS MANOS VACIAS
«NADA TRAEMOS A ESTA VIDA NI NADA NOS LLEVAMOS»
Antes de morir Alejandro El Grande, exigió que sus tesoros se esparcieran por el camino hasta su tumba; y que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd a la vista de todos. Con ello quiso significar que cualquier bien material adquirido en esta vida, aquí se queda y que, venimos con las manos vacías y así partiremos de este mundo.
Manejar estos conceptos puede hacer la diferencia entre una persona feliz, al compartir lo que logra con sus hermanos humanos, y otra que dedica su vida a atesorar bienes por temor a perderlos, convirtiéndose en avara y, consecuencialmente, infeliz.
Ningún bien material trasciende nuestra existencia física o puede servirnos en la otra. Como los adquirimos en esta tierra, aquí debemos disfrutarlos y aquí se quedarán irremediablemente. Por tanto, la avaricia además de hacer daño a quienes se les niegan, castiga a quien dedica sus mejores años atesorando lo que no podrá utilizar después de su muerte.
Como legado de nuestro Creador, las cosas trascendentes e indispensables para nuestra realización personal, como el amor, el tiempo y la espiritualidad, cuales sí nos llevaremos con nosotros, no las hizo depender de ningún esfuerzo material sino de nuestra personal voluntad; resguardándolas en nuestro interior, para que nadie, bajo ninguna circunstancia, jamás pudiera privarnos de ellas.
El amor, nos posibilita deleitarnos en el milagro más grande de la naturaleza: nuestros hermanos humanos, permitiéndonos asimismo vivir intensamente las emociones y sentimientos más nobles, venciendo todo obstáculo que disminuya nuestras capacidad de dar.
El tiempo, ese arcano indefinible de luengas barbas y rostro venerable, cual quisiéramos mantener ilimitadamente, nos es dado sin que podamos conocer cuánto, por qué y hasta cuándo estará con nosotros, por lo cual, sería inútil ocupar en ello nuestro intelecto.
La espiritualidad deviene de nuestra herencia divina; nos permite entender la temporalidad de la vida física y nos hace intuir otra instancia más elevada, a la cual irremediablemente debemos ascender, al tiempo que, al vincularla a nuestra materialidad, consiente edificarnos y deleitarnos en esta vida, como una preparación para la posterior.
Quizás fue esa la enseñanza que quiso dejarnos Jesús de Nazaret, la cual todos deberíamos seguir, cuando sentenció: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo donde ladrones no minan ni hurtan…”
Deja una respuesta