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Escuché en un medio de comunicación algo que me ratificó que como seres humanos, estamos perdiendo el sentido del por qué y para qué vinimos como habitantes de este bellísimo e infinitesimal pedacito del universo.
Informaban que según documentados estudios, el efecto de los hijos en un significativo número de parejas jóvenes es devastador, rebajando su vigencia al promedio de dieciocho meses desde su nacimiento, para que se produjera la disolución de la relación.
La raíz del problema sería el advenimiento de los hijos, por causa de las necesidades de atención especial, lo cual aportaría exagerado estrés a la pareja, quienes concibieron la unión para disfrutarlo pero no para sacrificar o aportar nada que pudiera ser incómodo, como el cambiar su modo de vida en función del interés prioritario de sus vástagos.
No obstante que he visto y oído muchas cosas inverosímiles, esta información que se dice documentada, más por los padres que por los hijos, me genera una profunda tristeza. Lo asimilo a alguien que deseara intensamente buena salud, una bellísima casa y un bello auto, pero al obtenerlos dijera: «No soy feliz porque tengo estas cosas.» Simplemente, es absurdo.
Como hombre -que no macho- esposo, padre y abuelo, soy defensor acérrimo de la monogamia, el matrimonio y los hijos, por lo cual estoy obligado a tratar el tema.
La urgencia natural genética, como especie que debe mantenerse sobre el planeta, lo es copular un hombre con una mujer; por lo cual esa interacción de los dos géneros justifica la pareja.
Por nuestra naturaleza gregaria no sabemos realizarnos material y espiritualmente en solitario; para lograrlo, requerimos de por lo menos otro ser de nuestra especie, sin desestimar que para sobrevivir con cierto confort, por causa de los efectos de nuestras adiccciones y el impacto del desarrollo sobre el ambiente, ahora requerimos casi de forma indispensable, convivir en grupo.
La característica fundamental de nuestro componente espiritual, lo es el amor, cuyo fin determinante es el compartirlo. Nuestra esencia divina deviene del amor de nuestro Padre Celestial, que siempre nos acompañará; por amor fuimos concebidos y el amor establece la diferencia con los seres irracionales que nos acompañarán en nuestra estadía en este mundo.
De tal manera, cuando dos personas con esas necesidades físicas y espirituales identifican y vinculan con otra de diferente sexo sus sentimientos de amor, dos son sus principales motivaciones para hacer pareja: la primera de carácter natural: unir sus cuerpos para mantener la especie mediante los hijos; la segunda de corte espiritual: amar intensamente fundiendo sus dos almas en una sola.
Pues bien, no existe mecanismo más eficiente para lograr los dos objetivos señalados, que el advenimiento de los hijos; no sólo porque concretan esos dos postulados, sino que adicionalmente aportan al hogar alegría, ternura y amor, constituyéndose en mecanismo para incentivar a los padres procurarse mayores logros, así como mejorar el hogar en todos los sentidos.
Se comenta que «…un hogar sin hijos es como un jardín sin flores.» Yo lo suscribo. Desde antes de casarme amé a mi esposa, pero no fue sino hasta que la observé grávida cuando sentí esa ternura especial, que produce saber que es ser que está creciendo en el vientre es la materialización de nuestro amor y que gracias a esa vida en proceso, mediante un hijo se mantendrá por siempre sobre esta tierra. Cuando tenemos un hijo, nuestro amor ya nunca desaparecerá y se mantendrá más allá del tiempo, inclusive de nuestra propia vida.
Sin compartir de ninguna manera el criterio de la información mencionada, por causa del desarrollo de la genética humana, podría entender que alguien termine una relación de pareja porque su par no puede procrear. Pero que se justifique el rompimiento de la relación sentimental porque la mujer procree hijos, es algo que queda fuera de mi limitado entendimiento, por no decir que me parece, por lo menos, anormal y aberrado.
Cuando las parejas se disuelven con la justificación del estrés que producen los hijos, lo real es la mendacidad de quien quiere acabar la relación, porque más allá del estrés natural que conlleva el nacimiento de un niño, yo me pregunto:
¿Estrés porque te reciben con los ojos abiertos y una sonrisita que ilumina la casa y que ya nunca podrás olvidar?
¿Estrés porque te dicen, papi te amo?
¿Estrés porque ratifican tu hombría?
¿Estrés porque tienes otro motivo por el cual luchar?
¿Estrés porque adicionas un elemento más de fortalece para tu relación?
He vivido, visto y oído demasiado durante mi vida para aceptar justificaciones absurdas. Si alguien no se siente con suficiente capacidad y amor para ser madre o padre, pues simplemente no haga pareja. Pero si lo hace, tenga el mínimo de dignidad para aceptar su ignorancia, errada visión del sentido de la vida y su irresponsabilidad, pero no venga a endilgarle sus zonas erróneas, sus temores y sus anormalidades, a quienes lo único que hacen en la pareja es hacerla más hermosa, tierna y permanente.
Próxima Entrega: LO HERMOSO DE TENER HIJOS

