Como seres humanos, somos individuales, particulares, diversos, típicos… únicos. No hay ni existirá, física o intelectualmente, una persona exactamente igual a otra, ni con idénticos sentimientos, en iguales circunstancias. Es inútil y sin sentido práctico compararse con otra persona, ya que no existen parámetros exactos para la comparación y como no somos idénticos a nadie más, siempre se inclinaría el fiel de la balanza a favor o en contra.
Físicamente, siempre tendremos diferentes características, por lo cual, en este aspecto, jamás podremos considerarnos mejores o peores que otras personas. Intelectualmente, siempre han existido y existirán personas con diferentes niveles en su coeficiente; más o menos nobles, valientes, generosos, amorosos, positivos o negativos. Por tanto, tampoco podemos sentirnos superiores en este aspecto; precisamente porque somos diversos.
Nuestra atipicidad es nuestro escudo frente a esa tentación tan humana de sentirnos superiores o mejores que los demás. Tales sentimientos, como casi todos los males que aquejan nuestra espiritualidad, son una creación de nuestra mente, que nos crea la ficción de sentirnos superiores; pero asimismo, nos protege del indeseable sentimiento de inferioridad
Como seres distintos en nuestra conformación física e intelectual, también lo somos en nuestras actuaciones y manera de ver la vida y las cosas. Como resultado, con respecto a otros individuos, podemos sentirnos mejores en algunos aspectos y realizaciones, pero peores en otras. Nuestras cualidades y condiciones corresponden a nuestra especial forma de ser, sentir, y actuar; por tanto, nunca seremos, integralmente, mejores o peores sino… diferentes.
Como entes particulares, el resultado de cualquier comparación que se hiciere con otro individuo, dependerá de criterios de “normalidad” establecidos, no por nosotros, sino por la sociedad en un momento y espacio determinados. Estas premisas nos llevan a concluir que, nadie es superior ni inferior a otra persona en todo lo que haga, sino que en algunos asuntos pudieran ser mejores o peores, pero según esos patrones predeterminados.
Todo esto me lleva a concluir que, como individuos, no somos ni “superiores” ni “inferiores” a nadie con respecto a nuestra vida integral. Simplemente somos “nosotros” y no tenemos por qué creernos superdotados o disminuidos, porque esas son apreciaciones personales e individuales.
Fuimos creados únicos, diferentes y diversos, con el mandato de amarnos y ayudarnos de tal modo que hiciéramos lo más placentera nuestra corta etapa sobre esta madre tierra. Bajo esas premisas, el respeto por la individualidad y la diversidad, son condiciones fundamentales para el logro de la armonía, paz y felicidad.
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