El efecto de la competencia imperfecta en la pareja como de los motivos que la originan puede ser muy dañino para los hijos, ya que éstos tienden a emular a sus padres y en tal propósito también competirán con sus relacionados, con riesgo de perder todo sentido de sensibilidad, solidaridad, compasión, caridad y amor por sus semejantes. Esa tendencia puede afectarlos al punto de que por competir por todo motivo, se alejen progresivamente de su propia identidad hasta convertirse en irreconciliables con su propio yo, imposibilitando establecer relaciones sanas y perdurables, con el resultado de vivir una vida en solitario sin afectos permanentes.
Para evitar tales efectos, con respecto al liderazgo sobre los hijos, previo a su advenimiento, la pareja debe pactar la perfecta igualdad de autoridad en su actuación sobre éstos. El compromiso deberá versar especialmente sobre la consecución o negación de permisos. Así, en caso de negativa por parte de alguno, el otro debe apoyar la decisión sin perjuicio de que, si lo considera desacertado en privado razone con su par la disidencia, pero sin afectar el principio de autoridad. En caso de lograr variar la decisión, será el mismo progenitor que tomó la decisión, quien inteligentemente razonará el cambio de su criterio, sin mencionar la participación del otro en la reforma o cancelación de la medida.
Tal convención evitará que los hijos manipulen a sus padres asumiendo que es uno de ellos quien toma las decisiones, o quien puede modificarlas. Este equilibrio de autoridad familiar evita múltiples malentendidos, dejando incólume la autoridad de ambos progenitores, así como la ratificación del respeto mutuo, aportando reconocimiento y gratificación a la relación, haciéndola más sólida, edificante y duradera.
Cuando se hace pareja se comienza una nueva vida y ya no se podrá hacer exactamente lo que nos plazca sin medir las consecuencias del acto. Como esta es una relación esencialmente emocional y pasional, además de la competencia malsana, deberá evitarse tratar las diferencias sobre temas que afecten los sentimientos más conflictivos del individuo, como los religiosos y políticos. Por tanto, lo conveniente sería que antes de materializar su unión conozcan de manera diáfana las tendencias de cada uno y la forma de tratarlas, si fueren disímiles.
Con el conocimiento previo pueden planificar el comportamiento individual frente a esas realidades, que no tienen porqué cambiar por causa del nuevo estado civil que comienzan, sino que deben adecuarse a la nueva situación. Por ejemplo, en el caso del credo religioso, si los dos son cristianos pero de diferentes religiones, el problema es menor y será suficiente acordar la forma de actuación frente a cada credo, ya que su basamento filosófico no tendría diferencia profunda, porque se fundamenta en el mensaje de Cristo que ambos comparten. En los casos de marcadas diferencias como sería si uno fuere musulmán y otro cristiano, la negociación previa se hace difícil pero necesaria, si la intención es una unión duradera.
En los casos de participación o activismo político, la convención tiene relevante importancia, porque se dan casos en los cuales una de las partes no solamente no le interesa el tema político, sino que… no lo soporta. Si el amor es fuerte pudiera ser que haciendo un gran esfuerzo pueda sobrellevar que su pareja tenga una definida preferencia política y/o que participe activamente. En otros casos, los dos pudieran tener actividad política pero en diferentes bandos, siempre que sean personas razonables que no se afecten ni permitan actitudes de fanatismo político, deberán establecer de forma clara las reglas y mecanismos mediante los cuales manejarán, de común acuerdo estas actividades.
Es por todo lo expuesto que considero importante que antes de iniciar la relación de pareja se convenga sobre el tratamiento objetivo y diario de estos temas, en vez de competir sobre ellos.
Una recomendación apropiada para toda pareja es la de evitar en lo posible discusiones sobre religión y/o política, salvo casos muy especiales de personas de mentalidad y espiritualidad muy avanzada, lo cual no pareciera ser lo normal; o aquellos que independiente de su preferencia política sean investigadores académicos sobre el tema, lo que en vez de una discusión se convertiría en un intercambio de ideas con la intención de mejorar o aclarar conceptos, lo cual lejos de ser negativo, es formativo desde el punto de vista intelectual, pero además beneficioso para ambos.
Dada mi experiencia como asesor de parejas y parte de una bien avenida, me permito recordar a nuestros lectores, que no tiene otra razón el constituir una pareja, que la seguridad de que viviremos mejor en ese nuevo estado que permaneciendo solteros. Por tanto, debe evitarse cualquier sentimiento o actitud personal que ponga en peligro alguna de las tres bases fundamentales de las familias felices: el amor, la paz y la armonía. Pienso que fue eso lo que quiso advertir Benjamín Franklyn, cuando sentenció: «La paz y la armonía constituyen la mayor riqueza de la familia.»
PROXIMA ENTREGA: COMUNICACIÒN EN LA PAREJA I
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